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Full text of "Oratoria argentina; recopilación cronológica de las proclamas, discursos, manifiestos y documentos importantes, que legaron á la historia de su patria, Argentinos célebres, desde el año 1810 hasta 1904"

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STAKFORDl'NIVERSlTr  LlSKARlfiS 


'  \. 


ORATORIA 


ARGENTINA 


RECOPILACIÓN  CRONOLÓGICA 


PROCLAMAS,  DISCURSOS,  MANIFIESTOS  V  JíOCL'llESTOS  IMPORTANTES. 

QfE  LEGAROS  A  LA  HISTORIA  DE  SU  PATRIA 

ARGEN'TI.VOS  CÉLEBRES,  DESDK  EL  aSO  1810  HASTA  lf»i 


NEFTALÍ  CARRANZA    ¿:^^' 


TOMO   IV. 


Sesé  y  LarraSaga,  Editores 

LA  PIíATA  I  Bb.  AIBSS 

C»ll«  47  Bwiaiiift  9.  I  B.  Ultr«  1180-84 

1905 


.</ 


ÉPOCA  NOVENA 


Hav  lodnvfB  rspíríliix  aguados  y  ronvulMM 
que  ll<fBn  á  imaginarne  que  una  revolución 
triunfante  puede  poner  lérmioo  á  nueslra»  ral*- 
Diidadei'.  No  acojo  por  un  inflante  esta  Huseslióo 
de  Ion  desp))p«rado«<.  La  revolución  re  fodavla 
la  fuerza;  lo  que  ella  enitendra,  m  la  anarquía 
A  la  dictadura. 

¡Venimos  ■rrastradoD  hace  lanlon  aflos  por  las 
borrascas  de  las  revoluciones! 

Ha  sufrido  tantos  dolores  la  República  bajo 
su  influjo,  que  es  deber  de  todo  hombre  patno- 
la  y  reneiivo  el  combatir  con  enerva  todo  co- 
nato que  se  inlente  en  ene  mentido,  porque  la 
revoluciáo  nada  podría  fundar  de  entable  en  el 
campo  de  lap  instituciones  que  nos  (robieman. 

GriLLCRHO  Raw8o:(. 


FEDERALIZACIÓN  DE  BUENOS  AIRES 

1880  —  1890 


Proclama  del  Presidente  Roca,  del  6  de  Diciembre  de  1880,  al  san- 
cionarse la  ley  por  la  Legislatura  de  Buenos  Aires,  declarando 
á  ésta  Capital  permanente  de  la  Nación. 

Conciudadanos: 

No  es  para  llamaros  á  las  armas  ni  anunciaros  un  peli- 
gro ó  una  calamidad  pública,  que  os  dirijo  la  palabra. 

La  gran  nueva  que  os  comunico  oficialmente  ha  corrido 
ya  sobre  los  hilos  (leí  telégrafo  á  todos  los  ámbitos  de  la 
República,  haciendo  vibrar  en  emociones  patrióticas  los  co- 
razones argentinos,  y  de  cada  agrupación  de  hombres,  por 
pequeña  que  sea,  nos  ha  llegado  la  expresión  del  público 
regocijo. 

La  Legislatura  de  Buenos  Aires,  inspirándose  en  los  altos 
intereses  nacionales,  ha  dictado  la  ley  que  conocéis  cediendo 
el  Municipio  de  esta  Ciudad  para  Capital  permanente  de  la 
Nación,  y  el  Poder  Ejecutivo  de  la  Provincia  acaba  de  pres- 
tarle su  sanción. 


—  tí  - 


prancoesuon  qundií  tprminada.  Desde  Rivadavia.  que 
la  inició  como  una  solueióu,  hasta  el  Congreso  de  1880.  qup 
la  declaró  una  necesidad  iiolttica  y  social,  todos  los  argeu- 
tínos  la  bcmos  buscado,  y  los  que  nos  pi-ecedieron  en  el 
Gobierno  y  en  las  lilaii  populares  han  sidn  colaboradores  en 
la  obra  fecunda. 

La  última  jornada  de  nuestra  vida  constitucional  está  ya 
recorrida. 

La  organización  política  de  la  República  queda  completa. 

¡llniH*r  á  la  Legislalnni  de  Buenotí  .Aires! 

¡Honor  al  Congreso  de  1880! 

¡Honor  y  gloria  á  la  generación  que  lia  coronado  con  tan 
soberbia  eúpulu  el  edükio  de  la  nacionalidad! 

Con  este  último  esfuerzo  que  el  patriotiMno  ha  realizado, 
jcuííntos  peligros  se  rlisipnn  en  el  ponenir  y  cnánta  confían- 
za  y  seguridad  renacen! 

Desde  este  niiMiientci  nos  sentimos  con  la  conciencia  de 
nuestro  aér  y  en  plena  posesión  de  todos  Ins  atributos  que 
dan  consistencia,  poder.  r¡([neza.  orden  y  libertad  á  un  pueblo. 

De  boy  en  ailelunle,  Kegnros  de  nuestros  debtitms.  que 
ayer*  por  falta  de  unión  vagaban  á  merced  de  lo  iniprevislo 
y  de  las  pasiones  de  ])artido.  podremos  s^uir  tranquila- 
mente por  el  ancho  camino  que  fondnce  A  los  pueblos  li- 
bres ú  la  grandeza.  rnun(bt  han  sabido  vencer  los  esc(»llos 
de  los  primeros  pasos. 

Va  se  manifíestan  los  siguos  visibles  de  la  vida,  del  cré- 
dito y  de  la  prosperidad,  como  otros  tantos  precursores  de 
una  í'poca  que  se  aproxima  henchida  de  esperanzas,  y  lodo 
aquel  que  tenga  en  su  alma  el  pres^entiniicnto  de  los  gran- 
des deslinos  de  su  Palria.  se  senlirñ  satisfecho  de  babor 
alcanzado  á  presenciar  tales  hechos  y  orgulloso  con  el  nom- 
bre de  argentino. 

Una  nueva  vida,  la  vida  de  la  Constitución  en  toda  su 
plenüud  comienza  para  la  Nación  desde  este  día.  (Felices 
aquellos  que  puedan  contemplar  á  la  República  Argentina 
dentro  de  cincuenta  aQos  con  cincuenta  millones  de  almas, 
después  de  rnodío  siglo  de  paz  no  interrumpida  en  el  apogeo 
de  su  gloria  y  poderío! 

Compatriotas:  Os  in^'ilo  fi.  dedicar  el  día  ocho  de  Diciembre, 
en  que  empezará  á  regir  la  autoridad  de  la  Nación  en  esta 
Ciudad,  para  i:elebrar  tan  fausto  aeonlecimiento. 


Elevemos  nuestros  espíritus:  levantemos  nuestros  corazo- 
nes; iu(u3rporeino£i  con  regocyos  públicos  ese  dia  á  los  me- 
morableH  y  rl&sieos  de  nucHtra  viila^  y  corramos  h  los  tem- 
plos á  dar  gracias  al  Altísimo  porque  al  ñn  nos  es  iladn 
inaugurar  la  Capital  cantada  por  los  puelas,  consaii^ada  por 
la  historia  y  aclamada  por  los  pueblos  en  el  mismo  asiento 
de  los  Virreyes,  donde  setenta  años  ba  echaron  nuestros 
padres  los  fundamentos  de  la  Nacionalidad  Ar^nlina  y  lan- 
TUiron  el  grito  que  dió  lilKTlnd  é  independencia  á  niedín  con- 
linenle  americano. 


BiusA*  Mna,  tilciemhrv  6  de  18S0. 


Jdlio  a.  Roca. 


Discurso  del  General.  D.  Julio  A.  Roca,  en  la  inauguración  de  la 
BStatua  de  D.  Adolfo  Alslna.  en  la  Plaza  de  la  Libertad,  el  1'  de 
Eaero  de  1882. 


El  pueblo  ateniense  tenía  una  ley  pnr  la  nial  fíva  ublíga- 
lorio  designar  <1  uno  de  los  príncipes  de  Iii  elocuencia  para 
<[ue  hiciera  el  elogio  fúiiebre  de  los  héroes  que  calan  en  Iok 
4-ampoH  de  huLalla  luchando  por  la  libertad  y  la  gloria  de 
9U  Patria. 

¿Por  qué  no  hemos  de  imitar  nosotros  tan  bello  ejemplo 
«n  los  momentos  en  que  la  gratitud  pública  erige  estatuas 
a  nnestntií  ^'randes  hombres.  <lejaiidn  hoy  que  uno  de  los 
más  elocuentes  «radores  de  nuestra  época  Íiit,cri>rele  el  sen- 
timiculo  nacional  anle  la  roeinoría  de  Adnlfo  Alsinaf 

Y,  ¿<{uién,  sino  el  que  fué  su  amigo,  su  compañero  de  la- 
rcas, su  subalterno  y  su  jefe  alternativamente,  siguiendn  cada 
uno  de  lus  giros  de  su  fnrlnna  pulHica,  pnedc  hacer  niejfir 
el  elogio  de  la  nobleza  de  su  alma,  de  la  firmeza  desur4i> 
rácter,  de  la  elevación  de  sus  niims  y  de  sus  (rrandes  servicios 
Á  la  liheríad  y  á  los  progresos  de  la  República? 

Sigatnns.  pues,  esa  histórica  coslumbrf*,  y  que  nuestro 
primer  orador  Iribuie  en  representación  de  iodos  los  argen- 
tinos el  homenaje  debido  á  aquel  á  quien  la  muerte  tronchó 
«n  la  plenitud   de  su  vigor  y  en  medio  de  sus  afanes  por 


-  a  -- 


asegurar  la  vida  y  la  forluna  h  los  lialiitantes  de  nuestras  di- 
luladi]»  campiñas,  contra  las  irnipriones  de  \oíí  bárbaros, 
redimiendo  asi  del  odioso  servido  de  las  frntiteras  al  gau- 
cho, íjue  ha  sido  siempre  la  vfflimH  inocente  de  nuestras 
luchas,  y  i[ue  las  leyenda.s  de  nuestros  poetas  han  realaado 
como  el  tipo  del  valor,  de  la  abnegación  y  del  surrimíeiilo. 

En  esaíí  tareas  en  que  yo  he  sido  su  continuador,  he  ad- 
mirado más  de  una  vez  la  enerva  de  su  carácter  inquebnin- 
table  y  la  grande7^i  que  se  abrigaba  en  el  fondo  de  todo!>!  íjus 
pro|Hi.sitos.  Y  cuando  le  he  visto  desaliar  sin  temor  los  uiñs 
recios  peligros  y  las  más  grantlew  dificultades  en  que  ju- 
gaba su  nombre  y  peligraba  su  vida,  han  venido  involunta- 
riamente &  mi  memoria  las  simpáticas  y  varoniles  figuras 
do  los  GracoR,  &  cuya  noble  estirpe  debió  sin  duda  [)erlene- 
cer.  cuanfto  luchaban  por  las  ri-auquicías  y  las  libertades  del 
pueblo  romano. 

Su  meutoria.  como  la  do  aquellos  insignes  tribunos,  no 
perecerá  jamás,  porque  los  pueblos  que  tienen  la  conciencia 
de  sus  grandes  destinos  en  la  tierra,  saben  linni-arse  á  si 
mismoK  honrando  á  sus  héroes,  á  sus  mártires  y  á  sus  be- 
nefactores, conservando  su  recuerdo  como  un  cullo  sagrado, 
para  ejemplos  perennes  de  abnegación  y  de  patriotismo, 

Pero  aunque  'jo  haga  el  panegírico  liel  argentino  cuya 
efigie  voy  á.  entregar  en  breves  instantes  h  vuestra  contem- 
plación, no  puedo  dejar  ih'  evocar  el  reciierilo  de  un  joven 
que  fu(>  arrebatado  á  la  vida  en  la  tior  de  los  años,  y  á  cuyoe 
esfuerzos  se  debe  princrpahneale  el  monumento  (¡ue  inau- 
guramos. 

Enrique  Sánchez.  aquM  nrllo  sincero,  entusiasta  y  ardo- 
roso que  lodos  hemos  conocido,  lle\ó  á  su  más  alta  expre- 
sión su  amistad  y  consagración  hacia  Adolfo  Alsina.  y  aun 
en  su  lecho  de  agonía,  como  galvanizado  por  una  corriente 
poderosa,  al  oir  pronunciar  su   rmmbre. 

[Con  cnánlu  satisfacción  hahrfa  contemplado  -hoy  la  es- 
lalua  de  su  maestro  y  amigo  con  su  ademán  soberbio  y  en 
la  actitud  de  dirigir  su  palabra  fascinadora  á  las  masas  po- 
pulares! Pero  desgraciadamente  no  tuvo  la  suerte  de  ver  su 
obra  eonclufda.  así  como  Adolfo  Alsina  no  pudo  terminar  lu 
suya  fijando  las  ti-onleras  en  el  Río  Negro  y  viendo  entregada 
á  la  civilización  y  al  trabajo  la  pam|>a  inmensa,  que  era  enton- 
ces ol  teatro  Haiígriciilo  de  l.is  roin'rías  de  los  salvajes. 


—  9  — 

Sánchez  se  extinguió  como  esas  tiernas  enredaderas  que 
no  pueden  sobrevivir  á  la  encina  que  la  sustenta,  y  caen 
marchitas  apenas  ella  ha  sido  herida  por  el  dedo  de  la 
muerte. 

Ese  es  el  destino  de  los  seres  excepcionales  y  privUegiados 
que  nacen  para  una  sola  pasión.  Falta  el  objeto  de  su  vene- 
ración, y  sucumben.  Ha»  llenado  su  misión.  Pero  al  menos, 
que  el  nombre  de  Sánchez  quede  vinculado  á  este  monu- 
mento, como  un  honroso  ejemplo  de  adhesión  y  fidelidad. 

Señores:  En  cumplimiento  del  encargo  que  me  ha  sido  hecho 
por  hi  Comisión  Organizadora  de  esta  tocante  ceremonia,  voy 
á  descorrer  el  velo  que  cubre  !a  estatua. 

Vais  á  ver  en  su  pedestal  de  granito  y  vaciada  en  el 
bronce  inmortal  la  altiva  y  gallarda  figura  de  Adolfo  Alsina, 
que  quedará  en  esta  Plaza  de  la  Libertad  como  lección  eter- 
na de  virtud  cívica  á  las  generaciones  que  vendrán  en  pos 
de  nosotros,  sucediéndose  como  se  suceden  en  el  mar  las 
olas,  depositando  cada  una  la  ofrenda  de  su  labor  y  su  tra- 
bajo en  el  altar  de  la  grandeza  nacional. 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  D.  Pedro  Goyena  en  la  cola- 
ción de  grados  de  la  Facultad  de  Derecho  y  Ciencias  Sociales, 
el  24  de  Mayo  de  1882. 

Señoras:  Señor  Decano:  Señores: 
Hace  poco  tiempo  que  ha  sido  restablecida  la  costumbre 
de  celebrar  el  advenimiento  al  doctorado  de  nuestros  jóvenes 
estu<iíantes  de  Derecho.  Estas  fiestas  de  la  casa  donde  gran 
parte  de  los  presentes  hemos  pasado  los  más  bellos  y  flori- 
dos años  de  la  vida,  suscitaron  algún  escrúpulo  en  la  con- 
ciencia republicana  de  un  Rector  de  la  Universidad  cuyo 
nombre  vive  en  el  recuerdo  de  todos,  y  e!  cual  propuso  al 
Gobierno  suprimirlas,  quedando  el  candidato  transformado 
en  doctor  mediante  el  e.Karaen  de  tesis  y  la  entrega  privada 
del  diploma  en  la  Secretaría  General.  Me  gradué  así  en  si- 
lencio y  sin  tener  el  gusto  de  confraternizar,  en  un  acto  como 
el  presente,  con  mis  amigos  y  condiscípulos,  con  los  jóvenes 
distinguidos  en  cuya  compañía  me  cupo  el  honor  de  hacer  el 
aprendizaje  del  Derecho. 


—  10    - 


Realmente  fué  un  escrúpulo  república  no  del  iloclor  Gutié- 
rrez la  supresión  de  estas  demostraciones,  cerrando  el  salón 
de  forados  á  las  ramílias  y  al  prihlíco  en  los  momentos  en  que 
se  despedían  los  aluinnoü  de  jurisprudencia.  El  reslableci- 
mienlo  de  las  antiguas  prácticas  nada  tiene  de  peligroso.  No 
es  una  liesta  de  la  ^'anidad  la  que  nos  reúne  en  este  sitio; 
es  una  expansii5«  de  la  simiiatia,  un  espectáculo  modesto  y 
casi  familiar.  Respetando,  pues,  la  sinceriflad  y  la  nobleza  del 
soulimieiito  que  inspiró  la  medida  á  que  aludí,  debemos  Fe- 
iicilarnos  ile  tener  La  oi^isión,  dos  veces  p«r  afto,  de  ver  con- 
jrrejía<los  en  ei*(e  hi^ar  los  alumnos  graduados,  sus  familias, 
sus  amigos  y  alguna  parte  dislinguida  del  público  que  nos  fa- 
varece  con  su  prespucia  y  detnueatra  su  amor  i>or  las  cosas 
del  es])írilu  y  los  cultores  de  la  ciencia,  por  estos  Jóvenes 
dociores  lleír¡id(w  boy  á  la  arena  de  la  lucliü  y  pu  los  cua- 
les se  vislumbran  ya,  con  lus  luces  de  la  esi)era)iKa,  el  ma- 
gistrado, el  estadista,  el  servidor  de  Hus»emejautes,]a  honra 
tal  vez  y  la  gloria  de  una  generación. 

Kilos  acaban  de  recibir  con  modestia  y  emoción  ese  diploma 
anbelatlo,  ese  pergamino  en  cuyos  fingidos  se  ve  la  imagen 
de  cuatro  hombres  (jue  vivieron  para  la  ciencia  y  te  debie 
ron  una  celebridad  que  el  tiempo  abrillarila  en  vi-z  de  borrar 
\o  soo  ya  los  alumnos  de  la  casa.  Acabo  de  saludarlos  con 
un  tilulo  que  debe  imponer  resíwto  á  quleti  lo  recibe,  ¡lor- 
que  le  honra  y  le  obliga:  docíores  serán  llamados:  capaces  y 
dignos  de  ensefiar,  lo  que  importa  decir  hombres  de  doctrina 
y  de  moraliflail.  El  maestro,  en  efeclo,  si  no  ha  de  ser,  como 
dice  el  Evangelio,  un  ciego  guía  de  otros  ciegos,  debe  tener 
la  mente  ilnmínada  y  sano  el  corazón.  Son  ya  dtH'tores;  bien 
cslíi:  pero  deipcii  continuar  siendo  estudiantes.  El  aforismo 
ríe  Hipócrates  pueile  parecer  vulgar  en  fuerza  de  ser  co- 
nocidn.  pero  no  es  por  oso  raeno«  cierto  y  digno  de  ser  me- 
ditado. Arn  lonQti,  vHii  ftí-cr/».  quiere  di-t;Ír:  la  ciencia  es  in- 
mensa y  la  vida  rApida  como  un  relámpago.  Una  vez  que  el 
ilojiieo  de  saber  se  ha  despertado,  el  afíün  de  la  ciencia  queda 
como  uu  distintivo  de  tan  noble  vocación,  y  no  se  pncdi*  ser 
después  intiifereute  íi  ese  curso  incesante  de  la  idea  ipic  mar- 
cha lomando  nueras  formas:  tumiuosaen  la  almósfüni  pura, 
obscurecida  á  veces  por  el  error,  pero  sin  apag;u*se  jamás  del 
lodo  en  el  cielo  de  la  inteligencia.  Los  jóvenes  iloctores  han 
rct-ot-rido    la  primera   etapa  de  un  viaje  que  sólo  concluye 


—  u  — 


con  la  vida;  la  riüiAn  plena,  romplcta,  sin  sombruR»  es  la  pro- 
mesa (le  la  oteniidad. 

Fijando  la  cfHtsiíie ración  en  ps!«s  nioiuentos  tan  interesaii- 
m  y  auspiciosos,  divei-sos  sentimientos  nos  solicitan  y  do- 
minan. Yo  penetro  eu  el  alma  de  estos  jóvenes  en  cuyo  eo- 
incrcio  inteleclual  be  divido  diariamente,  y  siento,  puedo 
decirlo  así,  las  palpitaciones  de  su  corazón.  (¡Uitos  nistros  que 
les  sonríen,  estas  miradas  irnrífíosas,  son  para  rlloü  un  pre- 
mio, un  halago  iocoiuihiralile,  purque  viene  de  los  seret»  aina- 
dos que  se  vinculnti  por  dulren  lazos  al  pon'entr  de  los 
nuevos  doctores.  ¡Cuánto  júbilo  y  ternura  <Ícben  conmover 
corazón  de  la  madre,  di>I  padre,  de  los  hermanos,  en  esta  hora 
11  que  la  Oor  del  hogar  se  lia  convertido  en  lui  fruto  lozano, 
en  que  la  esp4>ranza  se  ha  hecho  una  realidad  y  el  niño  de 
aypT  ejf  un  hombre  revestido  con  las  insignias  sevoras  de  la 
ciencia  y  del  miiy'isterio!  ¡Ciiííiitas  /.fjzobras  y  cnánla»^  viííiliaiíí 
Rícuó  pnbrH.  (■!  que  lia  lornado  á  lo  serio  la  \¡dii  dr  estudiante 
Im  hecho  una  vida  de  sacrificio;  ha  encontrado  en  ella  dul- 
ce» compensaciones,  sin  duihu  jwro  ha  tucliado:  lu  verdad  se 
conquista.  I'oresoes  respetado  quien  se  avenlaja  en  los  es- 
ludios y  merece  el  título  que  estos  jóvenes  aealiun  de  reci- 
bir. Todos  li>8  que  han  palidecido  tü  la  luz  de  unii  lám|uirn, 
lodns  los  que  han  resistido  á  lat*  folíciludes  dfl  placer,  tan 
seductoras  en  los  día»  ilu  la  [irimcra  juventud,  para  ('orinar- 
se en  la  doctrina  y  aiTancar  un  secreto  á  la  ciencia,  son 
dignos  de  encomio.  Y  la  luadre.  el  padre,  los  hermani>s  qne 
nyer  los  cnntfMnplaltan  cavilosos  ó  alvsnrtos  en  la  tiicdilación: 
que  senttan  en  sí  mismos  la  angustia  inevílahlc  de  las  prue- 
bas universitarias,  se  re^^ocíjan  con  justo  moltvu  ciuuido  los 
ven  hny,  al  término  de  su  carrera,  reposar  en  un  d(u  que  no 
se  nlvitia.  porque  da  otra  forma  A  la  existencia  y  muestra  los 
caminos  del  porvenir. 

Pero,  sefiures.  permitidme  que  dirija  especialmente  lo  pa- 
labra á  aquel  de  entre  estos  jóvenes  que  se  halle  en  una 
situación  que  alguna  ve?,  contemplé  y  nmnunió  mi  curazón. 
Ix>  recuerdo  todavía:  he  visto  subir  á  osa  cátedra  un  joven 
lleno  de  I  y  melancolía  para  decirla  palabra  que. segUn 

los  re|;lm>  lebla  proinmctarel  nuevo  doctor.  Mochos  había 

visto  yo  .  en  semejante  ocasión.  ¡Ah.  sefiores!  aquel  es- 

tudiante halilu  venid»  de  una  prtmncia  lejana;  era  la  e^^pemnza 
y  como  la  corona  de  una  madm  nmorosa;  la  dídin  de  ¿sla  se 


—  12  — 

cifraba  en  él.  cuya  vida  seguía  de  lejos,  anhelando  la  hora  de 
estrecharlo  en  sus  brazos,  después  de  una  larga  y  penosa 
lucha.  Sus  consejos  y  su  amor  le  habían  acompañado  siem- 
pre. ...  y  el  día  en  que  la  noble  frente  del  joven  brillaba  en 
esa  cátedra,  la  madre  no  estaba  allí,  la  madre  no  estaba  en 
el  mundo.  La  muerte  había  andado  más  pronto  que  la  vic- 
toria. Si  alguno  hubiera  á  quien  semejante  Infortunio  amar- 
gara en  esta  hora  de  imponente  solemnidad  para  el  hombre, 
prométase  en  lo  íntimo  de  la  conciencia  honrar  ese  recuerdo 
doloroso  con  la  pureza  de  su  vida,  con  el  amor  de  la  verdad, 
con  el  culto  de  la  justicia,  porque  esa  prueba  y  ese  infortu- 
nio son  á  veces  una  vocación  del  Cielo  y  una  señal  de  su 
predilección. 

Señores:  la  vida  del  estudiante,  he  dicho,  es  una  vida  de 
lucha  y  de  sacrificio;  pero  es  también  una  época  llena  de 
goces  y  esperanzas;  en  ella  se  forma  el  hombre;  se  acentúa 
el  carácter  al  mismo  tiempo  que  se  expande  e!  corazón  y 
aparece  en  é!  la  florescencia  de  los  sentimientos  con  todo  el 
calor,  con  todo  el  brillo,  con  torio  el  perfume  de  los  años 
juveniles.  El  ejercicio  de  las  facultades  intelectuales  es  susci- 
tado por  un  noble  placer  que  las  mantiene  activas  para  di- 
rigirse incesantemente  á  sus  objetos  naturales.  Sin  ese  con- 
fortativo providencial,  ¿cómo  perseverar  en  las  arduas  tareas 
de  la  escuela?  Hay  otros  placeres  incompatibles  con  el  estado 
de  cultor  de  la  ciencia:  el  mundo  bullicioso  es  el  enemigo 
del  espíritu  de  investigación,  que  sólo  actúa  eficazmente  en 
la  soledad  y  en  el  silencio.  Mientras  el  atractivo  engañoso  de 
las  tiestas  seduce  á  una  juventud  que  se  embriaga  á  veces 
con  placeres  terribles;  mientras  la  naturaleza  *ios  convida  en 
otras  ocasiones  con  sus  gracias  ingenuas  á  un  solaz  y  á  una 
recreación  inocentes,  el  joven  que  ha  jurado  fidelidad  á  la 
ciencia  está  con  la  mirada  fija  en  el  libro  y  la  mente  en  la 
doctrina,  recibiendo  esas  austeras  iniciaciones  que  dejan  pá- 
lido el  rostro,  fatigados  los  ojos,  pero  alto  el  corazón  y  se- 
diento el  espíritu    de  nuevas  verdades. 

Tal  es  la  existencia  del  joven,  cualquiera  que  sea  la  cien- 
cia que  cultive,  si  la  aborda  seriamente  y  con  amor;  porque 
yo  no  hablo  aquí  del  simple  aficionado,  eventualniente  estu- 
dioso, especie  de  recluta  universitario  que  ostenta  I.-ts  apa- 
riencias del  estudiante,  pero  que  no  ha  hecho  jpir.iis  i;na 
campaña. 


14 


Se  ha  pretendido  A  veces  establecer  algún  antagcinismo 
entre  dos  carreras,  entre  ilos  profesiones  (¡ue  no  he  podido 
jamús  coucehir  sino  [ulimamenle  Ufadas  y  cuya  fími-ión  fun- 
damental ofrece  para  mf  una  analogía  evidente.  Hablo  de 
la  medicinn  y  de  la  ahoKacíu.  A  cada  nionienlo  ulmos  Iia- 
hlar  de  la  noble  misión  del  mídico,  que  vive  entre  los  en- 
fermoK  y  los  iieriilos;  pues  bien,  lo  nñsmo  os  acontecerá,  á 
vosolros,  jóvenes  abogados:  tendréis  que  ver  enfermos  y  lie- 
ridos.  No  se  os  presentarán  las  lesiones  de]  organismo,  sus 
estados  patológicos;  pero,  sí  los  desórdenes  morales,  los 
enfennos  y  los  heridos  de  la  vida  civil.  Encontraréis  al 
avaro,  al  doloso.  &  la  víctima  de  la  violencia  insolente  ó 
de  la  pérfida  astucia;  y,  no  me  ocurre  dudar  de  ello,  pre- 
senciaréis espiM-líicuIns  más  dolorosos  y  á  veces  más  repug- 
nantes <|uc  los  que  ofrece  la  clfnic»  de  los  hospitales,  en 
esa  otra  clínica  del  faro  á  la  cual  asistiréis  mañana.  Cuan- 
do se  encaran  las  cosas  desde  este  punto  de  inira^  se  ex- 
presa irresistiblemonte  un  voto  (|ue  parece  absurdo:  ¡OjalA 
que  no  tcni^inio»  muchos  médicos  en  el  porvenir;  ojalft  que 
no  len}i;amns  miichns  abnfradns!  No,  sin  <lurla,  ponjue  yo 
piense,  como  nueí-tros  í^auchtís,  que  el  médico  hace  la  en- 
fermedad y  el  ahofradn  hace  el  pleito;  sino  porque  la  nece- 
sidad del  médico  supone  la  existencia  de  la  enfermedad  y 
la  necesidad  del  ahogado  la  existencia  del  pleito,  (¡ue  ej» 
también  una  enfermedad.  &  veces  mortal,  á  veces  peorque 
mortal,  porque  mala  la  honra,  el  sentimiento  de  la  dignidad. 
la  raíz  misma  de  la  virtud,  que  vale  mtis  (|ue  la  vida.  Los 
romanos  tenían  niuobas  leyes  y  muchos  juristas  por  que 
erao  violentos  y  falaces.  Por  lo  demás,  y  aun  cuando  esto 
se  presente  bajo  un  as|)prlo  paradojal,  nosotros,  los  aboga- 
dos, y  los  médicos  tand>¡én,  debemos  jiropender  lealinente 
¿  hacernos  inútiles,  A  lo  menos  en  la  manera  frecuente  de 
ejercer  la  profesión:  el  médico  previniendo,  como  higienista, 
las  enfermedades;  el  letrado  evitando  los  pleitos  con  sus 
consejos  pru<lentes  y  conciliatorios. 

No  faltarán  jamás  pleitos  ni  enfermedades;  pero  el  deber 
de  los  ipie  ejercen  lasprofesiones  á  que  aludo,  es  ciertamente 
disminuirlos. 

]Cuántas  veces  estos  jóvenes  doctores,  aun  los  m&s  aman- 
tes de  la  ciencia,  aun  ios  más  aféelos  al  estudio  de  las  le- 
yes, habrán  sentido  la  fatiga  y  el  o^nsancio  éntrelas  breñas 


—  IS^  — 


y  la»  aritlec4%    que    c*!   derecho,    como  ul    pljinela,    ofrere  al 
que  vinja  por  sus  variadas  regiones! 

\íi  quisiera  harrr  uiia  hroina  de  uial  m'íui-n).  [n*rii  imp  ..lu- 
rrc  pregunlar:  ^quiéii  ha  salido  ileso  ilrsjmi^K  de  dtrax.sar 
el  famoso  Ululo  <lo  las  averías  en  el  Códi(,'o  de  Comercio? 
Esos  casos  iaaeahahles  y  osaK  aplirat-iones  que  se  traducen 
luegt)  en  una  rúenla  hiboríosa  y  runi|iiicada,  parecen  desti- 
nados á,  vencer  la  paciencia  y  tu  memoria.  Tales  sotí  nljru- 
ii&f*  de  las  asperezas,  de  los  fragosidades  del  estudio,  pasos 
difírilfs  que  el  estudiante  recorre  decide  el  tMehre  »/«»'"  cel 
r/íiiV/  dií  las  primeras  kH:i-iomw.  Pero  debajo  lie  los  urlínulos 
mortificantes  del  Código  eslú  el  comercio,  está  la  navc^ciún 
ron  todos  sus  ueeidonles  y  las  iumeasnií  ventajas  i|ue  ha  traído 
á  la  humanidad,  está  la  fortuna  privada  que  eonlribuye  ú 
formar  la  fortuna  páhh'ca.  está  el  bienestar  de  las  familias  que 
el  legislador  torna  en  cuenta  y  rpsfruarda  minuciosamente. 

Causa  pena  á  veces  el  considerar  cuáutos  pormenores  exi- 
jíc  en  la  legislación  lu  mahcia  InimaniL,  y  el  pensar  que.  d 
pesar  de  loilas  las  precauciones  imaginadas,  mientras  no  s*». 
supriman,  como  se  ha  dicho,  los  sieLe  pecados  capitales,  re- 
fuitan  siempre  ineficaces  las  leyes,  por  lo  menof  relativa- 
nienle.  Pero.  ü¡  bien  nos  )HTsuadÍmos  de  esa  incfícacia  re- 
lativa, «atamos  obl  liados  4  reconocer  que  liay  en  las  teyes 
una  virtud   rotipeniliva  a)  bien  de  la  (¡ocietlad. 

No  bastan  las  luces,  la  ilustraiñón,  |mra  llenar  los  gran- 
des fínes  s<H:iales.  Naciones  muy  cultas  liemos  visto  en  si- 
lunción  deplorable.  La  felicidad  pfitilic^  estriba  príncipal- 
menle  en  I«"is  i-ai-acteres  dijinos.  recios  y  firmes.  La  fí|;ura 
de  un  Ateini'  i\ii>Íto  es  lanío  más  repulsiva  cuanto  que  mi 
senñlismo  inra  el  Emperador.  Cupilmtia  ohs&iuium,  andaba 
unido  con  un  inórenlo  preclaro  y  un  vasto  saber  Un  hom- 
bre prodigioso  en  la  ciencia  de!  dercclio,  Cuyacio,  inspim 
ftin  embarpo  un  sentimiento  do  tristeza  cuando  le  oímos 
decir,  en  medio  de  una  crisis  terrible  y  de  una  controveniia 
en  que  se  deliaten  los  nifis  trrandes  intere-ícs  humanos:  r.i{tt'\ti 
hoc  ad  etiicluiH  ^nviori»?  con  una  indirereocíu  que  era  en- 
loDces  iodo  lo  contrarío  de  la  sabiduría.  Ast  tninbíen  Era^s- 
mo,  el  ^an  literato,  se  envolvía  -en  una  frase  elegante 
\wTo  sin  di^nidatl  -.  cuando  la  Europa  se  desfrarraba  y  todo 
luiinbre  que  tuviera  una  idea,  una  (mlabi-a,  la  debía  &  la 
causa  de  U  verdad  y  del  bien.    Prestad  ¿  esta  faz  de  la  vi- 


da  sumo  inlerés;  vigilad  y  estad  atentos,  jóvenes  donlure^ 
á  esle  a,sun(o  sobreniaiici'a  iuteresatile.  y  acostiimhraos  ¿ 
|iensj]r  sienipru  que  lado  es  vanu  iiiieulnis  la  i'oiicrencía  no 
nüs  diga  que  nos  maiileuouios  firmes  en  el  terreno  de  la  nu>- 
ral  y  i^uo  le  proPRsamos  un  amor  efectivo. 

Xada  es  niús  conlrario  al  rspfritu  de  la  eienciii,  liablo  de 
la  ciencia  lecnnda  y  Inen  ordenada,  que  un  e-spíritu  du  oorn> 
placeacria  por  la  fuerza  imperante;  ningún  peligro  tan  ^an- 
de como  aquél  hallo  para  la  juventud,  sí  no  es  el  espíritu 
(le  rebelii^n  íi  todo  tranee,  de  uidipalra  profunda  haeia  las 
({rande^;  li^yes  que  dan  unidad  á  lau  naciones  y  lia<^en  80- 
lidariü  la  vida  de  todas  gus  partes.  £86  espíritu  es  estrecho 
y  i-stml;  pm-de  albergarse  iriroriscicnleiuente  liasla  en  las 
almas  elevadas,  pero  lorna  infecundas  las  inteligencias  de 
que  Ko  apoder.i.  No  contribuyamos  jamás  al  gobierno  de 
lo  arbitrario;  odiemos  la  violencia,  pero  amemos  la  fortalezu. 
En  presencia  de  los  poderosos  engreídos  é  hinchados  de 
vanidad,  {tensemos  siempre  que  no  podemos  abdicar,  sin 
ser  infieles  á  la  dignidad  de  la  ciencia  que  tenemos  el  ho- 
nor de  investir  y  cuyos  fueros  debemos  invaríalilenienle 
resguardar.  La  fuerza,  cuando  no  es  juslsi.  es  etniícra  en 
el  orden  moral;  su  porvenir  es  el  desprecio  y  la  deshonra. 
I^a  jusliüiu  no  muere  jamAs;  el  olvido  desdeñoso  que  en- 
melve  á  sus  representantes  en  épocas  desjiraciaílas,  se  Irans- 
forma  luego  para  ellos  en  aureola  luminos^i,  inextinguil)le. 

Un  peligi-o  muy  serio  para  los  jóvenes  hay  en  el  espíritu 
de  oivtdto  y  de  suficiencia.  Líbreme  Dios  de  pronunciar 
una  palabra  cuaU|uiera  que  pueda  matar  en  el  alma  de  un 
joven  los  anhelos  de  una  noble  iinciativa.  No  me  lo  perd<k- 
narfa  jamos  á.  nd  mismo.  Pera,  sefíores,  no  hagamos  infruc- 
tuosas Ins  iniciativas  haciéndolas  pretn:iluras.  KI  genio  tiene, 
siii  duda,  el  derecho  de  levantarse  un  ilía  osado,  y  mirando 
&  la  humanidad  de  frente,  decirle:  Os  traigo  una  nueva  ver- 
dad: una  estrella  reciente  brillará,  desde  hoy  para  siempre 
en  el  ciclo  de  la  ciencia.  Eso  puede  decir  el  genio,  eso  pue- 
de decir  la  inspiración;  pero  es  tan  raro  el  genio,  señores, 
tan  rara  es  la  inspiración,  que  no  hay  por  qué  apresurarle  á 
creer  qnc  estamos  en  el  caso  de  invocar  sus  privilegios.  No 
hay  genios  tnatugrados;  tío  puede  lialuTlos;  son  ellos  los  en- 
viados de  la  Providencia  y  la  Providencia  es  índefeclible  y 
omnipotente. 


-n- 

Mos  viniendo  á  una  esfera  modesta  relatira  mente  (x  aque- 
lla donde  tirillan  písos  ^rranüos  luinínareit,  concretándonos  & 
I  ilfM  de  tin  ordí*n   inferior  y  eon  to(^i  uti- 

i.. _:.  ,!.-.  .!....  i^ae  si  la  iiuinanidad  m>  es  infalible,    liay 

en  el  cons«>nRO  humano  una  respetable  autoridad  c)ue  no 
dtrbemoá  ínaovar  rápidamente  cu  lo  que  han  e>ttah[crido  los 
,..^ -._.,,.  ^.  jjj^j^  antes  do  lanzariH^s  ú  proponer  cambios  en 
¡oncs  socialí's,  nieditemoM,  consultemos,  gieamo» 
exi^utc»  con  nosotros  tnirtinoa.  jCuán  poderosa  era  la  inle- 
1  ■     de  Proudhon!  Y  bien;  tndos  salwmos  á  tíuán  exlra- 

I...  „..crrac¡ones  le  indujo  su  irrespetuoso  desdén  por  las 
InsLituciones,  bajo  cuyo  imperio  la  humanidad  vive  y  pros- 
pera, Xo  íton  esos  \q9  ejemplcs  que  habéis  recibido  en  esta 
jasa  do  eñludios,  dnade  I,i  doplrina,  sin  ser  la  tjmida  expli- 
ación  del  texto  le¿al.  3*5  ha  maiilenido  en  la  corrieule  du 
las  (frandc:;  tradiciones.  Se  ob  bau  enseñado  fais  dispofíicio- 
íes  )e-;rale--<   liíf'iniIo!a.H  con  los  priiieipios  di*  que  se  derivan; 

f^mis  todavía:  sci  os  han  mostrado  las  delicieitcias  y  á  veces 
las  conlradiriones  contenidas  en  esos  cuerpos  íle  dentdio 
«lue  hac'?n  honor  &  la  inteligencia   ai^cntina,  pero  que  ado- 

LÍe«?»*n  lie  la.s  ¡m|)€rrecciones  inherentes  á  loda  obra  humana. 
Sin  í-'inbnrgo,  los  que  fueron  vuestros  profeiíores  os  han  dado 
HÍempre  el  ejemplo  de  la  consideración  que  debe  tributarse 
h  lo^  maestros  de  la  ciencia,  ú  los  que,  dotadoi*  venlajoaa- 
T"'  '-  ñor  el  Creador,  han  sabido  desempeñar  la  tarea  de 
V  uñarse   que    Él  impone  á  lotlos  los  hombres  y  espis 

cint  mente  &  los  favorecidos  con  dones  e\ccpcioDale<í.  Üonde 
C'I  doctor  Vele?.  Sarsfield  se  ha  detenido.  la  pnnlcncia  acon- 
aeja  al  joven  delenerse  también.  Que  algún  líniile  rcspelnhle 
Ikabrá  encontrado  el  eminente  jurisconsulto,  es  la  primera 
reflexión  que  ha  debido  ocurríros.  Y  para  ir  adelante,  para 
intornarse  mAs  allA,  habéis  debido  pensar  que  se  netvsílu  df>s- 
«ie  hie^^o  una  vijínrosa  ínleli^tíiicia,  después  un  esdnlio  pro- 
fiuidu  y,  por  fin.  la  experiencia  reposada  que  sólo  pueden  dar 
los  años  maduroií.  Kn  una  de  liis  notas  del  Código  Civil,  rI 
OoFlor  V^lez  ha  reprorlucido  algunas  palabras  ile  Savigny 
que  contienen  una  gran  lección  y  frecuentes  aplicaciones. 
Se  refieren  al  matrimonio.  El  sabto  jurisconsulto  alemán 
(Iir<t.  como  de  paso  y  con  finísima  ironía,  que  los  romanos, 
jH»r  una  singular  inadvertencia,  no  incluyeron  el  mulrimo- 
nio  entre  I09  contratos.  No  atribuyamos  fácilmente  fi  olvido. 


0»Ateai4  kmmmoix-^  Ibw*  tV. 


—  18  — 


á  ignorancia,  lo   que  no    enoonlremns    legi&lado   h    uueslro 

Ha|¿  en  nuestros  días  otro  peligro  para  las  inteligencias  y 
pura  Ion  {;anu-tereM:  es  la  tlirusión  y  la  boga  ile  un  materia- 
lismo enervante.  El  orgnltn    humano  ha  lomado  esa  forma. 
Ante  las  |>erspectivas  inmensas  del  esplritualismo  y  sinlién- 
dosc  hiiinillailii  pf)r  lus    misterios  que  de  todas    partes   nos 
rodean,  ha  adoptado  el  partido  de  no  admitir  como   objeto 
i'ienlifico  otra  cosa  que  los  hfichos  y  laii  rondirioni^  de  los 
hechos;  ha  negado  lo  inmaterial  y  lo  sobrenatural.    \o   pu- 
dlendo  ser  el  señor  de  la  ciencia,  ha   resuelto   empequeñe- 
cerla. Es  este  un  recurso  triste  y  pueril.    Aipiellas    verdades 
superiores  que  el  orjrullo  acepla  desdeñiir,  son  verdades  cier- 
nas; existen  con  iiHlupcriilencía  di'  la  alinnai,-i()n  ó  negarión 
del  espíritu  humano.  V  para  que  resulte  una  vez  má.s  com- 
probado que  no  nos  ensalmaremos  sin  sutrir  humillación,  ve- 
mos en  nuestros  días  á  los  liomtiiTs  mú.s  soberbios  empeñados 
en  exhibir  como  títulos  de  nobleza  las   eiicunstancíajf  y  las 
seftales  que.  según  ellos,  demuestran  el  parentesco  eu  línea 
recta  de  la  criatura  humana  non    no  sé  qué   animal   repug- 
nante que  ocupa,  en  su  concepto,  el  lugar  del  bíblico  Adán. 
KkIh  doctrina  no  ha  hecho  camino  en  nuestra  casa  de  eslu- 
dios, ni  podría  prevalecer  en  ellii;  si   así  sucediera,    deberla 
cerrarse  la  Kacnllad  de  Derecho.  El  ílereho,  en  efeclo,  ysus 
principios  suponen  seres  Ubres.  Dado  que  el  hombre  no  fuera 
libre  y  que  estuviera  por  su  naturaleza  en  la   necesidad   de 
proceder  de  una  manera  determinada,  el  precepto  legal  sería 
imitit  ó  insensíilo:  inútil,    cuando  le   mandara    hacer  lo  que 
de  todos  modos  haría;  insensato,  cuando  le  mandara  realizar 
In  que  no  pofln'a  cumplir.  No,  se  dan   leyes  á  los   hombres 
sabiendo  ipie  no  son  libros.  La  pena,  en  caso  ríe  no  rumplí- 
mientú  de  ta  ley,  sería  injusta  si  el  siyelo  del  acto  prohibido 
no  hubiera  podido  evitarlo.  Sólo  los  niños  castigan  los    ob- 
jetos materiales  en  (pie  se  estrellan:  y  el  auriga  que  azola 
las  bestias  paní  hacerlas  andar,  no  es  sin  duda  un  Juez,  un 
represíTilante  del  derecho  penal.   SÍ  no   somos   libres,  ¿qué 
derecho  se  nos  enseñaf  ¿(pifi   Códigos  se  dictan?  ¿qué  san- 
einnes  se  establecen  ijue  no  sean  un  conlrasenüdo   palpable 
y  chocanlef  ¡No  hay  darwinismo  en  ta  jurisprudencial 

Kas  Facultades  de  Derecho  son,  en  tal  sentido,  el  baluarte 
de  la  libertad.  Todo  lo  í|ue  se  estudia  en  ellas  reposa  en  el 


—  19  — 


conreplo  du  que  el  hombre  es  un  »ér  libre.  La  liberlad  psí- 
col^>pica  es  e)  fundamento  y  la  l^tptícación  de  la  libertad 
rivil  y  de  itL  libcrtiid  poUtica.  Los  tiranos  han  persij^iiúo 
Hieinprf  aquellas  entit'fianziiíí  <le  la  ciencia  jurídica  tpie,  arran- 
cando de  Iti  baise  de  la  libertad,  deducen  todas  las  conse- 
eupucia»  que  el  racíiu-inio  debe  saear  de  eltais.  I^or  humilde 

( — ;■  una  escuela  de  doreclio,  es  una  protesla   cunlra   el 

<  mo  y  contra   la8  doctrinas  material i:ítas:  al  primero 

le  mucíítra    insuprimible  esa    noción    inicial   de   la  libertad, 

'Cuya  sola  expresii'm  es  un  reproche,  mO-s  lotJavla,  una   sen- 

.lencia  contra  el  tirano:  h  \híí  ^eii^uiiitaü  les  (»pone  la  mÍ!<u)a 
nnridn  como  una  valla  insa.lvable:  cuando  el  materialista  se 
hjlla  en  presenria  He  la  libertjKÍ  humana  y  pretende  soídiíntír  su 

^U'urlH.  comienza  pura  él  iiii  Iralmjn  inipoKÍlile:  ha<:  upun^  hic 
'nbor  cífí,  punle  decir  como  el  po.-ta  latino.  I^  materia  es 
inroneiliabtü  con  la  libertad;  un  abismo  las  separa  y  nadie 
lo  salvaiá  jani&8. 

Es  alia  mi.sión  la  de  repretwiitar  unos  principios  tan  ele- 
vados y  obligarse  Á  defenderlos.  Grande  y  amplia  es  la  pro- 

ifesión  del  jurisconsulto  cuando  a-ti  la  consideramos;  et>  tam- 

lién    iii^' ' it'  y    abierta    A    e-tlensos  horiy.untes    cuando 

la  esttu..  bajo  el    aspecto    de  su8   ixdaciones    ton  las 

Giras  ciencias.  No  se  puede  ser  un  jurisconsulto  diurno  de  tal 
f  ■  ■  KÍn<'»  se  está  iniciado  en  el  conocimiento  del  hom- 
L.  ....iividual  li  colectivo.  Kn  efecto,  si  no  Ke  conoce  á  fondo 
el  bombre  interior,  ¿cómo  bc  comprenderá  el  derecho  {M>nal? 
r^mo  HC  comprenderá  el  mismo   derecho  cívü  y  sus  cues- 

ttíoncK.  ai  no  Kahemus  ¿  fondo  las  condicinne-s  del  consenfí- 
mtenlo.  del  ermr.  de!  dolo,  de  la  violencia  monü?  ¿cómo  se 
comprenderá  el  derecho  mercantil,  !)i  no  se  poseen  nociones 
de  economía  política?  V  luego,  ¿cómo  darse  cuenta  de  las  de- 
ficiencias de  la  legiülación  y  proceder  cotí  acierto  en  su  re- 
forma,  si  no  se  la  estudia  couiparativumeute  en  los  diversos 
países  del  ntundo?  Agregad  4  esto  aquellos  requit^itos  de 
I  i'iií  y  de  lenguaje  preci.so.  claro,    correrlo,    (¡ue   tanto 

..nerón  u  los  jurisrtmsullns  romanos,  y  recordad  que 
se  ha.  dicho  cou  razón:  la  posteridad  lee  sólo  las  obras  bien 
escriloH. 

iCuAolas  cualidades  del  orden  intelectual  y  del  orden  mo- 
ral para  lle^r  á  .ser  un  jurisconi^nlto  digno  de  tal  nombre! 
Pero  no  o»  desalentéis.  Cada  uno  es  responsable  en  la  me- 


-  20  - 


(lida  (le  HUB  recursos.  Es  meiiesler  aspirar  á  la  perfecciún, 
aun  sabieixlo  que  no  hemos  de  realizarla,  como  hp  liacp  la 
puntería,  calculando  las  modilkaciouos  que  en  la  direpción 
del  proyectil  han  de  causar  las  condiciones  externas.  Apun- 
tad siempre  muy  alio,  h'uiendo  üii  cuenta  qnv  la  niupieza 
humana  necc^ila  hacerlo  así  jwra  lo(írur  en  sus  empresas  una 
decente  ahuru  moral. 

Pensad,  pnr  otra  |>arle,  (fue  no  nos  faltan  para  ^miarnos 
ejemplos  de  nuestro  país,  es  decir,  de  nuestra  famiha.  No 
liahlomos  de  los  vivos;  no  hablemos  tampoco  de  los  muertos 
de  quienes  nos  separa  un  largo  tiempo,  por  temor  de  incu- 
rrir en  la  injusticia  do  alfcCui  olvido.  Uí^'amos,  tienores,  una 
palabra  sobre  los  muertos  recientes.  Hemos  perdido,  con  poco 
inlervalo.  al  doctor,  D.  Sixto  Villegas,  «jue  había  merecido 
el  honor  de  presidir  nuestra  Facultad,  y  al  doctor,  don  José 
María  Moreno,  que  era  el  más  anti|;uu  de  nuestros  maestros, 
el  más  antipio.  señores,  y  el  más  querido.  A  los  muer-Ios. 
la  gloria,  ha  dicho  el  poeta.  ¡Este  es  el  vo^o  supi-emo:  lo 
demás  parece  vanidad;  pero  los  muertos,  cuando  fueron  dig- 
nos en  vida,  son  ejemplos  dcsput's  de  sus  días  pasajeros. 

El  doctor  Villegas  era  una  persona  distint^uida.  un  hombre 
de  inteligencia  clara  y  de  sólida  honradez.  Entró  en  la  magis- 
tratura poco  tiempo  de.sj>ués  de  ejercer  la  abogacía,  r  lia  fa- 
llecido sm  dejar,- no  digo  un  enemigo,  ni  siipiiera  un  adver- 
sario. Un  rasgo  de  su  carácter  que  le  hace  mucho  honor, 
era  la  facilidad  para  reconocer,  sin  embarazo,  el  mérito  ajeno, 
el  amor  á  todo  lo  que  i>odía  reílejar  sobre  el  pa(s  brillo  y 
honor.  Este  uealimieuto  generoso,  esta  amplitud  de  criterio 
le  liacfa  sobi-*;  manera  inleresanle  en  el  tralo  social.  No  era 
el  doctor  Villegas  uno  de  esos  espíritus  que  se  acanlonau 
dentro  de  los  limites  estrictos  de  la  profesión  que  han  adop- 
tado, y  si  Terencio  lia  dicho:  homo  nmn  nihil  hnmani  a  me 
alienum  ¡tufo,  61  parafraseaba  esa  hermosa  expresión,  y  se 
decía  también:  nada  de  lo  que  vale  en  el  dominio  de  la  in- 
teligencia me  es  iiuliferenle.  Lo  hemos  visto  asj  interesarse 
siempre  por  todos  los  trabajos  <[ue  importaban  un  progreso 
intelectual  en  nuestra  país.  Recordaba  los  discursos  notables 
de  nuestras  asambleas,  leía  con  avidez  las  nbras  híslóricas 
que  se  han  publicado  entre  nosotros  y  apreciaba  lodíis  esas 
producciones  con  el  juicio  seguro  de  un  crítico,  porque  lo 
«ra  y  de  buena  ley.  Esa  penelración,  esa    sagacidad   rápida 


y  ci*ri«ra  quo  se  rcveloba  hasta  en  el  abandono  de  ta  con- 
versación parlieular,  era  una  d*?  laR  dnles  que  le  hirieron 
un  mapislradn  notable:  vela  pronto  y  bien  ol  |)unl<»  OKencial 
de  la  (lifi(ultad.  Lns  formait  que  revestía  su  pensamiento  eran 
arnióninos  con  esa^  cualidades  de  ku  ingenio:  sti  estilo  era 
.clant.  nemoso.  incisivo,  y  ¡ílgimos  de  sus  tratwijos  en  Iji  ms- 
gi£lnitura  conservarán  siem|)rc  ¿m  interís  por  ese  atractivo 
de  la  forma,  que  no  e»  inconriliable,  conin  algunos  pretenden^ 
con  U  seríeilad  y  la   proAuídidad  del  pensamiento. 

Era  un  niafíislrado  (¡ue  inspiraba  respeto  y  era,  al  mÍK- 
tno  lienjpn,  un  hombre  ingenioso,  un  talento  feativo  y  pun- 
íanle; pero  HÍ  alirnna  vez  en  aquellos  Juegos  de  la  gimnasia 
ínleleí-tiial.  que  son  un  plarer  de  la  conversacióti  entre  bi 
gente  culta,  hada  una  lierida  listera,  la  bondad  de  su  ca- 
rácler  se  apresuraba  á  cerrarla,  como  Im  dicbo  muy  bien  el 
doctor  Ocantos  en  su  r&pido  y  oleante  pertil  del  amigo 
ausente  {mra  siempre.  Consagrado  desde  muy  joven  á  la 
magÍKtnitura.  no  mililó  eo  los  partidos  poHlicos  ni  se  su- 
bordini^  &  los  exigencias  de  su  cambiable  nrlodoxia.  Cuandu 
se  Inilalia  iW.  las  eosns  de  la  l^alria,  se  prer>rnpal>n  de  lo 
que  nos  atrae  y  nos  une  y  no  de  lo  que  dividf*  y  separa. 
1^  imagen  del  decano  serft  pronto  robu-afla  en  este  recinto, 
y  la  Facultad  habrá  bonrado  as!  la  memoria  del  que.  antes 
de  entrar  en  la  eternidad  y  erliando  sobre  el  mundo  su 
Última  mirado,  decía  con  modestia  y  con  verdad:  -No  be 
tenido  otra  aspiración  que  dejar,  con  el  deber  cumplid», 
un  nombre  eslimado  en  el  foro,  en  la  sociedad  y  en  la 
familia  ». 

£1  doctor,  D.  José  Marfa  Moreno,  era  ya  conocido  por 
un»  cuantas  generaciones  universitarias,  conocido  y  amado. 
Yo  he  asis'ido  ai  jírinier  curso  de  derecho  civil  dirlado  per 
él  en  enla  (.'niversidad.  No  bub(a  dejado  aún  el  joven  maes- 
tro 8U  uniforme  militar  ni  recibido  todavía  el  titulo  de  abo- 
gado; era  soldado  y  doctor,  pero  ¡«oblado  y  doctor  aul^ntic<is 
quien  nos  íntcíalm  en  las  verdades  de  lu  ciencia  juridicn. 
Uodehlii  y  dijínn.  se  ronqnisirt  pronto,  A  pesar  de  la  serie- 
fiad  de  su  aspecto,  la  simpatía  resjtetuosa  de  los  alumnos. 
Arowinmbraba  í^  decir  que  se  preparaba  día  íi  día.  como 
nosotros,  pora  venir  á  la  clase.  Kl  esmero  escrupuloso  para. 
tillar  de  un  modo  completo  las  materias  del  programa,  po- 
día haberle   sugen'd<i  la  creencia  de  que  eso  era  nepewirio; 


pero  la  verdad  es  que  sus  lecciones  revelaban  desde  en- 
tonces á  un  civilista  perfectamente  informado  en  las  fuentes 
legales  y  doctrinarías.  La  moderación  en  las  opiniones,  la 
sensatez,  la  claridad  y  la  trabazón  lógica  de  los  razonamien- 
tos, eran,  según  mis  recuerdos,  los  rasgos  distintivos  del 
que  había  de  ser  con  el  tiempo  una  celebridad  de  la  cáte- 
dra y  del  foro. 

Su  disertación  de  egreso  en  la  antigua  Academia  de  Ju- 
risprudencia ó,  mejor  dicho,  su  libro  sobre  las  quiebras,  es 
un  trabajo  de  alto  mérito,  citado  con  frecuencia  y  con  pro- 
vecho en  las  aulas  y  en  los  tribunales. 

Al  ejercicio  de  la  profesión  llevó  el  doctor  Moreno  los 
hábitos  y  los  gustos  del  jurista  concienzudo  y  laborioso.  No 
se  limitaba  al  estudio  del  caso;  desarrollaba  toda  la  doctrina 
que  podía  ligarse  con  él  y  ponía  á  contribución,  para  ilus- 
trarlo, las  legislaciones  extranjeras,  buscando  flinaj^  la 
última  palabra  de  la  ciencia  en  la  materia  que 
zonaba  con  vigor,  pero  se  apoyaba  también  en  1« 
y  parecí»,  como  ha  dicho  de  sí  un  homb 
se  avergonzaba  de  hablar  sin  que  su  opinií 
de  graves  autores.  Se  interesaba  en  el  estud 
ramas  de  la  jurispiudencia,  mostrándose  Vi 
las  cuestiones  relativas  al  derecho  mercan 
en  las  de  derecho  administrativo  y  en  las  < 
cuales  se  dedicó  como  consejero  del  Gob 
del  Poder  Legislativo. 

Su  reputación  era  considerable;    pesaba 
que  dan  la   ciencia  y  el  carácter.    Más   de 
ciencia  de  los  magistrados  ha  debido  sufrir 
la  vacilación  al   disentir   de  los    pareceres 
doctor  Moreno. 

Ha  actuado  en  la  política  y  con  especial 
mos  acontecimientos.   No    he  participado   d 
ni  participaría  de  ellas  si,  por  una  hipótesíf- 
su<-esos  á  que  aludo,   desgraciadamente  se 
mitidme  hablar  de  esta  manera  tan  persona 
asi,  no  sólo  para    aceptar  públicamente    la 
de  mis  ideas,  sino  para  acentuar  mejor  la 
mi  respeto  á  la  sinceridad  de  la   conducta 
doctor  Moreno.  Él  ha  tenido  el   amor  y  co 
aípiella  Buenos  Aires,  cuna  de  sus  mayores 


—  43  - 


Ilustro  iíl<»ríosamPmé  el  noiabre  i|uo  lia  Ileviidft  ron  lauta 
tlígntdad,  Ha  sídn  el  últimn  (iuboniador  aiitonoinísta.  Yo 
rfitero  para  él.  para  e\  inue.stn>,  |>ara  el  poIUíco,  el  tiorao- 
naje  de  mi  coiisi duración,  porque  lo  merece  siempre  et  pro- 
ceder sificerii  y  el  amor  fpr\'ient£  á  ta  r.ausíi  i{iie  Ke  juzga 
bueoa. 

Hojr  día  lo  ciudad  d(>  Buenos  Airet»  es  Ui  Capital  de  U 
Ttepñhlica.  I^a  va^a  en  t|tie  nos  hullumos  es  una  ciisa  nario- 
na!,  i>ero  en  ella  m'  levantará  pronto  la  Kstalua  del  doctor 
idoreno.  El  político  ha  nido  vencido:  es  un  hecho  irrevocable; 
pero  era  un  argentino  el  doclor  Moreno  noble  y  abnegado, 
un  mae-slro  en  la  ciüncia  jurídica,  su  nonibrr  (|uedará  en 
los  analcK  palrtot*  y*es  una  ^orin  de  nueslni  L*niverí«idnd. 
Yo  me  honro  en  hacer  su  elogio  después  de  haber  llorado 
-«ii  muerle.  sn  muerte  digna  de  su  vida,  poniue  fuf  la  muerte 
de  un  cri«:tiaiio. 


Discurso  de)  Olpulndo  Nacional,  doctor  Delfín  Gatto,  pronunciado  en 
el  Congreso,  en  la  discusión  üel  proyecto  de  Ley  sobre  Educación 
Común,  el  12  de  Julio  del  año  18B3. 

Me  felicito  de  qiie  la  Cámara  hubiera  resuelto  cerrar  ^u 
ttesióri  ayer,  después  de  terminada  la  admirable  nrenga  qwe 
hivo  ocasión  tle  escuchar.  iireii;ía  que  se  conservará  en  el 
recuerdo  de  los  couteiupurátieos  y  tal  vez  más  a|lá.  cuino  tim- 
bre de  honor  y  de  gloria  para  la  tribuna  argentina. 

Mi  posición,  gracias  i  elh).  se  torno   un  tanlo  menos 
ventajusa. 

Eüpero  habrán  desaparecido  ya  los  efeelos  de^-Aia  especie 
«le  fascinación  que  siempre  ejerce  la    elocueiife  palabra  d< 
iwftor  Dipnt.Tdo  por  Buenos  Aires,  que  duffíiua  y  desluji)A(Ta 
comu  tos  efluvios  de  luz  de  un  brillante/ineteora. 

Me  era  esto  lauto  míis  necesario,  cuMto  que  no-  pienso 
dirigirme  á  la  imaginación  y  al  sentiminilo  de  hr  Cámara; 
nobuüeo  conmover,  si  bien  tongo  la  csptMatiza  íjí^convonrer. 

No  es  »n  vivas  apren-íiones  que  considero  Jíi  uparíciÓEi  de 
eate  debate  en  nuestra  escena  parlamentarirfT 

Nada  )mede  ser  más  peligroso  para  esKÍs  jóvenes  socieda- 
des aiiiericafioü  que  la  comijlicaeíón  d^  Imlas  sus  prüblemas 


—  SE4 


pulilicoti  y  suciulógicos.  cotí  latontrovorsía  rdifíiosa  que  tant» 
han  C'4iniii()vído  y  coiiLínúit  cuniiiovicMido  al  niiiriilo. 

Los  progresos,  las  instiluciones.  la  libortiul  miHtna,  b«  ver&a 
coinproiiiclidaií  y  faJseaUas  en  sus  lu^ítiinas  esperanzas  de 
deRíirroilo  el  (tía  en  que  los  parüdos  p(»Ulicos,  encardados 
de  llevar  esas  aspiraciones  á  la  piíicUca,  tomeu  como  bande- 
ras de  reunión  y  de  combate  y  comn  objetivo  prinripal  de 
sus  esfuerzos  las  ideas  religiosas  tan  susceptibles  de  extra- 
vío en  las  niasaN. 

Las  banderas  políticas  podrían  Irunsforuiarse  en  los  sao- 
grienlos  pendones  de  otras  época»,  con  escándalo  del  siglo 
y  de  la  civilización  actual. 

Jamás  se  refíolvieroii  con  acierto  las  cuestiones  socíalc» 
que  forman  lu  unión  de  Ior  pueblos,  cuando  las  solucioncH 
se  inspiraron  en  intereses  de  seda  y  en  consideraciones  de 
orden  puratnerrte  r<>lí>íioso. 

Felizmente  basta  ahora  hemos  escapado  á  esa  clase  do 
peligros,  y  hemos  escapado  pori]ne  niie.^tros  hombres  públí- 
c-os,  comprendiendo  tuda  la  jirnTundidad  del  abismo  á  que 
podríamos  encontrarnos  arrastrados,  han  orillado  esta  clase 
de  cuestiones  lomando  siempre  soluciones  prudentes  en  las 
que  se  aprecialw  la  verdadera  situación  de  los  espíritus  en 
la  Uepúblíca,  cambiándose  en  lo  posible  tas  exigencias  de  la 
libertad  con  los  intereses  de  la  iglesia  dominante  en  el  país. 

Desgraciada  in  en  le  se  ha  olvidado  en  este  caso  esa  regla  de 
conducta:  la  cuestión  viene  á  Ir»  Cámara  y  yo  decía  que  la 
veo  con  vivas  aprensiones,  pues  ante  las  pasiones  que  des- 
pierta y  en  medio  de  la  atmósfera  ardiente  que  ha  rlesarro- 
llado,  temo  que  ella  puede  ser  la  chispa  productora  de  un 
incemlio  peligroso. 

Pero  por  lo  mismo  que  la  cuestión  (icne  una  importancia, 
tan  trascendental,  no  me  es  posible  guardar  silencio  y  me  etf 
forztíso  ciunplir  con  el  estricto  deber  que  mi  posición  me 
impono,  contribuyendo  en  la  esfera  de  mis  fuerzas  á  que  no 
predominen  ideas  ó  tendencias  qnc  veo  levantarse  con  inu- 
silado  vigor,  y  que  considero  funeslas  para  el  desarrollo  de 
la  libertad  y  del  progreso  de  mí  patria. 

Señor  Presidente:  lo  he  dicho  otra  \ez  desde  lo  alto  de  esta 
misma  tribuna,  y  creo  necesario  repetirlo  en  esta  ocasión: 
tongo  el  más  profundo  respi-to  por  la  religión  católica;  ha 
sido   la   fe   de   mis    padres,  i's  docir,  de  los   que  inculcaron 


—  23  — 

en  mi  alma  los  sentimientos  de  virtud  y  honradez  que  puedo 
abrigar,  y  es  la  religión  de  la  inmensa  mayoría  del  pueblo  á 
quien  representamos  en  este  recinto;  no  soy  tampoco  de  los 
que  piensan  que  el  catolicismo  es  irreconciliable  con  la  li- 
bertad. 

La  aproximación,  si  fuera  exacta  sería  desconsoladora,  sería 
terrible,  como  lo  hacía  constar  el  señor  Diputado  por  Cór- 
doba, doctor  Achaval. 

No  es  posible  arrancar  en  un  día  del  seno  de  los  pueblos 
la  fe  religiosa  en  que  han  sido  educados.  No  se  extirpan  los 
sentimientos  que  tienen  siglos  de  existencia,  sobre  todo  cuan- 
do esos  sentimientos  son  de  pueblos  que  se  elevan  hasta  la 
divinidad,  con  la  misma  facilidad  con  que  el  hacha  del  leña- 
dor derriba  á  los  colosos  de  la  selva. 

Si  aceptáramos  semejante  doctrina,  sería  pues,  hacer  la 
declaración  de  que  por  largos  siglos  la  República  Argentina 
está  condenada  á  la  ignorancia,  á.  la  pobreza  y  al  atraso. 

No.  Para  ser  grandes,  poderosos  y  libres,  no  necesitamos 
violentar  la  conciencia  de  nuestras  masas  haciéndolas  abju- 
rar de  creencias  que  le  son  caras,  pues  se  ligan  con  las  tra- 
diciones más  sagradas  y  con  los  más  nobles  sentimientos  de  la 
naturaleza  humana. 

Pero  para  que  ese  resultado  se  consiga,  es  menester  que 
el  catolicismo  no  enturbie  tampoco  las  puras  fuentes  de  su 
origen,  que  no  se  extravíe  por  senderos  obscuros,  y,  sobre 
todo,  que  no  pretenda  erigir  en  dogma  ciertos  principios  como 
aquellos  que  con  tanto  espíritu,  con  tanto  ingenio,  con  tanta 
habilidad  aunque  con  tan  poco  éxito  defendió  el  señor  Dipu- 
tado Goyena,  principios  que  están  en  contradicción  con  el 
dogma  de  la  soberanía  del  pueblo,  con  la  libertad  de  con- 
ciencia, con  la  libertad  de  pensar,  con  la  libertad  de  la  pren- 
sa, es  decir,  con  todas  las  grandes  conquistas  que  el  espíritu 
humano  ha  alcanzado  tras  tantos  siglos  de  obscurantismos,  de 
luchas  sin  tregua  y  de  esfuerzos  heroicos.  (¡Míiy  bien. 

Con  estas  ideas,  mi  trabajo  debe  principiar  por  establecer 
la  verdadera  naturaleza  de  la  cuestión  á  la  que,  en  mi  opi- 
nión, se  ha  llevado  á  alturas  que  no  merece. 

Es  menester  volverla  al  terreno  de  la  práctica;  al  terreno 
humano,  sacándola  de  las  regiones  del  cielo. 

Debo  hacerlo,  sefior  Presidente,  aun  cuando  no  sea  más 
que  para  tranquilizar  la  conciencia  de  los  que,  acompañan- 


donos  con  sus  simpatías,  temieron   ver  comprometida  por 
nuestras  doctrinas  la  fe  que  encierran  sus  corazones. 

Voy,  pues,  á.  tratar  de  demostrar  que  esta  no  es  una  cues- 
tión de  dogma  católico,  que  no  es  esta  una  cuestión  de  doc- 
trina religiosa;  que  es  únicamente  una  cuestión  política,  una 
cuestión  social,  una  cuestión  de  carácter  temporal,  una  cues- 
tión de  predominios,  de  inñuencia,  de  dominación  para  la 
iglesia. 

Y  colocándome  en  este  terreno,  la  Cámara  no  extrañará 
que  abandone  en  todo  lo  que  me  sea  posible  las  regiones 
de  la  especulación  'filosófica  y  del  misticismo  ardiente,  para 
buscar  principalmente  en  nuestra  Constitución  y  en  las  leccio- 
nes saludables  de  la  historia,  esa  madre  de  todas  las  ciencias 
políticas,  la  luz  que  debe  servirnos  de  guía  en  el  examen 
de  la  cuestión. 
La  cuestión  no  es  de  dogma. 

El  dogma  es  por  su  naturaleza  uno,  invariable,  inmutable: 
no  admite  transacciones  ni  contemporizaciones.  En  todos  los 
climas,  en  todas  las  latitudes,  en  la  prosperidad  y  en  la  des- 
gracia, cualquiera  que  sea  el  m'vel  social,  bajo  Nerón  ó  Cons- 
tantino, en  el  siglo  m,  ó  en  el  siglo  v,  ó  en  el  siglo  xix,  el 
dogma  se  presenta  como  la  palabra  de  Dios  mismo;  no  es 
susceptible  de  reformas  ni  de  pei'feccionamientos. 

Así,  si  á  la  Iglesia  Católica  se  le  dijera:  queremos  transar 
respecto  de  la  divinidad  de  Cristo,  del  de  la  Santísima  Tri- 
nidad, del  de  la  Eucaristía,  de  cualquiera  de  los  que  forman 
la  base  de  aquella  religión,  contestaría  con  una  sonrisa  de 
desprecio,  si  es  que  no  hiciera  más:  mandar  al  insensato 
que  tal  cosa  propusiera  á  un  hospicio  de  alienados.  Mien- 
tras tanto,  yo  puedo  demostrar  con  el  ejemplo  de  lo  suce- 
dido en  tiempos  contemporáneos  que  la  Iglesia  no  ha  tenido 
una  doctrina  uniforme,  invariable,  respecto  á  todas  las  mate- 
rias que  pueden  ser  parte  principal  de  una  ley  de  educación. 
Y  si  alcanzfi  á  conseguir  mi  objeto,  como  lo  espero,  me 
parece  que  habré  apartado  de  la  disensión  aquello  que  puede 
ser  más  peligroso;  habré  calmado  las  conciencias  timoratas 
y  habré  probado  que  no  es  esta  una  cuestión  de  dogma 
religioso. 

En  materia  de  enseñanza,  los  puntos  principales,  los  pun- 
tos cardinales  que  ella  abarca  y  que  tienen  que  servir  de  base 
á  toda  legislación    en  el  estado  actual  de  la  ciencia  pedagó- 


—  «7  — 


líoii  los  8 ¡guie II (es.  primero,  la  libertarl  do  lu  enseñanza; 
^^Uudo,  eiiHenai)7a  obli^ahtri»;  ten-ero,  la  ^raluidail  de  la 
«nseflanza;  cuartu,  la  laicidad  de  la  entieñaiizu. 

Veamos,  señor  Presidente,  cuál  lia  sido  la  doctrina  y  la 
política  de  la  lgle»¡a  Católica  respecto  A  cada  uno  de  estns 
distintos  puntos: 

fyt    litirrfafl  iifí  cnneiíansa. 

I>a  4lortrína  déla  li^lesia.  la  doctrina  implantada  por  ella, 
^donde  <)uieni  (pie  lio  podido  ejeifer  influencia  decisiva  en  los 
gobiennis  lenipnrale^,  ha  sido  la  .siguiente:  la  enseñanza  corres- 
ponde exctu-sívaineiile  al  clero.  Se  fundaba  para  ello  en  las 
santaif  palabras  del  RvanKelí».  cuando  Jesñs  decía  á  los  a|>Ó!í- 
Inlos:  *lft  ¡I  eiiseütul  ñ  iodoy  Uj»  homhreM  tte  la  lierní '.  Kl 
slero,  eoníiideráudose  el  único  depo-sítario  de  la  palabra  ríe 
Cris(<r.  y  apoyándose  en  ese  prereptn.  dei>(a:  soy  el  Anico 
ene«ir;fndo  de  ir  á  enrteñar  á  l<w  pueblon  de  la  tierra;  por 
coiLsiguiente.  la  tarea  de  la  enseñanza  es  de  mi  propiedad 
«icliisiva,  y  sólo  corresponde  á  los  ministr»s  del  Evanvelio: 
)>orque  toda  enseñanza,  teniendo  tpie  reposar  en  la  moral  y 
en  la  religión,  sólo  Ins  rpie  ^on  depositarios  de  ella  pueden 
enM'ñarhi  debidamente. 

Siu  embargo,  la  formación  de  las  MH-iettades  modernas  cam- 
bia y  aparece  una  India  tremernla  en  uno  de  los  pueblos  que 
marchan  á  la  van^n.-irdia  de  la  cívtliíLación:  principia  á  dis- 
vulirse  en  Kranrla  una  ley  de  educación,  prmcipian  sus  hnm- 
bres  públicoet  6  apercibirse  ile  lo»  (mliyírns  de  la  enseñanza 
que  se  diibd  por  eíertas  rnn;:re[íacioni'S  ridi^rlosiis.  principios 
completamente  contraríos  á  la  teorías  y  dn^nnas  i-epublica- 
nos,  principios  tendentes  ñ  hacer  creer  Ti  los  niños  que  la 
Francia  no  era  una  República,  un  Gnbiorno  que  re|M»Baba 
en  la  base  do  la  sobcnmíü  tle!  pueblo,  sino  una  monar<|ufa 
lie  derecho  divino,  ron  nii  líey,  elegido  por  OÍos. 

Los  Poderes  Políticos  de  la  Francia  »e  creen  en  la  nece- 
sidad de  re»^nmrdarse  contra  soinejantes  peliírros.  y  presen- 
tan enlnncos  aquella  famosa  ley  Ferry,  en  virloil  de  la  cual 
ae  enlre;^ Im  al  Estado  la  Kducarión  completa  de  la  juventud, 
suprimiendo  todas  acpjellas  ensf^ñaiizas  f|ue  considera tw  incon- 
c¡l¡:i''        f-n  la  Repi'iblicíi  y  la  libtrtad. 

.N  •  á  ilisf'utir  en  este  inonipnln  si  los  Poderes  Polí- 

tiooH  dfi  la   Franeia   tenían  ó  no   nwóri  sobre  este  punto; 
qutertj   ánic^imente   bacer  i-onslar  ipie,  en  presencia   de  esa 


situncjói],  la  política  do  la  Iglesia  es  compI»*taMieii(e  contraria 
ú  lo  que  aillos  Imtiiu  sosltíijiílo.  Knloiicps  ya  no  dice  que  es 
únicamcnlc  el  clem,  el  sacerdocio,  el  que  es  de|)08Ílani)  de 
la  palabra  divina,  el  que  tiene  el  dereclio  de  enseíiar  á  la 
juventud:  entonces  se  prescitln  levantaniio  en  alto  el  prín- 
ííipio  lióla  lihertad  de  ehücñanM,  dicitMido:  en  numlire  de  la 
liliertiid  sa^rnilíi.  \ii.solnis  no  poíléis  diL^nr  esa  ley  de  ex- 
clu.sión.  I^  lílierlijd  do  enseñanza  os  un  derecho  supremo,  es 
uno  de  los  deicclios  primordiales,  por  cuanto  es  de  los  que 
aTeclan  iníís  direelaniente  a)  dettarrollo  social  y  moral  del 
hondire^  á  quien  Lo  toma  desde  la  infancia,  en  la  T-poca  en 
que  las  ideas  y  los  senliinienlos  se  arraigan,  lomantlo  canlcter 
y  fisonomfa  propios. 

Se  ve,  pues,  como  la  Iglesia  viene  á  sostener  en  nombre 
de  intereses  transitorios,  iU>tcrmÍnado.s  por  una  situación  es- 
pecial, la  libertad  de  la  eriseftauza  coQdeuada  en  otras  partes 
y  en  distintas  situaciones  temporales,  por  no  considerarla 
conforme  á  los  principios  del  Kvangelio. 

Paso  ahora  al   segundo  punto:  la  [enncíianza  Miyahria. 

Im  etis('nnn/a  obligatoria  no  puede  decirse  que  sea  una 
conquista  reciente,  de  estos  tiempos. 

I^a  Iglesia,  aun  cuando  con  formas  que  iu>  puedo  aceptar, 
la  viene  ejecuianlando  hace  muchísimo  tiempo.  Todos  los 
que  han  abierto  alguna  vez  las  pátiinas  de  la  hislnrla.  han 
podido  ver  á  los  miembros  de  la  Iglesia  arrebatíindo  del 
seno  de  laét  madres  protestantes  6  infieles  k  los  niAos  á  lin 
de  darles  educación  católica,  y  ile  salvarlos  para  el  Cielo. 
Ese  es  el  principio  de  la  enseñanza  obligatoria  sostenido  por 
la  Iglesia,  aun  liajo  esa.s  formas  tan  crueles  y  tan  violentas. 

Sin  embargo,  en  Francia,  ahora  misino,  lodos  los  propa- 
gandistas, todos  tos  enemigos  de  las  teorías  domlnaiiles  en 
aipiclla  gran  nación,  dicen:  no;  la  enseñanza  uo  puede  slt 
obligatoria^  esa  teoría  del  Estado  docente,  del  Estado  que 
líenc  derecho  para  imponer  una  ensefianKa  al  nÍQo,  no  es 
una  teoría  conciliable  con   la  libertad. 

La  verdadera  teoría  es  aquella  que  iuipone  á  los  padres 
exclusivamente  el  deber  de  educar  á  sus  hijos,  porque  esa 
es  función  que  á  ellos  sólo  les  corresponde,  que  les  viene  de 
lo  Alto,  de  Dios,  y  está  consagrada   por  la  patrín  potestad. 

No  hay  pues,  lampoco  unidad  en  el  sistema  de  la  Iglesia, 
respecto  de  la  enseñanza  obligatoria. 


—  30  — 

nes  y  los   individuos  particulares  no    podrían  bacer  jamás 
una  competencia  activa  y  eficaz  al  Estado  docente. 

Se  ve,  pues,  cómo,  aun  sobre  este  punto,  ta  doctrina  de  la 
Iglesia  ha  cambiado;  no  ha  sido  invariable. 

Pero  llegamos  al  cuarto  punto,  capital  en  esta  discusión: 
la   laicidad  de  la  enseñanza. 

La  doctrina  de  la  Iglesia,  respecto  á  la  enseñanza  laíca  ó 
religiosa,  ha  sido  establecida  con  gran  elocuencia  por  el  ora- 
dor que  me  ha  precedido  en  ei  uso  de  la  palabra. 

Sí,  señor  Presidente;  la  Iglesia,  lo  que  prefiere  sobre  todo, 
es  que  la  enseñanza  sea  religiosa,  católica,  y  que  esa  ense- 
ñanza religiosa,  católica,  sea  dada  por  el  Estado,  que  en  ese 
caso  no  será  sino  —  según  la  frase  usada  por  un  pensador  — 
el  general,  el  brazo  armado  de  la  Iglesia. 
Esa  es  su  doctrina. 

Sin  embargo,  aun  sobre  este  punto,  que  tan  delicado  pa- 
rece por  lo  que  podía  comprometer  los  intereses  más  per- 
manentes de  la  religión,  la  doctrina  de  la  Iglesia  no  ha  sido 
uniforme;  y  para  demostrarlo,  no  voy  á  decir  una  novedad 
voy  á  insistir  sobre  algo  que  ha  tocado  ya  el  señor  Diputado 
por  Buenos  Aires,  doctor  Lagos  García. 

Una  sociedad  se  funda  en  Irlanda,  una  sociedad  privada 
que  enarbola  como  pendón  esta  gran  idea:  vamos  á  levantar 
ú  esta  noble  raza  de  la  postración  en  que  yace;  vamos  á 
levantarla  por  el  único  medio  radical  y  eficaz;  vamos  á  le- 
vantarla educando  las  masas,  formando  niños  suceptibles  de 
ser  hombres  libres  y  civilizados  más  tarde.  Esa  sociedad  em- 
pieza su  patriótica  misión;  pero  se  encuentra  con  la  dificul- 
tad consiguiente  al  estado  de  aquel  país;  la  Iglesia  Protestante 
predomina  por  un  lado,  como  imposición  de  la  raza  con- 
quistadora; pero  la  inmensa  mayoría  es  católica,  y  quiere  ga- 
rantías para  sus  tradicionales  creencias. 

La  fuerza  misma  de  las  cosas  impone  una  transacción,  y 
ella  se  encuentra  en  ei  sistema,  que  ya  había  sido  empleado 
por  otro  países  con  admirable  resultado:  en  el  término  medio 
de  la  escuela  neutra  en  la  cual  se  da  únicamente  la  ense- 
ñanza de  la  moral,  común  á  todos  los  hombres  civilizados^ 
dejando  la  enseñanza  de  los  dogmas  revelados  al  cuidado 
de  las  familias  y  de  los  ministros  de  los  distintos  cultos. 

Gomo  era  de  esperarse,  la  solución  provocó  dificultades  y 
divisiones  entre  los  mismos   católicos  de   Irlanda,  los    tole- 


—  ai- 
rantes de  UD   lado,  el  clero   y  los  exagerados  del   otro:   la 
misma  lucha  que  presenciamos  entre  nosotros. 

Los  católicos  tolerantes,  los  que  comprendían  las  verda- 
deras necesidades  de  su  país,  decían:  debemos  aceptar  este 
sistema,  debemos  mandar  nuestros  niños  á  la  escuela.  Es  la 
única  manera  de  levantarnos  y  de  ser  grandes;  en  cambio  los 
otros,  operando  á  la  antigua  doctrina,  sostenían  que  eso  no 
podía  aceptarse  en  nombre  de  los  intereses  religiosos,  y  la 
lucha  tal  vez  habría  esterilizado  los  nobles  esfuerzos  com- 
prometidos en  la  tarea,  á  no  nacer  la  idea  de  someter  la 
controversia  al  único  que  podía  resolverla,  es  decir,  al  Pon- 
tífice Romano,  al  Jefe  Supremo  de  los  fieles. 

El  Papa  Gregorio  XVI,  por  medio  de  una  carta  que  se  ha 
citado  por  el  señor  Diputado  por  Buenos  Aires,  doctor  Lagos 
García,  contestó  dando  la  razón  al  partido  de  la  tolerancia 
y  diciendo  que  no  debía  en  Irlanda  enseñarse  la  religión  en 
las  escuelas,  que  no  debía  en  Irlanda  hacerse  una  cuestión 
sobre  este  punto,  y  que  debían  los  párrocos  que  habían  es- 
tado prohibiendo  á  los  niños  asistir  á  las  escuelas  en  nom- 
bre del  sentimiento  religioso  abandonar  la  resistencia  y  so- 
meterse á  las  exigencias  de  la  nueva  situación. 

Resultado:  cien  míl  niños  solamente  asistían  á  las  escuelas 
en  1825;  cerca  de  un  millón  se  contaban  en  1870. 

3e  ve,  pues,  que  la  Iglesia,  que  sostenía  en  el  Concordato 
con  el  Austria  la  enseñanza  religiosa  como  Condición  indis- 
pensable; que  sostenía  lo  mismo  en  el  concordato  con  el 
Ecuador  y  demás  Repúblicas  americanas  que  se  han  citado, 
cambia  de  sistema  ante  la  influencia  de  los  vientos  domi- 
nantes y  cuando  puede  encontrar  comprometida  su  autori- 
dad y  su  prestigio. 

Lo  mismo  ha  sucedido  en  Holanda,  donde  los  Obispos 
Católicos  han  sido  los  grandes  propagandistas  de  la  escuela 
neutra  para  combatir  la  influencia  de  la  atmósfera  reJiffiosa 
protestante  en  los  establecimientos  de  educación;  y  triunfa- 
ron uniéndose  con  ese  objeto  á  los  partidarios  de  la  libertad 
de  conciencia,  es  decir,  á  los  protestantes  esclarecidos  y  li- 
berales. 

Esto  es  lo  mismo  que  ha  triunfado  en  Bélgica,  con  pro- 
testas, es  cierto,  pero  con  protestas  que,  según  me  informan, 
(no  puedo  asegurarlo,  porque  no  tengo  los  datos  exactos) 
acaban  de  ser  condenadas  por  el  mismo  Pontífice  Romano. 


—  32  — 


Se  ve,  pues,  seftorPresiJentc,  que,  no  habiendo  tenido  la 
Iglesia  una  polílúüi  miiToriiic,  <¡uc  rii>  hnhicuclu  li*ni(ío  sobre 
todos  eslos  puntos  una  doctrina  invuriablc,  no  puedo  con- 
siderar que  sea  esta  una  cuestián  de  dogma,  que  »ea  esta 
una  cuestión  que  afecte  al  c>itol¡i*Í»nto  ni  fl.  la  conciencia  de 
loH  e.xí|2[eu1es.  ¿t)u6  es.  eiitoncifs?  Lo  he  diclio  ya:  e»  una 
cuestión  de  carácter  temporal:  es  una  cuestión  lie  preiJoini- 
nio.  de  influencia,  de  dominación  para  la  ]^'Ie»ia. 

Me  bastaría,  señor  Presidonte,  para  demostrar  lu  que  acabo 
de  alinnar,  examinar  el  proyecto  de  la  Comisión  y  estudiar 
lijeramente  las  consecueucias  del  artículo  en  que  esíK  es- 
tablecida la  cnseflanza  roliffiosa. 

\/,i  Comisión  ilicc:  -ha  enseftanza  religiosa  debe  ser  dada 
como  materia  ol)li(;aloria  por  los  maestros  de  las  escuelas». 
Corolario  inrtispeníiable:  el  maestra  debe  ser  forzosamente 
Católico,  Apostólico  Itomnno. 

Pero  como  es  posible  que  el  maestro  sea  solo  católico  en 
la  apariencia  y  (|ue.  so  preti^xlo  de  enseñar  religión,  lleve  el 
veneno  al  espíritu  de  los  üÍ»c[pulos  iniciándoles  en  doctrinas 
perversas  desde  el  punto  de  vista  católico,  es  fuera  de  cues- 
tión que  sería  indispensable  encomendar  á  la  autoridad  ecle- 
siástica la  inspección  del  orloiloxismo  de  la  doctrina  enseñada. 

Como  consecuencia,  pues,  del  artículo  de  la  Comisión, 
tendríamos  furzosaiuenle  que  ir,  hoy  ó  uiañanu,  &  establecer 
la  intervención,  la  vigilancia  directa  del  clero,  cuando  menos 
en  lo  que  á  la  enseñanza  de  la  religión  se  rellriera,  para 
asegurarnos  <li'S(iní"'s  que  la  religión  era  dada  con  arreglo  ft 
loá  dogmas  que  la  Iglesia  reconoce  y  proctama. 

Pero  no  bastaría  esto:  en  \as  otra»  clases  podría  balwr 
también  ciertas  materíaí^  (|ue  se  rozaran  con  la  religión;  po- 
dría haber  la  clase  de  filosofía,  por  ejemplo,  las  clases  de 
ciencias  naturales,  etc.,  etc. 

Entonces  correríamos  el  |»eligro  de  que  también,  so  pre- 
texto de  esluitiar  cicnfias  naturales  Ó  ftlosóriciis,  se  enseñara 
ciertas  cosas  que  pudieran  ser  contrarias  á  lo  que  mamla 
la  Iglesia,  y  en  tal  caso  tendríamos  por  i*csultado  que  la 
autoridad  ecIesiíUtica  debiera  ser  la  directora  superior,  la 
directora  única  de  la  enseñanza  eli  la  Hepiiblica  Argentina. 

¿Con  qu^  otijeto?  No  es  difícil  descubrirlo.  La  Iglesia  no  lo 
oculta,  y  seguramente  no  seré  yo  el  primero  en  indicarlo. 

La  Iglesia  no  ha  olvidada  sus  antiguas   teorías,  tendentes 


--33 

al  prednuiiiiíu  de  «'lia  sol)rú  todos  [o8  podtírea  leoiporales: 
^Todü»  los  lioinlircí-,  iiuri  h>s  I'ríni-ipes  clt^  la  lifirní,  ilt-hen 
••iaclíoar  la  cabeza  aiile  los  saí;t*rdot4.'s «-,  dicen  los  DecroUi- 
lee.  «Asi  como  el  cuurpo  sfi  8uhordiua  al  espíritu,  asf  lain- 
•«bién  loH  poileres  te:ii|>DraI«t9  deben  Kubordíiiarsc  al  Pr>der 
-•  G^pírilual,  que  cs^  el  riiús  alio,  el  más  uoblü.  t^l  ¡tiinedialo 
-ik  DioR»,  dice  San  Biieiiavenliíra,  utio  ilc  los  frrandí'j*  Padres 
^e  ]&  Iglesia. 

K»la»  ROii  las  dortriiwus  que  la  lKll^sla  ha  proelaiiiadn  y 
■en  rirhid  Je  las  cuales  el  sacerdocio,  con  <?i  Sutno  Poidilice 
á  Hu  Trenlc  y  como  representantes  del  Poder  Espiritual,  debo 
«jercer  prepondera uria  inmcdiala,  clirccta  y  oniiiipotenta  so- 
bre todos  Idri  poderes  tein)>oral(*s  de  la  tierra. 

No  creo,  señdr  PivsidLMile,  i|ue  esto  se  consiga  dado  el 
«slado  de  la  cívilixación  en  el  mundo;  pero  ai  leíoo  que  itl- 
giinns  pueblos  que  no  oaláti  muy  avafiz.a<In.<<  en  la  r.scala 
social:  que  algunos  pueblos  romo  el  Kcuador  y  otros  de 
nue«tra  raza,  que  aún  se  encuentran  sumidos  en  una  í«eiut- 
barbarre,  debido  h  la  tnstabilíilad  de  sus  intíliluciones  y  A 
las  revolucione;;  sin  cuento,  puedan  raer  en  la  celada  ten- 
dido. Y  yo  desen.  ;-cñur  I*rfi!Ídralc.  que  nosotros  no  pon- 
amos ni  la  niAri  |)equena  piedra  (|uc  pueda  contribuir  al 
le^vaniamiento  de  ese  nuevo  edilício. 

No,  scOor  Presidenle. 

Yo  no  entrara  ú  discutir  este  punto;  pero  mc  parece  que 
no  liabrA  en  la  Cámara  dos  opiniones  al  res¡}ecto. 

Me  i^irece  que  después  de  todos  los  adelantos  que  lia 
realÍT^ido  la  luiinuiiidad,  nadie  podrá  flost^ner  la  convenien- 
cia, la  utilidad  )mra  la  Hepi'ddica  Ar;i:pntÍnH  He  que  el  Poder 
Espiritual,  de  que  el  p<Mltir  de  Iok  Papas,  viniera  á  imperar, 
A  predominar  «obre  el  poder  temporal,  es  doeir,  sol)re  la 
«oberjnia  del  pueblo,  quy  es  la  base  de  todo  Cíobíenio  po- 
lítico rn  la  actualidad. 

^'o,  scfior  Presidente. 

Y  |>ara  CAunbatir  esto,  si  altaino  qiiisier.a  combatirlo,  mc 
baüLaria  apelar  á  las  lecciones  de  la  historia. 

ICI  predominio  thd  cloro,  el  predominio  de  la  If^lettia,  la 
supremacía  del  Poder  li^spiritual  sobre  el  podi-r  tem|)nral, 
son.  mt  los  tiempos  antiguos,  las  cartas  sar«^rdntales  del 
Egipto  y  de  la  ludía;  »oii  en  la  Etl.id  Media.  Híldebrando 
<ó  luuccncio    IV,  poniendo   su    panluila   pontifical    sobre  la 


Ok«it.iu  A*UK>Ttk>—  Tbmo  tY. 


-  34  - 


Cftpviz  dp  los  Rfiyes  y  dispnníendi)  A  su  antojo  de  puclilos 
y  de  tronos;  son  en  los  tiempos  inoricmos  KelipR  II  y  Fe- 
lipe JII  decretando,  no  diré  la  Inquisición,  no  quiero  renor- 
dar  horrores  en  este  deliate,  pero  deerelando,  sí,  la  expul- 
sión de  los  judíos  y  de  los  moros,  miiUndo  por  ese  golpe 
la  industria  y  la  riqueza  e^pañola^  y  provücando  esa  Icrriblo 
decadenein  de  una  de  las  razas  más  nobles  y  más  >'irí)es 
que  han  honrado  á  la  especie  humana.  (Aplai^tsos  en  la  burra). 

El  predominio  de  la  Ijílesia  es  en  Francia  Luís  XIV  que, 
olvidando  In  allfvez  de  los  primeros  días  de  su  reiua<lú  y 
en  sus  últimos  momentos.  Iiajn  la  influencia  de  los  jesuítas 
y  de  un  confesor,  dncreta,  no  citaré  tampoco  las  Dragona- 
das,  perú  sf  a(|uella  n^lolire  revocación  del  Kiliclu  de  Xan- 
tes  que,  al  mismo  liempf>  que  arrebataba  á  su  Patria  los 
elementos  má»  puros  de  su  sangre,  dabu  la  seftal  del  des- 
prestiffi»  ilcl  trono  do  ('¡irln  Miígno  y  úp  San  r*uís,  que  debía 
rodar  hecho  pedazos  en  el  patíbulo  de  Luís  XVI,  i'sa  vir.li- 
ma  expiatoria  de  crímenes  ajenos. 

No,  señor  Presidente;  no  es  posible  que  en  la  Hepi'iblíra 
Ar^renlina  se  acepten  doctrinas  semejantes. 

Pero  se  nos  dice;  procetliendo  cotuo  vosotros  queréis,  vais 
¿  extirpar  el  sentimiento  religioso  en  nuestros  pueblos;  vais 
á  formar  generaciones  de  criminales,  vais  á  levantar  el  ateís- 
mo sobre  la  ruina  d<>  tos  aliares  en  que  se  iidora  al  Mártir 
del  Grtlgotii.  ¡Temblad  p(>r  el  porvenirl  ¡KI  eoniunisnio  y  el 
níbilismo  son  la  consecuencia  del  desprecio  por  la  moral  en 
los  pueblos! 

Señor  Presidente:  si  yo  hubiera  entrado  en  esln  Cámara 
por  primera  vez  ruando  hablaba  cual<|uieru  de  los  señores 
Piputados  <|uo  hacían  semejantes  afirmaciones,  seguramente 
me  habría  quedado  aterrorizado;  habría  sentido  vacilar  mi 
conciencia  y  habría  mirado  quizá  con  horror  á  los  defen- 
sores de  tan  horrenda  doctrina. 

Soy  de  aquellos  en  quienes  el  sentimiento  religioso  vibra 
siempre  con  fervor  y  con  intensidad,  y  no  cslarA  jamás  en 
favor  de  teorías  que  tiendan  á  extirparlo  en  mi  Patria, 

En  esto  estoy  de  acuerdo  con  el  señor  Diputado  Goyena: 
no  puede  haber  una  sncinlad  civilizatla  (pie  no  se  incline 
reverente  ante  la  Pivimdad,  robijándose  bajo  su  amparo  y 
pidiéndole  sus  inspiraciones. 

Pero  si  e-sla  convicción,  que  parte  de  mi  alma,  nobnstara» 


—  35  — 


kdla  se  TortalccfTÍa  con  los  ejeiuplos  <]ue  se  arrancan  *Uf  la 
historia  ilet  tieM'itvolvimieiilu  hiinuin». 

Efdurliail  la  hist<iria,  CüLudiad  la  vida  de  los  pueblos  ea  lo» 
tienitws  anli^ruos  y  eu  los  Lieiupos  modernos,  y  ¿qué  encon- 
I . ._-:  ^  I  1 ,  :j>¡ir¡ciúii,  la  ruina,  la  decadenria  di'  titdas  aqtie- 
»  quií  no  supieron  conservar  el  senlimíeiilo  re- 

ligioso en  BU  s<Mio  6  que  lu  dejaron  extraviarse  por  nimbos 
equ^oc.ado8. 

La  derjdeneia  del  mundo  aalijíuo  ha  principiado  rtiand» 
los  antiguos  republicanos  de  Rom-;  empezaron  ¿  levantar 
altarvíi  y  &  colocar  en  el  número  de  sus  dioses  ú  sus  Ce- 
sares san|j;uinarios. 

Y  fué  necesario,  para  poílnr  infundir  nuevo  vigor  y  nuera 
savia  á  aquel  euerpo  decrépito,  el  esfuerzo  supremo  que  el 
<  ¡9mo  obÜíTÓ  á  realizar  &  la  hinnanídad  para  t^alv^irla- 

it-...  • -*  liabn'a  sido  ímposiblr  encoiilrar  todavía  fuegu  de- 
lajo  de  lus  cenizos;  ese  fueijo  sagrado  que,  traii^ftirmando 
la  naturaleza  bárbara  de  la»  raza^  iuvaeoras,  vino  ú  apro- 
ximarlas &  la  ^'ran  misii'm,  al  perriífcioiiarniento  riHislante,  aun 
á  travt-.>4  de  la^  tinieblas,  de  las  v¡oisllude:i  y  de  las  caídas. 
Sigo  adelarde,  seflor  Presidente:  llego  al  siglo  xvi.  Todo 
florece  revestido  de  colores  hermosos,  todo  parece  ilutninadn 
(i  -  '     !:iz.  Es  el  prinr.ipio  de  una  nueva  era.  Lasar- 

ía -.  Ins  letras  se  dfS[ñi«rtan  de  su  sueño  serular; 

el  mundo  m  agranda,  la  riqueza  aumenta,  los  pueblos  se 
'  r:  t's    la    época    fiel  Keiuicimiento.    Sin    embarífo,    vs 

u ii  la  ^-poca  de  una  decadencia  en   el  sentimiento  rcli- 

jfgioso.  Y  como  consecuencia  de  esa  decadencia,  vemos  la  for- 
mací<)n  de  monarquías  absulutas  en  toda  la  Rurnpa,  matando 
>'  itu  ronuinal  que  había  .toslenído  hasta  entonces  las 

I  M'ít;  viMOOtí,  sefior  IVcsiiIenle,  que  desaparecen  las  üe- 

púhlícas  Italianas  y  que  apenas  (¡uiMlan  en  pie,  como  doc- 
trinas, como  hechos  un  materia  pnlítíra,  el  despotistno  de 
derecho  divino  y  la  obediencia  servil  para  los  pueblos. 

¿Cómo  pudo  salvarse  el  mundo  de  semejante  mal?  Fué 
tambii^n  ne<M%sario  que  un  Tralle  obscuro  de  Alemania  diera 
'■       '      '  íesla    que  obliffó  A  la  misma  I^ilesia  á  refor- 

r<  ^    vtdu  los  vicios  que  la  desjionraban,  al  mismo 

líempo  que   despertaba  la  independencia   individual  en  las 
izas  germanicéis,  daitdu  con   ello  base  al  mlf  ffovcrnment, 
'Orijjen  de  la   líberbid. 


—  36  — 

Peco  no  es  sólo  la  extirpación  del  sentimiento  religioso  lo 
que  puetiü  traer  la  decadencia  en  las  sociedades;  es  también 
el  extravio  de  ese  mismo  sentimiento,  llevado  por  rumbos 
equivocados. 

Y  también  os  digo:  atacad  al  ateísmo,  asimismo  la  intole- 
rancia y  el  fanatismo;  atacad  al  ateísmo  que  puede  producir- 
la barbarie  en  plena  civilización;  pero  también  atacad  al  fa- 
natismo, que  es  la  muerte  de  la  conciencia  y  el  sílencu)  se- 
pulcral de  las  tumbas. 

El  fanatismo  es  la  España  debatiéndose  todavía  para 
sacudir  ese  sudario  de  plomo  que  la  ha  envuelto  durante 
tantos  siglos;  son  los  Estados  Papales,  las  Dos  Sicilias,  la 
Italia  entera,  es  decir,  las  comarcas  más  bellas  de  la  Europa, 
aquellas  en  que  el  sol  luce  con  mayor  esplendor,  aquella 
donde  la  tierra  da  los  mejores  frutos,  aquella  que,  habiendo 
siiloel  asiento  de  naciones  que  han  tenido  el  cetro  del  mundo, 
se  han  visto  pobres,  abatidas  y  humiltadds,  desmoronándose 
como  las  paredes  de  un  viejo  convento  cuyos  moradores, 
exlasiados  en  la  contemplación  de  Dios,  se  hubiesen  olvidado 
de  las  leyes  y  de  las  necesidades  de  la  existencia. 

Xo  quiero,  por  todas  estas  razones,  la  supresión  del  sea- 
timienlü  religioso,  en  nuestro  pueblo.  Quiero,  por  el  contra- 
rio, que  la  atmósfera  de  la  escuela  argentina  sea  una  at- 
mósfera religiosa,  usando  una  frase  tan  hermosa  de  Guizot- 

¿Pero  acaso  nuestro  proyecto  puede  tender  á  semejante 
resultado?  ¿Acaso  nuestro  proyecto  puede  tender  á  suprimir 
el  sentimiento  religioso  en  nuestra  sociedad?  Lo  tomo,  lo 
examino  por  todos  lados  y,  francamente,  no  encuentro  nin- 
guno de  estos  inconvenientes. 

Nuestro  proyecto  principia  diciendo:  «será  obligatoria  la 
enseñanza  de  la  moral». 

¿Qué  quiere  decir  el  estudio  de  la  moral?  ¿Es  acaso  la 
moral  del  interés,  la  moral  de  Condillax,  la  moral  del  egoísmo? 
No,  señor  Presidente;  no  es  el  estudio  de  esa  moral  el  que 
nosotros  decretamos;  nosotros  decretamos  el  estudio  de  la 
moral  que  se  basa  en  Dios,  que  se  basa  en  la  responsabi- 
lidad humana,  es  decir,  en  el  gran  dogma  de  la  inmortalidad 
del  alma. 

Para  enseñar  la  moral  en  nuestras  escuelas,  seftor  Presi- 
dente, el  maestro  tendrá  precisamente  que  imbuir  á  los  ni- 
ños ciertos  dogmas  fundamentales;  y  no  podré  á  este  respecto 


agregar  una  sola  palabra,  porque  temería  empañar  el  bri- 
llante cuadro  que  hacía  el  señor  Dtputatlu  (inycna  en  la  úl- 
tima í^esión.  VA  non  decía,  con  esa  claridad  de  estilo  que 
anima  8u  palabra:  no  podemos  dejar  de  entrenar  la  religión, 
porque  la  moral  está  unida  &  la  religión;  y  para  demostrarlo, 
decía  esto  que  es  completamente  cierto  y  que  estíl  de  acuerdo 
con  nuestro  proyecto:  no  liay  moral  sin  idea  de  Dios,  no 
bay  monil  sin  idea  de  la  responsabilidad  bumanu,  sin  idea 
de  la  inmortalidad  del   alma. 

Asf.  pues,  si  el  alumno  preg^nnta  ni  maestro  como  se  ha 
dicho,  ¡.por  qué  no  debo  matar?  el  maestro,  sin  necesidad  de 
recurrir  A  un  dn{^ma  exclusivamente  católico  y  cei-niéndose 
to  laH  regiones  adonde  puede  llegar  por  el  esfuerzo  de  su 
sola  inteligencia  y  de  su  razón,  contestará,  sin  necesidad  de 
apelar  á  los  doffmas:  «no  debes  matar  porque  eslTi  prohibido 
por  Dios,  porque  Dios  ha  puesto  la  noción  de  lo  justo  y  de 
lo  injusto  en  el  alma,  y  ron  arreglo  át  esa  noción  no  es  justo 
arrancar  la  vida  á  un  semejante; y  si  llegaras  á  hacerlo,  es- 
pera el  castigo  de  Dios.  Esta  vida  terrenal  es  puramente 
tranfiíloria;  hay  detrá?  de  la  vida  la  eterna  vida  «le  los  castigos 
j  de  las  mcompensas.  por  las  accionet;  buenas  ó  malas». 

Pero  veo.  señor  Presidente,  que  rae  extravío  y  que  entro 
también  en  el  terreno  de  la  especulación  (ilosófica. 

Vuelvo  &  mi  cainitin. 

Nuestro  proyecto  no  tiende  á  extirpar  el  seritimienlo  reli- 
gioito.  Ordenamos  que  se  enseñe  la  moral  y  abrimos  además 
las  pui'Has  de  la  escuela  para  que  los  Ministros  del  Culto  com- 
pleten en  materia  religiosa  la  u lira  di^l  Estado.  La  t'uu'ca  dife- 
renria  entre  los  soñores  Diputarlos  «pie  defienden  t^l  proyecto 
de  la  Comisión  y  los  que  lo  atacamos,  se  encuentra  en  esto: 
la  atmósfera  th-  las  escuelas,  (idehe  sit  ónicanif-nle  una  alínúi> 
fera  reb^^iosa,  ó  debe  ser  también  una  atmósfera  católicaf 

He  alíf,  seQor  Presi<Ienle,  colocada  en  términos  precisos, 
la  venladera  naturaleza  de  la  cuestión;  he  ahí  colocada  déla 
manera  única  que  cu  mi  opinión  debe  ser  tratada:  y  colocada 
así  la  ciipstión,  yn  sostengo  cpic  el  proyecto  de  la  Comisión 
e»  contrarío  A  la  Constitución,  es  contrario  A  la  libertad  de 
conciencia,  que  está  arriba  de  todas  las  Constiluciones  del 
mundo,  porque  es  un  derecho  de  lu  humanidad;  es  contrario 
á  la  misión  del  Estado  en  materia  de  enseñanza,  y  es  contrario 
ann  A  loR  intereses  bien  entendidos  de  la  Iglesia. 


—  38  — 


La  Cámara  me  ha  de  permilir  considerar,  con  torla  la  bre- 
vedad que  me  sea  posible,  estos  distintos  tópicos. 

Se  ha  dicho,  señor  Presidente,  que  la  relij^irtu  calólira  es 
la  reliírión  del  Kslado  Ar(jr<?ntÍno;  que  así  so  deduce  del  ar- 
tículo 2*  de  sil  Constitución,  que  aunque  no  lo  expresa  de 
una  inmuTH  ferniinanli',  lo  da  k  suponer,  porque  no  puede 
haber  sostenimiento  de  la  religión  sin  que  asf  sea;  que  así  se 
deduce  además  del  hecho  de  sostener  el  Estado  eslableci- 
niientos  de  educación  relijíiosa,  que  se  llaman  Seminarios;  de 
que  el  Presidente  de  la  Ftepútilica  debe  ser  católico,  apostó- 
lico, romano,  y  de  que  el  Congreso  debe  promover  la  conver- 
gtón  de  los  indioH  al  catoÜL-ismo. 

Ksla  fa?.  de  la  cuestión  ps,  sin  duda,  la  más  importante, 
porque  para  nosotros.  Diputados  del  pueblo  que  hemos  pres- 
tado el  juramento  de  sostener  y  defender  la  Constitución  y 
proceder  de  acuerdo  con  ella  en  todas  las  leyes  que  dicte- 
mos, esta  clase  de  arguíncnto  está  arriba  de  todas  las  con- 
sideraciones de  carácter  lilosólico  que  pudienm  hacerse. 

Somos,  en  este  recinto  y  ea  este  puesto,  antes  que  nada, 
ciudadanos  de  nn  país  cnnstítnEdo,  y  untes  ({ue  nada  debemos 
investifrar  el  verdadero  espíritu  de  las  inütilucioncs  que  no» 
ri^en  para  arrancar  de  allí  la  regla  de  conducta  que  debe- 
mos observar. 

El  señor  Diputado  por  Buenos  Aires,  señor  Iiag:os,  contes- 
tando al  Diputado  señor  Goyeiia,  ha  hecho  presente  ya  cómo 
lus  t^'rmiiios  de  nuestra  Carta  Tundameidal  no  pueden  impor- 
tar al  cstableciniienln  de  una  religióit  de  Estado,  demostrando 
de  unn  manera  que  no  ha  podido  ser  contestada  el  verda- 
dero alcance  de  los  distintos  artículos  conslilucionales. 

No  quisiera  repetir  los  mismos  argumentos;  asf  es  que  to- 
maríí  la  cuestión  únicamente  por  el  lado  en  que  no  Im  sido 
todavía  tratada. 

Todas  las  Con^titucíoucs  del  mundo  que  ban  querido  esta- 
blecer una  religión  de  Estado,  lo  han  hecho  de  una  mane- 
ra clara  y  precisa,  usando  esta  fórmula  coticrela,  que  puede 
decirse,  casi,  que  es  universal,  que  es  uniformo  para  todos: 
el  Estado  proíe-sa  la  religión  católica,  apostólica,  romana. 

Esta  fuí^  la  forma  aceptada  por  todas  nuestras  Consti- 
tuciones anteriores,  y  sin  embargo,  no  es  esta  la  fórmula 
aceptada  por  nuestra  Constitución  vigente.  ¿Por  qué,  seflor 
Presidente? 


-  ÍÍ9  — 

¿Por  un  olvido  de  los  Convencionales?  ¿Porque  creyeron  que 
redacción  era  mejor,  era  más  clara,  era  más  lógica?  No,  por  la 
cierto. 

Es  precisamente  cuando  se  trata  de  todas  estas  grandes 
materias  que  los  legisladores  de  un  pueblo  procuran  poner 
en  formas  claras  y  correctas  las  disposiciones  que  sancio- 
nan, de  manera  que  no  sean  posibles  interpretaciones  diversas, 
demanera  que  puedan  impedir  las  cuestiones  que  en  este  mo- 
mento nos  dividen. 

Si  los  Constituyentes  hubieran  querido  establecer  una  reli- 
gión de  Estado,  lo  habrían  dicho  con  franqueza,  siguiendo  los 
ejemplos  conocidos  y  nuestras  propias  tradiciones;  pero  es 
que  nada  estuvo  tan  lejos  de  su  espíritu,  y  por  eso  dijeron 
lo  que  quisieron  decir. 

La  Xación  costea  el  culto,  como  un  homenaje  de  respeto 
á  las  creencias  dominantes  en  el  país;  pero  la  Nación,  como 
cuerpo  político,  no  profesa  religión  alguna. 

Es  muy  distinta  la  situación  de  los  pueblos  que  han  teni- 
do ó  tienen  religión  de  Estado. 

Una  religión  de  Estado,  en  los  pueblos  católicos  y  protes- 
tantes, en  Inglaterra  y  en  España,  en  Holanda  y  en  el  Aus- 
tria, quiere  decir  propaganda,  exchisivismos,  protección;  quiere 
<lecir  que  no  sólo  el  Jefe  de  la  Nación,  sino  también  todos 
los  empleados  de  la  Administración,  todos  los  que  forman 
los  cuerpos  políticos,  desde  los  más  elevados  hasta  los  más 
inferiores,  tienen  que  ser  miembros  de  la  comunión  religiosa 
olieial. 

La  razón  es  clara. 

No  se  comprendería  una  religión  de  Estado  allí  donde  los 
encargados  de  sostenerla,  de  aplicarla,  de  prestigiarla  pudie- 
ran ser  miembros  de  comuniones  distintas. 

No  hay  ningún  artículo  en  nuestra  Constitución  que  pro- 
liiba  á  los  miembros  del  Congreso  Argentino  el  que  sean  pro- 
testantes, el  que  sean  librepensadores. 

No  creo  que  el  hecho  se  produjera,  pero  entra  en  lo  posi- 
ble; y  si  sucediera  que  en  el  Congreso  existiera  una  mayoría 
de  protestantes  ó  una  mayoría  de  librepensadores,  entonces, 
¿qué  religión  de  Estado  sería  esta  en  que  los  encargados  de 
defenderla  y  sostelenerla  profesasen  otras  creencias,  pudiendo, 
por  medio  de  sus  leyes,  atacar  al  dogma  oficial,  en  obsequio 
á  la  religión  propia? 


-  M  — 


Por  eso,  la  IngUt^m  »  rió  «n  la  n«ce«ifUrI  de  apelar* 
(Ii^dc  tos  pr¡merf>9  tíeinpOJ>  ñ^  su  yran  rrvolución.  á  esa  fa- 
iitosa  h'v  del  test,  en  TÍiiad  de  la  ruol  nadie  podú  ocupar 
ninifún  puesto  de  la  Admioistradón,  desde  H  Rey  basU  el  cni- 
pleado  nifis  miballpnio.  lUn  prestar  jmromfMlo  anglienno,  el 
jiiraroenlo  de  fe  ¿  U  religión  dominaote:  juramento  atenta- 
Lori»  á  la  lilierlad  tle  ronrÍPiKÜa  y  que  recién  principia  k  des- 
a|wr('CPr.  merced  á  loa  esfuentos  de  la  civiliz-nrión  y  al  triunfo 
de  latí  idea^:  liberales  en  aquella  (rran  nación  que  acaba  de 
dar  este  otro  ejemplo  de  tolerancia  que  la  honra:  la  ítupre- 
sión  de  la  Iglesia  oñcíal  en  Irlanda.  Primer  paso  que  tendrA 
su  complemento  en  el  resto  del  reino. 

Pero  ti?ngo  algo  mk^  eficaz  que  mi  paLibm.  algo  ante  lo 
rual  nie  pnrecc  que  no  puede  queilar  ni  la  máa  remóla  duda 
en  el  ánimo  de  la  Cámara:  tengo  la  interprelarión  auténtica 
del  articulo  constitucional,  tengo  la  di.scut:ÍÓn  que  tuvo  lugar 
cuando  de  ese  articulo  se  trataba,  y  la  (támara  va  á  vpj*  que 
los  Constituyentes  respectivos,  al  redactar  esta  disposición 
en  la  forma  que  lo  bicieron,  proceilieron  con  conciencia,  con 
espíritu  deliberado  y  en  nombre  de  altos  y  trascendentalc» 
pensamientos. 

No  emplearon  la  fórmula  antigua,  porque  necesítalian  de 
otra  que  importara  un  término  medio  y  que  significara  el 
primer  píiKo  hacia  lo  que  tiene  que  venir  m¿s  tarde  ó  mAs 
temprano  en  todo**  los  pueblo?  libres,  porqiie  es  condición 
impuesta  por  la  civilización  moderna:  la  separación  de  la  Igle> 
íiia  y  del  Estado. 

Veamos  lo  que  han  dicbo  los  Constituyentes. 

Se  pone  en  discusión  el  articulo  í"  y  obtiene  la  palabra 
el  sefíor  Pérez  (Fr.  Manuel)  y  propone  el  siguiente  artículo: 
-  El  (jobiernn  rcdcral  profesa  y  sostiene  el  culto  católico, 
«apostólico,  romano»:  la  fórmula  precisa  en  (odas  partes. 

Pide  la  palabra  el  seRor  Leiva.  y«  yendo  todavía  más  allá 
que  el  señor  I'érez.  propone  este  artículo: 

•  Ka  religión  católica,  apo.stólica,  romana,  (única  verdaderaí 
«es  la  religión  del  Estado;  las  autoridades  le  deben  toda  pro- 
elección,  y  loK  babitanles  veneración  y  respeto». 

\ai  íliseijsióri  se  traba  imi  este  terreno:  tos  unos  sosteniendo 
el  artículo,  tal  como  lo  propone  la  Comisión,  que  es  el  artí- 
ctdn  que  existe  en  la  Constitución;  lus  otros  apoyando  la 
fórmula  propuesta  por  estos  dos  Convencionaloa. 


-  II  - 


• 


El  señor  LavHisSp  (niii;i  la  pitlahra.  Kra  un  cl^ri*, 
loinenlr  ini^lrufiji).  íIuRtratIo,  súhrlíin  t\e  la  l(j;|píi¡n  Je  Roma, 
á  (piien  reconocía  lodiis  siis  prerrogalivas,  pero  OHpirilii  lilip- 
ral  al  mísmo  tiempo. 

Llamo  la  atem-ión  de  la  Cámara  sobre  esas  hermosas  jw- 
labras,  tjup  ohsnirPcHría,  st^ífitrariH'iile,  si  me  liiiiíUira  á  leerlas. 
«  Kl  señor  Ijuvaitise  fuiuló  sti  iiposicíón  á  la.s  mociones  pro- 
«piiet<-Ui<  en  que  la  Conslilución  no  podía  intervenir  en  las 
4  roncíencins,  sinA  reblar  solo  el  uuHo  exterior; — (|ue  el  (¡o- 
"  bierno  Federal  está  obligado  ú  sostenerlo,  y  esto  era  lo  bas- 
tíante— que  la  religión,  r.onio  creencia,  no  necesitaba  más 
«protección  (pir  la  de  Dios:  para  recorrer  el  inunclo,  sin  que 
•«  hubtese  podido  unnca  la  tena/,  oposición  ile  liis  Qobíernos 
«detener  su  marcha  progresiva». 

He  ahí  lo  que  dice  un  clérigo,  señor  Presidente;  y  lie  ahí 
lo  que  yo  repito  también,  en  nombre  de  la  libertad  de  c«n- 
ci«ncia. 

El  señor  Oorostiaga,  miembro  de  la  Comisión,  decía  á  su 
vez:  (es  el  señor  don  José  Elenjamin  GorosliajTa.  Presidente 
de  la  Suprema  Corle  en  la  actualidad  y  uno  de  los  hom- 
bres que  más  lionrao  á  niicíflro  país  por  su  inteligencia  y  su 
carácter): 

-  Ivii  declaración  <pie  «e  proponía  de  fpie  la  Mípión  cató- 
lica sea  la  relif^ión  del  listado,  sería  falsa;  porque  no  todos 
los  bnbiinnies  He  la  Contederación,  ni  todos  los  ciudadanos 
de  ella  son  católicos,  puesto  que  pertener  á  la  comunión  ca- 
tólica, jamás  había  sido  por  nuestras  leyes  un  requisito  para 
obtener  la  ciudadanía,  y  que  ni  á  los  hijos  de  los  ingleses. 
qoe  por  el  tratado  del  año  30  pueden  ejercer  libremente  8U 
«lito  en  la  Confederación,  se  le  ha  exigido  para  ser  ciuda- 
danos nativos  (pie  renieguen  ile  la  ivligión  (le  sus  padres  a. 
-«Que  tampoco  pueilc  establecerse  que  la  religión  católica 
es  la  únic.i  verdadera,  porque  es  un  putilo  de  dogma,  cuya 
decisión  no  es  ile  la  competencia  de  un  Congreso  jiolftico. 
que  tiene  que  respetar  la  libertad  de  cultos,  según  las  ins- 
piraciones de  la  conciencia  ». 

No  quiero,  señor  Pre^iilenie,  por  no  fatigar  á  la  Ciímaní, 
seguir  leyendo  las  opiniones  de  los  demás.  Podría  citar  las 
opinioues  del  señor  Seguí,  las  opiniones  del  señor  Zapata,  y 
se  vería  cómo  todos  estos  grandes  hombres  de  nuestra  elabo- 
ración polfliea.  estos  hombres  que  nos  dieron  este  admirable 


—  42  — 


Código  político,  (gracias  al  cual  vaiuo»  salvando  \os  cscoIIok 
y  ocit|>¡iniio  el  alio  lugar  que  nos  corresponite  en  e\  mundo, 
inlfTprelíilian  estas  materias  religiosaá.  rie  vería  cóint»  ellos 
no  querían  la  religión  de  Estado;  que  lo  único  que  querían, 
por  estfí  [n(>(lÍo,  frra  una  transacción,  de  esas  (ransacciones 
deque  hablaba  al  principio,  en  virtud  de  las  cuales  se  reco- 
nocen la»  exigencias  de  la  libertad  pur  una  parte,  y  por 
otra  los  respetos  &  la  mayoría  caldlicu  existente  en  el  país. 
Es  esa  la  fOrumla  de  la  Constitución;  as  una  fórmula  de 
transacción  y  narln  niás. 

Y  no  podría,  tampoco,  liabersido  de  otra  manera,  porque 
si  la  Con.stitución  huhiera  entrado  en  otro  terreno,  habrían 
tenido  que  horrar  la  mayor  parte  de  los  grandes  y  hermosos 
principios  qui'  fonu.in  nuestro  credo  poUlico. 

Si*n<jr  Prcsirlente:  la    Ci>DslitucÍón   en   su  preámbulo  con 
signa  que  su  objeto  es  ase;<urar  los  lienetícios  de  la  libertad 
pür.1  noHotros,  juiía  nuestros    hijos  y  para   lodos    los    liom- 
bres  de  la  tierra  que  quieran  venir  á  habitar  nuestro  suelo. 

Este  es  el  fin  primordial  de  la  Constitución. 

¿l*ero  so  conseiiuiría.  señor  Presldenlo.  ese  objeto  si  en 
Dumhrc  de  una  pictendida  religión  de  astado,  tpic  no  existe 
como  lo  acabo  de  demostrar,  viniéramos  á  Falsear  estos  otros 
altos  principios:  lu  libertad  de  profesión,  la  libertad  de  cou- 
cicnria? 

No.  Keíior  Presidente. 

El  innii(;ran(e  vendrA.  á  nuestras  playas;  vendrá  porque  k 
ella  lo  atraen  la  belleza  de  nuestro  cielo,  la  suavidad  de 
nuestro  clima,  la  liberalidad  de  nucslras  costuinbi-es. 

El  inmigninte  vendrá  k  cimentar  intestra  grandeza. 

Pero,  señor  Presidente,  no  principiemoK  poniendo  nosotros 
mismos  obslí'icidos  A  eso  resultado  tan  ambicionado. 

Necesitamos,  como  decía  el  señor  Diputado  por  Entre  Ulos. 
abrir  al  elemento  civilizado  c¡ue  la  Europa  nos  envía  nues- 
tros puertos,  como  se  abrían  las  cien  pueilas  de  la  Tobos 
antigua. 

Necesitamos  llamar  A  todos  los  hombres,  cuabiniera  que 
vea  8U  Patria,  cualesquiera  que  sean  sus  creenviui».  é  impri- 
mirles, por  rncdio  del  espectáculi»  y  de  la  realidail  de  tuiea- 
Iras  libertailcíi,  el  amor  á  esta  tierra  que  se  acoslumhrarán 
¿  considerar  como  propia,  interesámlose  y  contribuyendo 
eficazmenle  á  su  propiedad  y  á  su  gtandeza. 


Vuestro  proyecto,  señores  de  la  Goiatsióii,  es  contrarío  & 
e«os  nobles  propósitos.  El  inmigraiitf!  se  alejaríí  de  nosotros, 
Hi  principiamos  por  decirle:  vamos  á  obligar  á  vuestros  hi- 
jos á  que  profesejí  la  religión  católica,  apostólica,  romana; 
6  al  tnenot),  vamos  A  hacer  que  nuestros  hijos  se  eduquen 
en  una  atmósfera  religiosa,  jieÜgrosa  jiara  la  fe  que  le  ense- 
riaríais, si  tuvierais  la  libertad  completa  para  hacerlo. 

Wo  podemos  hacer  esto  en  nombre  de  los  intereses  bien 
entendidos  de  la  Kepúblícn.  Nn  asej;urarciuos  así  los  hene- 
lieíos  de  la  libeituií  para  todos  los  que  lian  nacido  en  nues- 
tro suelo  y  para  todos  los  que  vienen  d  él  confiados  en  la 
hermosa  promesa  de  nuestra  Constitución. 

La  b.isc  de  la  libiniad  es  I;i  ignablad.  y  no  hay  iginldad 
donde  nn  hay  el  respeto  al  ilcrcclio  de  todos,  no  sólo  de  las 
mayorías,  siuó  también  de  las  minorías;  de  las  minorías  que, 
romo  decía  urní  de  nuestros  ^niiides  publicistas  días  pasa- 
dos, aun  cuando  sean  compuestas  de  un  solo  individuo,  tie- 
nen iguales  prerrogativas  á  las  mayorías  más  pronunciadas, 
si  se  traía  de  la  defensa  de  un  derecho. 

Voy  m.ls  lejos:  voy  íi  detnostmr  que  este  proyecto,  tal 
romo  lo  presentji  la  Comisión,  sería  alentattirío  á  tuin  de  los 
principios  más  liberales  de  nuestra  ley  fundamenlal. 

Dice  nuestra  Conslilución:  «Todos  los  habitantes  ¡leí  te- 
-«  rrilorio  son  admisibles  á  los  empleos  pi'iblicos.  sin  más 
«condición  (|ue  la  idoneidad»  Y  ahora  bien;  ¿será  posible 
la  aplicación  de  este  principio  s¡  pasa  el  proyecto  de  la  Co- 
misión? 

I*a  Comisión  nos  dice:  •  Se  ensenará  obliffaloríamente  la 
«retigióu  católica,  apostólica,  romana»;  y.  como  lo  demostW' 
anleít,  la  religión  ratólica,  aposlólica,  romana,  sólo  podrá  ser 
desenipefiada  por  un  católico. 

Supongo  que  la  Comisión  no  tendrá  la  inleneirin  de  decir 
que  el  maeslro  pueda  hipócrilamenlc  abjurar  de  sus  creencias 
p{ira  enseñar  una  religión  <|ne  no  es  ta  suya,  [>ara  hu' erse 
el  prnpairandista  de  ella.  ¡líeclaro  que  á  un  maestro  (jne  tal 
coKa  hiciera,  deberían  cerrársele  para  siempre  las  puertas  de 
la  enseñanza  cu  el  pnfs! 

Entonces,  pues,  sólo  podremos  imponer  esa  conrlieión  de 
la  enseñanza  religiosa  á  aquellos  m:ieslros  ipie  sean  católi- 
cos, apostólicos,  romanos.  Y  creo  (jue  la  Cámara  convendrá 
conmigo  en  que  sería  necesario  modifícar  el  artículo  consti- 


—  44  — 


(uctorml  estalticcicndo,  además  de  la  idoneidad,  la  cnndiciúii 
de  ser  L-jilúlieo.  u|)i>slóiip(r,  rnmurin,  para  el  empleo  del  pro- 
fesorado, y  en  ese  camino  para  Lodo»    los  demás. 

Voy  todavía  máR  lejos,  l^ste  proyecto,  como  se  ve,  alaca 
al  preámbulo  üe  la  Conslilueión  y  nlaca  lainbién  nIgiinoK 
de  8118  principios  más  elevados. 

Pero  alaea  algunos  máti. 

Ataca  la  libertad  de  eoiiciencía,  que  está  arriba  de  todas 
las  Constituciones  de!  mundo,  porque  es  derecho  iiiaÜeDable 
del  hombre.  Voy  íí  demostrarlo. 

Se  dice:  nosotros  salvamos  la  libertad  de  conciencia,  por- 
que dejaiims  al  disidente  en  libertad  de  evitar  que  se  ense- 
fte  religión  á  sus  hijos;  no  bny  violencia  en  nuestro  proyec- 
to: los  católicos  aprender/ui  su  religión:  los  disidentes  no 
aprcn<lerán  ninguna. 

Es  decir,  como  U)  hacía  notar  el  «efior  Diputado  Lagos, 
que  los  [irupa^mndistas  de  la  escuela  religiosa  proclaman  la 
escuela  atea  para  los  disidentes  que  precisamente  necesita- 
rían más  que  aquí^lla  la  Instrucción  religiosa,  por  haber  na- 
cido en  f'l  error. 

Pero  ni  esto  mismo  es  exacto;  y  la  Comisión,  al  hacer  esas 
afirmaciones,  olvida  todas  las  leyes  naturales  que  presiden 
la  elaboración  de  la  inteligencia  del  niño.  El  niño  aprende 
no  tanto  por  |j?s  lecciones  de  sus  mneslros.  cuanto  por  el 
contagio  y  el  ejemplo;  así.  si  se  ensefia  la  doclritia  católica  en 
la  escuela,  foi-zosameutc  los  niGos  de  los  dÍ8¡deutes.  sumer- 
gidos eti  esa  alrnósfera,  no  poiLrún  escapar  á  ^u  influencia 
dominante.  Todo  les  iiablará  de  catolicismo  en  su  alrededor, 
sus  com|Kiñcros,  la  índole  de  las  lecciones:  todo  les  atraerá 
con  fuerza  invencible,  y  concluirán  siendo  católicos,  contra 
la  voluntad  de  sus  padres. 

Y  eslo  es  tanto  más  peligroso  6  inconstitucional,  cuanto 
que  se  establece  la  enseñaiua  obligatoria  y  se  dice  á  tos  disi- 
(lentes:  «Tendríais  forzoísanicntr  que  mandar  A  vuestros  hijos 
á  esta  escuela  aunque  no  lo  queráis,  y  autique  se  ensenaran 
doctriiKis  que  un  son  las  vuestras». 

Yo  preguntaría,  para  acentuar  mi  argumentación,  á  mi  no- 
ble amigo,  el  señor  Diputado  Goyena.  padre  cariñoso,  mo- 
delo lie  virtudes  en  ol  bogar,  si  mandarla  sus  liij(»s  á  una 
escuela  eu  que  se  enseñara  las  doctrinas  protestantes  y  e) 
señor  [)tpnta(ln  Goyena,  con  la  mano  sobre  el  corazón,  leu- 


ár&  que  conlesturme:  «(Nn,  no  los  tnandaríü!  ¡Correría  p<>ltji;ro 
la  fe  que  trato  de  arraigar  en  sus  corazones!» 

V  RJ  oslo  es  así,  séatnií  entonces  pcrinitiJo  i-etoriíar  al  se 
flor  Diputado,  y  á  todos  los  que  sostienen  el  proyecto  de  la 
Comisión,  aquel   gran  precepto  evangélico:  Au  hagan  á  otro 
Jo  que  tío  qnií'ras  ¡xira   íi.    (Oratt^ldji   nplauHOHi, 

Creo,  üeñor  l'resi'ienle,  liaber  denjosUado  los  dos  prime- 
roH  puntos  que  me  iiabta  propuesto  exurniciat*  pura  atacar  el 
proyecto  de  la  Comisión,  esto  es,  que  esc  proyecto  es  con- 
trario al  espíritu  liberal  de  luicstras  instítuL'toiies,  y  que  es 
contrario  :i  la  libertad  de  conciencia. 

Voy  aliora  á  hacer  presente  los  peligros  que  la  aceptación 
de  yeriipjante  dmrlrlna  tnieríii  para  el  desarrollo  y  pr(>;<n'SO 
de  la  enseñanza  en  la  Kepública,  demosli'amlo  que  por  este 
medio  la  condenaríamos  íi  una  paralización  que  haría  esLé- 
riles  todos  los  csfuci-zos  y  defraudaría  todas  nuestras  legíti- 
mas esperanzas  en  el  porvenir. 

Nuestro  princ¡)>al  deberes,  iinludableineide,  enseñar.  Nue»- 
1ro  principal  deber  como  legisladores,  es  formar  el  carácter 
y  el  corazón  de  los  niflos  para  que  puedan  cuanta  antes 
llenar  de  una  manera  cumplida  su  alta  misión  de  hombres 
libres  en  una  sociedad   civilizada. 

Necesilamos,  por  cslo,  levantar  el  nivel  moral  de  las  ma- 
sas, y  hacerles  comprender  cuál  es  la  extensión  Je  sus  de- 
rechos y  de  auH  deberes  para  con  los  demás.  Es,  pues,  mi- 
sión primordial  del  Gobierno  en  la  República,  la  misión  de 
la  enseñanza. 

La  hemos  comprendido  y  tratamos  dt^  llenarla;  pero  lodo 
seria  inútil  sí  nos  faltara  el  factor  principal,  el  interniedia- 
rio  indispensable,  el  maestro,  al  cual  necesitamos  atraer,  pro- 
teger, estimular  y  formar. 

El  proyecto  de  la  Comisión  tiende  á  lo  contrario,  ftl  aleja 
al  maestro  al  trabarle  la  libertad  de  conciencia;  él  impide  ¿ 
los  hombres  de  otras  religiones  que  la  católica,  por  ilustra- 
dos y  competentes  que  sean,  dar  á  nuestros  hijos  la  savia 
iotelectual  que  necesitan;  él  restringe  los  horizontes  de  la 
educación;  y  dada  la  esciisez  de  maestros  que  sentimos  en 
la  RepúblicjL,  conlcsto:  ¡olvidáis  las  necesíd.ides  verdade- 
ras del  pueblo  que  represejdáis,  y  en  nombre  de  una  into- 
lerancia que  el  mundo  ya  no  admite,  condenáis  á  la  barbarie 
á  ana  gran  parte  de  los  argentinos! 


fíabrlumus  liaclo,  es  cierto,  una  ley  que  diría:  •La  euse- 
Aanza  será  obligaloria,  los  niños  lieneii  rorzosamenle  que 
educarse»:  pero  esa  ley  habría  quetjado  en  (?\  papel,  porque 
DO  tendríamos  los  elrroenlos  np<;esarins  para  cumplirla. 

Los  maestros  no  se  iiiiprovisai);  la  ciencia  pedag^'ca  es 
precisíimenle  la  má.i  nula  y  míís  ilifieil.  lu  une  inejnres  coii- 
dicioues  re<jui6re:  coiidícíoties  ile  carácter,  coiidicioues  de  mo- 
ral, condicionejí  especiales  de  la  iuteligeocia  y  del  alma. 
El  maestro  no  se  improvisa;  y.  no  improvisándose,  tenemos 
la  necesiiiad  de  formarlo  con  todas  las  caj)acidadet;  requeri- 
das para  Henar  su  misión. 

Esta  clase  de  maestros  no  existe  todavía  en  la  República 
Argeiilinu. 

Nuestrius   escuelas    normales  empiezan  á  damos   algunos 
Frutos  benéficos,  pero   todavía  la  demanda  es  rouclio  mayor 
que  la  oferta;  todavía  el  número  de  maestros,  apenas  alcanza 
para  llenar  una  parle  iiisijínilíciinte  de  las  verdaderas  exigen- 
cias de  nuestra  sotiulnlidad.    Tenemos,  pues,  que  buscar  al 
maestro  eu  el  extranjero,  sí  es  que   aspiramos  al  propreso 
inmediato;  y.  ¿dnndc  ¡remos  A  buscarloT  No  necesito  di-clroslo. 
Lo  bu.<careinus  en  aquellos  países   don<le   prácticamente    .se 
lio  demostrado  hasta  dónde  puede  alcanzar  el  nivel  intelec- 
tual humano;  los  buscaremos  en  los  iCstados  Unidos,  en  la 
Inglaterra,  en  In  AltMnarira,  en  la  Suecia.  que  snn  las  naciones 
que  nos  presentan  estadísticas  más  altos  eu  materia  do  edu- 
cación, 
¿Y  pudríamos  hacerlo  si  esa  ley  llegara  ñ  triunfara 
Indudablemente,  no. 

£1  hombre  en  los  tiempos  inndernos  no  abandona  su  pa- 
tria, con  raras  excepciones,  sino  cuando  sus  intereses  mate- 
rialtMí  se  cDiu'ilian  con  la  libertad  y  la  expansión  para  sus 
pulmono:*  y  su  inteligencia.  Las  playas  de  «n  país  en  que 
se  desencadenara  la  perBOcución  religiosa,  serían  evitadas  con 
el  mismo  horror  con  que  lo  eran  antes  las  de  la  Nueva  Ga- 
lodonin,  mucho  más  por  los  elementos  inteligentes,  entre  lo» 
cuales  se  cupidan  los  maestros. 

No  vendrían  estos,  seftor  Presidente,  porque  á  la  primera 
tentativa  eo  encontrarían  con  la  barrera  de  esta  ley.  que  es 
también  un  principio  de  pei-secución  religiosa,  y  en  sus  peo- 
res forma.s,  porque  viene  á  afectar  á  uno  de  los  gremios  más 
dignos  del  respeto  humano. 


Y  k  tollas  nueslras  promesas  y  ofrecimientos,  uos  conles- 
larán:  «Apreciamos  tii6s  iiuf  itiida  niie.slru  libertad  fie  con- 
ciencia. Xo  hay  ventajas  que  compensen  una  apostosfa.  No 
podemos  enseñar  la  rclíffión  que  nos  ordenáis,  porque  no  es 
la  nuestra,  y  la  liipocresia  no  es  conciliable  con  los  austeros 
del>eres  del  mn<rÍsLerio>. 

Pur  nlru  parle,  ¿cuáles  son  laH  garantías  para  creer  quo 
el  maestro  ralólico  ha  de  ser  precisamente  el  mejoi"?  ¿Y  por 
quí"  razón,  en  nombre  de  qué  derecho,  eii  nombre  de  rpié 
utilidad,  vamos  á  ii^cliazar  de  Ins  puertas  de  la  escuela  ¡I 
los  hombres  competentes  en  todas  his  ramas  de  la  pedagogía, 
al  maestro  que  llene  bien  su  uiisir>n  civilizadora?  ¿Única- 
mente portfue  su  conricncia  le  prohiba  tener  cierlas  creencias 
que  unsotros  exigiríamos  indispensables  para  el  riiugislorlo'? 

fío;  hnjr,  pue;*,  un  inmenso  |>elÍgro  en  la  aceptación  del 
proyecto  de  la  Comisión,  en  lo  relalivii  á  la  cnsefianza  re- 
ligiosa, í'or  él  vamos  á  desvirtuar  todos  los  buenos  artículos 
(|ue  consigna:  por  él  vamos  á  impedir  que  nuestros  maes- 
tros pufMlau  ser  lo  que  deben  ser.  No  siempre  será  el  mejor 
católico  el  mejor  maestro;  y,  al  contrario,  habrá  este  peligro: 
el  mejor  calúlieu  trulan'i  únicamente  de  formar  el  nifio  en 
|ji  religión  católica,  descuidando  los  principales  ramos  det 
salier  humano,  prerisaniente  los  que  inha  se  necesitan  para 
que  el  hombre  pueda  con  ventaja  afrontar  Indas  las  diHcul- 
tades  de  la  eterna  lucha  por  la  rida. 

SeQor  Presidente:  el  serior  Diputado  Goyena  hablaba  de 
la  misión  del  Kslado  en  materia  de  enseñanza,  y  debo  de- 
clarar ({ue  en  muchas  partes  estoy  conforme  con  su  doc- 
trina. 

Vo  creo,  como  él.  que  el  deber  de  la  ensenanz.)  corres- 
ponde en  primer  lugar,  al  padre.  El  padre  tiene  deberes 
especiales  para  el  niño,  y  así  como  tiene  el  deber  de  aliihen- 
tarle  y  de  vestirle,  tiene  este  otro  más  trascendental  toda- 
vía: darle  el  alimento  ¡nleleelual  para  que  el  mundo  no  lo 
tome  desgraciado  y  pueda  concurrir  á  las  evoluciones  del 
IK-rfeccionamiento  social. 

£1  deber  de  la  enseñanza  corresponde,  en  mi  juicio,  en 
primer  lugar,  A  los  ])adres. 

Pero  los  padre»  que  den,  por  ignorancia  ó  por  cualquier 
ulro  niotlvu,  en  descuidar  este  deber  supremo;  y  asi  como  el 
Estado  no  podría  permitir  {i  un  padre  que  dejara    morir  de 


—  48  - 

hambre  A  dp  frío  &  hii  liijoa,  así  taniljíén  tiene  el  dereclio  dé 
llermt  sus  defioierKias  en  niatoria  rifi  pnsennnzu:  pI  alimento 
espiritual  es  tan  nt'rusaritt,  desde  el  |miitii  de  vista  soi-ial,  cinm» 
d  alimento  fHini  el  euerpo. 

Pe  a(|iif  dimana  la  (enría  del  Instado  docente.  El  Esludii 
viene  ñ  llenar  las  ilelicíeiu'ias  de  los  padres,  y  viene,  aparte 
<tc  las  consideraciones  expiieélas,  en  virtud  de  un  derecho 
de  propia  can!«er\'at:ión,  porque  no  puede  svrle  íiidiferenle 
que  se  formen  tíeneraeioiies  eHiurada<<,  es  decir,  morales  y 
etevadaí:.  ú  hordas  de  Ijürbaros  ó  criminales  <|ue  pudieran 
conmover  torlou  los  fundamentos  del  edificio  socíni. 

De  aquí  nace  también  el  derecho  del  Estado  para  detormí- 
uar  cuáles  deben  ser  las  iimlerías  de  enseñanza,  y  pjira  de- 
cir: «Tal  dueLríiia.  que  es  conlrariu  al  dogma  de  las  (¡oliera- 
nía  de  loR  pueblos,  que  es  coiilraria  á  los  principios  de  un 
(lobíerno  libre,  no  puede  ser  admitida  en  las  escuelas,  a»I 
como  un  puede  ser  administrado  el  veneno  al  cuerpo  hu- 
mano». 

Esta  es,  señor  Presidente,  la  teoría  del  Eslado  docente. 

Pero  tiimanamlo  de  alli  el  deroobo  del  Estado,  ^  basta 
dónde  alcanzará? 

El  señor  Diputado  Guyena,  eti  nowhre  de  tti  lUterUid  de 
enneimtisa,  llegaba,  con  sorpresa  mía,  á  esta  conelu^íóu:  el 
Estado,  que  no  tiene  sino  una  niisiiín  suplemenlaria,  debe^ 
sin  embargo,  enseñar  la  relij^iún;  debe  fijar  la  ndi^íón  entre 
las  otras  materias  de  eusefiaiiza  obliitatoria. 

Señor:  la  misión  del  Estado,  por  lo  mistim  que  es  una 
misión  suplementaria,  sólo  alcanza  ailf  donde  llegan  las  ver- 
daderas necesidades  del  mismo  Estado.  I^  vcriladeru  necesi- 
dad, el  fin  primordial  del  Estado,  es  formar  ciudadanos  que 
sean  rapares  de  continuar  la  obra  de  civibzarjúri  en  que 
están  en)peñadas  todas  tas  sociedades  humanas;  pero  una 
vez  llenado  este  objeto,  su  derecho  desaparece,  como  de.sa- 
parece  su  deber.  Y  como  para  hacer  cítidadaiins  civilizados 
y  libres,  no  hay  necesidad  de  hacer  la  enseñanza  especial 
del  ilogniii  revelado,  y  coiuo  en  la  sociedad  hay  elemerdf^s 
sobrados  para  (pie  esa  enseñanza  pueda  baoiTse  sin  nece- 
sidad de  intervención  oficial,  la  inlervención  del  Estado,  con 
arreglo  ú  los  mismos  prinripios  sosteuidos  ])or  el  señor  Di- 
putado Goyena,  no  tiene  razón  de  ser;  y  ai  es  asf,  desapare- 
ce el  derecho  como  desaparece  el  deber. 


mm 


^ 


—  49  — 


SosU'nifudo  la  iluctriiia  de  la  libertad  de  enseñanza  que, 
como  decía  al  princ^ipio,  es  ahora  fl  pendían  que  se  eniirliola 
en  Kraticia,  itv  atacaba  la  escuela  oficial,  la  escuela  del  Ks- 
tildo,  y  se  decía:  Si  se  entregase  toda  la  enseñanza,  al  Ksta- 
do. correríamos  el  peligro  de  ver  levantarse  las  tiranías. 

Hft  manifestado  ya  iine  no  qnurla  entrar  por  el  ninmenlo 
esta  gran  cuestión  tie  la  lilii'rlad  de  lu  enseñanza.  SÍii  em- 
bargo, puedo  adelantar  que  no  estoy  de  acuerito  cun  loque 
en  Francia  se  ha  hecho  al  n-sprelo. 

Yo  no  creo  que.  en  nombre  de  la  libertad,  pueda  proscri- 
birse la  libertad. 

Pero  aceptando  las  ideas  de  los  sefioreij  Diputados  por 
Córdot>a  y  üuenos  Aires  de  que  no  es  eonvpnicnle.  de  que 
uo  es  pru  leiile,  de  que  nu  es  pulríótico  enlrejjnr  al  Estado  el 
cuidado  exclusivo  de  la  enseñanza,  yo  les  preírunto:  ¿cAmo 
creéis  un  peligro  el  hecho  de  entregar  al  Kstailu  la  enseñanza 
de  aquellos  ramos  de  la  ciencia  que  sólo  se  ocn|>an  de  las 
cosas  temporales,  y  no  encontráis  peli^fn)  de  ningún  género 
en  haeerle  depositario  de  In  palabra  divina  para  que  la  tras- 
mita como  lú  quiera  al  alma  de  los  nlfiosf 

¡Seflor  Presidente:  eso  sí  sería  una  verdadera  calamidad! 
j  Kso  si  serfn  la  doctrina  cesaríann.  como  llaman  los  propa- 
gandistas católicos  á  la  escuela  sostenida  únicamente  por  el 
E!^Lado7  ¡Eso  sería  la  doctrina  cesariana,  porque  por  ese  me- 
dio habriainns  i:readu  el  Kslado-Dius;  ptir  ese  medio  habríu- 
m<K«(  puesto  en  las  manos  oficíales  esa  espada  espiritual  que 
sólo  lia  sido  concedida  al  Estado  en  los  pueblos  bárbaros  y 
que  HÚlo  existe  actuAluiente  en  las  del  Czar  omaipoteute  do 
las  Husias ! 

(No,  fHífior  Prt^ídente!  No  pongamos  seniejatde  podei  en 
manos  del  Estado. 

?A  Estado  es  para  llenar  Unes  temporales  en  el  mundo:  es 
pura  oAC^rar  boncBcíos  que  sdlo  se  relacionan  con  el  hom- 
bre romo  ser  social;  para  las  necesidades  espirituales,  ahí 
está  la  iglesia.  Vaya  la  iglesia  á  desempeñar  su  uusión. 
siendo  la  pastara  de  las  almari;  vaya  la  iglesia  li  enseñar  re- 
Iigii5n. 

riejeinMS  c|in*  el  Estadu  enseñe  luiicanieirle  las  cosas  tem- 
porales, limitándose,  como  decía  antes,  en  materia  religiosa, 
A  aquello  que  le  t»  indispensable  para  el  cumplimiento  de 
su  cometido,  es  decir,  á   a<|uello  adonde    la   razón    puede 

OtAtoau  ABitams*— rema  tV.  4 


—  50  — 


olf^ivarse  por  sí  Bola^  sin  noccsidad  de  recurrir  á  la  reve- 
lar ion. 

l'eio  no  es  esto  solo,  y  voy  á  sosleuer  que  hay  también 
peligro,  y  gran  pelif^ro,  para  la  misma  Iglesia,  si  se  adtníie 
el  pi*oyeclo  como  lo  propone  la  C<im¡sl(jn. 

¿Quí  garanlfas  olrece  el  proyecto  de  la  Comisión,  de  ijue 
lu  enseñanza  dada  en  las  escuelas  lia  de  ser  una  eiis«flanxa 
complftamenle  ortodoxa? 

yo  declaraba  al  principio  cuálns  eran  las  consetiucncia& 
del  obstáculo,  y  decía  á  sus  soslencdnres:  tenéis  ipic  ir  for- 
zosamente &  la  intromisión  del  Clero;  tenéis  indispensable- 
nientr  qui*  ir  á  la  interveniMÚii  de  la  autoridad  eclesiástica, 
porque  es  la  única  garantía  efieaK  para  {|uc  no  ae.  e\]>anda 
el  veneno  en  vez  de  los  principios  de  la  religión.  Pero  no 
tomándose  garantía,  como  no  la  loma  la  Comisión,  yo  digo- 
que  la  Ijilesia  nu  puede,  nu  debe  aceptar  este  proyectu  sin 
olvido  de  sus  intereses  más  trasceudenlales  y  de  los  princi- 
pios que  en  todo  tiempo  ba  sostenido. 

Y  sobre  este  punto,  voy  fi  apoyar  mis  palabras  en  algunas 
autoridades  que  no  serán  sospechosas  para  los  señores  I)i- 
pulado^t  sostenedores  del  provéelo  de  la  Comisión. 

No  voy  á  citar,  señor  Prt^sidente,  las  opiniones  de  Love- 
leye,  de  Híppeati,  de  Herí,  de  Simón,  de  cualipiiera  de  esos 
grandes  pensadores  que  ocupan  el  primer  puesto  en  el  mundo 
europeo  entre  los  que  cultivan  la  ciencia  de  la  educación. 

Y  no  lo  bago,  porque  conozco  de  antemano  la  contestación. 
Se  me  ha  dc'decir:  son  los  sectarios  ilel  libcralismu,  y  sus 

opiniones  no  pueden  ser  imparciales.  Voy  á  cilar  la  opinión 
de  tui  partidario  de  la  Iglesia,  para  apoyarme  en  ella  á  ña 
de  demostrar  que  no  es  conveniente  para  la  Iglesia  que  se 
entregue  á  laicos  la  enseñanza  de  la  religión. 

El  seE^or  Dipuladti  Lagos  citó  en  una  de  las  sosiones  an- 
teriores una  carta  del  Obis[)o  de  Cante  &  los  regidores  de 
la  ciudad  de  Alost.  Una  parte  de  esta  e^rla  se  le  había 
extraviado  en  aquel  momento,  así  es  que,  do»^acÍadamenle, 
no  pudo  leer  la  parte  más  importante  de  la  cita,  y  la  que 
bace  resalüir  mejor  los  peligros  que  existirían  para  la  Igle- 
sia si  se  aceptase  el  proyecto  de  la  Comisión. 

Voy  á  leerlíi  nuevamente  para  completar  la  jmrte  ya  leída, 
á  fin  de  hacer  ver  cuál  es  el  pensamiento  de  los  católicos- 
que  más  se  interesan  por  el  propreso  de  su  religión. 


—  51  - 


Decía  el  Obispo  de  Gante  era  carta  de  30  de  Octubre 
de  1855: 

t  Ignoráis,  ain  (luda,  sefinnis,  que  la  cnscñuii^a  religiosa 
pertenece  exclusivamente  á  la  I^^lesia,  aun  la  del  Catecismo, 
y  que  nadie,  ni  aun  un  saceriJoLe,  puede  darla  .sin  nnu  de- 
leitación de  la  autoridad  eclesiástica.»  N'o  solamente  el  Clero, 
sino  todos  los  culólicos  instruidos  están  de  acuerdo  con  este 
príncipid. 

Es  &ai  como  en  la  sesión  del  Ki  de  .Inllo  de  \Ss}\,  en  la 
Cámara  de  Diputa<los,  Mr.  Vílaín,  hoy  Ministro  de  Negocióte 
Extranjeros,  ha  deniuHtrado  que  es  Ufi  error  completo  sostener 
que  los  padres  tienen  el  dcreclio  de  cnscOnr  el  Catecismo  á 
Bua  hijuH  y  ()ue  pnedcn  üele{¡itr  esie  derecho  en  los  profesoreti 
de  loa  colegios.  Mr.  de  üeker.  Ministro  actual  del  Interior,  ha 
ido  más  lejos  ruando,  en  la  sesión  del  17  de  Julio  h»  pro- 
nunciado estas  notables  palabras: 

•  La  cuestión  de  hecho  no  prueba  nada,  contra  lo  que  lla- 
«  man  la  pretcnsión  del  Clero;  pero,  lo  sabéis  muy  bien;  no 
*ea  una  pretensión;  es  un  principio  inviolable  de  la  Iglesia. 
«Como  lo  lia  rllclio  Mr.  VÍIüÍii,  la  enseñan/.a  religiosa  dada 
«por  laicos  serta  un  principio  de  cisriiu.  La  ciiscriaiizii  dada 
«por  laicos  es  una  cosa  inaceptable  desde  el  punto  de  vista 
•  católico.  ¿Por  qué  queréis  forzar  la  conciencia  de  los  cató- 
-  lieos  sin  necesidad,  cuando,  cu  vez  de  hacer  dar  la  ense- 
« ñausa  religiosa  por  láicoSf  tenéis  el  recurso  constitucional 
«de  hacerla  recibir  en  la  Iglcsiat 

*  He  uqui  lo  que  no  puedo  comprender». 

Ser'ior  Priísidenlc:  si  el  Obispo  de  líaiitr  que  hacía  estas 
declaraciones;  si  los  grandes  Jefes  del  catolicismo  en  Bél- 
gica, que  pensaban  de  esta  manera,  presenciaran  esta  dis- 
rusiún,  segiiramentc  que  no  sería  en  nuestras  fdas  donde 
eneontrurfun  el  principio  de  cisma  que  temían. 

No  somos  nosotros  los  (jue  sostenemos  que  la  enseñanza 
religiosa  deba  ser  dada  por  laicos.  Son,  por  el  contrario,  los 
que  se  levantan  defendiendo  las  doctrinas  de  la  iglesia  ca- 
tólica, los  que  en  otras  latitudes  y  por  intereses  transitorios 
TÍeaen  ñ  proclamar  lo  que  un  Obispo  ullaineiite  ilustrado 
ronsideraba  una  Iier-cgfa  insostenible:  esto  es,  arrebatar  ,1  la 
Iglesia  su  misión  de  ser  la  finirá  directora  de  la  educación 
relíginsa,  la  íinica  depositaria  de  la  luz  esjtirítual. 

Pero  voy  más  adelante.  Citaré  otra  opinión,  (no  soy  par- 


—  52  — 


llilurio  de  citas,  y,  por  consiguiente,  no  abuKUPé  de  ellas;  la 
Cámara  puede  esUr  Iranijiiila;  |>ero  no  puedo  dejar  de  apo- 
yarme en  otra  autoridad  do  un  hombre  joven  todavía,  pero 
que  lionra  á  su  Patria  y  cuyas  ideas  lienen  tanlo  más  mé- 
rito, cuanto  que  son  adquiridas  en  una  larga  consiigrucíón 
al  magisterio,  en  cl  cual  lia  manifestado  alta  competencia  y 
condiciones  ndevanles  de  carácter). 

Me  refiero  al  señor  José  Manuel  Estrada,  Redor  del  Co- 
legio iNatrional  de  la  Cajiilal  y  uno  de  los  t^itUru  de  la  cam- 
pana que  en  este  momento  está  empegada  para  establecer 
la  enseñanza  reli^fiosa  en  las  escuelas. 

Veamos  lo  que  decía  cl  sefior  Estrada  en  el  informe  que, 
como  Director  de  Escuelas,  presentó  en  1870. 

La  CÍLinara  me  habrá  perdonado  cl  demorarla  algunos  ins- 
tantes, después  de  oir  las  lillas  palat)ras  de  que  voy  fi  dar 
lecluia. 

Dice  el  informe  del  scQor  Estrada: 

•  Varia  de  aspecto  la  cuestión  (está  ocupándose  precisa- 
mente de  la  cuesliúri  ite  la  enseñanza  religiosa)  reHriéndose 
á  las  escuelas  comunes  i-osleadas  por  un  pueblo  formado 
de  individuos  de  difcrcnles  creencias,  y  destinada  ú  la  edu- 
cación de  todos  sus  hijos.  He  aquí  la  primera  difícullad». 

«Veamos  ahora  en  qué  i-elación  está  la  capacidad  de  lus 
maestros  con  los  arduos  deberes  de  una  enseñanza  dog>- 
málica". 

«¿Puede  exigirse  en  ellos  que  posean  las  ciencias  sa<<radHS 
con  toda  la  profundidad  recjuerida  para  poner  sus  princi- 
pios sublimes  al  alcance  de  los  niños,  sin  vacilar  ante  nin- 
günu  curiosidad  infantil,  sin  quí  duda  alguna  los  encuen- 
tre despmvenidosf  ¿Profesan  todos  los  maestros  una  misma 
creencia  relifíiosa?» 

«¿No  habría  incunsccuencia  de  parte  de  las  leyes  que  re- 
conocen la  libertad  relipioita  en  el  fuero  inicrnu  si  exigieran 
de  los  maestros  una  profesión  doffmálicaí  ¿Es  liable  esperar 
que  un  hombre  transmita  á  los  niños,  con  aquella  eficacia  que 
no  viene  sino  de  convicciones  calorosas,  dogmas  y  doctrinas 
de  las  cuales  no  participe?  ¿Pu^de  acoptarso  la  liUerlad  de  la 
enseñanza  reüginMa.  en  el  st^ntido  de  las  creencias  del  maestro 
de  escuela,  aun  cuando  éstas  fuesen  distintas  de  his  que  pro- 
fesan la  mayorfa  de  la  totalidad  de  los  padnts  de  familia, 
sobre  los  cuales  y  no  sobre  los  maestros,  pesa  de  parto  tie 


&3 


Dios  U  re^ponKi-ibilidad  de  la  <!()uca<'¡ón,  principa) mente  en 
lo  moral?  ¿Ha  df  ftpíprcrlarsí'  por  roniplHo  la  fe  romíni  á 
la  mayoria  de  lu  pobtaciún,  sía  que  la  e^icuola  se  preocupe 
en  lo  más  mfniínn  de  esas  creeiirins  y  de  la  roliintad  pre- 
sunta de  los  padres  respecto  á  la  religión  que  han  de  üeguir 
«US  liijost» 

Y  sigue  estmliand»  los  diversos  Bislemaíi,  para  concluir  de 
etda  manera: 

«  Prnftindamenfe  p(?n('(rado  de  cíílas  ideas  y  ali'iidiciiilo  á 
estos  beclios:  1*.  que  la  mayoría  del  país  pertenece  &  la  Co- 
munión (lalólica;  2%  que  le  corresponde  al  saceniocio  la  en- 
señanza religiosa;  y  3*,  que  está  reconocida  por  las  leyes  del 
pab  la  libertad  de  cada  hombre  para  adonir  á  Dios  Todo- 
poderoso Begún  su  ronciencin,  rcorpranicé  pMti  parir  de  la 
educación  en  la  Tonna  que  explica  el  documento  qae  tnins- 
crilío». 

Por  é\  se  ordena  &  log  maestros  «le  esíiMiela  que  lleven  Ins 
niños  católicos  á  la  Iglesia  para  que  reciban  del  |>árroco  la 
educación  reli^osa  eorrespon<liente. 

Ks  con  pota  <lirereiicia  el  sistema  que  nosotron  propone- 
mos: que  la  eduoaeiou  n'li^'iosa  se  dé  pur  ol  Párroco,  por  el 
sauírdolc.  por  el   depositario  de  la  palabra  del  Elvangelio. 

No  qurin'nioi}  que  ella  sea  entre^'ada  A  lúicos.  i|ue  índu- 
dablrmnntc  no  tendrían  toda  la  profundidad  de  conncímien- 
(os  necesaria  para  darla,  y  que.  t-innu  dice  el  señor  K^^trada 
con  mucha  ra/ón,  no  podrían  penetrar  en  estas  teologías 
obsruraíi  del  do^nna.  y  les  sería  imposible  satisfacer  la  furio- 
stdaH  infantil  entre  todas  sus  manifestaciones  tan  vivace», 
lan  rápidas  siempre. 

N'n  olvidemos  tampoco  tudas  las  compílele  ion  es.  lodos  los 
I"'-"  '     I  rtcompafiadn  yacompafinn  á  una  unión  fnlima 

»i  >       I    '¡ue  Mí  rclaciiinan  cun  la  relipón  y  las  cosas 

que  KÓIu  interesan  al  orden  político. 

Si  ^ncionaniúá  vi  artículo  como  lo  propone  la  Comisión, 
vamoü  á  tener  al  día  simúlenle  el  connielo  permanente;  va- 
mos á  tener  irnncdinlanieiite  á  la  autoridad  eclesi.Afíliea  que- 
jándose de  loK  niaesLroK  porqtuí  nn  dan  la  ense&anza  en  la 
forma  que  se  desearía,  y  vamos  A  ver  al  Minístrrt  de  Culto  A 
cada  niomento  tenicndn  «pie  arrojar  de  las  clases  á  los  maes- 
tro» mA^  meritorios  y  dijíiios,  porque  no  están  empapados, 
ó  porque  no  al&a  bastante  tmbuídoü  en  los  preceptor  del 


—  54  — 

catolicismo,  ó  disputando  con  los  Obispos  sobre  prerro^^atí- 
vas,  facultades  y  hasta  sobre  ortodoxia  de  doctrinas.  No 
t»ería  esto  arreglado  al  espíritu  del  siglo;  la  marcha  del  mundo 
moderno  es  por  otros  rumbos  y  en  busca  de  otros  horizon- 
tes. No  procedamos  contra  la  corriente  invencible.  Perdería- 
mos nuesti'o  rango  de  pueblo  libre. 

Es  necesario  separar  completamente  lo  espiritual  de  lo 
temporal;  dejar  ú  la  Iglesia  el  dominio  del  primero  y  dejar 
al  i)odcr  civil  los  cuidados  que  impone  el  segundo. 

He  futiguUü  mucho  la  atención  de  la  Cámara  y  voy  á 
tratar  do  terminar;  me  resta,  sin  embargo,  antes  de  hacerlo, 
ecliar  una  rápida  ojeada  sobre  el  estado  de  esta  cuestión. 

Pcrlen(ízco  en  materia  política  á  la  escuela  que  puede 
llamai'se  histórica,  es  decir,  á  aquella  que  busca  principal- 
motitf!  en  las  lecciones  de  la  historia  la  enseñanza  necesaria, 
la  hri'ijula  para  dirigir  ú  los  pueblos  en  su  misión  hacia  el 
pi!rfí!ccÍünamiento.  Por  eso  es  que  doy  siempre  importancia 
á  todos  los  antecedentes  históricos,  como  á  los  ejemplos  que 
iioM  presentan  pueblos  más  antiguos  que  el  nuestro  en  la 
(■scena   humana. 

La  riiUMones  jóvenes  tienen  esa  gran  ventaja.  Aparecen  sin 
prííocupaciones  y  sin  tradiciones  de  errores  que  pesan  como 
plomo,  y  iiuedeu  aprovechar  de  las  lecciones  que  les  pre- 
senta el  ejemplo  de  las  otras,  alcanzando  en  un  día  las 
coiHiuislas  realizadas  por  los  demás,  tras  siglos  de  tinieblas 
y  d(!  luchas.  Busquemos  las  lecciones  de  los  pueblos  más 
íidt'lantailos  que  nosotros,  y  yo  aseguro,  señor  Presidente, 
({ue  no  vamos  á  encontrar  casi  en  ninguna  parte  el  sistema 
<iue  la  Comisión  propone  en  este  momento. 

Tomo,  síM'inr  Presidente,  á  la  nación  madre  y  patria  de  la 
libertad:  principio  por  la  Inglaterra. 

La  Inglaterra,  pueblo  con  religión  de  Estado,  y  con  reli- 
gión intolerante,  antes  de  ahora,  ¿acaso  reconoce  principios 
en  materia  de  enseñanza,  parecidos  á  los  que  propone  la 
Comisión? 

Kl  sistema  inglés,  antes  de  la  ley  de  1870,  consistía  sen- 
cillamente en  lo  siguiente:  acordar  subsidios  á  todas  las  es- 
cuelas que  se  fundasen,  cualquiera  que  fuese  la  comunidad 
religiosa  A  que  ellas  perteneciesen. 

Poco  importa  que  fuesen  católicas,  protestantes  ó  judías; 
todos  tenían  el  derecho  de  establecer  escuelas,  y  las  escuelas 


—  55 


subvencionaban  con  lu  misma  equidad,  con  la  misma  jus- 
ticia, «in  prefeiencia  de  seda.  Kl  Klstadn  lu»  enseñaba;  se  li- 
mitaba ó  prott'írer  la  cnseñan7-a;  poro  en  esa  protección  no 
influían  para  nada  los  intereses  religiosos,  que  quedabau  en- 
Irepados  fi  la  iniciativa  particular. 

Sistema  deficiente  sin  duda,  pero  que  salvaba  los  fiinda- 
ifiientos  de  la  libertad  de  conciencia. 

Por  ese  sistema,  las  escuelas  protestantes  ensenaban  la 
^reli^nón  prolestanle,  las  escuelas  católicas  la  religión  cató- 
|IÍca.  IdH  escuelas  Judfns  enseruilmn    lu  religión  judtiica. 

Los  inconvenientes  prácticos  de  esto  sistema,  no  en  lo  que 

fse  refería  á  la  reliííión,  sino  en    lo  relativo  ít  la  tlirusión  de 

[la  enseñanza  cou  toda  la  extensión  que  lo  requieren  las  ro- 

:!iedades  modernas,  principiase  á  pulpar.<íc.  La  Ing^laterra  iba 

luedándnse  retardada  en  el  movimiento  educacionisia,  y  ella, 

[iaá.s  que  olra   nación   cualquiera,    comprendía   que   no    hay 

ñvUizacíón,  que   no    hay  liberlail,  que   no   hay  grandeza  ni 

riqueza»  sin  puebla  educado. 

La  ley  de  1870  procuró  la   reforma  con  cierta  vacilación, 

piias  es  sabido  el  amnr  K,into  de  los   iii<^](>ses   á  sns  inslilu- 

'viones  seculares,  aun  k  las  que  son  deficientes;  pero  fu^  el 

primer  [M.to  que  lia    sido   se¡^uido  por  otros   que  han  dado 

«tos  resultados:  la   educación  obligatoria  por  una  parte,  y 

laccpLacióri  de  la  teoría  del  Kslado  docente  por  otra. 

Por  esa  ley  se  obliga  ú  las  Comunas  que  no  len^mn  sufl- 
[cicntc  número  de  escuelas  particulares  á  que  funden  tas  uo- 
c^sarias. 

En  estas  riliimns,  que  son  las  únicas  oficiales^  la  enseñanza 

'de  lii    religión  es  determinada    por  caila   Comuna,  scf^n  lo 

pjítime  conveniente;  por  tanto,  en  ellas,  como  en  las  escuelas 

f>ar1iculares,  la  enseñanza  del  dogma  revelado  se  hace  por 

Jos  ministros  del  culto. 

Rstc  es  el  sistema  ingles. 

Este  mismo  sistema  [principia  fl  ser  criticado   y  se  levan- 
tan ya  las  voces  más  poderosas  de  los  grandes  oradoi^es  y 
le  los  grandes  políticos,  Gladstone  y  Bright  entre  ellos,  pi- 
liendo  para  la  Inglaterra  la  misma    libertad  que  existen  en 
[Irlanda,  en   el    Canadii.    en  Australia,  esos   jmeblos    nuevos 
[que,  como  otros  tantos  retoños   víhocosos,   crecen  y  se  des- 
irrollan  con  fuerza  extraordinaria  á  la  sombra  de   la  Gran 
F^>' ación. 


—  56  — 

Esa  idea  liberal  hace  camino,  y  cualquiera  que  conózcala 
Inglaterra  aceptará  mi  pronóstico.  En  pocos  años  más,  la 
escuela  neutra  se  levantará  triunfante  sobre  las  cimas  de  las 
instituciones  de  otra  época. 

En  Irlanda,  la  Cámara  ya  conoce  lo  que  pasa.  La  escuela 
neutra  funciona  con  admirable  resultado  hace  más  de  medio 
siglo,  y  funciona  con  aplauso  de  la  misma  Iglesia  Católica 

En  ia  Australia  existía  también  antes  el  mismo  sistema 
inglés;  subvención  á  las  corporaciones  particulares,  encar- 
gando la  tarea  de  la  enseñanza  sólo  á  la  iniciativa  privada. 
El  nivel  educacionista  no  aumentaba,  porque  sólo  en  la  In- 
glaterra y  gracias  al  genio  poderosamente  individualista  que 
caracteriza  á  sus  habitantes,  podría  dar  buenos  resultados 
semejante  sistema,  y  la  Australia  ha  llegado  al  sistema  in- 
glés y  hoy  allí  rige  en  absoluto  la  escuela  neutra,  sin  más 
enseñanza  que  la  de  la  moral. 

En  el  Canadá  sucede  exactamente  lo  mismo.  Vemos  tam- 
bién la  escuela  neutra  triunfante,  la  escuela  reducida  en  ma- 
teria religiosa  á  abrir  las  clases  con  la  oración  dominical, 
que  se  aplica  á  todas  las  religiones  reveladas,  y  aun  á  la 
religión  natural,  porque  no  es  sino  un  himno  al  Dios  de 
Sócrates. 

En  Austria,  por  el  concordato  de  1855,  la  enseñanza  es- 
taba exclusivamente  encomendada  al  Clero.  El  Austria  era 
consecuente  con  la  doctrina  política  y  religiosa  que  la  hizo- 
alma  de  la  Santa  Alianza  entre  los  déspotas,  para  matarlas 
santas  lihertades  de  los  pueblos. 

Pero  vino  la  desgracia  de  Sadowa  y  comprendió  que  sólo 
podía  encontrar  su  salvación,  que  sólo  podía  impedir  el  des- 
membramiento de  las  razas  que  cuhren  su  territorio  y  que 
tenían  tan  débiles  soldaduras  entre  sí,  apelando  á  lo  único 
que  da  vigor  y  fuerza  á  las  naciones;  las  instituciones  libres; 
y  el  Austria  se  encuentra  en  esc  camino  de  regeneración. 
Su  primer  acto  liheral,  tal  vez,  fué  romper  el  Concordato  de 
1855,  y  desde  entonces  principiaron  á  levantarse  por  todas 
partes  las  escuelas  neutras,  encargándose  de  la  enseñanza 
de  la  religión  únicamente  el  clero. 

La  Prusia  tiene  su  religión  de  Estado,  la  Prusia  tiene  sus 
escuelas  confesionales,  que  así  se  llaman,  es  decir,  las  es- 
cuelas protestantes,  como  la  tienen  también  la  Dinamarca, 
la  Suecia  y  casi  todos   los  pueblos  protestantes  de  Europa. 


-  57  — 


Pero,  ¿quién  da  la  enseñanza  religiosa?  En  nin^na  parle 
Cíirresponde  al   insliliitor  l/iieo  nombrado  por  el  Estado. 

Kn  unos  pueblos  Ja  enseñanza  corresponde  en  su  totalidad 
¿  las  corporaciones  religiosas,  que  hacen  ensenar  ku  religión, 
catAlica  ó  protestante,  por  sus  párrocos  ó  raínistros. 

En  otras  partes,  el  Ksladn  se  cncarjía  de  la  instrucción 
general:  peio  aunque  establezca  la  enseñanza  de  la  rel¡(íión. 
la  enlre^  al  Clero  exclnsivainente.  Así  en  Prusía,  donde  por 
las  rdtinias  leyes  el  sacerdocio  lia  cgiiedado  separado  de  las 
escuela-s,  con  excepción  de  la  religión  cuya  enscftanza  le 
corresponde,  está  bajo  su  ¿nica  é  inmediata  dirección. 

En  Francia  la  cuestión  es  Ronocída.  Rs  sabido  que  la 
Francia,  paní  ananzar  I<ts  principios  que  forman  en  la  actua- 
lidad su  credo  republicano,  lia  tenido  necesidad  de  acudir 
á  la  reforma  general  de  la  ensefianza;  y  son  conocidos  los 
estallidos  que  han  producido  la  discusión  de  la  ley  Ferry  y 
los  peligros  que  rodean  A  la  Hepútlíoa,  como  consecuencia 
de  esa  lucha  tremenda. 

Creerla  ofender  la  ilustración  de  la  Cámara  si  insistiera 
eii  historia  lan  conocida  por  todos  los  (pie  nos  interesamos 
en  el  porvenir  de  aquella  nación,  liija  primogénita  de  la  raza 
¿  que  pertenecemos. 

Veamos  lo  que  pasa  en  Bélgica. 

Bél^'ica  es  el  único  pueblo  en  que  hayan  existido  desde 
el  pruner  momenlo  de  su  emancipación  de  la  Holanda,  dos 
partidofi  que  tienen  la  bandera  religiosa.  En  Bélgica,  los  par- 
Udos  políticos  se  dividen  en  liberales  y  ultramontanos. 

Después  de  su  separación  de  la  Holanda,  el  partido  ealó- 
lico.  que  había  tenido  una  inmensa  parte  en  el  inorimienlo 
insurreccional  que  produjo  la  emancipación,  dio,  como  era 
nulurul.  como  ley  de  enseñanza  la  ley  de  184-Ó,  en  virtud  de 
la  cuítl  toda  ella  corresponde  al  Clero,  siendo  obligatoria  la 
enseñanza  religiosa  y  católica. 

Pero  viene,  señor  l'residerdc,  después  de  muchos  años  de 
dominación  del  partido  ultramontano,  el  partido  liberal  al 
poder,  y  con  gi-au  aplauso  del  país  entero,  uno  de  los  pri- 
meros actos  de  la  Legislatura  belga  es  sancionarla  gran  ley 
de  1-^íl.  estableciendo  la  escuela  neutra,  en  la  forma  en  que 
nusotrtfs  la  queremos,  declarando  (|ue  sólo  el  Ministro  del 
Ciüto  puede  dar  lecciones  sobre  religión. 

£n  lu  Holanda,  país  proti^^lante,  domle  existía  también  en 


—  58  — 

otros  tiempos  la  escuela  confesional,  principian  á  soplar  vien- 
tos de  libertad,  y  en  1855,  como  consecuencia  de  ellos,  se 
dicta  una  ley  que  ha  sido  apoyada  por  los  católicos  con 
gran  entusiasmo,  como  se  lia  diclio,  y  por  la  cual,  en  nom- 
bre de  la  libertad  de  conciencia,  se  estableció  la  escuela  neu- 
tra, que  ha  dado  y  sigue  dando  excelentes  frutos. 

¿Qué  sucede  en  España?  La  España,  tan  atrasada  en  estos 
ídtiiiios  tiempos,  pero  que  tan  nobles  esfuerzos  bace  para 
levantarse  de  su  postración;  la  España,  apenas  ha  sacudido 
el  manto  de  plomo  que  sobre  sus  hombros  había  echado  la 
teocracia  aliada  al  absolutismo,  apenas  vino  la  revolución 
de  1868,  cambió  las  bases  fundamentales  de  la  enseñanza  y 
estableció  como  está  establecido  ahora,  que  á  los  niños  se 
enseñe  solamente  doctrina  cristiana,  no  religión  católica,  pri- 
mer paso  en  el  camino  para  llegar  al  objetivo. 

Pasemos  á  Italia.  La  Italia  tenía  que  ocuparse  de  sus  cues- 
tiones primordiales:  las  cuestiones  que  se  relacionaban  con 
su  unidad  política.  La  Italia  tenía  necesidad  de  tomar  á  Roma 
como  Capital,  y  para  ello  debía  contemporizar  y  no  herir 
demasiado  ni  aun  las  susceptibilidades  religiosas,  que  po- 
drían comprometer  los  resultados  de  tantos  patrióticos  es- 
fuerzos. 

Por  eso  es  que  Iiasla  ahora  no  se  siente  un  movimiento 
liberal  acentuado  en  materia  de  educación  popular. 

Hubo,  sí,  en  1868,  un  proyecto  de  ley,  la  ley  de  Scialoja, 
en  virtud  do  la  cuál  se  establecía  la  escuela  neutra  con  pros- 
ciipción  de  toda  enseñanza  religiosa,  proyecto  que  fué  sos- 
tenido por  Caii'oli,  Depretis,  por  los  primeros  hombres  que 
presiden  la  política  italiana  en  estos  tiempos;  pero,  en  vir- 
tud de  razones  transitorias,  de  esas  razones  que  acabo  de 
indicar,  de  la  necesidad  de  no  herir  el  sentimiento  religioso 
de  las  poblaciones,  ni  aun  en  sus  susceptibilidades,  ni  aun 
en  sus  errores,  esa  ley  no  fué  sancionada;  pero  no  fué  re- 
chazada tampoco;  fué  simplemente  aplazada. 

Pero  vamos  á  la  nación  que  hemos  lomado  como  modelo; 
vamos  á  los  Estados  Unidos,  á  los  cuales  el  señor  Diputado 
Achaval  entonaba  un  liimno  de  admiración,  encontrando  en 
su  sistema  de  escuelas  la  base  de  ese  engrandecimiento  sin 
ejemplo  en  los  fastos  de  la  humnaidad. 

Sí;  el  señor  Diputado  por  Córdoba  tiene  razón;  la  base  de 
la  grandeza  de   los  Estados  Unidos   se    encuentra,  sin  duda 


—  59  — 


en  que,  como  iiint^úii  pueblo,  haiL  sabido  comprender  la  im- 
pttrUncúi  (Jol  (Insiirrollo  iiileleutiial  en  las  tnasíis;  se  encuen- 
tra prccisumcule  en  que  lian  cabido  que  e.sa  es  una  necesidad 
vital  para  una  nación,  ven  que  han  puesto,  como  nadie, cn 
accidn  los  medios  para  llenar  esos  objetos.  Admito  el  ejem- 
plo )-  lo  invoco  romo  la  priuRÍpal  autoridad  en  pro  de  nues- 
tras ideas. 

En  Estados  Unidos,  no  es  exacto  que  exisla,  como  donía 
c)  .si^ñor  Diputado  por  Ci'irdoba,  la  escuela  eonfesíonal.  Se 
principia,  es  cierto,  con  la  oración  domioícal.  adoraudo  á 
Dios  cou  indepíMidencia  completa  de  todas  las  religiones 

Sr.  Aehaval  Hodrigues.  —  Yo  he  hablado  de  las  escuetas 
comunes. 

Sr.  Gallo. —  Vero  las  escuelas  comunes  son  el  sistema  de 
educación  en   Norte  América. 

Eu  los  Estados  Unidos  se  enseña  cu  las  escuelas  comu- 
nes lo  que  nosotros  queremos:  la  moral,  fundada  en  Dios, 
y  la  inmortalidail  del  alma;  |>ero  se  deja  k  las  escuelas  do- 
inicales,  conipIcLameiile  independientes  de  las  otras,  el  cui- 
dado de  enseñar  las  reli;íiones  de  los  (üvorsos  cultos.  Es  en 
las  diversas  escuelas  del  Diuningo,  donde  al  católico  se  enscfta 
¿  ser  buen  católico,  al  protestante  á  ser  buen  protestante. 

Y  es  este  sistema  (¡ue  rejm.'ui  en  la  naturaleza  tuimana, 
que  concibe  todas  las  libertades  el  que,  baciendo  el  mismo 
camino  (|ue  han  recorrido  las  instituciones  repuliliciinas  fun- 
dadas por  Washington  y  por  Kranklin,  por  Hiimíllon  y  por 
Jeffersou,  tiene  que  oblencr  el   triunfo  definitivo. 

¿Queréis  fa  escuela  de  los  Estados  Unidos  entre  noso- 
tros? 

La  recibiremos  con  veneración  y  con  orjnillo;  pero  antea 
renexionad  y  ved  cómo  lo  que  proponemos,  que  es  una  tran- 
sacción. c(uno  es  trunsac^^ión  el  articulo  de  la  Constitución 
sobre  religión,  va  mucho  menos  lejos  que  la  doctrina  impe- 
rante en  aquella   nación. 

Pero  me  distrai^ro  de  mí  ¡nxjpósito  y  vuelvo  á  /d. 

Sólo  he  querido,  al  hacer  esta  rápida  incursión  eu  el  es- 
tado de  la  cuestión  en  el  mnmlo,  dejar  establecido  este  he- 
cho: los  Estados  Unidos,  lu  Holanda,  el  Canadá,  la  Australia, 
la  Bélgica,  tu  Irlanda  misma,  tienen  la  escuela  neutra;  y  no 
son,  se^ramente,  los  pueblos  en  los  cuales  se  encuentre 
menos  desarrollado  el  sentimiento  religioso.  No.  En  ninguna 


—  60  ~ 

parte  como  en  Estados    Unidos  el   sentiiuiento    religioso  ha 
lomado  tanto  vuelo,  tanto  esplendor. 

La  Holanda  es  un  pueblo  eminentemente  moral,  y  es  uno 
de  los  que  más  contribuyen  como  poderoso  auxiliar,  al  de- 
sarrollo de  la  civilización  moderna. 

La  Bélgica  es.  tai  vez,  el  primero  de  los  pueblos  católicos, 
como  profundidad  de  sentimiento  religioso,  y  la  Irlanda  misma 
es  ejemplo  de  fe  y  de  perseverancia  para  resistir  las  perse- 
cuciones de  los  comiuisladores,  fe  que  alentó  á  O'Connell  y 
que  hoy  acaba  de  conseguir  su  triunfo  con  la  supresión  de 
la  Iglesia  oficial. 

Veamos  el  reverso  de  la  medalla:  estudiemos  los  oíros 
pueblos,  en  los  cuales  haya  imperado  hasta  ahora  el  sistema 
que  propone  la  Comisión.  Y,  ¿qué  encontramos? 

La  España,  las  dos  Sicilias,  los  Estados  Papales,  la  Lom- 
bardía  y  el  Austria  misma,  absorbidos  en  la  superstición  idó- 
latra, ó  llegando  en  su  reacción  hasta  los  extremos  más  de- 
plorables de  materialismo  grosero. 

Por  eso  los  veis,  habiendo  sido  los  primeros,  habiendo 
tenido  el  cetro  del  mundo,  debatirse  convulsos  en  las  peri- 
pecias de  un  ludia  terrible  para  poder  alcanzar  el  nivel 
que  les  corresponde. 

No  es,  pues,  exacto  que  la  escuela  neutra  sea  una  escuela 
atea;  como  no  lo  es  que  produzca  como  resultado  el  olvido 
de  los  sentimientos  religiosos  en  las  sociedades:  el  ejemplo 
del  mundo  nos  dice  lo  contrario.  Y,  ante  esta  enseñanza, 
tenemos  que  inclinarnos  y  decliirar  que  el  sistema  no  es 
malo.  El  árbol  se  conoce  por  sus  frutos;  y  si  estos  son  sa- 
ludables, no  tenéis  derecho  para  troncharlos  y  evitar  la  som- 
bra de  sus   ramas. 

He  escuchado  con  profunda  atención  los  discursos  de  los 
sefíores  Diputados  que  lian  defendido  el  proyecto  de  la  Co- 
misión, y  he  tratado  de  encontrar  cuáles  eran  las  objeciones 
que  podían  hacerse  al  proyecto  que  nosotros  hemos  tenido 
el  honor  de  presentar.  He  tratado  con  sumo  cuidado  de 
buscarlas,  y  sólo  he  podido  encontrar  esta:  indudablemente' 
sería  mejor  (creo  qufí  en  esto  estarán  de  acuerdo)  que  los  Mi- 
nistros del  Culto  fueran  los  que  diesen  la  enseñanza  reli- 
giosa; pero  esto  no  es  práctico,  no  es  po.siblc;  esta  es  una 
fórmula  maliciosa,  (me  parece  que  es  la  palabra  poco  parla- 
mentaria que  se  empleó)  á  fin  de  cambiar  la  escuela  actual 


—  61  — 


|H>r  la  escuela  atea,  por  ta  escuela  sin  Dios.  ¿Y  por  qué? 
¿Af^so  el  clero  ar{.'entiim  un  tíiMie  las  eau'ticiones  necesa* 
rías  para  llenar  su  niagisteriof 

Hn^ainos  constar  prirunro  esta  declaración:  no  es  do  nues- 
tras ñlas  de  donde  partió  esa  palalira  de  descoalento;  no 
somos  nosotros  los  que  liemos  iladu  á  entemíer  quii  ni  clero 
argentino  no  podri'i.  no  querrá,  ó  nu  .sabrá  cnst^fi.-ir  reli^óii 
en  las  escuelas. 

No  estoy  de  acuerdo  con  semejante  afirniaciún.  Muy  le- 
jos de  ello,  creo  que  el  clero  argentino,  elevándose  hasta  su 
alta  tnisiúti,  lia  de  saber  llenar  los  deberes  (¡uc  le  eiu-.o- 
luendenios:  ha  de  saber  demostrar  que  la  misión  del  sacer- 
dote no  eslíí  únicamente  en  el  altar  6  cu  el  eonfcíiionai  ¡o,  shi''i 
en  esta  olra.  mucbo  mus  altii:  cilurar  a!  que  no  sabe,  abrir 
los  ojos  ú  la  luz  al  ciego. 

El  clero  es  esiraso,  nos  cx)ulestan:  nu  es  baslaale  á  causa 
de  nuestra  dilatada  campaña  para  recorrer  todas  las  escue- 
las; pero  aparte  de  que  esta  ley  es  sólo  para  la  Capital  y 
territorios  nacionales,  yo  di^o:  el  Hstado  sostiene  el  culto 
católico,  apostólico,  romano:  y  si  fueran  neee.<arios  nuevos, 
sacerdoles  para  llenar  esa  alta  misión,  yo  sería  el  primero, 
como  Diputado  del  pueblo,  que  votaría  nuevos  subsidios  al 
presupuesto  del  culto,  á  lin  de  que  len«:amos  un  clero  nu- 
ble, ilustrado  y  en  aptitud  de  llenar  los  deberes  de  la  ense- 
ñanza reli{j;io!<u,  í^iendo  el  i'mico  á.  quien  tal  tarca  puede  ser 
confiada. 

Este  arjíumenlo,  pues,  -el  clero  no  puede  hacer  eso»  no 
es  un  arKinnento  en  contra  de  nuestras  doctrinas.  Podrá 
hacerlo  por<)ue  le  daremos  elementos;  y  si  no  quisiera  Ita- 
cerlo,  para  eso  está  la  Autoridad  Superior  Eclesiástica,  que 
deberá  encontrarle  é  imponerle  en  ca.*!©  necesario  sus  de- 
Iteres. 

Y  no  tenin  que  los  clérigos  vayan  á  las  escuelas.  Muy  le- 
jos de  eso.  Consecuente  con  lo  que  dije  al  principio,  que 
no  creía  que  el  catolicismo  fuera  inconcdiabte  con  la  liber- 
tad, creo  también  que  han  de  enseñar  sn  religión,  pero  de 
manera  que  los  niños  aprendan  tan)bién  á  respetar  los  de- 
beres del  ciudndano. 

Yo  no  creo  ([ue  el  clero  argentino  haya  [>erdidu  lodos  los 
sen líni lentos  cívicos  que  le  animaran  en  otros  días,  y  confío 
en  que  han  de  continuar  siendo  los  dignos  sucesores  de  aque- 


—  62  — 

líos  curas  rio  nldcas.  como  los  ha  llaiiiarlo  uno  t\v  nucslros 
principales  hombres  político»,  á  la  mayoría  iIpI  Conirreso  de 
1810,  quo  supÑ-ron  en  un  gran  dfa  para  la  Patria  hacernos 
aparecer  como  Nación  grande  í  iiidepnndicnltí  á  la  far  de  las 
«Iras  Naciones  tlel  imíversii. 

Voy  á  teniiinar;  y  al  hacerlo,  yo  pido  á  inis  honorables 
colega^i  que  voU-mos  i'sla  ley;  que  la  votemos  con  rI  áiijino 
sereno,  con  la  conciencin  tranquila  y  seguros  de  que  cumpli- 
remos un  Htipreuio  dtíher. 

No  IfinííiH  que  vuestros  electores,  padres  de  ramilía,  o» 
haiían  un  corpo  por  haber  decretado  la  escuela  neutra;  y  si 
lo  hicieran,  vosotros  les  contestarais:  «Hemos  cumplido  el 
alto  deber  de  respetar  la  libertad  de  conciencia,  de  hacer 
cumplir  loá  preceptos  de  la  Conslilui-ii'in  Nacional». 


Discurso  pronunciado  por  el  Diputado  Nacional,  D.  Trlstan  Acha- 
val  Rodríguez,  en  el  Congreso,  en  la  sesión  del  día  6  do  Julio 
de  1883,  al  discutirse  el  proyecto  sobre  Educación  Común. 


Señor  Presidente:  Me  es  penoso,  como  se  comprende,  lo- 
mar parte  en  este  importantísimo  debate,  despuéin  de  ha- 
ber sido  preceflido  por  los  «cñores  UiputailoM  i)ue  en  pro  y 
en  contra  de  este  proyecto  han  expuesto  ya  sus  ideas;  y  mo 
es  penoso,  tlígo,  porque  sirrit  difícil,  i-tiatipiiera  <[Ufi  sea  el  orden 
de  mis  ideas,  que  pueda  contrarrestar  la  inlluencia  que  el 
talento,  la  condición  y  la  belleza  do  las  formas  oratorias  han 
producido  ¡[levilablemente,  en  los  miembros  de  la    Cámara. 

Pero  puede  decirse  que  la  importancia  misma  del  debute 
me  obli^  &  exponer  mis  ideas,  aunque  sea  arrastrando  una 
palabra  pesad»,  que  podr.1  ser  inulesta  A  los  ({ue  me  escu- 
clieu,  porque  uo  podn'  presentar  mis  opiniones  con  la  bri- 
llantez de  formas  con  que  hasta  ahora  se  ha  hablado. 

Yo  debo  decianirlo  y  creo  que  lo  que  me  sucede  ha  ríe 
suceder  á  la  mayor  parte  ú*:  mis  distinguidos  colegas;  uie 
encuentro  subyugado,  no  sólo  por  los  discursos  que  en  esta 
sesión  hemos  oído,  sínó  por  el  recuerdo  do  la  palabra  elo- 
cuente que  comenzó  el  debate  en  contra  de)  proyecto  de  la 


—  (53  — 

Comisión.  No  puedo  olvidar  ni  escapar  á  la  seducción  que 
esa  exposición  clar;i,  metódica,  rodeada  de  bellezas  exterio- 
res, tenía  que  producirme. 

Sin  embargo,  acostumbrado  á  no  dejarme  arrebatar  por 
el  entusiasmo  que  la  forma  produce,  tenía  que  ver  y  veía,  á 
través  de  ese  brillante  ropaje,  errores  capitales,  contradiccio- 
nes á  veces  que  me  obligan  á  manifestar  mis  opiniones  en 
oposición  á  ellas. 

Conviene,  señor  Presidente,  plantear  la  cuestión  en  todos 
sus  detalles. 

Discutimos  en  general  un  proyecto  de  ley  de  educación. 
Se  ha  presentado  un  proyecto  despachado  por  la  Comisión 
de  Instrucción  Pública,  el  que  ha  sido  materia  de  un  iargo  y 
bien  meditado  estudio  por  miembros  entre  los  cuales  ligu- 
ran  personas  que  han  ocupado  una  posición  importante  en 
la  dirección  de  la  instrucción  pública. 

El  Reglamento  dispone  que,  cuando  la  Cámara  estudia 
un  proyecto  de  ley  despachado  por  una  Comisión,  cada 
uno  de  los  miembros  de  la  Cámara  tiene  el  derecho  de  pre- 
sentar otro  proyecto  sobre  el  mismo  asunto,  proyectos  que 
deben  ser  tomados  en  consideración  si  el  primitivo  fuese  re- 
chazado. 

En  esta  ocasión,  ha  sucedido  que,  adversarios  y  sostene- 
dores del  proyecto  de  la  Comisión,  están  de  acuerdo  en  un 
punto  fundaipental:  la  necesidad  de  dictar  una  ley  de  edu- 
cación. Pero  se  hacen  observaciones  al  proyecto,  y  se  presenta 
en  sustitución  otro  que,  á  juicio  de  algunos  Diputados,  tiene 
ventaja  sobre  aquél. 

¿Qué  corresponde  á  la  Cámara  hacer  en  este  caso? 

Para  que  la  mayoría  de  la  Cámara  se  decidiese  á  votar 
en  contra  del  proyecto  despachado  por  la  Comisión,  sería 
necesario  que  militasen  razones  de  un  orden  general  tam- 
bién, es  decir,  que  ese  proyecto  fuese  tachado  de  defectos 
que  se  refiriesen  al  conjunto  déla  ley.  No  bastaría,  para  mo- 
tivar su  rechazo,  la  simple  circunstancia  de  que  otro  pro- 
yecto pudiese  tener  ventajas  de  detalle;  porque,  como  se 
comprende,  la  discusión  y  la  votación  en  particular  darían 
perfectamente  lugar  á  las  modificaciones  de  detalle  que  qui- 
sieran hacerse. 

Para  saber,  pues,  qué  conviene  hacer,  qué  voto  debe  pres- 
tarse al  proyecto  en  discusión,  conviene  examinar  cuáles  son 


las  ob.scrvacintifíH  que  contra  ól  »*>  han  arltiuido  >'  cuál  es  la 
naturaleza  de  éstas. 

En  iniaiilo  nii  memoria  me  sea  HpI,  voy  á  procurar  reco^r 
las  obscrvacioiiei»  fundanieululos,  para  ver  sí.  res{)octivaiucnte, 
ellas  demuestriin  que  huya  defectos  que  hagan  inadmisible 
el  (trayecto  en  frreneral,  ó  sí  sólo  se  trata  de  defeclosdi'  detalle 
que  pueden  ser  corrt'í^idus  un    lu  di.scusii^n  en  imrtirular. 

La  primera  observación  que  rontra  el  proyecto  se  ha  hecho 
es  la  ríe  que  esta  ley  de  educación  abarcaría  á  todo  el  terri- 
torio de  la  Re])úbUea:  (pie  es.  por  eonsÍt?iiierite,  (M)nlraria  á 
la  Cutislitución,  puesto  que  el  Congreso  nn  tiene  facultad 
para  legislar,  en  materia  de  iustrm-cíón  primaria,  para  toda 
la  nppírbiica. 

Seria  discutible,  una  vez  Iríilo  lodo  el  texto  del  provéete, 
si,  efectivamente,  las  elAusuIas  que  se  refieren  íi  loda  Iti  Re- 
pública hacen  de  la  ley  un  precepto,  ó  sí  sólo  son  disposi- 
ciones que  se  dictan  para  tfue  las  Provincias  puedan  aco- 
gerse fi  las  subvenciones  que  establece  el  Congreso  NacíonaT. 

Sería  laRibicn  un  punto  discutible  creo,  dando  al  artículo 
primero  de  la  ley  el  nlcance  litoral  (pie  tiene,  la  fncultiid  liel 
Congreso  paia  sancionarlo;  [wro  sea  de  eído  lo  que  fuere, 
por  razones  de  orden  pnUtico,  yo  estaré  en  tíidit  raso  en 
contra  de  esa  parte  de  la  ley. 

Pero  me  parece  que  estas  observaciones  n(»  afcrlan  en 
nada  al  proyecto  de  la  ley  en  general:  l)astarin  morlificar 
una  palabra  del  artículo  primero,  sustituir  en  él  la  palabra 
Hr.pübtica  por  la  palabra  íVi/hÍuÍ,  para  que  desapareciese  de 
la  ley  esto  que  se  considera  un  defecto  por  los  que  estíi- 
moa  en  e^u  orden  de  ideas. 

Creo,  pues,  que  este  punto  corresponde  á.  la  discusión  en 
particular,  y  que  en  manera  alguna  puede  obstar  á  la  apro- 
bación de  la  ley  en  general. 

Otra  obsenación  de  carácter  más  fundamental  se  ha  he- 
cho. El  señor  Diputado  por  Entre  HIos,  con  mano  nnieslra 
trazaba,  pnr  decirlo  así.  el  cuadro  de  la  discusión  A  que  la 
dirección  de  la  enseñan/a  había  dado  lugar  entre  los  dife- 
rentes poderes  sociales  y,  después  de  halwr  trazado  eKC  4ua- 
dro,  coucluia  sentando  corao  una  conclusión  científica,  y 
como  la  óltima  palabra  de  la  ciencia  política,  esta  proposi- 
ción: corresponde  la  enseñanza  primaria  á  lodos  los  podereK 
sociales,  pero  quedando  bajo  la  dirección  exclusiva  del  Estado. 


6&  - 


Nerpsarin  ch  apercibirse  de  la  imporlain'ia  de  las  Hireren- 
les  parles  que  esta  conclusión  cientfiicfl  tiene  para  saber  si 
«Ita  lo  es  en  realidad.  «Corresponde  la  instrucción  primarla 
4  todos  los  Poderes  sociales:  al  hogar,  al  puehlo,  al  elemento 
religioso,  ñ  los  Poderes  políticos,  pero  la  dirección  corres- 
ponde á  estos  úlUuios  exclusivainente*. 

¿Se  enLiende.  cuando  se  establece  esta  segunda  parte  que 
la  direcciíjn  de  la  instrucción  primarla  corrcspnrnlo  ni  Ksladnf 

El  softor  Diputado  por  Knlre  Ríos  lo  enunciaba  claramente, 
cuando,  como  una  consecuencia  de  esta  conclusión  cíenll- 
ñi'ñt  sostenía  que  era  un  defecto,  en  la  ley  que  se  discute, 
la  no  inten'ención  del  Estado  en  las  escuelas  particulares;  la 
libertad  do  éstas. 

Expresaba  claramente  qué  alcance  daba  á  esta  parte  de 
su  tesis:  <la  dirección  de  la  enseñanza  corresponde  til  Kslado», 
cuando  sostenía  que  al  Estado  correspondía  impedir  (|ue  en 
laií  escuelas  particulares  se  diese  una  instrucción  que  pu- 
-diera  ser  contraria  ó  no  conforme  á  las  instituciones  polf- 
tiras  que  nos  riíren. 

Kxpresaba  claiainenle  cuál  era  su  alcance,  cuando,  avan- 
zando más.  sostenía  que  era  otro  defecto  de  la  ley  la  instruccíóu 
religiosa  en  las  escuelas  primarías,  ponjue  él  consideraba  la 
enseftanza  de  toda  religión  positiva  ronin  de  una  alianza  im- 
posible con  las  instituciones  democráticas;  uun<|ue  por  una 
inconsecuencia  difícil  de  explicar,  concluía  pídien<lo  la  en- 
5crianza  de  la  relít'ión  por  el  maestro  especial,  por  el  sacer- 
dote, en  la  ef^cueia  oficial:  concluía  pidiendo  la  enseñanza 
de  U  religión;  concluía  pidiendo  precisamente  que  se  hiciera 
«n  la  escuela  primaría  aquello  que  él  consideraba  contrario 
á  las  instituciones  dernocrálicas,  y  á  lo  que,  por  consiguiente, 
el  Elstado  debía  oponerse. 

ÍPero  dejando  á  un  lado  estas  contradicciones  que  son  po- 
sibles cuando,  partiendo  de  errores  fundamentales,  se  quiere 
«9f{uivar  ennsecucncias  crrónea.s.  pues  en  tales  casos  es  in- 
disjiensable  romper  también  la  lógica,  veamos  qué  significa, 
realmente,  esta  conclusión  que  el  sef^or  Diputado  presen- 
taba como  científica;  <  corresponde  á  todos  los  Poderes  so- 
■ciak^  la  ensefianzii  primaria». 
llji  ciencia  ha  eslablecido  acaso  como  una  conclusión,  no 
m&s  el  heeliü  simple  de  que  en  el  bogar  se  pueda  ensefiar  ft 
loB  niños  lo  que  se  les  ensena  en  la  escuela  particular  ó 
i 


Okatcmu  AaoBtnsA  —  2Wm  I\\ 


—  66  - 

popular  ó  lo  que  se  les  enseña  también  en  la  escuela  oñcial 
ó  del  Estado?  Poca  cosa  habría  alcanzado  la  ciencia. 

\o;  el  hecho  de  que  lodos  los  elementos  sociales  contri- 
bu5'en  á  la  enseñanza  y  formación  del  individuo,  no  puede 
ser  absolutamente  conclusión  científica. 

Es  simplemente  un  hecJio  invariable  en  toda  la  historia  de 
la  humanidad. 

Lo  que  esta  proposición  en  su  primera  parte  realmente 
siírnifica,  es  que  ios  elementos  del  hogar,  que  los  elementos 
(leí  pueblo,  la  escuela  particular,  que  los  elementos  religio- 
sos, como  Poder  social  indispensable  en  un  Estado,  y  que  el 
Estado  mismo,  tienen  cada  uno  de  ellos  el  derecho  y  el  de- 
ber de  tomar  al  individuo,  apenas  sale  del  seno  de  la  ma- 
dre, para  hacerlo  hombre,  es  decir,  para  hacerle  relif^ioso, 
moral,  cívico;  para  desenvolver  en  él,  en  una  palabra,  todas 
sus  facultades  naturales,  y  ponerlo  así  en  condiciones  de 
cumplir  su  misión. 

Pero  se  dice:  la  dirección  exclusiva  de  la  enseñanza  co- 
rresponde al  Estado  y  le  corresponde  por  lo  mismo  intro- 
ducirse al  hogar  y  á  la  escuela  particular  para  prohibir  la 
enseñanza  que  pudiera  considerar  contraría  á  las  institucio- 
nes políticas,  por  ejemplo;  y  de  aquí  á  fijarlas  asignaturas, 
á  imponer  textos,  no  hay  más  que  un  paso. 

Esla  es,  señor  Presidente,  la  doctrina  de  Bismarck;  es  lo 
que  en  materia  de  enseñanza  pudiéramos  llamar  .sísíe»m  biít- 
mar  chino. 

Es  una  planta  traída  del  Imperio  Alemán  que,  cultivada 
al  lado  de  nuestras  instituciones  democrá-ticas,  no  podría  sub- 
sistir mucho  tiempo,  ó  que,  si  arraigase  en  nuestro  suelo, 
acabaría  por  viciar  esas  mismas  instituciones;  porque  del  ab- 
solutismo oficial  en  materia  de  enseñanza  al  absoluüsraa 
político  en  todas  sus  manifestaciones,  hay  nniy  poca  dis- 
tancia. 

Se  pretende,  señoi-  Presidente,  que  es  el  Estado  quien  debe- 
dirigir  única  y  exclusivamente  la  enseñanza,  quien  debe  pre- 
parar la  inteligencia  del  individuo;  y  que  sin  esa  intromisión 
del  Estado,  no  puede  existir  la  escuela  particular.  Y  á.  este 
respecto  se  considera  que  hay  un  defecto  en  el  proyecto  de 
la  Comisión. 

Pero  esto  no  es  otra  cosa  que  restablecer  la  censura  pre- 
via   de   los   Poderes   Públicos,   que   proscripta    ya  para    la 


—  57  - 

prensa,  parafos  libros,  reaparctíoría  dp  una  manera  rlesgra- 
i'iaila  para  la  ensf^rianza  en  la  escuela    parltcular, 

Pero  no  sólo  sería  la  censura  previa,  sino  que  serta  tam- 
hmi  la  esclavílud  de  la  escuela  sometida  al  dominio  del  Es- 
tado, y  eaneiunadn  priM-isaineiile  &  iioinl)ro  il(>  lii  lihortad. 

Sería  la  esclavituil  ilel  pensamiento  en  los  primeros  albo- 
res de  la  vida,  cometiéndolo  al  oficialismo  y  proclamando 
tal  doctrina  &  la  sombra  del  [H>i)dón  que  lleva  por  mote  la 
palabra  liberal. 

Pero,  ¿es  este  nuestro  sistema,  señor  Presidente?  ¿son  las 
doclrinaü  de  nuestra  Constitución,  nueslnL>4  doctrinas  po- 
Ifticau? 

fío,  señor, 

Uua  de  las  más  precisas  K^iraiitíns  esUblecidas  en  nuestra 
Cnnstitucii^n,  una  de  las  declaraciones  cjue  constituyen  para 
nosotros  la  esperanza  de  los  más  positivos  progresos,  es  pre- 
ci^anienti*  ese  diMeclin  sagrado,  consignado  en  nuestra  Carta 
Fundamoiilal.  en  favor  de  todo  hahifante  del  país:  la  liber- 
tad, el  Ueredio  de  ¡ensefiar  y  aprender  librementel 

\m  escuela  jmrlicular  es,  pues,  safiíada  jiara  el  Estarlo.  Kí 
Bslado  no  tiene  el  dereobo  de  ir  ü  ella  á  cerrar  sus  puerta» 
üo  pretexto  de  que  allí  ee  enseCe  la  bondad  del  sistema  uni- 
tario, cuando  en  la  ("nnslitución  se  establece  el  sistema  fe- 
dera). Nu  tiene  el  Ehvtado  el  derecbo  de  erdrometei'se  en  la 
i*scue[a  privada  para  prescribir  su  pr()<!rama  de  cuseQanza, 
fio  pretexto  de  que  en  esa  escuela  se  suministra  á  los  alum- 
nos lo  ((ue  el  Gobierno  quiere  llamar  veneno,  contra  las  iim- 
tiliicinnes  democr»ilicas, 

Xueslro  sistema  constitucional  en  esta  materia  reposa  so- 
bre una  tiran  verdad,  sobro  una  verdad  niosófica  elevada, 
comprobada  en  sus  benéficos  resultados  por  la  experiencia 
misma. 

De  la  ensefianza  .suministrada  únicamente  por  el  elemento 
nñrial.  puede  surgir  sin  duda  la  verdad;  pero  ella  no  será 
nunca  la  verdad  dejmrada  y  (garantida  por  sí  misma  contra 
el  error:  será  una  verdad  sín  autoridad,  y  sobre  todo,  ex- 
puesta á  la  sofisticación,  expuesta  íi  convertirse  en  error  por 
los  mismos  errores  é  intereses  oficiales. 

l«i  abolición  de  la  libertad  de  la  escuela  particular  lia 
sido  precisamente  en  el  mundo  el  medio  más  potleroso  de 
absorción  y  despotismo;  y  contra  esa  doctrina  es  que  se  ba 


^^b^ 


—  68  — 

levantado  el  principio  y  garantía  constitucional  establecidas 
de  una  manera  indestructible,  para  siempre,  en  nuestro  país.- 

La  verdad,  señor  Presidente,  surge  pura,  ajena  á  la  posi- 
bilidad de  la  sofisticación,  de  la  lucha  del  error  y  de  la  ver- 
dad misma,  de  la  lucha  en  el  campo  de  la  libertad  de  to- 
diis  las  doctrinas,  <le  todos  los  errores  que  da  por  resultado 
el  (jue  la  verdad  salga  siempre  triunfante  por  el  poder  de 
su  propia  virtud. 

Kste  os  nuestro  sistema  constitucional  en  materia  de  en- 
señanza, señor  í*resi<lente:  esta  es  nuestra  doctrina  que  tiene 
algo  más  (¡níi  las  cien  puertas  de  la  Tebas  egipcia  á  que 
hacía  alusión  el  seHor  Diputado  por  Entre  Ríos;  no  tiene 
puertas,  digo  yo,  porque  no  tiene  murallas  contra  la  ea- 
cuííla  y  la  enseñanza  pai-ticular. 

¡Caben  bajo  estos  principios  todas  las  enseñanzas,  todas 
las  (loctritias,  para  que  de  ellas  surga  siempre  luminosa  la 
ver<Iad! 

VfirioH  mfiorcH  Diputadoa. — ¡Muy  bien! 

Sí,  pues,  señor  Presidente;  estas  ideas  que  se  considera- 
ban como  un  defecto  en  el  proyecto  en  discusión,  son  nues- 
tras mejores  garantías  de  libertad;  si  las  doctrinas  que  de 
ideas  contrarias  surgen  estAn  encarnadas  en  el  proyecto  que 
en  sustitución  del  de  la  Comisión  se  presenta,  para  mí  se- 
rían un  motivo  determinante  en  favor  del  proyecto  en  dis- 
cusión Uis  razones  ([ue  en  su  contra  se  manifestaban. 

Necesitamos  salvar  la  escuela  libre,  señor  Presidente,  única 
garantía  posible  de  la  libertad  política  de  la  conciencia  en 
la  vida. 

Convendría  íi  este  respecto  recordar,  señor  Presidente,  algo 
que  el  discurso  del  señor  Diputado  por  Buenos  Aires  traía 
(il  debate  hace  nu  momento:  la  proposición  del  Syllabns. 

No  la  longo  á  la  niaiio;  necesitaría  leerla  textualmente. 
Pero  puedo,  no  obstante,  asegurar  que  esa  proposición  sig- 
nifica la  misma  idea  que  sostengo;  no  es  el  Estado,  dice  el 
Sifílnbiin,  el  único  derecho  de  la  escuela;  no  es  el  Estado  el 
único  que  puede  dirigir  la  escuela  pública,  la  escuela  parti- 
cular y  la  escuela  del  hogar:  no  puede  el  Estado  imponerse 
á,  las  conciencias. 

Esa  prt>posición,  pues,  responde  á  nuestro  sistema  cons- 
titucional; responde  á  una  de  las  libertades  más  preciosas 
consagradas  en  nuestra  Ley  Fundamental. 


Olra  objeción  se  hacía  al  proyecto,  seRor  Presidenle,  so- 
bre la  cual  ilfsearfa  ocuparme  bievemeiile,  ponjue  la  hora 
es  ya  avanzada. 

Esta  ohjecióti  consistía  en  que  el  proyecto  prescrilie  la 
pnsirftanzii  religiosa  en  la  escuela  ollcíal. 

Projíia mente,  señor  Presiíleiite,  esla  obeenación  Pe  encuen- 
tra en  laH  ini.snias  coniliciones  que  la  prtniera  &  que  hace 
rererencia:  no  aféela  al  proyecto  en  genet'al,  y  cualcpiiera  que 
Mea  la  importancia  y  la  magnitud  de  la  cuestión  que  tal  dis- 
[(osición  euvueh'a,  es,  no  obstante,  un  delíille  de  la  ley  que 
po<liia  «er  suprimido  con  el  rechazo  de  uno  ó  dos  artículos 
siu  alterar  la  conformación  {romeral  del  proyecto. 

Si  hubiéramos,  pues,  de  sujetarnos  estrictamente  al  procedi- 
mienlu  reglamentario,  no  sería  ésta  lu  oportunidad  dedÍKcuLír 
tal  punto,  sino  el  nion)cnto  de  la  discusión  en  particular. 

Pero  dada  la  im]>ortancía  que  este  punto  tiene,  importan- 
cia que  reconozco  complrtamenle,  eslA  justificado,  hasta 
cierto  punto,  que  haya  vencido  antiL-ipudamenle  al  debate, 
y  en  tal  caso  no  es  posible  excusarse,  en  la  misma  discu- 
ttión  en  general,  de  decir  pocas  palabras  siquiera  á  este  res- 
pecto, aiuiqne  más  no  sea  que  s¡j,aiiendo  en  parle  á  los  se- 
Oores  Uipulados  que  se  han  manifestado  opositores  en  este 
orden  de  ideas. 

Se  dijo  en  primer  Intíar.  señor  Presi<Iente.  cjue  la  dis|>os¡- 
ción  del  proyecto  estableciendo  que  en  la  oseuela  ha  de  ha- 
ber instrucción  religiosa  era  contraria  á  la  Constitución. 

Por  el  contrario,  ha  sido  fácil  dcmoslrar,  como  se  ha  de- 
luostrado  en  efecto,  t|ue  esa  cláusula  responde  perfectamente 
ai  espíritu  de  uuestra  Constitución  que, dictada  para  un  país 
católico,  ha  establecíílo  disposiciones  que,  si  no  declaran  ex- 
presamente que  la  reh'írión  católica  es  hi  relifrión  del  Eslado, 
declaran,  sin  embargo,  que  esa  religión  debe  ser  sostenida 
en  todns  las  manifestaciones  del  Estado. 

No  insistiríí  sobre  esle  punto,  que  ha  sido  dilucidado  con 
brillante?,  antes  de  ahora. 

Pero  no  pasaré  tampoiit  pnr  alto  otra  afirmación  tan  im- 
probada como  la  primera  que  tse  hÍ7.o  sobre  este  punto. 

Son  inconcebibles,  son  de  una  alianza  imposible,  se  dccta, 
1»  enseñanza  religiosa  con  los  instituciones  democráticas. 

iAfirmación  leiTible,  señor  Presidente!  Terrible  no  única- 
menle  sobre  el  punto  de  vista  de  la  cotulenación    que  hace 


—  70  — 

del  elemento  religioso  como  elemento  de  vida  social,  sino 
también  porque,  como  se  ha  insinuado  ya,  hiere  nuestra  his- 
toria poh'tioa  en  su  página  más  brillante. 

Señor  Presidente:  ¿es  qué  recién  vamos  á  entrar  á  ser  repu- 
blicanos y  á  poner  en  práctica  las  instituciones  democráticasf 

Casi  un  siglo  tenemos  ya  de  vida  republicana,  de  existencia 
democrática.  V,  ¡qué  siglo! 

¿Xo  han  sido  nuestros  antecesores  católicos  quienes  im- 
plantaron por  primei'a  vez  en  nuestra  Patria  las  libres  ins- 
tituciones políticíisf  Sí,  señor  Pi'osidente;  fueron  ellos  quie- 
nes fundaron  nuestra  libertad  con  sus  propios  sacrificios; 
fueron  ellos  quienes  derramaron  su  sangre  en  los  campos 
de  batalla  sosteniendo  las  libertades  públicas,  las  institucio- 
nes democráticas  que  un  día  habían  de  arraigar  imperece- 
deramente en  nuestro  suelo. 

¡Y  nuestros  antecesoi'es  eran  católicos! 

¡Sí!  Eran  católicos,  como  lo  era  el  pueblo  todo;  y  los  prin- 
cipios y  los  sentimientos  de  nuestra  religión  eran  sin  duda 
los  que  más  les  inspir-aban  en  su  gran  lucha  por  asegurar  en 
nuestro  país  y  para  nosotros  el  reinado  de  la  libertad  y  de 
la  justicia. 

Y  bien,  señor  Presidente;  ¿no  hemos  venido  hasta  ahora 
los  argentinos  practicando  el  sistema  republicano,  y  siendo 
al  mismo  tiempo  católicos^  ¿Xo  hemos  sido  siempre  un  pue- 
blo democrático  y  republicano  á  la  vez  que  un  pueblo  emi- 
nentemente religioso? 

Pero  voy  más  allá,  señor  Presidente. 

¿En  qué  país  del  mundo  se  ha  declarado  que  la  religión 
y  que  la  enseñanza  de  sus  doctrinas  sean  contrarias  á  las 
instituciones  democráticas? 

Decir,  señor  Presidente,  á  un  ciudadano  de  los  Estados 
Unidos  que  la  enseñanza  religiosa  es  contraria  á  las  insti- 
tuciones  democráticas,  sería   hacerle  una  verdadera  ofensa. 

¿Es  cierto,  acaso,  romo  se  ha  dicho,  que  en  los  Estados 
Unidos  ha  sido  excluida  la  ensefianza  religiosa  de  la  escuela 
oficial? 

No  es  exacto,  señor  Presidente. 

Hay  en  esto  dos  cosas  diferentes,  que  es  necesario  no 
confundir. 

No  hay,  ni  puede  haber,  se  ha  dicho,  sociedad  bien  Gra- 
nizada sin  religión. 


—  71  — 


No  hay  pues,  Piitonces,  ni  puede  haber  Gobierno  ciuo  no 
fomente.  t|Ut;  no  proteja  este  eleineiüo  iudispciisablL'  de  vida, 
^1  espíritu  dt'  todu  sociedad:  [a  reli;.'¡ún. 

Pero,  ¿hasla  qué  grado  se  díirá  la  insliucríón  religiosa  en 
la  escuela  oficial  primaría? 

Kn  cst«  c-ít5  lo  que  constituye  la  diferencia  enlre  los  sis- 
teman adoptu*t(is  en  diversos  p<iÍKes. 

¿ICiJ  cierto,  eoniu  se  pretende,  que  en  los  KHJudo»  Unidos, 
nu«Rtro  modelo  en  las  instituciones  deniocrátieas,  la  instiuc- 
*-iún  relit^nsa   está  prnscripla  dií  la  esiuiela  oliciiil? 

¿CúHiu  cnlran  los  niños  on  la  CíiuueLa  otirial  de  los  Ksla- 
dt»  Unidos?  Allí  se  abren  todas  las  aulas  oficiales,  todas  las 
«^cuelas  parliculares  cou  este  primer  acto  obligado:  reci- 
taiidu  los  niños  la  oración  dominical,  vi  padrv  nucatro  en 
que  todas  las  st>L'las  y  eoiiiuniuiK'S  reli|;iusas  estrin  eonfur- 
mes.  Prattlican,  pues,  los  niftos  la  religión  desde  que  pisa» 
ios  umbrales  de  la  escuela. 

Poro,  ¿qué  nii'is  se  liaccf  Al  final  de  la  lección  de  rada 
dfa  se  lunia  vi  libro  sa^íratlo  y  se  lee  uno  de  sus  pasajes. 
¿Xo  se  les  explica"?  lí-sla  es  otra  cuestión.  Pero  se  les  ensefla 
por  ese  acto  que  en  ese  libro  esta  la  verdad  revelada,  la 
ventad  sagraila,  la  verdad  relijíiosa  sobre  la  cual  repoya  la 
grandeza  de  su   Patria. 

Esta  es  la  escuela  de  los  Estallos  Unidos.  No  es  la  es- 
cuela indiferente:  es  la  escuela  religiosa. 

S«  principia  por  tnsefiar  al  niño  desde  sus  primeros  pasos 
la  reliiirión.  haciendo   que  la  practique  en  la  escuela  misma. 

Decir  que  los  Eslados  Unidos,  desde  el  punti»  de  vista  de 
su  tiubiernu.  es  eunipietamente  indiienMilt'  en  materia  reli- 
giosa, seria  otro  error. 

¿No  tiene  acaso  su  Asamblea  Legislativa  un  oratorio,  que 
no  leñemos  nosotros,  en  <iue  todos  los  días  de  fiesta  se  reú- 
nen sus  miembros  para  bacer  los  divinos  oficios? 

¿Se  puede  demostrar  de  utia  manera  más  completa  que 
con  esas  prácticas,  liaí;ta  qué  punto  domina  el  sentimiento 
religioso  en  las  instituciones  públicas,  en  los  liombres  de 
Eliítado  de  aquella  nación?  No.  pues. 

Xo  es  exacto  que  en  los  listados  Unitlos  la  escuela  sea 
atea,  ai  quf  sea  indiferente. 

Hay.  .HÍ,  esto  otro,  que  es  difei-enle.  El  pueblo  de  lo»  Es- 
tados Unidos,  se  encuentra  dividido  por  innumerables  sectas 


—  73  — 

que  sur/en  del  protestantismo,  y  entonces  el  Estado  ha  com- 
prendido que  no  era  posible  formar  un  credo  común,  un  ca- 
teci.smo  formal  para  la  escuela  sin  herir  á  una  sectas  favo- 
reciendo á  otras. 

Y  eiitonres  se  ha  hecho  lo  que  era  posible  hacer  sio  des- 
terrar la  enseñanza  religiosa  de  la  escuela,  es  decir,  se  da 
la  enseñanza  de  aquello  que  es  común  á  todas  las  sectas: 
pero  no  se  suprime  en  absoluto  la  enseñanza  religiosa.  Se 
enseña,  por  el  contrario,  al  niño  religión,  y  se  le  enseña  á 
practicarla  en  la  escuela  primaria. 

¿Qué  sucede  después  en  las  escuelas  sui>er¡oresT  Los  nor- 
teamericanos dicen:  si  por  la  división  degraciada  de  nues- 
tras creencias  reliaiosas  no  podemos  comunicar  al  niño  desde 
la  escuela  primaria,  no  podemos  prescindir  de  él  en  la  es- 
cuela superior:  y  sucel?.  en  consecuencia,  que  todos  los  esta- 
blecimientos de  enseñanza  sup'írior  de  los  Estados  Unidos 
se  encuentran  bajo  la  advocación  de  una  secta  religiosa  en 
toda  su  amplitud,  en  donde  se  ensefia  la  teología  que  á  ella 
corresponde. 

\n  está.  pues,  suprimida  la  enseñanza  religiosa  en  aquel 
país,  y  lejos  de  eso.  la  libertad  de  los  norteamericanos  y  la 
tiruieza  de  su  carácter  estriba  indudablemeute  eu  el  poder 
del  sentimiento  religioso  que  en  ellos  existe  y  en  que  se  des- 
envuelven desde  la  escuela. 

La  enseñanza  religiosa  y.  en  consecuencia.  la  religión,  ipor- 
que  ésta  es  la  conclusión  lógica)  es  contraria  á  las  institu- 
ciones democráticas,  se  dice. 

Pero,  señor  Presidente:  ¿en  nombre  de  qué  se  establece 
esta  proposición,  en  nombre  de  qué  se  pide  la  escuela  pri- 
maria sin  enseñanza  religiosa?  En  nombre,  se  dice  y  se  ha 
invocatlo  por  primera  vez  en  esta  Cámara,  délas  ideas  libe- 
rales del  partido  liberal. 

Es  conve:iiente.  por  más  que  aparezca  trivial,  detenerse 
un  morn^Mito  en  estas  denominaciones. 

Yo,  francamente  creo  que  en  eslo  hay  mucho  de  un  espí- 
ritu de  i:uitafión.  Sucede  en  París,  quí  si  alguien  va  á  pedir 
á  su  sastre  u:i  traje  d  hi  moda,  el  sastre  se  le  reirá  en  la 
cara:  porque  hay  trajes  á  la  inglesa,  trajes  á  la  francesa, 
trajes  á  la  de  todas  partes,  y  cada  uno  elije  el  que  más  le 
cnnviene;  porque  á  uno  que  sea  delgado  no  le  vendrá  bieo 
el  mismo  traje  que  á  un  grueso. 


—  73  — 

Nosotros  hacemos  así;  nos  vestimos  á  ¡a  moda,  y  vénga- 
nos bien  ó  mal  la  moda,  salimos  muy  contentos  á  la  calle, 
vestidos  rí    la  moda. 

Decía,  señor  Presidente,  que  es  conveniente  detenernos  un 
momento  en  estas  denominaciones,  porque  aun  cuando  no 
en  el  Parlíimento,  fuera  de  él  ha  de  suceder  que  más  de 
uno  no  ha  de  querer  pertenecer  á  lo  que  se  llama  partido 
clerical,  no  más  que  por  el  temor  de  que  se  le  crea  vestido 
de  sotana;  porque  al  fin  es  un  traje  que  se  aproxima  al  de 
la  mujer;  y,  viceversa,  á  cualquiera  le  gusta  llamarse  liberal. 

Pero  yo  pregunto:  ¿hay  en  el  fondo  algo  de  rea!  en  estas 
denominaciones? 

En  el  viejo  mundo,  señor  Presidente,  la  histórica  vincula- 
ción entre  la  Iglesia  y  el  Estado,  los  intereses  temporales  de 
importancia  que  para  el  clero  han  cesado  con  el  antiguo  régi- 
men monárquico  en  aquellos  países,  explica  perfectamente  la 
existencia  de  un  partido  político,  clerical  ó  monárquico,  y  otro 
republicano  ó  liberal. 

Pero  entre  nosotros,  señor  Presidente,  donde  hemos  jurado 
una  Constitución  que  ha  establecido  los  más  elevados  prin- 
cipios de  libertad,  en  un  país  en  donde  todos,  católicos  y  no 
católicos,  estamos  afanados  por  sostener  esos  principios  y 
esas  doctrinas,  no  cabe  la  división  de  partidos  políticos  en 
liberales  y  clericales. 

¿No  estamos  viendo  lo  que  en  este  momento  sucede,  se- 
ñor Presidente,  que  el  Diputado  liberal  por  Entre  Ríos  con- 
dena la  libertad  de  la  escuela  particular,  y  quiere  arraigar 
una  planta  imperial  en  medio  de  nuestras  instituciones  de- 
mocráticas, mientras  que  el  católico  y  retrógado  Diputado  por 
Córdoba  sostiene  la  libertad  de  la  escuela  particular? 

Yo  pregunto,  pues:  ¿cuáles  son  los  vínculos,  las  doctrinas 
que  ligan  entre  sí  á  los  miembros  de  estos  partidos  lil)eral 
ó  clerical? 

El  clerical  sostiene  algo  que  cree  que  es  la  doctrina  cons- 
titucional, mientras  que  el  liberal  sostiene  algo  que  cree 
también  que  es  constitucional,  pero  que  no  es  sin  duda  fa- 
vorable á  la  libertad. 

Nosotros,  pues,  somos  liberales  en  la  verdadera  acepción 
de  la  palabra,  y  estas  denominaciones,  como  denominacio- 
nes de  partidos  políticos,  permítaseme  la  frase  vulgar,  son 
dianas,  son  sonatas     que  pueden    ser   buenas   para   que   el 


—  74  -- 

pueblo  se  tlívierta  inientias  se  hace  otra  cosa,  pero  que 
no  responden  ú  tüvisiones  políticas  que  puedan  niarcarüe 
eti  el  Parlamento  arjjentino.  ni  siquiera  en  los  partidos  po- 
pulares. 

No  hay,  pues,,  señor  Presidente,  tales  divisiones;  y  si  á 
nombre  de  ellas  se  pide  la  supresión  de  la  instrucción  re- 
liííiosa,  se  invoca  un  título  falso  que  ní  siquiera  es,  como 
diciMi  los  abOfíados,  colorado,  que  tenga  la  apariencia  de 
verdad. 

Señor  Presidente;  cuando  se  atacó  el  proyecto  bajo  esta 
faz,  el  DÍ|)utado  que  lo  hizo  por  primera  vez.  al  mismo  tiem- 
po que  atacaba  la  enseñanza  religiosa,  decía  que  él  no  con- 
cebía al  hombre  sin  religión,  en  lo  que  para  mí  había  una 
verdadera  inconsecuencia;  poriíue  si  el  elemento  individual 
no  es  j)osible  sin  religión,  no  lo  os  tampoco  el  elemento 
social  y  no  lo  es  tampoco  ninguna  de  las  instituciones  que 
tienen  ([ue  vivir  en  y  de  la  sociedad,  respirando  por  lo  mis- 
mo en  la  atmósfera  de  la  roligión  y  de  Ja  ciencia  indispen- 
sable á  toda  sociedad  civilizada;  al  mismo  tiempo,  el  señor 
Diputado  preveía  el  argumento  que  nace  de  esta  frase  que 
lia  sido  criticada,  pero  (¡ue  no  ha  sido  destruido:  la  csciiehí  ak-a: 
y  decía;  se  levantarán  voces  destempladas  que  llamarán  á 
la  esi'uela  sin  religión,  escuela  atea. 

Señor  Presidente:  he  dicho  (pie  mi  palabra  no  tiene  la 
ilnstracción  bastante,  ni  tiene  la  amenidad  de  los  que  me 
han  precedido;  pero  mi  voz  será  una  de  las  que,  con  toda 
la  eniu'gía  que  me  sea  posible,  llamará  escuela  atea  á  la  es- 
cuela sin  religión.  Xo  llamará  ateo  ni  al  Diputado  que  la 
propone,  ni  al  maestro  que  la  ponga  en  práctica;  pero  sí 
llaniar('í  atea  á  la  enseñanza  sin  religión;  y  diré  siempre  (¡ue 
esa  escuela  formará  niños  ateos,  formará  una  generación  de 
hombres  sin  principios  sólidos,  sin  carácter,  sin  conciencia, 
di''h¡les.  que  podrán  llevar  al  país  á  un  precipicio.  Esto  sí 
lo  iVu-(\ 

¡Lo  que  es  ateo,  ni  al  autor  del  proyecto,  ni  á  los  que  lo 
acompañan  los  creo  tales!  ¡No!  poniue  el  señor  D¡pula(io  lo 
ha  dicho  muy  bien:  no  hay  verdaderos  ateos,  dado  el  esta- 
do de  progreso,  dado  el  desarrollo  de  la  inteligencia  hu- 
mana! El  ateo,  hoy  (ha,  para  mí,  es  casi  un  personaje  de 
carnaval,  que  se  viste  con  un  traje  raro,  por  lo  antiguo, 
para  llamar  la  atención  y  divertir  al  respetable  público;   pe- 


—  /a  — 

ro  que,  realmente,  no  loma  el  traje  que  perpeuece  á  sus 
verdaderas  creencias.  N'o  creo,  pues,  que  haya  uleos.  Pero  la 
escuela  sin  religión,  sí  sería  atea. 

¿Qué  se  enseñaría  en  esta  escuela^  ¿Qué  enseñaría  el  unes- 
tro  ai  niño? 

Le  enseñará  moral,  le  enseñará  ciencias,  le  enseñará  los 
primeros  elementos  de  todos  los  conocimientos  que  pueda 
abarcar  la  inteligencia  humana,  se  dice:  pero,  ¿podrá  pres- 
cindir de  la  enseñanza  de  lo  qu^  se  llama  dogmas  morales 
y  que  no  son  sino  dogmas  religiosos';* 

Muchas  veces  en  conversaciones  particulares  he  aducido 
un  ejemplo  que  no  hay  ningún  inconveniente  cu  aducir  aquí 
mismo.  Señor:  ¿cómo  enseñaría  moral  el  maestro  á  un  niño, 
si  le  lia  de  ser  prohibida  toila  noción  religiosa'? 

El  niño  preguntaría:  ¿por  qué  no  he  de  matar?  ¿Qué  le 
contestaría  el  maestro?  l*or  que  el  niño  le  observaría:  *  mato 
al  buey;  el  hombre  se  muere;  es  un  hocbo  natural  que  su- 
cede todos  los  días;  ¿por  qué  no  mataría  yo  al  hombre  que 
me  estorba?*  ¿Qué  contestación  le  daría  el  maestro? 

Xo  Iiay  más  que  una.  Le  diría:  •<  Xo  puerles  matar  al  hom- 
bre porque  tiene  otra  vida,  que  no  tiene  el  buey  que  ma- 
tamos para  alimentarnos;  porque  nuestra  misión  no  está 
concluida  acpií,  en  esta  vida;  continúa  en  otra». 

«¿Pero  cómo  se  demuestra  esta  verdad,  maestio?»  Kl  ni- 
ño pediría  la  explicación;  porque  para  eso  está  el  maestro: 
para  enseñar. 

¿Qué  le  contestaría? 

¿Contestaría  acaso  con  la  ciencia  e.\|)er¡mental? 

¿Se  demuestra  acaso  experimentalinente  !a  vida   futura? 

¿Ha  podido  la  filosofía,  siquiera,  desde  el  principio  del 
mundo  hasta  ahora  demostrar  que  hay  una  vida  futura? 

X^o;  lo  sabemos,  porque  la  palabra  de  lo  Alto  así  lo  en- 
seña; y  sobre  esa  verdad  revelada,  verdad  religiosa  por  lo 
mismo,  está  ba.sado  lodo  el  orden  moral,  todo  el  orden  so- 
cial, lodo  el  orden  político. 

El  niño  preguntaría:  *  Maestro,  ¿por  qué  he  de  obedecer  á 
eslos  ochenta  y  cinco  caballeros  que  se  reúnen  en  Congreso 
para  dictar  leyes  é  imponerlas  sobre  mi  opinión?»  Porque, 
en  fin,  este  niño  procurará  ser  ciudadano  y  hombre  libre. 
¿Por  qué  obedeceré  á  esto  que  se  llama  Ejecutivo?  ¿porque 
tiene  un  sable  en  la  mano? 


—  7C  — 

¿Por  qué?  pr  jíuntaría  al  mae.slro.  Y  el  maestro  sin  reli- 
ylóa  conlestiiría:  «Porque  así  conviene  para  guardar  el  ordeo, 
la  tranquilidad.»  ¡Sería  enseñar,  simplemente,  que  ésta  es 
una  cuestión  de  mera  conveniencia,  que  el  respeto  á.  la  ley 
es  uiiu  simple  cuestión  de  utilidad! 

¿Seria  ésta  la  noción  qne  se  inculcaría  en  el  niño,  de  ma- 
nera que  aljiunu  vez  pudiera  decir,  cuando  así  le  conviniese: 
«Muy  bien;  desde  que  lodo  es  cuestión  de  utilidad,  puede 
presíriniiirsí!  de  la  ley  y  dejar  de  obedecerse  á  los  Poderes 
l'úhlicojí. 

No,  st'fior  Presidente;  el  maestro  tendrá  que  enseñar  al 
niño  que  hay  un  principio  supremo,  que  viene  de  lo  Alto, 
(¡ue  se  llama  principio  de  autoridad;  y  que  no  es  cuestión 
simploniente  de  conveniencia,  sino  que  tiene,  en  virtud  de  ese 
principio,  el  deber  de  respetar  y  cumplir  las  leyes  de  su  país. 

¡Y  sobre  estas  verdades,  repito,  está  basado  todo  el  Orden 
social,  todo  el  orden  político  y  el  progreso  de  todos  los 
pueblos! 

Si  suprimiésemos,  pues,  en  al)Soluto  la  enseñanza  religiosa, 
¿qué  resultaría? 

Se  dice:  la  enseñanza  religiosa  es  la  obra  del  hogar,  de 
los  padres. 

Pero  hay  también  en  esto  dos  cosas  que  se  confunden 
lastimosamente:  la  educación  y  la  instrucción  propiamente 
dicha;  y  jior  eso  se  agrega:  un  hombre  puede  no  tener  Ins- 
trucción religiosa  y  ser,  sin  embargo,  moral  en  su  conducta, 
sin  notar  que  si  esto  es  verdad,  sería  la  excepción  y  no  la 
regla  general. 

Si  la  educación  religiosa  y  moral,  distinta  de  la  instrucción 
de  igual  carácter,  corresponde  en  su  mayor  parte  al  hogar, 
no  basta  por  sí  sola. 

El  niño  podrá  en  el  hogar  aprender  por  medio  del  ejem- 
plo y  de  la  palabra  á  repugnar  lo  malo;  pero  esto  no  basta, 
ni  mucho  menos;  es  necesario  que  el  niño  comience  á  saber 
que  lo  ([ue  repugna  es  malo  y  por  qué  lo  es. 

No  bastará  acostumbrarlo  á  tener  repugnancia  á  no  ma- 
tar; será  necesario  (jue  sepa  que  no  debe  y  por  qué  no  debe 
matar,  que  no  debe  y  por  qué  no  debe  robar,  que  sepa  por 
qué  debe  respetar  la  propiedad.  Y  todo  esto,  señor  Presi- 
dente, no  se  denniestra  con  la  ciencia,  no  lo  demuestra  la 
razón  humana  con  sus  ])ropio$  medios.    La  razón    de   lodo 


—  77  — 

esto  se  funda  en  verdades  inabordables  para  la  ciencia,  tan 
obscuras  para  ésta  como  el  destino  del  hombre,  como  decía 
el  señor  Diputado,  como  su  origen,  verdades  que  las  cono- 
cemos porque  han  sido  enseñadas  y  reveladas  de  lo  Alto  y 
directamente  por  Dios. 

No  es  posible,  pues,  suprimir  la  enseñanza  reHgiosa  de  la 
escuela. 

Otra  cosa  diferente  es,  como  dije  antes,  saber  qué  grado 
debe  abarcar,  hasta  (|ue  Hmite  debe  alcanzar  la  instrucción 
religiosa  dada  por  el  maestro  de  las  escuetas  primarias 
por  qué  sistema  debe  hacerse,  por  qué  modelos,  etc. 

En  los  Estados  Unidos  hemos  visto  que  se  da  la  instruc- 
ción religiosa  en  la  escuela  en  una  forma  especial,  y  que 
tiene  un  límite  forzoso,  impuesto  por  la  situación  religiosa 
de  aquel  país. 

Nosotros,  felizmente,  nos  encontramos  en  una  situación 
más  ventajosa;  podemos  aspirar  por  la  unidad  de  nuestras 
creencias,  que  es  uno  de  los  timbres  gloriosos  para  la  Re- 
pública Argentina,  podemos  aspirar  á  llevar  la  instrucción 
religiosa  dada  por  el  maestro  en  la  escuela  primaria  á  un 
grado  má  alto,  sin  los  inconvenientes  que  esto  tendría  en 
los  Estados  Unidos. 

Voy  á  terminar,  señor,  porque  creo  que  este  punto  ha  de 
ser  materia  de  una  discusión  más  detenida  en  otra  oportu- 
nidad; pues,  como  he  dicho  antes,  creo  que  no  es  reglamen- 
taria su  discusión  en  esta  ocasión,  y  que  sólo  su  importan- 
cia y  transcendencia  han  hecho  que  sobre  él  se  desarrollen 
algunas  ideas. 

Por  lo  que  dejo  expresado  resulta,  á  mi  modo  de  enten- 
der, que  no  hay  razones  fundamentales  que  afecten  el  pro- 
yecto en  general  y  que  puedan  decidir  á  la  Cámara  á  recha- 
zarlo, para  ser  sustituido  por  otro;  que  los  defectos  que  ese 
proyecto,  que  me  parece  bueno  é  importante,  pudiera  tener, 
como  toda  obra  humana,  pueden  ser  perfectamente  corregi- 
dos en  la  discusión  en  particular,  y  que  las  observaciones 
que  en  un  carácter  superior  y  en  general  se  han  hecho,  le- 
jos de  ser  un  defecto,  revelan  en  él  bondades  inmejorables. 

He  dicho. 


—  78    - 


Discurso  del  doctor  Onésimo  Leguizamón,  pronunciado  en  la  6*  Se- 
sión Ordinaria,  el  19  de  Mayo  de  1884,  sobre  el  dictamen  de 
las  Comisiones  de  Negocios  Constitucionales  y  Legislación  en 
el  proyecto  de  ley  suspendiendo  los  efectos  del  artículo  56  de 
la  Ley  Orgánica  Municipal  de  la  Capital. 

Señor  Presidente:  Con  cierto  estudio  Iiabía  cfsperado  hasta 
este  momento  para.Iiarer  uso  de  la  palabra,  y  oí  con  el  ma- 
yor ¿rusto  al  señor  Diputado  por  Buenos  Aires,  que  propu- 
siese una  moción  que.  á  mi  juicio,  resuelve  en  una  forma 
sencilla  y  cortés  las   dificultades  de  la  cuestión  en  sí. 

Pero  no  puedo  eximirnie  de  tomar  parte  en  este  debate, 
porque  necesito  salvar  viejas  y  arraifradas  convicciones,  aun- 
que debo  confesar  que  estoy  obligado  á  bacerlo  con  una 
gran  desconfianza  en  mis  propias  fuerzas. 

El  hecho  se  lo  explicará  con  facilidad  cualquiera  de  mis 
honorables  colegas.  El  proyecto  de  ley  que  se  presenta  tiene 
el  apoyo  muy  atendible  de  la  iniciativa  siempre  influyente 
del  Poder  Ejecutivo,  y  á  su  servicio  la  palabra  siempre  es- 
cuchada con  gusto  del  señor  Ministro  del  Interior;  además, 
el  apoyo  unánime  de  dos  importantes  Comisiones  de  esta 
Cámara,  el  aplauso,  casi,  de  la  mayoría  de  los  diarios  de  la 
Capital,  y  antes  que  todo  eso,  y  sobre  todo  eso,  dominadno 
el  hecbo  consumado,  la  victoria  del  éxito. 

Ante  la  alianza  de  (Menjentos  tan  poderosos,  debo  confe- 
sar, sin  rubor,  que  mi  espíritu  ha  vacilado.  Hubo  un  mo- 
mento en  i|ue  pensé  y  estuve  casi  resuelto  á  formular  en 
voz  baja  una  protesta  contra  esta  ley.   votando  en   silencio. 

Posteriornu'ntc  he  reflexionado,  y  la  reflexión,  que  es  siem- 
pre una  fuente  constante  de  vivas  energías,  ha  modificado 
mi  actitud,  y  ella  será  diversa  de  la  que  al  principio  de- 
bió ser. 

Yo  me  iie  dicho,  señor  Presidente:  no  siempre  las  ¡deas 
(jue  reputo  erróneas  baii  de  presentarse  prestigiadas  por  el 
apoyo  de  un  Gobierno  con  el  que  me  ligan  vínculos  políti- 
cos conocidos,  teniendo  en  la  mayor  estima  la  amistad  per- 
sonal que  el  Jefe  del  Poder  Ejecutivo  y  demás  miembros 
de  él  me  dispensan;  no  sie:npre  estas  ¡deas  han  de  tener  el 
apoyo  tan  unánime  de  mis  distinguidos  colegas;  no  siempre 
la  prensa  ha  de  estar  en  su  favor;  no  siempre  han  de  tener 


—  79  — 

el  éxito  á  su  servicio.  Todo  esto  es  movible,  accidental,  pa- 
sajero, en  el  orden  de  las  ideas  y  en  el  mundo  de  los  prin- 
cipios que  son  eternos. 

Mañana  el  Poder  EjecuUvo  puede  componerse  de  personas 
que  sean  mis  adversarios,  puede  haber  disidencia  en  la  Co- 
misión, puede  !a  prensa  estar  en  su  contra,  ser  equívocos  los 
hechos;  todo  esto  es  cambiable  como  lodo  lo  humano. 

He  reílexionado  luego,  señor  Presidente,  sobre  mi  propio 
pasado;  he  descendido  al  hombre  para  ver  en  qué  caso  se 
encontraba  éste.  He  examinado  con  este  motivo  mi  breve 
vida  pública;  mis  ¡deas  coincidieron  alguna  vez  con  mi  si- 
tuación actual;  fueron  combatidas,  mis  actos  fueron  desco- 
nocidos, mí  acción  fué  embarazada,  y  mi  humilde  persona- 
lidad fustigada  sin  clemencia.  La  prensa  se  asoció  á  esta 
hostilidad  y  la  propagó.  ¡\o  tuve  en  el  momento,  señor  Pre- 
sidente, la  justicia  de  mi  tiempo! 

Posteriormente  se  me  ha  hecho  justicia,  y  muchas  de  las 
ideas  que  sostuve  entonces  han  sido  reconocidas  por  mis 
propios  adversarios  y  proclamadas  como  verdades,  no  por 
que  fueran  mías,  sino  únicamente  poríiue  liabía  tenido  la 
fortuna  de  ser  un  intérprete  fiel  de  las  bases  permanentes 
del  mundo  moral  que  es  del  dominio  de  todos. 

Débome,  pues,  señor  Presidente,  ante  lodo  á  mis  ideas,  y 
ésta  es  la  explicación  de  mi  actitud  en  este  debate. 

Yo  tengo  completa  fe  en  el  triunfo  definitivo  de  los  prin- 
cipios, próximo  ó  lejano,  pero,  para  mí,  seguro;  y  á  pesar  de 
ser  tan  enormes  las  dificultades  de  la  lucha  que  voy  á  em- 
prender combatiendo  el  proyecto  que  presenta  la  Comisión, 
encuentro  en  mi  fe  y  en  mis  principios  la  rara  energía  que 
el  cri.stiano  vencido  del  circo  romano  encontraba  para  luchar 
hasta  el  último  extremo.  Yo  creo  que  en  el  fondo  de  mi  aba- 
timiento encontraré  por  mi  fe  en  los  principios  esta  misma 
fuerza;  lucharé  contra  esta  ley  todo  lo  que  me  sea  posible, 
por  más  que  mí  propósito,  por  todas  las  circunstancias  que 
antes  he  mencionado,  presente  todas  las  apariencias  de  la 
insensata  tenacidad  del  candor  retando  al  imposible. 

Pido  disculpa  á  la  Cámara  por  el  precioso  tiempo  que  he 
tomado  á  su  atención  en  esta  declaración  que  creo  indis- 
pensable para  entrar  en  el  asunto. 

Entraré  ahora  á  ocuparme  de  la  cuestión,  y  procuraré  ser 
muy  breve,  recurriendo,  con  permiso  de;  la  Cámara,  á  algu- 


_-  *ll    _ 

nr>s  apunten  que  he  í*-i:Ido  neie^idaJ  de  tomar  para  preci- 
sar mi  poííición  de  principio?  en  uca  cuestión  que  reputo 
técnica,  qu-?  no  puede  eníre¿rarí*  á  la  rDemoría. 

El  proTPclo  que  «e  üos  preí^D'.a  e«.  á  mi  modesto  juicio^ 
atacable  é  insubsister/.e  bajo  tC'-i:«¿  conceptos. 

La  lev  que  se  nos  presenta  eo  puede  tener  efecto  legal, 
dada  la  Imena  doctrina.  E>  incor.síítucional.  por  su  fondo  y 
por  5u  alcance:  es  innec-fsaria.  ttor  sus  obielos  transitorios, 
T  es  ftelit.Tf'sa.  pe!i;.TosI?!r:i3.  por  sus  resultados. 

La  demostración  de  estas  ¿tirmaciones  será  árida,  señor 
Presidente,  pero  es   ip.i:sí>en>úi'¡e.  .  . . 


Cuando  se  trata  de  juz^rar  la  importancia  de  una  institu- 
ción ó  fie  una  corporación  ortranizada  con  arreglo  á  la  Ie>% 
liosotros.  leíjisla dores,  no  ];K>de;aos  prejimtarnos  sino  esto: 
¿está  en  armonía  con  ¡os  pnncipios  jrenerales  de  nuestro 
sistema,  ó  noe-tá?  Yo  creo  que  sí.  que  está  en  perfecta  ar- 
monía. 

Demócratas,  no  pode:n»s  reciíazar  el  concurso  de  las  cla- 
ses industriales,  de  las  clames  medias,  de  las  clases  obreras 
para  formar  parte  de  los  cuerpos  puramente  administrativos 
locales. 

País  de  inmigración,  no  podemos  rechazar  el  concurso  del 
extranjero,  porque  sería  ncjíarle  una  de  las  más  preciosas 
declaraciones  que  en  su  favor  hizo  nuestra  carta  fundamen- 
tal, uno  de  los  motivos  de  atracción  que  hay  para  él  en 
nuestras  leyes,  y  soíire  todo,  por  esto:  porque  el  extranjero 
entre  nosotros  concurre  con  crecidas  sumas  á  la  forniaciÓQ 
del  tesoro  de  la  localidad,  porque  ei  municipio  pertenece  & 
los  vecinos  en  todas  paites,  y  porque  el  elemento  extranje- 
ro figura  en  pran  parle  en  el  vecindario  de  la  Capital. 

Como  republicanos,  tampoco  tenemos  derecho  de  exí^r 
otra  cosas,  sino  que  no  haya  un  funcionario  público  que  sea 
iiTCsponsíible.  resultado  á  que  desgraciadamente  concurre  lo 
que  se  nos  propone  bajo  ciertas  formas.  Es  lo  único  á  que 
teucfiios  el  derecho  de  aspirar  y  que  nos  es  dado  exigir  en 
el  d'*-ífími>»'rio  de  los  puestos  públicos:  que  no  liaya  nadie 
qu<'  los  í'jfrrza  sin  responsabilidad  de  sus  actos  ante  un  Juez 
y  ron  wrrc/lo  á  la  ley. 

'i'oito  esto  se  encuentra  en  la  misma  Ley  Orgánica  de  la 
Municipalidad,  y,  por  consi¿ruieiite,   nuestro  juicio  respeclo 


—  81  - 

de  cale  asuiilü  no  puecJe  entregarse  á  la  atmósfera  siempre 
ficücia,  y  á  menudo  enii^ariosa,  de  la  importancia  de  las 
l»ersonas. 

He  procurado  en  mí  e.\po«Ír¡(»n  mezclar  lo  menos  que  me 
lia  sido  posible  Uis  nombre:»  propios  de  lus  perdonas  t|ue 
w  encuentran  en  débale,  precisamente,  aeftor  Presidente, 
ponqué  creo  que  debates  de  esiii  especie  deben  levantarse 
&  la  esfera  de  los  principios  Ranos  y  regularen  que  gobier- 
nan todoii  lo»  asuntos. 

Yo  creo  que  con  la  ley  que  se  nos  propone  hc  violan  todos 
esos  principios  elementates  de  una  manera  (un  ^ave,  de 
una  manera  tan  necesaria,  que  si  nosotros  aprobáramos  esta 
ley  con  nuestro  voto,  liahríauíos,  en  mi  opinión,  rolo  mu- 
4-l)as  de  laü  instituciones  que  bemos  proclamado  para  hon- 
ra (le  nuestro  \mh  como  Nación  y  pai-a  felicidad  de  los  que 
tíven  en  nucHlra  tierra. 

Son  los  principios,  señor  Hresidente,  los  que,  en  mí  ma- 
nera de  ver,  gobiernan  y  afectan  al  Gobierno  de  la  Nación. 

Va  Congreso  que  no  respeta  los  principios  elementales 
del  sistema  de  gobierno  que  ee  ha  proclamado:  un  Cotigro- 
«o  que  no  se  detiene  ante  la  fuerza  conu<;ida.  elemental, 
eficaz  y  adelantada  de  ciertas  doclrinas.  habrá  hecho  al  país 
el  peor  de  Ioíí  males. 

Era  por  esto  que  decfa  que  este  proyecto  de  ley  envuelve, 
á  mi  juicio,  por  sus  resultarlos,  grandes»  peliy;ros. 

Son  los  principios  proclamados,  y  cuya  vi^^encia  ^solicito 
impugnando  el  proveció  que  se  nos  presenta,  los  únicos  que 
dan  ¿  las  naciones  un  lugar  en  la  historia,  una  voz  en  los 
grandes  pru-rresos  de  los  pueblos,  sus  hermanos,  un  título 
j  un  rango  en  la  familia  internacional,  una  nota  en  el  him- 
no inmortal  del  progreso   liumano. 

Estas  son.  seflor  Presidente,  mi^  ideas  respecto  de  la  ley 
eti  discusión,  y  los  que  servirán  de  fundamento  á  la  negativa 
de  mi  voto. 

He  dicho. 


Ofc*raMA  Aa^mn%t.-9  7t)m9  IT. 


—  «2  - 


Discurso  del  Arzobispo,    doctor    Federico    Aneíros,    en    ta  seslócr 
de  apertura  del  Congreso  Católico,  el  15  de  Agosto  de  1884 

Señorex : 

Si  fué  uno  (le  los  (Has  graurlrs  ilc  nuestra  Palría  a(]uc1  en 
qu(!  los  Hoprnsentantes  de  sus  pueblos,  reunifins  en  el  Con- 
greso tle  Tucuniáa,  declaniton  su  decítlicla  voluntad  de  Tor- 
mar  una  NaíMÍn  sohiírana  é  independiente,  tamhi'^n  serA 
para  bu  Igleí^ia  señalado  este  día  en  que  los  Delegados  de 
sus  diversas  corporapiones  se  reúnen  en  este  reclnlo.  no 
por  mandato  de  sus  Prelados,  sí  bien  con  suma  saLisfaccíóit 
y  aplauso  de  ellos,  en  el  deseo  y  sania  iLS]}Íraeión  de  mejor 
rumplír  sus  deberes. 

Doy  gracias  al  Cielo,  (pie  sin  duda  ha  inspirado  y  reali- 
;íado  tan  sublime  pensamiento  con  muestras  tan  claras  de- 
amorosa  Providencia. 

No  puedo  monos  (ie  presentar  mis  respetuosos  saludos  al 
digno  Presidente,  á  los  dignos  hijos  de  la  Melropolílanu  de 
la  Sanlfsinia  Trinidad  de  Buenos  Aires  y  de  sus  sufraga- 
neos  de  Córdoba,  del  Litoral,  de  Cuyo,  de  Salta,  con  sus 
honorables  hermanos  y  vecinos  de  Montevideo,  que  nos  ofre- 
cen el  espectáculo  de  una  reunión  que.  ni  más  perfecta  ni 
más  sagrada  y  generosa  en  sus  móviles  y  en  sii8  tiiies  i\í^ 
habíamos  presenciado,  tan  res|>ctable  por  la  ilustración  y  mé- 
rito de  sus  individuos,  tan  distinguida  por  las  más  [liadosas 
demostraciones,  tan  decidida  y  superior  á  los  obsUiculos, 
tan  llena  de  entusiasmo,  tan  unida  por  los  vínculos  de  la 
fe  y  del  patriotismo  crisüano. 

Muy  pronto  se  complelorá  la  grandeza  del  espectáculo 
cuando  desde  aquí,  en  uclitud  reverente,  imploréis  la  Apos- 
tólica Bendicíóo  de  Nuestro  Santísimo  Padre,  Su  Santidad 

uón  xni. 

Quizá  no  muy  tarde  tengáis  la  recompensa  de  recibir  como 
aquellos  padre-s  de  ta  Patria  las  demostraciones  de  veneración 
y  reconocimiento  de  los  pueblos,  los  que  transmitirán  á  la 
posteridad  con  i*eligÍo8o  respeto  vuestros  nombres. 

El  Espíritu  Santo,  que  acabamos  de  invocar,  se  digne  des- 
cender en  estos  momentos  sobre  todos  nosotros,  pues  me 
propongo  recordaros  el  honroso  limlire  de  nutrirá  fe,  y  pr»*- 
sentar  el  cuadro  üc  la  actualidad  para   luego  decir  ulgo  del 


—  83  — 


enorme  compromiso  en  que  nos  hallamns.  tratando  de  cooo- 
rerlo  y  llenarlo  del  modo  más  Hel. 

Señores;  ese-usado  es  decir  lo  que  éramos  antes  de  aquel 
d(B,  para  siempnr  tiendiLo,  tm  que  nuestro  SeHor  Jesucristo 
derramnba  sus  luces  y  srapías  divinas,  disipando  Ins  tinie- 
blas y  males  que  dominaban  es1a±i  dilatadas  regiones. 

El  .Nuev»  Mundo  doblara,  «sus  mdilbis  ante  Ioh  Reye» 
Catótícod,  dou  Fernando  ó  Isabel  de  Castilla,  triunfantes  de 
la  idolatría,  y  la  rristiaudail  iva  tribiilaní  eternos  bonores». 
Crí}<lóbal  Colón  descubrió  estas  desfonocídas  regiones  plan» 
lando  en  ella  la  Cruz,  en  cuya  fe  tuvo  tan  ^ande  inspira- 
ción, i-onstancia  tanta  y  obtuvo  triunfos  tan  esplendidos  tpie 
lo  hacen  glorioso  en  la  tierra  y  en  los  Cielos,  ya  que  tanlo 
sufriera  en  sus  días  mortales. 

Muy  luejK»  del  descubrimiento,  el  Pontífice    Alejandro  VI 
manda,  recomienda  y  pide  á  aquellos  sül>eranofi  que    prosi- 
gan lo  obra  de  la  civüizacídn  cristiana,  destinando  misione- 
ros piadosos  y  doctos  que  enseñen  y  conWertan  estas  gen- 
tes y  planten  el  ¿rbol  frondoso  de  la  fe  y  de  la  moral.  Bl 
inmortal  CisneroH.  hijo  de  San  Francisco  y  Ministro  de  Es- 
tado  envía,   sino   los  primeros,    los  mejores    misioneros;    se 
■KUpa  deMltt  entonces  con   todo  su  celo  eu  la  conversión  de 
los  infieles;  rejrlamenla  las  Misiones  que  crntinúa  dirigiendo: 
defiende  la  causa    de   los  indios,  siendo  el  principal  prolec- 
lor  del  inmorlal  dominico  Los  Casas,    insidie    misionero  y 
defensor  incansable  y  generoso  de  la  libertad  y  derocboa  de 
los  indios,  el  cual  no  habría  sostenido  por  más    tiempo  el 
proyecto  de  atraer   negríts  esclavos  si  no  se  hallase  en  ese 
momento  espirando  su  gran  director  Cisneros. 

Los  inconvenientes  no  podían  ser  mayores,  la  iliscordia  y 
escándalo  oficiales,  sus  abusos  cspaidosos,  la  inmoralidad 
de  todo  ííénero  de  los  aventureros  y  pobladores  y  la  natu- 
ral resistencia  de  los  indios  no  impidieron,  sin  embargo,  la 
rápida  y  completa  civilización  de  estos  países. 

Permitidme  avanzar  un  poco  para  tlecir  con  el  testimonio 
universal  que,  al  empezar  el  siglo  dí^ciraoseptimo,  el  mag- 
iitScfl  edificio  de  la  geranpda  eclesiástica  de  la  América  del 
Snd  estaba  concluido,  pues  ae  coidnban  ya  cinco  Metrópo- 
lis, veiiittsieti^  siifragrLneas,  cuatrocientos  monasterios  é  in- 
numerables iglesias  {larroquiales. 
Catedrales  magnificas  habían  sido  levantadas,  s«  ensefia- 


^w  - 


luii  [as  cif^nrio^  f!:atAIir«5,  las  eonquütas  cedieron  el  lugar  & 
tas  Misiones,  los  misioneros  dieron  entrada  á  la  civilización, 
los  religiosos  enseñaron  á  los  indígenas  k.  leer  y  escribir, 
los  adietilranin  también  en  plantar,  Rembrar.  segar,  en  hacer 
casas,  inspirándoles  al  propio  tiempo  amor  y  respeto  á  sus 
personas. 

No  os  molesUrf,  seiiores,  con  descubrir  los  rápidos  pro- 
gresos de  esa  civilización  eu  lodos  estos  países.  Ella  ha 
sido  dignamente  descripta  y  celebrada,  y  sus  urodijrlns  están 
en  nucslro  corazón  como  en  nuestros  recuerdos  constantes. 
Pero,  ¿cómo  no  observar  cuan  sólida,  y  madre  de  caracteres 
sólidos  y  hfTóiros.  fué  esa  cirih'zación? 

IsabeJ  de  ln;;lulerra,  la  hija  de  Ana  Bolena,  sienta  de  nuevo 
en  el  trono  el  cisma  de  la  Keforma.  En  sus  dominios  era- 
pieza  &  correr  otra  vez  la  sangre  de  los  mártires,  hasta  que 
se  cn'p  no  haber  quedado  en  ellos  un  sólo  calóliciK 

Aquella  mujer  infame  envió  varias  expediciones  á  la  Amé- 
rica. Entre  otras,  aceptó  la  propuesta  de  Francisco  Drake 
de  hacer  ¿  España  la  (nicrra  en  sus  posesiones  del  Octano 
Píiolficü,  y  le  conlirió  el  mando  de  cinco  navios  que  recorrie- 
ron tamhién  las  costas  de  nuestro  gran  rio.  Era  un  pirata 
que  hizo  graudes  hostilidades,  robos  y  valiosas  presas.  Drake 
fué  derrotado  en  Puerto  Kieo  y  en  la  ciudad  del  Nombre 
de  Dios,  Aunque  do  murió  en  pelea,  quizá  fué  de  resultas 
de  ella,  siendo  arrojado  su  cadáver  al  mar. 

Acabamos  de  celebrar  el  12  de  Agosto  y  el  5  de  Julio  nunca 
bastantemente  estimados  por  nuestra  líepública.  Si  la  misma 
España  nos  liorira  y  admira,  si  la  Inglalerru.  y  la  Europa 
toda  uos  contemplan  con  res[>eto,  si  nosotros,  tan  destituidos 
de  recursos  humanos,  pudimos  eonse>:uir  tan  espléndidas 
victorias  contra  aquella  poderosa  Kación^  tan  formidable  ¿ 
principios  de  este  siglo,  sin  disputa,  señores,  ciudadanos  y 
extranjeros,  soldados  y  Jefes.  Buenos  Aires  y  todos  los  pue- 
blos os  dirán  que  la  fe  católica  lleva  la  palma  de]  mérito 
como  autoni  de  tanto  heroísmo. 

¿Üudará.se,  señores,  que  un  día  se  levaule  á  la  faz  do  la 
tierra  una  nueva  y  gloriosa  Nación? 

Dígase  si  se  quiere  que  ya  no  se  luchará  por  la  religión; 
pero  no  se  me  diga  c]ue  et  tieroismo  de  los  padres  y  fun- 
dadores de  la  libertad  é  independencia  argentinas,  no  fue- 
ron formado»  por  la  civilización  y  el  espirita  cristianos. 


No  hay  fierra  más  dincil  (jue  la  de  la  emancipación  A  los 
ojos  mUinoii  de  la  Iglesia,  y  se^ún  Jos  príiu-ipios  rrístianns. 
E»to9  nos  harán  ijeplnrar  multitud  de  excetios.  pero  nunca 
Qos  impedirán  celebrar  los  díaí<  grande»  de  la  Patria.  ¿Y 
cómo  negar,  seRores,  la  obra  de  nuestra  reliptíin,  Hiendo  cosa 
reconocida  que  niiesiro  clero  secular  y  regular  se  decidió 
desde  íuuy  (eiuprano  en  favor  fie  las  nuevas  id♦^•^s  de  sobera- 
nía nacional  y  que  8C  constituyeron  en  sus  más  ardientes  após- 
IoIps?  No  negaretuos  (¡ue  los  excesos  del  eiiüistusmo  nunca 
podían  llegar,  se^Cín  las  aspiracínties  del  Cielo.  A  contraer 
U  fea  niaiiclia  que  no  hemos  bastante  dr^ptorado;  |>ero.  ¿<iuién 
DO  vo  las  muestras  de  ser  cristianos  nuestro.s  pueblos,  nues- 
tros soldados,  nuestros  pabernanles?  En  los  momentos  del 
canflietn.  en  tas  .-Ldversida<les  y  en  los  triunfos  se  ostenta,  ó 
te  esperanza  en  el  Ciclo,  ó  el  reconocimiento  en  la  Divina 
Proridencia  y  siempre  en  la»  virtudes  cristianas. 

¡Oh,  sania;  oh,  divina  Reli^iAn!  Por  t(  podemns  ;íloríar- 
nos  de  nut^slra  cuna;  Ifi  nos  ine<TÍste  en  los  primeros  años 
con  ternura;  tú,  nuestro  consuelo  e»  loa  días  amar}^s,  nue»* 
Ira  fuerza  y  nuestro  corazón  fuiste,  ¡ob  madre  sacrosanta! 
Del>emns  serle  muy  gratos,  muy  líeles;  y  mirando  por  nues- 
Iros  propios  interese!*,  facilitar  el  lo^rro  de  lu  divina  misión. 
Ptiísteis.  sois  y  seréi»  siempre  nuestro  honor  y  tesoro  más 
gTat)des. 

Kit  fnejile  de  (an  imprescindible  lieber^  me  es  doloroso,  se- 
ftores.  tcii^i  ver^fflenza  de  [ireseiitar  el  mnidrn  que  os  ofrecí 
de  La  acluali<lad.  lün  él  no  encontraréis  aquella  hermosa 
iuii<lad.  y  (pijzá  desconozcáis  á  vuestro  Pjistur.  viendo  que 
se  le  dispula,  que  ^t*  \p  quita  atpu'l  síi;;rndo  y  eminente  ea- 
rárter  que  le  vino  del  Cielo. 

.Aparecei-A  otra  I  silesia,  y  la  vuestra  quedará  muy  ilcsilgu- 
rada,  no  tanto  por  la  Constitución  Nacional  <|ue  debemoü 
acatar,  cuanto  por  la  interpretación  que  sp  ha  ilado  á  va- 
ríos  de  sus  artículos. 

Hein«t.<  debiiln  .ser  muy  cautos  piir.-i  ailinilir  el  proteslan- 
lismu,  y  si  hieu  pródigos  de  la  caridad  cristiana  con  todo  el 
mundo,  ¡ndividuultnente,  muy  desconfiados,  recelosos  y  opues- 
tos &  esa  in.«ítituríóii  íniiovadorn.  Sí  oln>s  fueran  mis  oyente^s, 
les  suplicaría,  señores,  me  oyesen  con  paciente  atención. 

No  SP  me  negará  que  fué  uu*>í>tra  civilización  del  todo  euro- 
pea, puef  &  su  lado  no  puede  considerarse  sínó  la  de  alguno 


—  se- 
que otro  punto  antes  de  la  coaquúta.  Tampoco  puede  dudar- 
ne  de  que  la  civilización  europea  era  eaiínentemeiile  católica. 
y  aun  en  la  agitada  é{M>ra  del  desi:ubrinaíciito  de  GsptiAa  ern 
única  y  exclusivamente  católica.  ¿Qué  fué,  señores,  para  esta 
civilización  la  refornta  protestante? 

Todo  era  \ida  y  esplendor  en  la  Europa  deJ  sigli»  XVÍ. 
La  actividad  horoana  despl^raba  por  todas  partes  ua  movi- 
mieato  é  impulso  extraordinarios.  ¿S«  iba  acaso  &  luia  má- 
gica conquiiíta,  hacia  sigUts  fie  un  poder  inaudito^  ¡Ah.  no! 
Iba  ¿  nacer  el^proteslautismo.  y  con  él  la  discordia,  la  turba- 
ción, el  enenamiento  d**  los  espíritus,  la  sequedad  de  los 
corazones,  la  fría  indiferencia,  el  grosero  materialismo,  la 
incredulidad  ú  burlesca,  ó  fanática,  voluptuosa  ó  sati^íuiíia- 
ria;  vienen  ya  Lulero.  Calvino,  Vnttaíre.  la  Revolución. 

El  famoso  Balmes  ha  demostrado  cumplidamente  que  antetf 
de  la  Heforma  la  civilización  europea  se  habfa  desarrollmlo 
lauto  como  era  punible;  que  el  proteslaiitismu  turció  el  curso 
de  esta  civilización  y  pnidujo  males  de  inmensa  i-uantta  A 
las  sociedades  modernas,  y  que  los  adelantos  que  ee  han 
hecho  despuAri  del  protestantismo  no  se  lucieron  por  61,  «inó 
&  pesar  de  él. 

La  emancipación  proclamada  por  el  audaz  Lulero,  en  po- 
cos aQos  invadió  una  gran  parte  de  la  Europa.  No  Eie  res- 
petaron la.s  leye-^  divinas  ní  humanas.  «Pisoteo,  decía  Lulero, 
los  decn?loH  de  los  í*a[>as  y  los  cánoneí-  de  los  Concilios; 
y,  ¿piensas,  decía  ¿  un  Rey.  que  be  de  respetar  tus  órdenes?  » 

La  Reforma  se  mostró  en  todas  partes  viólenla  y  sangui- 
naria. Baste  decir  que  Eeolampadío.  discípulo  de  Lutero.  decfa 
á  los  pocos  años  de  haber  su  maestro  couienzarjo  á  predican 
«El  Elba,  cou  todas  sus  olas,  no  podía  darnos  bástanles 
lágrimas  para  llorar  los  males  hechos  por  la  Reforma». 

Señores,  nunca  nos  fué  lícito  olvidar  las  decisiones  de  la 
Iglesia,  nuestra  mudro:  antes  hemos  debido  sujetarnos  es- 
trictamente   &.  las    instrucciones  que  al  respecto  nos  daba. 

El  Papa  León  X.  á  vista  del  protestantismo,  en  su  famosa 
Bula  ExHrgnt,  empieza  clamando  al  Ciclo  y  á  la  lierra.  U 
Grí.sto,  á  los  .\póstoles  Pedro  y  Pablo,  ¿  todos  los  Santos  y 
¡i  la  Iglesia  universal  que  vengan  en  auxilio  de  la  causa  de  Dios 
contra  todas  las  herejías. 

Ocúpase  luego  de  detallar  los  principales  errores  de  Lute- 
ro en  44-  uKículos,  condenándoles  con  todos  y  cada  uno  de 


riMfe 


87 


los  escritos  del  Hercsiarca.  Finalmente,  el  Santo  Concilio  de 
Treiito  tífí  nctipa  y  cniídeiia  Lodti  ül  KiHti'ina  y  doctrina  pro- 
U»(unte.  Nuestro  sobpranu  mamlú  tener,  cumplir  y  respetar 
«orno  ley  los  ttai^rado^  cáiiúue»  de  e^^la  au^riisLa  A^íiiublva. 

lQuÍ¡  menos  podíamos  hacer,  señores,  sino  cumplir  estas 
•i"  '■"•nes  y  sujetarnos   et»   lo  sucesivo  ¿  las  rt'tflíifi  íjiie 

a.  ,..,.  iiUi  nos  da  nuestra  Keli^ióny  Nunca  lieuuty  podido 
olvidar  estos  principios.  Ija  Ii^lesia,  ai  reconoce  ni  aprueba 
tft  derecho,  si  bien  reconoce  el  hecho  y  la  libertad  de  cultos 
<H  rírrunstancias  y  cnndicioiu^s  convenientes.  Ella  ha  conde- 
jiadu  Ui»  st|zuic*ntes  proposiicíones: 

r.  Kn  nuestra  éptica  ya  no  i'xiuviene  que  la  religión  ca- 
t¿Uca  ^ea  tenida  como  única  religión  del  Estado  con  exclusión 
4le  cualquier  otro    punto. 

2*.  Por  eso  en  algunos  países  católicos  se  ha  previsto  iau- 
dablcmentu  por  la  ley  que  &  los  extranjerot$  que  \*ayaa  á 
ellos  les  sea  permitido  el  ejercicio  público  de  su  respectivo 
culto. 

3*.  Es  ciertamente  falso  que  In  libertad  civil  de  cualquier 
culto  y  Iti  plena  farultad  utor^da  &  lodos  de  miinire^tar 
abierta  y  pi'Utlicaiuente  üü^  opínionet:  y  pensamientos  conduz- 
c.a /(  corromper  más  fácilmente  las  costumbres  y  las  ideas  de 
los  pueblos  y  á  propagar  ta  pesio  del  indiferentismo. 

Por  cxlas  pi-oposiriones  cfindenndas  se  ve  «pie  la  Iglesia  no 
puede  areplar  la  tolerancia  teológica,  si  bien  se  conforma 
y  aprueba  la  tolerancia  civil.  Que  A  nadie  se  fuerce  &  pro- 
fesar una  religión,  que  se  permita  ta  profeñión  de  otro  culto 
siendo  necesario  6  se  tolere  en  circunstancias  dadas;  pero 
<iue  nunca  se  crejí  que  todas  las  religiones  son  iguales,  son 
tiiienas,  tienen  derecho  en  realidad  absoluta. 

La  Iglesia  no  condena  los  artículos  de  la  Constitución  que 
liemos  citado,  pero  sí  exige  que  sean  bien  entendido.^  é  in- 
terpretados, y  condena  que  se  considere  la  libeilad  de  cultos 
como  un  bien  absoluto,  como  el  orden  normal  y  regular  de 
ía»  sorieil.ide-H  rrÍH!ían.i.s,  quesea  carar.Icríslir.o  ilel  miís  per- 
fecto gobienio  y  un  orden  de  cosas  que  deba  glarilicarse. 
una  adquisición,  un  progreso;  el  rniüs  grande  de  los  liem- 
|I08  modernos. 

Pero.  ííeftores.  ¡ojalá  se  hubiesen  entendido  y  ejecutado  con 
buena  fe  los  artículos  de  nuestru  Constitución  que  venimos 
recordando! 


B  colmo  del  mal  actoü  tn  ñéo  U  fineeu  r  pcrerea  in- 
terpretecíAfi  que  se  le*  bs  4a4o  f  qvendo  dar. 

Fiar  UbvTlad  deailtoft,*rdfee.  j  erto  autcwña  para  apo»- 
taiar;  y  do  faltaB  yricMs  dan  «ale  cBcándalo. 

Hajr  ISieriad  dr  mMoK,  se  din;  j  éifta  penüle  ncnospre- 
ciar  T  d>«caur gl coto catdBro,  predñarra eoolra.  Tajuríar 
CB  la«  proecsMoes  ;  fcoionef  i  ■  iiiilaliiii  en  lot  irmp]u.«. 

Hay  libertad  de  euUoo,  caaÍJt^Ma  Muehoai  catótieas,  cuando 
m  les  ncoQvieoe  por  EaJtar  i  sv»  dt^uea  fcügiosoe  ó  ^  les 
exi^qae  llenen  ciertas cvodirioties  j  priclieas  prasrnpUs. 

Hav  lüíeitadde  cidtaa.díee  lodod  <|oe  min  mal  p1  Pre- 
sopoeKto  dd  Clero,  aonqne  «ea  m  Diputado  N'adooaL 

Har  libertad  deculloR.  dice  lodo  H  que  desea  H  raalrímo- 
nio  j  d  Rffi^tro  CítíL  A  las  escuelas  oose  las  puede  Ue>*ur  al 
templo  por  esto  mismo,  ni  el  Gofaiereo  mamfar  i  Ins  emplea- 
dos qtte  k  acDinpaAen  al  templo  en  los  días  de  la  Patria  ó  en 
la  Semana  Mayor. 

U»  catdKoos  no  pneden  tener  so  sepolrtn  en  tn^r  sagra- 
óa,  f  habéis  visto,  después  de  haber  oÜo.  cuáolo  se  ha  dirho 
ca  el  Congreso  Naríonal  contra  la  enseAansa  rel%iosa  en  las 
wtmfliit  4  oottbR  de  la  Übertad  de  fullas:  otts,  i  su  nombre 
ae  subreaciooan  por  el  Gstado  esrudas  protestantes,  t  no  se 
tiene  reparo  decolorar  roarstnK  v  maestns  de  religión  pro* 
teslanle  ó  de  cualquier  culto  contrario. 

Sm  Hliertad  de  cultos,  no  haj-  para  eQas  siné  fanalisnio. 

La  sttpcff«tic*6o  se  precipitó  de  un  solo  ^Ipe  en  los  abU- 
mos.  escribía  en  \83Z  en  Buenos  Aires  ano  que  se  titulaba 
«I  maüg»  Ht  tu  Pnlrin  f  d^  Ia  hmmamiSaé,  t  en  el  9  ije  Julio 
del  misRHi  año.  en  un  ronTÍte  ro  Chile,  fe  dijo:  «  que  el  genio 
ineomparable  dd  Minbdro  que  ha  hecho  nacer  d  ¡figle  do 
ora  en  las  márgenes  dd  Rio  de  U  Plata  desterrando  el  fa- 
oatiamo  j  tinuiia.  sean  imit.idns  r>or  todos  tos  Ministros 
dd  mundo  r. 

Cotejad,  aeftores,  lo  que  fué  d  catolírtsmo  para  ooeotro* 
con  lo  que  htro  d  pr"'  -'— '-írao,  y  ricridid si  merechuí  am- 
bos ta  diirpsa  suerte  •,  Lia   locado,   de  nuestra  parte. 

Para  el  protestantismo,  líhertad  la  mis  completa;  para  el 
catulíciMito.  toda  esa  serte  de  restricciones  y  heridas  que  na- 
die ignora.  La  ler  de  la  Reforma  en  Buenos  Aires,  no  reco- 
ooc»  la  «oberanfa  f  independencia  de  U  Iglesia,  ni  ta  autori- 
dad dd  Soberano  Pont0lee.  Se  rarCa  toda  ta  disciplina  del 


r_89  — 


clftro  secular  y  regular,  se  suprimen  la»  ónloínf*  religinííiit;. 
-w  quitan   los  bi<>no-s  do  la  l^flosin,  sp   prohiben  los  I)io7,iiins. 

Ya  sabemos  i\w  se  etititíixle  ]H)V  I'alrotialo  parü  iiiucliar^ 
personas.  Eti  vanuque  la  palabra  misma  indique  que  se  Irata 
iJt>  proleceión.  Es  (.t.*nuni]  uiileniiur  oKa  palabra  como  sinónimo 
de  Gohíorno  y  no  como  quiera,  sitió  freno  del  Gobierno  con- 
tra los  avances  de  la  Iglesia.  Se^m  etlo.^,  nuestra  I^rlesia  no 
es  ya  aquella  institución  de  Cristo,  (¡obernada  por  su  con.nli- 
turión.  Ks  la  1^'lesia  de  la   le>%  que  nada  puede  nmó  lo  que 

lU  baya  pre^críplo. 

Ojalá  se  limitaran  A  decir  que  la  Iglesia  debe  respetar  la 
ley:    más   so  avanzan    y  dicen   que  ella  depende  coiapleta- 
E^inente  de  la  ley.  No  dicen  cuándo  vendió  la    Iglesia  sn  li- 

!rtad  é  independencia,  pero  no  reootiocen  su  <lerecbü  di- 
vino y  la  obli(^cÍún  que  éHta  impone  k  los  legisladores  y 
U  üites.  Hoy  parece  que  se  creyera  que  los  católicos,  aun- 

..,.11  los   Prelados  de  l<i  lí;le^ia,  nada   pueden  pensar  ni 
lecir  eonlra   el  Gobierno  y  que  la  obediencia  que  debemos 
sólo  por  la  fuerza  no  fierla,  en  coneiencia^  suponer  la  muer- 
iiln  de  ese  inviolable  Icsoro  que  tanto  se  respeta  en   los  di- 
ídetites. 

En  una   República  y   en  este  si^Io,  diremos  con  el  señor 
Frían,  es  un  clioranlecoulriseutidu  mantener  encadenada  la 
^llilesia  r<Mi  las  ley-'s  dictadas  por  los  reyes  absolutos  de   lii 
Edad  Media. 

>Yo  uboj^aria  por  la  litierlad  de  la  l^dcsiu  y  peiliria  ú.  los 
ÜíbeJTiIe>t  que  se  mostraran  conseenentes  consigo  mismo.  I)es- 
fípués  de  las  lecciones  de  la  experiencia  y  de  las  calamida- 
des que  hemos  sufri<ln.  era  tiempo  de  nfrecer  á  la  relífrión 
del  pueblo  mayores  y  mejores  homenajes  que  los  que  esa 
Consliturión  les  tributa:  un  salario  y  el  Patronato  que  hace 
á  líi  Iyli'si;i  más  esclava  en  un.i  Rejíóbüca  que  lo  es  en 
Itusia  >. 

Kl  cuadro,  como  quiera  que  sea,  mal  pintado,  es  suli- 
eienle,  seftores.  para  pre^fuutarnos  á  su  vista:  ¿qnéesloque 
debemos  hacer,  cuál  es  hoy  nuestro  compromiso^ 

Me  parece,  decía  el  señor  Frías  en  la  Convención  de  la 
T-  .1  do   Hílenos  Aires,  me  parece  que.  bien  analizadas 

I  ;is  de  nuestro  malestar  social,  las  hemos  de  hallar. 

no  eo  lüá  leyes,  kíuó  en  los  hombres  i)ue    carecen  de  las 
virtude.s  necesarias  para  darles  vida*.  -  I^as  ¡nstilueiones,  se 


-  90  — 


ha  (liclio  con  razón,  no  tienen  más  valor  que  el  ile  Eos  hom- 
bres destinarloB  ú  practica  rías;  y  á  mi  juicio,  lo  que  eou- 
vciidríu  corrogir  enlre  iiosutros,  no  so»  l.os  inslílUL'innPs, 
8Ítió  &  nosotros  mismos  ». 

De.<ide  el  origen  de  la  revolución  han  padecido  Icis  huui- 
hms  {irihlii-.iis  dií  lodíi  la  América  del  Sud  pI  error  dn  n-eer 
que  huslabii  decretar  la  lícpública  y  la^  iníitiluciones  libres. 
)>ara  que  el   Gobierno   iJeinocTr&ticn  y  la   lilierlad  existiera^ 

■«Eti  los  Estados  Unidos,  ha  dicho  poco  ha  un  escritor 
contemporáneo,  se  eiilíeude  que  una  Constitución  no  es  híiió 
un  pedazo  de  papel;  y  que  si  la  libertad  uo  es  desde  lue^ 
ea  cada  ciudadano  un  hábito  de  8U  vida  y  una  necesidad 
de  su  corazón,  la  Coiistílución  más  perfecta  y  la  más  líbre 
jiu  es  sino  una  peligrosa  quimera  •. 

Un  pueblo,  en  efecto,  no  es  libre  por  sus  leyes,  sino  |>or 
sus  co8lund>res.  La  Inglaterra,  como  recordaba  con  razón  el 
seíior  doctor  Vélez.  no  tiene  constitución  escrita;  y  es  sin 
«'mbarj^o.  uno  de  los  pueblos  más  libres  de  la  tierra. 

La  verdad,  seAores,  es  que  no  son  libres  sino  los  pueblos 
rdurndos,  y  educados  por  Iil  religión  para  la  libertad.  <  I^s 
constituciones,  se  nos  ha  dicho  también,  hechas  por  los  sa- 
bios (Mira  los  i;rtiüranles,  son  eiÜlicios  levantados  en  la 
arena  -. 

-  Xo  hay  libertad,  sermres,  lioride  falta  la  relí¡¿:ióii.  fX  sa- 
béis por  qué  la  libertad  en  las  Repúblicas  hispanoamerica- 
nas ha  sido  solo  papel  ínipresnf  Porque  desdo  el  primer  día 
de  ntiestrn  einancípacióii  se  eslableció  entre  nosotros  el  di- 
vorcio entre  la  religión  y  la  libertad.  La  libertad  es  en  la 
América  del  8nd  hija  de  la  rev()hi<:ión.  V  si  Jo  liudúis.  fijad 
la  vista  en  ese  gorro  colorado  que  adorna  las  armas  de 
nuestra  Patria,  como  las  de  Indas  ó  casi  lodns  las  Repíihli- 
cas  de  Sud  América*. 

-Nuestro  régimen  colonial  no  nos  preparó  para  mandar, 
sino  para  obedecer:  y  para  obedecer,  no  á  autorida<Íes  cona- 
litucionaleíí.  sino  á  auloriflados  despótic-as». 

■•Nosotros  no  hemos  pasado  por  la  escuela  del  Municipio». 

•«  Por  eso  es  que  yo  entiendo,  señores,  que  á  los  hombres 
pt'iblicos  de  estos  países  ilebiera  preocupar  menos  el  deseo 
de  perfeccionar  las  iustitucioiies,  y  algo  más  el  de  corregir 
las  costumbres.  Por  eso  creo  ijue  no  importa  gran  cosa  para 
iisegurar  la  paz  de   este   paÍ8  y   para    resguanlar   los   dere- 


—  !ll   — 


dios  del  riudaüafio.  el  que  su  Coustituciún  nea  (■nmendada: 
lo  que  importa  es  que  linya  una  Constitución  oa  annüiifa 
con  nuestro  üsladn  sitrial.  y  Ir.iliajar  después  síu  pt^rdJda 
Ac  lirmpo  y  sin  descanso  <*ii  favor  de  la  rogé uerac ion  moral 
de  estos  i»ciediiiles  liudanierícaiius.  Mientras  Buhsistti  e]  di- 
vnrcio  entre  la  relípóii  y  la  lihprtad,  «erenio:^  liberales,  si 
se  quiere,  pero  no  iibi-e*.  La  j-eli;:iún  eís  una  madre  ipif  oesa 
de  K8r  fecunda  cuando  no  os  amada.  Anif>mosla,  y  ello  no» 
liarla  la  libertad  >. 

Nuestro  primer  deber  en,  tteftores.  la  moral,  no  como  quie- 
ra, sitió  se^ún  el  Evan^felin  de  Xueslro  Señor  Jesurrislo  y 
lili  verdadera  Igle£>ia. 

Nuíístni  r-oiidueta  individual  lia  de  ffirinarse  conslanlernen- 
te  en  eice  e6di^o  divino.  Sólo  así  serfi  edÜíranle  en  el  lioj^ur 
5  en  público.  Mnrali/Jir  debcmou,  señores,  la  familia,  la  kq- 
cie<lad.  el  comercio,  la  prensa,  el  templo,  el  teatro  y  hasta, 
la  caridad  y  benefií-encía  se^iii  la^  inspíraeinnes  de  Cristo. 
A  su  luz  notaríais  luuHÜud  de  faltas  que  no  sólo  pasan 
inapercibidas,  s'mú  que  tienen  el  honor  de  la  honestidad  y 
del  bien  parerer,  y  con  sii  pTicia  sobrenaluml  po(Ípr-is  ven- 
cer tanta  preocupación  y  plantar  el  árbol  robuKlo  de  las  só 
lidaft  virliide.^  cristianas. 

A  su  luz  finísima  advertiréis  escondidas  y  eu  el  secreto 
de  Ins  ciira/onps  niullilud  de  acciones  indianas  que,  repro- 
háiidnla:^,  sólo  su  divina  moral  tiene  poder  snperinr  para 
doglruirlas  y  torna  rla8  en  atvionai  meritorias. 

Haced,  señores,  cuanto  f>odAis  porque  no  se  vuelva  A  de- 
cir en  Europa  de  nosotros;  «¿qué  gentes  son  esasí  —  Man- 
da.nios  un  joven  solilado,  rnoK  luego  lo-  haceu  general-  un 
poco  después  lo  matan  >. 

Haced,  señores,  respecto  de    la  civilización    de   los    iudifw 
que  no  haya   uno   solo   de   ellos  <iue   pueda   repetir  lo    de 
aquél  de  Méjico:   «si  con  tales  cristianos  se  \-a  al  Cíelo,  re 
nuncio  al  Cielo*. 

Por  supuesto,  señores,  que  no  es  necesario  os  recomiende 
que,  ante  todo,  um  esmeréis  en  cumplir  del  modo  nitis  per- 
fecto la  iwrle  que  halléis  tomado  y  el  puesto  que  aceptas- 
teÍM  eu  aquella   t;ocíedad   ó  congrcfíación  A  que   pertenecéis. 

Lejos  de  omitir,  adelantar  det>éi8  alK  mestni  constante 
d  edicaciúQ. 

Con  tan  sólida  base  y  excelentísima  preparación,  podéis  y 


—  92  — 


debéis  entrar  á  la  vida  pública  en  el  ejercicio  de  los  dere- 
chos políticos,  á  titi  rio  pioporciniiar  al  país  díanos  manda- 
tarios pri  todas  las  escalas. 

j^Habrá  quien  nos  níe^e  este  derectiof  ¿Se  atreverá  alf^- 
no  fi  insultarnos  como  si  fuéramos  perturbadores  del  orden, 
rebeldes  á  las  legítimas  autoridades  y  pretendiéramos  usur- 
par los  ileri'clios  del  pueblo? 

Es  nuestro  pran  deseo  hoy.  y  miestro  mayor  compromiíio. 
trabajar  cuanto  nos  sea  posible  por  todos  los  medios  lega- 
les pura  conseguir  el  más  feliz  resultado  de  las  elecciones 
populares,  v  éste  es  deber  de  conciencia  y  de  pQblica  mora! 
crístiatia,  á  que  no  podríamos  renunciar  sin  grande  res- 
ponsabilidad. 

NoJJfué  ian  desgraciado  Buenos  Aires  que  ignorara  lo  que 
se  ensefiaha  en  su  Universidad  casi  desde  su  instalarión  y 
me  permito  recomendar  aquí:  la  eieccimí  cn  u*i  acto  tiel  «i- 
Undimicnio  a  dfi  Ui  votuuUiri:  la  cosa  es  obvia,  pero  parece 
ignorada  i'i  olvidada  de  muchos  que  debieron  penetrar  todo 
el  Bigniticadoade  estas  palabras. 

Im  ekrciotí  tit'l  itnlitjiw  m  Í¡ino  jure  tiuln.  Entre  Ui-s  dignoís, 
m  ha  úc  r.lenir  c¡  luds  diynn  aKtii¡w  no  en  nula  ¡a  elecciótt 
del  menoü  dÍt/no.  La  elección  legilima  debr  ser  ecmfirmaán  en 
jutiticia  ftar  e¡  ituperÍor,y  la  ileijilimit  deelamrtte   nula. 

No  pudiendo  ignorar  estos  preceptos  fundamentales,  de- 
bemos profesarlos,  hacerlos  prácticos,  procurando  que  se 
conozírari  y  estimen  en  toda  su  importancia  por  toda  clase 
de  personas. 

Nuestro  compromiso  es  {rrande,  las  dilicullades  serán  mu- 
chas, los  obstúculos  serán  fuertes.  No  podemos  por  esto 
desistir.  Es  nuestro  delier,  señores,  seguir  los  consejos  de 
la  sabiduría  qne  por  boca  de  un  Rey  y  IVofeta  nos  dice: 
Sucrificuh  Hairijkiiim  jmí;/¡Íí«',  ct  Hpernta  tn  l/oniitiu.  La  re- 
ligión nos  exige  sacrificios,  pero  nos  inspira  confianza;  y  no 
sois  vosotros,  señores,  de  esos  muchos  de  tpiienes  cuenta 
el  mismo  SalmÍHta,  que  dicen:  «¿quién  nos  hará  ver  los 
bienes? >  Pues  con  él  habréis  dicho  más  de  una  vez:  «sella- 
da cstA.  Señor,  soltre  nosotros  la  lumbre  de  tu  rostro:  diste 
alegría  en  mi  corazón.  Los  hombres  se  alegran  en  sus  bue- 
nas cosechas;  yo  pongo.  Dios  mln,  luda  mi  alegría  cti  tene- 
ros de  mi  parle:  en  paz  ilomiré  justamente  y  reposaré:  por- 
que tú,  Señor,  me  has  afirmado  eu  la  esperanza». 


—  93  - 


I 


Ea,  pues;  á  la  acción  no»  llnma  nuestro  Supremo  Pastor, 
S.  S.  León  XIII,  en  prpsenr.ia  dy  los  malns  causados  por 
el  enemigo;  y  pues  fuó  tan  activo  como  dolorosanieiite  lo 
vemos,  desconliemos  tle  él.  aun  cuando  parezca  dormir,  pues 
nos  ha  cngafiado  y  el  encaño  es  una  arma  con  que  ha  ren- 
dido multitud  de  incautos  y  lia  evadido  la  vigilancia  de  los 
buenos. 

Trabajemos  pidiendo  la  asistencia  divina,  unidos  cou  el 
vinculo  de  la  raridad  ijue  todo  lo  puede  y  lodo  lo  vence. 

No  perdamos  de  vista  A  nuestro  Jefe  y  Señor.  Jesucristo. 
Él  ofrecía  ese  sacrificio  de  justicia  que  tornó  propicia  la  Di- 
vina Providencia. 

Lo  ofrecía,  señores,  y  lo  ofrece  á  cada  momento,  porque 
todos  los  sif^los  y  todos  lois  hombres  e:<cLaban  en  su  infinita 
intención  y  quiso  vivir  con  nosotros  hasta  el  último  de  los 
días  en  el  Sacramento  de  su  amor  que  es  también  el  sacri- 
ficio de  su  justicia. 

Vive,  señores,  y  late  siempre  su  divino  corazón  á  los  vivos 
deseos  de  su  bondad  y  á  los  duros  golpes  de  la  in^rratitud 
de  los  hombres. 

A  vosniros,  señores,  que  tenéis  &  Jesucristo  en  vuestro 
corazón,  pues  pocas  hora?  hace  que  lo  recibisteis,  no  tengo 
yo  necesidad  de  pediros  que  le  juréis  imitarlo  en  todos  vues- 
tros pasos. 

Quiero  solamente  y  me  permito  pedir  al  señor  Presidente 
que  en  este  mismo  arto,  y  en  se<,'uíita  de  pedir  al  Sumo 
Pontífice  la  bendición  apostólica,  proponga  á  esta  respetable 
.\íianil>lea  que  aclame  vi  SiipraJo  Corazúu  de  Jesús  por  suyo, 
ronsaprAndole  lodos  .«us  actos. 

Me  [yarece  ver  á  María  subiemio  á  los  Cielos  y  llevando  i 
su  Divino  Hijo  esta  piadosa  ofrenda  de  los  católicos  ar^en- 
liaOH. 

Señores:  rehosando  de  ji'ibilo  y  lleno  de  esperanzas  por 
la  t;IorÍa  de  Dios  y  bien  de  la  República,  tengo  el  honor  ile 
declarar  instalada  lu  prinirra  Asainlitpa  de  los  r.-.-ilólicus  ar- 
gén lino». 


—  94  - 


Discurso  del  doctor  Juan  M.  Garro  en  el  Congreso  Católico  de  Bue- 
nos Aires  el  20  de  Agosto  de  1BB4,  sobro  el  deber  que  tie- 
nen los  católicos  de  combatir  la  escuela  laica. 


Ejccelenliifiuio  y  iieverenditiiiHo  Señor: 
ÍSAHor  Presidentes 
Sefiorea: 

Dios,  principio  y  fin  de  todas  Iojj  cosas,  ha  eslabtccídci  en 
su  infinila  ÍKindad  y  Kiihidnrfa  las  leyes  que  rigen  el  uni- 
verso corpóreo  y  la.s  que  gobiernan  el  mundo  moral,  habien- 
do üabídu  eouiliiuar  y  poner  en  uniioiiiosu  movimiento, según 
]a  frase  de  un  brillante  espíritu  de  la  escuela  liberal,  a»i 
los  ¡iiíenles  libres  coiiio  las  moh'Tiila!^  ínerles. 

Quiere  esto  deeir  (¡uií  la  acción  <lc  lit  !*rtívidencia  rcsplan- 
riece  iticesantemetite  en  la  naluralezu  y  eu  la  sociedad,  y 
que  desde  el  ¿tomo  al  lionibre  todo  se  mueve  y  desenvuel- 
ve dentro  del  plan  divino. 

DioH,  el  hnmbie  y  la  sociedad:  he  abí  los  eslabones  do 
una  cadena  que  en  vano  se  intentaría  romper.  La  criatura 
racional  no  ha  venido  al  mundo  sino  por  obra  del  Supremo 
Hacedor,  y  su  misión  en  la  tierra  le  impone  ineUidibleinen- 
ie  la  conüervar.ión  de  su  s6r  y  el  comercio  ron  sus  semo- 
jantes.  De  aquí  los  deberé»  para  con  Dios,  para  consigo 
mismo  y  |>aia  con  la  sociedad,  norma  suprema  de  las  accio- 
nes humanas  y  en  la  que  deseansa  toda  la  economía  del 
orden  moraJ. 

K1  hombre  ha  sido  dotado  de  las  facultades  uc<:eííaria& 
para  el  cumplimiento  de  su  destino,  cuyo  objetivo  es  la  po- 
sesión del  bien;  pero  e.sas  farultades,  testimonio  elocuente 
de  la  muniticencia  divina,  no  son  sínó  gérmenes  de  fuerza 
y  de  poder  depositados  en  su  naturaleza.  de|)endiendo  su 
fecundidad  y  desarrollo  del  uso  que  de  ellos  haga  en  su  pe- 
regrinación por  el  mundo. 

Todos  los  seres  de  nuestra  esjiecie  traen,  pues,  &  la  vida 
un  precioso  caudal  de  facultades  inteleeluales  y  morales,  y 
sin  embargo,  los  hay  sabios  é  ignorantes,  probos  y  viciosos. 
felices  y  desgraciados,  en  el  mismo  tiempo,  en  el  mismo  lu- 
gar y  en  iguales  condiciones  de  existencia,  nada  más  que 
porque    los    unos    cultivaron    empef\o.snmente    tan    valiosos 


—  95  — 


y  los  oTO^Íi'járonlop  siempre  esl^iilet;  y  ulviüados. 
«  De  Inilos  liis  lioiritiri'K  que  ünconlramns,  ha  dicho  Locke  ü 
e«ie  respecto,  du^tc  entre  á'wi  snn  !o  que  8on.  es  decir, 
buenos  ó  malos,  úlilus  ú  no,  por  su  {•dutiación  *. 

Y  como  el  deslino  de  las  sociedades  no  esi  ni  inu'di-  ser 
olro  que  el  de  l(»s  indúidiios  que  \íiü  constituyen  «bederieii- 
tjo  al  imperio  de  la  ley  natural,  resulta  que  la  Hucrte  de  las 
prímems  depende  en  gmn  parte  ríe  In  educación  de  los  se- 
^nndoí!.  y  se  comprende  por  (*sto  eui\uta  es  la  ímportanrin 
qae  ella  tiefte  bajo  todas  las  formas  de  gobierno. 

Eü  permilidit  utirmar  entonces  que  el  grado  de  ilustración 
de  un  pueblo  marca  con  sejinridad  el  lupir  que  nrupa  en 
U  esicata  del  progi-e^o.  por  cuanto  la  altura  de  su  nivel  in- 
telceliuü  y  moral  decide  de  su  capacidad  |Mim  el  bien,  en 
la  mcdidü  que  al  esfuerzo  humano  le  es  dado  realizarlo. 
Acaso  pueden  citarse  en  contrarío  hechos  aisladott  y  transi- 
torios: pero  no  se  net^ará  que  una  nación  es  tanto  luktí  prós- 
pera y  feliz  cuanLo  mayor  es  el  desenvolvimiento  de  las 
enrrurlas   y  aptitudes  de  sus  cindadanoí:. 

Cuando  s4*  habla  de  la  instrucción  como  de  uno  de  Iok 
prínri[uiles  agente.s  del  pro[;reso  social,  ii^'nesc  en  vista  ujite 
todo  aquella  que  toma  al  hombre  en  la  infancia  y  le  bac« 
narer  h  la  vida  racional,  va  riecir,  la  primaría  ó  elemental. 
que.  ináiruyendo  y  educando  ú  la  vez,  amolda  el  corazón  y 
la  inteligencia,  forma  el  carácter  y  prepara  á  las  ireneracio 
lies  para  arrostrar  con  di^rnidad  y  entereza  las  responsabi- 
lidades de  l«i  existencia. 

Tal  ea,  ó  tal  debe  ser  la  misión  de  la  escuela  en  la  socie- 
dad, misióti  grandiosa  y  trascendental,  no  menos  que  seria, 
grave  y  delicada.  «No  admite,  díce  el  abate  Mí-ric,  la  sppa- 
raeión  entre  la  instrucción,  que  tiene  por  objeto  la  formación 
de  la  inletipeneia  y  su  participación  en  el  conocimiento  de 
las  venlades  cientfficas,  y  la  educación,  ó  la  formación  tiel 
carácter  por  la  inlluencia  moral  y  religiosa.  E\  hondjre  es  uno; 
no  s(*  ptie<le  separar  la  inteligencia  y  la  voluntad,  como  fa- 
eulladi's  que  perteneciesen  á  dos  seres  diferentes;  no  se  debe 
Wfiarar  tani|)t)C)>  la  instrucción  y  la  educación,  ^"'ormar.  un 
houibrc,  es  á  la  vez  instruirle  y  educarle,  es  desarrollar  no 
«olamenle  una  ó  muchas  de  sus  facultades*  sino  todas  las 
facultades  que  ba  recibido  de  I)ir)8>. 
Hubo  un  tiempo  venturoso  en  que  el  hombre  glorifiba.se  d« 


-  06  - 


confesar  al  Autor  del  universo  en  todos  los  momentos  de  la 
vida,  y  entonces  el  niño  iniciaba  sus  coiiociiiiientos  balbu- 
ciendo el  ftanto  nombre  de  Cristo,  con  que  se  abría  el  pri- 
mer libro  que  tocaban  sus  manos.  La  escuela  fué.  pues,  re- 
ligiosa y  cristianu,  romo  fueron  cristianas  y  religiosas  todos 
las  instituciones  llamadas  á  iiUluir  en  tos  destinos  de  la  hu- 
manidad. 

Pero  el  vértigo  de  la  impiedad  lia  extraviado  lastimosa- 
mente los  espíritus,  y  unn  r.orripute  desuladora  bace  irrup- 
ción por  el  mundo  amenazando  socavur  lo»  fundamentos  del 
orden  social.  Esa  corriente  es  el  moderno  liberalismo,  que 
pu^a  por  la  áet;ularÍzacion  del  individuo,  de  la  familia  y  del 
Kstado,  y  que  ostenta  ya  como  frutos  de  su  propaganda  di- 
solvente la  escuela  atea,  el  inatrimonin  civil,  el  divorcio  y  el 
cementerio  buen. 

He  ahí,  señores,  los  enemigos  que  los  católicos  tenemos  el 
deber  de  combatir  ea  defensa  de  nuestra  fe  y  de  nuestras 
creencias,  para  mantener  ineñlutne  el  depósito  de  la  Iglesia 
de  Jesucristo,  fnente  ina^t»tahle  de  salud  y  dií  vida,  y  evi- 
tar que  renazca,  despui's  de  diez  y  nueve  siglos  y  con  ca- 
racteres no  menos  repugnantes,  el  paganismo  en  cuyo  seno 
agttnizaba  el  mundo  antiguo  antes  de  la  regeneración  evan- 
gélica. 

No  hay  por  qué  disimularlo:  ha  mucho  que  el  liberalismo 
sectario  de  origen  trasatlántico  hállase  en  campaña  entre  nos- 
otros, y  la  escuela  láira,  cuya  iraplanbición  pt'rsígue,  no  es 
siuó  uno  de  tantos  medios  de  realizar  sus  planes  de  soculn- 
rización  de  nuestras  nacientes  sociedades,  desterrando  de  ellas 
el  principio  religioso,  guía  y  sostén  de  individuos  y  puehbjs 
en  lodos  los  tiempos  y  bajo  todas  las  latitudes. 

Pero  como  el  argentmu  es  eminentemente  católico,  &  nadie 
puede  iicultarse  que  lo  que  en  realidad  se  busca  es  la  des- 
catolización de  sus  inslilucionos  fundamentajps  en  nombre 
de  una  mentida  libertad.  Ciegos  serán  los  que  así  no  lo  vean, 
y  más  ciegos  aún  los  que  no  compnmdan  la  ma^ñtud  é  ín- 
miaencia  del  peligro  que  amenaza  á  la  religión  nacional,  y 
en  ella  al  orden,  al  progreso  y  á  la  libertad,  que  abandonan 
á  las  sociedades  que  se  divorcian  de  Cristo  y  reniegan  de  su 
doctrina. 

Tnnenios  ya  ¡a  escuela  laica,  en  esta  populosa  ciudad^ 
triunfante  por  los  esfuerzos    directos  de  la   acción  oticial  y 


—  97 


lo  nna  pieza  más  del  mecaiiisnio  administrativo:  tendré- 
mo^ila  mañana  en  todo  el  pa(K  .^osteni<la  por  los  Poderes 
Públicos  jr  armada  con  loa  recursos  de  un  presupuesto  opu- 
lenta, que  servirá,  para  alentar  la  propaganda  liberal  y  ha- 
berla mi£  osada  y  ajícresíva. 

El  lUiícHioo  xnoMirrR  la  rscubla:  peliora   la  n  db  ndbs- 
TROS  HIJOS.    Tal  decfa  el   dignísimo  Presideute  de  este  Con- 
greso y  de  la  Asociación  Católica  de  e.sta  ciudad  en  la  Asam- 
blea del  3  d:;  Julio  del  año  pasado,  dando  la  voz  de  alarma 
ante  el  giro  que  tomaba  en  el  Parlamento  la  cuestión  esco- 
lar.  Y  bien;  el  enemigo  está  ya  en  posesión  de  la  enseñanza 
primaria  en  nombre  de  la  ley  que  entonces  no  era  más  que 
Faina  amenaza,  es  itecir,  tenemos  el  caballo  griego  en  los  do- 
minio»  de  nuestras  creencias  religiosas.    La  lucha  es,  pues, 
|inevitable  é  imperioso  el  deber  de  los  católicos  de  prepararse 
^on  tieizipo   para  ella,  cada   cuál  según  su  capacidad  y  sus 
lYuerzas. 

¿Necesito  recordar  cuáles  han  sido  los  frutos  de  la  escuela 
leutrj  donde  quiera  que  ha  llegado  á  e.x¡sl¡r?  ¿Hay  necesi- 
l'dad  lie  mencionar  loa  males  que  jjroduiMría  entre  nosotros »;{ 
por  desgracia  llegara  á  radicarse  como  una  institución  nació- 
nalf  Aun  juzgándola  con  espíritu  benévolo,  lo  menos  que 
de  tal  escuela  puede  decirse  es  que  coloca  á  la  iufanria  en  la 
pendiente  del  indiferentismo  y  de  la  ímpiedail,  negándole  las 
nociones  religiosas  que  deben  informar  la  existencia  del  liom- 
br**  desde  la  runa  hasta  la  tumba.  La  impiedad  y  el  indífe- 
rputisnio  son.  empero,  el  naufragio  de  toda  creencia  en  et 
«rden  sobrenatural,  y  de  aquí  que  la  escuela  sin  Dios,  sin 
mligióti  y  sin  fe.  uo  sea  otra  cosa  en  el  fondo  que  escuela 
mira  fhos,  contra  la  religión  y  contra  la  fe,  como  se  ha  pro- 
|J>adu  Iiasta  la  evidencia  por  entendimientos  sui>eriore8. 
Esa  escuela,  ain  emlíargo.  es  la  que  se  nos  lut  traliln  como 
uia  buena  nueva  en  nombre  de  la  libertad  y  del  progreso; 
*tia  escuela  es  la  que  ya  ha  empezado  á  costear  el  pueblo 
la  República,  no  obstante  profesar  el  catolicismo  en  su 
íniAcnsa  mayoría;  esa  escuela,  eu  fin.  es  el  molde  en  que  se 
►relendp  formar  Iíl*;  gi»neraciunes  que  han  de  sucederse  en 
d  agitado  palenque  de  la  labor  social.  Y  los  hipócritas  corí- 
\íeo9  de  tan  auda?.  intento  vienen  repitiendo  sin  cewirá  la  fax 
la  N'aciún:  •  tranquilizaos:  no  queremos  ni  buwamns  cues- 
tiones religiosas».  (AplaunM). 

OurniMs  JkBoavm*  —  r«Ma    fV.  7 


—  98 


Felizinentí",  pI  tiHtinto  fie  conservación  no  se  hii  dpjudo- 
prender  vn  las  redes  del  secUrismo  falaz,  y  no  ha  habido 
proíeslas  que  basten  para  evitar  que  uni  intenso  y  universal 
sai-uiliniietito  conmueva  las  libras  de)  esj>fritu  religioso,  de  un 
ítiiibito  ii  otro  del  Inrrilorio,  dtwde  el  muiiiento  en  que  el 
Conpreso  Hn-ra  testigo,  el  aflo  anlcrior,  de  los  nieninrahk-s- 
debates  sobre  la  ley  escolar.  Es  que  el  liberalismo  anticrie- 
iiann.  (pie  inliriona  la^;  sociedades  europeiis,  levnnlú  en  elK>S' 
erfíuiíla  la  cabeza  al  amparo  ó  por  órganos  caractoi  izados  del 
Poder  Nacional,  descubriendo  claramente  (jut  es  lo  que  nuiere 
y  adonde  va. 

l)ai"se  cuenta  ilel  pelíf?ro  y  Icner  la  voluntad  de  conjurarlo, 
es  muclio  sin  duda;  pero  hay  que  pastjir  del  ilcsiiínio  al  liecUo. 
del  propósito  á  la  acción,  si  han  de  fundarse  esperanzas  eu  uu 
triunfo  completo  y  definitiva.  ¿Qué  hacer,  erdonces.  en  pre- 
sencia de  la  enseñanza  laica,  que  puede  extenderse  h  toda  la 
Kcpriblica  líajo  el  alto  patrorinio  ile  la  auluridud  Jiacionalf 
jtCuál  debe  ser  la  conducta  de  los  católicos  ar^.'entinos  en  tan 
crílicíi  emergencia? 

Nos  lo  enseña  el  ejemplo  de  las  naciones  del  viejo  coutí- 
nente  donde  el  catolicismo  sostiene  desde  tiempo  atrás  la 
misma  lucha  (i  que  se  ve  arrastrado  entre  noBoiros:  nos  la 
enseña,  sobre  lodo,  el  ejemplo  de  los  católicos  belgras,  cuya 
acetidrada  fe  é  inquebrantable  perseverancia  acabün  de  ser 
premiadas  con  espléndido  y  decisivo  triunfo  en  la  arena  elec- 
toral. Si,  señores;  hay  que  cnnibiitír.  nomo  ellos  han  comlMi- 
tido,  para  triunfar,  como  ellos  han  triunfado.  (Apkutnos). 

Atacar  sín  Irejtua  y  sin  descanso  la  escuela  alea  y  mullípU- 
car  las  escuelas  católicas:  tales  han  sido  los  medios  emptea- 
ilos  por  nuestros  hennunos  de  Bíl(f¡ca  para  preservar  A  la 
jnveidud  de  la  irrelitíiosldad  y  del  excepLicisiiio.  Es,  pues, 
necesario  eclmr  mano  de  la  propaganda  para  desautorizar 
entre  nosotros  dicha  escuela,  mostrando  cómo  ella  envuelve 
un  ataque  directo,  aunque  encubierto.  &  la  relijrión  y  A  la 
moral,  y  e.oudnee  fatalmetde  al  de.screimienfo  y  k  la  impiedad. 
que  materializan  el  espíritu,  horran  las  nociones  del  deber, 
anona<Iait  los  caracteres,  ciegan  l:is  fuentes  ríe]  p:(tr¡otismt> 
y  acaban  por  hundir  á  los  pueblos  en  terribles  calamidadcit^. 

DAbese  inculcar  muy  especialmente  que  esa  escuela  funes- 
ta que  se  empeña  en  desterrar  ú  Oíos  de  la  ensefianza,  hiere 
á  la  sociedad  en  su  parte  in/is  delicada,  divorciando  la  intcli- 


—  99  - 


penHa  vH  porar.ón  ilt?  la  jtivpiilucl  del  aenlimieiito  rfUpoeo, 
que  os  neceKiiriii  ínr-ulriir  en  la  i'dml  infaiilit  parn  que  i)Iip<1ií 
honüani<>iile  ioipreso  en  n\  fondo  dol  alma  y  pinada  ¡luminar 
los  senderos  de  la  e}tisti*ncia  en  lodo  Uenipo,  en  lodo  luf?ar  y 
en  U»Vi\s  circnfisUiiipias. 

I.^  pnj|ia^aiidii  i'i>iilra  la  OHcucIn  neutra  incumbe  á  todos 
U»s  católicos,  desdo  que  se  trata  de  deíE>n<ler  v\  cntutin  dep<^- 
Rilo  de  MIS  creencias  venerandas;  pero  ningunu  voz  mfts  an- 
lorizada  podría  levantarse  eonlra  olla  que  la  de  jqueiiub  que 
recibieron  dül  Divino  Maestro,  en  la  persona  de  los  Apósto- 
les, la  mÍKÍ6n  de  enseñar  h  las  ^ides  la  verdad  evungélioa, 
r  la  de  los  Ministros  del  Altar  ¡nstítnfiloi;  pura  cuidar  de  la 
salud  efipiritu.'d  de  los  fieles. 

SoD,  pues,  el  Episcopado  y  el  Clero,  con  su  nreenario  y 
letrítimu  aseeiidieale  sobre  el  pueblo  cristiano,  las  fuerzas  que 
más  efiejizmente  lian  de  eoiitrihuír  &  que  Irtunfe  enlre  nos- 
otros la  escuela  con  Dios  úb  la  escuela  sin  Dios.  la  ense- 
fioiiza  religiosa  de  la  enseñanza  alea,  teniendo  como  auxiliare» 
y  coopernflnres  á  la  prensa  y  I:is  Asociaciones  CatAliraí).  ft  laR 
que  ejs  deber  de  lodos  proteger  y  difundir. 

Pruébalo  el  ejenqdo  de  la  BíJt^ica,  que  antes  se  ba  recor- 
dado, y  pruébalo  también  la  actitud  del  Prelado  y  Clero  de 
í''  '  'i  en  el  reciente  doloroso  conflicto  que  vosotros  cono- 
II  ■  ''la  (irnieza  incontrastiible  de  uno  y  otro  liase  visto 
que<lar  impotentes  las  iras  del  Poder  y  despoblarse  las  es- 
cuelas normales  di*  niinetla  ciiidail  y  de  la  Kioja,  no  obstante 
los  esfuerzos  desesperados  de  la  solteranía  c<niderorada  y  la 
eaojuracióii  sal/inica  de  la  pi-ensa  liberal.  (Aiitaunnti}. 

La  socicda<|  argentina  atesora  en  su  seno,  viva  y  palpitante, 
la  religión  católica  qne  hereilara  de  sns  mayores,  mal  que  les 
peí*c  á  los  que  lian  cometido  la  insensata  tarea  de  paganizaría; 
y  no  ha  de  caer  en  el  vacío,  como  ellos  se  imaginan,  la  pala- 
hni  de  loa  conductores  del  pueblo  de  Dios  cuando  adviertan 
á  los  Mcles  el  p^lifíro  que  atruarda  á  la  infancia  en  las  escue- 
las laicas  y  declaren  no  ser  llcilo  hacerla  concurrir  it  ella 
li;ijo  nitigi'iii  pretexto.  Lo  tiaii  probado  los  calólieos  de  CAr- 
dobu  y  bi  Itai)  de  probar  los  de  toda  la  Mepúblíca  si  el  euüu 

I  se  presenta.  t;\tuy  bien'/ 
Pueden  nuestros  pueblos  resignarse  basta  la  buiriíllación  y 
el  ttarrificio  bi)jo  el  pesti  de  graniles  dolores;  pueden  consen- 
tir, sin  estallar  terribles  y  vengadores,  que  se  lea  arrebato  una 


100 


á  una  \as  garantías  constitucionales  que  son  el  Palladium  de 
sus  libertades  potfticas  y  civiles;  pueden  contemplar  ímpasi- 
bles,  en  momentos  de  eclipse  de  su  virilidad  tradicional,  qae 
loíi  gobernantes  que  presiden  sus  destinos  decidan  de  ellos  con 
la  punta  de  la  espada:  todo  ettlo  pueden  tolerar  y  lian  tolera- 
do durante  su  corta  pero  borrascosa  existencia.  Hay  algo, 
empero,  en  que  no  lian  de  consentii-:  hay  algo  que  lian  de 
defender  hasta  e]  heroísmo;  hay  algo  que  no  se  han  de  dejar 
arrebatar  impunemente  y  por  lo  que  han  de  arrostrar  el  mar- 
tirio si  net^esarío  fuese,  y  (íse  algo,  señores,  bien  lo  sabéis,  es 
su  fe  y  su  religión,  único  bion  que  aún  les  queda  en  medio 
de  tantos  males  y  desaKli-es,  y  única  esperanza  también  de 
regeneración  social  y  política  en  esta  época  aciaga  en  que 
todo  vacila  y  se  conmueve  anunciando  universal  cataclismo. 
(AplauHOti). 

Lo  voz  del  Episcopado,  lo  repetimos,  se  ha  de  imponer  en 
la  conciencia  de  los  católicos,  sin  que  sean  parte  á  evitarlo 
ni  los  halagos.  n¡  las  amoiazas,  ni  la  fuerza  misma,  vengan 
ellos  de  donde  viniesen.  Vaciará  el  Gobierno  las  arcas  fisca- 
les en  la  fundación  y  sostenimiento  de  escuelas  neutras,  pero 
los  padres  se  guardarán  bien  de  mandar  á  ellas  sus  hijos  y 
serán  siempre  planta  exótica  una  vez  fulminada  por  la  auto- 
ridad eclesiástica  en  nombre  de  la  fe.  de  la  religión  y  de  U 
moral. 

Hase  contado  acaso  con  el  descreiniientn  popular  al  em- 
prenderse entre  nosotros  la  campaúa  liberal,  de  (jue  es  bfja 
la  escuela  que  nos  ocupa;  y  sin  embargo,  en  esta  misma  ciu- 
dad, centro  y  foco  de  la  propaganda  irreligiosa  enseñoreada 
de  casi  toda  su  prensa,  el  sentimiento  católica  ha  manifes- 
tádose  tan  enérgico,  tan  decidido  y  tan  poderoso  como  no 
hay  ejemplo  en  nuestros  fastos  históricos.  Y  si  ello  sucedía 
nn  afto  ha.  cuando  apenas  se  iniciaba  desde  las  alturas  del 
Poder  el  plan  de  persecución  contra  la  Iglesia,  ¿cuánto  no 
puede  esperarse  del  celo  y  abnegación  de  los  católicos  de 
toda  la  República  después  del  triunfo  oficial  de  la  ensoñao' 
za  alea  y  de  los  deplorables  sucesos  de  la  diócesis  de  Cór- 
dobaf 

El  pafs  sabe  bien  que  se  halla  al  frente  de  una  grave  cuu«- 
tión  religiosa,  por  más  que  digan  lo  contrario  los  que  qui- 
sieran adormecerle  en  engañosa  confianza,  y  sabrá  colocarse 
á  la  altura  de  las  circunstancias  guiado  pnr  sus  directores 


101 


espirituales.  Hoy  es  la  escuela  láiea  y  la  destitución  y  enjui- 
ciaraienlo  de  loij  Prelados;  mañana  serk  el  malrimonio  civil, 
ea  itef^iida  el  dixorcío.  (ieí<pués  lu  ¡«ecuiariKarióii  de  los  ce- 
meoteríos,  y  en  rillímo  término  la  separación  completa  de  la 
Iglesia  y  del  Estado  hajo  la  fóruiula  revolucíúiiaria  de  Ca- 
vour  es  decir.  la  paganlzariáu  de  la  sociedad.  El  pro^rrama 
no  es  fantástico:  acaba  de  ser  formulado  por  un  alio  funcio- 
nario público  en  un  documento  de  carácter  olicial  ilestinado 
i  ser  el  credo  del  liberalismo  argentino. 

Nafta  importa,  en  verdad,  que  los  enemigos  del  calolicísroo 
disponen  momenlíineamente  del  Tesoro  Nacional  y  de  los  de- 
más reíj^ortes  del  Poder,  si  él  líeae  de  su  parle  la  fnerza- 
perriurahle  de  sus  do||t:nias,  la  santidad  de  su  doctrina,  la 
firmeza  de  sus  pastoiTíí  y  la  abnegación  de  sus  adeptos. 
Nada  que  se  coujur*Mi  contra  la  Iglesia  de  Jesucristo  todas 
las  postestades  de  la  tierra,  si  su  divino  fundador  ba  pro- 
metido su  asistencia  liasla  la   consumación  de   los  sífrlos. 

Pero  romo  el  mundo  ha  sido  entregado  á  las  disputas  de 
los  hombres  y  la  vida  rs  milicia,  es  decir,  luclia  incesante 
entre  el  espíritu  del  bien  y  el  del  mal,  los  sucesores  de  los 
Apóstoles  debían  recibir  y  recibieron  la  doble  misión  de 
combatir  el  error  y  prcriicar  la  venlad,  para  de  este  modo 
conducir  A  las  naciones  (lor  las  sendas  de  la  virtud  y  de 
ia  eterna  felicidad.  La  palabra  de  los  Prelados  es  la  palabra 
de  la  Iglesia,  cuya  enseñanza  es  infalible,  y  por  e^o  debemos 
tonitar  en  que  bastará  (|ut;  el  Lpi^^i-opado  eondenede  un  modo 
solemne  la  escuela  láicafpara  verla  desaparecer  irremisible- 
mente de  entre  nosotros. 

Mas  como  el  peligro  es  común,  como  tal  escuela  conspira 
contra  la  religión  de  la  gran  mayoría  de  los  argentinos,  la 
acción  del  Hpisco|)ado  ganaría  en  eficacia  siendo  concertada 
y  simultánea.  Y  á  esa  uniformidad  y  concierto  podría  lle- 
garse ya  por  medio  de  los  Concilios  Provinciales,  de  que 
ofrece  tantos  ejemplos  la  historia  de  la  Iglesia,  ya  por  me- 
dio de  las  pastorales  colectivas,  de  que  echaran  mano  nO 
tía  mucbn  los  obispos  belgas,  precisamente  para  contener 
el  torrente  ile  impiedad  que  veían  venir  en  pos  de  la  es- 
cuela atea,  imptie-sta  por  el  liberalismo  anticalólico.  dueño 
absoluto  del  Poder  basta  su  caída   reciente. 

No  Itay  ni  puede  haber  guía  más  secura  i|U(í  la  voz  de 
los  Prelados  en  situaciones  de  peligro  para  la  fe  y  de  con- 


—  105 

ftícU)  para  las  conciencias.  FCIla  es  siempre  de  graiidi>!  ím~ 
púrtancia  en  casos  generales,  y  se  hace  índispensnble  tra- 
tándose de  pueblos  como  los  nuestros,  KÍnceruiiKMUf^  creyentes 
5*  sumisos  á  In  autoridad  de  la  Iglesia,  pertt  itíimraiiles  ó  poto 
ilustrados  respecto  do  sus  deberes  reti},Mosos. 

El  celo  de  nuestros  doctos  y  virtuosos  pastores  tiene  en 
la  espuela  láira,  y  fie  seguro  (jue  sabrá  aprovecharla  cuando 
8u  alia  prudencia  crea  llc^:a<lo  el  momento,  propicia  opor- 
tunidad para  anatematizar  los  errores  modernos  que  el  es- 
pfrítu  de  secta  comienza  ü  difundir  entre  nosotros,  y  para 
aleccionar  á  los  líeles  acerca  de  los  tiu'dios  de  sustraerse  h 
su  total  contagio. 

Conculcadas  sus  libertailes  políticas  y  civil*!s,  vcse  la  Na- 
ción en  inminente  riesgo  de  que  le  sea  arrebatada  la  liber- 
tad ixilígiosa.  que  escuila  la  inviolabilidad  de  la  cnnriencia, 
siendo  triste  presagio  de  alio  la  abierta  persecución  contra 
la  Igleijia,  sus  instituciones  y  sus  Ministros,  íi  que  uides  se 
ha  hecho  referencia,  promovida  y  alentada  por  el  línbieriiu 
en  nombre  <lel  liberalismo  irreligioso  y  como  su  Jefe  reco- 
nocido. 

¿Cómo  desconocer  entonces  que  atravesamos  una  épocA 
de  prueba,  es  decir,  tic  resistcnria  y  de  lucha,  y  que  se 
deben  poner  en  práctica  todos  aquellos  medios  que  de  una 
manera  ii  oira  puedan  contribuir  al  triunfo  de  la  causa 
católira,  uuti  aquellos  que  en  eircunstíincias  Normales  len- 
dríanse  acaso  por  extremos  ó  poco  prudentes  f 

Se  atribuye  al  actual  rlígnísimo  obispo  de  Córdoba  esta 
frase  que  quiero  dejar  estampada,  porque  á  mi  juici(t  ella  se 
halla  al  presente  eji  los  labios  del  episcopado  y  del  Clero,  y 
habrá  de  ser  la  palabra  de  orden  que  deba  darse  á  los  ca- 
tólicos de  la  República:  hemos  tmtado  dormidoa  y  mmenesler 
despertar,  lleruos  dormido,  si.  en  brazos  de  la  cotdianza  y 
de  la  seguridad  sin  sos[>ccliar.  ni  reniolaniente  si<)uíera,  que 
alguien  entre  nosotros  pudiese  abrigar  el  designio  de  ma- 
quinar sis  Lema  ticamente  la  tuina  del  catolicismo,  y  mucho 
menos  que  esas  maquinaciones  partiesen  de  los  mismos  quo 
le  deben  fomento  y  protección  en  cumplimiento  de  man- 
datos constitucionales  que  han  jurado  obedecer  y  hacer  res- 
petar. 

Hechos  bien  dolorosos  y  signillcativos  han  venido  á  de- 
mostrar, sin  embargo,  cuan  vana  era  aquella  confianza,  y  di* 


« 


^«(lul  la  conriccióu  de  los  Prelados  de  que  boy  más  ijuc  nuncNi 
deben  predicar  al  pueblo  crisliaiio  la  buena  doctrina  y  re- 
pclirlc  iuce«anlemeale  la  a<lvertencia  del  Apóstol:  /n  fide 
jUnhUtta. 

No  UasU.  empero,  condenar  la  escacln  l&ica.  neutra  ó 
atea,  que  todn  4^^  la  misiiiu,  en  nombre  de  la  fp,  de  la  re- 
Ií^4n  y  lie  la  moral:  necp;íap¡o  es,  RdemAs.  levantar  al  fren- 
te de  etln  la  escuela  calóUca.  donde  la  infancia  reciba  en- 
señanza cristiana  que  fortnp  para  la  virtud  su  inlelii^ncia 
T  su  corazón  y  le  poiipn  e'i  condiciones  do  llenar  di^a- 
nienlt*  los  iIcImtiíh  dt-l   liuinlire  eti  sfieieidad. 

Compréndese  desde  luego  que  es    buen  medio   de  comba- 
tir un  mil  iMiaUíuiíM-a  el  de  oponerle  el  bien  antagúníco,  ya 
''  'rale  de  combinaciones  ideales  ó  de  hechos  pnlclícos.  de 
L.IS  ó  de  realidades,    Ks  por  e^o    <|ue,  contra  la  eitcuela 
laica,  conviene  suscitar  l:i  escuela  relígia'ía,  que  debe  multi- 
i  '  lanío  ctiatilü  atjnella  se  oxtípnda  y  difunda. 

1.  ..^:a  kUt  ai|UÍ  que  á  la  pmpa^nda  contra  la  enseñan- 
za alea  y  en  favor  de  la  católica  habrá  de  seguir  entre 
no^otnts  la  creación  de  escuelas  cristianas,  empleando  para 

f"  ■    lirio  toda  nuestra  voluntad  y  todos   nuestron  esfuer- 

/  •  es,  no  sólo  conveniente,  sino  tandúén  necetiario,  pop 

<:uanlo  la  educación  primaria  en  la    Kcpública  es  completa- 
lenLv  uficial,  lo  que  vale  decir  (pie   »q  halla  en    manos  del 

tbienio,  que  iiersitrue  con  ahinco  divorciarla  fie  la  religión; 
4le  modo  que  el  deber  de  destruir  implica  á  la  voz  el  de 
edificar  para  que  la  uifiez  no  quede  privada  de  la  ínstruc- 
r.ión  que  la  priincrn  edad  ha  mencsler. 

Hay  quf  convenir.  |H>r  lo  lanío,  en  que  el  e«lablceimion- 
tu  lie  eücuclaü  popularen  católicas  y  la  protección  h  las 
»KÍKlente9.  son  medidas  de  que  no  es  posible  prescindir  si 
la  de  combatirse  con  í'-xílo  ta  enseñanza  írreliifiosa,  y  si  se 
quiere  ahogar  el  mal  en  su  cuua  antes  que  asuma  mayores 
proporciones. 

¿Cómo  conscy^uirlo  con  la  prontitud  y  en  la  extensión 
que  las  circunstancias  reclaman'^  El  problema  es  difícil,  puru 
no  insoluble  para  un  pueblo  que  ama  sinceramente  mis 
creencia»  y  no  economiza  sacrificios  cuando  de  defenderlas 
NC  trata. 

Será  forzoso  apelar  á  la  cooperación  de  íodoa  tos  fieles, 
ÜusLnirlus  sobre  tan  vital  asunto  por  la  palabra  augusta  de 


Í04    - 


los  Obispos,  quienes,  al  tnismo  tiempo  que  los  exhorten  & 
preservar  la  juventud  del  veneno  de  la  enseñanza  l&ica,  no- 
dejarán  de  hacer  un  llamamiento  á  su  piedad  y  filantropía^ 
incitando  su  celo  A.  lu  fundación  de  escuelas,  donde  aquélla 
pueda  educarse   cristianamente. 

Preparada  ta  opinión  de  los  católicos  por  el  EpiNropado- 
y  el  Clero  co]i  el  auxilio  de  la  prensa  reli^fiosa,  habriase 
andado  la  mitad  del  camino  y  lo  demás  vendría  de  suyo 
no  siendo  ya  Kinó  obra  de  voluntad  y  perseverancia,  que' 
podrían  acometer  las  Asociaciones  Católicas,  al  presente  nu- 
meroKus  y  (jue  tienden  á  aumentarle  cuda   día. 

Convendría,  pues,  que  dichas  Sociedades  empezaran  por 
incluir  entre  sus  fines  principales  el  establecimiento  de  es- 
cuelas católicas  y  la  prolección  á  las  existentes.  Kn  seguida 
proveerían  á  ta  creación  de  un  fondo  exclusivamente  desti- 
nado á  este  objeto  bajo  la  denotnlnación,  por  ejemplo,  de 
óbolo  de  ta»  escuelait  caWlíCfls,  para  el  cual  ahrlríanse  sus- 
cripciones permanentes  en  las  ciudades  y  en  las  campañas, 
buscando  en  éstas  la  cooperación  de  loa  Párrocos,  quienes 
podrían  encarfiarKe  de  recibir  las  colectas  de  sus  feligreses. 
Las  adminislraciones  y  agencias  de  los  diarios  y  periódicos- 
católicos,  con  cuya  propaganda  babrá  de  contarse,  serían 
también  punios  adecuados  de  suscripeióa  al  fondo  escolar 
de  que  se  trata. 

Allegados  los  recursos  necesarios,  los  mismos  centros  ca- 
tólicos, de  acuerdo  con  la  autoridad  eclesiástica,  pondrían 
mauo  á  la  fundación  de  dichas  escuelas  en  los  lugares  más 
apropiados  y  en  la  forma  más  práctica  y  conveniente,  so- 
metiendo su  régimen  y  disciplina  á  una  reíjlainentación 
uniforme  y  arbitrando  los  medios  conducentes  á  su  estabi- 
lidad y  progreso. 

Aunque  no  es  <Iado,  en  trabajos  de  esla  Imlole,  el  des- 
cender á  detalles  minuciosos,  no  (juiero  dejar  de  manifes- 
tar que,  en  mi  concepto,  la  escuela  católica  debiera  levan- 
tarf-e  en  las  campanas:  siendo  ello  posible,  al  lado  de  la 
parroquia,  y  i>onerse  bajo  la  vigilancia  del  Párroco,  sin 
perjuicio  de  nombrarse  para  el  mismo  objeto  comisiones  ve- 
cinales. La  cnsefianza  cristiana  es  hija  de  la  Iglesia,  y  Ift 
Iglesia  debe  vetar  incesantemente  por  ella. 

Hase  dicho,  y  la  ex[>erieucia  lo  comprueba,  que  la  escue- 
la es  el  maestro.    Sábese,  empero,  que  la  enseñanza  y  muy 


105  — 


tímente  la  primaria,  es  todo  un  apostolado  que  exige 
■biMigación  y  sacrificio,  y  de  aquí  la  dificultad  de  hallar 
buoun  inaeslrus  en  esta  ^fK>ca  de  frío  nierruntilisiuo  en 
que  ikltan  los  apóstoles  y  sohraii  los  especuladores. 

DespuÉH  tte  la  cuestión  de  los  recursos,  la  más  sena  6 
importante  es  HÍn  dudu  alguna  la  relativa  ú  Iuh  maestros 
<|ue  han  de  diri,7ir  las  escuelas  católicas  <le  la  República. 
Kn  el  interés  de  no  retardar  su  instalación,  será  Forzoso  va- 
lerse de  lo  que  se  pueda  encontrar  en  el  país;  pero  la»  con- 
veuiencia>i  actMisejan  busciLrln  fuera  de  t>l,  para  en  adelante, 
entre  tantas  asociaciones  religiosas  consagradas  por  su  ins- 
tituto á  la  ardua  y  humanitaria  tarea  de  redimir  á  la  niflez 
de  la  ignorancia. 

Al  hablar  de  tales  con^'regaciones  es  iiU|>osible  dejar  de 
recordar  k  los  Hi'rutatuut  de  las  ICMCitela^  CrÍMtUituits,  esos 
heroicos  protectores  de  la  infancia,  cuj-a  faraa  es  ya  univer- 
sal y  á  los  cuales  debe  el  catolicismo  incalculables  beueü- 
cios. 

Hacerlas  venir  k  la  Hepública  en  número  conisiderabie  y 
entregarles  la  dirección  de  las  escuelas  católicas  sería  qui- 
ik  resolver  detlnitivaniente  el  problema  de  bu  radicación, 
estabilidad  y  prn^reso. 

8i  el  pueblo  ama  y  se  apasiona  de  la  institución  de  las 
eseoelas  cristianas,  la  existencia  de  éstas  puede  considerarse 
asegurada,  pues  no  faltaran  recursos  que  las  costeen  ni 
'buenos  maestros  que  las  dirijan.  V  ello  sucederá  indefecti- 
bleincnte  des*lc  el  momento  en  que  los  resultados  pongan 
de  manifiesto  su  inlluencia  benéfica  en  la  formación  de  la 
juventud.  pon|ue  el  bien  tiene  el  poder  de  captarse  las  vo- 
luntades y  enardecer  los  sentimientos,  máxime  en  las  ciuda- 
des piadosas. 

El  com-urso  de  las  órdenes  rclipiosas  serla  también  de 
gran  importancia  para  la  propugarión  de  las  escuelas  «^tó- 
iicui.  no  sólo  ponjue  desde  luego  y  sin  dificultad  pudrían 
fundar  un  buen  número  de  ellas,  sínó  también  poripie  el 
ejemplo  seria  editicanle  é  influiría  poderosamente  en  el  res- 
to de  los  Heles,  que  se  apresurarían  &  seguirlo  en  la  medi- 
da de  su  cui»acidad    respectivo. 

Justo  es  rwordar  en  esta  ocasión  <|ue.  tanto  en  lo  c|ue  es 
hoy  la  Jlepúbtica  Argentina  conm  en  toda  la  América  espa- 
flolo.  la  escuela  nació  en  los  Convenios    de  las  órdenes  re- 


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guiares  que  propagaron  el  Evangelio  en  c)  mundo  de  Colón. 
Y  no  si^lo  fut!  esto  asf,  .sino  que  iltirantc  el  colonice  y  ituii 
en  los  ptitinTos  unos  de  la  revolución,  la  t\\(\o7.  nn  litvu 
oíros  iiiz^litulorcs  que  los  iiilembruti  de  esas  Comunidades, 
que  han  «ido  p1  verdadero  civilizador  de  eslas  rfí^ione>i  en 
nombre  de  la  Cruz  y  como  apóstoles  del    cristiauisrao. 

Acaso  más  de  «no  de  los  Honorables  Representante*;  df 
este  Con(?reso  eonííerve  grata  memoria  de  la  escuela  eon- 
ventuaj  en  que  viera  deslizarse  sus  primeros  aflos,  y  lleva 
esculpido  en  el  eorazóri  el  numbre  del  ¡Mitre  «jue  puso  l.i 
cartilla  en  sus  manos,  no  la  de  estos  Liempos  de  liberalismo 
devíLslíiüur.  sino  aquella  del  CrMo,  del  a,  b,  c,  de  santo»  é 
inefables  recuerdos.  (AptaiwM). 

Señores:  npnnííanms  la  mnralln  inconmovible  ilc  la  fe  ú 
esa  escuela  advenediza  que  intenta  suplantar  la  escuela 
cristiana  denuefitros  nutyores,  y  babremos  salvado  la  religión 
del  Hombre.  Dios  y  con  ella  el  porvenir  de  la  Patria.  fiVc- 
loiujadoK  y   rfípetidoM  apiausois). 


Discurso  del  doctor.  Canónigo  Martin  Pinero,  en  el  Congreso  Católica, 
el  día  22  de  Agosto  de  1884.  sobre  el  óbolo  de  San  Pedro. 

Huttfi'Mitio  y  Hecerendfitinto  Señor: 
Señor  í*i'eifklntile: 

Os  ponlieso  (pie  me  lia  costado  resolverme  á  aceptar  el 
honor  de  dirijfiros  la  palabra.  Mi  iiisnliciencia.  niestra  re«- 
)}etabiltdad  y  los  pocos  días  que  se  me  acordaron  me  hacían 
temer  y  mucbo.  Pero  teniendo  en  vista  vuestra  benevolen- 
cia, por  lo  mismo  que  sois  ilustrados,  y  recordando  que 
todas  las  cosas  grandes  son  liumíbles  en  sus  deUilies.  me 
be  reanimado. 

Kn  efecto,  señores,  la  naturaleza  toda  no  arrebata  nues- 
tra admiración  con  su  espléndido  panorama,  sino  por  la 
sublime  armonía  en  el  conjuuto  de  seres  al  parecer  despre- 
ciables coa  los  á  todas  luces  grandiosos,  Ni  el  genio  de 
Miguel  Ángel  se  inmortalizara  en  sus  imperecederos  monu- 
mentos, sino  por  la  combinación  inspirada  y  cicutíti<^i  del  pc- 
queflo  grano  de  arena  con  el  gigantesco  trozo  del  mármol,  del 


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tosco  liícrm  con  la   bruñida  plata,   del  oImícui-u  bronce  con 
el  oro  deslumbrante. 

El  monil,  suiílufíslsimo  edificio  de  In  .ÍRambtexi  df.  fVitó- 
/í«Mí  Argentinon,  levantado  por  la  fe  de  nnesilros  correlÍKÍn- 
naríos  en  CrÍHlo,  se  forma  de  estos  variados  elementos.  Cada 
uno  de  nosotros  debe  contribuir  para  su  eoroiiaeión  Begi'in 
«UH  facullades.  Yo,  señores,  doy  todo  lo  que  tengo,  doy  tan 
s<iIo  mi  pobre  grano  de  nrenri.  Otros  presenlarán  las  pre- 
rioi^as  picdra.s  los  bellos  adornos  y  las  cl&sicas  formas. 

La  niateria  (jue  se  me  ha  di'sitnwidn,  es  la  nona  de  las  doce 
proposiciones  consignadas  en  ''I  artfi-ulo  ^i  de)  Ke^^lamentu. 
Debo.  pues,  demostrar  la  «ecexK/nrf  de  urbanizar  de  mm  mwto 
r*tabU  eí  Obtilo  d»  Sa»  Bedro. 

Con  el  nhjolo  de  abordar  este  importante  asunto,  de  es- 
pecial actualidad  para  los  eatrtliros,  voy  &  probar  esta  tiece- 
fidnd,  1*.  por  lo  que  es  el  (}&oív  en  8f  mismo,  ó  en  su  origen; 
5'.  por  lo  qur  es  en  relación  al  Papa:  3*.  por  lo  que  es  en 
relación  al  catolicismo  en  general.  Y,  para  ser  práctico,  ter- 
minara presentando  la  numera  de  oi-ganizai'  el  óbolo  enlrr 
nosotros,  y  demostrando,  además  de  la  lu'eesidnd  lo  orga- 
nizar el  óbolo  material,  la  de  liacct*  lo  mismo  con  el  que 
yo  llarno  moral  y  ipii'  brevemente  e.-íplíearé. 

Nuestro  universal  í'adre,  señores,  se  encuentra  persegui- 
do, insultado,  calumniado,  prisionero,  despojado  por  após- 
talas bijos;  y  hhs  que  le  somos  (ieics.  ¿seremos  indifereules  (i 
sus  trabajos  y  martirios^  ¿No  le  ayudaremos  en  su  infurtu- 
nio?  ¿Xo  le  acompañaremos  en  su  dolor  acerbo?  ¡Sí,  Ingri- 
mas del  filial  afecto,  salid  de  nuestras  almas  doloridas,  y  mez- 
e4aos  con  esas  bondas  y  Ili-vail  nncslrí»  siMitimental  n-t-uerdo 
al  idolatrado  Padre! 

Es  necesario,    digo,   organizar  el  ótiolo  de  San  Pndro  por 
Jo  que  es  el  óbolo  en  sí  mismo,   ó   en  su  orípeí:.    ;.Qu6  es, 

íes,  Mte  óbolo,  señores?  Examinémoslo  á  la  luz  de  la  liis- 
loría.  Teniendo  él  su  origen  en  la  primitiva  Inglaterra  cris- 
liana,  se  bace  necesario  remontarnos  hasta  esos  apartados 
tiempos,  líilen^o  vnrstra  atención. 

Los  britAnicos,  llamados  boy  ingleses,  dicen  los  antiquí- 
simos lüícrítores  Polidoro,  Virgilio  y  de  Gilda,  que  fueron 
convertidos  A  la  fe  de  Cristo  por  José  de  .Arimatea.  Después 
fueron  contirntadns  en  ella  por  el  Papa  ICleuterio.  doceno 
Pontífice,  según  unos  y  catorceno,  según  otros,   después  de 


108 


San  PedrOf  quien  envió  á  Inglaterra  á  Fugacio  y  Damíano, 
los  cuales  bautizaron  al  Rey  Lucio  y  á  )|^an  parle  de  un» 
vasallos;  tle  suerte  que,  según  Tertuliano,  escritor  próximo 
á  aquellos  tiempou,  lo  que  no  pudieron  hacer  los  rumano* 
con  las  armas,  lo  consiguieron  los  misioneros  con  la  cruz 
y  la  palabra  evangélica,  reduciendo  á  la  civilización  por  la 
fe  cristiana  á  un  sin  número  de  bretones.  Mae,  después  de 
esto,  sucedió  que  los  anglos  y  sajonf-N^  pueblos  de  Alemania, 
vencieron  á  los  bretones  y  los  arrojaron  á  lo  más  remoto  de 
la  Isla,  apoderándose  del  reino.  Y  como  los  vencedores  fueron 
paganos,  los  vencidos  volvieron  á  ser  infieles,  hasta  que  San 
Gregorio  Papa  les  envió  á  Agustín,  á  Mileto  y  &  otros  monjes 
de  la  orden  de  San  Benito,  que  los  convirtieron  de  nuevo 
al  critütiunismo,  y  bautizaron  á  Klelberto.  Rey  de  Cantío. 

Desde  esta  foclui,  sernres,  basta  el  año  3.5  del  reinado 
del  sensual  y  apóstata  Enrique  VIII  en  lóSi,  por  espacio 
de  casi  mil  aílos  no  hubo  en  Inglaterra  ol:a  religión  que 
la  católica,  apostólica,  romana,  con  lanto  amor  y  ndhe-sión 
á  la  Santa  Sede  que,  desde  el  muy  poderoso  íiey  Ina.  fun- 
dador de  la  Iglesia  VVelense  y  del  insigne  monasterio  de 
Glasconia  hasta  los  desdichados  tiempos  del  incestuoso  En- 
rí<iue,  que  son  más  de  ochocientos  aHos,  c-ada  casa  de  In- 
glaterra, como  dice  el  autor  citado,  Polídoro,  y  confirmado 
por  el  sabio  jesuita  Rivadeneira.  el  discípulo  querido  de  San 
Ignacio  de  Loyola.  ilaba  al  Fontíru-t;  Romano  una  moneda 
de  plata,  como  oblación  voluntaria,  á  honra  de]  glorioso 
Príncipe  de  los  Apóstoles,  San  Pedro,  para  testificar  la  de- 
voción particular  que  todo  el  reino  de  Inglaterra  profei<aba 
á  la  Sede  Apostólica,  llamándose  por  esto  las  monedas  que 
se  ofrecían,   los  dineros  de  San  Pedro. 

He  aquí,  seAores,  el  origen  del  óbolo  que  nos  o<nipn,  he 
aquí  la  remotisinia  antigQedad  que  lo  autoriza,  he  a(|uf  el 
principio  santo  que  lo  fundara:  la  fe  y  el  amor,  ht  fe  en  la 
Iglesia  Católica  y  el  amor  al  Soberano  Pojttffíce,  en  testimo- 
nio del  amor  á  Jesucristo  y  de  veneración  á  su  Vicario  so- 
bre la  tierra. 

He  aquí  también  el  principio  que  lo  destruyera  en  el  sue- 
lo que  naciera  la  sensualidad  más  repugnante,  el  incesto 
más  nefando  y  criminal  (1)  y  la  apostasla  más  escandalosa. 


tD  Ani  Bolr-rift  vra  bija  del  oiísido  Etiriqav, 


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Por  esto,  señores,  ¿quiénes  »on  los  que  combaten  este 
santo  óbolo,  esle  santo  lestimonio  de  amor  al  Soberano  Pon- 
lífíceí  ¿Quiénes  son  los  que  á  su  desprestigio  con  tribuyen?  ¿Quifr- 
uesT  Los  católicos  de  nombre,  los  esclavos  del  César,  los  que 
desconocen  á  Dios,  los  que  participan  de  las  ideas  del  cruel 
Uraoo,  del  impúdico  monarca,  del  cfníco  apóstata,  del  rene- 
gado de  la  fe  de  sus  mayores. 

¿Y  quiénes  son  los  que  lo  sostienen,  los  que  lo  propagan, 
lo»  que  lo  recomiendan,  los  que  lo  encomian?  Son  Uta  liijos 
fieles,  los  católicos  fervientes,  loa  que  se  ^lurían  de  presen- 
tarse á  la  faz  del  mundo  con  la  frente  ei^ida,  confesando  & 
la  Iglesia  de  Jesucristo  como  la  Ñníca  arca  de  salvación 
eterna,  y  á  su  Pontífice  como  al  Soberano  espiritual  de  to- 
dos los  fieles,  de  todas  los  reyes,  de  todas  las  repi'ihlícas, 
de  todos  los  gobiernos,  bajo  cualquier  forma  que  puedan 
idealizarse. 

Hemos  considerado,  sefíores,  el  óbolo  de  San  Pedro  bajo 
el  punto  de  vista  de  lo  que  él  es  en  si  mismo  ó  en  su  origen. 
Ahora  bien:  ¿ijué  es  el  óbolo  con  relación  al  Papat  Para  esto 
es  necesario  recordar  lo  que  es  el  Papa. 

El  Papa  e»  el  sucesor  de  San  Pedro,  cual  desde  la  escue- 
la lo  hemos  aprendido,  y  como  tal,  es  en  la  tierra  el  repre- 
sentante y  Vicario  de  Jesucristo,  es  decir,  que  mientras  Je- 
sucristo, el  divino  fundador  de  ta  l^leniu  ctuiluiúa  la  vida 
de  su  eternidad  cu  el  Cielo,  el  Papa  tiene  su  lu!i:ar  en  la 
tierra  para  r(>}nr  visiblemente  A  la  divina  esposa,  seKÍin  sus 
inefables  disposiciones.  Y  como  Je^sucrislo  es  Padre  y  Pon- 
tifice,  sci^'m  la»  Santas  Escrituras,  su  Representante  es  tam- 
bién Padre  y  Pontífice.  Como  Padre  distribuye  k  nuestras 
almas  la  vida  espiritual,  nos  sostiene  en  las  lucha.s  y  en  las 
guerras  que  sin  cesur  nos  bucen  los  enemigos  del  espíritu. 
que  en  torno  ^nuestro  rugen  para  perdernos  eternamente, 
presentándose  bajo  diferentes  formas,  ya  como  legisla"  lo  res, 
ya  como  (roblemos,  >'a  como  doctores,  no  de  otro  modo 
que  Sal&n  presentóse  bajo  la  forma  de  serpiente  para  perder 
á  los  padres  del  linaje  humano. 

Por  esto,  señores,  como  sapíetitísímo  é  infalible  Padre 
universal,  no  deja  de  ilirí^r  continuamente  á  sus  hijos  sus 
SHcéeOeoM,  sus  luminos.!!;  cartas  llenas  de  celestial  doctrina, 
&  tin  de  precavernos  contra  el  error  y  de  darnos  el  grito  de  alar- 
ma contra  tas  huestes  del  abismo,  apenas  aparece  el  peligro. 


lio 


Comu  Honlfllce  Soberano,  ól  resume  en  su  peisonu  uu{fU9- 
ta  lodos  los  poderes  del  Sacerdocio:  como  tal,  lodu  poder 
Bol)re  Ijis  rosas  santa»  de  la  religión,  vieuti  de  él;  de  él  ema- 
na toda  antoridad,  toda  jurisdicci^ni  en  la  l^desia;  conio 
taJ,  él  es  el  docloi'  e<:uNiénícu  del  niuntlo,  el  Juez  ualo  de 
las  ilirereiicias  y  [>.aii trove rslaH  en  materia  de  fe,  de  moral 
y  de  disciplina;  como  Lal.  á  él  pertenece  dclinír  los  dog- 
mas de  1(»K  fiotus,  y  en  su  decisión  reposa  t.i  última  expre- 
sión de  la  infidibilidad  que  JesucrisLii  hu  prometido  á  su 
Ijílesia. 

Al  lado  de  la  paternidad  y  del  sacerdocio  supremo,  se- 
ñores, hay  en  .lesucrislo  un  tercer  tributo:  el  de  In  difíid- 
dnd  roal,  como  ungido  del  Elerno;  atributo  que  constituye 
uno  do  los  In'enes  propios  de  su  soberanía  ilivina,  cofiin 
Hijo  íhd  Padre  sin  principio,  universal  Seflor  y  dueHo  abso- 
luto de  cuanto  existe;  soberarn'a  espiritual,  que  después,  por 
disposición  especial  de  la  Provídeacia,  vino  á  s^r  aun  leui- 
poral  en  sus  Vicarios  para  su  compleía  independencia  de  los 
gobiernos  de  ta  tierra  en  el  ejercicio  de  su  dominio  sobre  la» 
almas.  Y  be  aquí  ¡)or  qué  los  Príncipes  crisÜanus,  obíulecien- 
do  í  uno  de  esos  impulsos  misteriosos  por  los  cuales  Dios, 
cuando  le  place,  mueve  sus  voluntades  íí  los  scñorCH  dol 
uiundo,  lian  depositado  en  las  manos  do  los  Tapas  el  cetro 
déla  soberanía   temporal.  Sí,  el  Fagia   es  Rey. 

•El  Papa,  dice  el  célebre  Faber,  el  grande  y  místico  teó- 
lofro  de  la  católica  Inglaterra  coutemporánea,  el  Papa,  como 
Vicario  de  Jesucristo  sobre  la  tierra,  goza  entre  los  monar- 
cas del  mundo  de  todos  los  derechos  y  de  toda  la  preemi- 
neucia  .soberana  de  la  sania  humanidad  de  Jesíis.  Ninguna 
corona  puede  estar  sobre  la  suya:  de  derecho  divino  éL  no 
puede  ser  subdito  de  nadie.  Toda  tentativa  para  subordi- 
narlo es  una  violencia  y  una  persecución.  Él  es  rey  en  vir- 
tud misma  de  sn  mismo  ministerio,  porque  él  es  de  todos 
los  reyes  el  niíis  aproximado  al  Rey  de  los  reyes». 

)He  aquí,  señores,  las  relaciones  de  los  católicos  con  el  So- 
berano Pontíficct  Bien,  pues;  ;,y  de  estas  relaciones  no  sui^*n 
deberes?  ¿No  es  deber  sagrado  de  los  hijos  sostener  A  los 
padres  en  su  infortunio?  ¿No  es  este  igual  deber  n*spneto 
de  loH  fieles  para  con  sus  Pontífices?  ¿No  es  obligación  santa 
mirar  los  súbililos  por  el  sostenimiento  desús  soberanos? 
Esto  es,  pues,  seDorcs,  lo  que  implica  el  óbolo  de  San  Pe^ 


III 


fin»,  rl  án»1o  iim(crial  respin-lo  lit*  su  tísico  soslí-n.  A  mi 
lUMÜo  lie  ver,  «Jebe  existir  otro  oliólo,  que  yu  Ilitino  iMora', 
|mr  euaiilo  se  relien*  al  sosLeii  lamlii^n  tnonil  lit*  la  autori- 
<lnJ  tie  los  SobcrniiOH  Ponlitíces  y  de  la  di{<nidatt  de  la  Ijíle- 
«ia.  Esl»»  óIhiIo  ilñhenios  prespiilar  á  nuestro  roint'in  Padre, 
(Viiiibaliendo  iiMiraliiieiilc  á  sus  u  leiní^os  y  sttsLfiuend»  ú 
los  que  su  autoridud  delieaden,  como  son  tas  eomuaidades 
rülíi^nusas  di*  uno  y  otro  scxii,  coinu  üoii  las  produccioncB 
de  loíi  prtcrilnres,  tIe  los  periodistas  y  artislas  raliüiros,  á  la 
\tí-¿  nuo  alucuiido  yu  con  la  palabra,  ya  coa  la  pluiua.  á  lat« 
sncindades  tencbrotuis,  conde  na  das  por  la  SodU  Iplcsía. 

Al  recordar  c-^ln.  scfioies.  me  permito  snj»*lar  á  vuestro 
ilustrado  juicio  im  pruyrr.lo  t^ue  ya  desde  el  pfilpito  ile  Cór- 
doba he  coiuiguado  con  aplauno  i^eneral  de  todos  los  fer- 
vientes calúlicos.  Hoy,  ¡teoore^.  nos  erieuulramos  (rente  A 
frente  de  los  pn  ^  de  la  fe  de  nueRtro*»  padres,  comba- 

tiendo filos  la  <  r/A   cristiana  por  medio   de    loyeH    en 

completa  oposición  con  el  sentimiento  universal  en  toda  la 
KepúMiea.  1^  Nación  se  encuentra  también  ainena;uitla  por 
olri»s  proyectos  igualniente  funestíís  para  la  sfirií-dail  arjíen- 
tina.  El  matrimonio  cínl,  el  divorcio,  la  seculariKactón  délas 
sepulturas  católicas*  ele.»  se  mece  sobre  nuestras  cúpulas  y 
sobre  nueí?tms  linjrares. 

A  vista  de  estos  temibles  enemigos  (|uü  tratan  de  derribar 
por  «US  liases  las  prácticas  y  basta  el   sentimiento   católico 

dro  uüsotrús.  lísta  ilustre  Asamblea,  ¿guardará  silencio  y  no 
InraarA  medidas  eficaces  para  el  porvenirT  La  duda  sola  se- 
ria una  grande  ofensa  para  un  Congreso  cuyo  único  móvil 
tul  sido  sostener  la  relijnón  católica,  apostólica,  romana,  en 
todos  los  Icrrenits  legales. 

Por  esto,  seriores,  me  permito  indicaros  la  ide^i  de  que.  asf 
como  nos  beinos  consagrado  cou  un  voto  espceioJ  ut  divino 
CorazÓTi  de  Jesús  lodos  los  mitMubros  de  esta  Católica  Asani- 
'■'  í  también  nos  compnmiPtiéramos  con  un  Juramenlü 

.  en  el  recinto  de  esle  Iwcal  á  comiKitir  de  todas  ma- 
nera«  posibles  á  todas  las  suciedades  secretas  condenadas 
[mr  la  Iglesia,  ñ  nepur  nuestro  voló  para  Dipntndos,  Sena- 
dores, Eloclorcs.  Gobernadores,  Presidentes.  Jueces  y  toda 
<'Ia«e  de  füncioiiarios  públicos,  y  aun  A  toda  clase  de  em- 
jdcados  suiHilleruos  que  |>er(enezcan  ¿  estas  sociedades. 
fAjilntMOH), 


—  JIS  - 

E«te  será,  seflores.  el  único  medio  de  poder  habernos  sa- 
períomt  i  la  presión  que  boj  se  ejerce  sobre  el  sejiUmiento 
católico  en  tr>da   U  República  Ár^ntiiu.  (AplauM9). 

jNos  enconlnunofi  bajo  U  presión  de  los  bijos  anlicaló- 
lieos*  ooft  eoconlniaio«  gobernados  por  la«  logias  masónicasl 
Esto  no  paede  ser.  sefiñee,  en  un  pais  católico,  apostóli 
romaDo,  como  la  República  Argentina.  (AplamMoa). 

Además  de  eoto.  seQore«,  creo  que  todos  los  que  me  e¿^ 
cucháis,  padrea  de  familia,  seria  conreniente  qup  os  compro- 
metieseis por  on  voto  especial  i  tomar  medidas  con  tiempo 
respecto  de  vuestras  bijas,  impídiéudolns  sus  enlaces  con 
cualquiera  que  no  pertenezca  á  la  religión  calólira.  apostó- 
lica, romana,  y  que  quiera  realtsar  su  enlace  por  medio  del 
matrimonio  civil,  pues  sabéiíi  que  está  declarado  por  el  So- 
berano Pontífice  como  un  concubinato  público. 

También.  sefioreR.  quisiera  que  este  mismo  voto  se  reali- 
xara,  aconsejando  á  meslros  hijos,  aconsejando  á  i^estras 
hijas,  ordenándoles  con  el  poder  de  la  paternidad,  ordenán- 
doles en  el  día  solemne  de  la  primera  comunión,  que  igual- 
mente se  comprometan,  cuando  se  encuentren  ya  en  la  so- 
ciedad. &  jamás  pertenecer  á  estas  Sociedades  condenadas 
por  la  Iglesia  Católica,  y  no  permitiendo  en  el  seno  de  vues- 
tros hogares  ni  dependientes,  ni  aun  mayordomos,  ni  aun 
sirvientes   que  pertenezcan  á   las  Sncicdaiies'  secretas. 

Si  queréis  conservar  ilesos  del  mal  vuestros  domicilios,  es 
necesario   que  toméis  estas  medidas  efícaces. 

(Cuánto  puede  el  padre  de  familia  en  ei  seno  dci  hogar, 
cuánto  puede  la  madre  de  familia  con  sus  insinuantes  pa- 
labras de  amor  entre  sus  hijos,  entre  sus  domésticos;  cuánto 
pueden  los  hermanos,  con  las  mismas  palabras  insinuantes 
respecto  de  hus  hermanas!  Hagan,  pues,  valer  esta  influen- 
cia pidiéndoles  que  por  nada  lleguen  á  realizar  sus  enlaces 
por  medio  del  matrimonio  civil,  si  por  desgracia  se  llegara  á 
sancionar  en  la  República  Argentina. 

Este  voto,  señores,  lo  debemos  hacer  lodos  los  que  perte- 
necemoK.  lodos  los  que  tenemos  la  dicha  de  pertenecer  á  cala 
Asamblea  Católica:  el  Sarerdole  como  Sarerdote.  desde  el 
pulpito,  en  el  confesionario,  en  sus  conferencias,  en  las  pa- 
labras que  dirija  á  los  escolai-es.  y  los  padres  de  familia,  so- 
bre todo,  ejerciendo  ese  poder  sublime  que  es  como  ana 
emanación  de  la  paternidad  divina. 


^M 


—  lia  — 


A  propósito  de  esto,  tambit'*n.  seftorns.  romo  un  óbnlo  mo- 
ral A  nacslrn  Saulisimo  Padro,  para  yosteEiímicnlo  rio  la  fe 
calAlira,  para  tu>s(etiiiiiÍciilo  de  la  enseñanza  católirn,  flebe- 
mwt  Iraliir  de  destruir,  eit  cuanto  H&a  posible,  míe  clernoiito 
pernicioso  que  físlá  minando  por  la  base  A  la  sociedad  ar- 
(centina  >  que  ol>ra  por  iuc<lio  de  la  prensa  diaria  y  de  los 
libros.  Taliondono»  de  los  mismos  medíoM  y  evitando  que 
ninguna  de  esas  publicaciones  inmorales  circule  en  los  ho- 
^fares.  sin  que  lenfra  de  alguna  manera  la  aprobación  de  los 
8U|>erínres  de  la  Iglesia. 

Recuerdo,  señores,  que.  hablando  con  un  [>adrc  de  faniilia 
iii(íl^  u\e  decía:  «Estoy  sorprendido  al  ver  la  '.i>leraneía 
ú&  loK  católicos,  |»eriniliendu  la  lectura,  sin  distinción,  d.e  toda 
'ttbsr  de  perituJicofu;  y  en  efeclo.  ¡cuántas  veces  sucede  que 
«on  la  IfMítura  de  un  hecho  local  pierde  el  pudor  una  nina 
¡nocente! 

Y  !íin  cmbar^.  ¿cuáles  son  los  periódicos  niAs  fomenla- 
dos?  ¿ciiAI  la  lectura  que  mAs  circula  en  manos  de  toflas 
U)ft  familias?  La  novela,  muchas  veces  indi^n»  de  ser  leída 
aun  por  un  joven  disoluto;  Jos  periódicos  en  donde  en  cada 
párrafo,  en  cada  línea  se  ve  un  sarcasmo  contra  la  reli- 
gión católica,  apostólica,  romana;  en  estos  periódicos  quf! 
están  p|H|jrados  de  eabnunliis  coidra  el  Papado,  de  calum- 
nias conlm  el  clero  católico,  de  calumnias  contra  la  l}rlesia. 

Kntre  lauto,  señores,  damos  el  óbolo  de  nuestro  sudor,  da- 
mos el  óbolo  de  nuestro  sacrificio  á  ese  periódico  que  in- 
Iroduce  la  fíuerra  contra  la  religión  en  el  seno  del  ho^^ar  do- 
ni¿<stico.  (JplauMOHf. 

jlY  la  lectura  de  los  periódicos  calólicost  ¡Oh.  seAoresí  con 
verjríleiiza  lo  di).'0,  apenas  se  encuentra  una  nienfmada  sus- 
crijH-ión  para  poder  llevar  adelante  la  publicidad  de  las  ideas 
católicas^  sobre  las  cuales  está  basado  el  porvenir  de  toda 
la  República.  (Aplaustm). 

Tendeil,  .sefíoros,  la  vista  por  lodos  los  estarlos:  ¿cuáles 
non  los  |>eriód¡coa  que  encuentran  mayor  número  de  subs- 
criptoresY  Los  periódicos  impíos,  los  periódicos  de  caricaturas 
infames,  los  piTÍódicos  que  crnnhaten  de  todos  modos  al  ca- 
lolicismo.  ;KstoH  son  los  que  circulan  en  manoshastu  de  las 
xiiñas  pudorosas,  sin  ninguna  clase  de  repuKnaucia! 

T  as(,  señores,  padres  de  familia  que  me  escucháis  y  que 
pertenecéis  ¿  esta  ilustre  Asamblea  Católica,  ¿pensáis  que  de 


114 


estn  TTianem  podrá  consprvarsp  la  fplicuiad  rtcl  hojíar?  jron- 
.sidorñÍK  que  cstú  j/araiilida  la  virtud  de  vuestras  etiposas.  la 
virtud  lie  viiosíras  hijas,  el  jiorveiiir  de  vuestros  liijoa'?  ]01i. 
uo,  seQores!  De  las  lecturas  de  esos  periódicos  es  que  se  le- 
vatdaii  esas  cal.'istifires  en  t^\  seno  de  los  Iiojíares. 

¿Queréis,  pues,  contribuir  &  la  felicidad  d<iinéslíca,  ¿  la 
felicidad  de  la  República  por  medio  de)  óbolo  moral  para 
sostener  la  dignidad  [lontiticia  y  la  dignidad  de  la  Ifílesiai* 
Arrojad  del  seno  de  vuestras  familias  tos  periódicus  perver- 
sos, Ins  períódícOK  de  malas  ideas  religiosas;  ariTijad  del  seno 
del  bogar  lodos  los  libros  (|ue  eonipromctan  las  buenas  cos- 
tumbres, ó  qtie  comproiuctau  principalmente  el  <toginn  cató- 
lico. No  permitáis  de  ninguna  manera  i]ue  estos  ejicnii^os 
tio  introduzcan   en  el  í^eno  do  vuei^lruí;  fainilias. 

Es  realmente  sorprendente  ver  que  la  Municipalidad  w 
alarma  á  la  sola  amenaza  de  una  peste.  Se  dice  que  apa- 
rece el  cólera  ó  la  fiebre  amarilla  íi  más  de  dos  mil  leguai^ 
de  distancia  de  nosotros,  y  en  el  acto  se  presentan  las  aU' 
toridades  lomando  medidns  eficaces  para  impedir  que  el  fla- 
gelo se  iniroiluzca;  y  con   muellísima   razón. 

Y  bien,  üeñores;  j,la  vida  material,  es  m!ia  (|ue  la  vida  del 
espíritu?  ¿No  es  ísta  rnnnniparablcmcnlc  superior  ñ  jniuélla? 
Sin  embargo,  viene  esa  invasión  en  diferentes  bnques.  viene 
esa  invasión  íi  las  rasas  de  comercio,  &  las  librerfns,  esa  in- 
vasión de  novelas  obscenas:  esa  invasión  de  periódicos  per- 
versos, y  las  Municipalidades  y  Ins  Oobiernos,  lejos  de  tomar 
medidas  (Kira  im|>edir  la  introducción  de  estos  elementos  del 
mal,  les  abren  las  puertas  de  paren  |>ar.  ¡Y  esto  se  llama  li- 
beralismo, y  Rsto  «e  llama  verdadera  libertadl  Seíiores:  no 
eonfutidamns  los  términos. 

Así  como  presentamos  al  Sumo  Ponlífice  el  óbolo  mate- 
rial para  sostener  la  vida  material  de  la  Iglesia,  es  un  de- 
ber sagrado  presentarle  sobre  todo  el  óbolo  moral  para  bos- 
lener  su  misma  dignidad. 

Rxplicado,  señores,  lo  que  es  el  óbolo  ó  dinero  de  San 
Pedro  con  relación  &  bu  origen  y  al  SolH*rano  Ponlífíc<},  bóIo 
me  resta  detíir  algo  de  lo  que  es  él  con  relación  al  caloli- 
ciiímo  en  general,  presentando  al  mismo  tiempo  la  manera 
de  organizarlo  entre  nosfdros. 

Sobre  este  punió,  seflorcs,  sólo  os  diré  que  fijéis  la  visla 
sobre  las  misioueK  de  Orienle,  en  especial.  Despojado  el  So- 


—  !lo 


berano  PonUfira  de  si»  Ksfados.  &.  pesar  de  ser  de  tudaK 
las  propicdiiiies  fíinásIicaK  la  iim^  immntida  de  tiianlaK  exis- 
ten en  el  muiidu  entero,  y  clesfiojadi)  últinmnienl»  di^  los  re- 
cansos  que  contaba  con  los  Taudus  del  Coteifiu  de  ¡^roftatínntlti 
fíde,  hoy  ba  lonJdo  que  tomar  la  luedída  extrema  y  dolo- 
riisf>'ínta  para  sn  ct)ra¿/m  di'  H.-idrc  y  tk-  Pontífice  de  enea r- 
ynr  á  los  sniicriorrs  rít;  \aa  diícrcnles  casas  que  Iraten  de 
proporcionáis^  recurt^os  buttcánilotos  t*n  eJ  urbe  catÓIíoOf  á 
tTecfo  de  llevar  adelante  iu  g^ran  misÍ6n  de  evangelizar  y 
civUüuir  al  mundo  pagano,  así  como  de  p*r  recrió  na  r  á  Iok 
pueblos  que  ya  lian  .'ailido  déla  barbarie. 

¿net'ordáis,  t>efíoi-e.s  la  perdida  irreparable  <le  las  miniones 
de  loíi  '  -  en  el  Parajíiiay.  ipip  sni-uiubrerun  para   siem- 

pre ai  ^  ,  L.spútico  de  un  monarca  absoluto,  quu  sin  mi- 
ramiento algimn  ni  &  la  relijdón,  ní  &  la  cirilizacíún.  acabó  con 
ellas,  dejando  en  la  orfandad  A  doscientos  mil  neólUos.  snli- 
dit'  '  Irentex.  dedicadotí;  .1  la^^  arles  y  á  Inda  clase  de 
vti  -■  priítírcsorí?  ¿No  resncna  luduvta  en   vuenlros  ca- 

láUcos  oídos  el  gemido  de  las  brit«as  de  la  soledad  que  lloran 
aun  boy  mismo  sobiv  las  minas  ile  los  memorables  monu- 
mentos.  levantados  por  los  hijos  de  Leyóla  en  el  centro  del 
desierta?  No  de  otro  modo,  señores,  podemos  imaginartms 
i|iifl  aeaHO  muy  pronto  seguirán  la  misma  triste  Ruerle  las 
rélebrr*  misiones  de  Asía  y  África,  ¡íosleiiidas  con  t.tnlo  afíín. 
á  fuerza  d*'  tantus  sat  riíieios  por  el  culo  infpu*tiruntable  de 
uuestros  tioberanos  Ponlfflces.  que  sin  recursos  ningunos,  á 
no  ser  los  pni|>nrcÍnnados  por  el  óbolo  de  San  Pedro,  Itenipo 
ItA  bnbíi^ran  desiipai-erído. 

Y  e:i  vista  de  esta  urgente  necesidad  de  nuestros  herma- 
notf  en  Cristo,  y  del  dolor  acerbo  de  nuestro  común  Padre. 
¿nu  iDiK  inoveieinos  &  socorrer  (i  aipn'-llos.  y  á  consolar  á 
nuestro  an^iir^ltado  PonKficef  .Seílores:  si  alguna  vez  lia  t^ido 
iieeeifario  establecer  entre  nosotros  de  una  manera  sólida,  ó 
más  bien  continuar,  sin  t^fpiivar  sarrífieios.  la  sublime  obra 
dr  ■  -  'vi  cristiana  del  itiMtra  de  San  l'tdro,  es  en  las  c¡r- 
etiM  ,,is  piesentes.  Y  he  dicho  coHÍitiwíir  Cíta  obra,  pues 

que  nuestro  ihiRtre  y  celoso  Arxobiapo,  siguiendo  las  huellas 
de  sn  ■^anto  /inlecesor.  no  ha  cesado  de  mandar  h  ítotna 
anualmente,  como  también  los  demás  Prelados  de  la  Repú- 
blica, In  oblación  de  los  culólicos. 

Ya  v^ís  «I  ejemplo  tjuc  nos  diera  la  Francia,  siendo  ella  la 


—  116  — 


inirraHom  <le  esu  luMime  idea  en  «I  pontificftdo  de  Pfo  tX 
y  quí  ofreciera  'lifervntm  tocantes  cmdro»  que  eomaimenHi 
eJ  paleraal  carazún  d«l  Pontífice,   basU   hacerle   derramar 
.  ciiat)i|o  el  ArzobUpo  de  Burdeos  le  ofreció  el  óbolo 
lU-  >i<-  •iriim,  Tmiro  le>ínro  c{ue  poaeia  nam.  pobre  pttstoretta; 
IrM  rohr<^  df"!  inendíf^o  que  liabía  hecho  sos  ahorros  parm 
darlr»  ú  MU  amado  Padre:  asf  romo  el  dd  suizo  qoe  sentd 
ptaxA    par.1  drfp^tulf^r  al  Papa  y  cotí  ku  sueldo  eontnbuir  al 
ótKilo  (te  Sdti  t'eitro.  Ya  réi.s.  digo,  este  ejemplo  tan  tocante 
que   conlinira   dándonos    ha<«la    el  prmente   esta  nación  <pie 
hoy  i^nie.  como  la   nue^itra.  bajo  un   Gobierno  que   pareee 
jaclar((p  de  Heguir  una  |H>IÍIÍca  alea.  Va  vei.<í  (anihí^n  el  ejemplo 
que  nos  da  la  Irlanda,  la  Ini^lalerra,  la  Al*<tnanÍA,  el  Austria, 
la   BAlinf-'a,  Io<t   PaUea  Bajos,  la  Espafía,  Portugal,  Chile,  la 
Am^rira  tndn  c-ípafiola,  y  raujr  principalmente  la  tierra  clásica 
de  la  lit>erla:l.  Ioh  E»tad(M  Unidos  d**  la  América  del  Nort(% 
que  ahora  un  hiíilro  envió  ul  ilustre  desterrado  del  Vaticano 
un  millón  de  dollam,  en  otro  dos  millones,  en  otro  tre»,  y 
así  HureHivamfrilo  hasta  la  artualidad.  ¿  Y  los  hijo»  de  Wa^ 
hlnKton  liuii  de  st>r  más  g:eneru>40;»  que  los  de  Belgrano,  San 
Martin  y  Paz?  Recorthid.  sefiores.  ijue  la  vida,  en  fnrma, de 
loM  nnlólteo»{  nnr1eam<?r¡(*nnns,  apenas  data  de  1814-,  mienlraa 
que  la  nueslra  entinta  mTis  de  trescientos  años.  Bien  es  cierto 
que   enia   pr¡vil('{fiarla   tiiTra   acoge  en   su  seno   h  todas   las 
comunidades  religiosas  de  uno  y  otro  sexo,  arrancadas  del 
coni7/iii  dp  la  Europa    por  el    huracán  de  la   impiedad,  con- 
tando, merced  al   présenle  celo  de  los  decididos  católicos, 
cuatro  mil  sacerdotes  seglares,  treinta  y  ocho  obispos,  ocho 
arzobispos  y  dos  carilenaics;  HÍn  tnencíonarel  número  inmenso 
de  religiosos  y  religioKas,  de  lodos  los  ñindadures    de  estos 
BBgradas  y  lieniMicas  farnilius  que  tanto  han  enriquecido  á  la 
iglesia. 

Allí  se  criütiniitra  la  lilterlad  completa  protegida  por  la 
ley:  cnlrc  nosotros  existe  tambión  una  ley,  pero  una  ley 
hipócrita  que  nos  manifiesta  libertad  y  £>omos  esclavos. 
(ApUtíiWH}. 

\a  libertad  polUiea  completamente  muerta,  la  liberl^id  ci- 
vil en  agonía,  la  libertari  religiosa    anionJazail.L.  ¡Se  quita  á 
tos  Prelado»  hasta  ol  derecho  de  dirigir  la  palabra  con  liher- 
tail  Ti  sus   feligreses!   (Aplnunon). 
Entre  los  derechos  que  enumera  el  artículo  14-  de  la  Cons- 


—  117  — 


títiición  Xaritmal,  se  encueiiLra  el  t\v  poili'r  ejprcf  r  librcmen- 
Ic  su  culto,  i  Y  quiénes  son  los  que  piunlen  ejercer  lílireinente 
611  cullo?  La  innteii^  minoría;  lo»  protestantes.  Pero  cuan- 
do los  católicos  se  presentan  ejerciendo  librenienlc  su  culto 
como  es  el  adherirse  k  sus  pastores  en  la  enseñanza  reli- 
giosa, en  el  momento  vemos  proft^soreM  ile.<lituíij(is  |Hir  ha- 
ber firmado  su  adhesión  &  la  doclrína  católica  del  Prelado. 
Se  dice,  señores,  por  este  mismo  artículo  que  he  citado, 
que  todos  los  haliilanles  de  la  República  lienen  deret^hn  dn 
enseflar.  ¿Quiénes  son  los  que  tienen  derecho  de  enseñar? 
Los  advenedizos,  los  que  vienen  sin  título  alguno  (npiuusoa) 
para  perder,  para  prosliluír.  para  acallar  c^n  laK  creencinB 
religíogas:  hasta  los  ateos  pueden  abrir  sus  escuelas:  pero 
el  r^lólico,  duefío  de  rasa,  en  posesión  de  lo  que  es  suyo, 
no  puede  de  ninguna  manera  usar  de  ese  dereclio,  porque 
encuentra  al  momento  la  oposición  clatidesüna  que  lo  per- 
judica. 

Todos  tienen  el  derecho  de  aprender.  ¿  Y  quiénes  son  los 
que  tienen  este  f;rari  derecho?  l.os  protestantes,  los  ateos, 
los  que  pertoiieceri  á  toda  clase  de  sociedades  secretas,  me- 
nos los  católicos,  ponjuc  al  aprender  quieren  seguir  las  eu- 
efclicas  de  sus  Padres  que  les  dicen:  guardaos  de  tales  ideas, 
que  hon  perjudicales,  que  amenazan  vuestras  creencias.  Y 
eu  vez  de  sostener  esliut  creencias  el  (iobiemo.  cu  vez  de 
ser  Boslenidus  por  la  ley  del  país,  son  cnntpielainente  lioslt- 
lizadós.  ¡V  se  líene  derecho  de  jiprerider! 

¿tenores:  marchando  la  República  de  esta  manera,  veis. 
eon  la  experiencia  que  tenéis,  que  vamos  al  caos. 

Se  dice  que  hay  religión  católica.  ]0h!  la  hay  de  vcitis  en 
el  corazón  de  todos  los  hubitatiles  de  la  República;  pero 
éstos  son  hostilizados,  éstos  están  separados  de  los  puestos 
públicos  más  influyentes,  k  éstos  no  se  les  da  cabida.  Si  se 
preseota  un  proyei:to  de  una  sociedad  secreta,  éste  es  pro- 
iegido,  ésle  es  favoretido;  para  éste  está  vigente  la  ley:  para 
los  hijos  del  país, católicos,  apostólicos,  romanos,  se  cierran 
completamente  las  puertas.  {Y  se  dice  que  hay  libertad  I 
Seftores:  en  Ion  Estados  Unidos,  que  be  llamado  la  tierra 
clásica  »le  la  libertad,  si  a  alguien  se  debe  originariamente 
el  goce  de  estos  Inapreciables  derecho»,  me  permitiréis  «lue 
haga  fMa  especie  de  digresión,  es  á  un  jesuíta,  al  célebre 
Jobn  Carro II. 


-   118  — 


EnronlriÍMíIrtse  í»!?(e  jVsuilíi  ruandn  lii  expulsiói)  riel  76  en 
Londrcit.  con  tre^  compañeros  más  iiorleainerrcanoK.  Jhon 
Carroll  lea  dice:  ¿qué  liaremos?  nue^iti-a  Patría  está  por  or- 
ganizarse; es  menester,  pues,  que  volvamos  al  seno  del  lio- 
pjir  ü  ver  si  poiieinos  prestarle,  nuestros  senicios.  En  efeclo: 
llegan  á  los  Estudus  L'niflos,  en  «lontle  un  hermann  carnal 
de  Johu  Carroll  había  contribuido  mucho  h  la  fonnación  de 
la  Cniístilirción.  y  Washinglon  y  Fraiiklín  los  acogen  con 
los  brazos  abiertos,  encontrando  en  el  jesuíta  lo  que  de- 
seaban, porque  VVashiugton,  aunque  de  diferente  creencia,  es- 
taba de  buena  fe  en  ella,  pues  bahía  recibido  una  educa- 
ción esmerada  y  religiosa,  como  lo  compnieba  el  hecho  de 
haber  dedicado  su  primera  composición  á  la  Madre  de 
Dios,  por  las  noticias  que  había  tomado  del    Evangelio. 

La  relación  que  Jhon  Carroll  contrajo  con  estos  <los  hom- 
bres eminentes,  ti'uS  lugar  á  que  \Va^hín(iton  conociera  que 
aqurl  era  el  hombre  <|ue  le  convenía  jmra  que  lo  ayiidaiu* 
en  la  oi'ganizacíón  de  la  República:  y  al  poco  tiempo  des- 
pués de  ese  riHimncimiento  de  pus  méritos»  fué  nombrado 
Obispo  de  Ballimnre. 

Después,  sus  dos  compañeros  fueron  también  designados, 
no  para  vivir  estar  ion  arios,  sino  para  consagrarse  &  las  mi- 
siones de  los  salvajes. 

Jhon  Carroll  fué  el  que  aconsejó  ese  artículo  de  vonla- 
dera  libertad,  porque  tenia  en  \ista  la  marcha  de  la  Iglesia 
Católica:  qne  la  Iglesia  siendo,  como  es,  la  madre  de  la  li- 
bertad, él  comprendió,  pues,  que  era  preciso  respirar  ese  aire 
de  verdadera  libertad  para  poder  príigresar;  y  en  efecto,  se 
i^slablece  el  artículo,  y  los  católicos  comienzan  á  prosperar 
cual  ninguna  de  las  oirás  comuniones. 

Si  no.  señores,  tended  la  vista  sobre  los  Estados  Unidos, 
que  tiene  hoy  cincuenta  millones  <le  habitantes,  es  decir. 
sobre  esa  Nación  que  es  la  segunda  del  mundo  después  de 
la  R'isia  por  el  número  de  sus  pobladores,  y  veréis  que 
cuenta  con  mAs  de  otiho  millones  de  católicos,  con  las  co- 
muiudades  religiosas,  con  el  número  de  sacerdotes  y  Obis- 
pos ñ  fpic  lie   aludido,  teniendo  además  dos  cardenales. 

¿V  purqué  es  esto,  señores?  Porque  en  los  Estados  Uni- 
dos la  libertad  es  libertad  y  no  hipocresía. 

Si  aquí,  entre  nosolios.  se  protege  la  libertad  del  extran- 
jero, del  extranjero  advenedizo,  hágase  en  en  hora  buena,  no 


--  lio  — 


tne  oi»on^;  [wr  el  contrario,  ifuirro  que  todos  los  hahíUntAs 
de  la  tierra  vencan  al  suelo  arpoiilino  paro  estrecharlos 
como  á  Teríludcrtis  liermaims  en  Jt-sucrislu;  utplnuM'Nfj  jtero 
de  níit^na  numera  liemo»  de  permitir  que  ellos  vengan  ií 
se-f  los  iiefiüres  excluyéndonoü,  no  liaei^niiose  superiores  por 
^s  idcuít  ruli|j;iosas.  sínó  por  »n  ideas  revolucionarias  y  ateas. 
<  Aitlauíto*!. 

I)elK>  terminar,  señores;  el  Kefílainenlo  ordena  que  no  |m- 
ieinos  de  una  honu  «oy  esclavo  de  la  iry.  He  i.'utnplido 
una  hura  prescrípla  por  el  Ueglainento.  y  asi  es  que  con  sen- 
timiento dejo  la  palabra  pnn|üe  ¡MTiHaba  todavía  emílJr 
ali^unas  otras  ideas  sobre  la  orgaiiizacit^n  del  óbolo  de  San 
Pedro. 

Pero,  antes  de  terminar,  delio  hacer  préñente  á  la  Ilustre 
Asamlilea,  que  hay  un  distinguido  joven,  Presidente  de  la 
Sociedad  «Juventud  Católiea»  de  esta  Capital,  don  Ignacio 
Onali.  que  me  ha  pedido  preseril^ir  un  pruyeetn  especial 
respeeto  de  la  on^nización  del  rtÍMiln  de  San  Pedro.  Lleno 
<le  edificación  y  de  santa  sutísfaccíón,  he  aceptado  gustoso 
sil  proypclo.  aun  euaiido  tuviera  que  retirar  el  mío,  lo  que 
«n  realidad  nunca  suemlería,  pi>r(|ue  en  el  Huyo  estaría  siem- 
pre comprendido  el  que  he  concebido,  por  entrañar  precí- 
sanuMilf  la  nusina  idea. 

Entretanto,  señores,  yo  quisiera  concluir  repidietido  lo  qu»» 
os  he  anunciado  al  principio,  pidiendo  que  os  acordéis  de 
vuestra  misiún  sublime:  que  sois  los  responsables  afile  Dios 
y  la  socii'ilad  del  ponenir  de  toda  la  RepCiblica.  que  e^- 
la«  ieyí's  nrfumlas  están  ueniiéudose  sobre  nosotros:  la 
(ejr  del  matrimonio  civil,  la  ley  de  la  secularización  de  ins. 
sepultuniii  calólicaa  y  otras  más,  como  lo  sabéis  perfecta- 
mente. 

Pen.sadlo  bieu.  jiadres  de  familia:  porcurad  introducir  el 
orden  en  vurnlros  hotrares.  prohibiendo  la  lectura  de  los  Ir- 
broíi  y  de  los  )>eriúdicos  peruiritísos;  y  fomentad,  con  el  ol)- 
jelo  de  tributar  este  i'ibolo  m(»ral  A  la  Santa  Sede,  los  pe- 
riódicos católicos,  estos  |>©rÍódieos  que  son  los  únicos  que 
írijiefian  la  verdad  reliífiosa,  los  írnicos  que  miran  por  el 
nrden  positivo  de  la  ííocíedail. 

S6\o  usi  yo  creo  «pie  roasegn iremos  llenar  los  fines  de  este 
Congreso  Clntólieo,  porque  de  otra  manera  será  imposible. 

Por  etíiiKÍgiiiente,  sefiores,  acordños  de  los  solemnes  rom- 


—  120  — 

promisos  que  tenéis  como  padres  de  familia  para  que  los 
incrustáis  en  el  corazón  de  vuestros  hijos,  para  que.  al  acer- 
carse por  primera  vez  (i  la  mesa  euc^nslica,  Iiagati  en  lu 
íntimo  ik'  su  corazón  este  voto:  de  no  perfcnrccr  jamás  ñ 
sociedades  secretas,  de  cumbatir  ya  por  la  palabra,  ya  por 
la  pretisa,  ya  eon  el  ejemplo,  en  favor  de  las  ideas  católi- 
cas, á  fin  de  que  se  concluyan  ea  cuanto  sea  posible  Ioü 
enemigos  de  ellas;  porque  el  intiernn  liaco  siempre  la  iruerra 
contra  la  Ifílcsia,  pero  las  puertas  del  infierno  jamás  preva- 
lecerán contra  ella.   {Protonyii(I<M  t/  repelülos  npluu^oa). 


Discurso  del  Canónieo,  doctor  Hllclades  Echagüe,  el  22  de  Agosto 
de  1884,  sobre  el  asunto  anterior 


Entiendo,  señor  Presidente,  que  al  terminar  su  discuso  el 
nefior  Canónigo  Pinero,  hacia  suyo  propio  el  proyecto  que 
iba  &  presentarse  por  el  Presidente  de  la  Sociedad  «Juventud 
Católica  -  de  la  Capital  de  la  República. 

No  dio  lectura  de  T'l,  pero  hi/n  alusión  y  dijo  que  desde 
luego,  con  placer,  retiraba  el  suyo,  porque  entrañaba  indu- 
dablemente el  mismo  pensamiento  y  era  fundamentalmente 
ídi'iilico  al  que  ¿>l  liabfa  tenido  el  hnnor  de  presentar,  sien- 
do más  completo. 

Sin  embargo,  sefiur  Presidente,  como  uo  podemos  encon- 
trarnos preparados  para  tomar  en  consideración  un  proyec- 
to reglamcnlario  como  el  que  se  presenta,  sin  haberlo  co- 
not^ido  (le  antemano,  y  habiendo  simpleinente  oído  una  muy 
lifrera  lectura  de  él  como  ha  sido  la  hecha  por  el  mocionanto 
que  lo  ha  funda<lo,  opino  que  encierra  en  si  mucho  de  regla- 
menlariu  que  debe  quedar  exclusivamente  librado  al  criterio 
y  resolución  de  Ins  diversas  Asociaciones  de  la  Hepfiblica. 

Se  hace  uso  en  ¿1  di*  una  hislilución  que  existe  en  la 
Capital  de  b  Flepdblica,  poro  que  no  hi  hay  en  loiln  el  rea- 
l(»  de  ella.  Me  refiero  ú  lu   parle  (¡ue  Irala    de  las  señoras. 

Yo  no  sé  hasta  donde  podemos  legislar,  disponiendo  det 
continúenle  de  ellas. 

Sería  más  bien  tarea  de  cada  una  de  las  dircrsas  Asocia- 
cione-s  invitar  á  asociarse  á  lat>  dumas,  coulatidn  coma  base 


—  \il 


ra  cnnppriiiinras  do  lim  tn\Ht]\n&.  y  peilirles 
que  leii  ayuden   en  tsa  foriua. 

He  paroce«  puiw,  que  Kerfu  más  práclíco  y  mAü  conformo 
tamhién  ron  la  idea  di>I  Rejzlanipntn.  psIahlPL-er  <|ue  que- 
Uaiw  á  cjirgo  de  lus  Attocíacíonc^  Católicas  t^UMeeídíu  en 
la  Hepúldira,  de  ncunrdo  Ron  los  respPc.Livns  Preladiis  de  l:u> 
ilK'cr^L!}  díCH'Csii^,  la  formación  de  estas  Subcomisiones  que 
úv\  ■  I)  de   luiiiólla,  y  que  estariuti  <!iicnr^';idas  de  hacer 

ta   :       .L   _ión  de    fundos  como  lo  determina  el  proyecto. 

Ahora,  sí  se  han  de  valer  de  las  señoras.  8Í  han  de  ser 
simph*mente  liis  Asociacione^s.  si  kg  ha  de  hacer  esta  .snh;»- 
crípción  por  dlstrilos,  por  departamentos,  por  parroquias,  etc., 
esto  es  completamente  regtainealario  y  debe  quedar  libra- 
do ai  recio  criterio  y  m^  acertada  resolución  de  las  direr- 
flas  Asociaciones  extendidaK  en  el  lerrilorío  de  la  República. 

Que  e:^  indispensable,  absululaiuenle  indispensable,  que 
to<ta  A.soojación  Católica  se  preocupe  de  una  manera  seria  en 
organizar  el  fJtmto  de  Sitn  Pairo,  cae  de  su  peao  y  no  e« 
necesario  probarlo;  basta  simplemente  una  mera  reñcxión 
al  respfH!to. 

Todoií  sal>emos  (jue  despuís  del  desgraciado  y  lamenluble 
aconleciniieuto  .sin  ejemplo  en  el  mundo,  después  de  aque- 
lla acción  df  que  tanto  ae.  han  vanagloriado  lus  que  come- 
tieron tamaño  é  incalitkable  ultraje,  (me  redero  á  la  brecha 
de  sl  Puerta  Pía.)  el  PontiÜce  rumano,  el  Soberano  legítimo 
de  aquellos  Kstadns,  rl  que  por  su  naturali*7^a,  por  su  índo- 
le, por  la  misma  institución  divina  no  puede  ser  subdito 
de  iiatlie  y  está  más  arriba  de  lodos  Ioh  Gobiernos  del  mun- 
do porque  es  el  reprcsentiiiile  legal  del  Supremo  Señor  de 
laii  NaiúunfiN  es  indudable,  decía,  que  dei^pués  de  ese  acon- 
tecimiento tan  saiTtU'^o  como  inaudito,  si  nosotros  no  que- 
remo»  que  el  Papa,  que  nuestro  padre  común,  que  nneiítro 
Jefe  yinihle,  <iue  nuestro  verdadcri)  Soberano  i_'spirilual,  p;ise 
por  la  vergtlenza  y  el  vejaineii  de  tener  que  aceptar  y  aun 
inendígar  lo  que  ha  recliazado  siempre,  ese  dinero  con  que 
se  ha  tratado  de  eompiarlo.  pretendiendo  convertirlo  aijl  en 
Ttit  de  Vicario  «le  Jesueristo.  pti  un  despraciado,  en  un  se- 
gundo Juilas,  y  á  lin  íle  (pie  no  pas<'  por  c»sa  vergfienza  4le 
recibir  un  mendrugo  de  pan  de  sus  propios  eneniigoB,  es 
nere^i^^i^'.  drcía.  que  lodos  los  católicos  se  pongan  de  acuer- 
ilü  m  .'I  ini(\erso    entero  para    tiocorrcrLo    en  proporción  á 


—  li*2  — 

^sns  fuerzas,  y  nosotros,  los  que  nos  cntiijnmos  hajii  la  í»;in- 
üora  del  calolicisnm  en  la  Heiiúlflica  ArKcnünn,  ilelicinos 
aunar  nuestros  esfuerzos  desde  luego  pura  coutribuir  á  su 
sosfenimicnlo,  independencia  y  desahogo.  (Apíaunon}. 

SabenitiH  lodos  ijiie  el  Soberano  Ponlifiee.  no  solantenlft 
empica  ese  óbolo  de  los  cíilrtUcos  en  alender  las  necesidades 
(|ue  nacen  del  ejercicio  de  las  elevadas  funciones  que  le 
están  eonfíadas,  sino  ijue,  adeinfts.  ron  ese  niisnio  óbolo 
acude  á  todas  las  necesidades  del  mundo,  donde  quiera  que 
estas  necesidades  elanien,  donde  quiera  que  ellas  apurezejiu 
deinandando  su  protección  y  amparo. 

Nosotros  hemos  visto,  y  se  nos  ha  dicho  ahora  mismo  por 
el  oraiior  (¡ue  lia  sostenido  el  proyecto,  que  allende  tam- 
bién COD  ese  dinero,  en  la  manera  que  puede,  las  misione.^ 
extranjeras  para  rescatar  de  las  tinieblas  del  error  y  de  la 
ignorancia  (i  tantos  hermanos  des^fraciados  y  hacerles  ver 
la  luz  de  la  verdad  y  el  sendero  de  la  virtud,  de  que  nos 
dio  ejemplo  admirable  Aqm'd  que  murió  orucidcado  en  el 
árbol  de  la  cruz,  sellando  con  su  propia  sangre  la  divinidad 
de  su  misión  augusta. 

Hay  niíis,  señor  Presidente;  no  solamente  allí  ha  ocurrido 
el  óbolo  de  San  Pedro,  sino  que  también  ha  tomado  su 
{jarte  activa  y  bien  importante  en  tas  alligenle-s  c-alamida- 
des  por  que  ha  pasado  el  mundo  entero  á  consecuencia  de 
los  últimos  cataclismos  que  se  han  venido  sucediendo  de 
algún  tiempo  A  esta  porte.  Con  motivo  de  la  destrucción 
de  Iscliia,  ile  (Jasamicciola,  y  últimamente,  á  causa  del  có- 
lera que  lia  invadido  con  tenaz  empeño  algunas  ciudades 
importantes  de  la  Europa,  el  óbolo  de  San  Pedro  casi  pue- 
de decirse  que  se  ha  agotado,  porque  se  ha  ilerraraado  con 
profusión  extraordiuaria,  á  tal  ]>uuto  que  el  Papa,  en  esta 
ocasión,  ha  prfiporcio ruido  más  auxilios,  con  sus  soIok  re- 
cursos, que  cuatro  Soberanos  juntos.    (Aplau^io.'it. 

iNadie  puede  dudar,  señor  Presidente,  del  deber  en  qui* 
estamos  los  católicos  de  concurrir  de  todas  los  maneras  que 
nos  sea  posible  á  consolar,  siquiera  en  parte.  A  ese  corazón 
magnáninio.  ayudándolo  á  levautai'se  de  In  postración  en 
fpie  desgracíailamenle  se  encueidra,  cuan<lo  tantas  decep- 
ciones flufre,  cuando  tantos  vituperios  se  ariojan  sobre  su 
augusta  persona,  cuamlo  de  tal  manera  se  le  injuria  I-  ín- 
«iilla,  hasta  tenerlo  encerrado  dentro  <le  su  propio  palacio 


A 


\n 


mili".    íit'ñcn'    Prí'-íüIiMili! 


lio    rnii  las  railiMiiis  dt* 


V  :   lililí".   íitmcn'    rrí'-íKKMiii!.    -SI  iio    cnii  las  (■uiumuis 

lii  "H  que  se    aprisiiorió  al   primero  (ie  los  Vicarios  di* 

Jttucrúilo,  San  Pedro,  en  Jas  cárceles   mamerlinas,  can  ra- 

dena.s  qiip.  »iinque  de  oro,  s(in  cadenas  si<>ni|)rp y  muy 

plisadas.   (AijUiiutoni. 

P«r  cunsiguientí,  señor  Presidente,  yo  creo  que,  á  iiestar 
de  que  ea  indudable  que  s<>  deben  buscar  loíi  medios  pr&c- 
lí'  '  reatÍKar  la  ubra,  debernos  dejar  al  criterio  de  rada 
A-  -  üu  el  arbilrar  los  medios  que  sean  más  propicios 
para  esit  objelo  y  que  pueden  ser  múltiples  y  variables  se- 
gún los  L'asos  y  circunstancias.  Por  esto  estoy  i)or  el  pro- 
yecto originario  en  esta  parte,  pidiendo  se  Je  dé  la  prela- 
ciáu   debida  en  la  disensión. 

Sr.  Pregúhnte — Permítame,  seftor  CanOnigo. . . . 

Sr.  <kitwHiyf  KeJuiijan  —  ¿.Me  he  escedido  del  tieinfHi  que 
ine  era  penuilidu  bablart 

Sr.  l'rasidottie  ~  No,  señor;  quería  precisar  la  materia  que 
es  objetu  del  debate,  advirtiéndole  al  señor  Canónico  que 
lo  que  €!st&  en  discusión  es  el  proyecto  presentado  por  el 
tieñor  Canónigo    Pinero. 

Sr,  Canónigo  Ecka^üe  —  Creía  que  haJifa  retirado  el  suyo 
el  sefior  Canónico  Pinero. 

Sr.  Frenideníj;  —  El  seflor  Canónigo  Pinero  no  puede  reti- 
rar stt  proyecto  sin  el  con^eutímiouto  de  la  Asamblea. 

Sr.  Conónií/o  fCehnyfw  —  Bien,  pues:  creo  que  M  es  má« 
práctico,  señor  Presidente,  por  lo  mismo  que  es  un  poco 
más  lato,  diré  así.  y  deja,  hasta  cierto  punto,  librada  su 
«jecupJón  al  criterio  y  arliitrio  d«la8  diversas  Asociaciones 
«|p  la  Repúbtira. 

Ahora,  en  cuanto  á  la  forma  de  hacer  rsto  que  va  h,  lo 
que  se  refiere  el  articulo  ¿".  diré  lo  siguiente:  que  me  pa- 
rece miiy  bien,  aun  cuando  pienso  que  no  es  lo  único  que 
puede  hacerse;  y  que  rreo  que  el  plan  establecido  es  el  que 
«lebc  adoptarse,  es  dccin  que  las  Siretedades  Católicas  orga- 
DÍeen  conrerenrias  periódicas  al  erecto,  y  arbitren  oíros  me- 
dioK  prácticos  para  allegar  recursos. 

Sr.  Presidenle  -  Kse  nriírulo  no  eslfi.  en  discusión  todavía. 
señor  CHinóiii^o. 

Sr.  Canónifiu  Echíij/iU  —  ¡Ah!  ¿vamos  artículo  por  artfculot 
Yo  creía  que  el  proyecto  estaba  en  disciLsión  en  (jeneral. 

Entonces,  Hmitándome  al  articulo  nrimero,  insisto 


que 


—  124  — 


s^iñ^^ernu  iiiisiiia  forma  y  iriodo  en  i\ue  eslá  proyecta- 
do; eon  tanlti  más  razón  ritaiito  que,  si  no  esloy  equivoca- 
do, las  (livereas  Asociaciones  Gulólicas  de  Europa  s6lo  hají 
heclio  riiodillcariones  iiisifiinficuntPB  á  esta  parte  funilanif^n- 
lal  ílc  qiip  líala  el  artículo  primero. 

Enlieniio  que  esto  i*s  )a  verdad  de  lo  sucedido  en  Europa, 
tanto  en  el  último  congreso  de  Ñapóles,  como  en  el  de  Bél- 
gica, París  y  en  oíros  en  que  se  lia  establecido  de  una  ma- 
nera penerul  !;i  formación  de  este  óbolo,  aputdando  simple- 
mentí-  la  idea  de  oslablocerlo  en  la  forma  y  modo  que  crean 
más  conveniente  las  diversas  Asociaciones,  dejando  la  parte 
puramonle  replainiritaria  y  de  forma  que  puede  de|>ender  de 
rail  accidentes  y  circuiistiincias  al  buen  criterio  de  cada  unn 
de  esas  mismas  Asociaciones. 

Por  consiguiente,  sostengo  el  arlíctdn  tal  como  cstfi:  con 
Unta  mayor  razón,  cuanto  que  la  iustílución  de  <)ue  habla 
tiene  la  ventaja  de  hal)er  sido  establecida  en  la  misma  Ro- 
ma, imitada  en  Inglaterra  y  en  otros  países,  desde  su  crea- 
ción por  el  Cardenal  Manning  en  Lonilres,  hasta  los  últimos 
afios  (|ne  se  lian  adlioriiiu  á  ella  las  Asociaciones  de  Bélgica, 
de  Ñapóles  y  de  París,  y  que  tiene,  sobre  todo,  un  gran  peso 
de  actividad  con  la  aprobación  y  bendición  apostólicas. 

En  consiccuencia,  sostengo  el  artículo  tal  como  se  eiicueii- 
Ira  redactado. 


Discurso  del  Presbítero,  doctor  Jacinto  R.  Ríos,  en  la  sesión  del 
28  de  Agosto  de  1S84  del  Congreso  Católico,  sobre  la  adop- 
ción del  Syllabus  y  propagación  de  su  doctrina. 

IttUittisiMO  y  ííeverendÍJiimo  Señor: 
Señor  PresUlente. 
Seiiorex: 


La  primera  Asamblea  Nacional  de  lons  católicos  argentinos 
ha  presentado  á  las  miradas  de  Buenos  Aires  y  de  la  Repú- 
blica entera  nn  espectáculo  tan  nuevo  como  grandioso.  El 
brillo  de  los  nombres  ilustres  y  de  las  virlude.s  heróieas,  los 
esplendores  de  la  ciencia  y  las  maravillas  de  la  elocuencia, 
todo  esto  se  ha  encontrado  reunido  en  su  seno,  y  nada  le  ha 
fallado  de  todo  cnanln  poilfa   darle  interés  y  vida.    Y  desde 


—  I»  — 


et  (tía  fie  s\i  stolemne  íiisUilaciñn,  rebasando  de  amor  á  la 
rvli^ón  T  ú  la  Patria,  liu  ahnrdudo  con  bríosa  u.sad[a  la  más 
grande  L-tie^tión  que  jaiiiits  liayu  a;,'itHi]ii  £l  la  Nación  Argen- 
tina: In  raitaumciÓH  rffl  Uxfa»  Um  coHtiH  en  (■rinln. 

Para  re-solverla  atprladnraentp,  lo  que  bnbiii  que  barer  era 
eifludiar,  dij^cuLír  )  detiti minar  los  medios  más  oportunos  y 
propiftn  para  arraigar  el  principio  religioso  en  el  individuo, 
COD  el  tiit  de  que  pase  &  la  ramilia  y  &  la  sociedad  y  sirva 
de  base  &  la  polflii-a.  Esto  es  In  que  se  ha  hecho  tle  una 
mauera  muy  cuini>lidu  en  las  sesiones  atiteriores,  al  ocupui-se 
de  cada  uno  de  los  puntos  del  programa  de  esla  Asamblea. 
Sin  embargo,  la  Comisión  Ejerntora  del  Proyecto  tlel  tlon- 
gnv,o  Católico  bubfa  hcñalado  como  un  Lema  especial  puru 
disertan  «la  adopciófi  de  Itidos  lot^  medios  (pie  tiendan  á  armí- 
Ifar  el  princijiio  religioso  en  el  individuo,  para  «|ue  pane  á  la 
famüíu  y  á  la  sociedad,  y  sirva  de  baííe  á  la  política  >.  con 
el  propósito  de  que  la  perHona  encarfnida  de  desarrollarlo 
pretieuLara  algunot;  otros  medios  distintos  de  lo»  indicados  en 
los  demás  temas.  Kn  este  concepto.  Bcñore.-*,  voy  {¡  proponcf- 
ros  la  adopción  del  Stflfabnn  y  la  propaftacíóti  de  sti  doctritta, 
en  la  fonna  consignada  en  el  pioyccto  ilo  resolución,  pactado 
por  orden  del  día,  como  los"  medios  n»6s  necesarios  y  más 
eficaces  (lara  radicar  y  fortaleicr  el  principio  n^'ligioítft,  que 
rive  en  la  ronriencia  del  juielilu  ur^eiitnto  é  itiforma  tn<lavfa, 
aunque  Imperfeclatnetde,  el  orden  social,  para  que,  adqui- 
rieodo  vífior  y  robustez^  pase  á  informar  tambi6n  el  orden 
poUtiro,  de  •muerte  que  éste  sea  lo  que  ileba  ser:  una  legitima 
expresión  de  aqu('l.  Siento  venladeramente  que  un  lema  lan 
interesante  me  baya  sido  designado  á  mí,  que  carezco  de  la 
competencia  necesaria  para  tratarlo,  cual  lo  requiere  su  im- 
portancia. Más,  Iiabieado  acj^ptado  el  cargo  de  delegado  á 
BKta  ilustre  A^amltlea,  he  creído  que  no  podía  rehusarme  á 
detiempeAu-,  eu  la  medida  de  mis  débiles  fuei-zas,  cualquiera 
cr.  i  qup  se  me   encomendara.    Os  prornelo   no    fatigar 

d-  .u  vuestra  atención;  seré  breve. 

Scñoretc  como  lo  be  dícbo  antes,  vengo  en  esta  noclie  á 
pediros  la  adopción  y  la  difusión  del  Sffltnbi$Ji  &  nombre  de 
la  religión  jr  á  nombre  de  la  Patria.  A  nombro  de  la  religión, 
porque  el  Sytlabiut  e»  la  rcwtaurución  íntegra  de  la  doctrina 
catAltca,  que  había  sido  obscurecida  y  alterada  por  los  errores 
raoderuutt.  A  nombre  de  la  Patria,  porque  su  salvación  y  bu 


-     I;í<>  ■- 

^i;rnnílL*za  tlepcniJcn  fJe  In  rrstíiuración  do  esa  doclrina  ct»les!ial 
que  iluminó  el  genio  y  susluvo  el  valor  de  nuestros  padres, 
y  fiiO^  el  príiiri])i()  tíiMicrador  tío  la  t;ivt|j?,arii'in  del  Xuevii 
Mundo.  iAiitnuHon). 

No  es  til  Patria  tiuioii  lia  de  salvar  5  la  rcli;í¡nn,  sinó  Ui 
religión  quien  ha  de  salvar  ú  la  Patria,  faplaiiKOfij  JcáucrÍKto 
dijo  á  los  judíos:  Si  (tcet>t(íiv  mi  doetfitta,  cOHoeeréi»  tts  ver- 
fiad,  a  Iti  rt-ritatl  oh  salixtm.  Vertta»  ühi'.rahil  m»  (I),  Y  la 
liiijioria  entera  del  género  humano  deniucslra  ¡rrefrajíable- 
menle  que  U  única  fuente  lie  vida  y  de  grandeza  para  las 
naciones  tiue  hay  sobre  la  tierra,  es  la  ver-dud  divina.  Toda 
nación  que  la  conoce  y  aeepta.  recüfe  en  tju  seno  nn  princi- 
pio vigorosd  y  fecundo  iie  propreso,  que  cubre  do  tlore«  «u 
suelo  y  corona  de  luz  sus  horizontes.  Toda  nación  que  re- 
niegii  de  ella,  al  punto  se  enrerina  y  lue^  muere  irreniediu- 
blemente,  coníírniando  aquel  otro  oráculo  del  Redentor  del 
mundo:  iVo  rfe  «o/o  yin»  vive  fí  hombre,  HÍnó  tU:  toda  ¡nthibrtt 
gue  mk  de  la  bom  de  liiún  (^).  Y  tinnhnente,  tofla  nación  en 
cuyo  cielo  no  haya  brülailo  juinas  la  lux  de  la  revelación 
evangélica,  jamás  latnporo  lia  consegnido  salir  del  nhtsnuí  de 
abyceciÓD  á  donde  conduce  naturalmente  á  las  socíedaüeti 
humanas  e]  peso  de  la  primitiva  prevaricación. 

Escuchad,  si-flnri':*,  la  vo?.  imponente  de  la  hii^loria. 

Cuando  Jesueri.slo  apareció  sobre  la  tierra,  la  liumantdaü 
estalla  neniada  en  tan  titiíebtaK  ¡/ en  tan  sambraH  de  Ui  muerte. 
El  Hijo  de  Dios  trajo  la  h\7^  y  la  vida  en  su  doctrina  y  eu  su 
gracia  sobrenatural.  Desput^s  de  hal>er  confiado  A  los  Após- 
toles eyle  sa^írado  depósito  que  constituye  la  religión  r^iló- 
lica,  dijoleis:  /(/  if  erincñaii  á  hdoH  ¡ntt  nacionejtt  ha  ni  izándola» 
un  ef  iiomhrp  dd  Padre,  y  del  líijo,  tj  del  Ki*¡iiriln  Santo;  u 
ettw-ñáiidiiUiH  ú  guardar  fntias  In^i  coaait  qnr  yo  ok  he  mauda- 
do  (3).  Rn  cumplimiento  del  precepto  divino,  los  Apóstoles 
hicieron  resonar  su  voz  en  lodos  los  ámbitos  de  la  tierra,  y. 
con  solo  el  poder  de  la  palabra  evan^'í-lie^i,  couvirlieron  el 
mundo  al  cristiauiamo  en  menos  liempo  que  el  que  un  con- 
quiiítador  emplea  en  subyuf^r  un  imperio.  « Somos  de  ayer, 
decía  Tertuliano  á  los  paganos,  y  ya  llenamos  toda  la  tierra. 


•11  JWíi,  VUI,  32. 

i  M^iftit.  rv,  4. 

.1    MaUh,  XXVUl,  15. 


riÉHÉ 


-  IÍ7  - 

fas  cíndítílr:!,  los  ojércitoa  mismos,  el  í'nlarlo,  el 
luw.  .  ,  vi  Foro;  á  > -wotrtis  os  dcjarnus  ririÍL-^meate  vueslros 
templos  k.  Svtu  r4-l'í<  ictint¡iii$iiitfí  trmpla  (I). 

La  Iraosforniación  de  la  sociedad  fué  tan  IratjoeiidenUl 
romu  rápida:  <>l  Iríinsíln  ilcl  pairan ítínio  al  L'ríHti'.iiiisino  rrn  el 
fMSO  do  la:<  lillíphlas  á   l.i    ln;*,  ilf  la    Uarhari.'  á  I.i  rtvilizaciúll. 

de  U  iimcrte  k  la  vida. 

No  exugoro,  soriore^.  La  ÍnlL'lígerK*iii  del  inundo  pagano 
iT,  *'rf'ma;  en  primer  lugur,  carecía  de  Dios.  -«Ealre  los 
]-•<  .  iUctí  Borii^iieU  lodo  f*nt  Dios,  ineniiH   IIÍoh  niísma:  y 

el  mundo  que  él  creó  con  bu  (lodtr  para  iiianifefttar.íón  do  su 
glüm.  sf?  había  convertido  en  un  templo  de  los  IdoiuK».  (j) 
El  iDÍsnio  Kenaii  ronUesa  <|ue  la  rvHijióu  de  los  pueblos  an- 
ligiios  era  un  «cáncer-  ijiie  de\orab.'i  ñ  la  especie  liumana. 
Sus  (eiuplds  eran  eueuelua  de  Jnnitiralídud  y  la  abiiminacJón 
fjr  '  -'■¡cioí?  hnmnnoií  se  practicaba  univei-salniente.   A 

I-  I  di-  uo  i'oniiriT  á  Dios,  el  hombre    igriuraba  aii 

ori^-vn.  Au  ttn,  la  re^la  de  huh  acciones  y  su  ualurnlezacotn- 
puedita  de  miseria  y  de  ^'rai)d>'za,  de  tiempo  y  de  elernidad. 
La  raiudia.  sumida  eu  una  degradación  espantosa,  ifpioratKi 
su  dignidad,  su»  deberes  y  sus  derechos.  V  la  sociedad  civil 
estaba  compuesta  en  bu  inmensa  mayoría  de  esclavos  desLí- 
Uddoü  de  |odi>  d<M'eelin  y  auti  do  la  riialiflad  de  hombrcK.  y 
la  parle  i|ue  i^e  ciTfa  libre.  aívIu,  6  mejor  dicho,  moría  bajo 
d  yvf^  del  más  feroz  despotismo,  6  entre  los  horrores  de  la 
anarquía.   ¡Triste   condición  aquella  en  que  los   ciudadanos 

er flavos,  y  los  í^clavot»   bestias  de  carga!    iíiepeiiflos 

tí¡  ■ 

En  vauu  seai^iLaba  la  razón  humana  por  resolver  esttwpro- 
^^  -  '  bi  abrimialia:  en  el  e^pnrin  de  cuiirentn  si- 

gl.      i.       .ijimi'iitLí  todii-s  las  fibi.süfíaK,  y  lautas  e.-c(ériles 

tentativas  rólo  sirvieron  para  mostrar  que  el  hombre,  aban- 
donado k  fius  propias  fuerzas,  es  impotente  para  resolverlos. 
F!         *  iMO.  al  resolver  bis  problonias  del  orden  religioso 

t»  ■■■^  d(!  la  revelación,  resolvió  también  los  problema^ 

del  orden  doméstico,  social  y  pnlílieo.  Con  »u  advenimiento 
el  caos  «e  esdarece.  |le((a  la  edad  de  oro  cantadla  por  el 
poela   y   coniiiMixii   fie    nuevo    una   seri(:  de   grandes  siglos: 


I*  Tmntlaon.  Apotog,  «iii.  ST. 

1/  BAtcattt,  tiíM'UfMtf  Mobrf  ta  líisiorüt  t'ntivrmt. 


-  ita- 


ilorum  n^txilitr  ordo.  f1)  La  Era  Ci 


Magitus  fin  tHlé^fro  «fucíil 

tiana  fué  la  era  de  la  civLlizacián. 

Un  padre  de  la  r^lesia,  al  contemplar  \ns  estupendos  resul- 
tados producido:^  por  el  cristiatiístno.  lia  dicho  admira blemea- 
le:  «Bl  Cristo  es  ta  sttUiciiSn  de  lodaü  las  difíciilLades  ».  So- 
liiiio  omniíim  diffiaiít'itum  Chriniits.  Y  esta  ^r:iii  palabra 
que  brilló  con  incomparable  ful;^or  ea  el  e^tablecimienlo  dpl 
cristianisnii),  ha  sido  conÜrmadi  por  la  liistoria  de  los  diez 
y  nueve  siglos  que  caen  de  e^lc  la  io  de  la  Cruz.  Lü  civili- 
zación e.s  un  patrimonio  exclusivo  dd  la  liu:utriidid  bautiza- 
da. í>os  pueblos  de  Asia  y  de  África  que  burniron  de  su  frente 
esto  si^íiio  saírrado.  inmedialaraente  volvieron  at  estado  de 
barbarie  y  de:;railaci6n  de  <|uc  los  sacara  el  Kvan^clio;  mierí- 
tras  i|ue  la  Cru2,  trasladada  á  la  tierra  virgen  de  Atnérica» 
r.orun  pfir  coranlo  I1Í20  brotar  de  sn  seno  nuevas  y  {gloriosas 
naciones  qu«!  cnsítueharon  el  imperio  de  la  civilización  íaplaH' 
Hoiti.  ¿V  qué  un  lia  hecho  la  IglRsia  Católica  en  favor  de  la 
humanidad?  ¿Qni(-it  pudra  eimnierar  sus  inenarrables  bene- 
ficiosa ¿Qii^  iiecGd:id:id  lia  dejado  sin  reparación,  qu^  niísena 
siu  socorro,  qué  enfitrintídad  del  cuerpo  ó  del  alma  no  lia 
iúdo  curada  por  las  manos  divinas  de  la  virginal  Esposa  de 
JesfiH?  ¿^)ué  adelanto  intelectual,  moral  ó  material  no  lia  sido 
inspirado,  protegido  y  bendecido  por  ellaí  A  ella  se  debe 
todo  lo  jfrande,  lodo  lo  bueno  y  Ludo  lo  bello  que  ha  exísLi- 
do  sobre  la  tierra  desde  más  acá  del  Calvario. 

No  son  eíílas,  señores,  (fi'aluitas  aserciones,  sin  ningún  fun- 
damento reaL  Chateautiriand  en  su  denio  dd  CristianiHm^ 
bosquejó  el  cuudro  de  las  maravillas  producidas  por  esta 
religión  divina  á  quien  ta  Europa  y  la  América  deben  su  ci- 
vilizacióti.  Después  de  él»  una  legión  de  grandes  escritores» 
que  yo  me  dispenso  de  nombrar  porque  vosoli-os  les  cono> 
cÉis  muy  bien,  poseyendo  plenamente  lod:ts  las  ctenciiiü  de 
que  se  enorgnllece  nuestro  «ig!o,  con  el  :uix¡Iio  de  ellas,  ha 
probado  de  mil  modos  que  el  cristianismo  constituye  la  luz, 
la  gnindeza  y  la  gloria  de  la  raza  humana.  Antes  se  decía: 
el  cristianismo  es  divino,  luego  es  excelente.  Ahora  se  dice: 
el  cristianismo  es  excelente,  luego  es  divino;  demoslratidu  hu 
divinidad  por  su  S4>l>rebumana  excelencia.  Tal  es  lu  tesis  que 


(11  Virgilio,  Kgri.  IV. 


^^ 


sostif^ne  U  polémica  católica  cotitemporinea,  y  rjue  ha  üiacado 
triunfante  po  H  rampt»  rio  toilas  Ins  cienpias  y  en  el  campo 
(j,.  1  .  t-,  _.  1.,  :■' pi^riencias.  Hoy  (Ua  todas  las  cionoias  se  míen 
I'  t  >iiín  &  la  religión,  romo  k  tinrs  itel  siglo  pa- 

sado se  amniinaron  para  combatirla.  ¡Especláculn  admirable, 
itefirtreítl  En  el  tíidiino  lerí-io  de  este  siplo,  fiiriosatuerile  con- 
jurado contra  el  Cristo,  despuífs  de  un  funesto  divorcio,  la 
fp  y  la  ciencia  se  reconcilian  y  las  voces  del  Cielo  y  de  la 
lierra  unida»  en  armoninso  concierlo,  proclaman  qne  el 
Cnslo  es  lii  sotncirtn  de  todos  los  problemas.  (¡Muf/  bienf) 

¿Quó  ihijtorta.  señores,  que  los  überaloM  no  reconozcan  la 
«xoelencia  del  catolicismo  por  mus  que  brille  con  mayor  clari- 
dad que  la  luz  del  medio  dia?  Ellos  pueden  vendarse  los  ojos; 
|>en>  iin  por  eso  impedirán  ipie  el  sol  inunde  el  universo  con 
san  myo8.  /Olpía •<*>«).  Su  ceguera  serfn  de  todo  punto  incmible, 
«i  con  nuestro»  propios  ojoií  no  la  vibramos  realizaila.  La  Igle- 
«ra  Tatijlica.  enn  su  mn}rÍsterio  inTalible,  nos  da  el  conocímien- 
lo  del  úoico  verdadero  Dios,  y  este  eouorimienlo  es  el  mñs 
tn»resario,  el  iii&n  precioso  y  la  mayor  luz  de  la  inlelif^ncia 
litimana.  Ella  nos  revela  lambi^m  que  el  hombre  viene  de 
lito*;,  que  va  á  Dios  y  que  debe  vivir  imitando  &  Oíos,  pk 
^ecir,  ensebo  »iobre  el  hombre  la  más  sublime  doctrina  que 
tiabfl  ímapinan  colocando  á  Dios  en  el  principio.  Dios  en  el 
fin  y  nins  en  el  nieilio.  AdernS.*^,  por  el  hnntismo  hace  al 
hombre  nada  ineno<i  que  hijo  do  Uíoa,  hermano  de  .lesucris- 
to  y  heredero  riel  reino  eterno.  jY  á  la  tfrlesia  Católica  que 
«niwAn  y  hace  IhIim  mn'/tiilirencias.  los  liberales  le  declaran 
I»  ^erra,  mo  &  nombre  de  Ir  gloría  de  Üun^,  tii  de  los  in- 
tff*rv.MeK  del  alma,  «inú  ¡quién  lo  creyera!  A  nombre  del  pro- 
KffrBo.  porque  ella  dejrrada  al  liombre!  ¿No  es  esto  una  wr- 
dnilrra  nbprraí-ii'iii'? 

íY  qnt''  ex  el  liberalismo?  ¿Qué  puede  hacer  y  qué  ha  be- 
Hto  en  favor  de  la  humanidad?  K\  liberalismo  en  teoría  uo 
fiti  ntm  cosa  que  la  ne^ci(^n.  y  eu  la  práctica,  la  abolición 
•Je  bt  soberanía  social  de  Jesncrislo.  Ks  la  descrtsliaiiiznción 
de  1»  sociedad,  en  decir,  lu  expulsión  complelu  del  principio 
divino  qiM»  desde  hace  die?.  y  nueve  siglos  viví  tica  al  genero 
humano.  Su  divisa  va  esta:  ile-ícalnlicemos  tos  pueblos  para 
rfvilir:irlo.(í.  j,(^)uién  no  ve  que  su  Iriunfo,  lejos  de  ser  uu 
progreso,  sería  el  más  prande  de  los  retrocesos,  porque  se- 
ría unii  vuelta  al  paganismo    y  sus  dejara darJoites?    Cuando 

Outnvu  AuH»tui*—   Ti-mo   tT  t 


—  130  - 

nosotros  ponlemplamos  la  guerra  A  muertp  que  el  paganismo 
declaró  al  cristianismo  en  8«  aparición,  justamente  nos  asom- 
bramos (le  la  t^e^uera  i)e  los  paganos.  Tenían  delante  de 
ellos  la  Iu2,  y  la  iHtehaüaban  para  qnedarse  eon  las  tinieblas. 
Sin  embar(ío.  ellos  no  conocían  por  experiencia  la  excelen- 
cia del  crislianistTio.  Mas.  prclemler  destruir  el  reitiailo  so- 
cial de  Jetmcrislo,  como  lo  hacen  los  liberales,  despnés  que 
el  mundo  lia  gozado  dnranle  tantos  siglos  de  smh  innume- 
ríibles  i'  imponderables  beneficios,  ¿no  es  una  reguera  ma- 
yor que  la  de  los  paganos? 

K\  liberalismo,  considerado  en  la  región  de  las  ¡deas,  na 
tiene  canda!  propio,  no  encierra  ningún  principio  nuevo,  no 
es  ttiks  que  una  negación  de  las  verdades  católicas  y  de  los 
derechos  de  la  Iglesia,  y  la  negación  es  la  nada.  Ue  aquí  se 
deduce  que  el  liberalismo,  como  elemento  social,  es  radical- 
nn^nle  nulo  ('  incapax  para  labrar  la  feli(^idu<l  y  la  ventnra 
de  los  pueblos.  Pues,  para  producir  algo,  primero  es  ne4'e- 
sario  existir,  y  el  liberalismo  no  tiene  una  existencia  positi- 
va. La  Cínica  fuerza  que  posee,  es  la  fuerzí»  de  que  están 
dotados  el  error  y  el  mal,  la  luerzu  de  la  tleslrucción,  cumo 
lo  maniliesta  su  propia  historia  compuesta  de  ruinas,  rlesde- 
la  Hevoinción  del  8ü  hasta  la  Comuna  de  París. 

nesgrariadamente  la  Kepóhlica  Argentina  se  halla  hoy 
día  dominada  por  el  liberalismo.  I^  Nación  es  crÍMiana, 
pero  el  Gobierno  actual,  traicionando  su  deber,  se  ha  con- 
vertido en  un  instrumento  del  lilieralismo;  é-  impulstido  por 
él,  haacunndido  la  insen.saln  cuanto  funesta  empi-esa  de  des- 
crisLiani/arla.  No  (-.(ndcnto  c(n)  haber  suprimido  en  loda  la 
República  la  libertad,  quiere  también  destruir  la  religiÓD, 
(¡uc  es  la  más  piectosa  herencia  que  nos  le^'aron  nuestros 
padres.  Felizmente  la  gravedad  de  semejante  peligro  ha  des- 
pertado al  pueblo  argentino  del  letargo  de  la  indiferencia  y 
le  bu  hecho  sentir  el  deber  de  ponerse  en  acción  para  sal- 
var su  fe.  y  con  su  fe  su  civilización,  su  propia  vida.  Desde 
luego  era  clar<i  (pie  una  restauración  cristiuna  es  la  fínica 
solución  de  lodos  los  problemas  que  entraña  la  situación 
presente  de  la  Hef)rd>IÍca.  El  Congreso  Católico  íu^  ronvo- 
ciidu  y  se  halhi  reunido  para  promover  esa  fgi'andiosa  res- 
touración  cristiana  y  argentina.  Ahora  bien,  señores:  ¿cuál  es 
el  medio  más  necesario  y  elicaz  para  restaurar  el  reinado- 
social  lie  Jesucristo?  Kúcil  es  saberlo. 


—  131 

El  reinado  socíiil  de  Jetiiicrisin  (Jppfnik*  de  la  íiiLpk''Í<1*i(1 
y  rtel  rigor  do  la  fe.  Aqii^l  no  pue<le  existir  kÍh  éslu,  y  á  atiilios 
le--í  corre  la  niisma  suerte  en  ta  práctica-  Cuando  la  fe  sufre 
menoscabo,  d  reinado  social  de  Jcsucrítito  padec«  detri- 
mento. Los  erroretc  de  los  tres  ijltitnos  KÍf^lus,  debilitando 
inmensaincule  la  fe  calólica,  preiwraron  IriKÍcamiínte  la  se- 
cularización de  las  soriedaderi  modernas.  E\  proletitaiitísmo. 
el  janKeniüino,  el  galicatiisrnOt  el  rcpaiisrno  y  el  enRielopedis- 
lo:  he  ahi,  ^«•ñon'ií.  los  precursores  del  lil)eralÍKmo.  Sin  es- 
leís precursores  iiidispensabies,  el  liberalismo  no  hiibíeru 
Iti'clio  nada,  y  lal  vez  ni  aun  hubiera  exiutído.  Coiiorido  el 
oriiaren  del  rnal.  queda  ifrualutente  couocido  ru  remedio.  Si  la 
Ktt;ularízaci«'in  de  la  Hoeieilud  lia  diniatiado  de  la  dÍRtninución 
r  oscureciiuieuto  de  la  doelrina  católica,  el  medio  para  res- 
taurar el  reinado  Hocial  de  Jesucristo  será  la  reslauracidii 
de  ella  en  (oda  su  integridad  y  lucidez.  Algunos  le  couee- 
dt*ji  po4M  importancia  ií  las  cnetitione!^  rloclrinalr»,  cuando  s« 
Irala  de  salvar  A  la  Patria;  más  semejantes  pci-stmas  si>  en- 
Uu  completamente.  Los  ideas  tienen  una  itifíueucia  deci- 

'^iva  en  )a  marcha  de  la  sociedad,  de  ellas  viene  el  impult^o 
que  produce  los  ocontecimienliw,  y  el  orden  social  no  es,  ni 
puede  ser  otra  co»a  que  un  reflejo  del  orden  intelectual.  Las 
restauraciones,  romo  las  revoluciones,  para  consumarse  en 
los  hechos,  es  preciso  que  antes  se  hayan  realizado  en  la 
rr^i5n  del  |K*tisamiento.  I'or  consiguiente,  para  restaurar  el 
reinado  social    de    Jesucristo,    nosotros  debemos   comenear 

||>  iiurar   la    doctrina   católica  en    toda   su    integridad. 

Sin  duda  ninguna,  seflores,  este  Congreso  no  es  un  Con* 
Mlio;  mas.  para  restablecer  entre  nosotros  la  pureza  de  la 
no  necesita  estar  invesUdo  de  autoridad  docente;  le  basta 
cumplir  su  deber  de  aceptar  con  profunda  sumisión  las  en- 
señauzatt  de  la  Iglesia.  Existe  por  fortuna  en  nuestra  época 
un  doi'umento  emanado  de  su  .Infe  infalihlc.  gloria  inmortU 
dp  Plu  W  y  terror  dt  los  lil>erales,  porque  es  !a  condena- 
c.>'iii  notemne  de  todos  los  erroi-tts  modernos  (pie  han  pro- 
ducido la  secularización  de  la  sociedad.  ¡Saludemos,  seflores. 
:;'  *  ■' :'>M/í,  la  antorcha  más  luciente  de  nuestro  siglo,  cuya 
■  h  mareó  la  ilecudencia  del  liberalismo  y  ihu^dió  los 
destinos  del  mundol  Al  mismo  tiempo  que  un  resumen  de 
loK  errores  modernos,  es  un  compendio  precioso  de  las  vei*^ 


^^á 


-  tai 


dades  antigua»  que  les  son  npue.staí};  y  siptido  una  jtlirma- 
ción  integra  de  la  doctrina  caUMíca  enfrente  de  la  itnpiednd 
liberal,  id  Syl¡ah¡iít  llera  en  rus  pliegues  la  reslaunieión  del 
reinado  social  de  Jesucristo,  por  cuya  razón  debe  ser  nues- 
tra l>and(Tii  en  la  nuble  Iiieliii  en  ipie  ruis  liall.'imos  enipe- 
Aados.  Aca»o  se  no»  dirñ:  ¿na  es  tin  desacierto  proponer 
que  enarbolemos  por  bandera  el  SifilahuM.  la  cosa  ni^  im- 
populai-  ilel  mundo?  ¿Quí^  pi-osHitos  vamos  á  recoger  con 
semejante  bandera?  No  deseono7.co  el  hecho  de  la  tnipopu- 
laridad  del  SifllabuH;  mas  porque  tmsta  su  nombre  para  ex- 
pilur  el  mlio  y  el  furor  de  nuestros  adversarios,  ¿serfu  esto 
inolivo  suliciente  para  que  uosolros  reneg:úranKis  de  él?  he 
niguna  manera,  sefiores.  El  Evangelio  también  pareciú  un 
escándalo  á  los  judíos  y  una  locura  A  los  gentiles,  jwla'iM 
quifieni  Hcomlaíitm.  Qmüibu»  ntiiem  MulUtiom.  A  pi'sar  de 
(•«lo,  San  Taldo  decía:  «No  me  avergfienzo  del  Evanifelio, 
poique  <!S  la  virtud  de  Dios,»  es  decir,  la  fuerza  que  salva 
al  inuodo:  ,Ví>«  entbesco  Ecntigelium;  vÍjíhh  lici  enini  cM  (í). 
Di^'auMKs,  pues,  ludos  y  cada  uno  de  nosotros;  uo  me  avcr- 
l^fAvm  del  Sffllabtts,  porque  es  el  instrumento  de  la  restau- 
ración del  reino  social  de  Jesucristo.  Añrinénioslo  intrépí- 
liainenle  desafiando  los  clamores  de  nuestros  arlversaríos. 
El  Sfflhhiis  es  la  verdad,  y  la  verdad,  dice  Tertuliano,  no  se 
avergüenza  sino  do  ser  escondida:  XiiiH  veritwt  prubescit.,  nisi 
soltíiuiuotio  ahnconfiÍ  (2)  (Mttf/  bien). 

La  adopción  del  Syllabiin  es  un  acto  de  fe  necesario  para 
el  éxito  de  nuestra  empresa,  puesto  que  toda  la  fuerza  del 
cristiano  reside  en  la  fe.  Sin  ella  nada  podemos  y  con  ella 
lo  podemos  todo,  según  la  palabra  de  Jesucristo;  omnia  pos- 
ttibiiht  siint  cre/ieuli  (^),  «todas  las  cosas  son  posibles  paia 
el  que  cree.»  SI,  seflores.  La  fe  es  la  fuerza  que  IrasjKirla 
las  montanas,  detiene  el  curso  de  los  torrentes,  ilumina  k  los 
ciegos.  L^ura  á  los  enfermos  y  resucita  á  los  muertos;  la  fe 
es  la  fuerza  que  en  otro  tiempo  triunfó  de  los  judíos,  do  los 
paganos,  de  Mahoma.  de  Lulero,  de  Vollaire,  y  al  presente 
puede  triunfar  de  tofios  los  lilipriiles  coaÜ^adns.  Arqnfme- 
des,  dice  Ijacordaire,  pedia  una  patanira  y  un  punto  de  apo- 


(1)  Rnm.  t.  1€. 

(2)  TortiiUnnft  Adtvraux,   l'ahut. 
(8)  Mnr,.  IX.  32. 


-  ia3  — 


yo  para  rriDover  el  inundo;  perú  en  su  época  esa  palanca  y 
fse  plinto  lie  apoyo  no  eran  roiiucídos  como  lo  «on  ahor.i: 
la  |>ali)iini  es  la  fe,  el  punió  de  apoyo  el  |nh>Iiu  fie  Ji.<*;ucriíi- 
lo.  (1).    iJpfatéKüH). 

LiL  impiedad  moderna  rontrii  Iq  cual  lenonotf  (|uc  lucbar 
eíí  radiral  y  uhsohiüi.  Klla  no  cohí^ííjIc  en  I4  nejíación  Ue  este 
ú  at]UL'l  dugiua,  situ't  en  la  ne^'uriún  de  Lodo»;  los  do};rnas.  Ká 
la  pura  incredulidad.  Para  i]ue  lu  rettítilencía  sen  proporcio- 
nada al  ataque,  á.  la  ne^ción  universal  debemos  oponer  una 
ufinoarión  lnl(*»fra  de  la  verdad  eati'iljra,  al  lilieralisuin  de- 
bemos oponerle  el  íy>¡WthHH,  á  la  ¡iicredulídad  lu  fe,  y  la  te 
Iriunrará  de  ella.  Cuando  Lucifer  se  reveló  eonlra  la  sobe- 
inla  de  Dios,  diciendo:  yo  seré  ^iemejante  al  Altísimo:^ 
'Situilii  ert»  Altitatittto,  i*l  ArcAn;*el  fiel,  jefe  de  las  milieias 
cclcsliales.  le  conteslü  intrépidamente:  «¿quién  eoinu  Dios?» 
ñQuiít  ul  DttiPt?  y  esta  paliibra  de  fe,  arrojada  al  rcHiro  su- 

¡rliin  lie  Síitnná,s,  bastó  para  preelpilnrle.  (-onio  el  rayo. 
'desde  las  alturas  tlel  Ciclo  Ii.ista  las  pnifuri'lldades  del  abis- 
mo. (ÁplauauHi. 

El  liberalismo  dice  también:  os  cicito  que  el  ealolicíümu 
r'-i'-"'  .il  mundo;  pero  ya  eslú  decrépito,  sus  fuerzas  eslAn 
\.  s  su  maravillosa  fecundidad  se    ha    agotado  con  el 

Imnseurso  de  los  siglos  y  no  put'de  Halísfacer  las  nuevas 
jperesidades  de  las  sociedades  ninderniis;  ya  ba  pasado  su 
lientpo  y  ba  tle^atlo  el  mío.  A  mí  me  corresponde  reempla- 
zarle en  la  direceián  del  mundo  y  haré  prodigios  inauditos. 
Yo  sen'*  iiemejanlc  al  catolicismo.  Ya  sabemos,  se&ores,  la 
reapue.-íla  victoriosa  <lel  Arcáoftel:  contcstéiniRíle  valerosamen- 
le  ul  lit>eraltHino:  ¿yuli?n  como  la  Ij^lesia  Católica'.*  ¿yuií'u 
eomo  JesucrisloT  Y  el  libi^ralismo,  como  el  &n^l  rebelde, 
caerA  derrüíado  por  esta  palabra  de  luz.  /.If»»»/  bien). 

Así  como  nuestra  fuerza  reside  en  ta  fe,  la  del  liberalismo 
reside  en  la  iguoracia  qUíí  reina  en  nuestra  ípoca  en  ma- 
terias* r«li];Ío«as.  Auuqnc  parezca  extraño,  la  verdad  es  que 
t"  '  .'lo  lie  las  luces,  él  del»e  .'íu  inmenso  crecimiento  ¿  la 
i^  !  ja  de  las  clases  ilustradas.  ÜÍ<i  sobre  este  punto  mía 

|ulabra  autorizarla.  U>s  Pndados  de  la  provincia  eclesiásti- 
ca de  Hur^.s  decían,  liare  poco,  en  un  solemne  iloL-umenlo: 
«  La  primera  causa  de  este  funesto  desarrollo  es  la  ignoran- 


(t)  Liir«(v1«{iv,   tianffttatia» . 


—  (34  — 


cía  que  se  palpa  en  malerJas  religiosa».  Nu  se  ignoran  so- 
lamente los  puntos  delicados  y  útiles  de  la  doctrina  cristiana, 
siná  las  vt^rdadcs  ruiidainrntalos,  cuyu  conocimiento  es  ne- 
cesario «1  cristianu.  Y  no  se  crea  que  esta  ignorancia  se 
halla  encerrada  eii  estrechos  Ütnítes:  se  encuentra  por  des- 
gracia en  personas  que  pertenecen  á  todas  tas  clases  socia- 
les. Hombres  públicos.  Jurisconsultos  de  ñola.,  escritores, 
publicistas,  personas  de  ^ran  posición  é  influencia,  ignoran 
á  veces  loa  dogmas  elementales  de  la  fe  cristiana.  Se  ignora 
iquién  lo  creería!  hasta  el  Catecismo,  que  es  el  resumen  más 
breve  y  popular  de  la  doctrina  que  se  dignó  el  SeAor  reve- 
larnos, para  que  nos  sirviese  de  guía  en  la  con(|uista  del 
Cielo.  Puede  además  ascgin-arse  que  apenas  habrá  quien 
conüxca  la  Religión  entre  cuantos  la  combaten;  <le  forma 
que  ahora,  n(ini<i  en  tiempo  de  Tertuliano,  podemos  decir 
que  la  fe  cristiana  quiere  y  demanda  que  no  se  la  condene 
sin  oiría.  ¡Qué  dolor!  Hombres  hay  que  afanan  y«  como  dice 
San  Aguslín,  se  desvanecen  y  consumen  por  estudiar  una 
flor,  un  hilo  de  hierba,  un  insecto,  y  que  descuidan,  sí  no 
desdefian,  aprender  las  verdades  necesarias  acerca  de  Dios, 
de  la  criatura  y  del  Mediador.  Todo  lo  estudian,  excepto  la 
religión;  lodo  lo  quieren  saber,  menos  el  Catecismo».  (Car- 
ta Pnatoral  sobre  los  graven  jieligrotí  de  la  ípocn  nc/tmf  y  *«» 
medios  de  evitarlos). 

A  consecuencia  de  esta  general  igiuirancia  en  materias 
religiosas,  sucede  (|ue  los  católicos  carecen  de  energía  para 
reeistír  á  la  impiedad  liberal  y  aun  aceptan  inconsciente- 
meóte  los  errores  liberales.  Ella  es  la  causa  que  sostiene 
el  lit>eralÍsmo;  y  siendo  esto  asf.  sí  queremos  extirpar  el  li- 
beralismo, es  preciso  atacarlo  en  su  causa,  por  media  de  la 
enseñanza  católica.  De  aquf  prnvietu!  la  suprema  necesidad 
de  restablecer  la  autoridad  que  en  el  régimen  de  la  eiise- 
fiaiiza  i)(íhlica  de  la  juventud  corresponde  á  la  Iglesia  por 
derecho,  de  asegurar  á  los  católicos  la  libertad  de  enseñan?^ 
secundaria  y  superior,  y  de  fumlar  una  Universidad  Católica 
investida  con  el  poder  de  conferir  grailos  acadí^micos  en  to- 
das las  facultades  y  en  la  cual  se  enseñe  la  iloctrina  orto- 
doxa en  toda  su  integridad  y  amplitud,  como  lo  han  hecho 
recientemenic  nuestros  hermanos  de  Francia,  de  la  Banda 
Oriental  y  de  Colombia.  En  semejante  situación,  este  Con- 
greso debe,  por  lo  meuos,  excitar  á  los  católicos  que  por  sus 


-  135  - 

Tualidades  personales  y  su  posición  social  gozan  de  influen- 
cia eu  la  üpiíijóri  pública  y  en  üI  Gubierno,  &  pnntT  vn  cjer- 
«icio  lodos  los  recorte»  legales  y  propios,  para  recu[>crar  la 
iulervención  de  la  I^ilesia  en  la  enseñanza  de  la  juventud,  y 
aKejíurnr  ron  íjarantlns  suHcientes  y  en  toda  su  legítima  ex- 
teiL'iión  la  libertad  de  la  enscAanxa  secundaría  y  superior. 
Estando  aclualniente  nuestras  dos  universidades  nacionales, 
la  de  Córdoba  y  la  do  Buenos  Aires,  dominadas  por  el  ti 
iKralismo,  la  fundación  de  una  Univentidad  Católica  se  im 
poiif  r.un  li>ila  la  fuerza  de  un  rletier.  ¿Y  quiéii  duda  que 
«i  todos  los  católicos  de  la  República  se  dieran  cuenta  de 
C8te  rieber  y  unieran  sus  esfuerzos,  les  sobrarían  elementos 
para  ciimplirlof  lnvoi|ueiitos.  pue«.  con  este  objeto,  desde 
«I  recinto  de  esta  iluslre  Asamblea,  la  fe  y  el  palriotismo  de 
ios  ai'geutinus,  y  tal  vez  dentro  de  poro  veremos  levantarse 
«otre  nosotros  una  Universidad  Católica,  destinada  á  salvar 
A  la  Nación  de  lus  pelr^ius  del  presente  y  á  ejercer  una  íii- 
fluoneia  saludable  y  decisiva  en  su  porvenir.  (ApfaHHOH), 

Mientras  tanto,  es  urgente  promover  el  conocimiento  y  la 
difusión  de  la  doctrina  del  Si/llab»H,  t\uc  es  untldntu  contra 
los  errores  liberales.  Las  asociaciones  católicas  de  la  Repú- 
blica, entre  cuyos  principales  fínes  figura  la  projtaganda  ca- 
lÓlica,  SOI)  las  llamadas  fi  desempeñar  esta  obra  fecunda  y 
luminosa,  las  cuales  podrán  veritícarla.  ora  por  medio  de 
lecturas,  ora  por  medio  de  comentarios  y  de  confcrennias 
que  versen  sobre  el  S^Habitti. 

Im  enseñanza,  sefiores,  es  el  medio  m&s  eñciiz  para  arrai- 
gar en  el  hombre  el  principio  religioso.  ■La  fe,  dice  San  Pa- 
blo, vieue  por  el  oído,  y  el  oído  por  la  palabra  de  Dios  ■: 
FiHen  fT  autlUH,  nufiifns  nuiem /tnr  rarhutii  Chrixti.  (I  I  Y  aun- 
que esla-s  palabras  se  refiitren  propíameule  á  la  predicación 
evangélica,  guardada  la  debida  proporción,  pueden  aplicarse 
también  á  la  propaganda  católica  beolia  por  los  simples  fío- 
íes  y  A  la  ensefianza  que  se  da  en  los  colegios  y  nniversi- 
^Jades.  Por  donde  se  ve  que  la  adopción  y  la  propagación  del 
SjfUahuB,  la  intervención  de  la  Iglesia  en  la  ensefíanza  pú- 
blica de  la  juventud,  la  libertad  de  la  enseHanza  secunda- 
ria y  superitir  y  la  futitiación  de  la  Universidad  Católica 
que  tengo  el  honor  de  proponeros,  son  los  medios  m&s  efi- 


\l!  lUjin.  X,  17. 


—  i30  — 


iiacL's  pura  ruilicar  y  rurUIcci^T  el  pi'incipio  religioso  i-n  el 
iiidividuu.  Y  uiiu  vez  tjuc  se  tiaya  cuimej^uiílu  arraigar  pro- 
funda y  vigorosanierite  f^l  principio  religioso  eu  el  individuo, 
él  mismo,  por  un  inoviiiJÍeiitu  propio  y  eüpoiitáueo,  din  (|ue 
ninguna  tuerca  pueda  impedirlo,  pasará  tlel  individuo  &  la 
lojuiUa  y  á  lu  sociedad,  y  servirá  de  base  ¿  la  política;  por- 
que liada  hay  en  el  mundo  más  ex^iausivu  que  el  principia 
religioso.  (A/ituiinos.j  K\  niísmo  Jesucristo  expresó  hcllaincnle 
esta  tuerza  expansiva  de  la  lelígióii  con  la  parábola  de  la 
levadura  <|Ue  Hunenta  toda  la  musa^  y  la  del  grano  de  uioü- 
ta7.n,  que  os  la  más  pequefiu  de  las  símienles,  y  luego  se 
eonviertCjen  la  más  ^ande  <le  las  plantas.  La  religión  do- 
mina al  hombre  por  completo,  abarca  y  llena  au  Juteli- 
gencía  y  ku  cora:¿ón,  es  el  alma  de  un  alma.  Cuando  eUa 
anima  y  alíenla  con  su  soplo  divino  á  los  ciudadanos  de 
un  pueblo,  uecesariamenle  llega  á  ser  (arabién  el  primer  mo- 
tor* el  meiui  ayitat  tnoieiu  del  Kstado.  Todu  el  trab^o  está. 
en  arraigarla  en  el  corazón  del  hombre:  su  imperio  en  la 
sociedail  es  mía  consecuencia  natural  de  su  imperio  cu  lus 
corazones.  (l*rolonyaílon  aiAnusos). 

Marchemos,  pues,  íjeñores,  sin  miedo  y  sin  indecisiones  á 
la  coiu|UÍísta  del  reinado  social  de  Jesucríslo.  eimrbolando 
por  bandera  el  SyUahm,  que  es  una  profesión  de  fe,  el  sím- 
bolo propio  de  los  calólicos  del  siglo  xix.  Nuestro  doble 
carácter  de  cristianos  y  de  ciudadanos  nos  impone  esta  obli- 
gación. Hacer  reinar  á  Jesucristo  en  La  tierra  en  nosolroü 
y  por  medio  de  nosotros,  para  merecer  reinar  con  él  on  el 
Cielo:  tal  es  el  deber  de  los  cristianos.  Y  si  la  i'utria  se  en- 
ferma y  muere  inraliblemenle  cuando  le  falta  la  verdad  ca- 
tólica, lodo  ciudadano,  posponiendo  sus  comodidades  y  ven- 
tajas, á  costa  de  grandes  sacrificios  y  aun  de  su  misma  vida, 
eslA  obligado  á  procurarle  ese  alimento  divino.  jAdelante 
siemprel  No  nos  detengamos  á  ver  cuáiitos  somos;  para  lu- 
char (i  la  sombra  di;  la  Cru^  no  tenernos  necesidad  de  con- 
tamos. Gn  los  combates  que  se  libran  por  la  fe,  la  victoria 
está  prometida,  no  ul  número  de  los  batallones,  slnó  al  es- 
laudarle.  (Proioiti/aiiofi  t/  reyelidoa  apUnwosj. 


Ot»cur«o  del  doctor  Emilio  Lumarca.  da  la  MSion  del  2tl  de  Agoelo 
d«  1884  en  el  Congreso  Católico,  sobre  la  conveolenciQ  de  la 
anión  política  de  los  católicos  de  la  República. 

JtttHtríifimo  «rñor; 
Srüoren; 

La  ulÍ:ui/H  [lulítira  i\v  Iuh  i-^Lólicns  ar^MiL¡iia!<  t:ii  (Ick-n^a 
de  la  relit^iúii  y  üe  las  k'ycs  fuiídauíeiilales  de  su  Patria,  ln 
encaruaciúii  ilc  esa  idea  ea  uu  cuerpo  que  la  lleve  adelante 
con  ener^'íl^  persiguiendo  animosa  ('■  ¡nfalitniblíMnriit»'  Ihh  nu- 
bles prupósilus  .faiiríüitadutí  en  ruta  digufsiina  Asamblea,  es 
el  lema  trascendenlJil  que  me  cabe  la  lionrii  de  dí*sarmllar 
ante  vosúlros. 

No  ere»  iH|uivu(;aniie  al  sentar  <|Uf  esii  alianui  fiicit>rra 
la  Muriia  üe  lus  trabajos  de  este  Cun^trcso.  tilla  es,  e»  cfedo, 
la  nota  einiueute,  laidas  veces  aplaudida  en  este  recinto:  es 
la  conseeuent'ia  lógica  de  nuestros  aetos  y  tb*  nuestros  anlie- 
loít,  como  bijos  tiejefi  á  la  Iglesia;  es.  por  ftii.  ft]  triunfo  de 
nuestrtis  etífuerzos  y  la  realización  de  nuesli-aK  más  puraH 
ambicioues.  coiuo  ciudadanos  de  esta  República. 

Lus  ditíi'ursos  basta  aipif  pninunriadris  me  st^ralan  el  rumba 
que  debo  seguir;  y  mv  estimula  la  conHauza  de  que  lo.srtii>- 
4:eplos,  que  someteré  á  vuestra  consideración,  no  son  niás 
que  un  corolario,  tina  aplicación  general  y  prAetica  dp  vues- 
trait  proj)Íatí  i<anctoues. 

He  vacilado,  siu  embargo,  antes  de  decidirme  k  aliordar 
materia  de  tanta  entidad,  en  presencia  de  los  hombres  de 
mi  p:iis  &  quiem*s  míts  respeto,  Rea  |H)r  la  alta  dignidad 
cclesiástita  que  invisten  ó  por  sus  meritorios  anteeedenb-s 
en  U  vida  pública,  sea  por  la  virtud  y  la  experiencia,  la  llu»- 
Lrución  y  el  laleiito  que  reconozco  y  admiro  en  los  que  lian 
Kídü  y  son  mi$  verdaderos  maestros  en  las  aulas  y  en  las 
letras,  eu  la  prenMt  y  en  el  foro,  y  en  todo  lo  que  mnMi- 
luye  la  existencia  activa  y  generosa  del  patrióla  y  dH  cris- 
tiano. 

He  trepidado  también  al  pensar  la  magnitud  y  la  impor- 
tancia  de  un  asunto  que  bien  merece    la  olncuericiu  de  un 


m 


-    138  — 


orador  inK¡jíii(\  iim*  requiere  el  elevado  criterio  drl  filósofo, 
y  exige  \o  prudencia   del   hombre   de  Estado. 

Ctial<|iii)'ra  de  e.slas  retlexíoiieH  hubiera  ])a!4ta(lo  para  arre- 
drarme si  (lu  me  impulsara  el  cumpliinieiitn  de  un  (lelK*r, 
ai  lio  tuviera  fe  eu  la  gran  cuuna  que  iius  ha  reunido  y  á  la 
cual  pertenezco  con  todo  iiti  »6r  y  con  toda  nii  atina.  Hablo, 
pues,  porque  creo.  Y  escrito  está  que  nunca  ha  de  fultai 
la  palabra  para  la  defensa  de  esa  verdad  que  tuvo  cuatro 
mil  aQos  de  promesa,  y  que  lleva  dos  mil  de  victoria. 
{ApinuMiH). 

Señores:  el  si^jlo  xrx  llepa  A  viejo,  después  de  una  bií- 
Uaute  carrera  de  projireso  material:  mAs  no  e^lA  saUsfechu 
con  sus  hadarías.  (•!!.  romo  ninguno,  ha  dado  vuelo  al  co- 
mercio y  al  tráfico,  fomentado  el  espíritu  de  emjiresa  y  de 
esperntaeirtn,  mnltiplieado  las  invpneíoneí<  y  los  descubri- 
mientos cieatílicos,  abierto  istmos,  ligado  océanos,  puesto  al 
habla  continentes,  vencido  los  obstáculos  de  tiempo  y  pm- 
pacio  por  medio  del  vapor  y  de  la  electricidad,  cenluplicadn 
los  capitales  con  la  expansión  del  crédito  y  arrancado  á 
bis  industrius  tantas,  tan  variadas  y  tan  inmensas  riquezas. 
Empero  el  Creso  de  los  siglos,  no  obstante  los  vicios  y  de- 
fectos de  su  positivismo,  se  detiene  en  medio  de  su  verti- 
ginosa actividad,  como  si  sus  tesoros  no  lo  contentaran,  como 
sí  quisiera  reflexionar,  como  si  deseara  dedicar  los  afios  de 
su  vejez  al  trabajo  intelectual  que  demandan  los  problemas 
sociales  y  jurídicos.  las  ruestiones  religiosas  y  políticas. 

IjB  fielíre  pi>r  hacer  fortuna  y  el  industrialismo  th.  nues- 
tra época  han  sido  condenados  como  fases  desagradables 
del  progreso,  como  un  estado  (pie  tío  puede  ser  su  tipo  de- 
finitivo, como  algo  que  sólo  podría  satisfacer  A  espíritus 
groseros.  En  ello  están  de  acuerdo  bombr-CH  de  muy  distin- 
tas nacionalidades,  educación  y  creencias.  Un  prelado  ar- 
genlinn,  hijo  ilustre  de  la  Orden  de  San  Francisco,  Fray 
Mamerto  Ksquiú.  nn  envidia  para  su  país  la  labor  febril  ile 
los  pueblos  maimfactureros,  con  todas  sus  miserias  y  sus 
grandezas.  Im  economista  inglés,  famoso  defensor  de  la  es- 
cuela utilitaria,  Stuart  MílI.  tampoco  encuentra  allí  un  estado 
social  (jup  halague  á  los  filántropos  del  porvenir,  y  se  ma- 
nifiesta indiferente  para  con  esa  especie  de  progreso  econó- 
mico de  que  se  felicitan  los  polfti<-os  vulgares:  el  progreso 
de  la  producción  y  de  la  suma  de  capitales. 


—  i:w 


Los  príncipioíi  y  los  lierhus  mismos  Jufltifiran  eslas  apre- 
cÍHciones.  Tanto  en  el  Viejo  como  en  el  Nuevo  Mundo,  los 
inimos  »e  preo<:u|>an  de  cuestiones  cMimplejas,  cuya  «uliirión 
no  la  dan  ni  la  Eeoaoinfa  Política  ni  las  Finanzas.  Kn  Ilu- 
bU  se  agila  el  nihilismo  amenazundu  hacer  tabla  rasa  de 
todas  las  ínstiluciones  del  Imperio;  en  AJeiuania,  el  socia- 
lismo y  el  KHÜurkampf  hacen  la  grnerra  í\  ÜÍos  y  ík  la  socie- 
dad; en  Italia,  e]  soctarií:nio  mazziniano  y  garibaldíno  ama^a 
á  la  Monarqui»,  persii^e  al  Püiitíficadn  y  á  la  Iglesia,  so- 
foca libertades  y  oprime  las  conciencias;  en  Francia^  la  Re- 
volución haf.e  pstrafíds,  rlcscrislianiza.  expulsa  (Vtieiu'H  reli- 
giosas y  se  empeña  en  llevar  á  cabo  el  prognitna  volteriano 
que  Lanías  veces  la  ha  conducido  á  la  Comuna,  que  tantos 
horrores,  tantas  lá^imas,  tanta  sangre  le  ha  costado;  en  los 
E^tndos  Unidos  se  han  producido  las  huelgas  promovidos 
por  ia  InU'niacional,  con  más  itttrnsidad  y  extiinsión  tjue  i*ii 
Ui  Inglaterra  misma,  y  los  rat45lícos  luchan  con  centenares 
df  sectas  i|ue  sostieTien  vivas  y  ardientes  controversias  reli- 
giosas, mientras  que  en  la  América  del  .Sud,  la  liga  anticrii»- 
tiana  extiende  sua  redes  por  todas  partes;  se  presenta  en  el 
Brasil  viciando  ó  minando  las  instituciones  más  sa^^adas, 
encarcela  Obispos  y  deja  á  los  fieles  sin  pastore*;  apareen 
en  Ch¡h>  riMnpiendi)  rflaciones  vm\  la  rianla  Seile,  i>cha  por 
(ierra  las  grandes  (radícionos  nacionales  para  remedar  en 
todo  al  {aicütwo  hancés.  hasta  relajar  los  vhiculos  conyu- 
gales cnn  el  matrimonio  civil  y  declararse  nncmiga  de  Je- 
sucristo; y  en  el  Perú  como  eti  Colombia,  en  el  Uruguay 
como  en  la  República  Arj^tMilina,  se  han  suscitado  los  mis- 
mas rneisliones  del  Estado  ateo,  de  la  escuela  sin  Dios,  del 
concubinato  legal,  de  la  separación  de  la  Iglesia  y  demás 
proposiciones  que  constituyen  el  plan  subversivo.  (AfMtwírow 
de  aproftacümi. 

El  escándalo  lo  dio  primero  la  Europa:  es  cierto;  pero, 
nos  lo  han  importado,  y  lo  hemos  hecho  nuestro.  No  hay 
en  la  historia  grandes  movimientos  revolucionarios  que  no 
alcancen  mucho  más  allá  del  centro  en  que  se  iniciaron. 
El  incendio  se  declaró  en  Francia,  y  de  allí  se  propagó  & 
todos  los  Estados.  Arrojada  la  piedra  en  medio  de  aguas 
tranquilas,  la  agitación  de  éstas  se  extiende  en  círculos  ondu- 
lantes que  se  reproducen  y  amplían  hasta  llc^r  á  la  orilla. 
I«a  agitación  ha  lleí;ado  hasta    ncísotros,    y   nos  a|>erc¡h¡miis 


-  no  — 

[HP  p1  RÍpIft  XIX,  (ir  MIS  úllímos  aflos,  se  dejarii  absor- 
ber por  In  lucha  ác  carácler  universal,  Irahada  entro  *•!  ps- 
pfnla  do  rebelión  y  el  principio  (k  autoridad  divjri».  entre 
la  ineredtiliüail  y  la    fe. 

El  ataque  llevado  A  nuestras  convinciom^s  revelará  su  vi- 
talidad y  su  solidez,  ruuiu  también  la  furlalezu  du  sus  defen- 
sores; y,  sí  bien  no  podemos  dudar  del  triunfo  de  Ui  l^eiiia, 
deber  nuestro  os  prepararnos  para  aquella  lurha  en  el  orden 
religioso,  eii  el  orden  soí^ial  y  en  e!  orden  polílieo.  Ccm 
este  fín  se  ba  reunido  el  primer  Conpreso  de  Católicos  Ar- 
gentinos. 

¿Qué  nos  faltiL,  y  cuáles  son  los  medios  para  vencer,  á  lln 
de  instaurarlo  todo  en  Cristo? 

Tenemos  que  principiar.  He^t'in  lo  liabais  ítaneionado,  por 
trabajar  para  que  todos  vuelvan  S  la  profesión  y  la  prielíca 
íulegrüH  fie  nneslrii  fe  relijíiosa.  Así  combatiremos  la  indife- 
rencia en  los  linos,  sacudiremos  la  Inercia  en  los  otros  y 
abuyentarenios  esa  apatía  que  paret'.e  alroüar  secciones  en- 
teras de  nuestro  cuerpo  social.  Reforíiiadas  las  costumbres, 
ellas  nos  darán  una  libertad  que  las  leyes  no  garaiden  por 
sf  solas.  Kk  menester  no  titubear:  acabemos  de  quemar  las 
naves  que  no  pueden  conducirnos  á  puerto  de  salud,  y  cuya 
existencia  no  hace  sino  enervar  nuestra  acción  con  ilusiones 
y  vanas  esperanzas.  Fuerza  es  obviar  compromisos  insos- 
tenibles (|uc  á  nada  conducen;  porque  urge  concluir  con 
toda  disidencia  entre  catriÜeos,  á  fín  de  que  nada  nos  impida 
despertai'  del  todo  al  espíritu  de  sacrificio  y  de  lucha.  Forma- 
mos parle  de  la  Iglesia  militante^  y  es  necesario  que  imitemos 
al  pueblo  elegido  (|ue  sabía  levantarse  «como  un  sólo  hom- 
bre- 0)  cuando  veía  petigiar  las  libertades  pfiblicaK  y  el 
sagrado  depósito  del  Arca.  <A¡ilaitMOít), 

Los  católicos  argentinos  no  forman  uu  partido:  son  la 
inmensa  mayüría  de  la  Nación,  la  que  ba  sido  desconocida  y 
burlada  por  un  enemigo  que  obedece  á  un  sistema  y  k  una 
consigna,  como  ligado  por  un  juramento,  y  cuya  pequefia  fa- 
lange, disciplinada  y  compacta,  ha  usurpado  loe  derechos  que 
le  abandonara  nuestra  inaerión  y  nuestra  incuria.  (tMuybieUf 
muif  hirtí!) 

Gl  ateniense  prohibía  á  sus  hijos  la  neutralidad  en  bisgne- 


(1}  Rryefl.  XI  T. 


Ul  — 


rras  oMIaa  6  extt-aujeras.  Kl  cristiano,  so  pena  du  cnliiinlfa, 
tui  puede  iJcr  monos  quo  m]ii61,  y  clojar  de  lomar  parte  en 
e«c  L'OiitlKiUt  pt-riuaiicMile  del  eirur  y  do  la  verdad.  ¡'J  que  no 
wl/i  eon  Criitto.  enla  rantrn  Ei  {\).  fin  e-sla  caiiHa  no  liay  tér- 
minos medios  r>i  subterfugios:  lodod  leñemos  i^ue  militar  de 
un  lado  ó  de  olro.  No  hay  debilidad  que  excuse:  lodos  deben 
llevar  su  piedra  para  la  ilefen.-ta  de  la  Iglesia  y  de  la  Patria, 
como  en  las  ciudades  sitiadas  se  ve  acudir  ¿  las  mnrallaít 
liíista  i;is  niujeres  y  los  niAns.  Kn  Gartaf?o,  las  hijas  del  pa- 
gani^íino  «.-orlüban  sus  cabelleras  para  hacer  cuerdas  A  los 
arcos  de  »us  héroes;  en  ISOK  las  ini^ere-s  espaüola!;:  peleaban 
contra  el  invasor,  y  el  nombre  de  A;^ustitia  de  Aragón  ha  pa- 
gado á  la  posteridad;  y  en  la  heroica  dcrensa  de  Buenos  Aires, 
las  hijas  de  esta  ciudad  convirtieron  cada  nasa  en  una  Torta- 
Icxa,  desde    la   cu¿l   arrojaban  piedras   y  agua  hirviendo  al 

jUJerr.ito  britátiíco.  Entre  tanto,  Carla'^o,  Zara<;oza  y  Buenos 
Aires  no  han  encerrado  ni  encierran  la  síntesis  de  la  civi- 
lización, mientras  que  la  reli^ón  católica  es  su  mAs  sublime 
expresión.  Su  defensa  es,  por  cnnsi;íuiente,  la  defensa  de 
nuef»tro  mayor  tesoro,  es  la  prenda  de  uue'slras  libertades,  es 
la  garantía  de  nuestra  .salud  presente  y  futura. 

¿Góino  no  hac«r  entonces  por  ella,  cuando  menos,  lo  que 
hieieron  nuestros  aidecesorcs  por  la  PatiiaY 

¿Cómo  nmcfíar  de  tan  jrlori<»sos  antecedentes  pormanecien* 
do  entre  esas  tristes  almaK  de  que  habla  Dante,  que  yacen 
Kumer';ídaH  en  los  limbos  de  la  duda  y  de  la  indiferencia, 
igualmente  odiosas  A  Dios  y  A   sus  enemigos? 

Lu  abstención  no  tiene  ya  ni  sombra  de  excnsa.  Si  momcntu 
hubo  en  que  pudimos  dudar  de  la  bondad  y  de  la  rectitud  de 
nuestros  actos  y  en  que  suriíieran  varilaciones  acerca  de  la 
prudencia  y  aun  di'  la  justicia  de  nuestros  propósílos,— por 
cuanto  la  voz  del  Episcopado  Argentino  no  se  había  dejado 
oír, — hoy  han   pasado  esos  días  de   penosa  meditación  paní 

¡nuestros  fVclados,  de  an;nislioso  silencio  para  nosíitros.  Nues- 
ros  Obispos  nos  acompañan;  etlo.s  iius  alientan   y  nos  ben- 
dicen; nos  «predican  la  palabra,  nos  instan  á  tiempo   y  en 

bloda  ocasión,  nos  ruegan  y  amonestan  con  toda  paciencia  y 

^biduría;  porque  vendrá  (lempo  en  ({ue  los  honibres  no  8U- 
frírán  la  sana  doctrina,  antes  amontonarán  maestros  confor- 


(I)  Mnl,  Xtl,  30. 


14í2  - 


nK'K  4  sus  (iPBeoH»,  y  (pifi  rei^ponilun  á  todas  las  novedades 
y  á  todos  l()s  caprichos,  (jue  inanejt'ii  hlandameiite  las  pa&ío- 
neti,  las  halaguen  y  contenten,  «y  apartarán  Iob  oftloB  déla 
Ví-rdad  y  los  aplicni-án  A  fábulas»  (l|,  Nuestros  arriados  hoy 
nos  ruegan,  por  el  nombro  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  que 
Indos  tf>n^:anios  un  mismo  Uniguaje,  que  no  hnya  divisiones 
i'iilre  nosotros,  que  seamos  perferlos  en  un  mismo  ánimo  y 
en  un  mismo  parecer  (á). 

lY  cómo  nu  anlielur.  señ:tres,  que  tm  haya  cismas,  ni  am- 
biciones personales,  ni  partidos  entre  nosotros  y  que,  por  el 
rorilraríu.  pnireilam<is  r<m  un  inisnin  nmdo  de  pensar,  vincu- 
lados por  estrecho  lazo  rralemal,  unidos  como  deben  estar  los 
miembros  <le  un  mismo  cuerpo  que  anima  un  sol»  y  mismo 
pspírhulí 

i\o  desconozco  los  foriiiidableí^  obstáculos  que  se  levan- 
lan  para  ot>struÍr  nuesiro  paso  hacia  este  grandioso  resul- 
tado; pero  tampoco  atnenguo  la  te  que  ha  de  renovarlos,  al 
ver  en  cuan  i>oco  tiemfio  hemos  dado  un  paso  di>  gigante 
íjue  en  otras  naciones  lia  re(|uerÍ(Io  años  de  trabajos  pre|>a- 
ratorios. 

A  la  convocatoria  de  esta  Asamblea  ha  i*e8pondí<lo  eu  bre- 
ves  días  toda  la  República;  porque  ha  visto  claramente  que 
la  opresión  política  daba  la  mano  á  la  persecución  religio- 
sa, y  no  podia  ocultársele  que  lodo  el  mal  proviene  de  ba- 
ber  permitido  que  los  Poderes  del  Estado  cayesen  en  manos 
del  liberalismo,  que  grita  libertad  cuando  está  forjando  ca- 
denas. 

Los  católicos  parecfan  haber  olvidado  que  la  religión  es  la 
base  esencial  de  nuestra  sociabilidad,  y  prescindían  de  la  vida 
pública  ú  pesar  ile  que  nuestra  prensa  les  anunciara  lo  que 
está  pesando. 

Y  nada  era  que  abandonasen  la  política  á  l(»s  que  la  defien- 
den como  buena  presa  y  la  explotan  como  una  industria; 
mas  esta  abstención  ó  prescindencía,  ípie  jamás  pudo  ser  lau- 
dable, asumía  las  proporciones  ile  grave  culpa  des<le  que 
trajera  como  consecuencia  el  sacrificio  de  la  escuela  cristiana 
y  de  la  causa,  hoy  más  que  nunca  indivisa,  de  la  religión  y 
de  la  Palria.  f Aplatmoft). 


(1)  2.  Tlm.  IV,  á,  4. 

(2)  I.  Cor.  1,  10. 


-  143  - 


Si  perinilímos  que  el  error  contiuúe  encaniúndoiie  en  las 
riVmiiliis  le|j;alps  y  en  la»  prácticas  udininíslrnlivaR.  penetra- 
rá en  los  í»s|>írilns,  á  If'Tmiiius  de  sít  poen  menos  que  imposi- 
bli'  extirparlo.  Y  el  mayor  iwlign»  de  nuestra  f'piHta  es  ese 
iiidiferenlisino  y  e^as  tLMidencías  laliluiltiiaríuK  (tietiunciatlus 
en  el  lerrer  párrafo  del  SffíUibuní  que  han  pa-sado  de  Ja  es- 
fera de  las  idcir;  y  de  las  teorías  al  dominio  de  las  lejes  y 
de  ios  liedlos.  f.Vwí*xí(YTx  fie  aprohnciónj.  Comprender  lodo 
esto,  y  todavía  nu  apresurartu  á  ejecutar  las  medíilas  que  tan 
iniíteriosninenle  reclama  la  precaria  sttuaoif'in  en  que  nos 
encontramos,  es  aclo  inconcebíhle  en  hombres  que  eonJlesan 
á  Críalo:  es  resipiiarse  al  menospreein  de  Iok  adverHarios,  y 
a  TÍO  levantar  la  frente  entre  los  propios,  por  llevar  en  ella 
el^psü^oiii  de  la  ii)e|)oia  6  de  la  aposlasfa.  iHrattdeH  aplanimH}. 

Los  (*rey^lnl(^s  ipie  dcs'.Nin  resgimidar  sus  creencias  contra 
los  desmanes  de  una  minoría  audaz,  los  hombres  recios  que 
solirilan  el  prednniinio  de  la  verdad  r  de  los  buenos  princi- 
pios, eslAn  en  el  deber  de  «iesplegíar.  por  lo  menos,  la  misma 
antividail  y  nníVín  de  esfuc^rzns  de  que  da  pruebas  el  <>nemi- 
^  eu  todas  sus  maquinaciones,  en  todas  sus  sorpresas  y  en 
Imlijs  SU&  campa  ñus. 

Nosotros  no  podemos  eludir  la  acción,  ní  callar,  sino  cuando 
id  «rror  calle.  Éítte,  lejos  de  fardar  silencio,  habla  por  los 
úr;;anr*s  oficiales  y  por  la  prensa  anlicatóliiM:  <levora  el  oro 
del  públíctt,  como  el  engañoso  crisol  del  alquimisla,  y  en  cam- 
bio le  devuelve  la  escoria.  El  error  se  levanta  con  la  frente 
erguida  en  los  Parlamentos,  se  ensoberbece  en  el  Poder,  se 
«•acurre  y  desliza  en  todos  los  ramos  de  la  Adniinislracián 
y  asume  todas  lus  formas,  ftl  ataca,  él  nie^  él  deslí^íura,  él 
empequeñece  todas  las  verdades,  multiplica  los  sofismas,  aglo- 
mera montanas  de  embustes,  afirma  millares  de  falsedades, 
y  ncíiba  por  dcclatar  que  nuestra  defensa  es  mera  polflíca 
del  Clero  que  im  hará  sino  provocar  las  iras  civiles  y  crear 
mayores  contlictOH.  (Ap(wH»os). 

]Y  no  falta  ijuíen  lo  crea,  quien  se  deje  entrañar  por  este 
^Tosero  expcdit'nle  de  afieja  táctica  liberal!  Los  cati^licos 
tienen  la  i  ulpa  de  todo  lo  que  sucede:  eUiM  han  revuelto  las 
rosas;  nlloa  han  echado  mano  de  la  cuestión  relíf^iosa.  |»ara 
deshacer  en  el  Congreso  U  mayoría  que  protestaba  rontra  In« 
nvancetü  del  l'oder  Kjecutivo;  fiUm  han  suscitado  el  debate 
sobre  la  enseñanza,  para  que  se  deslicrre  á  Cristo  de  la  es- 


—  14*  - 


cuela: '*f/o«  Ihin  íii^i'iiííliíii  trabas  ú  Ins  cnlegíos  calólícon;  (}//9>c 
tinii  iiruiiHojado  las  cuesliones  relativas  al  Jur.itnrnlu,  ni  pa- 
troiinlo  y  á  ios  seminarios;  rJtoK  se  lian  confabulado  ptira 
(Ti'ai  flillrultaili's  á  tus  Obispos;  cJ/oh  han  promovido  la»  dos- 
liliiriotips  dp  Vicarios,  y  de  Fiscales,  y  de  proFcsores,  con  vio- 
hit'ión  di'  los  cánones  y  de  las  lfíy(;s:  ellos  han  clal>orado  ni 
projíRimu  de  Jule.s  Kerry  y  de  Paul  Bcrt.  que  aquí  se  pjecuta 

en  cai'ic4ttura,  y  sp  pone  en  práctica  obedeciendo por  cierto 

Ti  o  I  ni  (lonstilnoión  qne  In  Argentina!  /  Api  itUMos)  rJ  ¡oh  nrm\oi\ 
provoca ílorrs.  Ioíí  únicos  culpables,  y  por  eso  flebe  privárse- 
les di-  lodos  sus  derechos,  convirtiéndolos  en  parias  de  esta 
sociedad.  fvl/j/««so«j. 

Nada  habría  sin^cflido  si  los  eali^licos  no  hubiesen  desple- 
gado los  labios ¡Nada,  sefiores! La  descomposición  so- 

eial  irnbría  seguido  consuniándosi^  en  siLencio*  como  In  de 
los  cinl.'iveres  imi  las  tumbas,  pacías  n  una  lan  siplosa  como 
eficaz  complicidad.  (GranrleA  tipínnsusj. 

¡Libr-enos  Dios  de  esos  erílicos  y  mentores  cuya  índole  ín- 
telecluitl  los  induce  &  no  considerar  jamás  la  defensa  sino 
como  nn  escándalo  afíiejíado  al  ataque,  y  que  de  buen  jrrado 
unen  su  indíjrnación  á  la  del  enemigo,  cuando  los  apóstoles 
de  la  verdad  liaccn  resonar  su  voz  con  más  aliento  y  ente- 
reza   que    Iris   a|)óslnles   de  la   mentira   la  suya!    (fíravos  y 

No  nos  encaña  el  juefío  doble  del  liberalisino:  sabemos  que 
su  movímietilo  es  en  a|>nnenc¡a  transigente;  porque  á  la  vez 
que  eordiiuio.  e^  allernalívo,  ya  hacia  adelante,  ya  liaeia  atrás. 
Avainca  ó  retrocede,  sp  mueslia  ose  oculta.  se^On  las  conve- 
niencias, no  seg-ún  los  principios;  pero,  no  obstante  la  habi- 
lidad con  que  evoluciona,  «sus  argucias  y  sus  violencias 
liabrian  siti  ihula  tenido  menos  ^xilo  si  un  (;ran  número  entre 
los  que  llevan  el  nombn*  de  católicos  no  le  tendiesen  mano 
amiga.  No  son  raras,  por  desítracia,  los  que,  á  fin  de  no  rom- 
per con  el  eneun}ío,  se  empeñan  en  establecer  una  ajiauza 
entre  la  luz  y  las  tinieblas,  un  acuerdo  entre  la  justicia  y  la 
iniquidad,  por  medio  de  esas  doctrinas  que  se  llaman  cafóli- 

co-iibvj'aleM Ksos  son  más  peligrosos  y  más  funestos  que 

los  enemigos  ileclarados; porque,  conservándose,  por  de- 
cirlo asf,  sobre  el  límite  niisiuu  de  tas  doctrinas  condonadas, 
guardan  la  apariencia  de  una  verdadera  probidad  y  de  una 
doctrina  sin  lacha,  que  atrae  ú  los  imprudentes  parlidarioft 


—  145  — 

le  coiiRÍtiación,  y  que  pri^^añü  á  las  (genios  lionniHn»,  dispiies- 
Uü  íi  rechazar  eiiores  ilefinídos.  De  esLe  iimdu  <livi(len  los 
espíritus,  desgarran  la  unidad  y  debilitan  las  fucrza^t  que 
«s  nerpsarirt  mantener  integras  y  reunidas  contra  el  adver- 
sario ». 

Así  ae  expresaba  el  Sanio  Padre,  Pío  IX.  en  el  Ureve  que 
•con  fecha  6  de  Marzo  de  1S73  dirigiera  al  Centro  Católico  de 
la  juventud  de  Milán. 

Kl  liluírajisriin.  |K>r  su  parte,  consccuonle  ron  el  necio  con- 
cepto de  que  la  Ijílesia  hace  cat<5tiroíí  y  el  Gritado  ciudadanos, 
querría  excluirnos  de  la  vida  pública.  En  cambio  declara  que 
respeta  nuestras  creencias,  y  iiosenti*ega.  ..la  sarrislía.  Todo, 
sin  perjuicio  de  suprimimos  las  órdenes  religiosatí  y  cerrar- 
nos los  templos,  si  es  posible,  como  lo  está  crecltinndo  mits  de 
nn  (lobierno  europeo.  Los  sedicentes  liberales  no  prolestarán 
contra  la  autoridad  6  ¡nlalibilidail  pontiticías,  siempre  r)ue  nos- 
otros nos  dobleguemos  ante  la  arbitrariedad  cesárea:  olios 
DOS  {cederán  gustosos  los  dominios  del  dogma  y  todo  lo 
conreriiiente  á  lo  cpie  entiendan  ser  el  reino  de  Dios,  con 
tal  de  que  no  ocupemos  lugar  en  el  mundo,  adoremas  la 
eslülua  de  Nabuco.  y  nos  pleguemos  sumisos  ante  el  sic  voló, 
9ic  jubeo  d(t  gobernantes,  que  han  hecho  de  -la  fuérzala  ley 
de  justicia,»  (1|  fine  se  apodan  rncionntiMaH  y  sobreponen 
la  voluntad  ca])richosa  de  un  hombre  &  la  raz6n  fundain(-nlal 
de  la  ley.  (fíravoa  y  aplaums). 

Estos  señónos  (piii'reii  catAlicos  de  inefable  mansedtmibre, 
<]ue  dejen  vilipendiar  á  la  lelesia.  á  los  (leles  y  á  sus  Mi- 
uislros.  sin  replicar;  católicos  que  enmudezcan  cuando,  coa 
el  dolor  en  el  corarán  y  el  rubor  en  la  frente,  se  vean  dos- 
])OJar  de  sus  nt.\s  preciosos  derechos;  católicos  que  se.  ase- 
me¡cn  ú  los  modelos  de  imbecilidad  que  pintan;  católicos  do 
los  que  ellos  llaman  «&«iM«, »  que  sólo  oigan  misa,  recen 
el  rosario,  vayan  fí  la  novena,  no  falten  á  ninguna  función 
<Ie  santo  patrono;  pero,  que  no  hagan  polémica  religiosa,  que  no 
mucKlren  la  ipnorancta  de  los  que  ultrajan  á  la   Iglesia,  y, 

jiobre  todo que  no  intervengan  en  política.  (ApUiusov) 

¡Eso  uo! QuiercM  católicos  que  moren  en  la  sacristía; 

que  no  escriban,  no  diserten,    no  rolen   ni  luchen  por  Cris- 
io  y  su  Evangelio,  y  que  dejen  hacer  y  apoderarse  de  Iwlos 


(1)  Sfll».  U.  iJ. 


M 


—  146  — 


los  cargos  públicos  á  los  farsantes,  á  los  bullangueros.  Si 
los  explotadores  y  ñ  los  sofistas,  siíi  allura  los  unos,  sin  de- 
coro los  otros.sin  aotecedentcs  ni  carúeler  li.s  mÁs.  (Aplausos)^ 
Nosotros  (jucremos,  sí,  y  ardientemente,  la  devoción  á  la. 
Vft^en,  tan  grande  y  tan  fervorosa  como  la  admirarnos  eii 
los  guerreros  de  Isabel  la  Católica,  como  la  sentían  los  hé- 
roes de  Lepanto,  eomo  la  manifestaron  Belgrano  y  sus  va- 
lientes, como  la  demostró  el  General  San  Martín  al  deposi- 
tar, íi  los  pies  de  Nuestra  Seilora  del  Carmen,  en  un  templo 
de  Mendoza,  el  baxtón  con  ([ue  tnanilara  las  hutallas  de  la 
Independencia;  (Aptaitifon)  queremos  el  rosario  y  las  meda- 
llas y  el  escapulario  también;  queremos  la  mtsa  y  su  augus- 
to sacrificio:  queremos  lodo  lo  que  acerque  y  una  á  Dios; 
peio  no  queremos  que  se  olvide  el  espíritu  con  que  Sania  Te- 
resa de  Jesús  condenaba  esa  piedail  estéril  (|ue  se  eonlenta 
con  orar  y  con  gemir,  se  satisface  con  suspirar  y  lamentarse, 
y  huye  de  la  acción,  huye  de  la  lucha,  huye  del  compromi- 
so, huye,  en  una  palabra,  de  lodo  lo  que  exige  arduas  tareas 
y  de  todo  lo  que  expone  á  sacrincios  y  conlrariedade»,  4 
hurlíis  y  S  calumnias,  y  íi  lodos  los  viles  manejos  de  esa 
falange  que  no  desecha  armas  ni  medios,  por  vedados  qu& 
sean  las  unas,  por  bochornosos  que  sean  los  otros.  (Estrepi- 
tcüCH  aijIauHOs). 

Nada  de  esto  dcl»e  infundir  tumor,  aun  cuando  los  des- 
manc>s  se  proihizcan  con  descaro  bajo  el  anónimo  y  la  letra 
de  molde,  aunque  veamos  ciertos  órganos  desencadenarse 
en  improperios  contra  los  creyentes.  La  bestia  brama:  señal 
de  que  eMÍL  herida,  i  Bravos  y  aplauso»).  Esas  hojas  son 
impotentes  para  dar  y  para  quitar  reputaciones.  Por  el  con- 
trario, cuanto  más  numerosos  Ron  los  enemigos  de  esa  es- 
pecie, cuanto  mayor  concierto  revelen  en  su  menguado  oH- 
eio,  cuanto  más  furiosos  ó  envenenados  sus  ataques,  tanto- 
mayor  el  desprecio,  tanto  más  densa  la  sombra  de  igno- 
minia que  cae  sobre  ellos.  Os  creíais  pequeños,  y  he  aquí 
que,  apenas  alistados  íjajo  las  banderas  del  Señor,  vuestros 
enemigos  os  magnifican,  os  convierteti  en  preocupación  de 
BUS  editoriales  y  en  tema  de  sus  diatribas.  A  este  paso,  In 
importancia  de  cada  católico  acabará  por  medirse  según  la 
canlidad  de  sus  delractoi-es.  fAplauHov), 

Las  sanciones  de  este  Congreso  me  confirman  en  lo  ex- 
puesto. Todos  esperamos  y  deseamos  que,  cuantos  se  acer- 


147  — 


quen  al  santuario,  lo  ImRaii  á  fía  de  salir  de  allí  leteinpla- 
doK,  y  con  nuevo  vigor  y  fuerzas  para  piOear  las  batulluj; 
del  Señor,  sin  pensar  en  el  triunfo  inniedialo,  .sin  pensar 
en  sf  uiisnioH,  sin  más  anhelo  (jue  el  de  ínslaururlo  lodo  en 
Crislo.  Illüm  OPPOfn-KT  crksceíik  me  altem  minci.  Eh  nece- 
ftario  que  Él  cresta  nuHqtie  tionolrot  ine»0ietitos,  frase  que 
jamás  comprendió  el  libcrutismn  porque  Tué  eiu;rita  para  el 
cristiano;  y  á  fe  que  bien  vale  la  pena  de  vivir  luehando 
con  tal  de  morir  sin  reniordiniierito.  (Aplatufoií). 

El  Congreso  ha  ctunprendidn  que,  para  asegurar  aquella 
instauración,  es  necesario  crear  centros  de  carácter  político 
y  religioso  donde  los  católicos  puedan  reunirse,  alentarse 
recíproca inenle  y  prepararse  prra  actuar  con  decisión  y  acier- 
to en  la  conliendu  con  el  lilwralÍKmo. 

]*as  Asociaciones  de  esta  naturaleza  comprometen,  si  es 
que  hemos  llegado  á  la  altura  en  que  declararse  urgeutino 
y  católico,  sea  un  peligro;  ellas  di'íincn  al  ciudadano  y  exi- 
gen la  cooperación  acUva  ó  el  auxilio  indirecto  por  medio 
del  nombre,  y  de  erogaciones  que  redundan  en  bien  del 
público  en  primer  lugar,  y  del  donante,  en  segundo;  aunque 
éste  á  veces  suela  no  explicarse  con  toda  la  claridad  desea- 
ble cuan  estrechos  son  los  vínculos  que  lo  ligan  &  aus 
semejanbís  y  á  la  sociedad  en  ipie  vive. 

Si  se  pn-sciride  de  ealas  Asociaciones  (jue  en  todas  partes  han 
itervido  de  base  al  movimiento  católico,  se  desecha  el  media 
mSs  poderoso,  digo  mal,  el  único  medio  para  contrarrestar 
los  avances  de  los  sectarios  y  las  imposiciones  del  oficialismo 

Sin  unirse,  sin  coaligarse,  sin  reforzar  á  los  que  están  en 
la  brecha,  s;u  trabajar  lodos  con  el  mismo  empuje,  podrán 
nuestros  tibios  amigos  continuar  sacudiendo  la  cabeza,  de- 
partir con  admirable  cordura  sobre  los  abusos  reinanles  y 
lamentarlos  con  sobrado  fundamento;  pero  el  mal  no  se  de- 
tendrá, en  su  carrera.  Se  requiere  algo  más  que  graves  con- 
versaciones para  evitar  la  ruina.  (Aplnttgosj. 

Liís  entidades  sociales  dei>enden  las  unas  de  las  otras; 
mas,  cuando  ellas  se  desconocen  y  se  separan,  afslanse  los 
principales  miembros  de  la  clase  dirigente,  y  di^janse  ava- 
sallar y  subyugar  ios  demás,  en  com|)an(a  de  esa  masa  flo- 
tante y  manejable  á  la  cual,  consarcasmo.se  llama  «pueblo 
soberano  •>  en  el  mismo  instante  en  que  se  le  amordaza  y 
humilla  y  hace  servir  de  escabel  para  los  pies  del   C^sar. 


—  148  — 


Ti-iunfa  fíntoiice.s  la  oti^ar(|u[:i  rte  bastardos  arnbicíoHOS,  y 
los  males  conÜmian  su  curso  en  meilio  de  frases  rclumban- 
tes,  de  ailulat-ioiR's  desmedidas  y  dewr^ías  íiiiain'ieras.  (Aplaté- 
909).  Maü  la  culpa  no  es  taiilo  de  Ioh  que  hacen,  como  de 
ios  que  ban  dejado  hacer,  y  de  los  que  dejan  hacer. 

Las  masas  incultas  y  los  liombres  venales,  los  mereadercs 
y  la  t'ente  de  mero  ánimo  lucrativo,  no  han  de  reaccionar. 
Ellos  tienen  aversión  é.  la  lucha;  quieren  Iranquilidad  y  pro- 
vecho, y  á  trueque  de  conseguirlo  se  abstendrán,  ó  ligura- 
ráu  en  las  mayorías  oficiales. 

En  análogo  caso  se  hallan  muchos  de  los  asalariados,  Iob 
speeculadores  fiscales,  los  políticos  á  falta  de  profesión  ó 
industria,  todos  los  que  se  contentan  con  las  ganancias  y  la 
acumulación  de  numerario,  y  muchos  de  los  que  tienen 
poco  ó  nada  que  perder.  Éstos  no  demuestran  interés  por 
las  libertades  públicas,  ni  se  prefwupnn  ile  la  independencia 
política;  por  el  contrario,  no  pocos  se  complacen  cuando  se 
daña  á  los  pudientes,  miran  con  alegría  la  opresión  de  los 
que  algo  jioseeu,  y  no  les  importa  ser  ceros  electorales  y 
vasallos  de  Baltasar,  con  tal  de  recoger  las  migajas  de  su 
banquete,  (iímf-'o.^  tf  aplnuftoi*.} 

La  posición  del  liombre  culto  y  de  espectabilídad  por  sus 
luces,  por  su  rango  social  y  aun  por  su  fortuna  bien  adquiri- 
da, es  harto  distinta.  Él  no  debe  perder  de  vista  que  perte- 
nece á  un  sociedad  cuya  suerte  lia  de  ser  la  propia  ó  la 
de  sus  hijos.  ¡Es,  en  efecto,  absurdo  pensar  que  los  muros 
del  tingar  resguardarán  á  la  familia,  rjiandn  al  enemigo  se 
le  entregan  las  llaves  de  la  ciudad,  y  con  ellas,  todas  las 
facultades  y  poderes  del  Estadol  (¡Muy  bien!  ¡Mny  hienf) 

Algunos  ciudadanos,  cuyo  consejo  y  cuya  influencia  pesa- 
rían en  cualquier  círculo,  cuya  rectitud,  sensatez  y  entereza 
los  hacen  acreedores  al  mayor  respeto,  cuya  cvcelente  po- 
sición y  numerosas  relaciones  los  colocan  en  inmejorable 
aptitud  para  encaminar  la  opinión,  eluden  las  sociedades 
católicas,  se  alejan  de  la  vida  pt'iblica  y  también  de  la  vida 
activa  y  eGciente  del  i>atriota  y  del  cristiano:  creen  infruc- 
tuosa la  resistencia,  reputan  imposible  poner  atajo  á  los 
excesos  que  se  desbordan,  consideran  omnipotentes  al  fraude 
y  á  la  bayoneta,  y  no  dan  un  paso  para  impedir  que  con- 
tinuemos rodando  hacia  el  abismo.  (Aplatisos),  Recordaré- 
mosles    lo  que   dijera    á   su  escudero   el    valiente  JonalAs, 


-li- 


cuando, por  la  grandeza  de  su  fe,  desbarata  al  ejército  de 
los  Filisleos.  y  dio  nlieiito  á  lois  suyos,  h  i|uieiies  el  miedo 
tenía  escondidos  en  cavernas:  no  en  difícil  al  Setior  nalrní-  ó 
con  tíiudws  ó  a»t  pocos. 

Los  hombres  de  bien  de  la  clase  dirigente,  que  stí  aperci- 
ben cómo  se  desmoraliza  y  se  corrompe  al  pueblo  ignoran- 
te ú  candoroí»u,  no  deben,  pues,  aband(»nurlu  iii  negarle  su 
apoyo;  porque^  si  lo  hicieren.  aprenderA  la  lección  que  le 
enseñan,  aprenderá  á  despreciarlos,  á  no  confiar  en  ellos,  y 
seguirá  al  elemcnlo  advenedizo  que  hoy  lo  extravía.  El  re- 
sultado será  la  pérdida  de  la  fe  y  del  sentimiento  nacional: 
reduciráse  lodo  á  fornuda.s  utilitarias,  las  opiniones  se  tra- 
ducirán en  moneda,  y  la  libertad  en  servidumbre;  porque. 
los  que  se  rebelan  contra  Dios,  son  los  que  más  fácilmeule 
se  plegan  bajo  la  férula  del  que  los  domina,  (fíramn). 

Así  se  preparan  las  tiranías:  y  ellas,  como  lo  expresara  el 
venerable  é  ilustre  don  Félix  Frías,  no  son  como  las  flores 
del  aire,  que  se  mautienen  del  ambiente:  son  plantas  que 
germinan  y  echan  raices  en  terrenos  propicios  para  su  ve- 
getación. Y  este  concepto  no  es  más  í)ue  una  bella  expresión 
de  la  doctrina  política  de  uno  de  los  Padres  de  la  Iglesia, 
San  Ircneo,  doctrina  que  no  ha  envejecido,  puesto  que,  des- 
pués de  diez  y  siete  siglos  sobre  ella  se  fiuidan  y  se  miden 
todavía  los  temores  y  las  esperanzas  de  los  pueblos.  *  Sabed, 
decía,  que  Aquél  por  cuya  orden  nacen  los  hombres,  es 
también  el  que  constituye  en  autoridad  los  jefes  apropiados 
ÍL  los  tiempos  y  á  Ui^  generaciones  que  deberán  gobernar. 
Los  unos  son  dados  á  eíoclo  de  regir  útil  y  pacíltcamente 
á.  los  subditos,  y  de  mantener  las  leyes  inmutables  de  la 
justicia;  otros  suben  ai  Poder  para  contener  las  pasiones 
rebeldes  por  njcdio  de  la  intimidación  y  del  rigor:  oíros,  en 
fin,  [wra  hacur  descender  sobre  los  excesos  del  orgullo  y 
de  la  audacia  el  castigo  de  la  huroiUación  y  del  oprobio. 
Mas.  cualquiera  que  sea  el  nombre  que  lleven,  cualesquiera 
las  formas  que  revistan,  los  tíobiornos  son  átales  cuales  tott 
puet/lmt  loK  iuttreceny  y  el  justo  juicio  de  Dios  prevalece 
Igualmente  en  lodos-. 

Ya  fis  tiempo,  señores,  tic  exiiminar  el  nial  t^n  tuda  su 
graveiiad.  Nada  tenemos  (¡ue  espf-rar  de  esas  palabras  vagas 
y  huecas,  de  esas  frases  fosforescentes  que  no  arrojan  ver- 
dadera luz,  de  esas  banalidades  sonoras  con  que  se  ba  en- 


-  150  — 

cantado  y  adormecí ilo,  sea  en  su  cuna,  sea  en  su  lecho  de 
muerte,  á  todos  los  partidos  personales  que  han  aparecido 
ú  desaparecido  para  jamás  rtísucltar.  Es  una  colección  de 
vocabloí!  que  nada  dicen,  en  que  todas  las  pasiones  encuen- 
tran senlído  claro  y  preciso,  y  en  que  rada  solista  halla 
pretexto  para  fórenulaa  absurdas  y  paradojales.  De  aquí  el 
ari-ebalo  recíproco  de  banderas,  de  aquí  también  esos  sor- 
pretidendes  abrazos  de  enemigos  en  cuyo  lalitudinarismo 
cabe  todo:  ¡tanto  el  mal  como  el  bien  de  la  Repíibtica!  Fuer- 
Ka  es  volver  á  la  buena  doctrina,  y  no  dejarse  marear  por 
los  delirios  domínauLes.  No  hay  que  tener  impaciencia  por 
el  éxito,  ni  hacer  tentativas  aisladas,  ni  romper  la  unidad 
de  acción.  No  acentuemos  nosotros  la  decadencia  general 
de  caracteres-  no  se  diga  que  los  qui:  hoy  combaten  á  los 
enemipos  de  la  Iglesia  «no  son  del  linaje  de  aquellos  hom- 
bres por  quienes  I  í  salud  fué  hecha  en  Israel.»  (I)  {Bracos). 

Oonlieso,  señores,  (jue  la  política  ha  solido  por  desgracia 
Ijresenlar  fases  lan  repelentes  que,  en  la  apariencia,  por 
lo  menos,  quedaba  justificado  el  que  se  apartara  de  ella, 
abandonando  la  cosa  pCiblicu  al  pillaje,  y  el  Poder  á  los  que. 
sin  escn'ipuhks  y  sin  principios  lo  ambicionan,  lo  codician 
y  lo  usurpan,  contra  toda  ley,  toda  moral,  todo  derecho. 
'  ]ji  corrupción  oficial,  el  servilismo  del  legislador  electo 
por  voluntad  de  inandones  y  no  por  voto  popular,  el  perju- 
rio continuo  y  el  fraude  clectonil  convertido  en  institución 
que  funciona  con  una  regularidad  que  espanta  y  escandali- 
za íí  la  vez.  son  hechos  que,  por  sí  solos,  hasl.in  para  ahu- 
yentar al  hombre  'digno  y  para  hacer  creer  á  nuichos  que 
la  lidia  es  infitil  contra  t,'obernanles  que  se  apoderan  de 
todos  los  resortes  administrativos,  y  que  asjúran  á  manejar 
con  el  dedo,  con  un  fruncir  de  cejas,  con  un  gesto,  los  re- 
sortes parla  menta  rios.  ( lieiieradoH  aplatiHOs). 

El  liberalismo  entretanto  aprovecha  la  situación:  se  en- 
troniza por  todas  partes;  propaga  sus  asociaciones  serretas; 
hace  suyii  la  prensa,  la  halaga  y  la  subvenciona;  crea  po- 
pularidades de  artificio;  da  golpes  de  mano,  sorprende  y  le- 
gisla desde  el  fondo  de  sus  logias;  coloca  A  los  suyos,  y 
nada  sería  que  los  colocara  si  ellos  no  Iransformasen  el 
servicio  público  en  servicio  del  masonisnio,  y  si  no  viéramos 


(I)  Mat-li,  V.  63. 


—  151  - 


•que  las  renta»  del  Eslado  pasan  poco  ^  poco  á  snstener.  do 
al  país  y  &.  sus  intereses,  sino  á  las  rotivenioncías  de  un  gru- 
po, con  metioíscaho  üe  la  riqueza  y  aun  del  decoro  nacio- 
nal. {Gratuíes  aptatiHos). 

Esto  lo  han  logrado  empleando  una  unidad  de  acción  que 
pasma,  nn:i  prontitud  y  Kimultuiieidad  en  el  ataque  que  ha 
molido,  sino  descoíicerlar  A  nuestros  hombres,  á  lo  meaos 
hacerles  perder  halallas  y  desalojar  posicioueN.  Kn  conse- 
cuencia, resultamos  pai^nndn  Ministros,  sosteniendii  un  ejer- 
cito, fundando  escuetas  y  subvencionando  maestros  para  que 
la  Kepiiblica  sea  puesU  en  ridículo,  para  que  sus  hijos  sean 
-Uominados  como  loá  hijos  de  la  Polonia  por  las  tropas  del 
■Czar.  |uira  que  se  forme  un»  iiCeTieraciún  incrédula,  dítpra- 
vada  y  excéptica,  en  cuyas  venas  se  habría  corrompido  la 
Mun^re  de  nuestros  padres.  &  tin  de  dar  el  escándalo  de  una 
nación  ahyerta  antes  de  transcurrir  un  siglo  de  su  indepeu- 
^tencia.    (ExtrepitoMOK  aplmt^o»). 

Xo  nie^'o  que  Iciy.i  sido  li.ista  aquí  vana  la  tentativa  de 
hacer  valer  el  voto  popular:  peiti  sí  iiiej^n  que  esto  deba 
forzosanieule  cnntiiiuar  así.  hasta  el  punto  de  que  llegue  el 
•día  en  que  nos  presida  un  muñeco,  y  tengamos  un  Congrc- 
«o  de  títeres.  iAplmiswi). 

YA  espíritu  público  parece  estar  desalentado;  las  gentes  se 
retraen;  los  hombres  de  liaber  y  de  saber,  de  posición  y  de 
influencia,  sienten  repugnancia  por  todo  loque  concierne  al 
oficialismo.  Parece  ijue  temieran  eontamínarse  por  el  mero 
lieclio  de  actuar  en  política  y  tener  que  rozarse  con  los 
que  han  falseado  una  de  las  más  sajrradas  instituciones 
al  anular  la  libertad  de  elegir  los  propios  mandatarioü. 
(Aplauma). 

\a  queja  se  hace  general:  todos  ven  que  el  pueblo  no 
«siá  ilebiitaaiente  representada;  tudos  protestan  entre  ami 
gofi,  eu  conversaciones  y  de  sobremesa,  en  contra  de  las 
leyes  dictadas  en  odio  á  las  creencias  y  mengua  de  las  tra- 
tliciones  y  senlimienlos  nrgentinos;  torios  exclaman  cpie  es 
una  ignominia  para  la  Xacióii  ver  ejereiendo  cargáis  públi- 
-cos  á  personas  (]ut>.  cuando  no  les  falla  el  título  do  ciuda- 
danos, carecen  de  la  pericia,  la  idoneidad  y  Ins  altas  con- 
diciones requeridas,  mienlras  que  les  sobran  las  cualtdudes 
4|ue  las  hacen  acreedoras  al  menosprecio  de  los  hombres 
Íntegros.   (Áfi¡nuit08j^ 


_  15»  - 


|No  liay  qur«D  no  recrímioe  i  log  usurpadores:  k>  lucen  «BD 
que  han  acabado  ftor  claudicar,  que  haa  eapñida' 
c^  ^..':  la  corrupción  oñcial  j  que,  deoiasiado  débQp»  d 
cobardes  para  la  lucba,  ft«  han  rKÍgnado  i  forcoar  ea  la» 
flla«  del  enemigo  I  No  basta  una.  ni  dos,  oí  mil  derrotas  par» 
Justificar  una  deserción.  Concebimos  la  muerte  ai  pié  de  ima 
bofiden.  concebimos  b  pérdida  de  bienes,  de  empleas  y  de 
rida;  suele  éste  ser  el  camino  de  la  gloria;  pero  ea  el  hombre 
amante  de  »u  Patria,  de  su  honor  y  de  su  religión,  no  coo- 
rehimos  al  apóstata,  ni  al  Iránsfuga  político.  lEeirrpiloto» 
aplatmo»). 

Todavía  liay  hombres  de  bien  en  la  República.  Son  los 
mis  y  de  ello»  depende  la  sueríe  del  país.  Para  ello  es  me- 
nester que  no  los  invada  el  leLiir^o,  que  reaccionen  y  que  no 
se  engañen,  justificando  au  actitud  con  sólo  apuntar  y  comen- 
lar  lott  abusos.  El  deber  consiste  en  levantarse  contra  és- 
to»!, y  en  no  tolerar  que  cada  dfa  cundan  y  se  extiendan 
más  y  mkn.  Asi  sucederá,  »in  embargo,  si  la  gente  himrada 
revela  que  existe  en  lo»  ciudadanos  esa  pusilanimidad  que 
ahariilona  IiasLa  tos  más  preciosos  derechos,  cou  tal  de  oo 
comprometerse,  de  no  trabajar  desinteresa damenie«  de  do 
hacer  sacrificio  alguno,  y  de  permanecer  en  lo  que  el  gran 
O'Connell  llamaba  una  criminal  apalia. 

Lan  leyes  civiles  de  un  pueblo  deben  ante  lodo  encerrar 
la  religión  de  ese  pueblo,  su  moral,  su  politica  y  su  filo- 
sofía, es  decir,  cuanto  existe  de  más  grande  y  divino  en  el 
Derecho  público.  Las  leyes  ^ndameritales  de  la  República 
comprenden  todo  eso;  y,  sin  embargo,  las  sanciones  de  esta 
Asamblea,  relativas  al  Syltabug^  á  la  obser\-anc¡a  del  Domin- 
go, á  la  creación  de  Asociaciones  y  Centros  Católicos,  h  la- 
organización  crisliana  del  taller  y  de  la  clase  obrera,  á  la 
prensa,  al  óbolo  de  San  Pedro,  á  la  enseñanza  religiosa,  á 
nuestros  nuevos  Congresos  y  á  la  actitud  de  los  católicos 
en  la  politica,  todas  ellas  demuestran  que  sentís  atacados 
al  individuo,  á  la  familia,  ú  la  sociedad  entera,  al  Estado, 
á  la  Iglesia  y  A  vuestro  propio  Dios.  Os  apercibís  de  que, 
como  envueltos  en  tinieblas,  se  han  intrüducidti  grandes 
iTrnrc's  y  veis  <iiit\  en  consecuencia,  se  producen  grandes 
desórdenes.    (Mtty  bien). 

Pero,  ¿dónde  están  esos  errores,  cuyo  carácter  es  tan  ma- 
ligno en  el  orden  moral  como  el  virus  de  un    flagelo  en  el 


—  163  — 


orden  físico?  ;,hos  hallaréi»  por  vuutui-a  cu  nuestros  có- 
digos t 

jOh!  iK>,  líeñores;  buKcadlus  iriúti  bien  en  las  conetitucio- 
nes  de  rito  egipcio  y  bscocé».  V  tío  persigáis,  ni  estudiéis 
la  Itevolueión  «n  el  franco  >•  •ícnerosu  pueblo  argentino:  no 
es  alt(  rionde  se  desarrolla-  Está  en  las  regiones  oMüinles; 
constituye  un  verdaflero  imperium  i»  imperio;  y  íio  srtlo 
cxísle,  uinó  que  fiinüíonn  romo  un  org^unismo:  tiene  sus  dog- 
mas, sus  principios,  su  Gobierno,  sus  códigos,  sus  inslílu- 
cionetí,  sus  leyes,   su  pueblo.    (Muestran  tia  aprobación). 

De  uqul  la  contradicción  entre  el  principio  católico  y  el 
principio  masónico:  de  aquí  la  discordia  entre  et  sectario  y 
el  ciudadano:  de  aquf  la  imposibilidad  de  gobernarnos  se- 
gi'm  b-ycs  dianietrulnienle  opuestas;  de  aquí  también  Irts  co- 
natos de  reforma  de  la  (Constitución,  no  para  que  res{)on- 
da  á  los  adelantos  de  la  ciencia  moderna,  como  pomposa 
y  faliizmi'iile  se  afírnia,  sino  para  ipu?  i*etrnceda  un  si^'lo  y 
ite  ajuste  á  la  blasfemia  volteriana  ó  á  los  delirios  de  la 
Enciclopedia:  no  j>ara  amoirlarla  k  la  voluntad  y  á  las  ne- 
cesidades iurfdic;is  de  la  Nación,  sino  íi  lin  de  subordinarla 
al  imperio  secreto  y  á  los  desquiciadores  principios  de  la 
Masonería.  Por  eso  se  trató  de  celebrar  la  loma  de  la  Bas- 
tilla cual  fiesta  nacional:  por  eso  las  apoteosis  anuales  de 
los  aniversarios  de  GariUaldi  y  de  Mnzzjni,  ron  menjrua  de  las 
glorias  de  la  Patria  y  singlar  olviiio  de  los  bronces  ile 
Belgraiin  y  San  Martín:  (Qramiex  nplanso»)  j)ur  eso  las  feli- 
citaciones de  las  logias  al  Gobierno:  por  eso  éste  no  recibe 
aplausos,  ni  cosecha  sus  falsos  laureles  sino  entre  extran- 
jeros, y  no  Ins  niAs  caracterizados,  y  entre  los  empleadns  fl 
quicne^i  la  debilidad,  la  pobreza  ó  la  intimidación  oblíjía  á 
formar  parte  del  populadlo  cosmopolita  que  ha  logrado 
convertir  los  Poderes  Públicos  en  atientes  propios.   (Afilan- 

Recordad  esas  manifestaciones  con  banderas  y  estandar- 
tes 6  insifs'nias  de  un  imperio  que  carece  de  suelo  conocido, 
pero  que  acti'ia  en  forma  de  c<uijuraeión  tiniversal;  reeor- 
dadlas,  y  encontraréis  juslífícado  cuanto  afirmo.  Todavía  las 
veo  y  las  oi^o,  con  su  len^'uaje  exótico,  sus  odios  iinp4irtn- 
do8  de  extranjeras  playas,  su  adeniAn  hostil  hacia  lodo  lo 
verdaderamente  ai-gcnüno.  sus  rugidos,  sus  tuMerns  y  ame- 
nazas, sus  sacrilegas  blasfemias  y  todo  cuanto    obligaba  á 


-  1Ó4- 


llevarlas  cuslodiaftas  entre  fuertes  piquetes  de  policía,  para 
iinitedir  que  «^ii  at|¿iinu  de  sus  entusjaKiiios  Mtt{ililiicinnti¡e>f  sfí\c 
ocurriera  volver  á  amagar  los  lemplus  y  los  chiustros,  á  in- 

•"Ceiidiar  un  colegio  por  vía  de  pasatiempo  ó  á  arraucar  con 
mano  insolente  el  escudo  patrio  del  Palecio  BpÍBcopal.  (Ea- 
trurnrlonoíi  apUtnscn), 

júli,  es  á  hi  verdad  ver^^rinzoso  lo  que  nos  pasa!...  y 
lodo  á  causa  de  nuestro  descuido  y  |)or  falta  de  acuerdo. 
Esta  es  la  más  dolnrosa  reflexión;  es  la  f|ue  oprime  el  alma 
del  cristiano,  ü  la  vez  que  subleva  el  sentimiento  del  argen- 
tino cuando  contemplamos  el  cuadro  fatal  que  ofrece  la 
artualidad.    (Aplausos). 

Es  triste,  e^í  ¡(ínoniiiiiosn  vernos  supeditados  por  un  gru- 
po insignífiriintc,  cuando  los  (católicos,  por  eleneia  propia 
como  por  contestón  ajena,  somos  la  grandísima  mayoría. 
Mas  ron  la  multitud  nada  haremos  si  nos  falla  la  unidad. 
lilla,  tan  necesaria  aun  en  las  ficciones  literarias,  ea  indi»- 
pensable  en  la  realidad:  esencial  para  la  existencia  de  lo» 
cuerpos  físico»,  con  mayor  razñn  lo  es  para  los  seres  roora- 
lew.  para  los  cuerpos  políticos.  La  multitud  es  el  cunrpo  so- 
cial, la  unidad  es  la  vida  de  ei^e  cuerpo;  la  primera  está  en 
los  seres  físicos,  la  seguida  se  encuentra  en  los  principios, 
en  las  ideas,  y  sobre  lodo,  en  las  voluntades  que  de  ellas 
nacen.  (Muí/  hien.j 

(lierto  es  que  las  ideas  jíobiernan  al  mundo:  y  como  todo 
pueblo  tiene  ideaH  y  doctrítias.  y  posee  una  moral,  una  po- 
lítica, una  tiloK<»na,  una  relijíión.  este  ronjunlo  es  su  espíri- 
tu, su  índole,  su  vida  moral,   y  en   la  unidad    de  las  ideas 

Teside  la  unidad  social.  Las  Ideas  pueden  dividirnos  ó  aproxi- 
marnos, y  nos  gobernarán,  si  gobiernan  nuestras  inteligencias. 
Somos  uniiH  eomo  eatólieos,  seamos  también  unos  como 
argentinas.  Nuestras  ¡deas,  nuestra  fe,  nuestro  credo  políti- 
co y  religioso,  son  los  mismos;  las  sanciones  á.  ({ue  be  hecho 
referencia  y  el  voto  unánime  que  habéis  dado  &  las  princi- 
pales de  ellas,  constituyen  la  prueba  más  acabada  de  que 
la  unidad  existe  entre  nosotros  y  de  que  estamos  resueltos 
A  hacerla  práctica  en  toda  la  Ilepública.  Esas  sanciones  ten- 
denles  á  conservar  intacla  ^  ilesa  la  fe  de  iniestros  pailres, 
íncfMumes  las  bellas  tradiciouetü  [Kitrias  y  profundo  el  res- 
peto por  la  ley,  son  propiamente  el  fundamento  de  las  pro- 

.posiciones  que  someto  &  vuestro  esclarecido   juicio.    Ella,  á 


—  I5;j 


la  vez  que  declara  ser  de  ui^nte  uecesidad  la  unión  ele  Icis 
eatólicns  argenlinoH,  or^niza  el  cuerpo  que  ha  de  represen- 
tar y  mantener  en  actiudad  esa  alianza. 

ExisU*  unidad  de  ideas:  tradúzca.^c  ella  en  vultinlAd'deri- 
dida  ¿  inquebrantable.  Existe  unidad  de  ideas:  hajra,  pues, 
unión  lie  esfuerzos,  y  sea  nuestro  lema:  jDiok,  Patku  y  Lk^I 

Aociún,  señoit-'S,  una  y  mil  veces  acción  píele  nuestra 
caibia.  Sin  ella,  esta  Asamblea  será  como  la  hitruera  de  Be- 
Lhariia:  maldecida,  porque  se  iha  en  hojas,  y  nndalta  fruto  (1). 

Deplorar  el  desquicio  y  In  desmomlización;  hablar  docta- 
mente sobre  el  pasado,  el  presenlií  y  el  futuro,  gastar  no 
poca  elocuencia  y  seso  en  reprobar  la  decadencia  del  Poder 
Legislativo;  resolverse  A  no  respetar  (evos  de  educa.c¡óu 
atea:  dei-)arar  que  en  verrlad  es  apréndanle  la  necesidad  de 

enderezar    la  política    y  remediar    tanto    <lesorden,  y no 

pasar  de  aquí,  podrá  probar  que  no  hay  completa  indife- 
rencia;  pero  siempre  sostendremos  que  aislarse  no  es  hacer 
frente  al  enemigo,  lüvitar  ol  choque,  es  con  frecuencia  sc- 
flal  de  timidez  y  no  de  cordura;  es  muy  A  menudo  suges- 
tió»  de  la  indolencia,  y  no  poca^  veces  cobardía.  (Aptausos). 

I^  victoria  no  se  consei^uirá  con  plañidos  y  quejumbres: 
ella  ex  i  ^e  la  acción  conjunta  de  todos  los  hombres  honra- 
dos para  resistir  á  los  que  van  minaudo  las  virtudes  cívi- 
ca.s:  requiere  su  oposición  decidida  y  enérgica  á  I03  que 
sitstiluyen  lo.s  sentimientos  del  patriotismo  por  los  cidusias- 
mOH  artificiales  y  efímeros,  A  la  par  que  perniciosos,  de  un 
cosmopolitismo  sectario,  tau  ajeno  A  las  tradiciones  del 
pueblo  argentino  como  luíslil  fi  sus  sanas  y  geiierOHas  ten- 
dencias.   (Aiilaiatoü}. 

La  victoria  tampoco  se  conseín^irá  con  sujetarse  simple  y 
eslriclamente  á  riertas  pr-íclicaH  religiosas,  tranquilizándose 
con  la  falsa  noción  de  que,  fuera  de  éslas.  no  hay  más  de- 
beres que  los  que  se  cumplen  dentro  del  hogar  domestica  ó 
en  la  esfera  onlinaria  y  limitada  de  los  negocios,  por  no 
creer  obligación  de  conciencia  la  de  .salir  do  casa  para  re- 
sistir activamente  los  males  que  amagan  á  la  sociedad  de 
que  somos  miembros. 

Kefieren  las  Sagradas  Kscitlura.'i  que,  refugiados  los  israe- 
litas en    el   desierto  y  en  los  montes,    las   fuerzas  del  Rey 


il)  MAtti.  XM,  lii. 


—  156  — 

Aiilioco  ruoron  eu  su  bii^ca,  y  «ordenaron  batalla  conlra 
ellos  en  (ifu  (Ir  siibado.  .  .  pero,  lan  InjoH  estuvieron  los  ju- 
díos lie  rrsi.stiíJes.  que  ni  siquiera  les  tiraron  una  piedra. 
Di  aun  cenaron  las  ruevas,  diciendo:  muramos  todos  en 
nuestra  senrillez:  y  sei*án  sobre  nosotros  testigos  el  Cielo  y 

la  tierra  de  como  nos  matáis   injustamente Y  fueron 

muertos  eJlos,  y  sus  mujeres,  y  sus  bijoa hasta  el  nú- 
mero de  mil  hombres».  Dejáronse  matar  por  no  quebrantar 
el  precepto  de  la  sanlificacíón  de  las  fiestas.  Al  saberlo, 
Matlalhíns  y  sus  amigos  hicieron  grande  duelo  por  ellos. 
Y  dijo  i-ada  uno  k  su  compañero:  si  lodos  hiciéramos  como 
nuestros  hermanos  han  hecho  y  no  peleáramos  por  nues- 
tras vidas  y  por  nm^stras  leyes  conlra  las  tientes,  en  poco 
tiempo  nos  exterminarían  de  la  tierra.  Y  resolvieron  aquel 
día  diciendo:  todo  hombre  cualquiera  que  uos  venga  á  hacer 
guerra  en  día  de  sábado,  cowbaianios  centra  fí.  y  tío  moriremos 
totJof,  como  hati  muerto  nuenlron  hermanos  en  lan  cueíatí » {{), 

¿Y  f>ab/'is,  señores,  lo  que  sueedióf 

Que  «entonces  vino  á  reunirse  con  ellos  la  congregación 
de  los  Assideos,  (hombres  los  jnás  piadosos  y  justos)  cam- 
peones los  más  valientes  de  Israel  y  celosos  todos  de  la 
Ley.  Y  también  los  que  bulan  acosados  de  las  calamida- 
des se  les  agregaron  á  ellos  y  aumentaron  sus  fuerzas»  (3). 
Asinusnio  nos  confortan  á  nosotros  loa  Prelados  y  los  Mi- 
nistros del  Sf'ñor,  y  s«  pondrán  de  nuestra  parle,  como  ya 
lo  hacen  los  hombres  decididos  y  rectos  de  la  República 
con  el  firme  propósito  de  Ín)pedir  que  los  prevaricadores 
de  nuestra  carta  lundamenlal  la  conviertan  en  blasfemia 
contra  Dios  y  en  sarcasmo  y  ludibrio  del  pueblo  argentino. 
(EntrcpitoMH  apIaunoH). 

Los  católicos  comprenden  hoy  que  ante  la  conjuración 
condenada  por  León  XIII,  y  ante  los  esfuerzos  corruptores 
del  ¡ibcralismo,  no  podrán  evadir  la  muerte  social,  civil  y 
política,  «sino  tomando  la  armadura  de  Dios*  (3)  j:ara  1u- 
cliar  por  la  verdad  y  la  justicia;  actuando  cada  uno  dentro 
de  su  esfera  y  segt'iu  sus  alcances;  acudiendo  á  la  inscrip- 
ción y  á  las  urnas;  dando  pruebas  de  virtud  cívica  y  de  fe 


(1)  Maeh.,  n,  2S-I1. 
(3)  Maeh.,  n.  ÍS-iS. 
(9)  S^thÉM.,  VI,  II-U. 


^ngorosA  y  fecunda  en  uclos  de  nbnegacíói);  eu  una  pnlabrA, 
no  relirátidose  á  sus  ca^as,  que  suri  lus  cueras  modernas 
del  desierto  potilico  argentino.  íítpraHíftKf  rcU^.r/tflo.^K  Si  per- 
manecieran en  ellas,  no  faltará  al^án  Antioeo  c¡uc  labre  la 
ruina  de  nuestra  Patria,  derribe  nuestros  altares,  mancille 
la  honra  nacional,  saírífujue  nuestra  juventud  y  esrlavíre 
lo  que  era  libre,  obli^'tindonos  á  exclamar  con  el  padre  de 
los  Maca  heos: 

Toiincuanto  teniíimon  <le  Manto,  de  iíuHtfB  y  de  ghriúíto,  olro 
ifiiito  ha  sido  naofn'to  ¡j  profanado.  ¿Para  qná,  iiuefi,  quer»- 
tnatt  ya  la  rida  ?  (Ik 


Discurso  del  doctor  José  M.  Estrada,  Presidente  del  Congreso  Ca- 
tólico de  Buenos  Aires,  al  clausurar  sus  sesiones  en  30  de 
Agosto  de  1884. 

Itttto.  y  Remo,  sefit»": 
Señores: 

Unidos  al  Sacerdote  lienios  prcseiiladft  la.  obl.ieiórt  dñl 
cuerpo  y  de  la  sanjíre  del  Señor,  ¡il  terminar  los  Irabajos  en 
común  emprendidos  por  la  gloria  de  Dios  y  ta  restauración 
crÍBliuna  de  la  ííepi'ibliea  Argentina.  Es  esta  la  ilniea  ai!cii5n 
de  gracias,  digna  de  los  beneficios  recibidos  en  un  beebo  que 
maníGesta  á  las  claras  la  mano  de  la  Divina  Providencia. 
íA  quí-  binnana  gestión  pudiéramos  atribuir  el  espcclílculo 
rortificattte  y  ^andioso  de  esta  libi-e  Asamblea  que  Inicia  la 
instauracíún  en  Cristo  de  una  nueva  vida  jíara  nuestra  Patria 
alonnentadat...  {Aplau^oif).  ¿Qué  palabra  de  hombre  ba  po- 
dido reavivar  las  conciencias,  iluminar  los  espíritus  dormi- 
tantes entre  ilusiones  y  rnlacias,  y  retemplar,  por  lin,  la  ener- 
gía de  un  pueblo  precipitado,  por  el  olvido  de  los  principios  y 
la  desaparición  de  las  virtudes  cívicas  en  los  partidos  gober- 
nantes, hacia  la  decadencia  y  la  sen'idumbre?...  Sin  caudillos 
que  lo  agiten,  ni  profetas  que  lo  arrebaten,  renac*  pI  pueblo, 
porque  otra  palabra  más  dulce  y  más  fecunda  que  todas  las 
]>alahras  vibra  eternamente  en  el  mundo  y  en  la  historia,  en 
el  corazón  de  los  bouibrcs  y  en  la   mente  de  la  naciones.... 


(li  ifach.  II,  13.13. 


—  158  — 


Ella  volvió  la  traiuiuíliilad  á  los  Apóstoles  aniedrcnlados  en 
medio  <\e  la  borrasca,  y  les  inrundió  vigor  en  sus  desfallo- 
niieiilos  frente  ú  la  i'ebelión  de  los  hoinbi-es,  y  paz  uitanilo 
los  dL'sIiiiiihraban  los  fulgores  de  Ih  Resurrección.  Bb  la  pa- 
labra de  Cristo  que,  así  como  á  sus  discípulos,  nos  dic«  & 
iioBOtrus,  ya  nos  atormente  el  dolor  ú  ya  lloreíaos  niiüíilras 
propias  miserias,  y  á  las  naciones  en  peligro,  lo  mismo  que 
á  los  nacos  y  á  los  tristes:  *Ego  sum:  notite  limere.p  «Yo  Boy: 
no  temáis!» 

—¡Eres  tú.  Señor,  y  no  tememos!  Vemos  tu  brazo  potente 
y  paternal  que  exaltó  k  los  humildes  y  abatió  k  los  sober- 
bios, que  dcapüjó  á  los  ricos  y  colmó  á  los  indigentes,  y 
acog:Íóá  Israel  su  hijo,  recontando  tu  mí^ieríoordia.  Eres  tú. 
Señor,  á  quien  obedecen  los  vientos  y  la  mar,  í|Ui'  abres  los 
labios  del  mudo  y  los  ojos  del  ciego,  que  resucitas  \oh 
muertos  y  evangelizas  á  los  pobres.  Eres  tú,  Señor,  que  sus- 
cilaa  samaritanos  piadosos  para  verter  el  vino  y  el  aceite 
sobre  las  herida.s  tlel  pasajero,  sea  hombre  ó  pueblo  marti- 
rizado en  los  soledades  del  infoii-unio  6  en  las  tragedias  de  la 
historia.  Tú  ()ue  trajiste  al  mundo  la  palabra  de  verdad;  tú 
que  le  iiimolaslf  en  la  cruz  por  la  salud  de  lodos;  tú,  que 
acallas  de  inmolarte  en  ese  aliar  por  mi  reconciliación  y  la 
de  mis  heiinanos,  y  la  reconciliación  de  mi  pueblo.»  Eres  tú, 
Señor...  Nada  tememos.  {Aplaum^). 

¡Nada  temamos,  católicos  valerosos  congregados  aquí  en  ku 
Dombre  que  está  sobre  todo  nombre! 

Mas,  pcrdtíiiadnie  si,  en  vez  de  liniilarnmá  orar,  me  delenf:o 
en  algunas  reth^víones  que  recapitulen  tu  doctrina  formulada 
como  programa  de  nuestras  luchas;  porque  es  ley  del  cris- 
tiano poner  en  Dios  toda  su  coufíanza  sin  omitir,  no  obstante, 
esfuerzo  alguno  de  la  prudencia  y  de  la  acción,  ya  que  Dios 
quiere  hacer  de  los  homlires  instrumentos  libres  del  gobierno 
providencial  del  mimdo;  y  es,  por  lo  tanto,  deber  nuestro, 
según  la  nn^xima  de  un  gran  Santo,  trabajar  como  si  no  con- 
táramos con  Dios,  y  contar  con  Dios  como  si  no  fuéramos 
cooi>eradores  de  su  voluntad  onnnpoLe.ite. 

Es  grande  y  muy  áspera  la  empresa  que  acometemos,  difi- 
cultada como  está  por  inñuila  muchedumbre  de  pasiones 
alborola<las  i-onii)  elta  desde  la  calda  ori[;ii]al  del  hombre,  y 
por  infinita  muclimiumbre  de  errores,  de  engaños,  de  semi- 
rerdades  y  de  ilusiones  aglomeradas  de  doscientos  años  acá 


—  159  — 


por  juristas,  filósüfus,  monarcas,  demagogos,  herejes  y  caló- 
lieos  colmidr.s  ó  cfuilagiailos. 

Ixi  han  declaradu  á  una  los  elocuentes  oradnres  que  han 
ocupado  la  Iribmia  de  esla  Asauxblea:  pugnamos  por  el  reuio- 
social  de  Jesucristo. 

No  perdamos,  ante  todo,  de  mta  que  entre  todos  los  Ululo» 
que  dan  &  Cristo  los  textuK sacados,  ninguno  odia  lauto   el 
mundo  rebelde  ni  aborreció  la   Sinagoga  reprobada,  como  el 
título  de  Hoy.  Contra  el    homenaje  de  lo»  mapos  en  la  Epi- 
fania  del  Seflor,  que  le  fué  tributado  en  su  triple  carácter  de 
Hombre,  Rey  y  Dios,  protestaron  los  judíos  con  la  degollación 
de  los  recién  nacidos.  Cuando  el  pueblo  le  aclamaba  por  Hijo - 
de  David,  le  increpaban  los  sacerdotes  y  los  fariseos:  «DI  fi 
esa»  gentes  que  c<illeti!>    «Si  ellos  callaran,    la.s   piedras    lia- 
blarlanU  respondió  el  SeAor.  Si  Ins  nlAos  en  el  templo  reno- 
vaban las  voces  triunfales,  sus  enemigos  renovaban  á  la  par 
sus  increiiaciones:  "¿No  oyes  lo  que  dicen   de  tí?»    Y  Jesús- 
ralilicatm  la  verdad  promulgada  por  los  labios  de  los  inocen- 
tes.» A  la  ovación  popular  que  acogió  á  Cristo  en  Jerusaléu, 
y  en  la  cual  se  preconizaba  su  estirpe  real.su  majc-slad  y  su 
poder,  siguió  la  trama  siniestra  coiicerÍa<ta  con  Judas.  Acu- 
sárorde  los  sacerdotes  y  los  ancianos  ante  el  reprcsenlantc  del 
romano  Imperio  como  subverfidor  del   pueblo,   de  quien  se 
lUimaba  Rey;  y  cuando  PUalu  le  inlerroguba  sobre  ese  nom- 
bre y  dignidad,  como  él  respondiera;  ím  dixi9ti,  vociferaban 
los  fariseos  y  las  turbas:   «No  tenemos  otro  Rey  sino  á  Cé- 
sar!....-■    Y  no  es  decir;   señores,   que  este  K^ino  de  Cristo 
fuera,  al  entender  de  los  doctores  y  escribas  di-  la  ley.  distinto - 
de  su  misión  mesiánica.    Estando  ^1  en  el  patíbulo,  muclias 
contumelias  y  blasfemias  brotaban  de  los  labios  en  medio  del 
enlutado  estupor  de  la   naluralcxa.  Oíd  una  sota:  <Si  es  Rey 
de  Israel,  baje  de  I»  cruz!»  Así  confundían,  en  su  sacrilego 
reto,  ambas  dignidades  de  Cristo:  la  dignidad  ile  Rey  y  la  de 
Ungido  de]  Seilor,  dcsafíándolo  á  acreditarlas  con  el  mismo 
milagro.  (Semtación). 

El  Sefior  no  quiso  dar  á  aquella  generación  maldita  mft.s 
signo  <jue  el  del  profeía  JonAs.  Pero  este  signo  de  la  Resu- 
rrección nada  dijualalma  de  los  tiranos.  Idénlica  rebelión 
contra  el  Heino  de  Cristo  asimiló  ron  los  jndfos  incrédulos 
á  los  gentiles  que  rechazaban  el  Evangelio  y  tenían  por  lo- 
cura la  cruz  del  Salvador. 


Las  pasiones  y  la  fuerza,  señoreadas  üe  la  líen-a,  se  niegan 
á  rejiii'íiarsn  dentro  de.  los  lindes  puestos  Atodo  poder  humano 
por  esíe  imperio  dt'I  Hombre-Dios,  que  erige  una  potestad 
espiritual  que  las  doiniua  todas;  y  el  Inijierin  líoinano.  cuya 
polflica  admite  en  su  Olimpo  todas  las  divinidades  oxlran- 
jcras  pura  consolidar  por  esta  especie  de  tolerancia  dogmá.- 
lira,  tan  propia  del  tiheralísmo  muderno,  la  unidad  de  los 
pueblos  arrastrados  á  la  servidumbre  por  las  garras  de  sus 
águilas,  vosotros  lo  sabéis,  señores:  abre  para  los  apóstoles 
las  mazmorras  de  la  cárcel  mamertina,  tiene  para  Pedro  la 
cruz.  la  espada  para  Pablo,  el  Jue^'o  para  el  amado  del  Señor; 
y  aun  bajo  la  mano  de  los  santos  que  piden  ¿  Dios  testimo- 
nios de  verílad  para  confundir  al  mundo,  brota  la  sangre  de 

los  cnstianos  ile  la  vieja   arena  de    los  cincos {Apínimm). 

Nd  me  desmintáis,  señores La  objeción  misma  redundará 

en  mi  favor Tiberio  pidió  al  Senado  honores  divinos  para 

Jesucríslo,  Alejandro  Severo  le  erigió  altares  y  Adriano  le  le- 
vantó templos No  de  otra    manera  veis  <|ue  los  paganos 

contemporáneos  declaran  ser  el  Evan<;eho  una  de  las  formas 
más  perfectas  de  la  religión  natural,  y  Nuestro  Señor  Jesu- 
cristo uno  de  los  más  [gloriosos,  y,  para  valcrme  de  las  pala- 
bras de  Krnesto  Renán. délos  más  divinos  bienhechores  del 
linaje  humano.  Pero  acaban  donde  acabaron  Tiberio,  Adriano 
y  Alejandro  Severo.  -Dejad,  dirían  aquellos  soberbios  se- 
ñores del  muixio.  dejad  á  Jesucristo  adorado  en  el  miste- 
rioso silencio  délos  hogares  ó  de  la  conciencíaj  mientras  los 
pueblos  nos  adoran  á  nosotros,  encarnaciones  de  la  sobera- 
nfa  nacional.»  iEntntend(tsñfi  nplniufott).  «Gonccdedle  altares:  el 
imperio  es  nuestro.»  Y  las  multitudes  paganjis  arrojaban  fre- 
néfícamenle  los  Pontflires,  los  Sacerdotes,  los  creyentes  y  las 
vlrgeties  á  las  fieras  del  anfiteatro  con  el  grito  del  Prelorio: 
«No  tenernos  más  Rey  que  César!»  Veis  siempre  igrual  ene- 
mistad é  igual  obcecación.  E]l  mundo  gentil,  lo  mismo  que 
la  Sinagoga,  se  niegan  á  que  reine  Cristo.  [Aplaitws). 

Las  nieblas  se  abren,  fantasmas  sin  ui'rinero  se  hacen  car- 
ne, y  los  bárbaros  inundan  el  Imperio.  ¡Qué  ebullición,  se- 
ñores, y  qué  espantosas  catástrofes  ea  aquella  vertiginosa 
edad  de  derrumbamientos  y  mudanzas,  tic  potencias  que 
sucumben  y  sociedades  que  nacen,  estirpes  que  se  sobrepo- 
nen, sangre  que  se  renueva,  transformación  de  la  Europa  eu 
que  los  ciegos  instrumentos  de  la  Providencia  precipilau  la 


Ifil  -- 

viicaciiVii  de  gcñluesTcomlucíéudolos  en  legiones  á  recibir 
^1  bautismo  del  agua  y  del  G^plritu  Santo!  La  crisis  es  vió- 
lenla y  proloii^iida.  N»  la  contempléis  en  sus  aspeclou  Kom- 
bríos.  LaKdnd  Media  tiene  su  ei^plciidnroso  raerídianú.  León  III 
ciAf  con  la  diaihima  imperial  las  sienes  de  Cario  Marino,  y 
Gregorio  Vli  ostenta  en  hu  mayor  au^^c  la  potestad  pontificia. 
•Crivto  oeiKe,  Crí*í«  reina,  Crinta   impera,  (AptausonJ. 

Y  si  contra  osle  reino  y  este  imperio  y  esla  victoria,  las 
contradicciones  humanas  no  se  dan  reposo,  preciso  es  con- 
fesar que  las  ürnicita  el  espíritu  concupiscente  de  los  que  en 
el  mando  se  arrogan,  por  la  Tuerza,  el  derecho  insensato  de 
oprimir  y  de  esquilmar  á  las  naciones,  de  envile<:er  y  deuui- 
quilar  en  loü  lionihres  aquel  atributo  de  libertad  y  de  honor 
vn  que  resplandece  su  dignidad  de  hyos  de  Dius. 

Vo  no  sé  lo  que  leen  en  la  historia  los  doctores  de)  libe- 
ralismo. Sé  que  leo  en  ella  el  multiplicado  y  vanante  anla- 
gunísiuu  lie  las  encarnaciones  del  despotismo  cun  los  repre- 
nenlaales  del  Dios  de  la  justirin,  que  en  su  palabra  nos  exalta 
y  nos  liticrla;  los  apóslules  y  los  niárlires  contra  his  Empe- 
radores romiinos.  Hasilíu  contra  Valente,  Ambrosio  contra 
Valenliuiano  y  Teodosio.  Crisóstomo  contra  Eudogia,  Agustín 
contra  Bonifacio,  Le/ni  contra  Atila.  Hilariu  contra  Constancio, 
luí(  Gregorios  y  los  Tomás  contra  los  Empí•^.^doros  y  los 
Reyes,  los  Padres  de  Calcedonia  contra  Marciano.  Pío  V 
contra  musulmanes  y  déspolus.  Pfo  Vil  contra  Napoleón, 
pin  IX  y  León  XIII  contra  la  universal  conjuración  del  so- 
fisma y  lie  la  fuiT/.ii:  y  ayer,  nomo  hoy.  contra  lius  arrogan- 
cias exigi^ules  de  uti  despolismi»  solterbi»,  la  .Sjiula  Iglesia 
oponiendo  el  Mnaia  Üeo  de  Sun  Pedro  y  de  San  Juan,  el 
Non  tkff  del  Itautista  y  el  Xon  pf>si»mits  de  los  Papas. 

Pero  no  querría,  seHores.  seducir,  halaj^inda  los  instintos 
pr4*dominante^  eu  nuestro  ciiiflo.  Cuando  se  lia  dejado  do  amar 
la  libertad  por  principio  de  conciencia,  lo;Íavfa  se  la  ama 
por  impulso  de  apetito.  (lirarom.  Al>orrezco  esa  libertad  sen- 
sual. La  libíclad  que  nosotros  pri'conixuuios  es  Ja  que  trajo 
■I  mundo  iesncrísto,  Nuestro  SeDor.  {Aplanmn).  Por  eso  la 
libertad,  expresión  de  lajusticia  eu  el  régimen  déla  sociedad 
civil  y  relli'jo  y  producto  de  aquella  otra  liUerlail  t|ue  nace 
del  avasallamiento  de  las  pai^iones  y  de  la  elevación  el  espí- 
ritu por  la  fé,  depende  para  su  existencia  y  soliden  de  la 
ntslau  ración  del  orden  cristiano. 


0*ATfMI«  Aiumnwi»»  —   Tmta    ¡V. 


—  16Í — 


Y  aquí  me  permiliréis  detenerme. 

¡Señores!  yo  no  puedo  pronunciar,  nsuciándolo  á  la  historia 
de  los  errores  Iminuiius,  sin  qiii;  tnis  labios  se  estremezcan, 
él  nombre  ile  Jacobo  Benigno  Bossuett  el  Águila  de  Meaux. 
el  maravilloso  autor  ile  las  ¡Eítracionctit Con  H  he  nom- 
brado, sin  embargo,  al  miúb  ilustre  repi-esetilante  del  jralica- 
nismo:  esto  en,  del  orgulloso  sistema  que  lia  eoncurri'lo  con 
la  heregfa  protestatilc,  eoiuo  un  segundo  manaulíal  de  s<»- 
ñsmas,  ft  formar  eu  el  mundo  el  torrente  del  liberalismo.  La 
escuela  ¿ralicaiiii,  rompiendo  non  la  Irailición.  con  la  historia 
y  con  los  principios  del  derecho  divino  y  eclesiástico,  negó 
audazmente  á  la  Iglesia  toda  facultad  para  inlerrenir.  en 
cualquier  medida  y  en  cualesquiera  formas,  así  directa  come» 
iudireclamente.  por  meilio  del  veto,  de  tas  censuras  (5  de  la 
ul>solucíón  del  juramento  de  fidelidad,  en  el  régimen  de  la» 
cosas  civiles  y  temporales  de  las  naciones  crií^tianas,  usada 
n»  obstante  por  veintiocho  Papas  y  reivindicada  por  cinco 
Concilios  Ecuménicos.  (Muentraft  de  aprobado»). 

Los  errores  se  engranan,  mediante  la  soberbia.  Yin  su  se- 
gunda faz,  aciuella  doctrina  cismática  se  complica  con  el 
ejemplo  derivado  de  las  naciones  envueltas  en  la  rebelión 
protestante,  cuyos  monarcas  relucieron  las  instiluciones  pa~ 
ganas  asociando  en  sus  personas  la  autoridad  espiritual  á 
la  autoridad  temporal.  Parece  insuticienle  campo  de  acción 
de  la  soberanía  civil  el  ejercicio  de  una  potestad  ilimilnda, 
y  que  ya  nn  encuentra  contrapeso  en  el  poder  de  las  llaves 
confiado  por  Cristo  á  Pedro  y  sus  sucesores.  MonarcaH  y  ju- 
ristas reclaman  entonces  para  el  Estado  un  dereclio  de  mez- 
clarse en  el  gobierno  de  las  cosas  espirituales  y  de  revisar 
In  disciplina  y  la  enseñanza  de  la  Iglesia.  Kl  galicanismo  y 
el  protestantisn^o  engendran  así  ia  Uegalia,  que  es  otro  as- 
pecto de  la  repugnancia  al  reino  exterior  de  Jesucristo.  Y  de 
grado  en  grado  llegaréis  en  la  disquisición  histórica,  como 
el  mundo  infortunado  tm  llegado  en  i'l  dominio  tlp  los  he- 
clios,  ít  la  irrupción  del  liberalismo,  postrera  consecuencia  y 
fórmula  culminante  del  sofisma  que  niega  á  la  Iglesia  loque 
es  de  Crislo,  tnislada  luego  al  Soberano  lo  que  es  de  la 
Iglesia,  y  acaba,  en  I<>s  asombrosos  escándalos  de  este  si- 
glo, por  blasreinar  t!e  la  Iglesia,  apostatar  de  la  fe,  y  negar 
á  Dios,  subordinando  los  hombres  k  la  voluntad  caprichosa 
de  los  )>arlldoK  ó  de  los  tiranoí),   preconizada  como  una  ley 


falal  de  la  fiicnca  y  de  la  inaleria,  geueralrices  de  la  vida  y 
de  lus  snciedaiU's,  y  il**  tudo  lo  t|uc  se  ve,  porque  el  iialu- 
i*ali8la  del  ttíglo  décimo-noiio  niega  lii  que  rm  pesa  en  8us 
balanzas  ni  deslila  en  sas  alambiques.  (¡Miiybien*  ApUtuMitij. 

Darwin,  Spcncor  y  Hubner son  sus  profetas.  Para  nom- 

Irrar  sus  raiidíllns  ItMidria  que  bajar  haHta  Garibaldi.  y  sus 
cómplices  de  I'orln-Pía  .  ..(Bravos  ¡f  af/lauíKM  atronaíU>i-es). 

Ha  í^ido.  señores,  el  nheralismo  analizado  en  todos  sus 
eleinentOH  durante  nuestras  frncliferas  sesiones.  No  reabriré 
6U  proceso.  Sólo  .sí  os  dirA,  que  la  tiliarión  quu  ae^lMt  de 
bosquejar  contiene  lecciones  elocuentes  para  determinar  los 
caracteres  de  la  restauración  cristiana,  que  la  República  Ar- 
gentina   nos    pide   ron   el  clamor  de  bis  maternas  i-tin^jas. 

Preconizar  el  E]rangelio  á  la  manera  de  una  fítosofía  que 
informe  las  instituciones  y  las  doctrinas  económicas  y  socia- 
les, siendo  su  punto  de  arranque  y  el  criterio  superior  de 
las  leyes  y  de  las  citstunibres;  sin  duda,  seriares,  sería  una 
ventaja  en  relación  á  los  consejos  insanos  de  la  pol[tic4i  na- 
turalista, que  extingue  el  principio  de  la  libertad  y  del  det>er 
moral.  Pero  no  os  equ¡vo([uéís.  Esa  ilusión  de  lo»  esloicos 
modernos  no  es  el  programa  católico,  ni  esa  reiviiidicacióD 
es  el  reino  social  de  Jesucristo.  (Aplausos), 

Confesar  &  Cristo.  Dios  y  Hombre  Verdadero.  Redentor 
del  Mundo  por  la  Hevelaríóu  y  por  el  Sacriticio  y  su  Santa 
ley,  la  primera  de  todas  los  leyes,  y  su  Santa  Palabra  la  fmica 
palabra  de  vida  y  de  verdad,  transmisible  á  las  leyes  de  la 
sociedad  buinana  bajo  la  absoluta  autoridad  del  Soberano 
civil;  y  en  vírlufl  fie  esta  transmisión,  imperante  en  las  iustí- 
tuciones  poUlícas  y  en  las  costumbres  de  las  naciones;  tam- 
bién, señores,  aventajarla  al  dominio  del  estéril  e.tceplicismo 
y  de  las  buceas  quimeras  (|ue  llevan  los  pueblos  boy  día, 
buscando  el  bienestar  y  la  justicia,  &  través  de  todos  las  li- 
bertades, y  de  forma  en  forma,  y  de  cataclismo  en  cataclismo; 
más  no  os  eipiívoquéis  tampoco:  eso  no  es  la  d()Clrina  cató- 
lica, niel  reino  social  de  Jesucristo.  (AIociiHÚ^ntvH  <1e  nteiición). 
En  el  universo  visible  é  invisible  todo  se  explica  y  subor- 
dina Iwjo  un  principio  que  las  Sagradas  K-scrituras  formu- 
lan: ^Omnia  propffr  seiufitipaum  operniur  Detm:  todas  las  eo- 
sas  bace  Dios  para  sí  misnm>.  Si  Dios  es  el  fln  de  todas 
sus  obras,  y  su  visión  y  su  amor  el  fin  de  la  bumana  cria- 
lura.  á  él  se  lian   de  someter  todas  las  cosas   referentes   al 


—  UM. 


Iininbrv,  crtino  oíros  lautos  medios  á  un  fin  único  y  sn|H'onu>. 
Ahí,  scniíi  es,  Dios  instituyó  la  sociedad  civil  como  uii  medio 
que  mira  aJ  lio  de  la  sociedad  duinésLlca;  eslablecíA  la  so- 
ciedad doméíitica  como  un  mi*dio  que  mii'a  al  tin  do  la  sit- 
ciediid  relÍKÍosu,  y  La  sociedad  rcligiosu  como  un  uiedío  quo 
mira  al  i'm  último  del  hombre,  es  decir,  al  mismo  Dios. 
(fí  rovos). 

Voce»  pUicuentísimas  sií  lian  tevanlad»  en  esla  A.sainblou 
para  condenar  el  matrimonio  civil  y  la  educación  laica  de 
los  nifios  . .  Vosotros  .subáis  cuan  de  cora;cón  me  asocio  & 
esos  anatemas. 

I,a  Nociedud  i;ívil,  insUluída  para  at^e^urar  y  {rarantir  á  la 
familia  su  subsistencia  ü  tin  de  que  perpetúe  la  especie  lui- 
maua  y  eduque  aptamente  los  niños  en  vista  de  .su  destino 
sobrenatinal,  no  puede  arrn;,'ai*se  la  facultad  de  constituirla, 
sacando  el  malrimoiiio  de  la  tutela  de  la  Iglesia  y  de:ípoján- 
ílnlo  de  su  earúcter  iii>  saerauíeuto,  sin  trastornar  el  orden 
]>rovídeucÍal  de  las  cosas,  y  convertirse  en  fin  relativamente 
á  !a  tioeiednd  doméstica.  V  de  la  misma  suerte,  usur|)ando  la 
facultafl  de  educar  y  ümilaiido  la  educación  á  las  necesida- 
des aparentes  de  la  vida  política  y  civil,  subvierte  la  gerar- 
quía  de  tas  instituciones.  ncu|>arulo  á  la  vez  el  puesto  de 
la  Tamilia  y  el  puesto  de  la  Iglesia.  ¡Digo  poco.  seTiorcs!  Desde 
que  cambia  el  oiíjcto  definitivo  de  la  educación,  que  es  el 
eterno  bien  del  hombre.  p(ir  los  intereses  |H>lftÍcos  y  ecnnct- 
micos  de  la.s  itacifuies,  dentro  de  los  cuales  la  confina,  es 
evidente  que  ocupa  el  lu^ar  de  Dios.  Asi  resulla  literal  y  llu- 
namonte  cierto  que  el  liberalismo  promulga  la  Religión  del 
Dios-Estado.  Ya  lo  veis.  r.4/i/uir^o»/. 

líUego.  pai-a  reaccionar  contra  este  extremo  de  la  apo.stíi- 
sia,  será  fiuzoso  invertir  totalmente  la  monstruosa  cor)struc- 
rión  de  sus  qiuuicras,  y  volver  al  plan  armonioso  y  próvido 
con  que  la  Iiifniita  Sabiduría  modelara  en  las  cosas  del  Cielo 
las  cosas  de  la   tierra,  i  Prolouijndos  tiplmmoH}. 

jSeñores!  S¡  los  medios  se  subordinan  á  sus  Unes,  el  reino 
e-xterior  de  Cristo  es  Ea  soberanía  universal  de  la  Iglesia.  Y  no 
hay  salida  entre  los  términos  de  esta  alternativa:  ó  la  deifi- 
cación del  Kstado  por  el  liberalismo,  que  en  doctrina  es  blas- 
femia,  en  polftica  es  tiranía,  y  en  moral  es  perdición,  ó  la 
sot>erarda  de  la  If;lesia,  Inlegramente  eoufe.sada,  sin  capitu- 
lar con  las    preocupad one.s,  cuj'o   contagio   todos,  señores, 


heinnK  tpiiidtt  la  ür*if(i-aLña  ili'  uspirnr  en  lii  ni mái^fera  infecta 
lie  i»«li*  'íitrln.  y  conlrn  liis  nialr?*.  o»in(jr«¡^(los  nqiit  en  lomo 
ite  niit-siro  IVüla  lo.  pi*flli*fttuii)OH  tuiy  tlíii  dvlanh'  ilel  Cido 
y  ele  los  lioiiibrcs.  para  oeriir,  eon  la  mente  iliiniinada  y  el 
i'onixOn  gi>£08o.  latí  amias  de  lo»  atiatídeti  cristianoK,  por  la 
[íloriii    til'  Oíos  y  la  ii'írene'rarirtii    de  la  Keprddíca.    fY»'ra«rffw 

|<a  fp  rnya  iiiLc^tridad  habéis  cttiileiíado  por  viieHtro  volu 
explícito  de  ndlipsuín  Á  l.i  Kriríi-lirn  ihutnUt  furo  y  Á  Ia»<  en- 
HcAanzar;  ftoleinneíi  d*>  J^ecm  XJII,  nos  presentii  la  lirlesia  liajo 
estos  troí  earacleres:  sal  dt*  la  líorra.  á  la  cual  purilica  c-on  su 
santidad:  luz  del  mundo,  k  quien  ^ila  con  ru  en^eftanza: 
ríndiid  elerna.  >'upr<t  mntihw  lUMÍta,  elevada,  sefiores,  nifi-^ 
urrtba  (pie  todas  las  citidiides.  /•  investida  de  un  |H)dtM'  sobre 
loK  almas  y  Robre  los  KHtadoK.  mím  sublime  i|ue  Inda^i  laf>  íh>- 
b«raníai>  subleva<)aíi  al  presente,  como  en  los  díai^i  me^iánicAs, 
cotitra  el  «ennr  y  contra  üu  Crjfito.  ÍAfilitHtwM). 

Y  guarda,  ^^ennres.  con  los  eureiiiísnto^  pielistas  y  la»*  (Hira- 
dujas  de  una  teoría.  ileiuaKiadn  bumana  para  ennciliarae  con 
latí  vi'rdndes  sohrenutnrales.  I.a  suhliniidafl  de  la  Ii.'leMÍH,  re- 
ple^ijda  dentro  <lel  templo,  la  «onliesa  lambían  el  proleslante. 
y  Ciuíi  casi  el  lilicral,  Halisfeitlio  rmno  los  Céaares  con  f|nedar 
diieflo  exclusivo  de  este  mundo;  y  la  excelencia  de  la  lilosolU 
nrlsttaria  c.ntdit'->uinla  l;imhJén  lo»  racionalistas  menos  ¡nsen- 
Mlofl  y  los  revolucionarias  menos  radicales.  Pon>ro  la  tesis 
romo  la  ponía  Santo  Tomás:  la  tesis  de  la  Iradieión  ealólíea, 
délos  Uriiniio  y  los  tire^rorr».  del  (Concilio  de  Trerdo.de  Pío 
IX  y  de  León  XIII:  «¡T^  lalesia  tiene  de  dererlm  divino 
rierla  potestad  sobre  las  cosas  leiupfirules  de  tos  Kslados!  > 
Elasta,  senorefi.  de  pactos  afemtnitdos  con  la  rebeliónl  {Aplau- 
«wt).  ¡Confesemos  cotí  varonil  intrepidez  h  Cristo-Rey,  y  í'l 
sftivará  nuestro  pueldo,  y  nos  cnnfesará  ante  i>u  Padre  que 
(wlá  en  los  Cielos!  (ApIítiMOH).  Stntp  in  fiíle,  viriliter  agite^ 
aconsejaba  San  Pablo  á  los  cristianos  de  Corinlo.  OculLaTi  k 
veces  su  bandera  los  soUlados  <pie  s;ileii  fi  morir:  Jamás  los 
i|ue  salen  á  vencer.  Desple^jiiemos  nuestra  santa  enseña,  y 
que  flote  á  todos  los  vientos  de  la  contradicción  y  de  la  leni- 
ppstad.  {Pliitufiti-Htati  nplaiiHtiHj. 

Durante  el  curso  de  vuestras  deliberaciones  y  contemplan- 
do el  contraste  de  esta  (jrlnríorta  Asamblea  con  esos  Parla- 
mcnlos  mntlos  ímity  ftíew,  tHUtj  fríen),  qu«  afrentan  la  Repti- 


—   100 


blica  y  sus  tradiciones  de  libertad,  yo  me  be  preguotado  i 
veces  ñ  mf  mismo,  si  es  esla  la  última  Asaml)Ieii  libre  de 
la  decadencia  argeidina  ó  la  primera  Asamblea  libre  de  la 
reReneracióii  nacional.  (Ruitionoit  n  jiro{on¡/nfÍon  a¡tUmKon). 

Permitidme  responder. 

Admiro,  sefíores,  la  rot)usta  ^nurueiún  <iue  fundó  la  Re- 
pública. Inrortunadamente.  en  el  vértigo  de  las  luchas  de  la. 
independencia,  la»  absorbenles  preocupaciones  de  la  política 
turbaron  el  juicio  de  los  hombres  ile  dttrtrina  y  chí  {fotuerno. 
Ellos  consideraron  las  itistituciones  eclcsiAsticas  como  meros 
eBta.blecimientus  sociales,  cuya  organización  y  disciplina  afec- 
taba el  problema  de  la  emancipaci«^n  de  In  República,  y  tra- 
taron la  cucslión  como  un  punto  de  política  civil.  Admilfan, 
deestu  suerte,  en  la  base  del  derecho,  la  hípntesis  galicana  y 
regalisla  de  t|ue  «la  Iglesia  está  dentro  del  Estado*.  {JJramK). 
Imprudentes  juristas  se  adhirieron  á  este  juicio  escandaloso, 
y  el  liberalismo  halló  fácil  entrada  por  la  brecha  que  el  ab- 
surdo abría,  (ifii//  bien).  La  muralla  sagrada  no  tuvo  pechos 
que  In  cubrieran  ni  brazos  que  se  arntaran  en  su  defensa. 
Desde  entonces,  señores,  la  política  argentina  ha  sido  un  te- 
jido de  ílusiiMies  y  de  a|)eltlos  <]ue  tros  generaciones  han  pa- 
gado con  el  dolor  y  con  su  sangre.  (Mnmlr<M  de  aprotuirión). 
Hemos  corrido  tras  de  sombras  livianas,  creando  institucio- 
nes, plag-adas  unas  veces  de  quimeras,  corrompidas,  otras  ve- 
ces en  sus  elementos  más  sanos  y  discretos  por  la  malicia  de 
los  ambiciosos  y  la  candidez  de  ios  |>artido5.  Poseemos  la 
forma  republicana  de  gobierno,  producto  natural  de  nuestra 
constilucjóii  sticial,  esterilizada,  sin  efíihargo,  ponjue  la  prác- 
tica política  la  ha  despojado  del  principio  de  justicia  y  de 
verdad  que  debiera  darle  vida.  (ÁpfauKOH). 

Si  hay  ó  no,  seúores,  en  las  alturas  del  Gobierno  una 
conspÍra<M(in  conscierdenuitite  dada  á  di^sarrollar  el  progra- 
ma masónico  de  la  revolución  anti-cristiiuia,  no  es  punto 
para  discutirse.  .No  estaríamos  reunidos  aquí  si  la  aposta- 
sía  de  Ins  gobernantes  no  hubiera  estremecido  de  indigna- 
ción á  los  pueblos.  (Ürafs>s  ¡f  aptaH>toít).  jSi  hay  ó  no  pre- 
meditada usurj>aciún  cesárea  de  Uis  derechos  de  Dios  y  de 
los  derechos  nacionales,  dígalo  por  ntí  la  crónica  de  un  año, 
en  que  un  Gobierno  insensato  ha  atropellado  á  la  vez  la 
inmunidad  de  la  Iglesia,  la  dignidad  de  la  enseñanza,  la  li- 
bertad de  conciencia,   la  fe  de  los  padres,   la   inf>cencía  tte 


—  167  — 


los  DJaos.  la  libertad  electoral,  la  i ndepcfi ciencia  de  las  Pro- 
vincias, nuestro  dcrtM'ho  ilu  rrlsliauos  y  nuestro  derecho  do 
-urgentinos !   {Eulruendonotí  aplansoni. 

Mas  no  surgen  Gobiernos  tales  eu  las  aacioues  do  la  no- 
che á  la  mañana,  sin  corrupi^ión  en  ijue  perniinen,  errores 
que  lo:f  pi^|>ai-eii  y  ueglígcacias  que  los  fomenten.  (M»g 
bien,  muy  bicttt. 

He  Cbluditido,  señorea  la  política  de  mi  país,  falsa  en  sus 
inipiilNi>s  iniciales,  y  lie  seguido. .  .  de  tejos,  con  repugna  ncín 
y  zozobra,  ku  descomposición  gradual  y  rápida  entre  eloc- 
ciones  fraudulentas,  rivalidad  de  oligaiquía»!.  conciliaciones 
«niñeras,  abdícacitines  coltanJes    y   es|ilolnc¡ones    bastardas. 

(ApIftttAOBj, 

So  ([uoda  iiistilucíóu  que  no  esté  fulBeada,  y  la  Constitu- 
tiva ctf  una  colozíal  mentira  y  una  impía  írrisíún.  (Bvacotí). 
Estudio  por  sus  síntomas  la  política  prcMlomínante,  con  sus 
injusticias,  su  violencia,  su  .Htd>t?rbia;  y  veo  mi  ella  el  impe- 
rio dv\  apetito,  es  decir,  el  imperio  ilel  naturalismo.  {Gran- 
des nplausovj. 

No  IinbiérHimts  separad'!  i  Cristo  de  la  Patria,  y  ni  una 
^neración  habría  gemido  biijo  el  yugo,  ni  otra  generación 
líe  avergonzaría  de  esta  degradación  bizantina.  (Bracott). 
Sólo  el  imperio  di*  tu  razón  derrumbaría  el  de  las  pasiones, 
Más  la  razón  filosófica  que  niega  el  orden  sobrenatural,  des- 
pués de  largo  divagar  y  odioso  envanecerse,  restablece  el 
dogma  positivista,  y  una  moral  que  legitima  los  impulsos 
impuros  de  la  carne  y  de  la  sangre,  arrastrando  las  socie- 
dades bumanas  al  contlírtn  de  las  ambiciones  y  al  reino  de 
la  con<!upiscencia. ...  La  razón  sin  la  fe  es  el  bombre  síii 
Crislo;  y  el  bombre  sin  Cristo  marcha  en  las  tinieblas. 
(AptauMM}. 

Wo  en  vosotros  amadores  de  la  luz  que  la  buscáis  en  el 
rauthil  de  la  verdad  y  de  la  gracia,  y  os  aprestáis  á  pro- 
mul^'ar  el  reino  del  Sefior  en  los  cantones  de  las  plazas,  en 
la  tribuna,  en  la  escuela,  en  el  foro  popular,  y  iJonde  quie- 
ra que  vuestra  investidura  cívica  os  exija  dar  testimonio  á 
Dios  y&  la  lilfOrtad  cristiana  —  {Bu  cierh,  es  ciertoj.  Si  lafi 
Asambleas  de  I8t0  son  gloriosas  porque  fundaron  la  Repú- 
blica^ esta  Asamblea,  que  tras  de  setenta  años  de  ensayos, 
aventuras  y  desiistres,  advierte  á  nuestros  conciudadanos, 
como  el    Bautista    al    mundo,    que    es   necesario   enderezar 


—  IfiS  - 


mipstrns  vpreHns;  y  que  desde  lo  profunrlo  <iel  abatimiento 
pnlIUco  y  moral  de  lu  Nación,  clama  íl  Dios,  desafía  el  tlcs- 
potísmo,  reaviva  la  ronciencia  del  derecho  y  preconiza  aqn*"- 
Ua  justicia  que  es  jiisliria  eternainente,  no,  sefiores.  no  va 
el  postrimer  fulgor  de  un  pnehlo  ntorihnnd»:  i»s  el  esplín- 
dirío  centellear  de  un  pueblo  que  renace:  es  la  primera  Asam- 
blea libre  de  la  regenerací(íu  argentina.  ( Kuifioitoit  a /¡tn hm>h  ti 
entuniaití^is  aclamaciones  ni  orador). 

Ahora,  sefiores,  y  ya  <|ne  me  olor^rñis  el  insi^fne  honor  iU- 
presidirla,  me  habéis  de  |>erílonar  si  audazmente  os  declaro 
Ires  reg'las  de  conducta,  á  mi  juicio  indispensables,  y  que 
someto  íl  vuestras  reílexíones  con  fraterna  libertad. 

i-a  abnegación  personal,  la  obediencia  á  la  Iplesia.  la  en- 
IrcKa  de  nuestra  voluntad  en  la  voturdad  de  Dios,  de  quien 
todas  las  cosas  dependen;  rt  lo  que  es  igual,  la  fe  viva,  que 
penetra  nuestro  espíritu  y  dirijre  nuestra  actividad,  es  pri- 
mordÍHÍ  resorte  de  nuestra  noble  y  santa  empi*csa.  porque 
el  reino  social  de  Cristo  es  un  <lefii(fnio  sobrenatural,  que 
no  serviremos  jjiniíís  con  el  alma  corrnmpida  por  la  sober- 
bia, madre  de  despotismos  y  anar(|ufas,  por  la  envidia  que 
engendra  las  facciones,  ni  por  la  ambición  que  arriiinü  los 
imperios  y  las  Repúblicas.  (Mitentran  rfe  aprobación)  ¡Fe  y 
sacrificio,  señores!  ¡Ved  ahí  nuestro  Rey.  ..coronado  dees- 
pinas!  ¡Kl  nos  ha  daiJo  ejemplo,  para  que  como  Él  hízn.  asf 
también  hagamos  nosotros!   (Aplaunoa). 

¡Y  tanto  como  la  fe  necesílamns  la  unión:  la  unión  fie  es- 
píritus para  ver:  la  unión  de  ánimos  para  combatir:  la  unión 
de  coraztmes  para  amarnos!  Kl  hombre  enemigo  ha  derr.i- 
mado  cizaña  en  el  campo  del  Padre  de  familias,  porque  los 
suyos  dormidos  y  fiispersf»s.  trftnsfuírns  ó  necios,  miserable- 
mente lo  abandonamos.  Dios  es  misericonlia  y  justicia.  Él 
perdonara  nuestra  pereza  si  la  reparamos  con  la  enmie.nda. 
¡Para  obrar,  sefiores,  unión!  unión  entre  nosotros,  unión  en 
el  Sagrado  Corazón  de  Criíito.    (Aplavsr'K). 

¡Y  finalmente,  íí  la  acción!  La  República  exige  para  rero- 
brar el  derecho,  para  restaurar  el  reinado  social  de  Jesu- 
cristo, y  como  instrumento  y  principio  de  su  regeneración 
en  la  fe  y  en  la  moral,  la  Constitución  de  un  Gobierno  con- 
servador y  cristiano.  (Mticuírtn*  de  adJieniónJ.  ¡Sefiores,  A  con- 
quistarlo! (EHtrucHdoHOH  aplauMH).  No  me  preguntéis  cómo. 
Nuestros  padres  quisieron  ser  independientes,  y  lo    fueron. 


—  Iü9 


¿Hah6is  (Ic^enerailo  de  su  estirpe  y  deüiuíantfre?  . .  .(Tiiittíif 
ntc*:s:  no.  mil  i  itcs  iió!.  Qucrciims  sit  Iibn*K  liajo  el  imptt- 
rio  fit'l  lOvati^iíIin.  y  lo  tícri'inost  lH'UVoa  y  f'ftu'ftUnHUK  n^ftaii- 

Oigo  cAlciilos  sombríos.  K)l  Poder  aUja  al  puelilo  el  cami- 
no de  los  comicios  con  un  ejército  en  que  recluta  los  ídüíos 
lie  la  Pampu,  (ÓrtiWK)  dnndo  el  liorríble  espectáculo  de  la 
itsurpaoióii  servida  por  la  Iwrbario.  ¡Panlaiífa,  scftorcsl  Ese 
ején!¡lo  tiene  Jefes  bizarros,  en  rnyo  espíritu  el  h<»tior  mili- 
tar se  asocia  á  sus  debertüt  de  ar^mtinos  y  á  su  conciencia 
de  cristianos.  ('rjofir/fA  HpfriKxwi).  ¿Y  qué  producto  de  vioten- 
iña  eonocéis  ({ue  Hea  duradero  f  ;,Quérosa  sólida  ha  podido 
crear  jani.'is  la  Tuerza  bruta f  ¿Qué  obst/iculo  invencible 
puede  levatttnr  el  mísero  orgullo  ile  los  hombres  de  poder 
contra  una  civilización  qtie  retoña,  una  Te  cfue  se  afirma  á 
s(  tnir^ma  y  un  pueblo  (|ue  reivindica  el  honor  de  sus  alta- 
rcM  y  la  posesión  de  sus  derechos? ...  (.-l/í/dKwwíi.  Vacilen 
uquelloK  ¿  i|nienes  sólo  estimula  la  concupiscerUe  perspecti- 
va de  las  victorias  fáriles  ¡Los  católieos  sabemos  esperar 
nuestra  hora,  <iue  es  la  hora  de  Dios,  ooidla  en  «un  tmjH*- 
uelrables  de.si'^'ijios,  portpie  ipiiere  que  vivamos  de  sacrificio 
y  de  esperanza  1  ¡Sin  eso,  nuestra  vida  ao  serla  míJicia!  No 
luiréis  escollos  ni  abismos.  Sí  os  contáis,  conláor^  como  los 
soldados  de  (¡edeón. 

1^  crisis  e«  suprema  y  supremo  el  grito  de  nuestra  angus- 
tia y  lie  niietsiro  dennedo^Pro  arU  et  fociní  ¡Por  Dio»  y  por 
la  Patria  [   {Ilv.pHUiox  nfthiUKm). 

No  lo  diría  yo,  ai  no  pudiera  ampararme  ile  la  autoridad 
de  ua  Cardenal  de  la  Santa  Iglesia  Romana:  este  siglo  de 
universal  secularización  de  todas  las  cosas,  es  el  fttglo  del 
apostolado  laico,  ¡Seí\ores:  constituios  en  apóstoles  de  ver- 
ilad!iY  perinilidme  añadir  que  este  siglo  de  libertades  polí- 
ticas, es  el  siglo  de  las  Justicias  impulares!  ¡Sea  eaila  ciuda- 
dano católico  Ministro  de  e^u  Justicia!  (Aptutuon). 

Hecnrdaba  el  mismo  ilustre  Principe  de  la  Iglesia  que  en 
el  luminoso  período  del  viaje  por  el  desierto,  los  bebreos 
uiarcbaliHii.  conduciendo  el  arca  guardada  por  la  tribu  .sa- 
cerdotal. 

Las  demAs  rodeaban  al  Sacerdocio,  y  abría  la  marcha  la 
tribu  de  Judá,  tribu  de  la  estirpe  real,  tribu  del  laicismo 
militante.  -Así  se  pasa  del   desierto  á   la  Uerra  pr/imelida  f* 


170 


{Así  loB  argentinos!  ¡Sefiores!  Veil  alif  el  altnr.  (iiiíiiatndo 
el  tííktr  levatitatlo  en  la  saia  de  {n  Atuimfthuí),  ved  ahí  v\ 
Poiitíficc:  iiitfiiciituio  (ü  señor  ArsobLspoj  luirad  lu  Patria 
desolada.  .  .  Aquí  nosotros.  (AptaHftos). 

jQut>  t)íuíi  iiOK  iiirnnda  lu  abiie^acldn  y  la  jierseveraii- 
cia!  Están  en  su  maní*  la.s  victorias  y  los  castigos.  Cuaren- 
ta años  detuvo  á  su  imebld  en  el  iteítierto,  y  lar^^cw  siglus 
giiniñ  la  tierra  por  su  Cristo,  bombre  de  dolor  y  desecho  de 
la  plebe,  en  euya  carne  no  (|uedú  s;\nidail.  que  para  vencer 
al  jiiundo  pasó  tus  ¡ilialiniípnlos  de  la  cruz  y  para  vencer 
la  muerte  los  abatiinientos  del  sepulcro.  Él  es,  seflores,  nues- 
tro Jefe  y  nuestro  amigo  y  nuet^tru  lierinano.  ¡Nada  temáis! 
A  nosotros  el  sacrilicio  y  la  lucha:  y  ¡que  la  santa  voluntad  de 
Dios  se  baga  así  en  la  líeria  como  el  el  Cielo!  (ApluitíiOH). 

Nos  hemos  forlalecido  comutiici'ifidonos  reelprocametde  y 
ron  Dios.  Mafiaua  depositaremos  inteslros  jurnuientos  cívi- 
cos y  cristianos  en  el  misino  suntuari(»  donde  se  consagra- 
ran á  Cristo  y  &  la  Patria  los  milicianos  que  se  batian  en 
Perdriel  contra  los  conquistadores  británicos,  allí  mi»m</ 
donde  Belgrano  deponía  bis  banderas  debeladas  en  los  com- 
bates de  Salta.  N'tieslros  héroes  besaron  las  losas  de  ese 
templo,  que  tantos  años  <lespu{'s  vuelve  &  hollar  su  posteri- 
dad descncanta<la.  .Vos  levantaremos  |>oderosos.  bajo  el  brazo 
bendito  de  la  Divina  Madre,  aiuílio  de  los  cristianos. 
(Aplaitfíos). 

Id,  vosotros,  señores  Representantes  de  nuestros  herma- 
nos del  Interior,  y  encended  sus  pechos  eu  el  fuego  que 
hierve  en  vuestros  corazones. 

Ilustrísimo  señor:  ¡bendecidnos!  Kstamos  prontos:  ¡bende- 
cid á  vuestros  hijos.  |}eiidecid  vuestra  legión,  bendc<^id  nues- 
tra tribu  de  Jndá!    La  hora  ha   llegado. 

(Señores!  «A  vender  la  túnica  y  á  comprar  la  espada  I» 
{fCttlreiiiUmos  g  rejt'^Udoí!  aptauísi>H}. 


-  171    - 

Discurso  pronunciado  en  Salta  por  el  doctor,  D.  Ángel  luátintano 
Carranza,  el  17  Je  Junio  de  1885.  sn  una  función  lírico-literaria, 
en  honor  del  General  GQemes,  al  celebrarse  el  64  aniversario 
de  su  muerte. 


Concitidnda  hoh: 

Nos  coii^rcKauíos  en  esU  fecha  inolvidable  cou  un  pen- 
SQmieiilo  patriótico  A  la  vez  que  piaiioso:  conmeinonir  á  un 
procer,  á  uno  de  los  padres;  de  uueslra  nacionalidad  tuya 
famn,  elevándose  en  el  silencio  del  espacio  íteaiejante  á  la 
calda  de  los  fenómenos  celosle-s,  cae  hacia  la  posteridad. 

ijOñ  tinlitíuos  ^ic^os.  al  reunirse  con  objeto  análogo,  co- 
roiiHlHiii  á  suí>  héroes  y,  derramando  sobre  las  llores  del 
festfii  la  primera  copa  en  su  honor,  evocaban  sus  manes 
auguíiiníí  enii  cantos  inspirados. 

Así,  e!  nombre  de  Marti»  Grtemes  es  ya  una  herencia  in- 
estimable |}ara  los<'ir(;enlinos.  Su  memoria  no  ha  de  roda: 
por  los  abismos  del  olvido,  porque  <>1  eclipse  de  los  grandes 
hállase  de  ordinario  en  conjunción  con  su  gloria,  sín  (|ue 
t^e  brillo  sea  jaináíi  obscurecido,  pues  sobicvíve  á  (odas  las 
vicisitudes,  y  al  tiempo  mismo  no  le  es  dado  ejercer  su  terri- 
ble doiniíiio.  íApÍfturioíi\, 

Nuestm  lii.slnria  inihtar,  tributando  jusliciu  á  los  sePi'icios 
)r  á  las  virtudes  cívicas  del  campeón  de  una  cau-^^a  noble  y 
magTiáninia.  lo  ha  declarado  constante,  humano  y  desintere- 
sado hasta  rendir  su  vida  i*n  el  aliar  ilr  la  Matria. 

En  efecto,  el  General  GQemes  fué  el  a|>óslol  popular  que 
mantuvo  encendido  el  fuego  del  entusiasmo,  distinguiéndose 
ainu)  repreáentatite  de  la  fuerza  moral  y  material  de  la  pro- 
vincia de  .Salla  en  la  campaba  de  1814  por  su  asc:endientR 
en  las  musas,  y  preparando  con  impulso  poderoso  las  de  1817 
á  1821. 

Su  actitud  al  pie  de  las  cordilleras  del  Alto  Perfi,  aislado 
eo  aquellas  grandes  eminencias  geográlicas  del  Globo,  y  resÍH- 
liendn  sin  desmayar  el  empuje  de  las  legiones  enemigas,  era 
no  soto  diuna  de  un  héroe,  sino  (]ue  necesitaba  la  perseveran- 
cia inqnebrantable  de  un  prfdesliiiado. 

De  las  nueve  invasiones  (raídas  sobre  la  provincia  de  Salta 
por  las  armas  españolas  durante  la  lucha  emancipadora,  nin- 
guna tan  formidable  como  la  del  General  Serna  en  ISI7. 


-  172  — 


Una  columna  de  las  tres  armas,  fuerte  de  2500  veteranos, 
8e  posesionahn  ríe  osla  riuiiaii  á  las  riuitro  fie  la  lardo  del 
16  de  Abril  de  aquel  aftn.  sin  embargo  de  haber  sido  lonaz- 
racnte  boslilizada  por  lot;  babilaiiles  que,  k  la  voz  de  su 
caudillo,  se  armaron  y  montaron  íi  raballo  para  detener  el 
avance  del  opresor  y  aun  agredirlo  en  sus  nijí^inas  posicio- 
nes, dispntñndolc  hasta  el  a<riia.  que  íe  rosló  snnjire  Itmiarla, 
porque  apenas  era  ducno  del  suelo  que  pisaba. 

Peni  esla  provincia,  organizada  mililarmenle  bajo  la  diree- 
ción  de  aipiol  patrióla  idolatrado  por  las  masas  y  (^apaz  de 
(fiarlas  con  buen  Hiiceso.  reemplazaba  al  ejército  de  línea  de> 
rendiendn  el  territorio  hasta  rechazar  al  inva:3or  eon  sus  pri>- 
pios  cli'nienloíi  y  rombiiüiriones.  Salla  fué  entonces  el  baluarte 
de  la  ttí'pi'ditica  y  (íílernes,  eiui  sus  mtitchos.  su  mejor  esperan- 
za, iniciándose  aquella  resistencia  que  conquistó  el  asombro 
de  los  ron lempor/incos,  como  ha  merecido  más  tarde  el  a|))aii- 
so  de  la  historia. 

Data  de  esa  época  que  el  dictado  de  gaticho,  por  so  caballo 
enjaezado  con  el  guardamonte  de  cuero,  ya  famoso  en  el  curso 
de  la  revolución,  empezó  á  pronunriarse  con  rej^pelo  hasla  por 
los  realistas.  Tal  era  su  a;,'Ílídad  en  las  esc^iramnzas  ó  para 
evadir  las  guerrillas,  en  la  e.'spesura  de  los  matorrales  y  hasta 
los  planes  estratéfficos  mejor  ideados. 

En  aquella  lid  singrular.  el  nrtmero,  armamento  y  disciplina 
de  las  huestes  invasorus  parei-ía  diirles  una  superiorídail 
decidida  sobre  las  milicias  salleftas,  (pie  no  podían  ofrecer 
batalla  campal  sin  la  sefruridad  de  un  descalabro.  Pero  en 
cambio,  las  ventajas  topot;ráficas  y  aun  m<irales,  estaban  del 
lado  de  los  que  se  defendían,  por  lo  irregular  del  terreno, 
la  unidad  de  esfuerzos,  la  sohdez  de  su  organización  militar, 
y  lo  invulnerable  de  aquella  falauRe  qu*"  se  disipaba  como 
el  buinu  ó  se  reunía  de  improviso,  siempre  adherida  al  suelo, 
para  volver  con  nuevos  bríos  á  la  pelea,  bajo  la  inlhu'ncia 
irresistible  de  Gílemes. 

Un  historiador  rc^TifcoIa,  el  concienzudo  General  D.  Andrés 
García  Cand)a,  que  en  esa  cafnpafla  vino  al  fi-enl.e  de  uno 
óti  los  cuerpos  de  caballería,  encomiando  la  láctica  especial 
y  cl  coraje  indomable  de  esta  tropa  colecticia,  escribe  en  sus 
Memoriats:  *  Los  «yanc/fON  eran  Imndires  del  camiio,  bien  mon- 
tados y  armados  todos  de  machete  6  sable,  fusil  6  carabi- 
na, de  los  que  se  servían  altemativamenle  sobre  sus  caba- 


lia 


líos  con  sorprendente  habilUIaH,  acercándose  á  las  IropO-'í 
ron  tal  confianza,  solluia  y  sangre  fría,  que  admiraban 
á  los  iniliturüs  europeos  que  por  primera  vez  observa- 
ban aquellos  hombres  extraordinarios  á  caballo,  y  cuyas  ex- 
ci'lenlea  disposiciones  para  la  {.'Ui^rra  de  jíucrrillas  y  .sorpresa 
tuvieron  repelidas  ocasiones  do  comprobar.  Eran  individual- 
mente valientes;  tun  diestros  á  caballo,  que  igualan  si  no  ex- 
ceden, á  cuanto  se  dice  de  los  célebres  imtwí^tupoH  y  de  los 
famosos  a/xníois,  porque  una  de  las  armas  de  estos  enemigos 
consistía  en  su  facilidad  para  dispersarse  y  volver  de  nuevo  al 
ataque,  raanleníendo  á  veces  desde  sus  caballos,  y  otras  veces 
echa mb>  pie  á  tierra  y  cubriéndose  con  ellos,  un  fue^o  seme- 
jante al  de  una  buena  infantería-.... 

Como  se  ve.  el  testigo  no  puede  ser  tacbado  de  parcia- 
lidad. 

RealmeiiLe.  sefiores,  dcbíoroii  encontrarse  sorprendidos  los 
e-ípañoles  y  acaso  estupefactos,  en  presonclu  de  aquellos 
biinibres  Acb-aordinarios,  .se^iin  los  llamaban,  cuya  fuerza 
riinsislta  en  la  iniciativa  individual,  pues  cada  utio  obraba 
nomo  todos  y  todos  cotuo  cada  uno.  oliservando  con  agu- 
deza un  ilustre  argentino,  que  basta  la  ejini|ies¡na  bumilde. 
íflMitada  en  la  puerta  de  su  cboza  y  el  uifto  que  descansaba 
i'ii  sus  faldas.  desenipenal)an  una  función  militar. 

fVsf,  el  ííeneral.  [).  JíTóiiiino  Valdcz,  al  llejíar  con  ñu  tropa 
á  inmediaciones  de  un  pobre  rancho,  vio  que  un  murhaclio 
ti»  cuatro  años,  por  indicacit'ui  de  la  madr(>  montaba  á  ca- 
billo y  partía  á  escape  Uevatido  a  su  padre  la  voz  de  alar- 
ma contra  el  invasor. ...  ^.4  njfie  pwhla  nu  ia  caiujiiinlareinnH 
Jitmuin'  exelamd  como  un  profeta,  ante  aquella  acción,  t^l  hon- 
rado jefe  peiiinsnlar. 

A  la  verdad,  la  arrogancia  española  no  (ordo  en  ser  al>a- 
litU,y  los  sostenedores  del  monaiira  borbánico  recnnocicroii 
biefni  <pie  los  gauchos  de  Salta  eran  f^uen-eros  dignos  de 
juedímr  con  ellos. 

Entretanto,  el  General  Serna,  ocupando  á  esta  ciudad, 
habíase  colocado  en  la  situación  del  pájaro  que  entra  inoceu- 
lemfide  en  una  jaula;  puf.s.  en  el  lajist)  de  pocos  días,  ya 
fustigadas  las  cinco  expediciones  que  desprendiera  con  el 
ubjeto  de  procurar  bastimentos  y  medios  de  movilidad  de 
que  carecía,  no  le  (picdó  otro  remedio  que  trabar  lucha  c^>n 
la  fatalidad.  De  manera  que,  obligado  á  defenderse  en  el  es- 


—  174  — 


Irecho  recinto  que  cubría,  como  era  natural  ()ue  aconteciera, 
dnda  Ih  liostílidad  teiiiiz  de  un  enemÍ(!;o  que  en  sus  emhesli- 
das  parecía  Jlevar  alas  y  ser  favorecido  hasta  en  las  linie- 
Iila8  por  luces  íiiniestnis. 

Lft»  ffrtucho:!,  diestros  y  arrojados  en  el  ataque  como  en  la 
retirada,  según  la  ingenua  oonffKÍrtn  de  lns  contrarios,  liabfan 
llevado  su  osadía  al  extreinít  di-  eidazar  y  arratilrai  con  su« 
caballos  algunos  centinelai;,  sobre  sus  tnismus  cuerpos  de 
tniardía;  y  ese  inMndo  de  ofender  rausA  singlar  horror.  A 
los  percances  del  lazo,  untase  además,  el  de  los  {^uardamon* 
les,  i|ue  no  solo  les  daba  superioridad  pam  maniobrar  con 
prontiiud  en  el  bos(|ue  espinoso,  sinO  que  les  servía  para 
roiilurbar  al  ent^inigo,  hiriendo  su  iniatíinaeiAn  ron  el  ruido 
atronador  de  esas  cargas  semi-bárbaras.  por  los  alaridos  con 
<|ne  las  iniciatmn  y  el  chasquido  de  sus  azoteras  de  anta, 
liacienrln  (|n(>  niia  parttdií  apareciese  con  mucho  mayor  nú- 
mero de  jinetes  del  que  teoía  en  realidad. 

Tales  contrariedades  que  se  medían  más  por  el  efecto 
moral  que  por  las  pérdidas,  acabaron  de  desmoralizar  al 
invaNor.  el  c|ue  ya  sin  poder  para  reprimir  la  insurrección, 
vio  que  tornábase  inminente  su  retirada. 

Sucedió,  pues,  que  disipadas  todas  las  esperanzas  que  se 
acariciaron  al  iniciarse  la  campaña,  el  General  Serna,  en  la 
madrugada  del  5  de  Mayo  evacuaba  esta  ciudad,  vivamente 
tirotcudií  por  partidas  de  i/aHrftoN  que  pululat>an  en  derredor 
suyo,  cual  bandada  de  golondrinas  que  ¡lersiguen  al  (gavilán. 
Ajtenas  llefiado  &  Jujuy,  en  Junta  de  Guerra,  se  resolvía 
por  unanimidad  continuar  el  retroceso  para  salvar  el  ejíir- 
cilo.  y  el  21  del  propio  Mayo,  era  desguarnecida  dicha  ciudad, 
arrastrándose  penosamente  el  enemigo^  ya  sin  otro  alimento 
que  la  carne  de  los  caballos  ó  los  burros  que  se  cansalmn, 
quemando  hasta  las  cnrefias  de  sus  cañones  y  obligado  á  no 
soltarlas  armas  de  dfa  ni  de  noche,  porque  se  pelealia  en 
todas  parles,  y  aquel  sitio  que  tenía  el  movimiento  de  la  vida, 
era  propiedad  de  la  muerte.  (Apíaunon). 

El  recordado  General  Camba,  tan  bien  hifomiado  como 
impareial,  no  obstante  el  ardor  con  que  se  batió  en  esU 
provincia  por  la  causa  de  su  Rey.  narra  asj  lo  (pie  presenció 
entonces. 

«....Las  penahdades^  los  sufrimientos  y  tas  pérdidas  que 
experimentó  el  ejército  real  en  esta  campaña  y  retirada,  ni 


—  17; 


rupra  ñeíl  dpíwri birlas  con  puntualidad,  ni  á  ser  posible,  se 
creyeran:  lal  es  lo  singular  y  extraordinario  de  sus  p«nneni>- 
res.  Cntiin  lo?:  pjistos  sf'  liiLlKtlKiti  seros  por  lo  avanzado  lie 
la  esUtción,  los  (ixleiiuados  caballos  y  rautas  de  carga  que- 
daban senibradoB  por  el  camino,  consumidos  de  hambre,  de 
latida  y  fie  canwincio.  IIul>o  necesidad  de  destruir] y  consumir 
iiHinho»  erertns  de  imrqiie  y  municiones:  la  e^ballerfa  llegí) 
al  Alio  Per^i  á  pie,  teniendo  que  ipiprnur  los  bastos  de  la  mayor 
parte  de  sus  sdla?.  I^s  tropas.  venrida>i  por  el  enemigo,  pre- 
sentaban el  aspecto  de  la  tuda  dct^aslrosa  derrota....» 

Senorf:s:  el  rotorido  no  puede  ser  uiás  sombrío  ni  más  lú* 
gubre.  Lina  victoria  dreisivn  nn  bubiera  sido  tan  fecunda  en 
rebultados,  pues  lo  relacionado,  autes  í\uh  derrota,  era  un 
verdadero  desastre. 

A  ese  ejercito,  que  babfa  coTnbalido  con  venliyas  contra 
las  ilKiiilas  inifieriales  en  In  FeninKula  y  ron  tropas  refiíilares 
argentinas  imi  el  .\Uo  I^erfi.  vénuisln  retnicedcr  iniiníllado 
moralineide  y  destruido  en  buena  líd De  los  ViOO  solda- 
rlos aguerridos  con  que  invadió  y  fuíí  ivforzado.  perdió  una 
niarta  paflc  entre  muertos.  prisioneroíJ  y  desertores;  míis  aún: 
lodo  su  material  de  guerra  y  elementos  de  movilidad.  Hepe- 
UmoN,  apenas  Tur  dueño  del  terreno  en  que  vivaqueaba,  y 
aunque  tienodado  en  la  refríe^M  y  sufrido  en  las  fatigas,  las 
}?ananeías  que  (d>tuvo  eran  insi<;nít¡rantes.  sin  embargo  de 
habérselas  con  g^nte  bísofia  y  mal  armada. 

¡(lapricboK  fie  la  suerte!  Rse  (íeneral  l>.  Josf  de  la  Sema, 
futuro  Virrey,  tpie  retrojjrradaba  con  su  fibra  estremecida  por 
el  despecho,  era  el  mismo  que  meses  ardes  intentó  seducir 
A  Güemes  desde  Tanja  por  intermedio  del  Comandante  Fran- 
cisco Pérez  de  Uriondo.  En  su  carta,  que  se  custodia  original 
en  el  Archivo  Cieneral  de  la  Capital  de  la  República,  después 
de  grandes  oterlas  terminaba  asf:  «¿Cree  usted,  por  ventura. 
que  un  puñado  de  hombres  df^snaturalizados  y  mantenidos 
con  el  robo,  sin  mi'is  orden,  disciplina,  ni  instrucción  que  la 
de  unos  bandidos,  pnerle  oponerse  á  unas  tropas  aguerridas 
y  acostumbradas  á  vencer  las  prímer^H  de  Europa,  y  á  las 
que  se  harfa  un  agravio  com|>arfÍndolas  á  esos  que  se  lla- 
man//atir/uw,  incapaces  de  Imtirse  con  I  riplieada  fuerza  como 
ns  In  de  su  enemis;o? » 

Rememoramos  aquí,  señores,  esa  pueril  tentativa,  noble- 
ntente  repetida  por  Oílemes  y  por  l'riondo.  decididos  fi  legar 


—  i:i> 


*«us  hijos,  con  sti  espatlu  iJu  pulriulas,  un  tiuiiibrr  iiiiimcii- 
lado  para  dejar  du  relieve  el  juií'ii)  que  tenia  funitado  di- 
cho General  de  uus  tropas,  como  del  aalagouista  que  se  dís- 
pimíii  á  combatir,  abriendo  operaciones,  en  la  lírme  persua- 
sión de  que  sus  urinas  eran  irres¡sti)>les,  ilesdc  (|ue  ñUi  lo 
prorliunuba  de  aiilemann. 

Y,  ¿cuan  fatal  no  seria  su  desengaQo  al  verne  acuchilUdo 
hasta  laB  gargantas  de  los  Andes  por  e»os  yauchoH.  ¿  quienes 
alardea  de  despreciar  tanto,  y  loscuales,  capiluneados  por  un 
f;nerr«TO  de  taita  tan  empinada  conio  aqn:^llaN  initlcs.NJit  otro 
apoyo  que  el  He  dos  pueblos  viriles,  protestaron  y  resistie- 
ron con  la  fuerza,  la  agresión  (raWla  á  la  autonomía  de  la 
Patria? 

En  ITquía,  el  Gontandantc  Manuel  EduaMo  Arias,  rceliazó 
(i  balazos  igual  orreciniieiilu  de  Oluñeta.  En  una  de  Insgne- 
rrillas  se  pusieron  al  habla,  y  mandando  6ste  que  cesara  el 
escopeteo  ku  línea  de  tiradores,  invitó  al  Jefe  patriota  á  pa- 
sarse con  la  mal  montada  fuerza  de  gaucho»  con  que  lo  mu- 
lealaba.  Pero  el  venrrdor  de  Hnmahuanu.  ronlnstóle  con 
arrogancia:  General:  lutfi'u:  se  pntia.  aunqtttt  ihÍm  sohlndoit  es- 
lúH  en  citsfon  y  hnat  frío;  y  blandiendo  su  terrible  lanza, 
agregó:  iSign  el  fiip-yo,  muchach-on!  Tal  era  el  temple  de  aque- 
llas almas  dominadas  por  la  noble  pasión  de  la  Indepen- 
flencia.  (<lrnnfií'n  aplnuitOK). 

Así  quedó  clausurada  esa  campa&a  famosa,  y  en  el  sentir 
de  un  militar  de  ciencia  la  más  extraordinaria,  como  gue- 
rra defensivo-ofensiva  la  inAs  cotnpletH,  i'oiihi  resollado  la 
más  original  por  su  extrategia,  su  táctica  y  sus  medios  de 
acción;  y  la  más  hermosa  como  movimiento  de  opinión  pa- 
triótica y  desenvolvimiento  de  fuerzas  de  cuantas  en  su  gé- 
nero puede  presentar  la  historia  de!  Nuevo   Mnndo. 

Salta  no  defraudó  la  confianza  que  depositara  en  ella  la 
República,  y  Güemes,  que  encabezó  nsa  lucha  tan  desigual 
como  heroica,  nu-reció  bien  de  la  Patrio,  obligando  á  la  vez 
la  gratitud  de  sus  conciudadanos. 

Betgrano,  intérprete  fiel  del  sentimiento  público,  escribía 
al  Gobierno  General. 

«...Los  distinguidos  servidores  de  don  Martín  GUemes, 
su  constancia,  sus  trabajos,  sus  üispostciories  militares  para 
hostilizar  al  enemigo  con  el  fruto  que  se  ha  conseguido, 
y  cuanto  luí  ejecutado  con  los  bravos    de   su    mando,  para 


-    177  - 


afianzar  la  independencia  de  la  Nación,  lo  hacen  acreedor  á. 
que  se  le  premie  con  el  grado  de  Coronel  Mayor,  y  se  le  se- 
ñale además  nna  coniÍccoraci6n  (|ue  iierpelúe  el  relevante 
mérito  que  ha  adquirido..,» 

Kl  Directorio,  procediendo  con  equidad,  acordóle  una  me- 
dalla de  oro  con  esta  inscripción:  *A  los  heroicos  defensores 
de  SaUa".  decretando  entre  otros  honores  -..  .que  el  primo- 
génito  (le  (líieines.  í^in  dísliiicióa  de  sexo,  guza  la  pensión 
vitalicia  de  4(K)  pesos  anuales,  para  transmitir  de  este  modo 
¿  su  primera  sucesión-,  dice  aquel  decreto  «el  reconoci- 
miento á  sus  conlemporAncos. . .»  {Aplanaos). 

Pero  el  adalid  de  la  deTensa  de  1317,  sin  marcarse  por  la 
corona  cívica  que  se  le  discernía  con  espontaneidad  en  ga- 
lardón fi  sus  servicios  ínclitos,  conmovido  hondamente  ante 
Ins  sacriHcius  de  Salla,  acolada  por  la  guerra,  escribía  á  Bel- 
grano,  €...  Esta  Provincia,  por  todos  sus  aspectos,  no  me 
representa  más  que  un  semblante  de  míüicria.  de  lágrimas  y 
de  agonía.  Va  es  inútil  todo  proyecto  para  proporcionar 
auxilios  qui'  frarupipen  las  aleniriones  de  la  guerra,  pero  ni 
para  conservar  la  existencia  de  los  que  deben  sostenerla.  He 
tocado  en  medio  de  lautos  confliclus,  el  último  délos  recur- 
sos cual  es  el  de  imponer  una  contribución  con  anuencia  del 
Cabildo  para  sostener  la  tropa  que  funda  las  esperanzas  de 
nuestra  defensa,  y  sin  iMnbai*go  de  ser  la  mfis  exigua  y  pru- 
dente, la  multitud  de  clamores  ha  puesto  en  problema  mi 
resolución -.. .  Lsla  represenlacióu  no  tiene  por  o  líjelo  en- 
CJirecer  los  servicios  que  Salto  tiene  obligación  de  consagrar 
&  la  sociedad,  sinó  exigir  arbitrios  que  afiancen  el  r*xilo  de 
sus  má.H  nubles  esfuerzos  para  conseguir  el  total  exterminio 
del  enemigo. . .» 

Kxtractamos,  Hervores,  eslii  pieza  histórica  que  Ueva  el 
timbre  de!  patriotismo  heroico,  porque  ello  realza  la  gloria 
de  lu  provincia  de  Salta  y  hace  liijuítr  al  desinlcri's  de  su 
caudillo,  que  jamás  luchó  con  el  Gobierno  aplicando  los  re- 
cursos (túblicos  y  priv,tdús,  al  Tomento  de  lu  gran  causa  de 
la  liide|M>ndencÍH.  (Apl'titHOH). 

No  obstante  hallarse  exhausta  y  desangrada,  aún  cs|>eral)an 
.'í  Salta  nuevas  pruebas  que  acrisolasen  su  lento  martirio. 

Alejado  el  ejercito  de  línea  de  IRIÍ).  Güemes.  remo  Jefe  de 
vanguardia,  quedaba  rubriendo  la  frontera  del  Norte,  cuando 
OQQrríó  el  atto    siguiente  la  séptima   írru|ición  de  las  armas 


0*tTMii«  AuarvnuA  —  Tt-rntó  tV. 


U 


-  178  - 

realistas  quQ,  al  luantJo  de  Ratnfrez  de  Orozco,  adftuiilaroiv 
HUK  descubiertas  hasta  el  Pasaje. 

Sin  embargo  iÍo  que  el  cat»]>e(5ii  tle  la  resistencia  ya  uo- 
titila  en  sus  filas  las  eoiivulsioiies  de  la  aniirqufu,  precursora 
de  aquella  terrible  noche  de  aislamiento,  la  acciúti  popular, 
acaudillada  por  él,  no  fué  menos  obstinada  ni  menos  vigD> 
posa  que  eii  las  anteriores:  y  como  entonces,  dábase  fue^o  á 
los  e^impos,  aleján<)ose  los  ganados;  los  ranchos  del  tránsilo 
han  abaiidonudn  espontáneamente,  y  en  los  pueblos,  al  cmi- 
prar  las  ramilins  vAtu  cnanto  tenían  para  refn;riarse  en  las 
montañas  y  en  las  breñas  inaccesibles,  o^ullalKín  basta  la 
len^a  de  las  campanas  pura  que  el  enemigo  no  pudiera  ce- 
lebrar sus  triunfos.  [Asi.  pnr  todas  parles,  sólo  encunlró  tele 
el  silencio  que  entríslere  6  la  desolación  que  «bale  y  anonada! 
Cada  babilanle,  señores,  hallábase  animado  por  la  deci- 
BÍón  incontrastable  de  hostilizar  por  su  cuenta  el  invasor. 
Por  eso  ca<ia  árbol  o<;ultaba  un  adversario,  y  cada  paso  que 
adelantaba  aquél  Ircfpezaba  con  la  muerte,  lanzarla  por  ma- 
nos invisibbís. . . 

De  otro  larlo,  el  General  español,  Incesantemente  bostijfado 
por  las  (Tucnillas  que  para  vendar  á  Hojas,  el  venceilor  do 
San  Pedrito,  arremetían  con  osailía  á  las  columnas  despren- 
didas del  grueso  de  sus  fuerzas,  treinta  ellas  después  tuvo 
que  replegarse,  siempre  bajo  el  fuego  de  aquéllas,  á  sus  po- 
siciones de  Tupiz;i:  pero  *el  escarmiento  de  los  tiranos,  costó 
el  extenninio  de  la  provinria  íle  Salla,  scgíin  la  expifsirtn 
melancólica  de  Gflemes  al  Cabildo». 

Señores:  el  movimiento  enianrípador  (Je  1810,  es  sin  duda 
uno  de  los  sucesos  más  culminantes  del  siglo,  aunque  ca- 
reció de  la  prolongada  gealiún  filosófica  de  la  revolución 
francesa,  como  también  de  las  instituciones  y  costumbres 
que  i-onperarnu  á  la  inileprndericia  de  las  colonias  inglesas 
en  la  Am^-rica  Septentrional. 

Los  fundadores  de  nncslro  ser  polflico,  al  enijieñar  con- 
tienda con  el  fanalismo  y  la  ignorancia,  columnas  rormida- 
bles  que  sustentaban  la  real  autoridad  en  Sud  América,  no 
contaron  sino  con  el  aliento  de  su  prnpio  genio,  con  el  im- 
pulso de  su  secreta  inspiración.  Por  eso,  á  medida  que  aque- 
lla agnipación  se  rlistancia  ilel  escenario  en  que  actuó,  no  se 
sumerge  en  el  pasado:  destacándose  de  su  penumbra,  asume 
proporciones  colosales,  por  e)    valor  con   que  lidió,  por  la 


dfa 


A 


-   170  - 


increible  aliiipjración  y  constancia    de  (jue  dio    muestrafi.  y 
más  qiio  lodo,  por  esa  fe  iiiquobrant-iLblf  «mi  su  (IcsLino. 

(iOeraes,  uno  de  losriemoleiiores  del  viejo  régimen,  8Ín  des- 
fatlecer   imprimía  consistencia  y  nervio  á  los  qne,  rumo  61, 
llenaban  la  misión  sublime  <le  romper  cadenas  paní  libertar 
esclavos,  cuíindo   sobrevino  el   año  climatérico   de    1820  . 
No  bieTi  arriad»  del  mástil  colonial  el  estandarte  de  la  con- 
quista para  exliibirjn  en  nuestros  templos  como  la  mortaja 
do   una  edad  decrépila  las  furias  de   la  dÍHcordia  fratricida 
ya  soplaban  con  intensidad,  v  el    incendio,  propu^ndu    »u^ 
crepitaciones  devoradoras,  no  tardrt  en   envolver  al   Estado 
naciente  en  humo  y  pavesas   . . 

Los  compañeros  en  el  pelitiro,  los  amigos  de  la  vís[)era  «« 
deseo  nocí  croo.  Las  ambiciones  bastardas  se  desalaniu;  el 
sentimiento  de  justicia  se  depravó,  y  el  noble  olvido  de  los 
airruvío.'í,  esa  nüsericnrdía  del  bien,  se  ausentaba  para  dar 
pasn  á  la  calumnia  abominable,  al  ostracismo  y  al  cadalso 
tjue,  en  nuestro  delirio,  fué  el  único  lote  reservado  h  los  pa- 
dres de  la  Independencia. 

|Ab,  seflores?  En  el  caos  (¡no  noá  atormentó  entonces,  ¿quf 
gobernante  no  se  extravió  ai  experimentar  los  vérli|¡fos  del 
l'oder  sin  responsabilidades? 

Estamos  en  el  teatro  de  las  proezas  de  Oüenies,  y  á,  corta 
distancia  de  donde  se  halla  acostado  en  el  polvo  de  los  si- 
glosL  Pero  asistimos,  más  que  á  una  apoteosis.  A  una  re- 
Burreción  histórica;  y  justo  será  que  al  lado  de  las  pincela- 
tlas  de  luz  pongamos  también  las  de  sombra,  sin  embargo 
de  que  las  aberraciones  de  los  gandes  horntires  no  amen- 
guan en  talla,  como  nu  obscurecen  el  horizonte  las  nubes 
que  cruzan  el  espacio, cuando  el  luminar  del  díase  muestra 
en  el  rfnil. 

Se  ha  culpado  al  General  GClemes  de  autoritario,  de  ab- 
soluto en  su  Administración.  Pero,  señores,  no  es  equitativo 
uplicjir  el  criterio  recienle  al  tie  otra  írpoca,  y  menos  ó  la 
sociedad  de  entonces  en  que  era  bien  diverso  el  poder  de 
los  cpic  gol>ernal>an  ó  de  los  Generales  del  ejército,  como 
eran  Inciertos  los  derechos  individuales.  Todavía  elemental 
el  sistemo  írubernativo.  mandaban  sin  (i^arantías,  sin  limita- 
ción alí;una.  Por  lo  rejíulur.  liarlos  de  vanidad,  no  eran  se- 
dientos de  consejo  y  disponían  de  voluntades,  vidas  y  ha- 
cienda, sin  míts  contrapeso  ní  correctivo   que   los  Cabildos» 


—   lUU  - 


in.^itución  civil  de  abolent-o  que  apenas  conservaba  uua  res- 
tringida libertad  de  ílcvíóii   en    lu    administrativo  y  judicial. 

Un  Gobernador  y  Capitán  General  de  provincia  imponía 
contribuciones  á  su  albedrio,  y  desterraba  á  los  ciudadano» 
cuando  lo  crefa  conveniente  ó  los  siyetaba  á  i)ria¡<')n. 

Otro  tanto  hacían  los  Generales,  pues  nn  se  conocfa  el  freno 
saludable  de  la  prensa  periódica,  ni  el  respeto  !i  la  opinión, 
que  ella  agita  ó  morigera. 

Cilaríauíos  f>jenipIos  de  Belgrano,  el  tipo  del  repúblico,  del 
Director  Pueyrredón,  de  lo»  Generales  Alvear  y  Arenales,  de 
Moreno  y  Rivadavia  y  del  mismo  San  Martín.  Porque  asi 
era  el  modo  de  ser  de  nucslros  pueblos  en  aquellos  tiempos 
lejanos  eu  que  las  facciones  empezaban  ¿  mirarlos  y  á  di- 
lacerarlos, siendo  afán  penosísimo  el  vivir  sin  leyes  tutelares, 
obligados  sus  vecinos  á  caminar  corao  entre  brasas,  con  la 
capa  recogida  para  no  perderla,  ocultas  las  manos  para  no 
verlas  tiznadas,  y  si  ara-sd,  á  quites  con  las  cabezas  para  que 
no  se  las  cortaran.  Todo  Poder  era  irresponsable,  arbitra- 
rio y  doblemente  cuando  se  trataba  de  la  defensa  general, 
por  ser  imposible  continuar  la  lucha  sin  elementos. 

Así  es  que  Gttemcs  realizó  en  Salta  lo  que  era  entonces 
uua  costumbre,  no  sólo  tolerable,  sino  autorizada  por  las 
cinunslancias  excepcionales  que  lo  rodeaban.  Pero  sus  ma- 
nos, señores,  no  se  mancharon  con  la  sangre,  y  sólo  hizo 
pesar  esa  autoridad  en  demanda  «le  his  medios  indispensa- 
blfs  jwi-a  contener  á  los  ejércitos  españules;  pues,  si  seme- 
jante á  Bolívar,  no  i-espetó  propiedad  para  hacer  lii  guerra, 
jamás  ilirigió  á  su  ImjIsíHo  las  exacciones  soliciladns  y  ob- 
tenidas con  el  objeto  de  equipar  ó  pertrechar  las  fuerzas 
vohinlarias  qne  le  seguían  con  lealtad,  ofrendando  él  mis- 
ni"  cuanlrt  luvo  en  el  altar  sagrado  de  la  Patria»  convenci- 
do de  4[ueun  buen  hijo  no  debía  llevar  cuentas  íi  la  madre. 

{A¡*taH80H). 

*  . . . .  Toda  coulribución  forzosa  consignada  en  un  docu- 
mento, conmueve  la  sensibilidad  de  mi  alma;  sólo  el  deseo 
de  salvar  al  pafs,  amagado  por  una  fuerza  imponente,  pue- 
de arrancar  una  medida  tan  contraria  á  mis  sentimientos  . .  ^ 

Tal  era  la  verdad,  y  de  ahí  su  prestigio  en  las  masas  po- 
pulares, que  le  apellidaban  el  padre  de  íos  jtobres,  á  las  que 
trataba  de  atraer  y  electrizar,  poniéndolas  ul  servicio  de  la 
I-evolución.  Ellas  derrauwban  su  sangre,  A  la  vez  que   las  no 


-  181 


desheredadas  coiilríhuíaii  con  8U  óbolo,  y  á  esa  ooliesión 
moral,  á  esa  mancon)unida<Í  de  sarrifieios  se  dotiió  «in  dis- 
puta, señores.  (|i;e  las  huelles  vencedoras  en  Sipo  Sipe,  no 
avtuKarai)  ha^ta  San  Mi^el  de  Tucumáa. 

¿(ju6  extraño,  pues,  que  reiicoreH  ciegos,  generados  por 
inlerefíps  <iije  laKÜrnó  su  iieci/Mi  poderosa,  arumiilasen  eier- 
luK  niebla»  sobre  esa  obra  inde-slniclihle.  nnando  ante  los 
resultados  ariidíria  lu  poüterídád  á  lomar  asiento  ¿  justa 
distancia,  para  proyectar  su  luz  sobre  los  contornos  cpaeos 
de  aquL'I  astro  ya  aparrado...?  {Ap¡auiio«). 

Es  sabido,  señores,  qne  (Jüemes  profesaba  respeto  y  co- 
rre6pon<lia  al  aprecio  <íel  General  San  Martín,  esa  alma  de 
lítAn  (pie  absorbe  la  ailtniraeit'Mi.  romo  veneraba  á  Qelgrano 
curi  el  que  se  completaba  en  la  Guerra  del  Norte,  y  acaso 
lenta  la  intuición  de  que  eran  los  arquitectos  de  una  mis- 
roa  obra.  En  vano  tentó  la  perfidia  de  abrir  un  abismo  entre 
amboH. 

Con  tul  nio'iivo,  escribía  el  primero  A  su  (íeneral  la  si- 
guiente carta  de  su  pufio.  que  aún  existe.  Es  del  6  de  No- 
viembre de  I8lfi,  -•  Hace  usted  muy  bien  de  reirse  ile  los 
doctores»,  le  dice.  *sus  vocinglerías  se  las  lleva  el  viento, 
ponpic  en  tmlas  parles  tiene  fijado  su  buen  nombre  y  opi- 
nión. Por  lo  que  ri*s|>eeta  á  mf,  no  se  me  úa  el  menor  cui- 
dado; el  tiempo  bará  conocer  á  mis  conciudadanos  que  ints 
afanes  y  desvelos  en  servicio  de  la  Patria,  no  tienen  más 
objeto  4|ue  el  bien  general.  Créame,  mt  buen  amigo,  que  este 
es  el  único  principio  que  me  dirige,  y  en  esta  inleligencíu, 
no  bago  cuso  de  toijos  esns  malvados  que  tratan  de  divi- 
dirnos. Gttemes  es  honrado,  se  franquea  con  usted  con  sin- 
ceridad, es  un  verdadero  arntgn.  lo  serA  mfls  alUí  del  sepulcro. 
y  íM»  lisonjea  de  tener  por  aniigo  A  un  hombre  tan  virluosti 
como  usted.  Aí>[,  pues,  trabajemos  con  empeño  y  lesún.  que 
sí  las  generaciones  presentes  son  ingratas,  las  futuras  vene- 
rarán nuestra  menioria,  qne  es  la  recompensa  (jue  detH>n 
esperar  los  (Kilríolos  desinteresados.  .  .  • 

Como  se  ñola,  señoi-es,  el  espirilu  del  patrióla  bien  inten- 
cionado, aniargarb)  por  las  ingratitudes,  se  nMnílfa  á  las  edades 
venideras.  Por  eso  la  historia,  alto  oráculo  de  prndeneia, 
empieza  á  Lcnor  eonrieni-ia  propia  cnando  la  mnertu  ha  pa- 
sado su  nivel  sobre  lo»  varones  beneméritos,  y  por  eso  se 
confunden  hoy  en  una  sola  gloría,  representando  A  nuestros 


—  182  — 


ojos,  que  somos  su  postpridail,  mía   mísina  idea,  un  inisinn 
pensamiento. 

Mientras  que  evolueionet;  de  política  interna  enconaban  los 
ánimos,  el  eoemigo  común,  puesto  en  acecho,  insistía  en 
HUS  proyectos  liberticidas. 

Venturosamenli>,  las  palmas  de  Chacabuco  y  Maipo  liubían 
franqueado  el  Océano  Paciñco:  y  abíeiia  por  San  Martín  su 
niemorahk'  canipafía  sobre  Lima,  el  Viirey  del  Perú  víóse 
cotupelldo  á  reconcentrar  sus  fuerzas,  dejando  al  General 
OlaHeta  las  indispensables  para  manlener.se  á  la  defensiva . 
Noticioso  éste  de  la  desmoralización  que  cundía  en  las  t*ro- 
vÍDCtas  UnÍ<Ías,  a  mérito  de  las  pretensiones  inconciliables  de 
sus  pruhornbres,  resolvió  descolgare  de  nuevo;  y  bajando 
por  la  quebrada  de  Hunialiuaoa.  hizo  alto  con  su  vanguardia 
en  las  Goteras  de  Jujuy.  Pero,  en  la  tnbUi4ti  de  dicha  eiudad. 
era  luego  sorprendido  por  los  ¡ineles  de  C3orrit¡.  y  después 
de  sangrienta  refriega,  tuvo  que  rendirse  ',\  discreción,  lista 
jorna<la,  que  sombreó  la  frente  de  aquel  jefe  con  lauros  in- 
marcesibles, ha  pasado  á  la  historia  cou  la  denominación 
de  fc'í  í/ííí  grande  tie  Jujuy. 

En  tanto  ({ue  á  una  parte  de  sus  fuerzas  sonreía  la  for- 
tuna. Oüenies,  empeñado  pei-sonalmente  en  una  cuestión  im- 
popular y  acaso  poco  dipna  de  su  gloria,  retrocedía  desde 
la  frontera  de  Tucumáu.  bastando  su  presencia  en  el  earapo 
de  Castañares  para  que  abortase  la  trama  urdida  durante 
su  ausencia  por  algunos  cons)>iouos  que,  mal  avenidos  con 
su  ílobienio,  se  proponían  desarmarlo,  de  acuerdo  con  el 
Cabildo. 

Consecuente  con  su  índole  benévola,  amnistió  generosa- 
mente ñ  los  complotados  que  capturó  ó  se  le  presentaron. 
Mas  unos  pocos  de  eWo^  buscaron  asilo  en  el  real  de  Olafieta, 
asegurando  .'i  éste  que  la  HÍtuación  de  Salta  era  tan  pi-ecaría 
como  propicia  á  la  restauración  did  sistema  derrocado. 

Aquel  General,  seducido  con  las  probabilidades,  si  no  de 
un  éxito  seguro,  al  menos  de  rescatar  al  intrépido  jefe  de 
su  vanguardia,  herido  y  prisionero  el  27  de  Abril  en  Jujuy, 
el  que  además,  era  su  hermano  político,  confió  tan  delica- 
da comisión  al  Coronel  Francisco  Valdés,  dándole  una  di- 
visión de  iOO  á  500  hombres  de  butma  infantería  con  orden 
de  lomar  hi  senda  del  Despoblado,  y  por  las  cuestas  solita- 
rias de  Yaernes  y  Lesser.  aproximarse  al  objetivo. 


ISH  — 


Kl  BaríxiruciM,  como  era  más  conocido  eso  jfífc  en  »u» 
mocedadRS,  liabía  sido  arrioro,  lo  mismo  que  Olaftela,  jr  por 
nnadídurn,  un  consumarlo  coiiLrabaiidísla;  era^  por  coust- 
guientp.  de  carácter  audaz  y  muy  práclico  en  las  anpfrezas 
(|uc  didiía  rec.urrtT,  haiMciido  sus  jornadas  de  noche  para 
00  ser  .sentido. 

Cuando  se  movió  dicha  fuerza,  Olañeta,  á  la  cabeza  de 
una  cohiinna  liviana,  fui'*  á  asuniarüt*  por  la  quebrada  de 
Huuiahuaca  para  simular  una  división  en  esc  rumbo,  mien- 
tras el  fínrhfintcJio  rnizaba  á  marchas  Forzadas  la  allipla- 
nicip  lie!  Dcsijoblado.  y  descendiendo  por  la  quebrada  de 
Pnrm4inarca,  ro.-^leó  la  labia  oriental  de  la  serranía  de  las 
Tres  Cruces  \  de  Clianí.  pasó  por  loa  cerros  Negro  y  el  de  las 
Xieve«  al  de  Yacones.  y  '  I  amanecer  del  7  de  Junio  de  IHál, 
.se  emboscaba  eu  la  rif>  frecuentada  y  temerosa  quebrada  de 
Lesser, 

Al  enlnir  la  noeho,  a{;a7.apáiiduBu  [lor  despeñudcrus  6  pre> 
cipicios,  cay(!i  al  valle  de  Lerma.  á  unas  tres  leguas  al  Nor- 
este de  esta  Ciudad;  lue{;¡o  de  atravesar  el  arroyo  de  Caste- 
llan'>s  salió  al  eampo  do  la  Cruz,  y  poco  antes  de  las  once 
|»eneLraba  ;<  i  gi  tosa  mente  |)or  la  calle  <]e  la  Caridad  Vieja,  hoy 
Libertad.  |Mtsesioníindose  ile  la  Plaza  Principal  sin  encontrar 
el  menor  obstáculo. 

Volvamos  ahora  á  (ínemes,  á  cuyas  postrimerías  nos  pro- 
ponemos asistir  y  el  (pie,  de  regreso  de  nipiella  desaconse- 
jada empresa  sobre  Tncunián,  había  establecido  su  cuartel 
general  en  el  campo  de  Velarde,  una  legua  al  Sud  de  Salta. 

Era  ya  la  Lanie  del  7  de  Junio  citado,  y  en  momentos  en 
que  CiQemes  rhitrntKqitmbn.  se^ñn  su  costumlire  Trugal,  re- 
cibió un  mensaje  de  su  hermana  llamAndolo.  Al  oscurecer, 
encaminóse  hacía  esla  ciudad,  seguido  por  su  escolla  y  ayu- 
dantes, apeándose  en  casa  de  la  familia,  poco  más  de  una 
cuadra  al  Ueste  de  la  Plaza. 

Allí,  la  sag^  y  hermosa  Magdalena,  pues  este  era  el  nombro 
de  aquMla,  en  cuyo  corazón  ardía  con  llama  incxtingible  el 
sentimiento  del  palriolísino,  le  informó,  ile  que  lenfa  anuncios 
de  que  nn  pastor  había  columbrado  esa  maitrugada  como  «M 
reflejo  df  urmaM  sobre  la  serranía  de  los  Yacooes,  recomen- 
dándole suma  vigilancia,  por  sí  eran  enemigos. 

Como  tales  fragosidades  casi  nunca  hablan  sido  holladas 
por  la  planta  humana,  Gdemes  juzgó  imposible  que  transí- 


—  IHl- 


ira  por  ellas  ti-opa  armada,  por  lo  que  no  hizo  caijo  dft 
aviso,  agregando  que.  á  ser  cíerlo,  ya  lo  Bubría,  no  sólo  pnr 
sus  avanzadas,  sino  hasta  por  los  pojaron. 

En  esa  confianza  imlÍNcreta  mandó  buscar  al  doctor  Pe- 
dro Uuitnipo.  su  nuevo  Secretario,  y  llamando  al  ofifíal  Be- 
nito Üozo  para  (|ue  liicíera  <ie  escribiente,  púsose  á  despachar 
su  correspondencia  y  asuntos  administrativos,  paralizados  k 
consecuencia  de  los  últimos  sucesos. 

La  uoclie  era  tan  fría  ciimu  lóbre^,  y  se  arercaba  ya  i 
mitad  de  su  curso  cuando  díó  una  orden  al  ayudante  Re- 
fojo,  tjue  estaba  de  servicio. 

ApCMias  se  alejó  éste  bacía  la  plaza,  dejóse  oÍr  un  ilísparo 
de  fusil  eu  esa  dirección,  y  en  seguida  otrosí  más.  entre  vo- 
ces confusatt. 

Acto  conliuuo  Gflemes.  que  siempre  tenia  su  caballo  en- 
sillado lujosamente  en  el  palio  de  la  casa,  salió  ¡i  la  calle 
(hoy  Victoria)  dirigiéndose  á  la  plaza  con  su  escolta:  mas 
al  llegar  á.  la  esquina  de  la  cuadra  anterior  á  ésta,  encon- 
tró á  Refujo  que  retroredia  de  galope,  reribiendo  inconli- 
nentí  una  descarga  nutrida  de  la  patrulla  que  por  ambatí 
aceras  prolongaba  la  calle  actual  de  la  Florida,  cor»  rximbo 
al  Tagarete  de  Tinco  y  P€  hallaba  á  medía  cuadra.  Allf  le 
hicieron  muchas  bajas,  y  creyéndose  lodos  entre  dos  fuegos, 
se  produjo  el  desbande. . .  Hnlonces,  pícanrlu  con  violencia  su 
caballo  y  tendido  sobre  el  pescuezo  de  éste,  dobló  GOeme? 
por  aquélla  (lara  ganar  cuanto  antes  el  campo,  como  centro 
de  sus  recursos;  pero  quiso  la  fatalidad  que  una  de  las  ba- 
las disparadas  sucesivamente  al  tropel  do  jinetes  que  se 
alejaba  con  precipitación,  tocando  su  cuerpo,  le  desgarraf% 
la  ingle  derecha. .  . .  Mas  no  cayó  al  suelo  á  pcí^ar  de  la 
gravedad  de  esa  herida;  y  reunido  luego  al  rapít.^ri  llivade- 
neira,  Icoienles  Kusebio  Srobinedo.  Morcira.  Margallo,  Yanzi, 
Oallinalo,  Panana  y  otros  fíeles,  cosleantlo  el  cerro  de  San 
Bern.Lrdo  por  la  quebrada  de  Robledo,  lué  á  amanecer  eu 
el  paraje  de  la  Higuera,  cuatro  leguas  al  Sureste  <Iel  punto 
de  partida,  pero  ya  muy  desfallecido  por  la  pérdida  de 
sangre. 

Con  asombro  del  vecindario,  el  8  de  Junio  alumbró  al 
Baibiimcho  atrincherado  en  la  plaza  de  Salla  y  coronados 
de  Irojía  el  Cabildo,   la  Catedral  y  otros   edificios  elevados. 

Prontamente  se  divulgaron  los  acontecimientos  de  la   no- 


—  185 


che  autorior,  como  la  noticia  ác-  que  fl  palrioU  lifíemes  es- 
taha  malherido. 

El  dislíiiKuido  coroin»!  Juan  Guillermo  ile  Marquietüiií.  (|in' 
habia  nH-nhrailn  su  lilierlad  mpiliaiile  la  aveiiluraria  opera- 
ción del  /ífii/wirnc/w).  siendo  más  anticuo  i|iic  ¿ste.  lomó  el 
maudo  de  lu  fuerza  ile  ocupaciúti  míeii(rii«  :;e  preseiilaba  el 
lirÍKatlier  Olañeta. 

Marquií-frui,  (|iie  aún  convalecía  de  sus  dolorosas  Iioridas, 
había  sido  [ierfeclamente  atendido  y  considerado  durante  su 
cautiverio.  Militar  &.  las  derechas,  crejróse  en  el  deber  de 
mandar  un  parlamento,  del  que  bacía  paite  el  médico,  don 
AiiLünio  Castellanos,  ufreeiendo  k  Gflemes  los  auxilios  que 
reclam.il»a  í^u  penosa  situación. 

El  caudillo  moribundo  nxihJA  á  los  emisarios  realistas  y 
los  esc\ichi5  con  calma,  hasta  que  hubieron  terminado  su 
cometido;  entonces,  por  toda  respuesta.  llamó  á  su  Jefe  de 
Estado  Mayor,  el  coronel  Joi^  Knrique  Vidt,  natural  de 
Estrasburgo,  para  hacerle  jurar  sobre  el  pomo  de  su  espa- 
da que  continuaría  la  campafia  hasta  que  en  el  suelo  ile  la 
T'ntria  no  hubiese  ya  argentinos,  ó  no  hubient  ya  recon- 
quistadores, y  volviéndose  al  parlamentario  añadít^  con  voz 
apa^'adn:  •  Scfinr  nlicial:  dijra  íi  su  Jefe  que  ajíradezco  sus 
ül'reciiuienlos,  sitt  aceptarlos;  está  usted  desjíachado  •.  Así, 
el  17  de  Junio,  &  los  3ti  años  de  edarl,  cerraba  sus  ojos, 
cuando  los  i'dtímns  resplandores  ilel  día  espiraban  sobre  la 
cresta  de  las  vecinas  montañas,  y  las  primeras  estrellas  de 
la   noche  principiaban  íÍ  nadar  en  la  innu'nsidad  del  cielo. 

Sur  restos  fueron  conducÍ<los  á  la  Capilla  del  Chamírat. 
donde  a)  día  si;:uiente  se  les  daba  piadosa  sepultura,  que 
regaron  muchas  lápiimas. 

Pero,  esa  bala  traidora,  disparada  en  los  sombras  por 
mano  í{^nrada,  debía  Iierir  lambién  de  muerte  otra  existen- 
cia preciosa. ... 

Fipira  esbelta,  viveza  incomponible,  jjracia  y  armorda  en 
tas  líneas  de  su  rostro,  nariz  griega  y  labios  como  el  carmín 
encendiilo  de  la  flor  del  granado.  Su  palidez,  entonada  por  la 
lumbre  de  sus  ojos  azules,  circuida  de  umbrosa  pestaña,  so- 
brej^alla  entní  los  rizos  de  una  cabellera  fina  y  reluciente  como 
la  seda,  formando  aureola  á  su  frente.  Belleza  ideal,  mística 
como  la  oración,  dulce  como  la  espera'  m.  sefiores,  esa  era 
Ciírm«Mi  Piicfi,  la  joví-n  y  amada  compafiera  de  GÜeuies. ,  .  . 


—  166  — 


Al  conocer  la  desventura  inesperada  que  rompía  su  riniilo 
nupcial,  cayó  como  locada  por  una  duscaiKa  tdéclrica.  Vuel- 
ta en  sf.  cortóse  el  cabella,  j-  al  cubrirse  con  su  velo,  radió 

en  su  ^ícnililarde  una  luz    que  no  eia    de   este    uiuudo 

Sin  GQeiues  no  quiso  ya  liabitar  la  tiena.  y  poco  dcspu^^, 
una  ola  de  aquella  alma  serena  sacóla  de  las  áridasi  riberas 
de  la  vida. . . 

Una  tristeza  eterna  vaga  en  el  bosque  sombrío  d  ■  la  Cniz 
cuya  imagen  aviva  In  savia  del  recuerdo  y  del  dolor. ...  La 
naturaleza,  en  su  voracidaíl  insacíal)le  no  lia  meta  mor  fosea- 
do aún  la  escena  de  otro  tiempo,  y  aquel  sitio  majesluoíío 
en  su  estéril  soledad  convida  á  la  meditación,  couio  el  vu  I- 
can  exliri;j:uÍdo  por  el  frío  de  los  siglos  ó  el  fó^il  tncruslado 
por  el  diluvio  en  la  margen  de  los  rÍon.  Por  toda*  parte-* 
el  eco  de  las  montañas  parece  indicar  el  punto  dundi?  el 
Allante  lamoso  cxbaló  su  pustrt^r  suspiro,  y  loa  viejos  árbt>- 
les  de  la  nelva.  inclinándoíie  al  gemido  del  viento  como  el 
arroyo  que  alli  ¿y  dL'sliza.  acaso  murmuran  mm  elegía..,.. 
jAb,  senore.s:  la  desolación  de  ese  |>araje.  sólo  se  armnnisti 
con  la  melancolía  del  alma  al  contemplarlo! 

Recién  el  ^1  de  Junio  apareció  Olañeta  en  esta  ciudad  con 
una  división  de  mil  hombres,  pues  le  encontró  en  Jiyuy  el 
parle  comunicándosele  cuanto  queda  referido. 

Desde  su  )le;j;ada,  dando  la  mano  á  sus  ardeccdeuLeK  ab- 
solutistas, trató  de  populurÍKarse  pura  afianzar  mejor  su 
dominio,  y  con  tal  propiüsito.  el  14  de  Julio  inmediato  ajus- 
taba un  armisticio  con  el  (lahildo,  conipronietiÍMulose  á  eva- 
cuar el  territorio  Ita^ta  Punuamarca,  unas  quince  leguas  al 
Norte  de  Jujuy.  á  no  in»poner  contribución  de  jíucrra  y  ú 
dejar  al  pueblo  en  libertad  de  rey:Írse  por  sus  instituciones, 
á  condición  de  que  se  cajijea^en  los  prisioneros  y  cesanin 
las  hostilidades. 

Kmpero,  la  provincia  de  Salta,  tan  codiciaila  rn  los  cn- 
KuefiOíí  febriles  del  enemi^io.  al  que  ya  había  contestado  con 
crueles  represalias  cuando  intentó  sojuz^irla  empleando  el 
terror,  Irjns  de  ofrecerle  su  torso  bercúlco,  en  cumplimiento 
de  la  i'dlima  voluntad  de  una  víctima  ilustre  se  levantaba  en 
uiasu.y  jurando  ven^farla.  sintióse  m&s  que  nunca  fortalecida 
y  resuelta  á  prose>ruir  la  lucba. 

Así  fué  que  el  coronel  Vidt.  pue-ito  en  movimiento,  vino  a 
ocupar  afnlMis  Portezuelos;  y  situando   su  vanguardia  sobre 


-  IS7 


el  puente  üe  San  Beniarilo,  á  pocas  ciiadraí>  ile  esta  ciu- 
dad, dejaba  establecido  su  asedia  a<|uel  anticuo  uficíal  dn 
Napoleón  que,  granjeándose  la  confianza  de  Gatmeíf,  había- 
se hecho  querer  <lid  gant^aje;  y  iiiuerlo  éste,  quedi*)  de  he- 
cho reconocido  por  jefe  el  grimjo,  coiuu  ellos  le  llamahati 
en  tono  familiar. 

Vivamente  estrechado  OlaAcla,  le  fu^  ya  imprisible  retener 
la  presa,  fallándole  los  elementos  indispensables  de  manu- 
lunuic'ni  y  movilidad,  por  lo  que  tuvo  que  resignarse  á  capi- 
tular ron  el  destino,  y  el  'if^  de  Julio  abandonaba  Salta,  bajo 
los  fuefios  del  valeroso  Vidt.  i[ue  á  caballo  de  (lia  y  de  no- 
che cúpole  la  gloria  envídíalile  de  rechazar  la  novena  y  iíN 
tima  invasión  de  las  armas   realistas. 

Kn  adelante,  la  inmunidad  déla  frontera  argontina  por  el 
Norte  sería  un  hecho.  Marchas  fautUslicas.  aventuras  ex- 
traordinarias y  succsoK  maravillosos^  liabíHU  inllutdu  para 
que  Salta,  aunque  extenuada,  bastase  A  hacerla  respetar. 
Desde  entonces,  el  invasor  extranjero  no  debía  ya  profanar 
el  suelo  de  las  Hrovíncia.s  unidas  del  .Sud.  porque  Uücnies,  la 
caer  con  la  esf>ada  de  la  libertad  en  la  luano,  dejó  trjí2adu.s 
sus  limíteos  y  asegurada  la  independencia,  que  selló  cun  su 
sangre. 

Profunda  fu(>,  señorea,  la  sensación  que  produjo  el  fírr  Lr&- 
gieodel  patriota  Güemes,  y  hasta  sus  mismos  adversarios, 
puntados  por  el  remordimiento,  compartieron  el  duelo  ge- 
neral que  rodeó  A  aquella  gran  calamidad.  Herido  un  una  lu* 
ehft  sin  luz  y  para  siempre  aciaga,  descendía  de  súbito  de 
las  agitaciones  de  la  vída  á  lus  sombras  espesas  de  la  muerte, 
lujos  del  campo  donde  reverdecen  los  laureles  de  gloriosísi- 
ma victoria. 

Pero,  apenas  se  perdfa  en  el  misterio  aquella  nube  4le  fue- 
go que  apareció  en  los  obscuro:*  horizontes  ilel  c^uliverin, 
ya  despuntaba  el  sol  de  la  inmortalidad  para  alumbrar  la 
tumba  del  que.  siempre  liel  á  la  idea  de  la  unidad  nacional, 
jamás  desesperó  de  la  suerte  de  la  revolución,  dejando  ino- 
culiido  en  todos  los  corazones  et  sentimiento  de  la  inde- 
penden<:ra. 

Mas,  era  menester  un  apacible  descanso  para  que  en  la 
inquieta  activifüid  que  caracteriza  A  los  democracias  la  re- 
flexión recuperase  su  imperio:  y  Salla,  su  cuna,  sn  pueblo 
predilecto,  despertando  de  «u  lelarfo.    saludó   con  láijriinas 


—  188  — 


de  ji'ibilo  aquel  mimbre  prpctartt,  recoció  sus  despojos  y  eshu- 
mrt  ^  liizo  brillar  su  gloria,  ¡reparación  merecida,  seftnres, 
en  pos  dei  tnús  injuslilíCiLdn,  dol  itiás  largn  y  del  iiifis  lasli- 
nioso  olvido! 

La  historia,  como  dogma  de  enseñanza  y  libro  de  ver- 
dad, es  una  resurrección;  y  su  musa,  adornada  con  los 
fulgores  de  la  aurora,  ha  recour¡alÍa<lo  á  Gilemes  con  sus 
dundos,  abriéndole  las  puerLas  de  la  iiimorlalidad.  Día  ven- 
dn'i  en  que  .se  le  dettrelen  honores  extraordinarios  á  que 
tieue  sobrado  derecho  el  que  por  sus  méritos  supo  aseen* 
der  á  las  cimas  Ihi  Hadas  por  luz  pei'enne  y  entonees,  ante 
el  testimonio  de  la  posteridad  reconocida  ni  que  redimió  la 
Patria,  ¿qiifi  será,  señores,  de  jiquellos  que  le  hicieron  acerlioa 
los  dolores  y  amargas  las  tristezas  de  la  vida?  ¡Un  puñado 
de  polvo  agrupado  en  el  plinto  de  su  estatua  1 

¡General  Martín  Miguel  de  tJílemes.  defensor  de  Buenos  Aires 
contra  las  invasiones  británicas;  húsar  bizarro  eldía  radiante 
de  SuipacliH,  que  salvó  la  revolución;  defensorde  Salta,  contra 
las  invasiones  ibéricas;  fundador  de  la  indrpendencia;  obrero 
excelso  de  nuestra  nacionalidad:  en  e&ta  fecha  nebulosa,  los 
herederos  legítimos  de  taida  ^doria  nos  proslarremos  aide  el 
sudario  tic  púrpura  que  vela  lus  huesos  inaniniados,  para  ins- 
pirarnos en  lus  virtudes,  para  fortalecernos  con  tu  ejemplo  si 
en  el  porvenir  manos  sacrilegas  atentasen  á  Ja  itdegrídad  ite 
la  Patria  que  simboliza  esta  bandera,  lema  de  Uniéti  y  lÁhfrífuil 

La  posteridad  tampoco  será  despiadada  para  vosotros  que, 
con  el  clarín  beróico.  llamasteis  tantas  veces  A  este  pran 
pueblo  á  la  gloría  fie  los  combates,  sombras  amadas  de  Go- 
rrili,  de  Virlt,  Unjas.  l>alorre.  Saravia.  Rufz  de  los  Llanos, 
Bticela.  Alvarez-Prado,  Camejo  y  muchos  más. 

Por  eso  os  consagro  un  gajo  de  laurel,  velado  con  el  cres- 
pón de  tos  recuerdos,  en  esta  conmemoración  gratísima  para 
los  corazones  argentinos.  (Aptautionj. 

Conciu<ladanos:  acabáis  de  escucharlo;  nuestro  célebre 
caudillo,  apelaba  sin  desaliento  al  fallo  remoto,  pero  justo 
del  porvenir.  Afortunadamente  estamos  ya  en  61.  Mas,  no 
serán  mis  labios,  de  carne  perecedera,  los  que  denuncien  su 
obra  á  las  edades.  No.  La  fama  que  flota  allá,  en  alturas 
inaccesibles,  ho  disefiado  su  nombre  con  letras  de  diaman- 
te» sobre  hojas  de  laurel,  aclamando  por  los  ámbitos  del 
\i]¡\ neta:  ¿  Eterno  rMor  á  SnUn  gioriofta  y  á  Gücinm  inmoriolf. 


-  189  — 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  Bernardo  de  Irigoyen,  en  la  Facul- 
tad de  Derecho  y  Cíencíafi  Sociales,  el  24  de  Mayo  de  1886  il). 

Señorafi,  Señoreit: 

La  Facullad  de  Derecho  y  CíeiicJas  Saaíalcs  me  ha  hon- 
nido  con  el  encargo  de  saludar,  en  su  nombre,  á  !os  alum- 
nos que  concluyen  sus  es^tudios  proferí  i  oiialeK. 

Torno  á  mi»  funciones  en  esta  cnr|ioración  despué-s  de 
una  ausencia  ju-stificada.  y  cúmpleme  dirigiros  la  palabra  eu 
estos  clásicos  aniversarios  eu  los  que,  bajo  la  influencia  de 
recuerdos  y  senlimienlos  nobles,  la  imaginación  exalta,  los 
rasgos  de  nueslro  deseiivolviinienlo  social  y  los  liedlos  que 
ilustran  la  historia  de  la  Nación. 

Os  tocan  tiempos  máx  propicios  de  los  que  atravesaron 
aqucHoK  de  nuestros  antepasados  (¡ue  se.  dedicaron  á  la  cien- 
cia del  Derecho.  Xo  tendréis  que  luchar,  cnmo  ellos,  con 
los  desigualdades  cinlos  y  políticas  que  deprimieron  la  per- 
sonalidad humana,  ni  que  pugnar,  en  el  desempeño  fie  vues- 
tra profesión,  con  la  intoleruncía.  los  privilegios  y  monopo- 
lios que  abatieron  á  los  hombres  y  ú  los  pueblos.  Kstán  ya 
suprimidos  esos  obstáculos  del  progrese»,  y  despejados,  en 
beneficio  de  la  generación  presente  y  de  las  generaciones 
venideras,  los  horizontes  de  la  verdad  y  de  la  Justicia. 


(1)  NoU  quo  9"  cnriii^iitrit  t^n  í*  Itintúréa  íM  Otutrai  San  Mnríia,  por  r\ 
T<'iiIon((>  Uoiipraldori  Bnriulomé  Mitre,  tomo  IV.pr'ijfíciH  172,  vdk'iúti  Av  1890: 
Eí  íuilco  csvrilor  que  couoxi-jiiu'is,  i|uti  liayn  L-urmniio  PflW  pvnlaciAu  nr- 
ÜnnicA  Imjf)  el  piailo  lili  vlitlii  Hiinln)|[<t,  r»  el  ilnctnr  Bt*rnnril'i  dr  Iri^nycn, 
ñ.nWc  Af  uno  (te  los  mi^uros  riiit»,vofl  tiohre  Kau  Mftrllu,  quien  dijo  eu  mi 
dlwarso  protmtirfndo  po  !■  colncidu  du  gmiloi*  de  la  Farulind  de  Oís 
rfi'bo  y  Cirtirtan  SocUleá,  cu  In  Uuiv^nidnil  ilt-  Uui<noii  Aiivs,  el  34  db 
Kütj'o  (le  IfjHG:   *  Ln^  colnniíu  lí^panolas  cnnvjnD    ilc  niilM:cdrim>8   <.'ípmi- 

•  tino»  y  (le  clcracntns  Av  unn  |jolÍticft  [tropíit,  y  lo    t|U[)  jnicd*"   IlnnmníC' 

•  U  ftiPnu  de  In  tlt^rrn  unul,  cotiüístiji  t'ii  el  üpudmiviuo  d»  Xa.  iudt'pcudeu- 

•  túu    CouveTlúlOA    t5ii  Vjiiaáty»    RobnninotJ,  nu:oaocwroi)  b   iiile^rídnfi  d6| 

•  liTritorio  que  (K:u[rnlMui  i-ii  Ir  fecha  At\  la  lilHtnría  dü  su  Rinanri[iat-irio,  y 
«canrfimaruii  Ins  Anrxioiies  y  laü  cr-iiqíiUlA^  como  triiAloniAdorn»  drlequili- 
%  lirio  y  di-  U  pax  cnnliuoiiuU.  F.-ias  declanteionrfi,  que  fueron  el  viuculo  indi- 

•  «olahl«  de  la  fiolidariiiad  amiTicnna,  derivAromic  tie  iutcrusi^u  idfititicas,  y 

•  •(OMlarou  ineorporadiu   &  lo^   rclaciotius  dlplnmátieaH    da  las  Repúblicas 

•  Indepuiidiéutt'A.    Kl  olvido   dt<  ««as  reKlas    í\v  juslicix    ha    (imdacido  «a 

•  Kuropa  trausioramclauoa  continuas  y  guerra!?  dvsaatroaim,  It'fpindo  in- 
«c«rllduiiibr«s  k  la  aotualidod,  rívalidado»  y  «Qtgm««  al  {torvniíir*. 


t9U 


Cada  intlividun  tiene  su  misión  en  ol  orden  de  lu  sociedad 
A  qun  pertenece,  y  en  el  anlielo  ile  desempeñar  dignamente 
la  (juc  08  incumbe,  habéis  eoneurriíju  á  <'sta  Univertiidad, 
erigida  en  medio  de  grandes  a^ilactone.s  popularías,  como  sí 
81LS  fundadores  hubieran  querido  demostrar  que  las  turbu- 
lencias de  la  demoeracia  in>  apa;;an  los  destellos  de  la  cien- 
cia. Aquellos  trastornos  no  impidieron  que  se  levantaran 
(^áledcHK  de  Jurisprudencia.  Matemáticas.  Medicina  y  Cien- 
cias Sagradas.  Y  la  Líníversidad,  eslabletrida  ^ohre  esa.s  ba- 
ses limitailaij,  propias  de  tiempos  embrionarios  y  i-e^enteada 
por  los  bentnuéritos  ciudadanos  ruyos  pertiles  aumentan  la 
claridad  de  este  recinto,  sigue  desde  entonces  las  vicisitudes 
del  país.  Progresa  ó  se  estaciona,  declina  ú  se  levnrita  con  61; 
pero  aun  en  las  épocas  más  sombrías,  forma  juri:sconáuUo!í, 
historiadores»  médicos,  literatos  y  legisladores,  revelándose 
así  his  tendencias  progresistas  y  el  frenio  de  la  Nación. 

Kti  las  horas  serenas,  :)(}uellos  esludios  se  extienden  y 
perfectñonan;  y  entre  los  adelantos  de  ios  úHiinos  .ifios,  inau- 
gúniite  la  cátedra  de  Derecho  Constitucional,  destinada  á 
exponer  las  garantías  y  las  instituciones  conquistadas  en 
medio  siglo  de  afanes  abnegados. 

La  instalación  de  aquella  enseñanza  no  indicó  solamente 
un  progreso  de  nuestra  sociabilidad:  fué  la  t^ata  comproba- 
ción de  que  habían  terminado  las  disputas  filosóficas  délas 
diversas  formas  de  Gobierno,  convertidas  en  luchas  apasio- 
nadan  y  ardientes.  Entrfibamos  en  una  era  entenimcníe  nue- 
va. Teníamos  ya  tnia  ley  escrita,  y  era  discreto  comentarla 
ft  la  luz  de  nuestros  antecedentes,  interpretarla  con  la»  prác- 
ticas de  naciones  libres  y  poderosas,  y  dejar  en  evidencia 
que  nuestra  forma  de  Gobierno,  aunque  complícenla  y  labo- 
riosa, es  la  ra&s  perfecta  que  conoce  hasta  el  pre-sente  la 
humanidad. 

Los  estudios  constitucionales  despiertan  preferente  inicK's 
en  las  preocupaciones  de  esta  época,  porque  las  tradiciones 
de  los  pueblos  se  reflejan  generalmente  en  sus  leyes  funda- 
mentales. 

La  Constitución  de  la  Inglaterra  revela  el  camino  seguido 

por  aquella  nación  eseru-ialniente  orifíinica.    conservadora    y 

serena,  aun  en  medio  de  las  innovaciones  que  conmovieron 

á  la  Kuropa  contemporánea. 

La  Francia  puede  estudiai-se  en  su  legislación.  Sobrexcita- 


—  !ÍM  - 


da  bajo  los  excesos  populares:  resignada  ante  el  esplendor 
il6  la  gloría  militar  que  sirvió  de  pedestal  al  Imperio;  dis- 
puesta más  \mdc  á  la  Monarquía  y  ft  la  Rep()l)lica,  las  ins- 
tituciones de  atiuel  pueblo  revelan  sus  inlermitenciys  polí- 
(■oas  y  no  han  alcanzadit.  hasta  el  presentí*,  las  refrendaciones 
(onRÍstenles  del  tirmpo. 

Y  en  los  estatiilus  norteanuMÍranos  se  exliilie  la  elahora- 
rión  lr;Ln<|UÍl:L  <!(-•  aquella  federación  (]ue  ha  inllufdo  fnvora- 
Iiteiiienle  vt\  la  suerte  de  los  Estados  modernos,  mostrando 
que  CK  posible  roinl)¡nar  sahíamente  lu  soheraiifa  naeional 
con  el  maulcuiuuento  de  los  íntei'eses  y  de  tas  autonomías 
locales. 

Emancipadas  laií  colonias  espaí^olas  de  ta  Monarquía  que. 
durante  tres  HÍ<rlos  dominara  sus  destinos,  y  levantadas  pnr 
movimientos  esencialmente  democráticos,  vacilaron,  en  ta 
priniera  «poca  de  su  soberanía,  entre  las  C(mtrad¡ccínnej«  de 
su  présenle  y  de  su  liistoría.  Carecían  de  antecedentes  es- 
pontáneos y  de  los  elementos  de  una  organización  propia, 
y  lo  que  pudenios  ttam<ir  la  fuerza  de  ta  tierra  natal  con- 
líístía  en  el  senLimienlo  de  la  ¡ndependenrio,  en  la  prepon- 
derancia militar  y  en  las  veleidades  nacidas  en  esas  llanuras 
y  en  esos  bosques,  que  mduecn  al  aislamiento  6  á  una  li- 
lierlad  confusa. 

Grandes  fueron  la«  dílicultades  y  desacuerdos  que  prece- 
dieron k  la  !>atirLÓri  de  nuestra  Carta  Fundamental:  parerídaK 
á  bis  que  expeiimeutarou  las  demás  Hepúblicas  de  este  cun- 
t  ¡Tiente. 

I'ero  al  IravAs  de  esas  perturbaciones  y  sacudimientos 
que  derribar4>n  privilegios  seculares  y  distinciones  odiosas, 
surgieron  los  principios  del  derecho  iuLernaeional  y  del  de- 
recho político  de  la  América  Meridional.  Convertidas  las  co- 
lonias en  Esta<los  líOberaiios,  proclamaron  uniformemente  su 
resiiectiva  independencia.  Keconocieran  la  integridad  del  lerri- 
torío  que  ocupaban  en  la  fecha  histórica  de  la  emancipación; 
saludaron  las  nuevas  nacionalidades  levantadas  por  la  vo- 
luntad del  pueblo  argentino  sobre  ricos  desprendimientos 
de  su  suelo,  y  condenaron  las  anexiones  y  las  conquistas, 
como  Irastornadoras  del  equilibrio  y  de  la  paz  continental. 
Esas  declaraciones  fueron  el  vínculo  indisoluble  de  la  soli- 
daridad americana;  se  derivaron  de  intereses  idénticos;  furtiti- 
e/ironse  al  cJiIor  <le  sacrificios    comunes,  y  quedaron   incor- 


—  192  — 


pora[la.s  á  latí  i-clucioiietí  dtpIuitiiUicas  de  las  HepúbÜca» 
iadepeadieutes.  E\  olvido  de  esus  reglas  de  ju-tlícia  ha  pro- 
ducido en  Europa  Iransformaeiones  continuas  y  guerras  de- 
sasí rusas, 

IDálados  populónos  ne  encontraron  divididos  6  anexados 
á  otroiit,  hajo  la  influencia  de  lo  i|ue  allí  se  llama  el  interés, 
el  senUmíeiito  europeo;  y,  sin  embargo,  después  del  Congre- 
so de  Vieiia,  de  aquel  acLo  iiiternacíoaal  que  pareció  refren- 
dado con  el  sello  de  la  sociedad  universal,  las  demarcacio- 
nes se  corrl^icrou  y  alteraron,  lí-gantlo  incírtidumbres  á  la 
actualidad,  rívulidudes  y  enigmas  al  porvenir. 

Mus  felices  á  este  respecto  Ioíí  niuprícauos,  bemos  eoiisolí- 
dado  la  siguiente  formula:  «Ciula  Nación,  en  los  límites  de 
la  tradición  y  del  derecho  •:  y  ella  ha  resistido  A  las  velei- 
dades interna-sá  las  cautelosas  sugestiones  de  la  diplomacia 
extranjera  y  &  las  influencias  levantadas  en  alas  de  una  po- 
pularidad ^'loiiosa. 

il^l  libertador  de  Colombia  concibe  el  soberbio  proyecto  de 
una  ¡íran  Confederación  que.  ses^urnmente.  anhela  presidir. 
Consigna  en  su  circular  á  los  Gobiernos  el  fantástico  vuelo 
de  sus  planes,  aset^uranilo  que  *s¡  el  Nuevo  Mundo  hubiese 
de  elegir  su  capilal.  el  Istmo  de  Panamá  sería  señalado  para 
ese  auguslo  destino*.  I'ero  la  opinión  públíc»  se  levanta  en 
el  Píala.  Chile  y  Perú  para  conlrTirrestar  aquel  {»riisuniientn 
absorlreute;  y  Itolivur,  contristado  por  acontecimientos  que 
8u  imaifinacióri  ardiente  no  alcanzó  &  vislumbrar,  presencia 
el  fracasf»  de  sus  audaces  ihisÍ4mt>s  y  ht  infausta  dislocación 
de  su  J^atria. 

La  Hepúlilica  es  lanibiéu  el  principio  que  aceptamos,  anhe- 
lando desde  aquel  tiempo  el  Gobierno  del  pensamiento  na- 
cional, represcnlado  pur  las  discusiones  públicas  y  por  la 
libertad  electoral. 

Kn^  en  los  dtus  más  difíciles  de  la  emancífuiciói)  y  tiajo  el 
fuepo  de  los  cañones  enemigos  que  el  Congreso  de  Tucumán 
declaró  la  independencia  de  estas  Provincias.  Y  esa  resolu- 
ción valerosa,  propia  de  lunulnes  fieles  á  la  conciencia  de  su 
6poca  y  de  pueblos  que  tenían  la  visión  de  sus  destinos,  quedó 
sellada  por  aquella  serie  de  victorias  que  constituyen  la  pá- 
gina más  brillante  de  la  historia. 

KI  sentimiento  republicano  levántase  desde  los  primeros 
días,  fuerte  y  poderoso,  sin  ((ue   iiiflueneia  alguna   se  deci- 


-  193  - 


ISraíi  resislirlo;  y  si  enlre  los  nieltlas  que  precedieixm  al 
Sol  lie  liL  liiilttpendeiicia,  algunos  espíritus  rectos  se  oíii8cíl- 
roQ  creyendo  en  la  posibilidad  de  ensayos  monñr()UÍcos. 
at*andonaron  pronto  ese  pensamiento  y  acataron  la  voluntad 
inquehranlable  de  los  pueblos, 

3au  Miirlíii,  líin  dcw'onoeer  los  azares  y  peligros  de  las 
traiisfonnaciones  iniciadas,  destentpia  coa  palabras  juicioRas 
y  severas  á  los  que,  en  la  capital  del  Perfi  y  en  Ikh  horas 
más  propicias  jmra  el  héroe  de  los  Andes,  hablan  de  la  fantás- 
tica corona  de  lo.s  Incas. 

Bolívar,  Fascinado  por  la  gloría  que  le  circunda»  inteiiln 
desvirtuar  con  presidencias  vilaüciaft  y  provéelos  ingenio- 
Kos  el  espíritu  republicano  que  todo  lo  aliarcJi  y  domina. 
Pem  aquel  pensuinieato  debilita  el  prestigio  que  lo  acom- 
paña; reduce  su  ligiiru  {lolitica  en  el  principal  escenario  de 
i«ii  grandeza,  y  silencio->io  lüA^  tarde  en  las  áridas  playas  de 
Santa  Marta,  condena,  seguramente,  las  prnlongarinne-s  del 
mando  que  oruscaron  las  luces  de  hii  genio. 

Y  la  Knrnpa  que.  convorada  eti  el  Congreso  fie  Winna. 
iiiciilentülineiile  diseute  el  proyeirlu  de  iiiímariiuías  eotistilu- 
•riouales  en  este  continente,  se  reconoce  impotente  para  diri- 
girlo, y,  cuando  tiene  la  iuTausta  idea  de  renovarlo,  Méjico 
devuelve  Irágicatnenle  á  la  Francia  los  restos  mortales  del 
perminaje  que  ella  pretendiera  imponer  en  \n»  nltiiras  arlifí- 
i^aleft  del  trono. 

l<a  eniancipación  en  iinevocable  y  la  fHitesniias  exltanje- 
rsd  lo  comprenden.  Los  talados  UnJdo:s  y  lu  (írun  JJretaña 
tnanifleslim  la  justicia  y  lu  necesidad  de  reconocer  aquel 
jiecho  afirmado  por  lu  opinión  y  la  victoria.  Forlies  y  l*anslj 
son  los  primeros  represeiilanle»  de  (¡obienum  extranjeros  que 
llegan  á  nuestras  playas,  y  la  Kepública  ipieda  ya  incorpo- 
mda  al  movtcniefdo  inlernacional. 

La  imprenta  libre  y  el  individuo  garantido:  la  coiu'.iencia 
iiivitdable:  la  esclaviluij,  ios  fucn»s  y  In.s  vinculaciones  su- 
primidas: la  religión  de  uuestrofi  antepasados  venerada;  el 
extranjero  favorecido  por  leye.s  libérale»,  y  la  lierra  distri- 
buida con  -'iujeciótt  á  los  priucipios  de  la  eíenrin  [■coiiúini' 
ca,  son,  entre  otros,  los  actos  administrativos  ron  que  los 
jurísconHultoK  y  pensadores  argentíuns  solcmni/arott  Ioh  triun- 
fos de  Salta  y  ile  Montevideo,  de  Maipo  y  de  Ayacucho.  Ron 
ii>A   actos  políticos  con  que  etiscñau  á  las   prileucioii  exlron- 


/V:aioau  Anoonu  -  Ttmm   t¥. 


1.1 


—  194  — 


jeras  que  tas  felices  jomadas  de  nuestras  armas  importaa 
adhesiones  calurosas  al  progreso  de  la   Imuiaiiidad. 

Los  nuüvoR  Estados  han  jurado  ya  su  inde)ieiidenria  de 
toda  dominación  extranjera,  proclamando  su  derecho  públi- 
co sobre  la  base  del  equilibrio  rontínpntal  que  si^iitlca  la 
RCguridad  de  los  Estados  débiles,  la  condenación  de  la  fuer- 
za, la  pr<^ponderanria  del  derecbo.  Han  sancionado  la  He- 
pública  como  principio  riindamental  de  su  política;    y   apla- 

zando  la  reforma  de  sus  códigos  civiles  para  día^^  claros  y 
serenos  que  faciliten  el  estudio  de  las  legislaciones  inodrr- 
Das  y  las  reflexiones  tilosóticas,  entran  en  los  tmhajos  que 
deben  cimentar  las  ventajas  adquiridas  y  ennoblecer  los 
triunfos  conquistados. 

Laboriosa  fué  la  solución  de  los  problemas  que  sobrevi- 
nieron, y  difícil  nidtcar  la  ciencia  abstracta  á  sociedadíw  sus- 
traídas por  el  estrépito  de  la  guerra  á  un  antiguo  tutelaje  é 
imbuidas  en  las  teorías  de  la  Francia  revolucionaria.  Imita- 
ciones sumisas,  utopias  caprichosas  y  ensayos  audaces  dis- 
putáronse las  fórnuilas  defínitivas;  niezcláitinse  á  es^is  con- 
troversias las  instabilidades  de  la  anarquía  y  las  violencias: 
de  las  dictaduras;  y  Chile,  Bolivia,  Perú  y  Ecuador  adoptan 
el  fíobierno  central,  Colombia,  Méjico  y  Venezuela  se  tleciden 
por  el  sistema  federal,  desechando  todos  la  fusión  de  insti- 
tuciones monárquicas  y  democráticas  que  inventara  la  persis- 
tencia del  libertador. 

Ardua»  se  presentan  tambii''n  entre  nosotros  las  contiendas 
precursoras  de  la  ur^'anización:  los  grandes  debates  se  inau- 
t^ran  en  medio  de  solemnes  espectativas.  y  Rivadavia,  de»- 
lunibrado  por  el  centralismo  de  la  Francia,  se  pune  al  frente 
de  los  sostenedores  de  la  unidad  de  rcírimen.  llevando  lo» 
respetos  q\ic  conquistara  en  las  peripecias  de  la  emancipa- 
ción, en  la»  reformas  administrativas  y  ensayos  constitucio- 
nales (¡ue  dieron  celebridad  á  su  nondire.  Moreno  y  Dorrego. 
altas  figuras  de  la  Independeucia,  sostienen  el  sislema  fede- 
rativo, acreditando,  el  primero  la  vasta  erudición  que  le  dis- 
tingue y  su  conocimiento  de  las  libertades  inglesas,  y  el  se- 
gundo su  vigorosa  inleligencia  y  el  entusiasmo  que  despierta 
en  su  alma  el  sistema  norleamericano  que  bu  contenipladi> 
de  cvrcíL  en  los  días  de  su  ostracismo.  Bscúchasp  tambi/^n 
la  voz  autorÍ:eada  de  Agfleio  y  de  Gorrili;  de  Góiiiex  y  de 
Funes;  García   no  reserva  sus  ihislrados  consejos  ni   López 


-  105  - 


sns  inspiracione-s  elevadas;  pero  la  Constiluoíón  unitaria, 
resultado  de  aquellas  diRcusiuiitis  ineniurablet;,  iio  uk-iiiiKa 
el  voto  de  la  Nat-ión. 

IjQ  chispa  do  la  federación,  salidu  de  las  exceiitricidiiiles 
del  Paraguay,  (fortalecida  en  éste  por  la  ^eo^nifía  y  el  des- 
üoiicierlo  jíeneral)  lletfó  á  convertirse  en  preocupación  acen- 
tuada de  los  pueblos. 

La  voluntad  nacional  pone  término  en  1853  &  Ion  pro- 
longados debates  de  la  opinión,  y  la  forma  representativa 
republicana  federal  queda  sancionada,  y  es  el  vfncido  per- 
manente de  reconciliaeión  y  de  fraternidad.  La  Constitución 
e»  cl  desenlace  del  movimiento  de  Mayo,  la  ejecución  denu 
grandioso  programa,  y  en  esta  obra  de  inteligencias  y  pres- 
tigios poco  comunes  estuvieron  representadas:  la  generación 
presente,  por  los  esfuerzos  que  terminaron  en  la  altura  de 
Caseros;  y  la  ^ff'nerai'ióii  pasada,  por  las  reminiscencias  frlo- 
ríosas  de  sus  estadistas  y  de  sus  héroes. 

Sefiures:  préstase  ¿  observaciones  gratas,  en  este  acto,  la 
parle  activa  y  dirigente  que  tuvieron  en  los  ocontecimienlo» 
recordados  los  hombi-es  dedicados  á  la  ciencia  del  derecho,  y 
es  digna  de  estudio  la  ben<>Mi-a  iníluencia  que  ejercieron  en  el 
desenvolvimiento  de  nuestra  sociabilidad.  Educados  muchos 
de  ellos  en  las  Universidades  de  la  Colonia;  rodeados  de  una 
atniósfent  estrecha,  sin  aire,  sin  ejeiuplos  ni  estímulos,  leían, 
sin  embargo,  eu  el  recogimiento  de  los  claustros  los  libros 
y  las  teorías  que  la  Europa  del  siglo  vxiii  legaba  á  la  pos- 
teridad. Interrumpen  sus  meditaciones  pai*a  obsenar  la  trans- 
formación de  las  colonias  inglesas  en  los  Estados  Unidos 
del  Norte,  y  contemplando  aquel  acontecimiento,  divisan 
en  el  horizonte  la  soberanía  sudamericana.  Anhelan  el  mo- 
mento de  dar  expansión  á  las  ideas  que  brotan  en  su  mente, 
y  cuando  se  aproxima  el  llamamiento  de  los  lihres,  jurís- 
consultos,  escritores  y  canonistas,  unidos  á  guerreros  y  á 
caudillos  populares,  suben  con  paso  firme  al  escenario  que 
les  de.scuhre  cl  dei^tino.  No  aspiran  úiiicatneule  á  romper  las 
antiguas  vinculaciones  del  trono:  no  quieren  dejar  socieda- 
des conmovidas:  anhelan  digniticar  el  movimiento  á  que  &e 
incorporan,  legando  naciones  organizadas  y  aceptanifo  el  nú 
que  los  acontecimientos  los  deparan. 

Belgrano  recibe  el  diploma  de  abogado  en  España  y  torna 
&  la  tierra  natal  para  ^eneraliy.ar  las  ideas  que   dif^ipan  las 


—  196  — 


prfiocupanionps  rfíinaiiles.  Vocal  úe  la  JunU  de  Mayo,  llcvi 
jil  Gobienid  los  proyectos  ecouómicos  que  á  principios  del 
sígto  sostuviera  en  iiotabiUsiinas  ineiuorias.  La  libertad  de 
cometTÍo  y  de  la  industria,  las  físcuelas  y  la  aKricultura,  el 
estímulo  á  las  ciencias  y  A  las  artes;  todas  estaos  ideas  tjue 
se  repulan  signos  del  progreso  uonteraporáneo,  se  susten- 
tan con  solidez  y  brillo  en  aquellos  escrilos.  Y  cuando  los 
peligros  se  dibujan  en  diversas  direcciones.  Belgrano  retem- 
pla la  educación  y  el  arrojo  militar  y  se  iltispri-nde  de  las 
insignias  del  jurista  para  empujar  la  espada  con  que  con- 
tribuye á  corlar  las  cadenas  de  los  pueblos. 

Passo  y  Caslflli,  juríconsultos  notables  encardados  de  re- 
batir, ^n  la  a||EÍIada  Junta  del  ¿¿  de  Mayo,  las  exposicioues 
monArqnicns  del  obispo  Luc  y  de  Villola,  resuelven  bis  vacila- 
ciones de  aquellos  moinentoít  tumultuosos  dictando  lu  fór- 
mula lie  la  revolucióti.  KI  uno  brilla  en  las  iisuinbteas  y 
redacta  el  solemne  manifiesto  que  acompaña  á  la  declaración 
de  la  Independencia;  el  otro  ejecuta  las  severas  sentencias 
de  la  rovobición,  y  marelia  al  inteiior  como  representante  del 
Gobierno,  investido  con  todas  las  alribucione.s  de  acinella 
Junta,  omnipotente  en  esos  mninenlos. 

Castro  y  Monlea^^udo  sulH?n  en  años  distintos  á  la  prensa 
periódica  y  í  las  asambleas:  el  uno  precedido  de  su  repu- 
tación forense,  vijioriaa  el  sentimiento  de  la  or(;anizacÍón;  el 
otro  recoge  la  pluma  ardiente  de  Moreno,  esparce  des<le  el 
Plata  basta  el  Rcuadtu"  el  fuego  en  qnt^  se  lempljin  las  re- 
soluciones populares,  y  cede  el  puesto  que  le  asi^rna  el  fw- 
Iríotísmo  al  caer  exánime  en  las  calles  de  Lima. 

Y  Moreno,  educado  en  las  academias  de  ('barcas,  coinba(«. 
en  medio  de  las  iras  de  los  monopolistas.  Ins  ri\slricr.Íoncs 
del  comercio:  y.  con  el  presentimiento  de  su  alta  persona- 
lidad, se  vincula  al  movimiento  de  la  democracia.  Vocal  de 
la  Junta  Gubernativa,  impulsa  las  expediciones  militares,  sti- 
jfiere,  en  las  horas  criticas,  re?iiolucioueíí  decisivas;  escribe  en 
un  arranque  injusto,  pero  sublime,  aquella  sentencia  en  que 
declara;  -{lue  un  ciudadano  ni  dormido  del>e  tener  impre* 
«iones  contra  1h  1íberta<l  de  su  Patria.  -  V  |)asa  y  brilla  cí>- 
mu  reliitnpago.  legándonos  tas  líneas  de  su  genio. 

Y  al  favor  de  ese  conjunto  de  prestigios  militares,  de  ii»- 
teliífencías.  de  virtudes  y  caracteres,  se  dibii^ja  con  tintes  que 
llamaré  indígenas,  aquel  cuadro  en  que  se  destacan  las  es- 


-  w:  - 


círtrasyTas  bibjiolccfk»,  los  puertos  y  las  acadctnJas,  los 
pro^^rPKDs  cienlflicos  y  las  a(n|i1iliideM  soc^iules,  prósperas  y 
ílorfíck'iitt's  entre  !ns  fuejíos  i\v  una  revo)u<*¡ón  Iriiinfanto. 

Nu  iiercüito  recordar  en  este  acto  las  verdades  que  la 
t»xperÍ4'nria  y  i>l  |>atriot¡sino  rniií4Í<;i)aron  en  la  ley  funda- 
iiienlal.  Hal'^is  lieclm  ese  et^liidio  bajn  (a  tlíreccióii  de  pro- 
fi'Hurfs  ilustrados  y  Ral>Ais  (¡tie  aquellas  pá^nnaa  conlíeiien 
efM  preeiotta  rompil ación  de  principif>s,  de  fonnasy  de  i-cglas 
que  labran  In    felicítlnd  ile  las  naeíones  iiiodenias. 

Pero  nada  hnhriaiiios  adelantado  hÍ  los  h<'<'))Oí<  esteritiza^ieii 
las  instituciones  y  la»  IJlterlades  conquisladas.  Mantenerlas 
íntegras  y  preponderantes  contra  lodo  propósito  irretlexivo  de 
suprimirlas  y  enntra  lo<la  tendencia  íl  dcsvírlnarlníí.  en  la  mi- 
sión que  nos  ifiünndtp  y  espt'cialmenle  &  los  que.  en  el  ejerr.irio 
de  nuestra  profesión,  e»lauius  llamados  á  proteger  los  intere- 
ses sociales,  ú  dereiider  las  garantías  individuales,  á  resguar- 
dar, en  el  templo  de  la  magistratura,  las  iritluenrtas  legflimas. 
el  derecho  de  la  Nación  y  las  atribuciones^  el  derecho  do  las 
Provincias,  esa  sabia  combinación  de  Poderes  y  facultados  que 
ronstituyo  la  base,  el  sistema  de  nue&tra  organización. 

He  (razado,  ron  la  rapidex  que  este  acto  requiere,  pálidas 
líneas  de  los  hombres  que  consagraron  sus  aptitudes  á  la 
ciencia  ilc  la  justicia  y  á  la  causa  de  los  pueblos. 

Ellos  nos  legaron  ejemplos  y  estímulos  que  alientan  y  for- 
talet^en.  Vemos  á  unos  reflaclando  esos  códigos  que  el  paf« 
enseña  como  revelación  de  su  progreso,  6  la  Címstilución 
que  exhibe,  en  prenda  de  su  elevaoíóu  política.  Miramos  á 
otros  proclíiniandii,  en  medio  de  peligros  y  conlliclo.s  pro- 
fundo?,  las  expansiones  de  la  soberanía,  sosteniendo  en  las 
asambleas  legislativas  las  refor'rnas  propias  de  una  época  de 
progreso  ó  conquistando  aquellos  triunfos  <|ue  no  dejaron 
en  su  camino  los  vestigios  de  piuddos  destruidos  ni  de  ins- 
tituciones derribadas,  poniue  se  dirigían,  valiéndome  de  las 
p-ilabras  de  íiuido,  á  "cimentar  los  derechos  imprescripti- 
bles del  Muevo  Mundo ".  Y  encontramos  k  todos  reconocidos 
en  el  crisol  de  la  posteridad,  como  la  fe,  el  pensamiento  y 
la  fuerza  de  una  revolución  grandiosa. 

Señores:  aceptad  mis  cumplimientos  en  este  dfa.  gnUn  para 
vosotros,  alegre  y  claro  para  las  [MTSotias  cpie  os  aman,  y 
permitid  que,  al  saludaros  en  nomhm  de  esta  Pacultad,  c on- 
si;rne  un  voto  sincero. 


—  198  — 

En  el  transcurso  del  tiempo,  otros  estudiarán  vuestra  par- 
liciparióü  en  nuestro  iiiovimionln  Hocial  y  poIlti<!a.  Que  os 
encuenlfcu  firmes  en  el  pueslo  de  ta  ley;  Leales  a)  espíritu  de 
la  Constitución;  Tuertes  en  la  derensii  de  las  libertades  pu- 
blicas, y  de  todo  lo  que  asegure  y  presagie  la  grandeza  de 
la  Patria. 


Discurso  del  doctor  Miguel  Juárez  Celman,  el  12  de  Octubre  de  18B6 
ante  la  Asamblea,  al  jurar  el  cargo  de  Predidonte  de  la  Repú- 
blica. 

Señaren  SenaiíorcM: 

SeñorPit  Diputnrio/t: 

Sois  testigos  del  juramento  que  con  tranquila  y  sincera 
cx>nc¡<uici:i  acabo  de  prestar. 

«Proceder  con  lealtad  y  patriotismo,  observar  y  hac«r  ol>- 
servar  la  Constitución,  es  sin  duda  todo  un  programa  de 
gobierno  para  quien  no  jura  eu  vano». 

Felizmente,  ni  la  lealtad  ui  el  patriotismo,  ni  los  sentimien- 
tos Tavorables  á  la  observancia  de  la  ley  son  patrimonio 
exclusivo  de  las  eminencias,  lo  que  me  permite  afirmar,  sin 
preleusíones  ni  iinnodestia,  que  más  tardo  ante  vosotros^ 
jueces  de  mi  conducta  y  anie  el  país  entero,  lestigo  de  mis 
actos,  podré  con  verdad  decir.  •  No  he  sido  infiel  á  mi  solemne 
compromiso;  he  servido  íi  mi  pairía  con  previsión  y  honra- 
dez en  el  alto  puesto  en  que  mis  conciudadanos  me  coloca- 
ron; be  respetado  y  hecho  respetar  religiosamente  las  leyes, 
y  be  guardado  consecuencia  á  los  hombres,  garantiendo  á 
t^ada  nnt)  el  ejercicio  de  su  libertad». 

Tales  son,  por  lo  menos,  mis  convicciones  y  mis  espe- 
ranzas. 

El  piirtido  político  que  me  ha  llamado  á  ejercer  la  primera 
magistratura  de  mi  país  sabe  bien  que  no  lie  buscado  ese 
honor  y  que  delílieradamente  evité  toda  insinuación  que  me 
fuera  personal,  desde  las  evoluciones  preliminares  iniciadas 
en  su  seno  para  la  designación  del  candidato  que  había  de 
sostener  en  los  comicios,  basla  la  final  solución  de  sus  Ira- 
bajos.  Esta  conducta  respondía  á  la  conciencia  de  las  gra- 
ves responsabilidades  que  ul  primer   puesto  en  la  República 


—  199  - 


4KIS  inherentes,  así  como  ñ  la  ile.scnnfiiinza  deque  estuvieran 
9\  alcance  ile  míe  medios  los  arduos  deberes  que  el  voto 
de  Icis  pueblos  nic   inipusjera. 

Mas  una  vez  elegido  ilentro  de  la  legalidad  y  del  orden, 
atcfiuadns  los  urdoi-eí;  de  la  lucha  que  os  condición  de  vida 
eti  las  demoptacias;  en  presencia  del  cambio  saludable  rea- 
lizado en  nuestros  hábitos  por  los  progresos  de  la  razón 
pública  que  hn  hecho  desaparecer  h>s  antagonismos  locales  en 
cuanto  lenfan  de  injustiñcablcii  y  de  odiosos  para  reempla- 
zarlos con  *!Í  senliiniento  elevado  de  la  nacionalidad:  ante  las 
vinculaciones  cada  vez  más  estrechas  y  fraternales  de  hombres 
y  puehloK,  y  coiilainlo,  sobre  lodo,  con  la  voluntad  favorable 
de  mis  conciudadanos,  »in  excluir  el  sano  concurso  de  aquellos 
(i  quienes  sólo  preferencias  perKonalcí;  separaron  de  nosotros, 
«reo  que  puedo  avanzar  las  promesas  consignadas  en  este 
<locufnenlo  al  iniciar  mi  Gobierno,  con  la  entereza  del  fun- 
cionario que  tiene  el  firme  propósito  de  mantenerse  dentro 
de  la  ley.  sin  más  ambición  que  la  felicidad  de  su  patria. 

FA  pueblo  argentino,  como  todos  los  civilizados  de  la  tierra, 
presenta  en  su  desjirrollo  esa  faz  luminosa  á  cuyo  anqinro 
se  afirma  y  vigoriza  en  cada  uno  de  sus  habitantes  y  en  el 
conjunto  de  hus  colectividades  la  conciencia  de  su  valer  y 
de  iíu  fuerza.  Él  ocupa  ya  un  alto  nivel  en  la  historia  del 
Gubicruo  propio  por  la  índole  de  sus  instituciones  y  palpa 
diariamente  el  fruto  del  esfuerzo  común,  que  un  hombre  solo 
no  puede  impulsar  ni  detener. 

El  pueblo  argentino,  i-nmo  sus  grandes  modelos,  delibera 
y  vota  antes  de  obedecer;  y  penetrado  como  ellos  de  sus 
propios  derechos,  no  necesita  ni  acepta  mentores  consagra- 
dos por  si  mismos  que  le  marquen  los  rumbos  políticos  de 
»u  ruta,  ó  le  ahorren  la  tarea  de  pensar;  docilidad  ó  servi- 
lismo á  que  el  espíritu  humano  sólo  pudo  someterse  sin 
protesta  en  la  infancia  de  las  naciones,,  en  que  según  la 
expresión  de  un  pensador,  la  sumisión  y  la  fé,  aun  extrema- 
das, podrían  ser  útiles  ó  provechosas. 

Las  sociedades  nH)derna8  que  hacen  del  voto  libre  y  cons- 
cieute  del  pueblo  la  base  de  su  sistema  polllíco,  no  eingen 
de  sus  luagistnidos  cualidades  exlraonlitiarias,  bastándoles 
para  su  desarrollo  moral  y  material  que  las  leyeíí  sean  res- 
peladas  por  gobernantes  y  gobernados,  como  fieles  ejecu- 
tores de  su  voluntad  soberana. 


—  2Ü0  — 


Ha  pasado  ya  para  nuestra  patria  el  tiempo  en  (jiie  \tt)úia 
ser  descuidado  en  \oh  programas  de  pobifino  los  intnreses 
positivos  del  pnfs:  para  dar  lugar  ñ  promesas  a«'i'nlunidaf<, 
ó  soluciones  teóricas  anticipadas  que  en  general  se  elude» 
inAs  larde  sin  re|mro,  ó  achatan  perjudicialmente  una  admi- 
nistración. 

La  Kolidez  de  las  instilucioiifs  lia  dejado  de  sor  un  pro> 
bicrna  entre  nosotros  para  convertirse  en  un  hecho  indee- 
Lructible,  (larantído  por  los  grandes  beneficios  y  los  rccundos 
progresos  atcanzudos,  cuya  estabilidad  es  hoy  su  más  lirnie 
y  poderoíío  apoyo:  pudíendo  decirse  con  estricta  verdad  que 
dentro  de  la  Naci<ün,  ni  <'ahe  hny  autoridad  íil^MUia  que  pueda 
sobreponei-se  al  imperio  de  la  ley.  ni  existe  un  salo  ciuda- 
dano ó  habitante  que  pueda  considerarse  ilesaniparudo  de 
su  protección. 

HaffO,  pues,  mí»  el  pro^'rain.i  igue  mi  ilustre  anlecesiir  de- 
creta en  esta  rórtnula  sencilla:  Faz  y  Adtninislraeirtu,  purt)ue 
ella  expresa  la  suprema  aspiración  de  los  argentinos  y  ex- 
plica especialmente  la  prodifriusa  transformación  operada  ea 
In  vida  económica  de  nuestro  país. 

Const-cuenle  con  esta  declaración. dirigiré  mis  esfuerzos  al 
fondo  de  todo  cuanto  se  relacione  con  la  situación  ílnanciera 
de  la  Nación,  cuyos  problemas  en  este  orden  de  ideas  lian 
sido  hasta  hoy  insolubles. 

[jO.  Hepúhlica  opera  una  Iraits formación  rápida  en  sus  ele- 
mentos de  trabajo,  de  actividad  y  de  prodticcíón.  Ha  dejado 
de  ser  exclusivamente  ganadera  y  comienza  á  ser  agrícultora, 
etdtivando  la  cafía  de  azúcar,  la  viñii  y  en  más  grande  escala 
los  cereales,  cuya  exportación  aumenta  cada  aílo. 

I^  previsión  leg:islativa  ha  protegido  estas  industrias,  en 
cumplimiento  de  una  prescripción  constitucional,  i"  ímílando 
el  ejemplo  de  las  naciones  civilizadas. 

Justo  serla,  no  obstante,  acordar  protección  análoga  S 
otras  industrias  que  luchan  por  abrirse  paso,  teniendo  siem- 
pre en  cuenta  los  esfuerzos  y  elementos  del  industrial  para 
no  eaer  en  la  exageración,  ó  en  los  sistemas  de  ios  derechos 
prohibitivos. 

KI  país  reclama  de  sus  gobernantes  medidas  prontas  y 
ellcacea  que  desarrollen  su  comercio  Interno:  serA  por  ello 
preocupación  de  mí  Gobierno  darle  franquicias  y  facilitarlo, 
promoviendo  la  construcción  de  vfas  económicas  y  la  pro- 


—  201  — 


tuiígacián  de  las  lineas  férreas  hasta  la  finnlera,  para  areíerar 
e!  intercaniht")  tle  nut^slros  pnxluftos  con  los  de  las  nariom'»* 
vecinas  y  estreí-luii-  aún  más  los  vínculos  de  amislad  que  A 
ellas  no»  )i^n:  la  remoción  de  obstáculos  á  la  navegación; 
la  ue^ridad  de  Ins  lranK|>nrl(!S  pnr  niiej^lras  vías  tluviali-íi;  la 
forinarión  de  puertos  y  muelles  adecuados  á  las  cxiiíencías 
arlnalos;  y  cuiuo  ruinplernenlu,  en  fin,  la  adopcíún  de  difu- 
siones tendentes  !\  poner  en  monos  argentinas  el  comercio  iIh 
cabotjge,  que  librado,  como  Hf  halla,  ú  elementos  casi  pura- 
mente extranjeros,  no  permite  A  la  Ntición  Hostcner  su  legí- 
tima prepíuiderancia  en  la  extensión  inmensa  de  sus  ríos  ni 
mantener  competencia  venLijnsa  con  las  naciones  rihei-efíaí<. 

St^ieiido  la  tradición  de  los  Gobiernos  que  han  pre':edido 
al  ijue  hoy  se  inaugura^  sostendré  siempre  ('.omn  deber  *[e 
honor  y  de  buena  Té  el  exacto  cumplintiento  de  las  obliga- 
ciones contraídas  por  el  Tesoro,  eti  el  itilerior  y  eti  el  ejEle- 
rior,  lo  (|ue  la  Nación  podrá  hac*r  sin  esfuerzos  ni  sacrificio 
si  aplicamos  H  nuestros  recursos  una  prudente  economía. 

Concurre  ¿esto  propósito  restrint;irel  uso  del  crédito  externo 
para  la  construi'ción  de  nuevns  lineas  férreas,  como  me  pro- 
meto hacerlo,  bastando  en  mi  juicio  con  la  (garantía  de  la 
Nación  sobre  el  capital  empleado  en  los  casos  en  que  ella 
sea  indispensable,  y  apelando  para  sufragar  los  gastos  que 
demanden  las  obras  públicas  de  otro  género  a)  crédito  íd- 
temn  del  país  y  á  las  economías  realizadas. 

La  urúficación  de  la  deuda  consolidada  interna  y  externa, 
es  una  nereKichnl  imperiosa  reclamada  por  el  crédito  misino 
del  Estado.  La  diversidad  del  tipo  de  interés  y  amortización 
á  que  han  ol>edG«ido  las  emisiones  de  títulos  de  deuda,  han 
establecido  una  competencia  perjudicial  en  su  cotización. 

La  unificación  procurará  economías  y  mayor  fucilidad  en 
los  servicios,  levantando  el  crédito  nacional  á  la  altura  que 
corresponde  á  una  Nación  que  mira  con  religioso  respeto  el 
cumplimiento  de  sus  compromisos. 

Es  prolmble  que  durante  la  existencia  del  curso  legal  de 
los  billetes  bancarios  y  mientras  no  se  resuelvan  otras  cues- 
tíoneit  previas,  soportemos  las  perturbaciones  que  pesan  al 
presente  sobre  el  mercado  monetario.  Yo  dedicaré  mis  es- 
fuerzos, contando  con  vuestro  ajH^yu,  á  la  supresión  de  e.'<te 
estado  de  cosas  que  encarece  los  consumos  y  presta  eslfniulo 
á  Ja  prodigalidad. 


—  aoa  - 

^Os  maiiifeslar^  con  entera  frarK|uewi  mi  peiiBamiiMilo  rcs- 
pRcUi  á  la  exislciiriu  en  esta  Capital  délos  Baucos  do  Estado 
de  la  Provincia  de  Buenos  Aires. 

I^  Nación  tiene  derecho  pleno  al  gobierno  fínaticiero  y 
monetario  m  su  lerritono,  y  debe  ejercorlo  principalmente 
e»  su  Capital,  que  es  el  gran  centro  comercial  de  la  Hepii- 
blica,  donde,  por  lo  tanto,  los  Bancos  de  la  Provincia  de 
Buenos  Aires,  ¡«rnbernados  y  administrados  por  suk  leyes,  no 
pueden  funeioiiar  i'^onio  lianeos  del  ICstado  sin  acarrear 
evidentes  y  perniciosos  incompatibilidades,  pues  todas  vues- 
tras medidas  legislativas  quedarán  frustradaíi  en  la  pr&ciíca. 
no  pndieiid»  la  Nación  gobernar  stis  finanzas  ut  dirigir  el 
mercado  monetario, 

^Pienso,  pues,  que  cou  espíritu  patriótico  y  despreticiipado, 
debe  bii-ícarse  una  solución  conveniente  <|ue  no  hiera  ningini 
jnlerí-s  legítimo  v  concille  los  grandes  deberes  de  la  Nación. 

Creo,  como  la  totalidad  de  lo»  hombres  que  se  ocupan  dtr 
cuestiones  sociales,  que  lu  iuslniccióa  pública  es  In  l>ase  de 
la  riqueza  y  del  (loder  y  de  la  moralidad  do  las  naciones  y  la 
c-ondiciói)  ineludible  del  (Jobierno  democráiieo. 

La  obligación  de  fomeidarla  es,  por  lo  mismo,  uno  de  los 
grandes  deberes  de  los  gobernantes. 

L-i  Repfddica  Argentina  bu  entnido  ya  en  la  ancha  vfa 
que  la  civilización  abre  á  las  inslduclones  y  ba  dado  sí?gu- 
ros  pasos  en  ella.  Vo  procuraré,  siguiendo  esa  laudable  tra- 
dición, conservar  las  cnu([uistHS  alcanzadas  y,  en  la  esfera 
de  mis  atrüuicioneg.  extender  sus  beneficios  al  mayor  m'i- 
mero  de  habitantes,  satisfaciendo  así  una  noble  aspiración 
del  pueblo  <|ue  me  ha  elegido,  y  cotdando  para  ello  con  el 
ilustre  iHiiKiirso  del  C.oiigresn  de  mi  palria. 

-\o  llegarí'mos  á  formar  luia  grande  y  próspera  nación 
ei  no  preparamos  la  sociedad  para  radicar  aún  más  eu  ella 
nuestras  instituciones  que  conciban  la  liberta<l  con  el  orden 
y  que  no  podrán  ímponei-se  ni  por  la  ley  ni  por  la  fuerza, 
ni  se  convertirán  eu  doctrina  capaz  de  dirigir  la  conducfa 
de  los  hombres,  si  la  instrucción  de  que  brota  el  couvencí- 
mienl*}  no  disipa  las  nieblas  en  (pie  se  forman  ó  germinan 
los  sedimentos  de  la  anarquía  y  del  retroceso. 

La  ley  que  manda  y  la  fuerza  que  hace  cumplir  el  man- 
dato, son  sin  duda  elementos  que  los  Gobiernos  pueden  ma- 
nejar directamente  para  conducir  al  pueblo  á  sus  altos  des- 


^ 


^^IM 


tinos;  pero  la  ley  y  la  fuerza  corno  instruniLMitus  di;  Gobierno, 
BOU  agentes  de  coerción'  ineficaces  para  implantar  prinripiíw 
€slables,  si  no  viene  en  su  aynda,  como  propulsor  iudireclo, 
la  inütruccíún  del  pueblo  al  que  han  de  apíicanie,  pura  sua- 
vizar las  asperezas  de  su  íni¡)erio  y  hacer  amar  las  inslilu* 
ciones  demostrando  la  razón  de  sum  fundaraenlos  y  la  con- 
vcuiencía  y  moralidad  de  su  ejercicio. 

Auxiliado  por  estas  convicciones,  prestara  á  la  instrucción 
pública  en  sus  diversas  ramas  la  m&s  cuidadosa  atención. 
iralatidd  de  impedir  que  la  política  ú  otro  móvil  exólico  se 
introduzca  en  los  institutos  de  enseñanza  para  [>erlurbarIos 
en  su  fecunda  labor. 

Caben  en  el  territorio  de  la  RepíibÜca  ciento  cincucnU 
millones  de  habitantes  y  leñemos  apenas  una  míuiuia  ]>arLe 
de  esta  cifra,  siendo  múltiplcH  y  conocidas  las  causas  de  la 
falta  de  población. 

Es  deber  de  los  Gobiernos  removerlas  en  el  limite  de  su 
alcance  y  buscar  los  medios  de  aumentar  la  inmigración, 
único  recurvo  activo  de  poblar  nuestras  vastas  coiuai'cas.  Y 
no  tendremos  nira  inmigración  capaz  de  IhMiar  nuestras  asjii- 
raciones,  sino  ofrecemos  al  exiraujero  que  pise  nuestro  suelo 
la.s  garantías  que  encarnuu  una  legislación  liberal  y  una 
buena  administración  de  Justicia. 

ÍMs  KsladOK  que  componen  la  RepúbHira  se  apresuran  con 
empcfto  digno  de  elogio  í.  completar  su  legislación  y  á  me- 
jorar la  condición  moral  de  sus  tribunales,  |>«ro  no  pueden 
aspirar  á  que  las  franquicias  que  ofrecen  sean  conocidas  en 
los  grandes  centros  de  población  por  ser  hechos  internos 
que  ningón  agente  iuternacional  exterioriza. 

La  legislación  de  los  Estados  es,  por  lo  tanto,  como  un 
dato  casi  indiferente  para  el  aumento  de  la  inmigración, 

Las  leyes  capaces  de  levantar  el  nombre  de  la  Kepública 
y  llamar  la  población  extraujera  son,  en  virtud  de  estos  con- 
ceptos, aquellas  cuyo  imperio  se  extiende  k  todo  el  país:  los 
códigos  fundamentales  y  la  organÍ7.acÍón  dii  Justicia  Fede- 
ral, que  por  su  índole  y  su  importancia  salvan  nuestras  fron- 
teras y  van  &  recoger  en  el  exterior,  con  las  garantías  que 
acuerdan  á  las  creencias,  á  la  propiedad  y  ¿i  la  vida,  el  fu- 
turo habitante  de  nuestro  suelo,  ofreciéndole  libertad,  for- 
tuna y  bienestar. 
Con  ni  concurso  de  mis  conciudadanos,  ú  ({uícnes  toca  en 


—  404  — 


parle  U  respuiisiibiliduil  üe  la  difícil  mitii6n   que  cl    puehU 
iiif  hu  rortfiatln.  \\uvl'  vi\  mi  iiohierno    cuanto  esté  á  iiii 
mure  porque  nuestra  Leyislaciún    .Nacional    se    coraplele    yj 
|i(>n|ue  la  Afluiinistraeión  de  Justicia  ocupe  siempre  el  rangd| 
que  le  correspüude.  contribuyendo  ron    su    alta    reputación 
al  cn^-Tuiideciiuíentü  de  la  República.  h 

Nuestras    relaciones    iirlernaciunales    serán  manteitidas   yV 
cnUívadas  con  la  misma  elevación  de  miras  f  el  espíritu  de 
rialernídad  y  de  justicia  observado  por  in¡s  antecesores;  riue» 
Iras  ruestioncs  de  límites  que  provocaron   alguna    vez   con- 
troversias más   ó   inenoi<   enérgicas,  retardando    el  de»arr 
lio  (le  una  política  libei-al  y   mancomunada  por  ideas  é  ji 
lei-eses  csenríalmenle  americanos,  ó  han  sido  defínitiva  y  pa- 
Irióticamenle.  resueltas,  ó  están  en  vias  de  serlo  por  incdioal 
tan  pacíficos  y  tan  honrosos  para  nosotros  como  para  auca- 
Iros  vecinos.     Yo  procuraré  que   nuestras  relaciones  con  la^fl 
potencias  extrañas  sean  cada  vez  más  estrechas,  más  dura-™ 
deras  y  más  fructifenis,  porque  la  misma  vida  internacional 
no  queda  ase<<urada  sim'»  ruando  reposa  s<ibre  una  comuni- 
dad de  intereses  y  de  dei-echos.  ^ 

El  ciudadano  que  hoy  desciende  del  Poder  inaufíuró  BirB 
feeundo  periodo  de  gobierno  bajo  lo**  auspicios  venturosos 
d''  tino  lie  los  actos  legislativos  más  trascendentales  en  ell 
desenvolvimiento  de  nuestni  vida  constitucional;  Lo  I-cy  de 
Capital  tletiniliva,  base  y  garantía  de  la  unidad  nacional  que 
reclumalian  los  )>ueblos  todos  de  la  República,  como  el  com- 
plenuMiln  indispensable  tie  nuestro  r6|j;ímcn  político  y  la  eli- 
minación de  un  serio  ptdigro  en  el  por\efiir,  que  vendría  fa- 
talmente á  perpetuarse  como  germen  de  fulums  trastomoft 
en  cl  patriotismo  y  el  sentimiento  argentino  aconsejaban 
conjnnir. 

Kl  nuevo  período  que  hoy  se  inicia  tendrá  también  su 
liislórico  punto  de  partida  en  el  catálogo  de  nuestra»  más 
grandes  conquistas.  K 

Por  primera  vez  en  nuestra  Iwrrascosa  historia,  tan  llcn^" 
de  experiencias  dolorosas^  se  opera  la  transmisión  del  mamlu 
en  plena  fiaz  interior  y  exterior;  por  primera  vez  lo»  parti- 
dos en  tucha  nn  han  olvidado,  ni  aun  bajo  la  efervescencia 
lie  ia  contienda  electoral  y  de  los  sacudimientos  profumios 
de  la  pasión  política,  que  los  pueblos  constituidos  y  libres, 
en  dnnde  nadie  eimmdece  ni    se  abstiene    por   temor,  sólo 


—  306 


admileo  corno  resortes  lo^l*ts  ilt*  pieiioii ti n rancia  la  Uiseii- 
sirtu  y  el  voló:  y  por  prímeni  vt-z,  el  ek'niiln  de  la  ii»fiyoif.i 
nncional  puede  oliminar  con  placer  (  jnliina  ¡jali^rucciúu  iic 
su  discurso  inauí^ural  ese  cupftnln  nlilitrado  en  que  mis  ihis- 
Ires  predecesores  rieploralian  los  liorrorcít  de  la  anarquía  rt 
la  rebelión,  lucluoso  linal  de  nncstr^s  contiendas,  \uiTa.  reem- 
plazar (aii  justa  queja  cun  osla  segiiriüud  que  llena  el  ulniu 
de  esperanzas;  la  paz  es  un  hecho  y  un  <lcrecho  en  la  Re- 
pCiblii-a,  y  las  Innhas  pnlflicas  por  enérgicas,  pnrH]>.iKÍniiadas 
que  se  presenten  en  lu  evoUniíóii  ordinaria  de  nui^^trn  vi<la 
constitucional,  se  manlendriín  siempn*  como  hoy  en  el  lí- 
mile  de  la  le^^altiad. 


Discurso  (let  doctor  Fllemón  Posse.  pronunciado  en  la  Cámara  de 
Senadores,  siendo  Ministro  do  Justicia.  Culto  é  Instrucción  Pú- 
blica.  el  6  de  Septiembre  de  1B88.  sobre  al  proyecto  de  ma- 
trimonio Civil. 


SeAor  Presidente:  Knlru  routrariado  en  eslc  debate  porque 
tengo  por  anla^nistits  á  dos  Senadores  á  quienes  afirecio, 
distingo  y  respeto  en  uUo  gnulo.  El  sefior  Senador  por  Giir- 
iloba,  doctor  Funes,  (pie  fué  iiii  inaf-'lro  en  derecho  tanóniro 
y  &  cuyas  sabias  leeriones  dclii)  lt>s  pucus  conoriniientns  que 
he  adquirido  en  esa  ciencia  y  las  ideas  liberales  que  ai'in  am- 
»ervü  y  |)roreso,  habívndo  inuctuis  v^^ccs  oído  íi  mi  anll^'u» 
maestro  en  los  eonversacioiics  fniniliares,  ron  la  amenidad 
aned6ctii:a  y  chis|M'aule  que  le  es  propia,  sostener  estas  niis- 
oia.s  ideas  de  libertad,  enseñando  siempre  í  quien  quería  oirle 
que  un  se  confundiera  la  reli^iíín  con  el  sacerdocio:  y  el  sefior 
Senador  por  Santa  Ke,  doctor  INxarn),  por  quien  he  tenido 
es|iecial  (Uiriflo  y  aprecio  casi  ile-stle  que  era  nifio  y  (juien, 
lo  di(n)  fou  placer  y  salisfaritíu.  hu  cories{)üu<^ÍÍdo  su[ier'abuii- 
danleutente  á  este  cariño  con  que  yo  siempre  le  he  dmtin^iido, 
si»  perder  ocasión  de  dar  público  tetilinionio  de  ello. 

Sin  embargo  de  esto,  señor  Presidente.,  los  deberé»  del 
puesto  oficial  que  ocupo,  y  más  que  todo  la  convicríiSn  pro- 
funda que  tengo  de  que  el  pmyecto  de  ley,  sometido  |K)r  el 
Poder  Ejecutivo  á  la  deliberación  del  Coniírejiü,  una  vez 
convertido  en  ley.   promoverá  el  progreso  de   nuestro   país; 


—  40H  — 


el  profundo  coiivpnciiniento  que  tengo,  señor  Presidente,  de 
(jue  eg  tsanta  y  líeiiética  esta  luy,  me  da  fuerza  para  entrar 
á  la  lucíia  sin  perder  la  ps])eranza  de  que  el  éxito  me  será 
favorable. 

KI  spfior  Senador  por  Santa  Pe  comenzó  por  ha«!i'r  la  apo- 
logía de  los  Pontdice»;  por  sostener  ({ue  riebiaii  ser  iude- 
pendieateb;  por  dt^'ir  i]ue  eti  la  actualidad  eran  viejos  ve* 
nerables  (-omplrfanu-nte  inermes;  nos  recordó  también  á 
ürt'gorio  Vil.  acabando  por  decir  »iue  su  umbieión  fué  un 
error  que  ya   pasó. 

Señor  Presidente:  como  ni  Iok  Papas,  ni  la  institución  del 
I'iipado  estiin  en  discusión,  puedo  ser  generoso  con  el  sefior 
Senador,  mi  anticuo  maestro,  concediéndole  cuanto  quiera 
decir  eti  favor  de  los  Papas  y  esperando  á.  mi  vpz,  por  amor 
á  la  verdad  histórica,  que  no  me  negará  que  ha  haliido  Pon- 
tífices que  han  sido  la  vergüenza  de  la  Iglesia  y  de  la  hu- 
manidad. 

Las  consideraciones  que  el  señor  Senador  liací¿.  para  de- 
mostrar que  los  I'ontffices  di'ben  ser  independientes  y  que 
pueden  tener  el  Poder  temporal,  son  ajenas  á  este  lugar,  y  acaso 
pudieran  tener  eílcacia  si  las  sometiera  á.  la  consideración 
del  Rey  de  Italia  que  ocupa  las  posesiones  pontificias. 

Los  Papas,  señor  Presidente,  nunca  han  sido  fuertes  y  te- 
mibles por  sim  cañones;  fueron  Reyes  de  pueblos  pequeños 
obtenidos  por  las  concesiones  de  los  Principes;  los  Papas 
han  hecho  temblar  tronos  y  lian  tumbado  tronos,  no  con 
los  cañones,  sino  con  los  formidables  rayos  del  Vaticano;  esos 
rayos  y  esas  urinas  (pie  conservuii  en  sus  manos  enflaque- 
cidas y  que  han  perdido  todo  su  vigor,  gracias  ¿  la  civílJEa- 
ción  del  mundo,  gracias  también  á  que  toda  arma  se  era- 
bota  cuando  se  esgrime  demasiado. 

Aunque  las  ambiciones  de  Gregorio  Vil  y  sus  errores  como 
Pontífice  sean  hechos  pasados,  no  por  eso  estamos  privados 
de  traerlos  á  juicio,  de  traerlos  á  nuestro  estudio,  porque 
precisamente  el  estudio  de  los  hechos  |>asados  es  el  estudio  de 
la  historia,  que  es  nuestra  maestra,  que  es  el  espejo  inmenso 
donde  si;  refleja  la  liumanidad  con  sus  vicios  y  sus  viríudes, 
con  sus  grandes  hechos  y  con  sus  grandes  crímenes. 

Señor  Presidente:  el  Papado  se  encontraba  en  gran  peligro, 
próximo  taJ  vez  á  su  ruina,  cuando  el  célebre  Hildebrando 
subió  al  solio  pontificio,  con  el  nombre  de  Gregorio  Vil. 


■_  4ü7  - 


Él  fué  más  tiiy,  inÁs  i>oUtico  que  Poutífir^,  y  salvú  al  Pa- 
|»udn  que,  conw)  (lecía,  se  encoiitraha  en  el  peligro,  no  par 
li»s  herejes,  uo  por  los  iiilieles.  tvi  por  invasiones  de  bár- 
huros.  sino  por  la  espantosn  sol>erbia  de  los  Obispos  enri- 
<)uecidoti,  omiiipolenles  porque  eran  los  vonsejeroK,  Ioh  Mi- 
nisíros  y  los  ronfusoivs  dt":  los  Heves. 

Dominados  los  Obispos,  (¡regorio  Vil  intenló  dominar  á 
loR  Keyed  >-  á  los  Emperadores.  Comenzó  por  inmiscuirse 
0  1  lii^  diseuftíune.>  de  la  Aleaiatiiii.  \u  atendido  pt  r  el  Vah- 
perador  Kiiriqíic  IV.  lo  deslituyt^  en  nombre  de  Jesurristo  y 
(■•I  nombiv  de  Jesucristo  In  declaró  indigno  de  gobernar  la 
Alemania,  y  íí  sus  subditos  los  exoneró  del  juramento  de 
prestarle  nbedienciu  (|ue  le  tenían  lifMdin.  V  Enrique  IV  tuvo 
que  ir  A  Houtn  á  i»edir  perdón  de  rodillas  al  Papa  Grego- 
rio Vil,  |Kiru  pndei'  eonliiuiar  imperando  en  Alenmiiia. 

La  lacha,  seflnr  Presidente,  continuó  con  éxitos  varloB. 
L'uas  vei'es  luehando  los  Papas  con  los  Fleyes  y  Emperado- 
res, y  otras  haciendo  causa  coniAn  con  dlns,  como  sucedió 
L'on  la  creación  de  la   Iriiguisición. 

Grei^rio  IX  la  creó  y  Kernando  el  Calólico,  (el  wtólico) 
la  introdujo  en  I^spafia.  Y  cuando  la.s  hogueras  de  ese  fu-  ' 
n(%lo  tribunal  ailquirieron  los  horribles  resplandores  de  las 
llamas,  fué  durante  el  reinado  del  adusto  Felipe  11,  que  de- 
cía  que,  si  su  hijo  fuera  hereje,  él  llcvarfa  en  sus  hombros 
la  lefia  iwra  que  lo  quemaran;  de  ese  Key,  señor  Presidente, 
que  tenia  lanío  amor  á  las  llamas  que  devoraban  á  los 
litunhres,  que  al  gran  palacio  del  Escorial  le  hizo  dar  la  forma 
du  la  parrilla  en  que  se  ai^ó  á  San   Lorenzo. 

As(  se  estableció  y  así  se  desarrolló  la  Inquisición  en  Es- 
|>!ifía:  parecía  que  querían  quemará  medio  mundo  para  tira- 
nizar á  la  idra  mitad. 

Pero  c:*  tambirn  indudable,  seftor  Presidente,  que  desde 
esa  época  couienzó  á  decaer  do  su  importancia  la  casji  de 
Austria,  des<le  el  reinado  de  Felipe  II,  hasta  que  esa  rama, 
esa  dinastía  ^e  aiabú  para  que  volviese  á  letier  importati- 
ria  la  eoruiia  de  España,  bajo  el  reinado  del  primer  tiorbón, 
Felipe  V. 

Contimjaha  así,  sefior  Presidente,  la  lucha  hasta  el  ponli- 
llcadít  de  León  X,  Papa  artista,  culto  y  elc(;ttnte,  pero  du- 
rante cuyo  Gobierno  era  yu  marcada  claratnetde  la  <leeaden- 
cia  del  Poder  Pontificio.    Durante  el  ponlillrado  de   l^eón  X 


-^  soe 


surgió  1n  heregía  de  Lulero.  León  X  poco  caso  te  hacia  fi. 
Lulero;  al  conlrartn.  solazábase  con  lus  dichos  de  su  ingenio. 

Su  sucesor,  Clemente  Víl.  no  quiso  celebrar  Conciliu,  como 
lo  liacfaii  todos  los  Pontificea  euaado  apareefau  jíraiides  di- 
Bcultailes;  y  no  lo  liízo  porque  temía  que  el  Concilio,  coaio 
otras  veces,  se  dcelarase  Kui>erÍor  al  Papa;  }%  anlü  este  temor, 
í*l  Concilio  no  se  reunió  sino  después  de  su  muerte,  cuando 
le  sucedió  en  el  poiililicado  Paulo  IlL 

nejaremos.  Hefior  PresUlenle,  por  el  momento,  esta  historia 
lie  las  luchas  enli-e  el  Poder  Temporal  y  la  Iglesia.  |tara  reme- 
morarla Incfío  cuando  liaíja  el  rsUidio  del  cMehre  <:oncino 
Tmilino.  para  continuar  contestando  íi  los  argumentos  que 
hizo  el  señor  Senador  por  Córdoba. 

Recordaba  el  señor  Senador  por  Córdoba  que  el  Congrego 
del  Paranít  había  sancionado  tratados,  triunfando  el  Hinis- 
lerio,  sin  deber  Iriiuifar;  que  e>:os  tratados  qninlnron  sin 
ere<*to,  y  abrigaba  la  esperanza  deque  i{^al  suerte  le  cabría 
ñ  esta  ley  en  el  raso  de  ser  sancionada. 

Kl  señor  Senador  apenas  insinuó  cuáles  eran  esos  trata- 
dos. L'no  era  con  el  DrasíL  y,  si  mis  recuerdos  no  me  í*on 
infieles,  se  oMitraba  el  (lobienio  de  la  Cnnredrracióii  á  lo- 
mar los  neírros  esclavos  que  del  Imperio  se  escapasen,  á 
custodiarlos  y  &  entregarlos  cuamlo  sus  amos  los  reclama- 
sen: efectivamente,  ese  tratado  era  oprobioso. 

Vo  perleiiecí  ií  aquel  Cnnpi'eso;  lo  combatí  con  loilo  vipor,  y, 
si  hubiera  tenido  cien  mil  víttos,  los  hubiera  dado  en  contra. 

.Sefrfui  mis  recuerdo>.  señor  Presidente,  esos  tratados  se 
hicieron  ponjue  el  Gobierno  del  Pnianá.  del  cual  formó  |iarto 
alj^runu  vez  el  señor  Senador. .. 

>St:  /■'««(*■.— Pero,  no  en  ese  tiempo. 

Sr.  y[i»Í.-<tro  de  JusNcia,  Ctttio  <*  Inulntrclóv  i*i'hUcn.  —  |*or 
eso  digo:  alguna  vez. 

Sr.  l''um'M.  -Es  bueno  saberlo. 

Sr.  Mhtittfo  (¡v  Juftidrt.  CulUt  é  Instrucción  Püblicn.  —  Por- 
que hubo  promesas  por  parte  del  Itrasíl,  y  si  no  hulio  pro- 
mesas, por  lo  meims,  exislieron  espeniníias  por  paile  del 
Gobierno  del  Par.iná  de  obtener  auxilios  militares  del  Go- 
bierno Imperial  para  sojuzgar  y  combatir  á  Buenos  Aires. 

Cuando  el  Gobierno  del  ParanTi  se  persuadió  de  que  nada 
podía  es|«!rar  en  este  sentido,  no  ciuijeó  los  lrat;idos,  y  por 
ejío  fueron   ineficaces. 


_  Boa  ~ 


El  olro  IniLado  á  que  se  lia  referido  el  seilor  Senador,  es 
un  tratado  que  creo,  no  estoy  seguro,  celebró  el  seftor  tloa 
José  Busulieiillml,  lmi  repre^íenlaeión  del  Gúbíeniu  del  Pa- 
raná, con  FeriiJindo,  Hey  y  tirano  de  Ñapóles,  que  díó  adílo 
al  Papa  Pío  IX  en  Gaeta.  do  por  simpatía  hacia  ese  noble 
anciano,  sino  por  captarse  su  gratitud  y  liacerlo  servir  &  su 
política. 

Por  e.se  tratado  debía  mandarnos  el  rey  Fernando  seis 
mil  prisioneros  políticos  que  tenía  pudriéndose  en  sus  cár- 
celes. Entre  esos  prisionero»  había  poetas,  abnjíudos,  mC-ili- 
coa.  literatos,  etc.  Y  era  exacto,  también,  que  ofreció  hacer- 
los convoyar  con  buques  de  gucna  de  su  reino,  debiendo 
la  Confederación  i>agar,  en  cambio  do  esto,  dos  millones  de 
pesos,  ¿  plazos  cómodos  y  largos. 

Se&or  Presidente:  yo  era  muy  joven  entonces.  La  indig- 
nación que  me  produjo  semejante  tratado  me  dio  fuerzas 
bastantes  para  ponerme  al  frente  ile  la  oposición. 

Kl  aeütír  Senatlor  liunbién  perlcnecía  al  Congreso  del  Pa- 
raná, y  es  probable  que  recuerde  que  yo  interpelé  at  Minis- 
tro de  Relaciones  Exteriores  con  lodo  el  vigor  de  mi  alma, 
y  que  llegué  hasta  &  decirle  que  me  proponía  acusarlo  para 
que  lucra  scparudo  de  su   puesto. 

Esa  Cámara  era  compuesta  de  argentinos. 

Todos  sentíamos  la  humillación  que  para  el  país  traería 
l;i  presentación  siquiera  de  .semejantes  tratados;  y  me  parece, 
señor  Presidenta',  casi  puedo  asegurarlo,  no  llegaron  á  pre- 
í^entarse  al  Congreso. 

Pero  sea  de  t'Mo  lo  ijut'  se  ijnierii.  señor  Presidente,  yo 
me  congratulo  de  que  mi  antiguo  maestro,  en  la  derrota  que 
probablemente  va  á  sufrir,  conserve  siquiera  la  es[>eranza  de 
que  esta  ley  no  tendrá    eficacia. 

Uecfa  también  el  scnfir  Senador  tjue  este  proyecto  de  ley 
no  tiene  razón  de  ser,  que  no  es  oportuno  presentarlo:  y,  sin 
emttargo,  él  acaba  de  presentar  otro.  Luego  es  oportuno  legislar 
sobre  esta  materia,  y  lo  demuestro  con  lit  misma  conduela 
observada  por  el  sefior  Senador,  S¡  no  fuera  oportuno,  él 
debió  limitarse  á  impugnar  el  proyecto  y  negarle  su  voló,  y 
no  piYsentar  olro  en  sustitución  de  éste. 

Decía  taml)Íéti  el  señor  Sanador  que  este  proyecto  era  iló- 
gico, por  cuanto,  siendo  considerado  el  miitrimonio  como  un 
simple  contrato,  lo  declaraba  indisoluble. 


—  210  — 


Vo  podría  respoiulerle  al  neñor  Senador  que  su  rvm?^ñ^ 
ciún  habría  sido  oportuna  en  la  discusit'in  pu  (Kirtíc-ulíir,  y 
que,  se^n  observo,  las  opiniones  que,  sí  no  dominan,  por  lo 
menos  se  geiierali/.an  en  el  iSmiado,  no  le  bubicnin  lieclio 
nnirlia  oposición  para  cfue  él  dé  al  proyerto  la  jóprn  <jue 
crtíf  que  le  faifa,  píi(ÍL-inl(>  que  ^e  <'stablt;zr;i  el  dlvorciu. 

Nos  decía  también  el  sefior  Senador  aI(fo  sobre  el  Conci- 
lio (le  Trento.  algo  sobre  el  deber  que  tiene  la  Narión  de 
Boslenur  el  eullo  imiÍÓIíl-o:  pero,  couio  estos  argumentos  han 
sido  í  su  vez  heclios  y  deí^envueltos  por  el  seAor  Senadnr 
por  Santa  Ke,  voy  á  conteslarlos  cuando  conteste  tío  que- 
voy  &  hacer)  A  dielio  señor  Seuailor. 

Kl  señor  Senador  por  Santa  Te  ha  hecho  un  discui-so  mñá 
bien  de  poHtÍ(Mi,  inñs  bien  de  opositor  que  de  liombre  eonven- 
cido  de  las  ideas  relígioíías  que  soüliene. 

Kl  sefior  Senador  comenzó  pttr  decir  (pie  casi  jK)día  de- 
jai-se  sancionar  esta  ley  en  la  eerlidumbre  de  que  no  habría 
un  tribunal  argentino  que,  producido  un  caso  ¡udicial,  la  de- 
elaraée  con  elicaeia. 

Yo  me  felicito,  seDor  Presidente,  y  debo  felicíLar  á  mi  pat» 
de  que  el  seGor  Scnadoi-  haya  abandonado  el  puesto  que 
oeupatm  en  la  Suprema  Corte  de  Justicia,  para  desempeñar 
el  puesto  de  Senador  de  la  Xaeíón  con  el  tirillo  y  la  elo- 
cuencia con  (jue  lo  desenipenn,  para  así  evitar  que  esta  ley 
tan  progresista,  que  esta  ley  de  libertad,  que  esta,  ley  que 
liiirA  honor  á  la  I'alrln,  |)erdieKe  su  rficacia  por  no  ser  com- 
prendida. 

ll]|  señor  Senador  dice  que  yo  era  el  autor  inmeilialo  de 
e«te  proyecto:  que  había  sido  una  idea  persistente  en  la 
menle  del  señor  Presidente  de  la  Repiiblica. 

Xo  comprendo,  sefior  ['residente,  el  alcance  de  esla  Ura&fl; 
no  s¿  si  se  ha  (¡uerido  decir  que  el  señor  Presidente,  como 
Jefe  del  (labinete,  nie  ha  impuesto  sus  opiniones:  y,  si  esa 
no  ha  sido  la  intenci(jn  de]  señor  Senador,  lia  podido  bieti 
ser  conipreiidiihi  así. 

Vo  delio  hacer  la  breve  historia  de  cómo  surgió  la  ¡den  ile  ela- 
iHírarse  y  presenlarse  al  Gougn-so  el  proyei-to  (pie  se  discute. 

I^a  idea  ijiie  domina  este  proyecto  no  es  nueva  en  mi,  se- 
fior Presidente.  Cuando  la  proviucia  de  Sania  Fe  dictaba 
8u  ley  de  matrínmnio  civil,  yo  la  manifesté  en  Córdoba  A 
varios  amigos  y  compañeros  de  profesión  en  la  ubogacín. 


—  211 


Más  larde,  i^iernlo  Ministi'o.  tuveoca»ión  de  recibir,  no  una. 
varias  |i<>ti(-intips  dr  inrliriiltins,  (¡iit;  f)i*r(aii  que  no  ))0(Uan 
casarse  porque  no  tenían  en  el  país  Ministros  del  CuJto  que 
profesaban  y  le  pedían  al  (iobienm  cpje  facultase  al  Jefe  del 
Het^islro  Civil  para  que  M  aulorizase  el  nialrírnünio. 

(-orrida.'*  en  vislas  eslas  solicitudes  al  señor  Procurador 
(leueral,  aconsejó  al  Gobierno  loque  era  natuml:  ijiie  no  po- 
día accedorse  á  estas  solicitudes  puesto  que  el  Código  Civil 
»^lu  autorizaba  el  inalrinionio  religioso.  Intlicaba  el  Heí^or 
Procurador  la  convoníeiu'ia  que  liubriu  en  reformar  esta  parle 
del  Código  Civil. 

A  etitn  se  agre^'aba  i¡ue  ttiuchos  exlranjeros  se  casaban 
afile  los  Cónsules  de  su  Nación,  bariendo  acto  nulo  de  uui- 
Irinionio;  lo  (|u<>  dió  ItaHla  motivo  pura  que  el  Muiislro  de 
Relacionéis  Exteriores  argentino  interviniera  en  esto. 

Hablando  un  día  con  el  Subsecretario  de  Instrucción  Pú- 
blico, el  distinguido  f  intelígenlfsimo  joven  doctor  Ojeda.  le 
manifeslr  cuAIcs  eran  \¡i^  ideas  quo,  en  nu  concepto,  debían 
donu'nar  en  e»ta  nialeria. 

El  doctor  Ojedíi  Iíih  aplauditS,  y  aun  llegó  á  pedirme  que 
formulase  un    proywrlo. 

Probablemente  esta  conversación  transcendió,  y  un  día  lle- 
gaba yo  al  desftacho  <lel  seftor  Presidente,  donde  estaban 
los  demás  Ministros,  cuando  después  de  saludarme  cariño- 
samente, me  dijeron  algunos  de  ellos:  -  Lo  estamos  á  usted 
discutiendo*;  y  el  ^efior  Ministro  del  Interior  agregó:  «y  yo 
lo  estoy  aplaudiendo». 

-Vo  sabía  íi  qm^  se  referían,  y  me  lo  explicaron. 

Con  este  niolivo,  habif  con  el  seftor  Presidcrde,  y  me  dijo: 
•«  Lo  a|)laudn  y  le  autorizo  para  que  formule  un  jiroyecto 
bíLJo  las  bases  que  indica». 

He  creído,  señor  l'resideitle,  deber  hacer  esta  pequeña  liis- 
loria,  para  que  no  se  sospeche  sitiuiera  que  el  señor  Presi- 
dente ha  inli'iiLado  imponer  sus  opiniones;  él  no  es  capaz 
de  Cüo,  ni  romo  .lefe  de  Cabinete,  ni  como  amigo  perHonal:  es 
demasiado  noble  para  querer  la  humillación  de  sub  amigos,  y 
yo  soy  demasiado  altivo  para  aceptar  semejante  imimsición. 

Oorfn  l.'initiii'n  el  señor  Senador,  míís  que  comí)aliendo  la 
ley  haciendo  oposición  al  Gobierno,  que  había  |iasado  el 
tiempo  del  fiounr  itaeinnul,  que  habían  pasado  los  grande» 
Congresos  de  la  Nación. 


—  •!•  - 


Spfior  Ptntidenl^  con  dolor  oí  ¿alir  esta  palabra  de  la  boca 
d«l  honorable  Senador  y  mi  liístinguido  amigo  el  doctor  Pi- 
Karro,  porque  no  es  un  legislador  A  an  representante  del 
pueblo  argentino  i  quien  le  corr^ponde  decir  que  el  tiempo 
del  honor  nacional  lia  pagado. 

So,  señor  Presidente.  Yo  pediría  que  se  cítase  cuál  es  el 
arlo  que  ba  soportado  nin^oino  de  los  Gobiernos,  el  presente 
ni  iiin^utio  de  los  anteriores,  que  pueda  importar  una  maa- 
clia  para  el  honor  nacional.  n¡  qui>  argentino  liabría  que  lo 
hubiera  tolerado.  I^jos  de  eso.  hoy  la  Xaetón  es  más  respetada 
que  nunca.  Todas  las  naciones  civilizadas  han  acreditado  íius 
Ministnis,  sus  representantes,  A  ítnmbres  distinfruídns  y  reves- 
tidos del  más  alto  carácter  diplomático  que  se  conoce. 

¿Cómo  es  posible  que  liayan  pasado  los  grandes  Parla- 
menloü.  los  Parlamentos  de  los  hombres  Ubres,  cuando  habla 
en  este  recinto  el  elocuente  t^eñor  Senailor  por  Santa  Ke, 
hombre  de  un  talento  y  de  una  instrucción  indi^rutible.  hom- 
bre que  usa  de  la  libertad  hasta  el  abuso^  hombre  que  dice 
hastji  I(»  que  no  le  es  permitido  decir? 

\o  puede,  pues,  alegarse  que  han  pasado  los  Parlamentos 
libres,  que  han  pasudo  los  Parlamentos  en  que  se  escuchó 
el  eco  de  la  verdadera  elocuencia. 

Decía  el  seftor  Senador  que.  con  la  sancii^n  de  esta  ley, 
se  pretendía  proyectar  sombras,  lu  noclic,  el  iTÍineu,  sobre 
esta  pobre  desgraciada  Patria. 

i  Señor'  Es  un  aniícronismn  venladi'ro  rlasificar  de  pobre 
y  desgraciada  una  Patria  i]ue  k*?  desarrolla  como  un  gifiante. 

I  Por  qué  es  pohrc  y  desgraciada  la   patria  argentina? 

Jamás,  señor,  ha  sido  más  fírande,  jamás  ha  merecido  con 
limta  verdad  esta  Capital  el  título  de  «Gran  Capital  del  Sud» 
(jue  4'n  h1  inutiiciito  rti  que  estoy  hablando,  en  ([U(>  su  po- 
blación se  ha  triplicado  en  poco»;  años,  en  que  su  riqueza 
crece  a.'*ombrosainento. 

¿Por  qu6  es  pobre  y  desgniciada  esta  Patria  íjue  tiene  es- 
cuelas hasta  en  el  más  pequeño  pueblo  de  la  República,  y 
cuando  la  antorclia  de  la  civilización  no  deja  jior  alumhrar 
uno  solo  fie  sus  rincones?  ;■  Por  qué  e«  pobre  y  dcs;,TacÍada 
esta  Patria  que  tiene  puesta  sobre  sí  la  vista  de  todos  los 
hombres  emprendedores  de  los  capitales  europeos  T 

Por  lo  que  hace  á  mí,  señor,  yo  diría  como  el  inglés:  «Si 
no  fuera  Argentino,  desearía  serlo».  (Aplatums). 


—  213  — 


Decía  [amtiión  el  sefinr  Sfiiailor  que  este  proyecto  de  ley 
era  una  plaiiUi  exótica  de  imposible  L-lasificacióii.  Felizmente 
la  iulerrupcióii  Ue  la  diBCusíOn  me  lia  dado  tiempo  para 
mandar  esta  planta  &  que  la  clasifique  cl  dortdr  Burmeister, 
y  este  sabio  me  ha  respondido  que  pertenece  &  la  familia 
del  árhol  de  la  lilierUiil  y  (|ue  cn-re  y  se  acliiimla  fáeilnienle 
en  los  pueblos  cirílízados.  fApUtitsoH). 

Por  fin,  el  señor  Senador  hacía  uu  cargo  al  Qobíenio  por 
bsber  enviado  esta  ley  primero  al  .Senado,  al  Cuerpo  coii- 
eervador,  y  no  &  la  Cámara  de  Diputados,  (cámara  de  más 
movimíenlo,  de  vida  más  activa. 

Yí)  pensaba,  señor  Presidetile.  que  el  Senado  agradecería 
esta  defei-eiicia  del  Püiler  Ejecutivo. 

En  primer  lu^r,  y  en  todo  caíto,  et  Gobierno  hubiera  usa- 
do el  derecho  de  mandar  esta  ley  ¿  cualquiera  de  las  dos 
Cámaras. 

Y  cuando  se  u&a  de  un  derecho,  no  hay  nada  digno  de  ser 
criticado.  Pero  precisamente,  por  ser  el  Senado  la  Cámara 
conservadora  y  la  rnás  resisterile  ñ  todas  estas  innovacio- 
nes, ha  querido  el  Podír  Ejecutivo  enviarlo  primero  á  que 
se  discuta  en  el  Senado,  tiasta  para  darle  la  ventaja  de  ser 
Cámara  iniciadora,  de  que  su  sanción,  con  igual  votación, 
prevalezca  í^obre  la  sanción  de  la  Cámara  de  Diputados, 
más  ligera,  menos  sesuda,  diré  así,  para  aceptar  innova- 
ciones. 

Vea.  pueK.  el  sentir  Presidente,  que  nube  exajíenido  cuan- 
do he  dicho  que  el  seDor  Senador  por  Santa  Fe  inís  bien 
bahía  pronunciado  un  discurso  polítícu  de  oposición  al  Go- 
bierno que  un  discurso  que  demuestre  su  couvencimienlo 
de  que  esta  ley  no  sirve,  de  que  no  responde  á  ningún  inte- 
rés social. 

Francamente,  seflor  Pi-esidenle,  no  he  podido  comprender 
qué  haya  porlido  autorizar  este  juicio  del  sefior  Senador. 

Yo  he  creído  y  sigo  creyéndolo,  después  de  haber  oido 
su  opinión,  que  Aslu  es  una  ley  de  libertad,  como  espero 
demostrarlo  en  el  curso  de  este  debate. 

Pero,  .«efior  Presidente,  si  esta  ley  es  una  ley  tie  (tpresión, 
al  Gobierno  le  queda  un  consuelo  muy  grande:  tiene  por 
cómplices  suyos  á  todos  los  escritores  distinguidos  de  la 
ftepúblícu.  Todos  los  diarios  de  oposición,  diarios  que  tie- 
nen su  mirada  fija  en  el  Gobierno  buscando  erapefiosamen- 


-  214  — 


qué  crilicarlc.  qué  no  encontrar  bien,  nos  hau  hatillo  palmas, 
nos  iian  aplaudido,  y  han  saludado  este  proyeclo  como  una 
ley  bonélica  y  conveniente  para  el  pafs. 

Por  yso.  decía,  dnbo  fnlicitarsi^  üI  (iuliíerno  tle  tener  por 
cómplice  á  toda  la  prensa  ilui?trada  de  la  Hcpública. 

Por  otra  parle,  señor  Pii'sidente,  ¿es  ('»  nu  ciíurln  que  la 
prí-nsa  sirve  para  representar,  diremos  asi,  la  opinión  públicaf 

¿Es  ó  no  cierto  que  allí  se  refleja  la  opinión  y  los  intere- 
ses públicos?  Indudablciucrde. 

Toda  la  pretisa,  como  he  dicho,  no  lia  aprobado  solamen* 
le;  ha  aplaudido  este  proyecto  de  ley. 

Pero,  yendo  más  lejos,  dirotnos  también  que  el  Gobierno 
tie  propone  buscar  la  aprobación  del  Congi~e&o,  de  los  repre- 
sentanles  del  pueblo,  al  pedir  que  se  sancione  este  proyecto. 

Yo  creo  (¡ue  todos  lo.s  señore-s  Diputados  y  Senadores  tpie 
voten  por  esta  ley  votarán  obedeciendo  á  los  dictadoK  de  su 
conciencia,  votarán  c^n  el  convencimiento  profundo  de  que 
sirven  los  verdaderos  intereses  de  la  Patria. 

De  manera,  pues,  que  si  el  Congrreso  vota  esta  ley,  como 
eüperu  que  lo  hará,  será  también  róniplicc  de  la  tiranía,  de 
la  fuerza,  de  la  violencia  del  Poder  Ejecutivo  para  con  esie 
pueblo. 

Esto  DO  puede  ser:  esto  no  puede  sostenerse. 

No  recuerdo,  señor  Presidente,  si  el  seflor  Senador  ha  hecho 
algún  otro  arfnimenlo  de  la  hidolo  y  naturaleza  de  los  que 
me  han  estado  orupando:  lo  ronteslaría  c<m  nuicho  (fuiíto. 

Kl  seftor  Senador,  que  tan  duramente  rlasilica  este  pro- 
yecto y  se  prepara  á  clasiticarlo  aun  más  después  de  ser  san- 
cionado por  el  Congreso,  oh'i<la  íjue  las  que  hacen  leyes  de 
fuerza  son  los  Concilios,  esos  Concilios  por  los  cuales  el 
señor  Senador  tiene  tanto  respeto.  Ellos  dicen:  los  qnc  no 
crean  esto,  sean  anatematizados,  é  irán  á  los  Infiernos. 

Si  estas  Jio  bou  leyes  de  fuerza,  eon  bayonetas  y  fusile», 
tienen,  en  cambio,  una  fueza  moral  espantosa  para  lasan- 
tes timoratas  y  para  la  gente  que  no  comprende  que  no  chIA. 
en  manos  de  his  hombres  de  un  CotKtilio  el  enviar  á  nadie 
á  los  Inñei-nos  ó  al  Cielo;  á  esos  lugares  los  destinará  la 
Providencia,  según  los  actos  de  cada  uno. 

Decfa  también  el  seHor  Senador  que  estas  leye»  habían 
Tiac.ído  en  FratHria  bajo  i-l  sable  ^'torioso  de  Napoleón  1,  y 
en  la  Kepnblica  Oriental  biijo  la  tiranía  de  Santos,  pprn  el 


—  ál5  - 


señor  Senador  ha  olvidado  decir  que  la  ley  de  matrimonio 
■civil,  dada  bajo  el  Oolderuo  de  Santos,  no  ha  sido  revoca- 
da i)ajo  el  Gobierno  liberal  del  (íeniíral  Tajes,  quien  se  ha 
rodeado  de  los  homhreí:  más  liberales  y  mis  ilustrados  de 
la  Itepi'iblicta  Oriental. 

La  ley  de  aiatriiuonio  civil  que  so  dio  bajo  el  Imperio, 
.ai*in  »'xiste  en  l-'n-incia  y  existió  durante  la  monarquía  res- 
taurada, durante  la  Keptiblina.  durante  la  monarquía  que  la 
sncpdirt,  y  diiraide  la  República  que  «ulisísle  todavía. 

Kl  sefior  SeiLidfir,  si  bipn  im8  ha  dicho  quii  Napoleón  era 
un  déspota  íilorioso.  no  no«  ha  dicho  que  aún  es  mád  k1'>- 
riosn  como  coilifirador  por  el  fjran  codicio  que  lleva  su 
nombre:  porque  íi  Napoleón  lo  bendice  el  mundo  entero  por 
«se  códipt  que  díú,  que  vale  mucho  más  (jue  todos  los  Irinn- 
fw  del  vencedor  de  Jeuna,  Austorlltz  y  Marengo. 

Kl  rtfñor  Si-nador  ha  olvidado  decirnos  que  en  Chile,  la 
Ilación  sudamcrimnii  mAs  bien  ;jrntternaila  ilesde  li<>mpo  atris, 
noción  reputdícana  como  la  nuestra,  qne  tiene  instituciones 
'libre».  Chile  liene  el  matnmonio  civil. 

Y  litt  olvidado  <|ue  la  B^'I^lca.  el  pueblo  mejor-  (fobemado 
del  mundi».  tiene  el  matrimonio  civil;  y  que  también  lo  tie- 
ne la  Alemania,  la  Malla,  y  pos!  no  hay  pueblo  civiHxado  en 
la  tierra  (|ue  no  tenifa  esta  iostilución. 

Enloncris,  ¿qué  vale  el  artrumento  de  que  el  matrimonio 
«ivil  nació  durante  el  Imperio  en  Francia,  en  la  Kepública 
Oriental  bajo  el  íiobiemo  fio  Santosf 

Decía  también  el  seftor  Senailor  que  este  proyecto  es  con- 
trario al  dogma  de  Dios,  k  la  existencia  de  Dios,  al  dogma 
de  la  democracia,  al  dogma  de  los  liombn'S  libres  ¿  Y 
jM»rqué  ? 

Kl  señor  Smadnr  ha  hecho  multitud 
frasea  elocuentes,  en  frases  admirables; 
irado  una  sola,  no  ha  probado  nada. 

Yo  he  de  demostrar,  cuando  exponga  la  estructura  de  la 
ley,  (|ue  ésta  es  utta  ley  de  libertad,  que  esta  ley  no  es  la 
ne^ción  de  Dios;  que,  al  contrario,  consulta  y  ampara  las 
libertades  civiles  y  políticas  del  hombre. 

XuM  decía  también  el  sertor  Sen;id<»r  qui>  este  proyecto  rm 
Tfisponde  A  ain^'uno  de  lo-i  dos  Bistemas:  ni  al  sistema  espi- 
ritualista, ni  al  sistema  positivista. 

EkIo  no  es  un  argumento. 


de  afirmaciones  en 
pero  no  ha  demos- 


—  i21ü  - 


Él  miemo  irníicaba  á  lo  qiio  podía  responíler:  responde  al 
sistema  eK'Clrii-o.  que  en  las  ciencias,  y.  principalmente  en 
la  medicina,  está  en  hu^a. 

Pero,  vuelvo  á  decirlo;  por  no  cansar  ¿  la  Cámara  con 
repeticiones,  tlpjo  miiclios  de  los  argumenh  s  del  ^eflo^  Se- 
natlor  sin  acular  de  dilucidarlos  para  tratarlos  cuando  me 
ocupe  directamente  del  projecln. 

Decía,  por  fin,  el  sefior  Senador  que  esitíi  ley  vemlrla  & 
realizar  el  matrimoni»  de  la.s  bestias  en  el  silencio  de  las 
selvas,  donde  se  aproxima  el  n)acho  á  la  hembra  para  obe- 
decer á  los  instintos  de  la  naturaleza. 

Yo  espero  probar  que  el  matrimonio  SBcramental  ha  es- 
tado mucho  más  cerca  de  ser  el  matrimonio  de  las  bestias 
que  el  matrimonio  que  establece  la  ley  propuesta  por  el  Po- 
der Ejecutivo. 

No  quiero  anticiparme,  porque  no  quiero  repetirme. 

El  señor  Senador,  en  la  segunda  sesión  y  antes  del  cuarto 
intermedio,  ha  repetido  lodos  los  arj^umentos  que  expuso 
con  admirable  elocuencia  en  la  sesiín  anierior.  y  lia  agre- 
gado muy  poco  en  la  parte  de  üu  oración,  después  del  cuar- 
lo  intermedio. 

Comenzó  por  hacer  este  cargo:  que  la  ley  era  premedita- 
da. Sefior:  este  es  un  elojfio.  La  premeditación  sólo  es  mala 
en  los  crímenes;  sólo  es  malo  matar  con  premedilación;  pero, 
hacer  leyes  premeditadas,  hacerlas  con  estudio,  asi,  esto  es 
santo,  es  como  se  riebe  hacer. 

De  manera,  pues,  que  este  reproche  del  sef.or  Senador  es 
un  eloffio  al  proyecto  del  Gobierno,  quien  no  présenla  leyes 
impremeditadas;  que  las  medita  y  las  estudia,  porque  respe- 
ta al  país  y  al  Congreso  misino. 

PorquH  la  Comisión  manifestó  que  no  había  consultado 
leyes  extranjeras,  el  seíior  Senador,  incurriendo  en  una  con- 
tradicción, le  hacia  estos  cargos:  ;qué  significa  estof  [Qué! 
Los  hombres  de  estudio  y  abogados  ¿van  á  inspirarse  íóIo  en 
las  nociones  que  la  Comisión  les  tU  y  las  que  suministre  el 
Poder  Ejecutivo,  cuando  ellos  han  pret^c¡ndido  de  las  leyes  de 
los  pueblos  sabios  y  civil ízadns?  Y  en  seguida  agregó:  que 
lodus  esas  leyes  eran  monstruosas,  que  esas  leyes  eran  liber- 
ticidas, que  esas  leyes  acababan  basta  con  la  noción  de  Dios. 

Y  sí  esto  era  así,  ¿para  qué  habla  de  estudiar  la  Comisión 
esas  leves? 


—  ÍI7  - 


El  sofior  Senjidor  iba  liasla  establecer  esln  extr«M  teoría 
ú  i'sla  «'xlrana  (Jctinirión:  qm?  la  libertad  t^  el  ilebiir:  ijuc 
hablaba,  no  porque  fuera  libre,  no  porque  tuviera  derecho 
de  balitar,  sino  porque  tenía  el  deber,  porque  era  libre. 

Kii  mi  enlPiidíM-,  sefior  Presidente,  la  libertad  es  una  facul- 
lad:  ef!  una  fac-ullad  dfl  alma,  como  el  pensar,  como  el  que- 
rer, como  el  tener  memoria. 

Ahora,  las  liberlade»  reglatlas  por  Ih  ley  toman  alU  sus 
nombres:  libertad  civil,  libertail  política,  etc.,  ele. 

jPero  decir  que  la  libertad  es  el  deber,  seOor! 

¡Sería  muy  lindo  ser  esclavo  para  no  tener  deberes,  por- 
que el  deber  siempre  es  pesado! 

Continúa  el  señor  Senador  por  hacer  ai-gumentos  con  la 
Constitución,  y  sin  duda  la  parte  más  vigorosa  de  su  oración, 
lia  sido  ifsta:  la  que  se  refiere  ¿  la  Constitución. 

Espero,  sin  embariío.  poderle  contestar  vigorosamente. 

La  Constitución  no  se  opone  absolutctmente  á  la  sanción 
del  proyecto  en  discusión;  lejos  de  oponerse,  más  (arde  de- 
mostraré que  la  Ctmstitución  exige  que  se  sancione  esle  pro- 
yecto de  ley. 

Comenzó  el  seftor  Senador  por  decir  que  el  preámbulo  de 
la  Constitución  empezal>a  con  estas  palabras:  «En  el  nODi- 
bn»  Dios  ...  * 

Invocando  á  Dios.  Pero  en  ella  no  se  invoca  á  la  Santísima 
Trinidail.  ni  se  invoca  á  Jesucristo,  ni  se  invoca  al  Dios  de 
Abraham;  se  invoca  á  Dios.  ¿A  qué  Diosf  A  Dios,  autor  de  lo 
creado,  puesto  que  no  se  le  designa. 

¿(Jlué  importancia  puede  tener  esta  invocación  &  Dios,  esta 
invocación  que  todos  los  hombres  á  cada  momento  en  mil 
situaciones  de  la  vida  hacen?  xMtsoIutamente  ninguna. 

Pero,  decía  el  señor  Senador:  la  Constitución  establece 
(jne  el  (íohierno  costea  el  culto  y  que  el  Presidente  de  la  Re- 
pública es  católico,  apostólico  y  romano. 

Pero  esto,  tíefior  Presidente,  no  importa  otra  cosa  que  una 
predilección  á  la  iglesia  Católica;  esto  no  importa  dei'ir  que 
lu  religión  católica  es  religión  del  Estado;  y  la  Constitución 
hubiera  sitio  contradictoria  si  lo  hubiese  dicho,  por(|ue  no 
puedo  haber  religión  del  Estado  en  un  país  en  que  su  Consti- 
tución admite  la  libertad  de  conciencia,  la  libertad  de  cultos. 

La  cuestión  de  la  mayoría  es  simplemf>n1e  una  cuestión  de 
accidente,  que  puetle  cambiar. 


—  518  — 


ni(H*  la  Cmistiliicii'jii  que  oí  Presidcnle  serA  <!.'iliM¡(?u.  V  lw 
ní)turnl.  porque  si  el  I'resídeute  no  fupra  católico,  apostóli- 
co, romano,  no  cumpliría  el  precepto  que  la  ConsLituciAii 
ÍDipone  (le  í«üslener  el  culto  católico,  ó  lo  cumpliría  de  ma- 
la ítniía,  y  ese  hnnihre  se  encoiilrarfa  en  ronlmilirrión  con 
su  concienciía,  con  mi  fít^hfv  constitucional,  fomentandn  creen- 
cias en  las  cuales  no  cree.  En  eslo  no  hay  sino  una  admi- 
rahle  líbica  corislilurional. 

Ha  recordado  tau>bién  que  los  indios  deben  ser  converli- 
das  al  calnlieismo.  Tampoco  onciienlroen  esto  un  anjfumeii- 
to  serio  y  fucrle.  Convertirlos  al  catolicismo,  quiere  decir 
convertirlos  á  In  civiliz.arii^n.  p»rL|iit'  la  retitíit^n  cristiana  es 
la  reliuión  m6s  iMniniMilcmenlc  civilizadora,  y  tí'"'»  It'iíí'co  que 
la  Constitución  dijera  (|ue  se  convertirían  &  esla  rama  ile 
la  relifíirtn  cristiana,  porque  en  la  ^poca  en  qne  ella  si*  dictó 
era  la  de  la  irraii  inayorln.  y  porque  era  ese  *'l  culto  que 
ella  iiiafuiíilia  prote^or. 

Sin  conlradiccíoiu!S,  ella  no  puede  ileeir:  al  prolesUntismo. 

Por  fin.  el  seflor  Senador  haría  arxunicntos  hasta  de  um 
artículo  lie  la  Conslilnción  que  evidcnleinenle  le  perjudiiyi. 
Decía  que  el  Couífreso  tiene  la  facultad  de  autorizar  el  cs- 
tahleciníienl<»  de  nu-ras  órdenes  retí^riosas  en  el  país.  Peco, 
sefior  Presidente;  .■iin  esle  artículo  roi|stitucional.  se  hahrían 
podido  establecer  cuantas  órdenes  reli}fioaas  hubieran  que- 
rido, porque  se  puede  hacer  todo  lo  que  la  ley  no  prohibe, 
y  nos  habríamos  visto  expuestos  á  que  la  KopúbÜca  se  con- 
virtiera en  un  solo  convento  como  la  España  6  la  ciudiKl 
de  Roma;  y  en  previsión  de  eso,  la  ConstiUición  ha  dicho: 
no  se  purden  establecer  más  órdenes  relijíio^is  sin  la  venía 
del  Congrego. 

Etitonres.  ¿dónde  está  este  pi%cepto  de  la  Constitución 
cuyo  texto,  cuyo  espíritu  nos  protiibe  dar  esta  ley? 

Nos  dice  el  se'iur  Senador  que  el  hermoso  preñnibulu  de 
nuestra  Coristilucinn  no  significa  lo  mismo  para  nosotros  y 
nuestros  hijos  cpie  para  los  hombres  de  la  tierra  á  los  cua- 
les invitamos  fi  habitar  bajo  el  amparo  de  la  libertad. 

El  señor  Sonador  hace  arí.nimenlo  de  que  primero  dice 
•  |>ara  nosotros,  para  nuestros  hijos»,  y  después  <para  todos 
loa  habitantes  del  tflobo  que  quieran  vivir  en  la  República 
bajo  el  amparo  de  la  libertad*. 

De  alpiina   manera  se  lialda  de  expresar  la   Conatitución. 


-  «19 


Ksla  v.va  lu  manera  más  natural  de  expresarlo;  pero  <?sto  no 
quiere  Hecir  que  habrá  menos  libertad  para  aquellos  á  quie- 
ues  en(^ñáhamos:  que  sólo  noftotros  hemos  de  vivir  l>&¡o 
el  antparo  de  la  lilierlad  y  ellos  vivir  medio  amparados  por 
la  iibertarl. 

Nos  dcfífa  (aiiiliién,  cmpequefiecieiido  la  cuestióu,  que  el 
Poder  Kjecutivo  ejerce  el  patronato,  y  que  el  patronato,  ho- 
norablemente interpretado,  no  stguifíea  míls  que  protección 
y  amparo. 

No  es  esa.  señor  Pre:^idente.  la  idea  que  yo  tengo,  y.  si 
Tuera  exacta  la  proposición  del  señor  Senador,  resnllaría 
que  los  Pontífices  no  interpretan  honradamente  el  patrona- 
to, puesto  qtie  lo  rosiítten:  si  signilicara  ¡iniparn  y  proteo 
ejún,  no  In  i^sislirran.  Porque  no  podemos  suponer  que 
ellos  no  quieren  el  amp.iro  y  protección  del  poder  civil:  lo 
tiau  buscado  en  todos  los  siglos. 

El  patronato  común  confiei-e  al  patrono  un  derecho  honroso, 
un  derecho  honorífico,  un  derecho  últl  que  me  abslengo  de 
entrar  á  detallar  porque  el  sefior  Senador  es  ilemaslado  roerte 
en  la  materia.  El  alto  patronato  está  así  te^'islado  eu  las  leyes 
de  Indias,  y  es  cosa  aún  muy  diferente. 

121  seAor  Senador  nos  ha  dicho  que  los  pocos  hombres 
que  hay  en  la  Itcpúhlica  que  no  son  cjilólicos  ó  que  no 
son  protestantes,  no  deben  ser  tenjilos  en  cuenta;  que  los 
inmigrantes,  los  más.  pertenecen  á  romunida<l«s  cristianas. 

Perrt,  sefior  Presid»nte,  esto  dice  un  señor  Senailor  que 
se  precia  de  pertenecer  á  la  escuela  espiritualista. 

Yo,  que  pertenezco  á  ella,  que  no  acoplo  el  cargo  de  no 
pertenecer,  no  cuento  los  homl>res  como  A  ganado  para  juz- 
gar de  sus  derechos. 

Vo  no  he  presentado  esta  ley  para  amparará  un  italiano, 
á  un  belga,  á  un  alemán  que  no  pueden  casarse. 

El  Poder  Kjeculivo  ha  presentado  esta  ley  para  hacer 
prácticas  las  libei  tades  de  la  Constitución,  para  (¡ue  su  her- 
moso Preámbulo  sea  ttna  verdad  y  para  que  no  haya  un 
sólo  argentino  ó  ua  solo  extrai^ero  cobijado  en  nuestro 
hermoso  suelo  que  esl^»  fuera  de  la  ley.  (AptaimoKi. 

I*a  misma  Iglesia  Católica,  sefjor  Presidente,  declara  expre- 
fiamenle  que,  ni  para  salvar  al  mundo  de  un  clataclismo  tiiie 
lo  desquicie,  es  permitido  cometer  e!  menor  pecado,  mies  per- 
mitido violar  el  menor  de  los  derechos  de  sus  semejantes. 


—  a»  — 


;So  s«  trata  de  un  hombre;  se  trata  d«  un  derecho!  jY 
esta  va  la  doctrina  <ie  la  Iglesia  (Católica! 

V  la  doctrina,  en  honor  de  la  Nación,  es  correr  á  la  fnie- 
rra  cuando  í>e  ha  violado  el  derecho  de  uno  solo  de  sus  ciu- 
dadanos; es  el  matar  mtllaret>  de  hombres  para  Ia\*ar  con 
la  sangre  del  enemi)¿o  la  arrenta  hecha  al  honor  de  la  Na- 
ción, y  yantar  enormes  Kumas  de  dinero.  ¡Y  se  trata  de  uno 
solo;  pero  no  del  hombre,  sino  del  derecho  de  ese  hombrel 

Eutoiices,  pues,  ¿quién  e.s  niá»  espiritualli^la?  ¿El  qué  cuvuta 
loH  hombres  para  graduar  sus  derechos  Ó  def>precíarlos  si  Bon 
pocos,  ó  aquél  que  no  los  cuenta,  y  no  ve  sino  el  derecho, 
el  derecho  de  uno,  el  derecho  de  veíate  inilf 

Creo,  pues,  que  yo  soy  más  espiritualista.  Desearía  cqui- 
vocanne,  pero  he  creído  ver  tamhién  en  el  eefior  Senador 
cierto  desprecio  &  los  inmitrrantcs.  «  al  menos,  que  les  hace 
poco  honor  y  justicia;  y  un  Senador  de  ia  provincia  de  Santa 
Kf%  es  el  que  menos  derecho  llene  de  pronunciarse  en  ese 
Kcntido. 

Santa  Ke,.  toda  su  grandeza  la  debe  á.  su^^  irimigiantt^. 
Yo,  hoinlire  ya,  he  alcanzad»  k  vivir  en  Santa  Ke  ruandn 
los  salvajes  cautivaban  cristianos  á.  media  legua  de  la  ca- 
pilla de  Guadalupe.  Ya  nn  exislen.  Hoy  allí,  donde  se  fientla 
el  alarido  del  sahaje.  se  oye  el  silbido  de  la  locomotora;  el 
arado  surca  la  tierra;  las  lincas  férreas  se  extienden  con  pro- 
fusión, y  .Santa  Ke  es  el  primer  pueblo  agrícola  de  la  Repú- 
blica. ¿Gracias  á  quiénf  A  esos  inmigrantes,  señor  Presideule; 
&  e«os  itiniijíranles  que  nos  traen  en  su  seno  gérmenes  de 
riqueza:  gérmenes  de  grandeza;  &  esos  inmigrantes,  que  han 
hecho  la  grandeza  de  los  Estados  L*nÍdos  y  que  dftbcnios  re- 
cibirlos con  di^'tiidad  y  decoro  para  la  Nacirtn,  abriéndoles 
las  puertas  de  la  ItepCiblica  de  par  en  par.  (Movimiento  de 
oprohación   e»   ta  hnrra). 

Señor  Presidente:  voy  á  hacer  la  historia  de  lo  que  ha 
sido  el  nmtrímonio  desde  Adán  á  nuestros  días,  pero  con  la 
mayor  brevedad  posible,  y  solamente  para  que  noa  demos 
cuenta  de  Ui  que  ftslanios  discutiendo.  (SeHHncióu  en  ín  bnrm), 

Adíín,  señor  Presidente,  fué  unido  ¿  Eva,  al  parecer  por  el 
mÍ8nio  Dios.  Él  les  dijo: 

•  Creced  y  multiplicaos, y  llenad  la  tierra». 

Les  da,  pues,  esta  sola  y  única  misión  en  las  palabras  que 
pronunció. 


-?2l  — 


Tenemos  aquí  bien  claro  y  ilelinidn  el  matrimonio  natural. 

¿Por  quf  Iii  hizo  así  Dios?  No  lo  sf .  Acaso  porque  no  ba- 
hía familia,  porque  no  había  sociedad  que  reglamentar;  |>ero 
es  el  caso  que  no  fué  Dios  sino  Adán  quien  dijo:  -  Dejarás 
á  tu  padre  jr  á  tu  madre  y  te  unirás  ¿  tu  mujer  y  seréis  dos 
en  una  misma  carne-. 

De  paso  diré  que  Adán  no  hacia  gran  hazaQa  en  esto, 
porque  no  tenía  ]>adre  ni  madre  á  quien  dejar.  fRUtaM). 

Pero  lo  que  ya  no  es  risible,  lo  que  ya  no  es  cómico,  lo 
que  ya  es  Iráiíioo,  es  eslo:  que  de  ese  matrimonio  lieclMi  por 
Dios  y  beinlecido  por  el  mí^mo  Dios,  surgió  el  primer  asesino, 
el  primer  hombre  que  se  tiQó  con  sangre  de  su  hermano: 
Caín    que  mató  á  Abel. 

¿Por  qu*^  estoí  No  lo  sé;  no  lo  comprendo  tampoco.  Pero 
sé  esto  más.  ¿Qué  diremos  de  este  primer  perfndo  (Jt-  la 
ereacidn?  Nació  esta  raza  humana  que  hizo  decir  á  Dío.^: 
"Me  arrej)¡ento  de  haber  hecho  ¡il  hombre.*-  ¡Tan  inmoral^ 
tan  malo  y  lan  penerso  era! 

Y  Dios  los  castigó  con  el  Diluvio  y  sólo  salvó  á  Xoé  con 
su  esposa  para  iiue  lu  tierra  se  repoblara  y  la  nueva  genc- 
ración  fuera  más  noble,  más  buena  por  et  tremendo  castigo 
que  reeiliiera. 

Noé  luvo  tres  hijos:  Sera.  Can  y  Jafet,  que  fueron  á  poblar 
uno  el  África,  olm  el  Asia  y  el  otro  la  Europa.  La  historia 
nos  dejó  en  blaricn  quiénes  poblaron  la  América  y  la  Oceanla: 
no  sé  si  fué  porque  Noé  no  tuvo  cinco  hijos,  ó  si  los  tuvo, 
porque  no  se  conocían  estas  parles  del  mundo,  fltiitfui}. 

Bien,  seftcir  Presidente:  ¿Cómo  .sí*  celebraban  en  aquella 
época  los  matnnmnio.s? 

No  habla  re¡;la  lija.  Cada  país  tenía  sus  costumbres.  Los 
romntios  creían  que  era  un  contrato  real,  porque  se  perfec- 
cionaba por  la  entrega  de  la  mujer:  otros  pueblos  pensaban 
que  la  tradición  ero  reciproca.  Kn  los  pueblos  asiríos,  en 
ciertas  épocas  del  año,  sacaban  todas  las  muchachas  casa* 
deías  á  luirares  [lúblícoH  y  allí  se  ponían  en  disjmsiiión  de 
lo^  que  pretendían  casarse,  y  las  bonitas  eran  pujadas;  el 
que  daba  más  se  quedaba  con  ellas,  y  esa  plata  se  guardaba 
para  dotar  á    las  feas;  de  manera    que  se  casaban    todas. 

Sería  no  acal>ar,  señor  Presidente,  si  me  pusiera  A  enu- 
merar todas  las  formas  del  casamiento  que  pueden  obsenarse. 


—  áái  — 


Pero,  vengamos  al  pin'hl»  clrgido  ele  Dios,  al  pueblo  ile  los 
patriarcas,  al  pueblo  domle  nació  vi  liisloríador  y  v\  I(>vÍKl<>dor 
MnisÍK.  ^Ohih)  íie  fíisiibaii.  scñoi  Presidente?  Cutnpraiiiln  las 
mujeres. 

El  señor  .Senador  por  .Saitla  Fe  mis  drclu  (|Uí'  esta  ley 
nos  llevaría  A  romiirur  cnrir.iaH.  Así  so  i-nsuba  el  put*blo  de 
Dios:  comprando  la  mujer,  compráiidula  por  el  trabajo.  Así 
se  casó  Jacob:  trnbajaiiilu  jiara  Labuu  siete  años  por  Hu- 
qurl;  pero  íi  la  lUK-be  le  metieron  ^alu  poi-  liebre,  y  pusieron 
á  1-jla,  que  era  fea.  en  su  cuarto.  (HiAa»),  Ksta  es  la  historia: 
le  pusieron  á  Lía  en  su  cuarto,quecra  fea,  alegrando  quo  era. 
eosUimbre  «pie  la.s  mujenís  se  rasaran  por  orden  ríe  edad. 

K\  pobre  -lacob  tuvo  que  lra<;ársela.  trabajando  otrott  üjete 
añits  pm-  ílaquel.  Así  se  casó  con  ella. 

Es  conocida  In  liistoria  de  cAnio  el  pueblo  judio  fui  á 
Egipto.  Los  hornianoK  de  .losí,  liijos  de  .lacob.  lo  vendieron 
á  unos  inercadercs.  Fuó  allí  y  Karaón  tuvn  los  sueAos  que  le 
fueron  interpretados  por  José,  l^a  gratitud  de  Farat'in  y  las 
recompensas  (i  José  fueron  (^randeü.  Los  liermanos  de  Jos^. 
mandados  por  el  padre,  fueron  á  buscar  grano  á  Egipto, 
para  salvarse  de  perecer,  debíilo  á  la  carestía  que  había 
en  Judea.  Fueron  allí,  allí  creció  el  pueblo  judío,  y  se  multi- 
plicó enormenienle. 

Allí  nació  Moisés,  caudillo  de  este  pueblo,  el  mismo  que 
lo  sacó  del  Egipto  pai"a  traerlo  á  la  tierra  de  proiuií^ión, 
acaudillándolo. 

Moisí's,  pues,  descendió  de  esos  matrimonios  de  intueres 
compradas  por  trabajo. 

¿Y  quién  era  Mitisés'? 

¿Qui^n  fué  Moisés"?  Moisé.'í  fué  nada  menos  que  el  bf^is- 
lador  y  el  historiador  del  pueblo  judío. 

Moisés  fué  el  primer  ijersonaje  de  ese  pueblo;  el  primer 
hombre  del  judaismo,  precursor  del  cristianismo;  entn>  los 
judíos  lian  nacido  los  profetas,  de  enti*e  ellos  surgieron  los 
patriarcas;  estñn,  pues,  íntinunnenle  enlazadas  estas  dus  re- 
ligiones. 

Eñtos  eran  los  hogares  qtie  la  religión  nos  enseña  ([ue  eran 
pura  delicia,  mnralidad,  contento  y  placer;  hogares  gratos  (i 
Oíos,  con  el  matrimonio  eiilerameiite  natural. 

Vengamos,  señor  Presidente,  á  la  era  crii:tiana. 

Jesucristo,  dicen,  elcA'ó   el   malrininnin  ¿   la   dignidad    de 


sarrameulo.  Aceplo;  no  tengo  duda  yo  tampoco:  perOi  ¿qué 
niAtrimonio  elevó  ¿  la  dignidad  de  siicniíncnl.o'f 

VA  iiifltrimonin  i|tii>  ^-1  tMiconlri')  estahitM-ido  en  el  iiitiiidn.  n» 
c!  malrimonio  del  Concilio  de  Tr<*nlo,  que  legisló  sobre  ello 
■níl  y  tullios  años  después.  Pué  el  uialritnoiiío  ijue  Jet^u- 
i*rh(lo  encontró  en  el  nmmio.  iiquel  que  elevó  &  sacramenlo. 

Ahurtí,  el  Miulrnuonio  y  el  c^acramento  dtt-en  ()ue  Kon  idéuli* 
camenle  ic»  mismo:  ¿y  por  qu<'? 

Perú,  algo  quv-  se  elevd.  e^  dinlinguido  por  la  altura  á  que 
Kt<  eleva,  pnr  la  lügnidiul  que  se  le  da. 

Kl  íuirramentn  es  una  rualidad  del  matrimonio,  no  es  el 
mutriuioiiio  mismo,  at>i  como  ul  bauLitírno  de  un  niño  no  eü 
«1  DÍno.  Mirto  una  lualidad  qn.e  hace  «I  iiiHo  ciietiano.  de 
niftü  iufit'l  quf   ory. 

Kl  sacramento  e^,  como  he  dicho,  una  cualidad  del  ma- 
trímonío  y  uo  es  Lo  que  constituye  el  matrimonio. 

La  iglrsia  recunuce  matrimonios  válidos  que  no  sucrarnentfJs. 
Si  lo.<»  ('óriyu^fes  se  ronvirliesen  al  ralolicismo  y  revalidasen 
este  malrifíioiiio.  .teila  válido,  mejor  dicho,  Hería  sacniíDeuto. 

Pero,  ¿cómo  definen  el  aacrarnento  del  roalrímonio  los  ca- 
nonistas? Dicen:  /í«í  signum  trn^ibite,  aralin*^.  coUeitie  viri  el 
utuiiei'i  i(!i]itimfif  conneusa  ctípuíUttio.  Ks  un  sigmo  sensible  de 
gracia:  dado  al  liotnbre  y  á  la  mujer,  uiiiilos  por  un  le^ítiinio 
y  espontáneo  crniKenlimienlo. 

Entonces,  si  e.s  un  signo,  romo  no  es  la  cos;i  niib'ma,  no 
en  el  tnitíuio  mal  rimo  ai  u. 

Tenemos  mAs,  señor  Presidente;  hay  matrimonios  ilfcitos 
rrcouncidofí  por  la  ÍKle:$ia  como  vividos;  luego,  si  eJ  matrí- 
niunio  <w  un  sacramento,  hay  sncrameulos  ilícitos.  Esto  no 
puede  [>er. 

Sí  fuesen  una  misma  t  idf-nlica  cosa,  como  la  iglesia  ha 
refonaado  el  matriiuonio.  habrfa  reformado  el  sacramento: 
pero  esto  lampnru  puede  ser.  pnrtpie  resnitarín  (|nc  los  le- 
gisladores de  l:i  r;;l(>sia  le  cinníeiidan  la  plana  al  mismo  Dios. 

Pero,  veamos.  seAor  Presidente,  si  es  verdad  lu  ((ue  dije 
hace  ptico:  que  el  iitatrliuoriio,  no  el  actual,  id  ijuc  r¡tf¡ó  ante9 
del  Concilio  de  Trento.  puede  ser  clasilicado  de  malrirnoniu. 
romo  el  que  se  lepsla  en  el  proyecto  4pie  se  discute  en  el 
Senado. 

Ekob  matrimonios  ntan  tos  clandtrstinos.  Matrimonios  rlan- 
dejtlinos,  ^e^tn  los  cAri<mes,  eran  los  que  se  celebraban  sin 


—  2it — 


l<-í>tig'os,  sin  peilir  el  novio  á  la  novia,  sin  proclamas,  sin  más 
forma liilades  <(ue  el  de  expresarse  reníprocamenle  su  volun- 
tad do  casarse.  Este  matrímoiuo  es  tal  matrimonio,  i^egúo  la 
ll^esia. 

Y  yo  pregunto,  señor  Prc:$idente:  este  matrimonio,  ¿no 
está  más  cerca  de  poder  ser  llamado  el  matrimonio  de  las 
selvas  que  el  matrimonio  que  propone  el  Poder  Ejecutivo  á 
la  deliberación  del  Congreso  de  la  República?  A  este  matri- 
monio que  sr  celebra  firmando  los  ilns  contrayentes  en  el 
Registro  Civil,  delante  de  un  oficial  pi'iblipo,  con  dos  tcstig-os, 
¿qué  puede  faltarle,  sefíor  Presidente?  ¿Qué  formalidad  puede 
faltarle  para  darle  un  carácter  de  autenticidad  á  este  acto? 
y.  mientras  lanto.  véase  lo  que  era  este  matrimonio  sacra- 
mentado, esle  niatrimnriio  que  se  dice  inilísperisable  para  que 
el  mundo  no  pierda  su  moral,  para  que  do  desaparezca  la 
ley  de  Dios,  para    que  se  conserve  la  snnliilad. 

Pero  todavía  hay  más,  seüor  Presidente. 

La  Iglesia  reconoce  losqui'  se  llaman  matrimonios  ocultos, 
matrimonios  que  se  celebran  delante  de  dos  testigos  de  cnn- 
fianza  y  que  no  se  asientan  en  los  libros  parroquiales;  la 
partida  se  asienta  en  wn  IÍt)ro  que  queda  en  la  Secretaría 
del  Obispo,  cerrado  y  sellado,  es  decir  sustraído  á  la  mirada 
du  la  autoridad  civil.  Los  hijos  que  nacen  de  esos  matrimonios 
se  inscriben  también  en  otro  libro  con  las  mismas  condicio- 
nes que  el  matrimonio,  teniendo  los  cónyuges  la  obligación 
de  inscribirlos  treinta  días  después  del  nacimiento  y  baut¡< 
zarlos.  90  pena  de  la  publicación  del  matrimonia 

Estos  matrimonios  autorizados  por  la  Iglesia,  son  sus- 
traídos i>or  completo,  sefior  Presiilenle,  h  I»  acción  de  la  po- 
testad civil,  que  no  tiene  medios  de  saber  si  estos  Immbres 
y  estas  mujeres  sotí  casados  y  si  los  hijos  son  legítimos. 

Pero  veamos  ya  lo  que  es  este  matrimonio  legisla<li»  por 
el  Concilio  de  Trento. 

Es  conocida,  señor  Presidenle,  la  historia  de  ese  Concilio 
que  duró  muchos  años  por  cuestiones  entre  los  Papas,  los 
Reyes  y  Emperadores,  hasta  sobre  el  lugar  don<le  debía 
residir. 

Ese  Concilio,  que  fué  convocado  para  combatir  &  Lulero 
y  k  Calvino,  veamos  cómo  legislaba  el  matrimonio.  Dice;  el 
matrimonio  se  celebrará  delante  del  cura  y  dos  testigos,  aun- 
que esos  testigos  sean  completamente  inhábiles. 


—  245  — 

El  cura  figura  comn  testigo  de  crédito  para  la  Iglesia;  uo 
figura  como  Ministro  de  una  religión;  ni  más  ni  menott  que, 
como  se  rteposila  la  fe  pftblir.i  en  nn  escribano,  la  Iglesia 
depositaba  la  fe  en  un  cura. 

Tenemos  i|up,  hecliot;  insigniticanles,  deberes  sin  importan- 
cia, Du  se  pueden  comprobar  en  los  actos  m&s  trascendentales 
de  la  vida. 

£1  cura,  el  padre  j  la  madre,  hacen  fe  de  que  esa  nina 
se  ha  casado  con  el  caballero  tal;  y  mientras  tanto,  el  padre 
y  la  madre  de  la  novia  no  hartan  fe  para  probar  t|ue  ese 
hombre  debe  &  esa  nina  diez  6  veinte  pejsos,  y  son  bastante 
c-aracterizados  para  proliar  que  ese  hombre  se  debe  á  esa 
mujer  por  toda  su  viilu. 

Esta  es  la  legislación  que  nos  da  esos  principios.  Legisla 
cíón  confusa,  legislación  obscura  que  ha  dado  margen  á  que 
se  escriban  volúmenes  inmensos  para  busi-urle  claridad. 

Hasta  se  ha  discutido  lo  siguiente:  sj  un  cura,  que  no  es 
sacerdote,  puede  autorizar  un  matrimonio. 

Dice  el  concilio:  «  Kí  matrimnnin  «e  asM>rará  deinnledeJ  cura 
é  de  algún  Kitxrtiote  yfie  éi  cümii'ione».  Y  se  suscita  después 
la  cueslíúii  de  si  el  mismo  rura  ha  de  ser  Hacerdnte,  y  se 
escriben  sendoít  volúmenes  para  saber  si  ha  de  ser  sacerdote 
ñ  uo.  Pero,  lia  quedado  resuelto  que  el  que  se  comisiona  ha 
de  ser  sacerdote. 

Ahora  leñemos  esta  otra  anomiLlía:  la  fe  pública  es  un 
depósito  personal  que,  por  la  ley  cívif,  está  confiada  al  es- 
cribano, y  pr>r  el  sistoma  vigente  del  Concilio  se  autoriza  ú 
d'>lcgar  este  depó>íil<>  ríe  la  fe  pi'iblira  en  un  clérigo.  Ks  un 
testigo  tan  caracterízadn  para  la  Iglesia  este  cura,  como  un 
clérigo  cualquiera. 

Compárese,  señor  Presidente,  esta  legislación  con  la  obli- 
gación que  establece  este  proyecto,  que  no  deja  la  moiior 
duda  de  que  el  acto  se  ha  celebrado.  Podría  hasta  sospe- 
charse, hasta  dudar  de  si  ciertos  matrimonios  celebrados  en 
esto-M  C'tndiciones    pueden  llegar  it  wr  sacrameutus. 

Por  ejemplo:  un  cura  que  no  es  sacerdote  (y  lo  supongo, 
l>or<]ue  puede  no  serlo  el  señor  doctor  Castro,  que  fué  Pre- 
sidente de  la  Ci'tmarn  tk  .Apelaciones^,  fué  cura)  autoriza  un' 
matrimonio.  No  hay  sacerdote,  no  hay  acto  suyo,  no  hay  m&s 
que  una  audición  contra  la  voluntad  del  que  oye.  ¿Habrá 
sacramento? 


OkinMi*  AttCinnaa  —   T>>Ma    Íl\ 


n 


A  todas  estas  cosas  nos  conduce  una  legislación  liin  rurai 
y  tan  obscura. 

Se  ha  discutido  tamhién  entre  lo»  canonistas  si  un  cura 
ciego  puede  celebiar  un  matrimonio,  y  lian  dlcbo  que  s-'v,  sí 
un  cura  sordo  podría  celebrarlo,  y  lian  dicbo  (¡ue  si  tam- 
biéti;  pero  si    fuera  ciego  y  sordo   k  la  vez,  que  no  podría. 

Sobre  esto  se  lum  llenado  libros  de  uuesliones  (eológi<:as. 

Por  lin.  seflor  Presidente,  ven^o  al  malriniunio  ralo. 

El  matrinuiiiio  ralo  es  el  que  no  e^líi  consumado. 

Los  c&nones  facultan  á  los  contrayentes  para  no  consu- 
mar el  matrimonio  durante  dos  meses,  para  que  durante- 
este  tiempo  medite  la  mujer  si  quiere  ser  mnfija  y  el  bom- 
bre  si  quiere  ser  fraile. 

Si  el  bombre  quiere  ser  fraile,  enlra  al  noviciado  y  la 
mujer  tiene  que  esperar  el  afto  de  noviciado;  si  la  mujer 
quiere  ser  monja,  es  el  hombre  el  que  tiene  que  esperar  el 
año  de  noviciado;  y  cuando  ha  fenecido  el  noviciado,  lo» 
cánones  les  dan  derecho  para  petUr  ó  que  se  consume  el 
matrimonio,  «  hacerse  fraile  A  monja,  respectivamente. 

Yo  pregunto,  entonces:  ¿dónde  va  á  parar  la  indÍvÍBÍblU- 
dad  del  vinculo  de  malrimonio? 

El  vínculo  lia  estado  contraí<lo.  Desde  que  el  malriraonío 
se  ha  celebrado  delante  del  cura  y  de  los  testigos,  el  sacra- 
mento está  hecho. 

¿Cómo  es  que  se  disuelve?  ¿Cómo  es  esta  prefei-encía  que 
da  tu  I^le-sia  ü  romper  un  vínculo  que  ella  misma  declara 
indisoluble  é  indesatable?  ¿Cómo  viene  á  primar  sobre  esta 
verdad  de  alta  trascendencia  moral  y  social  el  deseo  de 
tener  mucluus  monjas  y  frailes,  porque  no  tiende  á  oira  cosa 
esta  legislación  que  á  fomentar  el  aumento  de  las  monjas 
y  de  los  frailes?  Y  si  no,  vendría  esta  otra  pregunta:  ;cuándo 
se  ha  contraído  el  vínculo?  ¿al  celebrarse  el  matrimonio,  ó  al 
consumarlo?  ;.Es  el  acto  carnal  el  que  ha  establecido  el  vín- 
culo y  el  sacramcnlof 

Por  honor  de  la  religión  orisiiana,  digo  que  no  es  el  hecho 
material  lo  que  conslituye  el  vínculo:  esto  sería  un  horror. 

La  Iglesia  ha  señalado,  paní  ser  hábiles  para  el  casa- 
miento, doce  at^os  en  la  nuijer  y  catorce  en  el  hombre. 

Contra  esta  ley  protesta  la  naturaleza  entera.  Es  imposi- 
ble una  ley  universal  respecto  á  la  edad  que  habilita  para 
el  casamiento. 


—  297  - 


I^is  pueblos  lie!  Oríeiite  mm  pret^cntau  mi^eres  con  liíjuti 
íí  l(>8  diez  años,  y  los  pueblos  fríos  del  Norle  oiujeres  que 
no  son  casaderas  sino  á  los  díez  y  o<:bo  años. 

¿Cómo  pj^  entonces,  que  la  Iglesia  establece  como  re^a 
general  que  la  mujer  es  pflber  á  los  doce  años  y  el  hombre 
á  los  catorce? 

Ha  legislado,  entonces,  contra  la  naturaleza,  contm  Jo  que 
ella  nos  dice  y  nos  ensefia. 

Si  la  I(i;lcsia  fuese  la  encarrrada  de  legislar  exclusivamente 
en  el  maLrímoiiio,  el  potleí  civil  estaría  sometido  á  ella  para 
poder  saber  que  se  han  verificado  estos  actos  que  raodili- 
can  el  estado  de  las  personas,  y  estaría  bajo  su  tutela.  Y  esto 
no  puede  ser. 

£1  Estado  tiene  el  derecho  de  poseer  la  conslaucia  de 
estos  actos  on  sus  propios  registros. 

Más  todavía,  señor  Presidente:  los  obispos  no  pueden  dar 
dispensas  sin  estar  autorizados  por  el  Papa.  Esta  autorÍ7.a- 
cióu  tes  viene  temporalmente.  De  manera  que,  para  (|ue  un 
primo  se  case  con  una  prima,  se  necesita  de  la  voluntad  del 
Poiilííice,  que  vive  á  miles  de  lefnias  de  estos  países,  apar- 
tado de  ellos,  dependiendo  todo  de  él  en  absoluto.  Esto  no 
es  posible  que  continúe  así. 

Se  nos  dice,  seflor  Presidente,  que  vendrá  un  cataclismo 
social;  que  la  moral  pública  se  araba;  cjue  la  disciplina  de 
la  familia  se  reluja  si  no  se  .sig^ue  ciegamente  esa  leg'isla- 
ción;  y  ya  he  dicho  cuál  es  esa  legislación. 

Pero,  ¿cómo  es  (jue  hasta  hoy  estos  grandes  cataclismos 
sociales  y  morales  no  han  sucedido  en  el  mundo,  que  ha 
vivido  bajo  el  imj>erÍo  del  ca^iaiuienlo  no  sacramentado  du- 
rante miles  de  anos?  ¿Cómo  es  que  ahora  mismo  no  sucede 
esto  con  mil  millones  de  hombres  que  no  viven  bajo  el  inipe> 
rio  de  esa  ley.  y  se  teme  que  suceda  coa  doscientos  millones? 
No  es  posible  que  sea  indispensable  el  matrimonio  canó- 
nico, el  matrimonio  legislado  por  el  Concilio  de  Trenlo  para 
que  la  moral  pública  subsista,  para  que  tengamos  nociones 
de  Dios,  puesto  que  Dios  ha  sido  corimtido  mucho  tiempo 
fintes  de  haber  nacido  esta  ley. 

Sr.  Pérez. — Puede  ser  que  el  señor  Ministro  se  encuentre 
fatigado.  Podríamos  pasar  á  cuarto  iulermedío. 

Sr.  Ministro  <ie  Justicia,  Culto  é  Instrucción  Pt'iltlica.  —  No, 
seflor;  no  estoy  cansado.    Voy  á  terminar.    La  Iglesia,  se&or 


Presidíate,  riño  4  dar   iey  sobrr  matrimonio  mucho  tiempo 
después  de  haber  plerado  el  matrimonio  á  sacrameulo. 

lá  ígletia  ha  leguUdo.  no  porque  tensa  eJ  poder  de  hacerlo, 
ñoé  porqae  eü  una  de  tantas  nsurpariones  al  poder  dril. 

Eo  el  mismo  Concilio  de  Trento  se  legticló  sobre  diezmos; 
se  legisla  condenando  al  anatema  á  los  que  imposteran  con- 
tribuciones ÍL  \a»  clérifFos,  j  se  legisló,  por  fio,  »obre  el  fuero 
ectesi&sttco.  condenando  al  anatema  r  i  la  excomunión  al 
que  demandase  á  un  clérigo  ante  la  justicia  ciríL,  aunque  caíc 
clérigo  haya  injaríado  6  baracometldo  otra?  grave«  faltas. 

Sin  embanirn,  sefior  Presidente,  ¿quién  sostiene  ahora  que 
ta  Iglesia  lienf*  el  poder  de  establecer  díezmoü.  contribución 
exorliitanle  y  ain  nombre,  porque  se  parala  del  producirlo 
bruto  de  la<)  producton  rurales:  de  tal  manera  que.  si  &  un 
hacendado  le  nacían  cíen  temeros,  tenia  que  dar  diez  de 
elInH.  aunqnn  se  le  murieran  500  vacas.  }*  tenia  todavía  que 
cuidar  esos  terneros  y  üer  á  su  riesgo  sí  se  murieran,  hasta 
que  estuvieran  en  condiciones  de  Her  entregados  al  que  los 
C'jbraha?  ;>QuÍén  dudn  hoy  que  la  Iglesia  no  puede  legislar 
sobre  diezmos? 

¿Qui^n  duHa  hoy  que  el  Kstailo  tiene  perfecto  derecho  para 
imponer  contribuciones  á  los  sacerdotes,  en  su  carácter  de 
ciiidadanriK,  pnenlo  que  no  es  sólo  en  henefírio  de  nosotros 
que  se  distribuyen  los  ser>ncios  públicos?  ¿Quién  duda  ahora 
que  no  existe,  que  no  puede  existir  más  que  el  fuero  de 
rausa,  con(|uista  que  es  debida  á  la  civilización  y  á  los  ade- 
lantos de  ÍH  ciencia  jurídica? 

Sin  emhiirgo.  spñor.  todos  liRmo»  contribuido  á  eslo  y  yo 
creo  que  ninguno  se  considera  excomulgado,  ninguno  se  cree 
analenuitizarlo. 

I'üi^a  lo  nii^mo  con  el  matriroonío.  Se  legisló,  como  he  úf^ 
moslnido.  imperfectamente,  no  como  lo  estamos  tpgislanfln  nos- 
otroH;  y  sf>slen;ín  que  eso  era  por  una  de  tantas  usurpaciones. 

E¡8  Habido,  8eñor  Presidente,  que  lodos  creemos  en  Dios, 
iMi  un  Ser  Supremo  de  quien  algo  esperamos  y  algo  teme- 
mos, y  como  los  sacerdotes  se  colocan  entre  este  ser  desco- 
imrido  y  üI  pueblo,  ellos  mismos  nos  hacen  comprender  que 
son  intenned ¡arios  entre  el  pueblo  y  ese  ser  del  cual  se  es- 
pera ó  teme  algo. 

He  allí  explicada  la  influencia  de  lus  sacerdotes  de  todas  las 
creencias,  no  sólo  ta  de  los  sacerdotes  de  la  Iglesia  Cristiana. 


-  M9  — 


lora.  Tos  sacerdotes  crístiaiius  han  sido  evidentemente^ 
en  tiempos  anlerioreí»,  tus  iitás  sabios.  los  más  ilustmdos. 
Fué  en  los  runviMtlos  donde  st;  salvaron  los  restos  de  la  civi- 
lización antif^a.  Eran  ellos  hombres  desocupados.  por(|ue 
viviíLii  de  la  memlirídad,  los  (|ue  tenían  mits  tiempo  de  es- 
tudiar; y  en  una  óptica  de  guerrii  en  que  todo  el  mundo  vi- 
vía sobre  las  armas,  ellos  estaban  en  su  convento  porque 
no  tenían  servicio  militar,  sin  preocuparse  de  las  necesida- 
des de  la  vida. 

Eso,  a^'regado  á  que  conservaron  los  restos  de  la  civiliza- 
ción antigua,  hizo  que  fueran  los  m&s  sabioít,  los  m¿s  ilus- 
trados, y.  de  consijíuienle,  los  hombres  que  dominaban. 

En  los  ])rÍiHerus  tiempos  del  LTistiaiiísmo,  cuando  estii. 
reli)^Íún  divina  se  ostentaba  on  loüa  su  pureza:  cuando  to- 
davía no  la  habían  rodeado  de  Iujs  innumerables  patrañas 
de  q\ie  ahoni  se  ve  rodeada;  cuando  era  una  verdad  lo  que 
decía  Jesucristo:  *id,  y  predicad  la  civilixación  y  el  evange- 
lio por  el  orbe*;  mientras  que  en  épi>cas  posteriores  se  de* 
cía:  «el  que  no  crea,  á  la  hoguera  de  la  Inquisición ^: 
cuando  reinaban  las  primeras  virtudes;  cuanilo  los  discípu- 
los de  Jesucristo  eran  verdaderos  discípulos  suyos,  enloncijs 
lodo  el  mundo  cauliaba  en  elJoa  para  hacerlos  jueces  y  los 
nombraba  irhilr<>s  en  todas  las  cuestiones. 

l'osleríorniente.  cuando  comenzó  á  no  reinar  este  espíritu 
elevado  de  la  rehVión,  cuando  comenzó  á  contaminarse  el  Clero 
con  un  espíritu  más  mundano,  con  uu  espíritu  de  ambición  y 
de  potencia,  comentaron  los  avances,  y  así  sucesivamente  la 
Iglesia  .se  lia  ido  abrogando  la  faouUnd  de  legislar,  de  ¡u?.íHív, 
so  pretexto  ríe  que  el  matrimonio  es  un  sacramento. 

V,  ..por  quA  no  decir  también  que  la  lejrislación  ih'l  matri- 
monio no  es,  al  menos,  de  la  exclusiva  compeLuucia  de  la 
Iglesia  f 

£1  señor  Senador  por  Córdoba  nos  ilecfa  que  el  mulrímo- 
nio  «en  cnanto  es  oficio  de  la  iialunileza.  está  reblado  ]ior 
«derecho  natural;  en  cuanto  es  idilio  déla  comunidad,  está 
«reglado  por  la  sociedad;  y  en  cuanto  es  ^cramento,  et-tJí 
■■  reglado  por  derecho  divino '. 

Es  decir,  que  el  mismo  Santo  Tomás  le  da  ente  triple  ca- 
rácter al  matriinonm.  y  la  Iglesia  engloba  todos  estos  dt^re- 
cboy  y  hace  uno.  que  ya  no  es  dei-echu  divino,  sino  ecle^i&s- 
lieo,  puesto  que  es  legislación  de  la  Iglesia. 


-  430  - 


Tenernos    taiiihién,    señor   Presidente,    que   la    Iglesia    lia] 
legislado  sobi-e  esponsales;  ha  resuelto  qtie    niños  de    siete 
años  podían  comprometerse  á   casarse,   y  que   quedan    ohli" 
gados,  que  uo   pueden  resciudír  los  esponsales    mientras  no 
Ueguen  ¿  la  pubertad. 

De  manera  que  de  siete  años    han   podido  obligarse,   y  ¿| 
los  diez  no  pueden  desobligarse. 

Más  difícil  es  obligarse  que  desobligarse:   más   madura  se- 
liene  la  razón    á  los   once  que    á   los   siete    años;    mientras 
tanto,  la  Iglesia  ordena  que  puedan  contraerse  esponsales  á 
los  siete  años,  de  cualquier  manera,  sin    forma    alguna,  por 
la  simple  promesa. 

Vino  más  larde  la  legislación  de  la  recopllaríón  y  dijo:  A'o. 
tteiior,  tío  hay  caponttalpn  ttinó  por  eacrilura  pública.  V  la  Iglesia 
tuvo  que  aceptar  «{ue  no  había  esponsales,  sino  bajo  esta 
forma. 

Y  hft  venido  el  Código  Argentino  y  ha  dicho,  á    pesar 
lo  que  la  Iglesia    legislaba  y   juzgaba:  no  hay  cspotisnlfn  th' 
ningún  modc\  y  la  Iglesia  lia  tenido  que  aceptar.  f 

Pero,  sobre  lodo,  yo  examino  todas  estas  cosas  á  la  luz 
de  nuestras  instiluciones.  para  deinoslrar  que  es  exacto  lo 
que  lie  firmado:  <]ue  la  Iglesia  legisla  sobre  el  matrimonio 
por  condescendencia  del  Poder  Civil  nada  más. 

La  Constilución  Nacional  dice  que  las  bulas  y  cánones  de 
los  coucilias  necesitan  del  [lase  que  les  otorga  el  Presidente 
de  la  República  con  acuerdo  de  la  Suprema  Corte  de  Jus- 
ticia Nacional,  y  dice  que.  cuando  estatuye  dispostcioncs 
permanentes,  so  necesita  autorización  del  Congreso  para 
otorgar  el  pase. 

£1  Honorable  Congreso  reglamenta  estas  disposiciones 
constitucionales,  y  establece:  ^Com^fe  dcMlo  mntrn  la  jmk  y 
diguitliui  ti':  la  Ntición,  el  que  promulga  ctitwneft  (te  lotí  Oónci- 
lioH,  butitH  ú  breves  de  Ion  Papan,  nin  paw  acordado  por  el  P(h 
der  Ejecutivo;  y  ei  qite  tal  hagn,  anfrirá  nnn  pena  de  ytio  « 
ctintro    tififíit  de   ili'j^tientf». 

Olio  artículo  de  ia  misma  ley  dice:  -Sí  algniett  ejecutaMe 
estas  bulan,  estíos  cánoncM,  entoe  breven  deupuiin  que  et  Poder 
Ejecutivo  Icst  ha  negado  e¡  pase,  nnfrird  la  pena  de  cuatro 
á  ocito  (iÑo*  de  dc^Ucrrtf. 

Entonces,  los  cánones,  las  bulas,  los  breves  de  Ifis  Papas, 
no  pueden   promulgarse   en  la  República    Argentina    sin   el 


—  S3I  - 

«00300 1  i  mié  lito  riel  Prnsidenle  déla  Repftblica,  y  en  su  »i  so. 
del  Congreso. 

Tpiienios  en  el  inistiio  Concilio  de  Tronío  reconocida  os- 
perialinente  la  doctrina  de  que  son  promulgados. 

Y  va  todavía  más  Iiijos  el  Concilio  de  Trento  y  dice:  <  Es- 
■•tas  disposiriones  rep«cto  al  matrimonio  no  repirán  en  nin- 
<}fU'ia  purn>(|nin  rristiana.  siiió  treinta  dia^  despué^s  de 
«haber  sido  prmaulífadaíi  en  la  misma  parroquia». 

Entonceii,  si  los  cAnones  no  tienen  efícacia,  ni  las  bulas, 
ni  los  re^eriplossin  el  pase  del  Poder  Ejecutivo,  ro-sulta  que 
depende  de  él,  y  en  su  caso  del  Cong^reso,  que  esas  dispo- 
8ÍcÍQni\s  ten^n  eficacia. 

Parece  difícil,  .seíior  Presidente,  que  puedan  contestarse 
estoíí  ariiuiuPiitos. 

Es  también,  señor  Presidente,  reconocido  por  la  Iglesia 
•que  correspondo  ul  Poder  Civil  entender  en  los  juicios  de 
drsonsn,  es  decir,  en  los  juicios  que  don  aptitud  para  trisar- 
se á  los  menores.  ¿Aptitud  para  celebrar  qué.  sino  fueran 
actos  civiles?  ¿Para  celebrar  actos  de  religión,  como  si  di- 
jéramos, corresponde  á  fin  de  determinar  la  aptitud  de  un 
individuo  para  oir  rninaf 

Nnosira  lej^islación  impone  i>enas  al  sacerdote  que  casa 
menores  sin  la  aiitorízacidn  ele  sus  padres  ó  de  las  personas 
á  cuyn  caríjo  oslí'. 

^E«  este  acto  puramente  religioso? 

¿De  di^indü  saca  et  Poder  Civil  la  facultad  de  castigar  al 
que  lo  celebra? 

Entonces,  todo  oslo  nos  está  diciendo  que  no  sou  actos 
religiosos,  quií  son  actos  eivilos. 

Vengamos  ahora,  señor  Presidente,  directamente  A  demos- 
trar la  facultad  del  Congreso  de  legislar  en  esta  raatoría, 
la  oportunidad  y  la  necesidad  de  hacerlo. 

Si:  PifíHiflunle.'  Si  el  señor  Míuitilro  así  lo  desea,  podría 
continuar  después  de  cuarto   intermedio. 

&V.  Minifflro  <ic  JuMiicia,  ChUo  é 'Inutrucción  Púlilüvi.  —  Está 
bien. 

Sr,  PfíwírfeHte.  —  Pasaremos  á  cuarto  iidermedin. 

—  A«Í   •«    llAÍ*.    VllPlUwt    h    SUS    UicntiiH     \mi     SI'. 

florBS  Sunadores,  diré  el 


Sr.  PrwidéHlt.  —  Continua  la  sesión. 


—  33á  -- 


Sr.   Piznrro.  —  Píflí»  la  palabra. 

Hago  moción  pura  que  áe  <Ieclate  libre  el  debate.  Preveo 
que  Berñ.  necesario  refutar  algunas  observaciones  del  sefíor 
Minislrn,  y  el  Heglamento  no  me  lo  permite  sin  la  resolución 
que  propongo. 

Pido,  pues,  á  ta  Cámara  que  acepte  mi  indicación,  decla- 
rando libre  el  debate. 

— Apoyuíta  siiflcinnu*,  sp  vnt»  ftl  sp  ilpriara  WXtm 
H  (lotwte  y   roHultn  atinmuivii, 

Sr,  Miniülro  fie  JuaUcia,  Culto  é  IttMrucción  Pública.  —  Con- 
tinúo, señor   Presidenle. 

Voy  (t  demostrar  que  el  Rtitado  Lietie  el  poder  de  legislar 
el  matrimonio. 

Kn  los  países  calólioos  ó  no  católicos  en  donde  el  Conci- 
lio de  Trento  no  se  lia  promulgado.  los  cánones  de  ese  con- 
cilio no  rigen  ni  están  en  vigencia;  por  consiguiente,  si  esos 
Estados  nn  tuvieran  el  poder  de  legislar  el  matrimonio,  el 
matrimonio  quedaría  sustraído  á  toda  legislación. 

Para  venir  á  nuestro  caso,  me  falta  demostrar  que  aun  en 
los  pueblos  católicos,  en  donde  se  liun  pronndgtulo,  el  Es- 
tado tiene  el  podtM-  de  leglidar  sobre  esla  materia. 

Ante  todo,  comenzaré  por  decir  que  el  Kstado  ha  usado 
de  esla  facultad  sin  contradicción  de  nadie,  con  la  aquies- 
cencia silenciosa,  por  lo  menos,  de  la  Iglesia  Católica.  En 
las  leyes  españolas,  dadas  por  los  Reyes,  que  han  merecido 
á  la  Santa  Sed<r  v\  dictado  de  Iteycs  Católicos,  encifiilramos 
completamente  legislado  el  matrimonio,  comenzando  por  le- 
gislarse sobre  los  impedimentos,  y.  aun  cuando  esa  legisla- 
ción se  aceren  más  ú  menos  á  la  de  la  Iglesia,  Hta  no  será 
una  razón  para  decir  que  por  eío  ella  la  ha  tob-rado;  por- 
que una  vez  que  el  Estado  tiene  el  poder  ríe  legislar  sobre 
algo,  él  es  el  Juez  de  cómo  ha  de  legislar. 

Cuando  el  Congreso  discute  leyes  de  aduana,  el  Congreso 
es  el  Juez  para  dar  la  legislación  aduanera  que  le  parezca 
y  paní  adoptar  el  sistema  económico  que  juzgue  más  con- 
veniente al  país. 

As!  es  (jue  estos  argumentos  no   tendrían    valor  nifiguno. 

El  Congreso  de  la  Nación  Argentina  ha  legislado  sobre  ej 
matrimonio  en  su  Código  Civil,  sin  contradicción  de  la  Iglesia 
Católica;  por  lo  menos,  con  su  silenciosa  aquiescencia. 


El  Código  Civil  hu  comcüizado  pur  anular  li;;fÍslaL'inruM  tU: 
Ion  Cuiicilios. 

Habia  los  esponsales,  estaban  let^íslailoH  por  fáimiies  út* 
U  Iglesia  Calúlíc;i;  existíau,  produciaii  üblíidcaciüiie^  que  Uacíun 
efeclivas  los  Jueces  eclesiásticos,  y  el  Cóili^u  ha  derlurado  que 
no  hay  esponsales  y  ha  legislado  sobre  la  inaleria  que  tam- 
bién ha  li-tíislado  la  Iglesia. 

El  matrimonio,  t;enor  Presidente,  es  ql  aclo  más  Iraseen- 
denlal  de  la  vída.  e»  el  acto  constitutivo  de  la  familia.  De  emUí 
utii6n  del  lioinbn;  y  de  la  mujer.  <|ut*  decide  sf^Muamenle  iie 
Ku  felicidad  ó  de  su  desgracia  en  la  tierra,  nacen  multitud 
de  relaciones  de  laraílía,  multitud  de  <lerei'lu)s  civiles. 

Este  aclo  crea  entre  el  hombre  y  la  mujer  relaciones  ci- 
viles que  se  hacen  efectivas  pur  los  tribunales  civiles;  están 
■calados  por  las  leyes  civiles  los  liebcres  de  lu  mujer  para 
con  el  marido,  los  deberes  del  marido  para  cun  la  mujer,  los 
medios  enteramente  civiles  de  que  los  dos  pueden  valerse 
para  hacer  prácticas  y  ejecutivas  éxitos  oblitíaoioiiei-. 

¿Cómo  es  posible  que  un  acto  lan  trascendental,  c|ue  un 
ueto  que  constituye  la  familia,  base  de  toda  sociedad,  cst/;  libra- 
da á  las  Concilios,  ó  á  los  Papas,  que  pueden  n-tormar  los  cá- 
noDOS  de  los  Concilios,  los  Papas,  señor  Presidente,  que,  sí 
8ün  muy  ^eó^rafos  y  muy  conocedores  del  viejo  mundo,  no 
conocen  la  Heitútilic-a  Argentina? 

Asi  enconlniaiüs  las  Inilas  de  la  erección  del  Obispo  de 
Tucunián,  en  las  que  el  PoutíHce  (uo  me  acuerdo  cuál)  (leda- 
raba  que  Tucuiuán  era  una  isla  y  que  sus  limitas  eran  los  di- 
ana isla,  j  Isla,  la  Provincia  mñs  mediterránea  de  la  Itepúbllca 
Argentina! 

¿Con  qué  coriociniientos,  con  qué  criterio,  con  qué  ciencia 
de  nuestros  coslninhix's  y  de  nuestra  vida  social  veinlrla  á 
legislar  esta  materia? 

Rej)ilu,  sfñnr  Pri;sidenti>:  el  raatrunonio  es  la  basi;  de  la 
ramilla,  da  á  la  Nacii'm  los  hijos,  los  futuros  ciudadanos,  los 
futuros  Pr(!sÍdRi)tes  de  la  República,  los  Ministros,  los  Se- 
nadores y  Diputados,  los  .lueciís,  etc.,  etc.,  y  ese  aclo  no 
[Hiede  estar  legislado  sino  por  el  Congreso  de  la  Palría  ¿  la 
que  esos  cítuhidanos  liun  de  servir. 

Sería  conlrafiictorio.  seflor  Presidonle,  decir  que  la  iKle-tiü 
It^nsli*  el  acto  y  que  el  Ksbido  legisle  Indas  Uk  consciMtin- 
cía.4  de  ese  acto. 


—  234  — 


Asf.  \a  Iglesia  sería  In  que  ileteriniímrla  qué  hijos  son  le- 
gilinios,  qué  hijos  ¡legítimos  y  qué  hijos  nou  incestuosos  y 
qué  hijos  uo  lo  son.  Hasta  !a  clasificación  de  los  awcndipn- 
tes  de  los  casados  que  puede  hasta  (raer  trascendencia  á  su 
honor  y  h  las  crinsiderariones  sociales,  dependería  de  la  I^de- 
sía  con  presclndencia  del  Kstado. 

Kste  sería  un  enor,  seAor  Presidente.  La  ley  ha  hecho 
del  hujj^ar  un  santuario;  el  Juez,  el  represenlantc  de  la  jusLi- 
cia,  no  puede  penetrar  sino  después  de  llenar  formalidHdi»» 
que  dejen  garantido  esle  siintuario  inviolable.  ¿Y  por  qué. 
seflor  Presidente,  este  santuario  vendría  á  constituirlo  el 
Pontífice  y  no  lo  ha  de  constituir  la  ley  del  país,  que  lo  liace 
efectivo?  ¿Qué  razón  hay  para  «slo?  Absolulanienle  nirij^una, 
seftor  Presidente. 

El  Códi^  Civil  ha  legislado  el  matrimonio,  y  no  obstante 
la  ilu:ítración  del  doctor  Vélez  Sarsfield,  no  obsfante  su  es- 
pecial taltMito  y  su  rara  preparación  en  aula  inateria,  no  ha 
legislado  con  acierto,  aun  prescindiendo  de  lu  cuestión  que 
estamos  discutiendo. 

El  Código  Civil  dice;  «  Los  impefíimentoa  eafablfcidm  en  loa 
cánon^n  df  Ui  Jylfmn  nou  impefiimenloít  ¡irtrtt  p.I  tufitrimonio 
de  CfilóUcon;  esoa  imjmíiun'.ntoit  pueden  ser  diitpenHudofí  por  la 
autoridftd  de.  In  líjt*»<ia,  que  es  in  aunptiíente  para  eutaider 
en  eshtt  (Msnntos*. 

En  seguida,  el  Código  no  habla  una  palabra  respecto  de 
impedimentos  para  los  casamientos  de  los  que  pertenecen  & 
sectas  disidentes,  como  los  mahometanos  ó  los  de  otras  co- 
muniones religiosas. 

liecién  en  el  capítulo  «De  la  nulidad  del  matrimonio*  en- 
contramos un  artículo  que  dice: 

«  Lis  causits  de  nulidad  de  los  matrimonios  celebrados 
aule  la  Iglesia  Católica  son  extensivas  á  los  i|ue  se  ceiebrn- 
sen  sin  autorización  de  ella,  con  la  sola  excepción  de  nece- 
sitar de  la  asistencia  del  párroco,  siempre  que  el  miilríaionío 
hubiese  sido  bendecido  por  al;/fin  sacfrflole  de  la  coinuiiíón 
de  los  esposos*. 

Venimos,  pues,  pur  iaduceión  á  enronlrarque  los  impedi- 
mentos para  los  protestantes,  para  los  ju<Hos,  para  los  maho- 
metanos, en  una  palabra,  para  lodos  tos  que  no  son  cató- 
licos, son  tenidos  por  tales  para  tos  católicos. 

Aquí  se  notan  dos  errores   sallantes.    Hay   impedimeiili» 


—  aiá  — 


que  HÓlo  son  para  lo»  cati^fíco^i.  que  no  es  posible  que  exis- 
tan para  los  no  católicos:  tales  son  los  impedimenlos  que 
vienen  Hel  parentesco  espiritual.  Eslos  inipediincíntos  no  ri- 
gen para  los  moros,  porque  no  tienen  este  parentesco;  no 
rigen  para  los  judíos  porque  tampoco  tienen  esle  parentesco; 
y,  además,  y  esto  es  lo  más  {<rave,  los  catAlicos,  que  tienen 
impedimentos  para  casarse,  pueden  obtener  ta  dispensa,  pues 
el  Código  expresamente  dice  que  la  autoridad  eclesiástica 
puede  dispensar  estos  impedimentos  dispensablcs^,  aunque 
dirimentes:  tnieniras  que  para  los  prolestatiles,  para  los  ju- 
díos y  para  los  demás  que  no  pertenecen  á  esta  reliíririn, 
uo  hay  ({uien  dispense  estos  mismos  impedimentos. 

Es  ctam  que  un  mahometano  no  le  va  &  pedir  ¿  la  Igle- 
sia Católica  que  dispense  el  impedimento  de  ser  primo  de 
8u  novia  para  clisarse,  porque  no  tiene  jurisdicción  ul^UTia 
sobre  los  mahometanos. 

Resultará,  según  este  Código  que  tenemos,  que  es  posible 
que  el  tfo  con  la  sobrina  y  el  primo  con  la  prima,  si  son  ca- 
tóHcúít,  pueden  casarse;  y  si  no  son  católicos,  no  hay  quien 
les  dispense  de  este  impedimento. 

No  estún.  pues,  los  habitantes  de  la  República  Argentina 
símelos  á  una  ley  común  sobre  esto:  están  sujetos  á  una  ley 
desigual.  Esto,  sefior  Presidente,  fleinuestra  la  necesidad  de 
reformar  lo  que  el  Código  Civil  ha  le^íislado  sobre  matrimonio. 

Pero  hay  tudavíu  tifia  neiiesidad  más  urgente,  y  es  la  de 
conformar  estas  leyes  al  texto  é  índole  de  la  Constitución 
de  lu  Noción.  Toda  ley  que  dicte  el  Congreso,  debe  estar 
inspirada  en  esle  gran  libro:  esa  es  la  manera  de  poner  la 
Constitución  en  acción,  de  ponerla  en  movimiento  y  hacer 
que  produzca  lodos  los  benéficos  residtados  que  los  autores 
tuvieron  en  vista  al  sanciotiarla. 

La  Constitución  dice:  t  Íms  acciones  hitmaita»  que  no  ofen- 
da h  In  mftrni  púbíica  ni  á  tetcet-os,  quedan  re»erva(Íosnt  JhÍ- 
eio  fif.  Dio»  *. 

Es  imposible,  scúor  Presidente,  establecer  con  más  elo- 
cuencia la  libertad  de  cuncieiicia,  esta  libertad  que  llene  cada 
hombre  de  mantener  .'*us  relaciones  con  el  Ser  Supremo, 
como  (•{  crea,  sin  sujeción  á  regla.  iii  religión,  n¡  leyea  civiles 
del  Congreso,  ni  potestad  alguna. 

La  Constitución  dice  también:  •*  //ay  libertad  dt  euUoy;  cn>lt 
hahitantti  da  //i  R".piibllct  iiette  tihtrtad  d9  proffjtar  itm  culto  >, 


—  2S6  — 


Si  estamos,  scAor  Presidente,  bajo  el  imperio  de  las  leyes 
de  la  li^lcHÍa  para  el  acto  más  Irascendeutal  de  la  vida,  diré 
más,  para  un  acto  necesario,  porque  el  casarse,  podemos 
decir  con  verdad  i\uv.  no  es  un  acto  voluiiliirio  sino  un  acto 
al  cual  la  iiattiíale/ui  nos  llama,  que  ae  sustrae  por  rom- 
píelo  á  la  voluntad  de  loí^  tiombres.  no  puede  el  Conj^reso 
Tomenlar  las  uniom-üi  ile^'limas;  este  impulso,  esta  necesidad 
del  or^'anismo  humano  exige  (|üe  se  realice  con  sujeción  á 
re^la»  fijas  |>ara  que  la  prole  que  nazca  sopa  quiénes  son  sus 
padres,  para  que  baya  quien  tenga  obligación  ile  educar  & 
SUB  li^os. 

¿  Cómo  se  ronscííniríi  este  resultado,  seflor  Presidente,  si 
dejamos  el  poder  de  legislarlo  á  una  Iglesia?  Y,  si  lo  cede- 
mos á  todas  las  Iglesias,  ¿qué  vendría  á  ser  la  ley  de  ma- 
trimonio, la  m&s  trascendental  de  todas?  Cada  Iglesia,  cada 
comunión  religiosa,  tendría  nú  ley. 

I^a  ('nnstitucióti  Nacional,  á  diferencia  de  la  de  los  Ksla- 
dOK  Unidos,  dice:  «  Vamos  í  asegurar  la  libertad  para  noso- 
tros, para  nuestros  lujos,  para  lodos  los  hombres  del  nunulo 
que  quieran  habitar  el  suelo  argentino». 

¡Qué  llamamiento,  señor  Presidente,  á  todas  las  fuerzas 
vítales  que  existen  en  otros  países,  ¿  que  vengan  &  esta  tie- 
rra despoblada,  desierta,  á  fertíl¡/,arla,  á    hacerla  pueblo! 

¿V  cómo  cumplirá  el  Cong^resí)  esta  promesa  de  la  Coris- 
lilucióu  si  hombres  que  vienen  al  país  le  dicen:  yo  quiero 
casarme,  yo  quicio  ejercer  este  derecho  que  es  el  primero 
de  las  <lerechos  del  hombre,  acaso  el  más  grande  y  sagrado, 
y  no  j}UH()o  casarme  segfin  mis  creencias? 

¿Abjurará  de  sus  creencias  si  es  mahometano,  melodiHla, 
anabaptislaV 

Kl  Conjii-eso  llene,  señor  Presidente,  el  imperioso  deber  de 
hacer  prActico  este  ofrecimiento  de  la  Constilución.  saucío- 
nando  esta  ley  de  matrimonio  que  no  viola  ninguna  cnií- 
ciencia,  (|ue  estíí  oalctdada  piíni  salísfacer  las  exigencias  niá« 
aatügónicus  y  de  las  conciencias  mds  escrupulosas. 

Yo  no  se  cómo  saldrá  la  sanción  de  esta  ley  de  las  manos 
del  Honorable  Congreso:  debo  suponer  que  tal  eonio  la  ha 
prescnlado  el  Poder   líjecutivo, 

E\  Poder  Ejecutivo  deja  á  !a  conciencia  de  cada  uno  el  hacer 
beudccir  su  unión  con  el  sacerdote  que  sea  de  au  creencia; 
&  los  calóticos  les  deja  hacer  sacramento  de  su  jnatrímouio^ 


-  237  — 

ir  á.  su  cura,  hacer  bendecir  con  elins  el  sacramento;  ni  si- 
quiera les  exige  que  la  inscripción  la  habrán  previanienle. 

¿  Dóiiik  esU  eiiLouces  la  violencia  ile  la  conciencia?  ¿Dónde 
está  este  monstruo  que  va  á  tragar  las  relaciones  de  familia, 
que  va  ¿  acabar  con  la  moral  pública,  que  va  ¿  acabar  con 
\»  moral  social,  que  va  á  horrar  Imsla  ron  la  nopíón  de  la 
existencia  de  Dios?  ¿Dónde  está,  digo,  señor  Presidente^ 

Esta  ley  es  la  expresión  ^(^nuina  de  esta  santa  lilierlnd  do 
conciencia,  de  esta  libertad  conquistada  por  la  civilización 
que  hoy  hace  imposible  que  un  hombre  maiThe  ala  hoguera 
por  no  creer  en  Jesucristo.  {AfiUntuo»). 

Yo  creo,  señor  Presidente,  fatigado  al  Senado  con  una  dis- 
cusión tan  proiniiirada.  Araba  de  declararse  libre  el  debute, 
y  el  señor  Senador  por  Santa  Fe,  doctor  Pizarro,  se  apronta 
k  tomar  la  palabra. 

Creo  que  es,  pues,  de  mi  deber  no  ocupar  más  tiempo  la 
atención  de  la  Cámara,  y  termino  esta  exposición  manifes- 
laiulo  al  Senador  Pizarro,  que  se  asocia  á  l<idas  liis  derro- 
tas qué  enumeró  en  la  sesión  anterior,  que  no  tengo  el  pla- 
cer de  podp^rle  decir:  |  honor  al  vencido ! 

He  dicho. 


Discurso  del   señor  Ángel  Menchaca,   director   de   taquígrafos   del 
Congreso  Nacional,  en  Septiembre  de  1888 


Seíiorex: 

Nada  hay  más  imponente  y  erimudecedor,  nada  que  ab- 
sorba con  una  meditación  de  más  indelinida  melancolía  y 
baga  ver  de  un  modo  más  real  lo  conUnKCiite  y  efímero  de 
nuestra  existencia,  que  el  cadáver  de  un  i^ande  hombre, 
ante  la  tumba  ahierta  para  recibirlo  coo  su  antro  negro  y 
misterioso,  con  su  eterno  problema. 

La  muerte  de  Sarmiento  es  sólo  comparable  por  la  con- 
moción que  ha  producido  en  todas  las  capas  sociales,  á  esos 
fenómenos  geológicos  internos  que  se  traducen  por    un   le- 

íraoto:  el  desprendimiento  y  la  caída  de  una  mole  enorme 

los  abismos  fgncos  de  la  Lierra. 

Sarmiento  era  un  hombre  verdaderamente  original,  Üpico, 


—  238  - 


e:(traordinario.  Tenía  tan  desarrollado  y  era  tan  vivo  el  st'ti- 
timientü  de  su  individualidad,  que  jairas  siguió  modelo  al- 
tfuno:  en  nada  imitó  &  nadie.  Estudiaba  la  historia  para  en- 
contrar la  filosofía  de  los  hechos  [tasados  y  la  í^neración 
de  los  presentes  y  futuros;  pero  nunca  en  buítca  de  norma 
para  sus  acciones,  pues  siempre  procedió  guiado  por  la  ins- 
piración natural  de  hu  inteligencia  y  los  dictados  sin  apela- 
ción de  su  voluntad  <le  acero. 

;  Sainiiciito  era  un  capíicter  y  era  á  la  vez  un  creador 
genial ! 

¡Tenia  en  su  alma  toilas  las  altiveces  y  en  su  espíritu  el 
l^erraen  de  todas  las  íniciativaí;;  todo  lo  tenfa  propio:  ¡modo 
de  ser,  estilo,  lenguaje,  Torina,  fondo! 

Por  eso  su  oratoria  ejercía  un  dominio  irresistible,  una 
atraeción  que  á  veces  suspendía  y  encantaba. 

Su  elocuencia  no  residía  en  la  vulgaridad  de  una  frase 
florida  ni  en  los  rígidos  lineamíentos  de  uua  retórica  ama- 
nerada, Binó  en  la  novedad  de  kus  pensamientos,  en  lo  ex- 
traño de  aquella  forma  exclusivamente  suya,  en  lo  inesperado 
y  rápido  de  sus  giros,  en  lo  contundente  de  sus  razonamicn- 
los,  en  sus  caliñcativos  clichés,  en  lo  vasto  y  variado  de  su 
erudición,  en  la  savia  intelectual,  en  íln,  que  vivificaba  su 
discurso  y  ataba,  como  con  un  hilo  de  luz,  aquellas  frases 
entrecortadas,  nerviosas  y,  al  parecer,  desaliñadas  é  Inco- 
rrectas. 

Como  taquígrafo  experimentado,  me  complazco  en  confe- 
sar que  mAs  de  una  vez  aquella  alocución  avasalladora  in- 
movilizó el  lApiz  en  mi  mano  y  tuve  que  esforzarme  con 
lodo  el  poder  de  mi  voluntad  para  independizar  mis  ner- 
vios de  aípiel  como  míigico  yugo  de  su  palabra  varonil,  per- 
suasiva,  arrebatadora. 

Sefiores:  es  una  gran  verdad  la  que  expresa  este  dicho 
popular:  [nunca  se  aprecia  tanto  un  bien,  como  cuando  se 
ha  perdido! 

En  la  vida  agitada  y  laboriosa  de  Sarmiento,  en  los  at^ 
dores  de  la  lucha  y  de  la  polémica,  mil  veces  le  fueron  des- 
conocidas hasta  sus  más  descollantes  dotes,  hasta  sus  obras 
más  grandes  y  meritorias;  pero  hoy  que  ha  desaparecido,  hoy 
que  nos  sentimos  oprimidos  por  el  inmenso  vacío  que  deja 
en  pos  de  sí,  la  reacción  es  tan  violenta  y  expansiva,  se  le- 
vanta tan  gigantesca  su  ligura   iluminada   por  los    destellos 


—  «30  - 


ili*  MU  genio,  que  torios  olvidan  al  hombre  de  pustories,  al 
Oitml>at)ente  nido  que  tieríit  sin  piedad  á  su  adversario,  para 
liorirar  al  nnUiblr  estadista;  al  profundo  iteiisadar;  al  sagas 
))olílicu;  al  administrador  honrado;  al  patriota  lleno  de  no- 
bles y  elevadas  ambiciones  por  la  prosperidad  y  en^rrande.- 
t'iíaiento  de  su  país;  al  orador  más  original  de  su  época;  al 
autor  del  «facundo»  y.  sobi-e  todo,  al  incansable  propagan- 
dinla  de  la  ednración:  de  la  educación,  sefinrea,  que  es  la 
liiisi^  de  la  verdadera  libertad,  la  fuente  de  todos  los  pro- 
;.'rfsos,  la  única  palanca  con  que  se  han  de  e<:liar  por  I  ierra 
lodau  las  preocupaciones  y  prejuicios  que,  con  el  influjo  de 
la  trailícióii  y  «le  usos  consuetudinarios,  traen  todavía  en 
servidumbre  ¿  la  huinaniílad. 

Sefiores:  en  la  múltiple  y  colosal  personalidad  de  Sar- 
mienlo,  vinculada  á  todos  los  adelantos  de  la  República  Ar- 
Kí^ntina  y  aun  de  la  América  ya  como  iniciador,  ya  como 
impulsor  de  cnertrla  y  de  aliento  poderoso,  ey  al  educacio- 
nista convencido,  al  vehemente  secundador  de  Rivadavia  al 
t|ue  más  venero  y  admiro,  y  sus  constantes  y  fecundos  afanes 
por  la  educación  popular  serán  en  lodo  tiempo  su  mejor  titulo 
íi  la  gratitud  nacional  y  los  que  producirán  mayores  y  más 
duraderos  beneticios  en  el  porvenir.  ¡Su  apostolado  es  la  piedra 
máü  preciosa  de  la  brillante  diadema  de  sus  obras! 

Señores:  los  taquígrafos  del  Congreso  Argentino,  al  depo- 
sitar  una  modesta  placa  en  el  sepulcro  de  Sarmiento,  salis- 
fuccn  un  movimiento  Intimo  y  espontáneo  de  reconocimiento 
al  funilador  de  la  primera  clase  de  taquigrafía  de  la  Repú- 
blica y  de  esta  parte  del  mundo,  y  al  (|ue  patrocinó  eñcaz- 
raentc  la  creación  del  cuerpo  de  taquígrafos,  comprendiendo 
los  servicios  que  éste  había  de  prestar  al  Parlamento  de  la 
Nación,  al  re<roger  y  conservar  para  la  liisloria  sus  impor- 
tantes delitteraciones;  y  al  incorporarse  como  ciudadanos  & 
tvte  magnífico  cortejo  de  todo  un  pueblo,  á  esta  espléndida 
apoteosis  de  alabanza  é  inmortalidad,  vienen  también  á  iti- 
rlinarse  reverentes  ante  la  memoria  del  eminente  hombre  de 
Bslado  y  de  uno  de  los  más  empeflosos,  entusiastas  é  ilus- 
trados pedagogos  de  la  América  del  Sud. 

He  dicho. 


ÚU) 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  Arturo  Reynal  O'Connor.  Pre- 
sidente de  la  Comisión  Popular  de  la  repatriación  de  los  res- 
tos del  doctor  Ju^n  B.  Alberdi,  en  el  acto  de  su  inhumación 
60  el  Cementerio  del  Norte,  el  5  de  Junio  de  1B89. 

Señorea: 

[jks  cenizas  del  doctor  .liiaii  B.  Albprdi  reposaban  en  Neuilly, 
esperaníio  p1  brazo  de  la  futura  generación  arg:ontina  que  le 
comprendiera  mejor;  pero  una  voz  llegó  á  nuestro  oido,  anun- 
ciándonos (jne  estaban  expuestas  á.  ser  arrojadas  al  osario 
común. 

Discípulos,  amibos  ó  admiradores  de  su  memoria,  recha- 
zamos til  responsabilidad;  é  inspirílndonos  en  un  mismo  sen- 
limíenln,  constituimos  la  Comisii^)n  encarpada  de  i-opalriar 
sus  restos  mortales.  Klla  es  esencialmente  popular,  porque 
ha  nacido  del  pueblo  espontáneamnnle,  y  sólo  ha  deman- 
dado el  apoyo  olirinl  para  que  erilrarn^n  al  lerrilorio  de  la 
Patria  bajo  la  sombra  de  la  bandera  nacional.  Debo,  al  ha- 
blar como  Presidente  la  Comistión,  explicar  la  causa  de  tan 
temprano  regreso,  no  sea  que  los  que  se  educaron  oyendo 
lanta  injustici;i  acprca  de  él  crean  que  con  este  arto  de 
piedad  intentamos  iniciar  alguna  reaccIiSii  pública  en  an 
fevor. 

No;  no  nos  ciega  la  admiración  que  piulamos  tenerle:  el 
doctor  Alberdi.  por  el  momento,  es  una  gloria  modesta,  casi 
obscura,  portpie  liabicndftsH  adelanlado,  por  su  superioridad, 
&  su  época,  está  aún  muy  lejano  el  triunfo  de  su  persona- 
lidad. Su  apoteosis  P8l5  en  cI  porvenir. 

Señores:  el  doctor  .luán  B.  Alberdi  fuí^  una  inteligencia 
poderosa  y  el  pensador  míis  profundo  que  hemos  producido; 
f>ero,  ¿quf  vale  el  genio  mismo,  con  lodos  sus  fulgores,  ante 
la  justicia  divina*  Lo  que  ella  premia  es  la  virtud,  es  decir, 
aquello  que  es  obra  propia  del  hombre,  y  porque  para  tos 
pueblos  y  seres  superiores  los  grandes  atributos  de  la  mente 
no  pueden  ser  nunca  molivos  de  vanidad,  sino  de  grave  res 
pon.sjibilidad  que  abalen. 

Ija  virtud  en  el  ciudadano  es  el  carácter,  esa  fuerza  mo- 
ral, superior  á  las  ideas  y  sentimientos,  y  que  si  no  le  eleva 
á  las  alturas,  le  mantiene,  al  menos,  incólume  sobre  el  pe- 
destal de  su   diiniidad. 


—  44-1    - 


¿Qué  i(a[>orta  que,  por  sv.r  hoy  tan  raro,  hayamos  perdido 
liasla  áu  noción,  coaruiidiéiidole  con  la  audacia  que  sirve  á 
la  arubicit^ii  personal?  Si  no  nxiste  en  la  vida,  debe  ser  la 
investigación  de  la  muerte;  y  iio»otroi4,  que  conocemos  las 
causas  delentiitmntes  de  todos  los  escritos  del  doctor  Alberdi, 
podemos  afirmar  que  el  carácter  brillaba  en  laii  espléndida 
corona  intelectual. 

Es  que  61.  seftores,  perlenpcía  de  orij^en  á  la  antigua  raza 
argentina,  que  Itivo  hasta  orgullo  de  su  mi.seria  y,  por  edu* 
cación.  .i  los  principio»  y  costumbres  (|ue  emigraron  de  la 
G«rmania,  para  constituir  la  In[;Ialerra  y  los  Estados  {Jm- 
ílos.  los  do»  pueblos  más  fuertes  y  libres  de  la  tierra. 

Nació  en  Tueumán,  la  Urecia  argentina.  ¿Quién  mejor  que 
-él,  alma  de  Lamartine,  para  sonar  en  sus  frondas,  descen- 
der á  los  precipicios  y  deleitarse  ante  las  águilas  que  bron- 
cean sus  alas  al  resplandor  de  la  luz?  Habría  sido  el  ser 
man  l'eli/,,  y  hoy  rujuvcneceríaníos  nuestro  corazón  anle  sus 
fNiginas  tiernas,  eternamente  frescas  y  sahumadas  por  tos 
aromas  y  raudules  del  trópico.  Prefirió,  sin  ctnharfío,  venir 
á  lomar  asiento  en  lui^  aulas  de  la  Universidad  de  Buenos 
Aires,  fí^mrando  bien  pronto  al  frente  de  los  Cañé.  Some- 
llera,  Egufa  y  Gutiérrez. 

Sus  tendencias,  dado  su  carácter  observador,  eran  esen- 
cialmente arlisticas  y  sociales,  y  nadie  olvida  que  fué  nuestro 
Larra,  aunque  habría  lle^^ndo  á  .ser  un  Stendhal,  ayudándole 
á  construir  la  creación  sistemática  de  su  hÍioU>yia:  pero  el 
deber,  como  él  dijo,  es  superior  al  ^usto,  y  obligó  al  ciuda- 
dano á  pensar  en  el  deslino  de  su  país. 

Creed  que  por  esta  evolución  hemos  perdido  un  literalo 
que  habría  dado  carácter  nacional  á  nucstríus  letras  dolán- 
dolas de  uu  sello  de  originalidad  genial,  como  lo  demuestra 
su  T^las.  fruto  generoso  de  su  organización   estética. 

La  jurisprudencia,  en  cambio,  ganaba,  porque  con  sus  estu- 
-dios  jurídicos  desarrollaba  n;ula  menos  que  los  principios  de 
lu  E-íCuela  Hii*lórica,  que  han  cambiado  t'undamentalineiUe  ]a 
euseilaza  del  derecho.  Tarea  vjifila,  enorme,  (|ue  hu  absorbido 
la  gloria  de  Savigny.  por  la  reacción  (|ue  operó  contra  ini 
pasado  secular;  y  hoy,  al  considerar  que,  por  su  trasccnden- 
talisnio,  es  patrimonio  ai'in  de  unos  pocos,  nos  a'^otnbntnios 
de  que  él  la  e.^plicani  famUíarmenlc  aquí  en  1S37,  cuando 
aúu  resonaba  la  ardiente  voz  de  Lerminier  en  el  Colegio  de 


CtakTuau  AHinm*  -  T*w*  ir. 


I» 


-244- 


Francia  lan  sólo  por  emancipar  del  escoiasticisrao  la  ínteli- 
gfíiría  (le  lu  juventud  del  Plata. 

Espíritu  creador,  vasto,  sagaz,  podfa  abordar  y  dar  ciam 
¿  cual(|uícr  monumenLo  de  nuestra  legislación;  pero  corria 
el  año  40  y  era  necesario  combatir  á  Rozas.  Emigrado  eu 
Montevideo,  esciibió  con  Lamas  en  Kl  nacional  y  con  In- 
darte,  Ei'lieverrfa  y  GuLií^rrcz  en  Kl  Taltswáit,  El  Inicúitlor, 
El  Grito  Argfntino  y  El  Mitera  liozatt.  \)\ó  á  luz  El  Cortin' 
rio  y  con  Mitre  El  Forvenir,  hasta  que  fundó  con  Caiié  /.<t 
liemuin  del  Pinta,  destinada  (i  apresurar  las  hostilidades  d& 
la  política  extranjera  contra  el  tirano, 

Asislja,  couH»  Serrelario  del  tieneral  Lavallc,  á  las  confe- 
rencias con  los  Jefes  de  la  escuadra  francesa  y  en  represen- 
tación del  patriotismo  argentino.  No  contaba  aún  veintiocho 
afios  y  era  el  alma  de  estas  negociaciones,  trabajando  día  y 
nmOie  con  C>x¡lo  admirable,  líedactó  la  proclama  del  Ejéri-ilo 
Kx{>eflicionarío,  pero  guardóse  bien  de  seguirle  cuando,  con- 
tra sus  predicciones,  viole  ir  á  buíícar  su  ruina  en  Entre 
Kfos,  originando  la  iiincrte  de  los  patriotas  del  8ud. 

Vencedor,  en  medio  de  los  vencidos,  tuvo  que  continuar 
solo  la  lucha  contra  el  tirano,  tratando  de  levantar  al  misino 
tiempo  el  espíritu  píiblico.  Innumerables  fueron  sus  publica- 
ciones sucesivas,  esgrimiendo,  ya  la  espada  de  su  pluma,  ya  la 
sñtlrn  mordaz  de  su  ingenio.  Parle  á  Kurnpa  ansiando  brisas 
de  libertad,  y  de.seu)barca  á  su  vuelta  en  ChUe,  complemen- 
tado por  la  ciencia  y  la  obser\'ación  del  viejo  mujido. 

Ved,  señores,  si  el  doctor  Alberdi  dejóse  alguna  vez  guiar  por 
los  intereses  materiales  ó  por  las  tendencias  instintivas  de  £u 
alma  y  á  que  lodo  el  munilo  cree  tener  derecho  perfecto. 

Esto  es  moral,  virtud,  patriotismo,  y  cuando  se  practican, 
carácler;  sobre  todo  cuando  se  ha  vivido  como  él,  desterrado, 
sin  Patria,  bajo  la  incertidumbre  de  un  porvenir  que  uo  ob- 
tuvo jamás  y  trab^junilii  siempre  para  ganarse  ct  pan  diario. 
La  abnegación,  iMiludableaiente,  fué  el  sello  de  aquellu  ¿poca, 
pero  nadie  la  llevó  como  él  hasta  la  abstracción  de  su  per- 
sonalidad: pues  si  las  hazañas  de  San  Martín  deslumhran, 
bailamos  que  poseía,  por  lo  menos,  la  ambición  de  la  gloria 
militar.  Kl  dnrtor  Alberdi  no:  siendo  el  primer  abogatlo  en 
Montevideo  y  Chile,  era  el  ((ue  ganaba  menos  por(|ue  entre- 
gaba lodo  .'•ii  lieinpci  á  la  política  militante  mientras  aho- 
gaba en  BU  espíritu  lodo  sentimiento  estético. 


-  843 


La  relicidad,  dadas  sus  faciiltudes^  ni  la  eiUruvió  en  sue- 
ños; y  ae  seiiLfa,  por  el  deber,  pertenecer  absolutamente  á 
su  Patria. 

Ve  que  Rozas  eá  fuerte,  no  por  sí  mismo,  sino  por  la  falla 
de  cohesión  y  de  experiencia  de  sus  eneniigos.  Redobla  «us 
ataques  piir  la  prensa  con  escritos  mcmorablcK,  pero  ron  la 
eoavícrión  de  que  nada  contribuirá  tanto  A  su  cafda  como 
sus  propios  excesos.  Comprende,  entonces,  que  era  necesario 
prepararse  para  lal  evento,  tan  grande  como  la  Revolución 
de  Mayo,  como  él  decía,  para  evitar  que  el  país,  una  vez  li- 
bre, cayera,  por  falta  de  íe^ÍHlueión  y  gobierno  nuevamente 
en  la  anarquía.  Pensainíentct  idevado,  profundo,  preventivo 
de  nuevas  corrientes  de  san^fre  y  de  lágrimas,  y  que  sólo 
podía  nacer  en  mente  como  la  suya,  inspirada  por  el  ^itio 
de  la  liliertad  y  sus  recientes  observaciones  en  Europa. 

¿Cuál  era  el  arj^nttiio  capaz  por  su  cruilición  y  experien- 
cia de  afrontar  tan   magna  tarea? Había  que  borrar  la 

prepondci-ancia  y  localismo  etilre  las  Provincias  sometién- 
dolas á  una  legislación  nacional  bajo  la  acción  de  un  (;o- 
bierno  represetilalivo;  dotar  á  este  conjunto  de  lUia  Capital 
Federal  que,  por  la  inllucticia  de  la  tradición,  facilitara  el  ejer- 
cicio de  la  ley  hasta  el  último  limite  del  territorio;  presen- 
tar, basándose  en  las  teorías  de  la  Kscuela  Ilístórlc^i,  un 
sistema  que  ni  descentralizara  demasiado  el  (¡ubierno  ni  di- 
vorciara al  pueblo  del  pasado,  para  asegurar  la  realidad  de 
su  cumplimiento;  crear  y  desarrollar  en  la  sociedad,  por 
medio  de  leyes  liberales,  la  aptituil  al  propio  (íohierno  y  la 
conciencia  de  su  suberanla;  formar  reutas  para  este  Estado, 
que  nacía  &  la  vida  independiente,  bajo  un  plan  de  finan- 
zas, principiando  por  desterrar  del  sistema  colonial  espaftol 
el  que  convertía  al  pueblo  en  tributario  del  Gobierno:  cone- 
Ütuir.  eu  tin,  la  Xación  Argentina,  cometiendo  la  inmensa 
ñcción  de  derruirlo  lodo,  para  con  sus  esí;ombros  y  los  ele- 
menlos  de  la  ciencia  levantar  el  edificio  moderno  de  nues- 
tra naeitmalidad,  libre,  fi^liz,  grande  y  próspera,  tal  cual  la 
soAaron  los  antepasados  y  como  tenemos  derecho  do  es- 
perarlo. 

Era  necesario  conocer  el  país,  haber  vivido  en  el  y,  por 
su  superioridad,  símtírse  libre  <ie  toda  pasión  local  6  de  par- 
tido; saber  que  la  anarquía  no  es  sino  el  fruto  de  la  inca- 
pacidad  política,   por   haber  sido  cnlonizadns  por    España; 


-   3«  — 


que  la  líborlad  tiu  c»  latina,  ni  fn'eco-roraana,  sino  inglesa, 
de  origen  sajón;  que  el  problema  había  siitu  ya  resuelto  por 
Estados  ITnidofi,  obligándonos  á  poblar  nuestros  desiertos 
con  las  niza»  del  Norte  ó  á  ser  devorados  por  la  Revolu- 
ción. Habia  que  ser  jurisconsulto  y  comprender  que  el  dere- 
cho no  es  una  creación  voluntaria,  sino  el  resultado  de  la 
rida  ot^ánica  de  cada  pueblo,  bajo  la  acción  general  del  es^ 
pfritu  humano:  t|ue  las  leyes,  aunque  se  inspirasen  en  la  Cons- 
titución Norteamericana,  deberían  tener  su  anleciMhuitc  y 
comentario  en  el  pasado  argentino;  que  la  instrucción  no 
es  la  educación  y  que  el  amor  á  la  (¡gloría  es  la  ruina  de  Sud 
América;  que.  siendo  la  libeiiad  el  gobierno  de  sf  mismo,  no 
puede  habiT  uposiiíióii  eaire  lo  que  es  gobierno  y  lo  que  pn 
libertad:  son  una  misma  idea  vista  bajo  diverso  aspecto:  que, 
siendo  el  trabajo  la  Tuente  principal  de  la  riqueza,  la  pri- 
mera tarea  del  Gobierno  es  poblar;  poseer  idcns  justas  so- 
bre Patria,  patrioiisnio,  derecho,  deber  y  justicia,  porque  no 
son  abcrnii'lones,  sínó  la  constelación  que  alumbra  la  inte- 
ligencia humana;  llevar  en  la  frente  la  intuición  del  pon'C- 
iiír,  la  Patria  cu  el  alma,  idealiznda.  la  conciencia  que  da  la 
fuerza  y  el  valnr  para  vencer  ó  para  sacríficai-sc  por  las  preo- 
cupaciones. 

[Bien  sabia  que  no  habla  más  que  uno,  y  ese  era  /?!,  pen- 
sador proftuulo  y  ardiente,  alma  surgida  de  los  bosques  de 
Tucumán,  para  alzarse  como  las  eombas  del  Océano  I 

Seis  años  de  soledad  en  Valparaisf>,  dedicados  al  estudio 
y  meditación,  enroñaron  obra  tan  trascendental;  y  cuando  el 
vencedor  de  Caseros  entraba  Iriunfanle  en  Buenos  Aires,  ter- 
minaba al  correr  de  la  pluma  para  alcanzar  al  tiempo,  como 
(ú  decía,  las  BtiJiett,  sus  Ef¡Índio.H  Coiintlhirioimíes,  los  Elcmen- 
Um  (te  Derecho  l'úbtko  y  e\Sintema  JiBittiMico,  que  c^nsliluyen 
la  organización  completa  de  la  RepCiblica.  [Y  ahora,  —  excla- 
ma al  final,  —cualquiera  que  sea  el  desgraciado  á  quien  le 
loque  regir  los  destinos  del  pueblo! ...  .¿Por  quf'f  Porque  el 
Gobierno  de  la  Patria  común  no  es  cuestión  de  vanidad,  ni 
ambición  legitima,  sino  de  responsabilidad  y  sacrificio.  No 
creemos  que  Montesquíeu.  ni  Tocqucville,  ni  Hamtiton  ha- 
yan proferido  nunca  tan  sublimes  palabras! 

Tales  escritos,  honra  basta  de  la  inteligencia  humana,  ha- 
brían dado  en  Europa  con  el  autor  en  el  Poder;  á  él  le  fueron 
pagados  en  verdadera  moneda  latina,  abriéndole  desde  Chile 


—  M5  — 


niievainetite  las  puertas  de  la  expatriación....  ¡Ali!  puedoii  coii- 
linuar  hasta  ]a  infínito  el  silencio  y  el  olvido  alredHnr  ile  su 
iiüiubre.  pero  nada  iuipedirá  que  la  úmea  figura  que  aparezca 
al  lado  de  In  del  Geneml  Urquiza  en  el  cuadro  de  aquella 
época  de  libertad,  sea  la  del  legislador  Juan  B.  Allwrdi.  He 
nhf  sil  gloria,  ¡^dnría  pura,  inextirt^niible  como  la  \uz  del  sotl 

No  deriiiicis  quo  si  no  huhicíse  dailo  ú  luí:  estim  trabajos, 
porque  eslaba  deáliaa<io  Talaluienle  á  ello,  siuó  que,  á  uo 
haber  nueido  artrentino,  hahrfamos  de^eeridldo  otra  vez  la 
pendiente  de  la  guerra  civil.  No  debemos  dudarlo,  |>orque 
las  leyes  de  la  bi.síoria  demuestran  que  todo  pueblo  que  se 
liberta  se  insurrecciona.  Tengamos  la  magnanimidad  de  con- 
fesar que  nrts  salvtS  en  época  tan  trascendental  de  la  vida, 
así  como  Sun  Martín  nos  independizó  de  España  y  Urquiza 
de  Rozas,  para  probar  cuáu  fecundo  es  el  pensamientounido 
á  la  erudición  y  patriotismo. 

¿Por  <|ué  parte  otra  vez?  Por(|ue  no  era  hombre  de  bolín 
en  la  victoria,  y  porque  Kuropa,  con  sus  enseñanzas,  le  atraía 
|)ara  transfundí  rías  á  nuestro  organismo.  Pretirió,  como  si  no 
fuera  rn|)az  de  gobernarnos  algún  día,  aceptar  el  puesto  de 
Ministro  Plenipotenciario  ante  las  Cortes  de  Inglaterra,  Fran- 
cia y  España,  y  lo  renunció  en  cuanto  supo  que  se  dcsapro- 
Itatm  la  cláusula  de  su  Tratado  con  esta  última  nación,  dis- 
(Mniendo  que  los  hijos  de  extranjeros  nacidos  en  el  Plata 
poilían  seguir  la  nacionalidad  de  ¡ans  pudres. 

¿Quién  no  recuerda  haberle  oído  repetir  hasta  el  caosan- 
cio  que,  dependientes  estos  países,  por  sus  desiertos,  do  la 
inmigración  europea,  gobernar  era  poblar?  ¿Kra  posible  que, 
obscuros  y  desprestigiados  por  las  convulsiones,  comenzáramos 
por  imponer  condiciones  para  la  población  &  una  nación  como 
España,  celosísima,  por  un  falso  patriotismo,  do  su  nacionali- 
dad? bebíamos,  por  el  contrario,  facilitarla,  atrayéndolii  con 
lejres  überaleB,  sobre  todo  tratándose  de  países  como  el  nues- 
tro, que  no  tienen  pi-esenle,  punpie  toda  su  existencia  está 
en  el   por%*enir. 

¿Qué  importa  que  el  Gobierno  hiciera  triunfar  la  teoría 
contrariat  El  tiempo  lia  venido  á  probar  que  ello  no  ha 
agregado  nada  á  nuestro  destino,  porque  los  nietos  de  esos 
extranjeros  serían  hoy  argentinos  y  ligados  á  este  suelo,  no 
por  la  ley,  sino  por  el  vínculo  superícr  de  una  segunda  ge- 
neración. 


—  246- 


Libre,  entonces,  dp  lodo  lazo  oficial,  continuó  en  Europa 
el  estudio  de  las  causas  de  la  anarquía,  así  como  en  Mon- 
tevideo y  Chile  lo  liízo  con  la  dictadura.  Ningún  argentino, 
señores,  ha  subido  tan  alto,  porque  suponéoslo  ¡viviendo  en 
las  capitales  del  mundo  civilizado,  con  las  ideas  que  han 
hecho  de  Estado»  Unidos  el  pueblo  más  pofleroso,  siguien- 
do, con  el  pensamiento,  el  vuelo  de  esta  sot-iabilidad!  Sí, 
señores^  porque  loa  anierícanos  sólo  van  á  Europa  en  repre- 
sentación diplomática  ó  á  disfrutar  los  placeres  del  rtdiua- 
miento  moderno.  San  Martín  y  Rivadavia.  ilustres  proscrip- 
tos, no  hicieron  más  que  alejarse  para  abreviar  sus  días  con 
la  amargura;  el  doctor  Alberdi  no:  conlrájose  á  estudiar  la 
libertad  ví^-a  y.  aplicándola  á  su  país,  aparecía  con  sus  es- 
critos como  lii  t^uropa  en  América. 

Tarea  ingrata,  pnrtjue,  para  su  propia  eficacia,  tenía  que 
atacar  á  los  Gobiernos  si  la  mancillaban  y  al  pueblo  cuando 
permitía  tan  innoble  tocamiento;  y  como  gobiernos  y  pue- 
blos, por  la  humana  debilidad,  quieren  ser  adulados  en  sus 
pasiones,  sus  palabras  llegaron  hasta  perder  el  antiguo  acento 
amigo,  cayendo  como  balas  Triasen  el  indiferentismo  social. 
No  era  él,  sin  einbai'go,  el  derrotado,  sino  nosotros  que. 
como  los  niños,  queremos  sanar  sin  dolor,  como  si  fuese 
posible  el  progreso  y  la  civilización  sin  arrancar  de  raiz  las 
aben-aciones. 

Kn  la  guerra  del  Paraguay  lodos  podían  rallar  tnenos  él, 
al  vernos  unidos  al  Imperio  para  atacar  á  una  Hepública 
hermana,  porque  era  el  único  argentino  que  había  sefíalado 
la  política  que  debíamos  observar  con  el  Brasil.  Su  propa- 
ganda, sin  embargo,  fué  consÍ<lerada  injusta,  porque,  inspi- 
rándose en  las  ideas  de  Patria  y  patriotismo  de  los  pueblas 
modernos,  venta  A  herir  las  que  heredamos  del  coloniaje. 
¡Nada  más  lógico!  Nosotros  creemos  que  la  Patria  es  el 
suelo,  mísero,  infecundo,  capaz  de  prwlucir  hierba  pero  no 
idea,  y  él  vivía  en  la  cuna  de  la  Euro^ia,  allí  donde  la  Patria 
es  vida  universal,  libertad,  y  donde  ¡Quinet  exclamó:  el  de- 
recho es  mi  pariré  y  la  justicia  mi  madre! 

Con  estas  ideas  greco-romanas,  no  sólo  trastornamos  el 
mundo  moral,  sino  hasta  rl  pa|»el  de  los  personajes  de  la 
historia.  ¡I^valle  mártir!....  el  mártir  fué  Dorrego.  hombre 
ilustrado  y  de  convicoiones,  que  murió  fusilado  en  aras  de 
su  sistema   político,  y  gracian  que  no  lo  fué  por  la  esfralda 


—  «*7 


•como  los  traidores!  Alárlire»  son  los  que  caen  v[clima.s  de 
las  preocupaciones  de  su  tiempo  y  los  que,  como  Albcrdi, 
muon^n  olvíiluilos,  pobres,  por  haber  defendido  sus  ideas  y 
sentimienlos.  y  lejos  de  la  patria  ideal  que  fecundaron  con 
HU»  dolores  y  esperanzas! 

Alma  de  fuego,  sólo  vivió  de  verdad^  porque  sahia  que 
no  er&  la  pasión  ríe  los  contemporáneos,  sinÓ  la  historia 
<|uien  dehÍH  juzgarle,  f.lev^rnosle  á  la  tumba  puraque  duer- 
ma en  su  seno  el  sueño  inrinito;  ¡también  en  las  cumbres 
hay  hielo  y  í^ilencio!  Va  vendrá  el  pueblo  ai^entíno  á  levan- 
tarla en  alas  de  la  inmortalidad. 

He  dicho. 


Discurso  pronunciado  por  el  Presidente  de  la  República,  doctor  don 
Miguel  Juárez  Calman,  el  9  de  Septiembre  de  1889,  en  el  cente- 
nario del  General  Paz,  al  inaugurarse  su  estatua  en  Córdoba. 

Sefwren: 

Antes  de  cumplir  la  gratísima  misión  que  me  habéis  con- 
fiado ofri-ciéndomc  en  mi  primer  visita  á  esta  ciudad  que- 
rida el  honor  de  descubrir  y  entregar  ú  la  veneración  pú- 
lilica,  modelada  en  bronce,  la  fígrura  culminante  de  luieslro 
ilustre  comprovinciano,  necesito  dar  una  ligera  expansión  & 
los  sentimientos  que  agitan  mi  espíritu  en  este  momento,  en 
forma  de  satisface  ion  es  íntima»,  de  recuerdos  afectuosos,  de 
{jratílud  profunda. 

.No  sé  ni  quiero  sat>er  el  juicio  que  la  historia  lejana,  se< 
Tera  é  ímpareial,  formulará  respecto  de  la  intervención  que 
me  ha  cabido  ejercer  en  la  marcha  poHtica  de  esta  Provin- 
i^ia,  en  el  desenvolvimienlo  de  los  sucesos  en  que  me  ha 
locado  actuar,  más  ó  menos  directamente,  ó  en  las  trans- 
formaciones de  diverso  orden,  0|>eradas  b^o  las  influencias 
<rle  la.s  Adminislnciones  sucesivas  en  las  que  me  cupo  la 
honra  de  colaborar  ó  ]>resídir. 

Sé  que  los  propósitos  elevados  y  patrióticos  no  son  siem- 
pre prenda  segura  de  acierto  ó  de  buen  gobierno,  si  no  van 
&  ellos  unidas  cualidades  ó  dotes  especiales  que  no  son  en 
parte  alguna  del  mundo  el  patrimonio  de  la  generalidad. 
Comprcn<lo  bien   que  no  se  gobierna  impunemente  en  pue- 


M8  — 


blos  jóvenes  bajo  el  imperio  de  insüluoiaries  complicadas 
(|iH>  srtlo  se  radican  A  expensas  de!  (lempo,  del  ejemplo  y 
del  estudio;  que  no  se  admiiilslnm  tan  vastos  intereseit  ni 
se  manliefie  larjío  tiempo  cierto  usi'cndente  i'ii  la  dirección 
de  los  negoi'ios  pt'iblicoü  sin  herir  ó  contrariar  ambicionen, 
propósitos  ó  esperanzas,  más  ó  menos  le;fítiinas. 

No  rae  lio^o,  pues,  dusíones  á  este  reápecto. 

Sí  bien  no  esquivaré  jamás  la  responsabilidad  de  mís 
actos  como  Immbre  ó  funcionario  público,  tampoco  ten- 
dré nunca  inconvcnicnlc  para  reconocer  mis  errores,  como 
nrt  \qs  he  tenido  para  cubrir  con  el  manto  del  olvido 
las  malas  impresiones  que  deja  siempre  en  pos  de  bÍ  una 
vida  de  lucha  activa  y  constante.  Pero  á  mi  alrededor, 
observo  rápidamente  esta  selcrta  y  numerosa  concurrencia 
que  me  es  tan  conocida;  tie  estrechado  con  verdadera  efu- 
sión la  mano  de  una  gnin  parle  de  ella,  y  enüendo  que  el 
espectáculo  que  ofrece  la  presencia  de  este  gran  pueblo  de 
mis  amigos  de  la  infancia,  de  mis  ami^s  politices,  de  loa 
que  lucharon  á  su  frente  con  decisión  y  energía,  justifícan 
estas  expansiones  de  complacencia  <[ue  no  he  podido  repri- 
mir, por()uc  ello  ínii>oi-ta  dejar  establecido  (jue  en  Córdoba 
se  puede  lucliar  cou  entusiasmo,  con  vigor  varonil,  sin  des- 
í'onocer  la  lealtad,  el  patriotismo  ni  la  honradez  del  adver- 
sario, sin  rehusar  al  maeíslrado  el  homenaje  á  que  su  in- 
vestidura lo  hace  acreedor  uí  negar  al  cumprovinciano  que 
vuelve  al  centro  de  los  suyos,  el  testimonio  de  franca  y  amis- 
tosa fraternidad. 

Señores:  llenemos  ahora  nuestra  misión  descubriendo  la 
estatua  del  grande  hombre,  é  inclinémonos  ante  la  gallarda 
figura  del  ilustre  guerrero  de  la  Independencia  y  de  las  liber- 
tades argentinas. 

La  ereciMÓn  de  este  monumento  puede  considerarse  como 
la  manifestación  material  tardía  de  un  sentimiento  que  se  ha 
mantenido  siempre  vivo  y  palpitante  en  el  corazón  del  pueblo 
argentino;  no  es,  pues,  una  repararión:  es  simpliMnenle  el 
pago  de  una  deuda  sagrada  que  jamás  fué  d(^soonocida.  pues 
es  y  será  este  uno  de  los  poquísimos  broiices  levantados  en 
la  América  del  Sud  para  perpetuar  la  memoria  de  un  con- 
temporáneo, sin  que  una  sola  voz  argentina  ó  extranjera 
haya  protestado  contra  la  justicia  ó  legitimidad  de  este  honor 
postumo  tan  merecido. 


—  «40  — 


LííjoB  do  oslo,  es  el  Geueral  Paz  el  ímico  argentino  que 
habría  podido  ilecircomo  V.uiúu  vÁ  Mayor,  ruainlo.  iriararíHáu- 
ilosí'  algunos,  sejfdti  su  biógrafo,  de  que.  haltiétidose  erigido 
estatuas  ü  muchos  liombres  sin  opinión,  él  no  tuviese  ningu- 
ga,  Ins  rcHpondiÓ:  m&s  quiero  que  se  pregunte:  ¿por  qué  no 
me  han  erifíido  una  estatua?  y  no  que  se  iriterro^e:  ¿porqué 
iioe  la  han  erigido'^ 

Hun  pasado  treinta  y  tres  anos  desde  que  el  General  Pax 
dejó  de  existir;  la  historia  ha  pronunciailo  ya  su  fallo  sobre 
el  hombre  ¡lustre,  y  la  gran  fijrura  del  patriota  austero,  «leí 
militar  de  genio  y  del  ciudadano  jntacliable  se  do^staca  glo- 
rioeo,  imponiéndose  á  la  admiración  de  la  posteridad. 

El  retrato  de  Paz  está,  como  esculpido,  puede  decirse,  en 
la  coueiotK-io  de  sus  conciudadanos. 

Fueron  tan  eminentes  sus  lirtudes,  sus  dotes,  sus  servicios; 
tan  indiscutible  su  superioridad,  que  hoy,  hasta  la  tradición 
popular  recuerda  sus  hazaAas  con  los  eniusiasuios  de  un 
orgullo  nacional. 

Su  retrato  no  necesita,  pues,  otro  marco  que  la  aureola  de 
patriotisun)  que  lo  envuelve;  pedestal  inamovible  <[el  i|ue  no 
pudieron  janiTis  arrancarlo  ni  aún  las  otas  embravecidas  de 
nuestras  •íuerras  ('ivlles. 

Era  ilustrado  y  virtuoso,  amaba  la  disciplina,  que  es  el 
orden,  y  Icnfa  el  valor  más  útil,  sin  dejar  de  ser  impetuoso; 
la  sangní  fría,  esto  es,  el  valor  reflexivo  que  .¡uzjra.  previene 
y  dispone,  casi  siempre  con  resultado  seguro. 

Nació  soldado  ron  la  revolución  americana  por  la  Indepf^i- 
dencía.  Observando  y  estudiando  á  sus  grandes  servidores, 
nos  ha  transmitido  en  páginas  animadas  sus  juicios,  sus  in- 
quietudes, inspiradas  siempre   por  el  más  puro  patriotismo. 

Eximio  en  el  con(H;imÍLMilo  de  todas  las  armas,  arrojado 
como  Jinete,  sereno  y  calculador  como  artillero,  mezclado  á 
los  acontecimientos  y  vicisitudes  ih  la  guerra  civil,  liega,  tiin 
embargo,  jiuru  é  ileso  hasta  nosuiros,  porque  ni  aun  la  pasión 
de  los  partidos,  ejercitando  sus  odios,  ha  podido  obscurecer  el 
brillo  de  sus  servicios  ni  deprimir  sus  eualidmles  morales, 
empequeñeciendo  su  figura  de  varón  fuerte  é  ilustre. 

Soldado  de  la  Independencia  <lesde  los  primeros  momentos 
lie  nuestra  emanciparión  política,  jefe  en  la  memorable  gue- 
rra del  Brasil,  caudillo  constante  é  incansable  en  la  larga 
lucha  contra  la  dictadura,  el  General  Paz  consagró  toda  su 


'_  450   - 

vida  al  servicio  de  la  Patria,  sacrilicjlndose  por  ella  cntodoa 
los  instantes  y  dedicAndole  por  completo  su  brazo,  su  es|»ada 
y  su  clara  íiiteli^fcacía.  ¿La  recompensa  de  tantos  sacriíício8t 
La  tenía  el  General  Paz  en  s[  mismo,  en  la  satísracción  de 
8U  conciencia. 

«Defender  su  Patria»  habfa  escrito  ft\  en  la  memoria  pre- 
sentada íi  la  Legislatura  de  Buenos  Aires,  en  Octubre  del  53. 
«68  un  deber  demasiado  santo;  y  los  que  lo  cumplen  digna- 
mente, no  necesitan  otro  premio  que  la  satisfaceiiSn  de  su 
conciencia ». 

He  ahí  el  retrato  de  niuíslro  (írun  Capitán  trazado  por  sí 
mismo.  Sus  servicios  continuados  y  constantes,  su  talento 
y  su  iieiño  militar,  superiores  ú.  su  época,  su  rectitud  y  se- 
veridad iittacliables,  lo  transformaron  en  una  ítgura  homé- 
rica que  debe  servir  de  ejemplo  á  las  generaciones  présenles 
y  ruluriis. 

Se  le  ha  inculpado  únicamente  de  acerbo  en  sus  juicios 
al  apreciar  bis  aeontecirnieutns  y  los  hombres  de  su  época, 
(-onfundíendo  quizá  la  intlexíbílídad  de  su  carácter,  la  rigi- 
dez de  su  conciencia,  la  independencia  dñ  su  juicio,  la  hon- 
radez de  su  criterio  con  una  cualidad  contraria,  que  revelaría 
un  esptritu  mezquino  ú  infatuado,  una  emulación  pueril  en 
un  hombre  de  su  talla,  (*»  inia  naturaleza  apasionada  é  in- 
justa, absolutamente  ajena  é  incompatible  con  las  relevantes 
virtudes  de  a<iuella  alma  fuerte  y  abnegada. 


Ninguna  otra  personalidad  en  hi  Kepúhli(ui  lia  inspirado 
juicios  tan  honrosos,  tan  fran(!Os,  tan  altos  sin  siquiera  le- 
vantar celos,  ni  despertar  reacores,  lo  que  se  explica  por  el 
respeto  profundo  de  que  dieron  siempre  testimonio  á  su 
respecto,  aun  sus  raSs  encarnizados  enemigos. 

Vo,  como  jefe  del  Kstadu,  como  Presidente  de  la  Kepú- 
hUca.  grande,  ])odcrosa,  floreciente,  tal  cual  la  anhelaba  e! 
ilustre  patricio,  é  interpretando  la  gratitud  y  la  hidalguía 
argentina,  me  inclino  con  profundo  respeto  ante  su  sombra 
gloriosa. 

Saludemos,  pues,  senores,  al  domador  del  terrible  Quíro- 
ga,  mirando  después  de  ñ8  aftos  el  campo  de  sus  hazaftos. 


Dtsearso  dal  doctor  Oalfin  Gallo  sobre  la  tumba  del  doctor  Bomardo 
Solveyra.  el  31  de  Diciembre  de  1889 

Señoren: 

No  Iraícro  Vah  palmas  de  \,\  apntrosís  en  ta  mano  para  hon- 
rar la  (fraiuleza  ú  el  k^iiío  liumanoü  sobre  la  tumba  <le  aU 
guoo  d'>  SU9  rep  res  rentan  Les;  traigo  tan  »ólo  lágrimas  since- 
ra» y  pt'sur  intenso  eu  mi  nüna  |>ara  dedicarlas  como  última 
y  earínosa  ofrenda  ñ  este  muerto  que  fu^  mí  amigo,  y  una 
de  las  líaturalezas  más  bollas,  como  de  los  raraeteres  más 
noble^^  más  rectos  que  haya  encontrado  en  mi  vida. 

Vosotros  habéis  conocido  á  Beniai-do  Solveyra,  y  e^loy 
seguro  (|ue  más  de  una  vez  habéis  sentido  como  yo.  en  las 
momentos  de  fatigas  ó  de  luchas,  la  influencia  confortante 
que  su  mirada  severa  y  dulce,  su  sonrisa  bondadosa  y  sus 
palabras  do  consuelo  y  de  alionlo  cjerefa  sobre  loilo  lo  que 
se  movía  á  su  alrededor. 

El  sentimieolo  del  deber,  la  práctica  constante  de  la  virtud 
realizada  con  sencillez  y  sin  esfuerzo,  el  culto  de  la  amistad, 
por  la  familia.  |)or  la  i^alría.  fueron  los  gulas  iínícusque  sirvie- 
ron de  norma  á  su  existencia,  y  ante  sus  mandatos  supremos, 
todai!  las  energías  de  su  alma  se  avivaban  sin  que  conside- 
ración at<;ufia  pudiera  (|uebrar  la  riitlexibiliilad  del  propósito. 

¡Oh.  qué  bellas,  qué  nobles  sun  esas  manifestaciones  de 
la  naturaleza  humana  y  cuántas  enseñanzas  se  desprenden 
de  su  ejemplo,  como  de  la  esfera  en  que  se  desen^'uelvenl 

V  si  ellas,  además,  se  encuentran  reunidas  á  utta  inteli- 
gencia distinguida,  á  una  instruccírtn  viista  y  á  un  juicio 
elevado  y  seguro,  la  luz  que  irradia  del  surco  dejado  por 
tales  vidas  parece  nacida  del  seno  mismo  de  Dios. 

No  quiero  ni  puedo  trazar  el  cuadro  completo  de  la  vida 
de  Solveyrri.  Me  faltarían  las  fuerzas  y  carezco  adema»  de 
la  delicadeza  necesaria  para  pintar  el  conjunto  armonioso 
de  bouflad  y  de  energía,  de  ternura  y  de  fortaleza  que  im- 
prime su  sello  á  lodos  sus  actos  como  hombre  poUUC'O  y 
como  hombre  privado. 

Irfí  conocí  enando  salíamos  recién  de  la  infancia,  y  una  simpa- 
tía  irresistible  nos  vinculó  desde  el  primer  momento,  y  eltafué 
acrecentándose  cada  día  al  través  de  los  bancos  universitarios, 
de  los  accidenles  de  la  vida  social,  de  las  vicisitudes  de  la  po- 


Iftica  más  l;inle.  [i:ira  ci>n\ertii'se  en  una  amít^tad  estrecha  é 
inconmovíhln  qiio  jamfls  fui^  entibiada  por  sombra  altnína. 

Era  romo  estudiante  uno  ile  los  más  rlistintniídoí;  Mili-e  sii3 
r.onipan(;rn8,  sin  que  su  superioridad  liaya  levantado  en 
ningún  momer.lo  ni  rivalidades  ni  rosen  t  ¡mié  ti  tos. 

Fué  coma  abortado  el  defensor  de  la  equidad  y  de  lajus- 
liciiL,  coinprondieado  y  cuiniitlendn  naA  deberes  con  toda  su 
austeridad. 

V  fuí**  corno  hombre  público  en  los  distintos  pue^lns  que 
ocupó,  Secretario  de  la  Cámara  de  l>ipuladus  de  la  Nación 
y  Diputado  Nacional  iníts  larde,  modelo  de  rectitud  y  de 
honorabilidad,  poniendo  siempre  al  »er\'icio  do  su  pafB  todas 
las  altas  dotes  de  su  inteligencia  y  de  su  corazón. 

1^  política  lo  atraía  con  esas  seduceione-s  ininteriusas  que 
ella  ejerce  sobre  todos  los  espíritus  esco^dos:  pero  á  peítar 
(le  biibersp  vinculado  ron  decisión  y  con  firmeza  A  uno  de 
loí^  piírlido.s  poUlícos  militantes  en  épocas  de  agitación  y  do 
turbulencias,  jamíls  el  lodo  salpicó  su  vesLidura,  jamás  las 
malas  pasiones  encontraron  eco  en  su  alma,  jamás  los  adver- 
sarios pudieron  contarlo  en  el  número  de  sus  perseguidores. 

Era  orador:  sus  discursos  consignados  eu  los  diarios  de 
sesiones  serán  mucho  tiempo  leídos  con  interés,  no  sólo 
par  la  galanura  de  la  frase  y  la  elevación  de  las  ideas.  sinÓ 
también  por  la  serenidad  doctrinaria,  por  la  impersonalidad 
de  la  argutnentaoión  y  por  el  aliento  que  respiran. 

No  sé  hasta  donde  habrían  alcanzado  las  grandes  iloles 
de  que  disponía  si  la  enfermedad  y  la  muerte,  que  le  ace- 
chabun  desde  largo  tiempo,  no  le  hubiesen  vencido  en  la 
mitad  del  camino,  y  en  la  edad  en  que  se  producen  los 
fndos  mejor  sazonados. 

La  Patria  pierde  en  el  doctor  Solveyra  uno  de  sus  hijos 
más  <IÍstÍnguÍdos:  un  hogar  hasta  ayer  lleno  de  encantos  y 
de  esperanzas  queda  enlutado  para  siempre,  y  los  que  al- 
canzamos á  merecer  su  estimación,  ésto  tan  diffeil  de  en- 
contrar para  el  lílósoft»  antiguo:  un  amigo. 

Señores:  inclinémosnos  con  respeto  ante  esta   tumba. 
Es  la  de  un  hombi-e  de  bien. 

¡Aspiremos  el  perfume  de  virtud  que  de  ella  se  eleva  para 
conservarlo  en  el  rincón  más  íntimo  de  nuestra  alma,  allí 
donde  guardamos  los  recuerdos  más  santos,  allí  donde  se 
encuentra  lo  más  noble  y  más  puro  de  nuestro  ser! 


A 


_  J&3  - 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  lacob  Larrain.  el  28  de  Abril 
de  1B9D.  al  Inhumarse  en  la  Recoleta  los  restos  del  doctor 
Guillermo  Rawson. 


Los  vwíinoa  de  la  provincia  ih'  San  Jtiaii,  1:01110  también 
los  ftanjuaiiinos  residentes  en  esta  Capital,  me  lian  eiirarjfufl" 
que  sea  el  intérprete  de  sus  seiiljwientos  en  esta  lú^thre 
ceremonia,  prünuncíatido  alf?iinas  palabras  en  boinenaje  & 
la  memoria  dt^l  comprovinciano  ilustre  (|ue  supo  honrar  la 
tierra  de  su  nacimiento  con  hechos  rii<;nos  de  la  gloriosa 
apoteosis  que  hoy  lo  consa^íra  la  República. 

La  generación  á  que  don  Guillermo  Rawsnn  pertenecía  lia 
tenido  una  parte  muy  principal  en  la  formación  de  nuestro 
ser  político,  porque  vino  á  la  existencia  en  medio  del  caos 
revoluciorjario  y  luchó  con  viril  entereza  en  los  tiemiios  acia- 
gos del  despotismo,  hasta  llegar  á  tos  días  difíciles  de  la 
organización  de  l.a  nacionalidad,  que  es  la  grande  obra  ci- 
nipnla<}a  por  sus  esfuerzos  y  el  titulo  más  hermoso  que  pueda 
presentar  al  ajíradet-iiuiento  y  al  respeto  ele  la  (loslerídad. 

jLa  nacinnniídad!  He  iihí  et  ideal  querido  del  doctor  Haw- 
m,  que  daba  luz  ásu  méate  y  comunicaba  tíavia  geaerosa 
&  su  corazón  de  patriotal  PorteAo  en  San  Juan,  sai^uanlao 
en  Buenos  Aires,  tnte^racionalisla  en  el  Congreso  del  Pa- 
raná, sostenedor  apasionado  de  la  unión  nacional  en  medio 
de  la  lucliu  ardiente  de  los  [Kirlídos  ponjue  lenfa  horror  al 
l'xalísmo  provinciano  como  al  localismo  poi-leño.  Hawson 
fué  en  todas  partes  y  en  todo  momento  ar^^ntino,  profunda- 
mimte  ar^'entino,  sin  veleidades  separatistas  ni  falsos  mirajes 
de  patriotismo  regional  que  han  extraviado  más  de  una  vck 
el  criterio  de  algunos  de  nuestros  hombres  de  Estado. 

El  e^fclarecido  patricio  sólo  concebía  la  nacionalidad  ar- 
gentina dentro  del  organismo  fundamental  de  la  Constitu- 
ción, que  le  ha  permitido  combinar  sus  diversos  elementos 
desenvolviendo  las  fuerzas  vivas  que  encierra  á  través  de 
capitales  evoluciones  en  el  orden  social  y  político,  que  tienen 
que  conducirla,  más  tarde  ó  más  temprano,  á  la  realización 
de  sus  provindeneiales  deslinos. 

La  itnagen  gloriosa  de  la  Patria,  engrandecida  por  la  acción 
virtual  de  los  principios,  esüiba  siempre  presente  ul  espíritu 
del  grande  hombre  y  era  la  lus  que  perennemente  le  guiut» 


—  256  — 

caiiiitiú  recorrido  la  fi^ra  de  ]os  [nclil08  varones  que  le 
dieron  en  otro  tiempo  sígníHcacíón  y  nombre  ctii  la  Kepú- 
blira.  cuando  descollaban  eu  el  sacrificio  Laprida  y  Aberas* 
lain,  en  la  acción  La  Rosa.  Kojo  en  los  pari ámenlos,  en  el 
tfohierno  y  en  la  cátedra  los  Oro.  Carril,  Latipiur,  Sarmiento 
y  Kawsori,  (lUf  paree*'  ser  el  último  eslabón  tln  la  c-adeiia  de 
SUR  hoinbreíí  ilustre». 

E*or  eso  el  pueblo  de  San  Juan  se  asocia  con  sentituieiito 
de  profundo  pesar  al  duelo  público  que  en  estos  momentos 
tributa  la   Nación  entera  á  su  gran  procer. 

Que  el  apacible  espíritu  de  Kawson  se  cierna  sobre  nos- 
otros como  ^enio  protector  de  la  nacionalidad  que  con- 
eurrió  á  fundar,  inspirándoims  las  grandes  vírludetí  cívicas 
que  practicó  en  vida,  las  cuales  le  lian  conquistado  el  m&s 
puro  y  glorioso  titulo  &.  la  admiración  y  al  afecto  de  sus 
conciudadanos. 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  Joaquin  Castellanos,  en  la  pri- 
mera conferencia  política  dada  en  el  Teatro  Qnrubia  por  la 
Uftión  Cívica  Nacional,  el  13  de  Mayo  de  1890. 

Stnorem: 

Hablemos  de  Is  Patria.  Precedida  por  dianas  triunfales, 
rnndet-ftradií  con  todas  las  ¡nsi^rnias  do  la  ><loria,  cuii  su 
bandera  desplegada  al  libre  soplo  de  todos  los  vientos  que 
abitan  la  atmósfera  moral  de  nuestro  siglo,  la  Repúblii^ 
Anrentina  se  encaminaba  sobre  rieles  de  oro  al  porvenir,  pro- 
vocando en  su  marclia  lempesladfs  de  eiiviíüas  y  de  aplausos. 

Kn  corto  tiempo  recorrimos  las  etapas  liistóricaí*  en  que 
otros  pueblos  peregrinaron  durante  millares  de  años.  Érantos 
romo  el  carro  de  los  dioses  que,  según  la  leyenda  antJí.'ua. 
de  un  salto  avanzaba  toda  la  o.xtensión  de  los  horizontes 
visibles. 

Pero  pronto  hemos  sentido  una  brusca  detención  en  iiues- 

Ltra  marcha  ascensional  hacia  las  cumbres  del   )>rogreso:  una 

^(Icsviarión  violeidií  nos  lia  sacado  de  la  órbita  luniiiiosa  que 

nos  marcaba  el  rumbo  de  nuestros  grandes  destinos,  y  en 

estos  momentos  estamos  en  pleno  eclipse  moral,  eclipse  el 

m/is   prnftnido  cpic  en  el  borrascoso  ciclo  de  nuestra  historia 


—  *»7  — 


vio^íacional  estfi  paralizadn  en  cuanto  al  ftinciona- 
mienio  de  sus  órganos  reírulares.  Un  centralismo  absorben- 
te como  no  lo  hubieran  imaginado  Um  mus  fanáticotj  deíen- 
«ores  del  régimen  unitario,  ha  sustituido  á  nuestras  formas 
constitucionaÍpH  de  gohiermi. 

El  Presidente  de  la  Kepúbhca  ejerce  de  hecho  toda  la 
Kiima  del  Poder  Público;  tiene  en  sus  manos  las  riendas  del 
Poder  Munieipal,  la  llave  de  los  Bancos,  la  tutela  de  los  Oo- 
biertins  de  Provincia,  la  voz  y  el  voto  de  los  miembros  del 
Congreso,  y  liasta  maneja  resortes  di^l  Poder  Judicial;  des- 
empeña además  lo  que  se  llama  la  jefatura  del  partido 
dnminanle,  partid»  cuyos  miembros  son  entidades  pasivas 
que  no  deliberan,  ni  resuelven  nada,  ni  ejercitan  funciones 
p&blicas,  y  que  se  han  acostumbrado  á  mendigar  al  Jefe  como 
UD  favor  las  posiciones  que  debieran  alcanzar  en  el  Comlcio 
como  un  derecho.  El  Presidente  ejerce  de  hecho  las  facul- 
ladrs  Pxlraordififiriiis  á  que  hv  refiere  la  Constitución  cuan- 
do, teniendo  eii  vista  antecedentes  tristemente  nolorios  en 
nuestra  vida  política,  dispone  que  aquellos  que  las  proponga 
á  favor  de  un  gobernante  sean  considerado  como  infames 
traidores  á  la  l'atria.  Y  estas  facultades  extraordinarias,  nadie 
las  ha  (vedido  expresamente;  pero,  sin  proponerlas,  se  las 
ban  entrcfíado  al  Jefe  dd  Poder  Kjeculivo  por  la  renuncia 
licita  que  han  hecho  ntnis  i-amiis  del  Poder  Público  de  sus 
atribuciones  y  prerrogativas. 

Bajo  semejante  sistema,  no  es  extraño  que  del  palenque 
^e  nuestra»  luchas  electorales  se  hayan  desalojado  á  sus 
pacitlcos  cambalicntes  con  las  bayonetas  y  el  fraude;  los 
«trios  están  desiertos  ó  sólo  frecuentados  por  los  que  ahora 
tienen  A  su  cJirpo  realizar  la  farsa  irrisoria  y  chiica  que  ha 
sustituido  al  acto  más  importanle  de  nuestra  vida  cfvica. 
Los  Comicios,  que  un  tiempo  fueron  templo  de  las  liberta- 
des públicas  adonde  el  pueblo  se  congregaba  á  celebrar  los 
ritos  del  evangelio  republiíano,  ¿sabéis  ahora  lo  que  sonf 
Por  fuera,  santuarios  profanados:  por  dentro,  cuevas  de 
malhechores. 

Nuestra  Constituciúu.  fruto  de  esfuerzos  y  sacrificios  de 
varias  generaciones  de  argentinos:  punto  de  concordancia 
d(í  nuestros  partidos  tradicionales  y  resultante  histórico  de 
la  elaboración  orgánica  de  nuestra  nacionalidad,  se  ha  con- 
vertido al  presente  en   lo  que    opinaba    Don    Juan  Manuel 


OutroM*  Aaocvny*—  1\hbs   XT. 


17 


Bans  de  lodM  lu  eonatitadoBei,  «m  earU  «firíjprii  al  Ge- 
oenl  Ldpau  de  SenU  Fe,  en  que  le  deciK  «^Cdoio  pccta»- 

de.  compadre,  que  puedi  gobernarse  Km  una  CoBSÜtuñóat 
¿Sftbe  udteil  to  que  e»  una  ConslituriúnT  ;E»  nada  mis  qnr 
oa  nudernito  de  papel!  •  Pues  &  rso.  i  un  cimderwto  de 
^pel  inútil  ha  quedado  reducida  Duestn  Cana  Fasdaroen- 
lal.  arca  de  aJtanza  de  loe  argenlinox,  decálo^  poiníro  que^ 
á  »eiB«ianza  de  aquellas  tabüm  de  la  le;*  dictadas  al  pocbk^ 
helireo  dcAde  lait  rumhreí*  tenipestucmait  del  Stoaf.  fu¿  tu»- 
bien  etcríta  en  medio  de  to»  reUnipaRoe  y  Irueiios  de  nuea- 
tnfí  lurhaK  driles  y  que  por  su  alta  doctrina  y  asa  fines 
providenríaleM.  podría  también  alnbuinte  4  una  reveiactóf» 
drl  espíritu  de  Dice. 

De  las  autonomías  provinciales  no  queda  má»  que  una 
en  pie;  jr  no  por  riertn  porque  la  hp^emoiiía  rfirdobma  do 
httjra  deseado  abatirla,  6\n6  porque  f>l  prestitno.  el  nombre 
y  el  poder  moral  de  la  primera  provincia  arvenlina  le  ban 
lurvido  ür  baluartp  tnexpu<rnabl(*.  Todas  las  dem&s  lian  raido. 

Su  «oy  injusto  ni  exagerado,  y  quiero  declarar  en  honor 
fie  la  rerdad  que.  á  pesar  de  haberse  reetableetdo  en  muchas 
provincla.<<  el  réfrimen  político  del  raricazgo,  este  sistema 
md^fu.  de  pobit^mn  Ȏ  realiza  en  el  presente  guardando 
formas  m&8  cultns  que  en  los  tienipus  del  Chacho  y  de  Ibarra. 
Xo  podía  ser  por  menos  cuando  muchos  de  los  que  deeempefiao 
ahora  el  (argo  de  raríquee  tienen  títulos  unÍTersitaríos.  Ya 
no  se  manda  á  los  adversarios  políticos  á  los  desiertos  del 
Brucliri:  ahora  súlu  se  les  manda  ¿  la  cárcel;  ya  no  se  de- 
jrOella  por  In  nuca,  y  sólo  se  Tusila  en  el  caso  extremo  de 
una  loanifcj'tatinn  política  contraria  ni  Gobierno:  tampoco  se 
deslierra  sínó  u^alldo  ile  medios  in<lirectos  tiftiiejunles  á  loc 
que  tenían  en  Roma  para  los  condenados  al  ostracismo,  de 
quitarles  el  a^ua  y  el  hietm.  Ya  sólo  se  estaquea  k  los  opo- 
sitores en  su  reputación  y  en  sus  nombres  por  medio  de  las 
f-acelas  otieialex.  Ya  no  se  imponen  más  contribuciones  extra- 
ordinarias que  algimas  multas  por  semana.  El  suplicio  del 
ce|>o.  que  antes  so  usaba  en  los  cuarteles,  ahoni  lo  ejercitan 
los  buenos  otícialcs  de  tierra  adentro  con  los  ciutladanos  que 
cometen  el  desacato  de  no  ser  parlíilarios  del  Gobernador: 
ahora  ya  no  se  apalea  sínó  á  los  periodistas,  ni  se  asaltan 
más  casas  que  las  de  las  imprentas.  ¡Para  reasumir,  seAorett. 
tenemos  en  lu    Itepúhlicn  trece  Córdobas! 


-  9&9  - 


Nuestro  Parlamento,  que  fué  en  un  lierapo  el  ilustre 
Arei^pa^'o  de  las  notabilidades  riel  país,  compuesto  ahora  con 
eleinentoH  rrclutailus  entiv  la  plclje  intelectual  ilií  la  Kepú- 
blica,  se  ha  convertido  eu  simple  comisión  aprobadoro  de 
Indos  los;  orlus  del  Poder  Ejecutivo;  de  complacencia  en 
coniplurencia,  de  huinillacírSi)  <^ii  luimill.'ii'ínn,  nueslriis  Cú.- 
rnaras  Jiaii  descendido  al  nivel  de  la  Legislatura  du  Ho^as, 
BÍn  tener  ni  siquiera  la  disculpa  del  terror;  nuestros  l^isla- 
dores  son  á  la  vez  empresarios,  y  con  las  mismas  manos 
nue  lirman  la.s  leyes  dtMilro  del  recinto,  rubrican  en  la:s  an- 
tesalas contratos  de  nej^ocios.  Merecen  con  más  justicia  que 
tos  representantes  del  pueblo  inglés  el  letrero  infamante 
con  (pie  Gronwell  si'Uó  hts  puerlas  del  Parlamento  de  su 
IMlria.  «Casa  paní  alquilar». 

¿Y  nuestro  ejercito?  Ksa  coluiiina  de  í^loria  de  lu  naciona- 
lidad argentina,  eo  cuyas  filas  lian  revistado  Ioa  más  ilus- 
tres Generales  de  la  América  y  los  soldados  nifts  bravos  y 
sufridos  del  numdo,  el  eji'^rcíto  que  es  nuestro  oi^ullo,  el 
guardián  de  nuestro  suelo,  el  depositario  de  nuestraít  tra- 
diciones le^Mflarias,  la  imagen  viva  de  la  Patria  en  su  fax 
heroica.  ;sabé¡s  lo  que  hacen  de  él?  Tratan  de  corromperlo 
sustituyendo  á  la  ley  de  las  recompensas  y  los  ascensos  por 
la  antigOedad  y  el  roérílo,  los  Influencias  del  Poder  y  los 
antojos  del  favorilisnio. 

yuiercti  (|ue  nuestros  Iwtalloncs  desempeñen  la  misión  de 
iu|uel  famoso  ó*  de  cazadores  que  en  la  República  Oriental 
sirvió  á  los  despotismos  de  los  Ijalorre  y  los  Santos.  Quie- 
ren convertirlos  en  destacamentos  de  palacio  y  en  guardias 
pretorianas:  y  no.  seAores;  pueden  aisladamente  mandar 
nuestras  tropas  á  derrocar  Gobiernos  ó  á  impedir  eleccio- 
nes; pero  \>l  ejí'rcilo  art<entiiio  en  masa  no  será  nunca  «n 
instrumento  de  opresión;  porque  el  ciército  no  es  un  ele- 
mento extraño  y  antaiíónicu  al  pueblo;  es  una  fracción  mi- 
litarizada d^l  pueblo,  es  el  pueblo  mismo  armado,  sirviendo 
de  portaestandarte  á  la  bandera  nacional,  esa  insignia  lau- 
rearla i|uc  lia  recorrido  mhn  distancias  y  tía  trepado  á  ma- 
yores alturas  en  el  globo  terrestre,  que  las  águilas  latinas 
y  la  imperial  enseña  déla  Krancia   coui|uisladora. 

Nuestras  leyes  polflic^is  sólo  sirven  ahora  para  desacredi- 
tar ante  los  extranjeros  que  habitan  este  suelo  el  sistema 
de  gobierno  demncn'ilíco,  pues  al  presenciar  el  modo    nega- 


-  260  — 

tivo  como  aqu(  se  le  practica,  sostienen  con  razón  que  en 
inuctiíis  Monanjuíiis  europeas  liay  mks  libertad  pnlltíctt  que 
en  estas  decantadas  Repálilicas:  elloH  recuerdan  con  justicia 
que  en  alptinas  naciones  del  viejo  mundo  liay  Monarr.n.s  que 
son  Presidentes  con  el  título  de  Koycs,  mientras  que  aquende 
el  mar  conocemos  Jefes  de  Estado  que  son  Reyes  con  el  nom- 
bre de  PresidenlCH;  pero  monarcas  vulgares,  que  tienen  lo« 
atributos  materíales  d<'l  poder  omnímodo  sin  el  prestigio  del 
cetro  ni  la  majestad  del  trono;  autócratas  plebeyos,  en  cuyas 
cortes  existen  todos  los  vicios  sin  la  cultura  de  las  aristo- 
cracias de  la  sangre. 

Pero  no  son.  señores,  los  abu-sos  del  Poder  lo  que  m&s 
puede  alarmar  nuestra  patriotismo;    los    bombres    que  nos 
Kobiernan  no  tienen  talla  para  tiranos;    del    despotismo   no 
conocen  las  grandes  ambiciones,    sino    los    bajos   instintos; 
ellos  no  aspiran  al  mando  por  las  viriles    satisfacciones  del 
dominio,  de  la  espectabilidad  y  de  la  gloría   en  que    se  agi- 
ganta la  personalidad  bnmaua:  no;   sus  tnóvÜes  son  menos 
elevados,  pero  más  positivos;  prefieren  el  dinero  á  tos  aplau- 
sos: más  les  agrada  el  obsequio  de  una  piedra  preciosa  que 
el  de  una  rama  de  laurel,  y   con   más    gusto  ubicarían    su 
persona  en  un  suntuoso  palacio  de  la  Avenida  de  Mayo,  que 
sus  nombres  en  una  brillante    página    de   la   tiistona.   Son 
nada  tnás  que    mercaileres,   y    liacen   su    negocio;  ellos  no 
ambicionan  {:ambiar    nada,  sino    lucrar  en   lodo;    honibres- 
eseorias  que  las  revueltas  corrientes  de  la  política   han    lle- 
vado por  azar  á  las  alturas,  pasarán    sobre    ellas   sin   dejar 
otro  rastro  que  el  lodo   de  tas   ondas   turbias  en  que   han 
subido  y  en  que  bajarán   envueltos;    ellos    ban   suspendido 
la  práctica  de  la  libertad  y  el  ejercicio    de  tas  instituciones: 
pero  el  día  en  que  caigan,   pues  caerán,   no    tengáis  la  me* 
ñor  duda,  la  máquina  constitucional  volverá  á  funcionar  re- 
gularnu'tile;  pues  si  bien  e^tá  sin   moviniierito,    no    lia    sido 
desmontada,  porijue  no  es  dado  á  los  pigmeos  derribar  una 
obra  de  gigantes.  El  daño  y  el  peligro    reside  principalmen- 
te en  esa  red  de  inmoralidades  que  envuelve  á  toda  la  Ad- 
ministración  Pública;   en   esas   influencias   corruptoras  que 
bi^an  del  Poder  y  que  se  extienden  con    tanta  mayor  fuer- 
za y  &  tanta  mayor  distancia  cuanto  más  alto  está  su  punto 
de  arranque;  el  dafto  y  el  peligro  residen  principalmente  en 
69e  mercantilismo  impúdico   que   lleva  á   los   hombres   del 


Jtti 


—  461 


partido  Jomíiiniitf  &.  convertirlo  todo  en  materia  de  comer- 
rio,  In»  [>Qs¡(>Ínnes  políticas,  las  obras  úei  Estarlo,  tus  reiilus 
y  los  pertionaB;  t':t  esa  sed  de  lucro  Uevada  iuá.s  allá,  de  lu 
concebible,  que  los  impulsa  á  especular  con  el  crédito  del 
paÍB  en  el  exterior,  y  &  jugar  con  su  tranquilidad  interna. 

VA  iliino  y  el  pclig^rn  eslári  en  ese  i^ÍBloma  ilf!  .idulucirui  re- 
;;lainentada,  d<'  complacencias  cortesanas  y  de  intrigas  pala- 
eiegaH  con  que  se  explota  la  debilidad  intelectual  y  las 
pasiones  intemperantes  fiel  Presidente  de  la  República,  cuyos 
allegador  le  cobran  en  prebeiidat;  lo  que  le  dan  eu  lisonja». 
Kl  daño  y  el  peligro  están  en  In»  ejemplo»  desmoralizadores 
de  esas  muestras  de  abyección,  de  esos  sentimientos  de  servi- 
lismo que  diariamente  reciben  los  altos  funcionarios  de  los 
que  ocupan  las  capas  intermedias  del  Poder,  y  que  son  desde 
ahí  sierros  para  los  de  arriba,  tiranos  para  los  de  abajo. 

Los  fraudes.  las  venaliilades  y  los  abusof*  no  me  sorpren- 
den; son  actos  de  hombre:  <:on  frecuencia  se  lian  cometido, 
y  nunca  poilrán  exlirparst»  en  absoluto.  Perú  lu  (¡ue  distin- 
gue una  Administración  honrada  de  un  Gobierno  desmoralí- 
¿ado  es  ipie  en  atfuélla  se  castigan  los  actos  punibles  que  en 
éste  se  toleran,  ¡(^ué  digo  se  toleran!  Entre  nosotros  se  esti- 
mulan y  6C  premian  delitos  que  en  otra  parte  barlan  que  sus 
perpptmdores  llevaran  remachado  al  pie  un  grillete  de  pre- 
sidario. El  rasgo  que  mejor  caracteriza  el  bízanlinísmo  que 
nos  domina  y  la  descomposiríón  que  nos  iiix-idc,  es  que  los 
actos  más  ¡udecorosos.  los  atentados  más  torpes  ¿  las  leyes 
y  á  la  nuinil  pública,  no  sólo  se  consienten,  sino  que  se 
aplauden;  no  cólo  se  aplauden,  sino  que  constituyen  cartas 
de  recomendación  para  el  partido  y  pasaportes  de  ingreso 
para  los  puertos  públicos.  No  hace  mucho  tiempo  que  en 
Nueva  York  un  alto  funcionario,  los  miembros  de  la  .Munici- 
palidad y  un  banquero  opulento  que  los  había  sobornado, 
fueron  á  la  cárcel  por  malversación  de  fondos.  Entre  nos- 
otros, los  delincuentes  de  la  misma  especie  insultan  impune- 
mente á  la  sociedad  con  su  presencio,  y  pensaba  decir  que  la 
escandalizan:  |>ero  recuerdo  ([ue  ahora  ya  nadie  se  escandaliza 
por  nada.  Amortiguad.-i  la  susceptibilidad  pública,  fwrdidacasi 
en  las  conciencias  la  noción  de  lo  honesto,  horrada  en  muchos 
espíritus  la  línea  que  separa  el  mal  del  bíen,  hemos  llegado 
&  un  oeafio  moral  en  cuyos  cambiantes  cr^usculares,  bay 
lucei*  que  se  alejan  y  sombras  que  avanzan.  Pero  la  luz  re- 


-   ^ii  - 


lortiará;  retorna  ya  fie«<ie  el  íiistaule  en  que  se  ha  levantado 
el  pueblo  y  fr4'nln  á  Irente  á  los  (.lobiernos  corruptores,  Á 
los  letrddoK  que  le  i)rostiluyeii  cu  su  crec?i(*¡a  y  el  vuljro  dfi 
lacayo!)  que  les  sigue,  les  arroja  con  la  voz  y  con  el  hecho, 
el  quomqHc  tándem  Catiíimí,  que  loa  delenj;»  en  sus  perpetuas 
conspiraciones  roiitru  el  bien  público  y  los  obligue  k  á  reti- 
rarse confusos  y  atolondrados  del  escenario  político  i]ue  hají 
desnivelad»  con  sus  deaói*dene»  y  manchado  con  sus  torpezas. 
Eni  ya  lieinpo  de  decirles:  ¡basln!  Era  ya  tiempo  de  detenerlos 
y  detenernos  en  esta  pcnílicnlc  funesta  en  (|ue  íbanuis  arras- 
trados hacia  el  atiisnio  de  una  decadencia  prematura,  como 
esas  turbas  desatinadas  que  pinla  la  visión  npofah'ptic^i,  gi- 
rando en  danzas  locas  al  borde  de  obscuros  precipicios. 

Pero,  seftores.  seamos  justicieros;  si  ellos  son  culpables 
por  lo  i)ue  han  hecho,  nosotros  lo  somos  por  lo  que  iteraos 
consentido.  Hemos  prestado  &  sus  actos  la  complicidad  de 
cobardes  tolerancias;  ellos  son  nuestros  vicios  sociales  indi- 
vidualizados: si  han  escalado  et  Poder',  es  al  abrigo  de  nues- 
tro alNitimienlo  político;  si  se  han  mantenido  en  ^1,  es  iil  am- 
paro de  la  postración  cívica  en  que  yacía  la  República, 
convertida  loda  ridera  en  irnnensa  factoría  y  en  vasta  carpeta 
de  juego,  donde  se  hachaba  al  azar  de  las  especulaciones  la 
fortuna  privada  y  la  pública,  las  economías  del  présenle  y 
las  reservas  del  porvenir,  las  firmas  de  los  Gobiernos  y  ei 
honor  de  la  Nación.  Era  ya  tiempo  de  reaccionar. 

Hoy  hace  un  mes  que  la  Capital  de  la  Uepfiblica  presenció 
un  movimiento  de  opinión  iligno  de  los  tiempos  clásicos  de 
la  democracia  ar};enlina.  Fué  la  condensación  de  indí^naciuueH 
públicas  contenidas,  de  anhelos  patrióticos  sofocados;  el  esta- 
llido de  fuerzas  populares  que  regresaban  al  campo  de  las 
luchas  políticas  después  de  un  largo  ostracismo,  con  la  reso- 
lución enérgica  de  cerrar  para  iniestra  Patria  esle  período 
<)e  vergflenza,  y  recibir  una  era  digna  de  sus  antecedentes  y 
de  sus  destinos. 

{Y  qué  fácil  ha  sido  amedrentar  á  los  Gobiernos  sín  opi- 
nión y  sin  prestigio!  Ha  bastado  que  el  pueblo  se  presente 
para  que  tiemblen  aquellos  que  en  las  esferas  del  Poder  son 
semejantes  á  la  estatua  del  sue&o  bíblico,  emblema  de  las  gran- 
dezas falsas,  que  tenía  de  oro  la  cabeza,  de  hierro  los  brazos 
y  los  pies  de  barro.  La  interpretación  de  este  símbolo  la  en- 
cuentran los  pueblos  en  la  hora  de  las  reivindicaciones. 


-.  263  - 


Aquella  solemne  vi^oro^  manifestación  de  opinión,  repre- 
sentaba en  nuoiítra  actualidatl  polilica  lo  (|ue  la  nube  relam- 
pagueante en  iiiediu  iln  una  atmósfera  cargarla  de  elluvicw 
■de  tormenta.  Uu  ministerio  improvisado  bajo  el  im[>erÍo  del 
temor,  surgido  en  la  hora  de  la  alarma,  TuA  el  pararrayo 
■que  desvió  la  descarga  eléctrica,  pronta  &.  entallar  sobre  uiu- 
cha»  cabeza8  culpables. 

Külamos  en  un  momento  de  tregua,  &  la  espectaliva  de  la^ 
promesas  con  que  el  Presidente  de  la  República  ha  procu- 
rado calmar  his  ánimos  y  retardar  el  ruidoso  derrumbamiento 
del  sistema  político  en  que  se  afianza. 

Sin  hacer  alarde  de  pesimismo,  cumple  k  mi  sinceridad 
declarar  que  no  cnníTo  en  la  enmienda  de  estos  pecadores 
empedernidos,  en  el  arrepentimiento  de  estas  Magdalenas 
politicéis  (|ne  en  la  hora  del  pelii^ro  recién  se  acuerdan  de 
veair  íi  derramar  óleo  y  perfumes  á  los  pies  del  pueblo,  de 
ese  Crisl»  de  lodos  los  tiempos,  que  tiene  también  Judas  que 
lo  venden.  Pílalos  que  lo  entregan  y  sayones  que  lo  crucifi- 
can, y  que  en  presencia  de  sus  despojos  palpitantes  se  re- 
parlen  los  girones  de  su  Iónica  despedazada.  Vo  no  creo  en 
los  hombres,  bojas  efímeras  que  arrastra  el  torbellino  délos 
acoulecíniientos;  yo  creo  en  los  acontecimientos,  porque  son 
ellos  los  que  resuelven  la  incógnita  de  todos  los  problemas. 

Kn  tanto  que  ellos  se  produzcan,  preparémonos  á  celebrar 
el  35  de  Mayo  que  se  acerca.  Después  de  Ires  años,  recién 
somos  dignos  de  cmunemorarlo:  i-ecién  podremos  sin  rubor 
evocar  la  imagen  de  los  grandes  dtas  y  las  sombras  titulares 
de  nuestros  muertos  ilustres.  Recién  podremos  presentamos 
con  la  frente  erguida  ante  las  estatuas  de  nuestros  héroes; 
y  si  queremos  solemnizar  debidamente  el  natalicio  de  nues- 
tra libertad,  démonos  cita  en  ese  día  al  pie  de  la  pirámide 
de  Mayo  y  atli  juremos  restituir  nuestra  Patria  á  la  plenitud 
«Je  su  honor  y  de  su  gloria. 

He  dicho. 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  Eduardo  Costa  en  la  manífevte- 
cíón  popular  de  la  plaza  San  Martin,  organizada  para  despedir  al 
General  Bartulóme  Mitre,  el  t  de  Junio  de  1890. 

General  MUra: 

El  pueblo  inmenso  que  veis  aqiif  reunido,  viene  á  saJurla- 
1-08  en  el  momenlo  en  que  os  tJísponéis  á  dejar  el  suelo  de 
tu  Patria,  que  tanto  habéis  Hervido  y  tanto  habéis  amado. 

Y  no  vienen  síilo  los  amigos  que  compartieron  vuestra 
tarea  eu  la  olira  gloriosa;  vienen  también  vuestros  adversa- 
rios de  otros  tiempos,  hoy  vuestros  amigos;  vienen  también 
hm  extranjeros,  vinculados  k  nuestra  suerte,  próspera  ó  ad- 
versa; es,  en  mía  palabra,  el  pueblo  etitero  el  que  viene  á 
presentaros  la  expresión  efusiva  de  su  gratitud  imperecedera 
y  sus  votos  m&s  fervientes  por<|ue  el  reposo  que  tan  Justa- 
mente hahfis  conquistado  traiga  á  vuestras  fuerzas  ia  re- 
paración necesaria  en  bien  de  todos. 

Vuestra  vida.  General  Mitre,  ha  sido  por  medio  siglo  la 
vida  del  pueblo  argentino. 

Después  de  la  raída  del  tirano,  en  el  Parlamento,  en  la 
prensa,  en  los  campos  de  batalla,  al  precio  de  vuestra  san- 
gre, concurristeis  cual  ninguno  al  Iríunfo  de  la  libertad,  en 
la  nueva  eni  de  progreso  y  de  reparación  (jue  se  iniciaba. 

Ai  frente  de  lu  provincia  de  Buenos  Aires  y  sobre  esta 
baae  históric4i,  cúpoos  la  gloria,  la  más  grande  entre  todas, 
de  reunir  la  familia  argentina,  dispersa  cual  la  de  Israel. 

Llamado  &  presidir  la  reconstrucción  nacional,  al  través 
de  la  oposición  más  ardiente,  de  las  rebeliones  en  el  interior, 
de  la  guerra  extranjera  conduciendo  los  ejércitos  aliados  k 
la  victoria,  vuestra  admíni.stracián  ha  quedado  grabada  con 
caracteres  indelebles  en  todo  corazón  argentino,  no  ya  )>or 
las  grandes  obras  realizadas,  sino  como  un  modelo  de  pu- 
reza administrativa  y  de  respeto  por  los  derechos  de  todos. 

Al  descender  de  la  Presidencia,  pobre,  sin  recursos,  de- 
jando á  la  Nación  en  el  pleno  goce  de  su  libertad,  próspera 
y  feliz,  habéis  buscado  el  pan  de  cada  día  en  el  trabajo 
honrado  del  obrero  que  lucha  por  la  vida. 

Desde  la  tribuna  del  legislador,  desde  las  columnas  de  la 
hoja  diaria  que  recibe  vuestras  inspiraciones,  habéis  dírígidc» 
al  mismo  tiempo,  cual  estrella  luminosa,  la    opinión;  habéis 


9GÓ   - 


rsciilpiílo  én  páginas  de  oro  los  hecbos  íninnrUle:^  de  la  epo- 
peya homérica  de  la  emane  i  pac  ion  aiiieric;iua  eu  vuestros 
Ptirasofl  indiiiPtilos  <le  oolo  y  liotirudo  his  Iclras  ar^nlinas. 

Jomas  vida  alguna  fué  mkn  coitiplota  eiilrc  iiosoLi-u».  Ja- 
mAs  la  acttóii  de  un  hombre  sobrp  Iob  destinos  de  su  país,  en 
la  paz,  en  la  guerra,  á  la  cabecera  del  eiirenno.  ert  las  ^randeif 
colamidudes  públiras,  si<  extendió  por  un  período  más  dila- 
tado ni   non  más  (;rant[e  efícaria  en  el  sentido  del  bien. 

Os  ha  cabido.  General  Mitre,  la  fortuna  <jue  poros  alran- 
Earon:  de  asistir  en  vida  al  juicio  de  la  posteridad. 

Vuestros  méritos,  vuestros  servicios,  no  se  discuten:  for- 
man parte  de  la  conciencia  pública  y  son  Iii  baKe  del  capital 
político  y  moral  de  la  Nación. 

I^  afección  i>nlu^insta  de)  pnebln  ns  In  lia  «leinoslradn 
siempre,  y  la  persistencia  de  este  senlimiento  inalterable,  en 
medio  de  la»  vicisitudes  de  nuestra  vida  afeitada,  es  un  he- 
cho que,  8Í  08  honra  altamente,  no  honra  menos  al  pueblo 
que  la  profesa. 

Esta  afección  que  os  acompaña,  invariable  siempre,  en  el 
Poder  y  fuera  de  él,  cuando  nada  tenéis  que  dar  ni  que 
ofrecer,  es  la  condenación  más  solemne  de  la  ieorín  vergon- 
zosa del  /-xito  y  la  prueba  más  inequívoca  de  que  existe 
innato  en  el  corazón  del  pueblo  el  sentimiento  de  la  virtud, 
de  la  moral  y  del  delwr. 

;Por  t\u('  razón,  fíenera!  Mitre,  se  ha  prcfíunlado  muchas 
veces,  habéis  alcanzado  una  popularidad  que  no  gozaron  ni 
Rivadavia.  ni  San  Martin,  ni  Bolívar? 

No  es,  por  cierto,  por  lo  pureza  con  que  administi-áteis  los 
dineros  del  pueblo;  no  es  por  vuestra  honradez,  por  nadie 
sospechada,  virtudes  vulgares,  de  que  sólo  se  hace  mérito  en 
épocas  de  lastimosa  depresión  mora). 

Es  r(.  aparte  de  sen'icios  no  menos  merilorins.  fior  la 
elevación  moral  de  vuestro  carácter,  no  desmentida  en  cin- 
cuenta artos  de  vida  publica  ni  por  una  palabra  ni  por  un 
hecho. 

Es  si,  porque  cualesquiera  que  fueran  las  apreciaciones 
(|ue  la  pasión  inspirara  en  el  momento,  el  pueblo  jamás  puso 
en  duda  ni  vuestro  patriotismo,  ni  la  rectitud  de  vueslroM 
procwleri's. 

Eri.  sobre  todo,  porque,  depositario  del  Poder  en  un  grado 
que  gobernante   alguno    alcanzó    enlre   nosotros,  en  vez  de 


peipetuarou  en  él,  trasmitiéndolo  á  un  uucesor,  lo  devulvís- 
teis  al  pueblo  en  toda  su  liUegridad. 

Y  ea  (!sta  la  enseña nxii  elurna  legada  por  viiuslro  [>alrio- 
tisnio  k  las  generaciones  venideras  que,  si  no  ha  íiido  fe- 
cunda en  el  preu«ute,  ha  de  prevalecer  al  fin,  perpetuando 
vuestro  nombre  en  el  futuro. 

Al  daros  abora.  General,  el  saludo  de  despedidla  oombre 
del  pueblo,  os  aseguro  que  vuestra  ausencia  dejará  en  su 
Heno  un  vacio,  |M)r  demás  difícil,  sino   írn|K»sJble  de  Ileriar. 

Al  deciros  adió»,  no  encuentro  palabraifi  bastante  e.xprp-si- 
vas  para  manifestaros  otra  vez  más  la  gratitud  del  pueblo 
argentino  por  los  servicios  iuapreciables  que  le  habéis  ren- 
dido. Y  perrnitíilme  aliora.  General,  que  con  los  mejores 
>olos  |K)r  vueslia  prosperidad  y  porque  volváis  luego  res- 
lableciilo  al  seno  de  la  Patria,  de  que  sois  el  liijo  predilecto 
y  que  necesita  ai'in  vuestros  servicios,  pei'mitidme,  digo,  que 
como  amigo  que  os  acompañó  en  la  labor,  y  á  nombre  lie 
todos  y  cada  uno  de  los  babilantes  de  esta  tierra,  admirado- 
res de  vuestras  virtudes,  os  dé  el  abrazo  afectuoso  de  des- 
pedida. 


Olscurso  del  General  Mitre,  en  contestación  del  anterior. 


Seiioreg: 

Hemos  alcanzado  días  más  propicios  que  los  (jue  tunarou 
A  los  grandes  fundadores  de  la  sociabilidad  argentina  que 
formaron  la  conciencia  de  un  pueblo  libre,  y  e^ta  grandiosa 
manifestación  popular  asi  lo  dice. 

IjOs  millares  de  cíndadanos  y  de  extranjeros  asimilados  á 
nuestra  vida  nacional  que  veo  aquí  reunidos  y  animados  de 
un  sentimiento  benévolo,  y  las  generosas  palabras  que  me 
han  sido  dirigidas  en  su  nombre,  me  dicen  que  me  hallo  en 
presencia  de  un  pueblo  que  tiene  el  instinto  sano  de  la  soli- 
daridad social,  penetrado  dn  la  noble  pasión  del  bien  público, 
que  ante  todo  respeta  en  los  hombres  que  han  ejercido  el 
Poder  Supremo,  su  consagración  á  los  intereses  generales  y 
su  anhelo  por  satisfacer  las  legítimas  aspiraciones  de  la  colec- 
tividad, que  es  lo  único  que  dura  y  se  incorpora  á  la  existen- 
cia progresiva  de  las  naciones. 


—  267  — 


Por  eso.  esta  manirestacióu  de  simpatía,  ofreciiJa  espuutá- 
itpjiin^iitp  k  iiiisíniplt'  oiutiadano  que  un  tiene  fuer-za  ni  |K)üer, 
bonra  tanto  al  pueblo  que  la  ofrece  comu  al  ciudadano  que 
la  nicibe. 

Yo  la  acepto  con  profundo  reeonocímienlo,  no  porque  crea 
que  lo  nterezcuu  mis  servicios  en  el  espacio  de  medio  sítalo 
de  lucÉia  j  <)e  trabajo  en  (|ut!  todus  (Vamos  combutíeiites  y 
cola  Im)  rudo  res.  sino  como  un  testirnonln  de  que  el  sentimiento 
solidario  ilel  bíen  pübliro  que  guió  y  que  inspiró  todas  mis 
acciones  en  el  íioliierno.  es  lo  que  me  liace  vivir  aún  en  la 
memoria  de  mis  conciudadanos,  con  cuyos  intereses  perina- 
oenles  de  lodos  los  tiempos  procuré  siempre  ídentificarrae. 

1^  uhra  ea  el  pasado  ba  sido  dt;  lodos,  porque  sín  el 
cuiistíjo  de  los  bombres  ile  buena  voluntad  que  me  lian 
acompañado  en  la  Urea,  y  sin  e)  concurso  del  pueblo  en 
masa,  nada  babria  podido  liacer  yo  solo  para  establecer  un 
orden  de  cosas  duradero,  contribuyeudo  á  formar  la  con- 
ciencia pi'ibtira.  que  es  In  que  imprime  su  carácter  moral  á 
pueblo»  y  (Gobiernos. 

Kl   iiJeal  de  un    pueblo   bíen  constituido  es    el   equdibrio 
estable  entre  la  libertad  y  la  autoridad,  de  manera  que  pue 
blo  y  Gobierno  formen  un  conjunto  armónico,  que   ambos 
concurran  á  la  normal i¡ui,c ion  del  orden  y  su  doble  y  fecun- 
da acción  se  prolongue  en  el  futuro. 

De  uno  de  los  resultados  que  nos  acerca  á  la  realización 
de  ese  irleal,  me  ba  locado  la  fortuna  de  ser  agente:  ul 
inauííurar  la  era  de  los  gobernantes  responsables,  que  des- 
pués de  cumplir  su  mandato  pueden  continuar  viviendo  pa- 
rJñcamente  en  su  pais  al  amparo  de  sus  leyes,  para  ser 
juzgados  con  etiuidad  por  el  pueblo  según  sus  méritos,  y  aun 
perdonados  sus  errores  en  honor  de  las  rectas  intenciones, 
en  vez  de  pei-seguirlus  como  en  otros  tiempos. 

Antes,  los  mandatarios  supremos  eran  condenados  al  os- 
tracismo ó  á.  la  mtierle,  y  se  les  negaba,  como  á  Kivadavía. 
basta  el  fuego  y  el  agua  ea  la  tierra  de  lu  Patria. 

Hoy  el  pueblo  despide  con  afecto  á  un  ciudadano  que  fué 
8U  mandatario,  que  va  á  ausentarse  por  algún  tiempo  de  su 
país,  confundiendo  sus  aspiraciones  y  sus  esperanzas  en  un 
..abraio  de  generosa  simpatía. 

Por  esto  decía  que  babfamós  alcanzado  días  más  felices 
que  los  que  tocaron  en  lote  á  nuestros  graniles  antecesores» 


a» 


ipie  oo  k^isaron  ni  aun  \Ím  Ift  ntampmum.  «le  ia  p<H>t 
eofU'                     '  han  >  •'spMnr   en  «i  ^rpntorn 

honit •....,*    ...  '*"  la  j ,.  ..^iiuna- 

Tal  «a  la  .ció»  ifue   'loy  j   i»li*   odo^   ademán  úttí 

i|up  ta  benpvolenria  <ie  taw  eanrmiiaiüinait  ba  npicndo  «far- 
Ift,  y  él    M  ••fia  'juit  rti  óilln  (tnrwnmitií  ite  lu  •>■  :  ■ 

í»l<»r:i  7    1  •f'nropf^mia  «i  iraifliini.   rt*  la    ley    > 

las  ilmnuvr^aiF.  y  que  nu  tuiy  ^xito  insyor  coran  muy  búa 
araba  rl<*  ilecirse.  q^e  la  .xpmboetria  iim*  ««  ioMpira  en  ta 
moral  pública  ;r  «n  «1  deber  ttomptiila 

En  (irf*w!nria  de  fata  hermfwa  espectácnla  mcuenlu  la» 
pAlubrui  Hp  un  viajam  que.  dntpuéü  «I»  rerurrar  ai  uiuuflcK 
decía  que  lo  úbíb»  qpe  haMft  a^reniliitoerai  amaraiáa  &9tt 
PUría.  raroneiKln4Ma  cm»  ettb. 

To  no  neresitn  anflentumie  país  aawr  máa  á  la  aiíu.  En 
pKt  «-im  mi  paÍH.  cnn  simpatía  t\  ümtituil  pora  Lod»»  -m 

st'         '-  -Kidier  puedo  dar  á  *JMÍB»  aU  adíA»  á  la  9<)uiiir« 

fi>  'leim  hapa  k»  auiyiaiíai  iM  p^hiatBfma. 

Sle  anima  I*  fraa  iripiiri— n  4k  ^phl  al  lapaau  &  lu  Cía- 
n»  aatal.w!>  HuAHa  dÑipada 
«nCnrbíBa  aiieatm  fcuii— te  l^piinK,  f 
fcab»  baa&a  donde  ea  paaAfa;  h» 
hm  aripítiCñinH  ;  de  inrfas  lo»  que  en  tUa  rárea    al 
de  !4tiM  lejas  hiiapüiÉiiiiiii   paaqaK  «i 
ee  ser  MfiK»  ea  d^pi»  (k  aer  ttn^y  4 
mno^  eon  eqniílMl  f  can  jiaHwii 

CompveiHlo»  ii  Üiwii  i.  qa»  ladto  aaaato  he  ünha  «s 
en  priwiMia  di»  laiBüa  graaAaM  anaShatacito  t 
nei  enoasaia  ouKwao   ifoa  ai 
scntínñeat»  hitinaa  qiaa  laaa  ftada  bm  aer  en  «ata 

■hlmi  <— ^a  iipiiMi  mk  ptaiw^  y 
paraldtohMsr 
r  la»  sdla  paaih 

aarft  al  lad»  M  pwftéa.  &  «»■  a»  debo..  7  A 


wtas 


defaa 


—  «0  — 


Proclama  de  ta  Junta  Revolucionaria,  presidida  por  al  Dr.  Leandro 
N.  AIem,  el  26  de  Julio  de  1890,  seguida  de  otros  documentos 
que  complementan  el  periodo  revolucionario  de  dicho  ano. 

A¡  pueblo  fié  la  República: 
Coiiocetuos  y  medimos  las  responsabilidades  que  asumimos 
ante  el  pueblo  de  la  \ación;  hemos  pensado  eu  los  sacrifi- 
cios que  demanda  movimiento  en  el  que  se  compromete  la 
tranquilid.'id  pública  y  la  vida  misma  de  muchos  de  nuestros 
conciudadanos:  pero  el  consejo  de  patriotas  ilustres,  de  los 
grandes  varones,  de  homhre.s  de  bien  de  todas  las  ela.se8  so- 
ciales, de  todos  los  partidos,  el  voto  unánime  de  las  Provin- 
cias oprimidas  y  hasta  el  sentimiento  de  los  residentes  ex- 
tranjeros, nos  empuja  &  la  acción  y  sabemos  que  la  opinión 
pública  bendice  y  aclama  nuestro  esfuerzo,  sean  cuales  fue- 
ren los  sacrificios  quv  d^^mande. 

El  movimiento  revolucionario  de  este  día  no  es  la  obra  de 
un  partido  político.  Esencialmente  popular  é  impersonal,  no 
obedetíe  ni  responde  á  las  ambiciones  de  círculo  ú  hombre 
público  alguno.  No  derrocamos  el  (iobíerno  para  reitarar 
hombros  y  .sustituirlos  en  el  mando:  lo  derrocamas  poríiuc 
no  existe  en  la  Torma  constitucional;  lo  derrocamos  para  de- 
volverlo á  liti  úp  qup  el  pueblo  lo  ronsUtuya  sobre  la  l>ase 
de  la  voluntad  nacional  y  con  la  dignidad  de  otros  tiempos, 
destruyendo  esta  ignominiosa  oligarquía  de  advenedizos  que 
ha  deshonrado  ante  propios  y  extrafios  la»  instituciones  de 
la  República. 

Gl  único  autor  de  esta  revolución,  de  este  movimiento  sin 
caudillo,  profunda  mente  nacional,  larga,  impacientemente  espe- 
rada, es  el  pueblo  de  Buenos  Aires  qne.  fiel  á  sus  tradiciones, 
reproduce  en  la  hisloria  una  nueva  evolución  regeneradora 
que  esperalran  anhelosas  todas  las  provincias  argentinas. 

El  ejército  nacional  comparte  con  el  pueblo  las  glorias  de 
este  día;  sus  armas  se  alzan  ¡(ara  garantir  el  ejercicio  de  las 
insLitucíones.  El  soldado  argentino  es  hoy  día  como  siempre 
el  defensor  del  pueblo,  la  columna  mAs  firme  de  la  Consti- 
tución, la  garantía  snlidii  ile  la  paz  y  de  la  libertad  de  la 
Kcpública.  La  Constitución  es  la  ley  suprema  de  la  Nación, 
es  tanto  como  la  bandera,  y  el  soldado  argentino  que  la  de- 
jara perecer  sin  prestarte  su   brazo,  alegando  la  obediencia 


—  «70  - 

pasiva,  no  seria  un  ciudadano  armado  d(!  tin  pueblo  libre 
KÍnij  el  instrumento  ó  el  cómplice  de  un  dé&polu. 

El  ejérrito  no  mancha  8U  bandera  ni  su  honor  militar,  ni 
mi  bravura,  ni  su  fama  en  un  moltn  do  cuartel.  Los  solda- 
das, sus  oficiales,  sus  jefes  han  debido  cooperar,  han  coope- 
riHÍo  k  esle  miivimiento  porque  la  cauKu  del  pueblo  es  la  causa 
Ú9  lodos;  es  la  causa  de  los  ciudadanos  y  fiel  ejército,  por- 
que la  Pídria  está  en  peligro  (N*  perecer,  y  porque  es  nece- 
tíario  salvarla  de  la  catástrofe. 

Su  intervención  contemlrá  la  anarquía^  impedirá  desórde- 
nes, ^ranlizarú  la  paz.  Ks  8U  misión  conslituciorial.  y  no 
la  tarea  obscura  y  poco  honrosa  de  servir  de  genrlarmería 
urbana  para  sofocar  las  lihertudes  pt'iblieas. 

KI  período  de  la  revolución  será  translLorio  y  breve;  no 
durará  sino  el  tiempo  indispensable  para  que  el  país  orga- 
nice constihicionalmente  el  gobierno  revolucionario  y  se  efec- 
túe la  elección  de  tal  manera  que  no  se  suscite  ni  la  sospe- 
cha de  que  la  voltiidatl  nacinnal  haya  podido  ser  sorprendida, 
subyufiada  ó  defraudada.  Kl  elegido  para  el  mando  supremo 
de  la  Nación  será  el  ciudadano  que  cueute  con  mayoría  líe 
sufragios  en  comicios  pacíficos  y  libres,  y  únicamente  que- 
darán excluidos,  Romo  cainiidalns.  los  miembros  del  Gobierno 
revolucionario  que  espontátieumenle  idVt'CL'n  al  país  csla  ga- 
rantía de  su  imparcialidad  y  la  pureza  de  sus  projtósitos. 

Por  1«  Jaula  Rerohiflokwia; 

T^indiv  iV.  AletM.  —  A.  del  Valle. — 
.V.  Deiiiftrfa.  —  At.  <imfp.nn.  — Junn 
Joxé  Homero.  -    Ijitcio  V.  lApes. 


OECRETO   OFX  ÍIOBIERNO   REVOLUCIONA  BIO 

Ba<>nOii  Air<H>,  '2h  «le  Jiilin  de  1H90. 


Rt  fíohirrno  revolucionario 


dkcheta: 


Artículo  1.'  Movilízase  la  Guardia  Nacional  de  la  Capital. 

Arl.  í.'  He  los  ciudadanos  que  se  encuenlri»u  actualmente 

en  el  par<[ue  de  artillería,  se  formarán  dos  batallones,  el  pri- 


-  «71  — 

mero  bajo  el  mando  del  Comandanle  Joaquín  Montaña,  y  el 
sf^undo  bajo  el  mando  del  ciudadano  Pedro  Campos. 

Art.  ■^."  Ni'mibrase  á."  Jefe  del  I."  batallón  al  Sargento  Mayor 
Doniinjro  Kebuciún,  y  2/  Jefe  del  S.*  batallón  al  Capitán  Xi- 
colás  Mcntndez. 

ArL  i."  Pulilí(|iii!Ke  etr. 

LejInuro  N.  Alcm. 

Miguel  Gonetta.—JuaH  Jotré  Homero. 


OTHO  ORGRETO  D£l.  liOBlKK.VO  HKVOU'CJOXARin 

Únenos  Airpii,  Jfl  ilr  Jnlío  dn  l(íW). 
Sí  Otibiento  rccoliiciotutrio 

dkcketa: 

Arlfrulo  I."  Xónibraí^e  Jefe  de  Policfa  de  la  Capital  al  ríu- 
dano  Hipólito  Irígoyen. 
Art.  "ir  Pubtiquese.  etc. 

LKAKono  N.  Alkm. 

Miguel  fíoyena. —  Jitan  José  Homero, 


NOTA  DEL  (tK.VRRAI.  MaNLEI.  J.  CaHPOB  AL  I)R.  L.KANDRO  N.  ALEM, 
KXI'OMRXnO  LA  SITUACIÓN  DB  LOS  RELIOEIUNTIM 


Hoenoií  Aires,  Julio  38  ilc  1H90. 

At  señor  Prcaifí^nle  tte  la  Junta  rerolticiotutria,  Dr.  D.  Leandro 
X  Atem: 

Ten^o  el  honor  de  diripipine  A  V.  R.  cuiiiplíendo  los  die- 
tadoA  de  mi  eoiiciencia  como  soldado  y  como  huiiibre  hon- 
rado, eomnnÍcA.nrínIe  cuál  es  nuestra  situación  actual  así 
romo  las  nuinicioneí;  eon  que  contamos,  para  que  V.  E.  y 
loH  deiiiñs  miemtiros  del  (Toliierno  puedan  penetrarse  de  ella 
j  resolver  lo  que  en  conciencia  mejor  estime. 

La  fuei-za  de  línea  que  nos  ha  acompañado  en  este  movi- 
miento tiene  en  sus  earlucheras  noventa  tiros  próximamente: 


—  27Í 


loá  biUlloiif?  fonniftos  por  los  ritidatlaiios  de  la  Unión  Cívica 
«stin  á  cinco  tiros,  y  teitemos  un  depósito  de  munición,  en  el 
Parque,  de  úO.OOO  irápsula-s  cargadas. 

V.  E^  mejor  que  yo,  sabe  los  esfuerzos  que  se  han  heclio 
eti  el  comercio  de  esU  plaza  para  conseguir  municiones  que 
desde  el  primer  momento  s^ilicitr  con  ur^ucia,  y  cuan  infruc- 
tw>sas  han  sido  las  gestiones  hechas  por  las  personas  en- 
cartadas de  dar  cumplimiento  á  esta  comisión. 

Sn  esta  situación  es  mi  opinión: 

í'.  Que  llevar  un  ataque  sKbre  e]  enemigo  sería  un  esfuerzo 
aveutumdo.  {>orque  aun  cuaudo  creo  que  lo  desalojaríamos 
de  sus  posiciones  de  la  Plaza  de  la  Libertad,  allí  se  nos  aca- 
Ixirá  la  munición. 

9".  Que  podríamos  mantenernos  á  la  defensiva  y  rechazar 
ron  éxito  cualquier  fuerza  de  ataque;  pero  en  pocas  horas 
de  combate  recio,  se  a^otaríu  igualmente  la  munición. 

Asi  pensando,  creí  que  era  de  urente  necesidad  que  los 
señores  Jefes  y  Comandantes  de  cuerpo  fueran  convocados  h 
una  Junta  de  Guerra  para  hacerles  conocer'  nuestra  venladcra 
situación:  y  habiendo  tenido  lu^ar  ésta,  declaró  que  nn  era 
posible  hacer  otra  cosa  que  lo  anteriormente  indicado  por 
mí.  lo  que  cumple  á  mi  delwr  comunicar  á  V.  E.  &  fin  de 
que  proceda  como  crea  conveniente. 

En  los  diversos  ataques  que  el  enemigo  nos  ha  traído,  é] 
ha  sido  vicloriosamente  rechazado  en  toda  la  línea  |tor  nues- 
tras tropas,  habiendo  nosotros  [>erdÍdo  en  ellos  el  Coronel 
Julio  Campos.  Capitán  Roldan.  Teniente  Layera  y  do»  ofi- 
ciales, cuyo  nombre  no  recuerdo  en  este  momento,  varios 
«ticiales  lieridos  que,  incluidos  á  los  de  la  tnipa  y  ciudada- 
nos, hacen  un  total  de  180  heridos  y  23  muerto.**.  Hemos  pe- 
cogido  ademán  di}  heridos  y  varios  muertos  del  enemigo. 

Rl  espíritu  de  la  tropa  es  de  todo  punto  recomendable,  y 
busla  á  sijfnificarlo  el  hecho  de  que,  durante  los  cuatro  dfaa 
transcurridos,  no  hemos  tenido  ningún  desertor;  y  respecto 
de  los  ciudadanos,  es  de  todos  conocida  la  espontaneidad  j  de- 
cisión con  que  se  han  presentado  á  tomar  las  armas,  así  como 
el  valor  con  que  se  han  balido. 

Es,  pues,  urgente  (|ue  ta  Junta  revolucionaria,  penetrada 
de  cuanto  dejo  expuesto,  resuelva  lo  que  crea  conveniente. 

Dios  guarde  A  V.  E. 

lliHueL  J.  Caiir*a. 


--  273  - 


Nota  pasada  k  la  Juin-A  Rrvovucio.saiua  por  eu  docto» 
Bekjamin  ViCTomcA,  rl  29  un  Julio. 

S«ñtíres: 

La  gravedad  del  inomeiilo  impulsa  á  atrepellar  por  loda 
consideración  y  aun  por  la  más  terrible  de  ny  ser  escuchado 
y  k  arrojarse  ea  medio  délos  combulieiiles  para  pedirle»,  en 
nombre  de  la  Patria  y  de  la  humanidad,  ta  suspensión  de  la 
lucha,  hasta  encontrar  bases  honorables  que  la  hu;rati  cesar 
del  lo<Io,  restableciendo  el  imperio  del  orden  y  de  las  leye«. 

Disputólo  hasta  &  arrojar  mi  vida  entera  á  la  hoguera  de  la 
discordia,  si  fuese  necesario  para  apagarla,  no  vacilo  en  ofre- 
cerme en  compañía  de  los  ciudadanos  más  respetables  que 
se  indiquen,  para  constituir  una  Comisión  mediadorn  que  se 
ocupe  inmediiitanienle  en  arbitrar  bases  de  arreglo  que  sal- 
ven el  decoro  de  los  conibalietdi>s,  pues  al  fín  la  lucha  es 
entre  Itermanos  y  está  comprometiendo  la  suerte  del  país  en 
calamidades  inauditas  cuando  se  ha  het^ho  ilel  centro  de 
nuestra  gran  Capital  el  campo  yermo  y  sangriento  del  com- 
bate, y  los  poderosos  proyectiles  que  se  lanzan  los  eucmigw 
argentinos  contra  argentinos,  hermanos  contra  hermano»,  el 
ejército  entre  sí,  caen  sobre  los  edificios  y  despedazan  á  las 
mujeres,  i  los  ancianos  y  ñ  los  niños,  hasta  haberse  presen- 
ciado la  estupenda  barbaridttrl  del  homltardeo,  condenable 
aun    respwlo  de  no  enemigo  extranjero. 

Esta  gran  ciudad,  nue&Iro  lujo,  nuestra  Joya,  nuestra  ríque- 
M.  es  hoy  el  corazón  y  la  cubewi  de  la  Uepública  que  lodos 
respetamos.  Hozas  mismo,  prefírientlo  en  IKól.  una  batalla 
cam)>al  antes  que  encerrarse  con  sus  infanterias  y  artdlería 
dentro  de  ella,  como  se  lo  aconsejaba  el  mejor  de  sus  ge- 
nerales: Urquiza  en  ISóO llegando  sobre  sussubuibins  co»  ua 
ejército  vencedor  sacrificando  \n  victoria  fácil,  á  su  juicio, 
antes  de  cargar  con  la  responsabilidad  de  los  desórdenes 
consiguientes  á  tin  combate  en  las  calles  de  la  hermosa  ) 
populosa  Ciudad;  Mitre  sometiéndose  eu  iSSOcou  numerosas 
fuersas,  prefirió  esa  responsabilidad  militar  en  la  grande/a 
de  su  ánimo  á  la  tremenda  del  ¡-aqueo,  ilel  iitceridio  y  de 
todos  los  desórdenes  posibles  en  un  gran  centro  de  pobla- 
ción. Cuando  los'  encargados  de  mantener  el  orden  Inch.'iti 
como  fieras  en  su  recinto,  Rozas.   Urquizti.   Mitre  salvaron 


flBAttiu*  Abouitiwi  -.    Ttiawi   f  F. 


U 


374 


íncótum»  los  respetos  sagrados  que  merece  i  lo«  argenUnos 
ja  gran  Capital  del  Sud. 

Sé  que  «e  ha  aprovechado  la  tregua.   de«pDé«  del  largo  j-\ 
reñido  combate,  para  aglomerar  Tuenca»  de  una  y  otra  parle: 
todo  ello  eii  pura  pérdida  para  la  Patria,  cujra    fí^ra  ma- 
jestuosa velan  las  |iasiones  de  loti  corazones  exlraviadus  para 
causar  m  mine,  inrocando  empero  ku  santo  nombre. 

Sabéis  ruánio  pueble  H  \alof  argentino:  todo  se  consumirá 
en  el  frasear  de  la  lucha  rralrícida:  nuestro  ejército,  lo  mejor 
de  Duefttra  bizarra   oficialidad:  nuestros   mejores  elemento»- 1 
con  que  la  cnnlátiaiiiníí  para  defensa  A  integridad  nacional;  la 
sangre  argentina  correrá  á  torrentes,  r  en  el  fii€go  ominoso^ 
do  la  Inrtia  se  consumirá  frenética  nuestra  brillante  juventud^ 
la  parte  príiicípal  de  nuestro  ejértito.  divididos  por  las  fon- 
tá>;ltca8    diverin*nciat(    que  subieran  el    palríolisnio  de    los- 
h/'rocs. 

Colocad  la  victoria  ^bre  cualquiera  de  los  combatientes  y 
medilad:  el  horror,  la  responsabilidad  de  las  calamidades  de 
la  Patrie,  manchado  el  laurel  de  la  victoria,  horrible  laurel 
que  no  puede  colocarle  puro  i>obre  la  frente  del  vencedor  y 
que  ennegreciera  la  historia  con  la  reprolmrión  de  hechos 
imprevistos  y  espantables. 

He  sido  actor  en  todas  las  luchas  recordadas  en  más  de 
cuarenta  años  de  servicios  &  mí  Patria,  y  jamás  mi  corazón 
ha  sufrido  tanto. 

¡Qité'.  ¿Ouninte  la  era  constitucional  iniciada  en  ISTií,  ho- 
rnos retrogradada  á  las  épocas'  embrionariatí  del  año  3(IT 
¿QniéM  rale  tanto  coma  twt  mina»  y  catamiánties  que  hoy  m 
ttexenwdetifiH  ¡tchre  loa  mó*  rüates  m/crewit  y  nobre  ía  ¡/mn- 
drza  de  la  Patria? 

Pero,  basta:  haría  ofensa  al  corazón  argentino  de  los  Jefes 
de  la  lucha. 

I.ns  propósitos  de  estn  misiva  han  sido  también  manifes- 
tados íi  Ins  auloríduHps  nacionales,  las  que  los  han  lomado 
en  consideración  desde  que  permiten  el  acceso  al  campo 
donde  ustedes  inipernn. 

Kspero  ansidsn  niia  respuesta:  ésta  conninverá  el  corazón 
dnloridn  tli>  tndu  ciudadano  hohesto  y  que  ame  á  su  Piitri.i 
sobre  loflas  Ins  cosas  de  la  tierra. 

VilOHlni  roMciudadiino. 

BesjauIs  VicTORirju 


—  275  - 


Ma.sihekto  riK  la  Junta  Kkvoll'cionaria,  uel  á9  pe  Jcuo 

At  pueblo  líe  la  líepitblicn: 

{ji  nota  del  scñnr  (íeniTal  Manuel  Campos.  Jefe  de  las 
fuerzas  revolucinnarias  que  se  publica  á  Pontinuaei6ri,  explica 
las  rausas  ijue  nos  han  oblí^do  á  aceplar  la  mediación  ofre- 
rida  por  los  señores  doctorefi  Luís  Saens  Ptfta  y  Benjamín 
Victoricu  y  Ioh  señores  Francisco  B.  Madero  y  Ernesto  Torn- 
quial.  La  escasa  existencia  de  municione»  (jue  sólo  noB  hubiera 
permitido  prolongar  pnr  pocas  horas  el  combate,  sólo  nos 
habría  dado  por  resultado  nuevos  derramamientos  de  sangre 
de  soldados  y  ciudadanos  .sin  ventaja  aljíuna  para  el  íxilo 
de  la  causa  revolucionaria. 

La  revolución  había  recibido  ¡iifurmes  qne  merecieron  en- 
tera fe  sobre  la  existencia  necesaria  de  municiones  en  el 
Par(|ue  ile  Artillería  siificietite  |>ara  favorecer  el  número  in- 
menso de  ciudadanos  que  debían  concurrir  á  armarse,  y  á 
quienes  fuA  imposible  dotar  de  mutiicioueH  para  llevar  ade- 
laute  la  acción  ofensiva  y  decisiva  de  la  revolución.  En  esta 
situación,  la  Junta  Revolucionaria  hizo  todos  los  esfuerzos 
posibles  para  conseguírlaij  en  la  Ciudad,  pero  esos  esfuerzos 
bao  sido  infructuosos. 

No  se  oculta  á  la  Junta  la  observación  que  podría  hacerse 
por  haber  pactado  el  día  ¿7  uu  armisticio  que  proporcionaría 
al  Poder  Oficial  el  medio  de  obtener  elementos  del  interior, 
pero  cumple  su  deber  declarando  que,  si  ese  armisticio  se 
convino.  H  litvo  ¡rar  objeto  el  dar  sepultura  á  sus  muertos 
y  el  alender  &  la  asistencia  de  los  heridos,  y  tuvo  también  como 
propósito  culminante  el  dar  tiempo  íi  aumentar  la  provisión 
de  municiones  y  A  que  licitasen  los  elementos  populares  de 
los  pueblos  inmediatos  á  la  Capital,  que  se  le  ofrecían  h  cada 
instante  por  ciudadanos  espectables  y  decididos;  por  la  causa 
nacional. 

1ji  Junta  Revolucionaria  se  abstiene  de  eidrar  eu  otras  con- 
sideraeioues.  dadas  las  condiciones  del  estado  de  sitio  que 
le  impiden  ser  más  esplfcilas.  y  espera  sólo  el  momento  de 
que  esa  silnacióu  anormal  iles:iparezca  para  hacer  píiblicos 
con  el  desarrolh»  necesario  los  infaustos  motivos  que  la  han 
obligado  á  proceder  en  la  forma  que  establei;en  las  bases 
convenidas  por  la  Comisión  mediadora. 


—  376  - . 

La  Junta,  al  lenninar  este  nianifleslo.  puniple  con  «I  alio 
deber  de  manifestar  su  agradecimiento  i'i  los  scflores  Jefes 
y  Oficiales  del  Kjército  y  Armadu,  asi  como  á  los  nobles  sol- 
dados que  se  han  .iso(;jado  ií  los  numerosos  ciudadanos  argen- 
tinos que  han  concurrido  con.  sus  virtudes  cívicas  y  su  esfuerzo 
personal  á  la  causn  de  la  revnhicíi^n. 

Por  U  JksU  ItevoJiwieMriB; 

Jjeantiro  JV.  Alem — A.  del  Valle  — 
M.  Demaría  —  Af.  Goyena  —  Jofté 
María  Romero      ímcío  V.  iJipet. 

BaonoB  Aires,  Jalio  39  d«  1890. 


Bases  fijadas  poh  la  Comisión  mbouumra  r  aceptada»  por 
LA  Junta  Rüvolüoionaria  paeu  poxvstéruino  Á.  i.a  rkvo- 

LUCIÓN. 

1."  No  se  seguirá  juicio  ni  procedimiento  de  ninp:una  espe- 
cie contra  los  que  hayan  tomado  parte  en  el  movimiento  re- 
volucionario, sean  mUitares  6  civiles. 

2."  Los  cuerpos  de  linea  que  haynn  tomndo  parle  en  la 
revolución  serán  conducidos  por  sus  Jefes  y  Oliciales  ík  sus 
respectivos  alojamientos,  <piedando  dichos  cuerpos  desde  ese 
momento  á  las  órdenes  del  Gobierno. 

3."  Los  Jefes  y  Oüriales  y  tropa  de  la  .armada  ijueilan  en 
igual  condición  que  el  fjórcito  de  ticrrii.  Kl  Jefe  de  rada 
buque  liará  entrega  á  la  i>ersona  que  designe  el  Oobienio. 

4/  Los  ciudadanos  armados  dejarán  sus  armas  en  el  Parque 
y  se  disolverán  pacíficamente. 

5."  IjOs  cadetes  volverán  á  ser  admitidos  en  sus  respectivas 
escuelas. 

íienjamtn  Victoricn  —  Tmís  Saens 
Peíta  —  Francittco  Maíkro  —  Er- 
neiílo  Tornquist. 

Bannos  Airus  á9  de  Julio  de    IS90. 


-977  - 


LRENOA  PHOXÜ.VCUDA  POR  El.  DOírTOR  ÜEL  \aLLE.  EK  LAPLAZA 
LaVALLE,  al  LiriENCIAII  LAS  Ft.EHZAH  DEL  EJ^RI^ITIl  gl'E  T(l- 
UARON    PARTE    EN     LA    HEVOLL'CIÓ.V. 

iSoldndoK! 

Hace  diez  ailos  (|ue  Ioitk»  parte  cii  la  vida  política  de  nues- 
tra país,  y  he  combatido  siempre  en  la  Cámara  y  en  la  preoiia 
por  la  libertad. 

Vosotros,  valerosos  soldados  que  habéis  loiuadü  parle  en 
este  in(>\ ¡miento  revoliK'iiinui'ítf.  lialu'Ls  peleado  lii'n'iicanii'nle 
como  combate  el  soldada  argentino. 

La  (gratitud  del   pueblo  serfi  eterna  para  vosotros. 

Cada  soldado  que  eala  lierido  A  muerto  era  una  herida  para 
mi  corazón,  porque  estando  á  las  órdenes  del  Gobierno,  os 
habéis  imido  voluntnriumenle  al  pueblo  para  defender  sus 
derechos. 

Nuestra  victoria  hace  honor  h  los  ciudadano»  y  soldado» 
que  han  lomado  parte  en   la  contienda. 

La  falta  de  municiones  nos  obliga  k  dejar  las  arma&,  ya  que 
la  dirección  superior  no  podía  (>ermitir  que  vosotros  y  los 
voluntarios  se  hicieran  matar  sin  poderse  defender. 

Volved  á  vuestros  cuarteles  y  recordad  que  lo  primertique 
de!>e  reinar  eti   lodo  soldado,  es  el  orden  y  la    disciplina. 

Os  doy  mi  palabra  de  honor  de  que  jl  nadie  se  hará  daño 
alguno,  y  en  nombre  del  pueblo  os  doy  gracias  por  la  ayuda 
que  le   habéis  prestado. 


Sesión  del  6  de  Agosto  de  1890,  en  el  Congreso  Nacional,  constituido 
en  Asamblea,  en  la  que  se  consideró  la  renuncia  á  la  Presidencia, 
presentada  por  el  doctor  Miguel  Juárez  Celman. 


PBBSntENCLt      nEL    OENERAL    ttOI.A 

En  Buenos  Aires,  á  seis  de  Agosto  de  mil  ochocientos  no- 
venta, reunidos  en  la  Sala  de  Sesiones,  el  señor  Presidente  y 
los  señores  Senadores  y  Diputado.s  al  margen  inscriptos,  con 
inasistencia  de  los  señores  Senadores   Nou^^s,   Rodríguez 


■:_  278  — 

<1L  F.i  HoJÉS,  T«^  r  Zapata,  y  los  aehons  Diputados  Barra- 
xa,  Boech,  Campillo,  DoBlnguex  (Cu  Ma^oasco.  Mallea.  Meo- 
doia.  Noraro.  Obligado.  Panrio.  Pelle^im.  Rodríguez.  Rueda, 
Sarmieoto.  Tapia,  Tejerina,  Torres  (G.J,  Yarda  Orliz,  Vidria, 
VQlagra,  VUtanuera  y  Zapata. 

Sr.  PitBJJtmle,  -  Se  ha  reciludo  un  ptiego  dd  seflor  Presi- 
dente de  la  República,  dirigido  á  la  Asanblea;  j  es  coa  el 
objeto  de  considerarlo,  que  ésta  se  ha  convocado. 

Ta  i  dar  lectura  de  éi  el  setor  Secretario. 


Al  MNum&lc  (hmgnm  dé  la  JbeML- 

He  desempe&ado  durante  cuatro  afios  el  carpo  de  Presidente 
de  la  República  coa  lealtad  x  patriotismo,  y  babfa  consagrado 
lodo  nii  espíritu  y  lodos  aÜB  anhehw  i  niejorar  la  difícil  si- 
tuación financiera  porque  atrariesa  el  pais.  insptrindome  en 
los  más  elevador  sentimienlos  de  bicoestar  coniüu  r  escu- 
chando el  coa.4ejo  de  los  primeros  boMbres  de  la  Nación, 
cuando  un  moiiD  de  envtel  ha  eoaaacreotado  las  calles  de 
la  Capital  y  Heoado  de  dolor  al  pnefalo  arimitino  que  des- 
cansaba tranquilo  en  la  seguridad  de  sus  altos  dedtiuos. 
crcfeudo  que  había  proscripto  para  siempre  de  su  historia 
estos  medíoá  criminales  de  realizar  rero1uciooe$  poUticaa  y 
contraponer  ambidoaes  de  circulo  ó  partido. 

El  motlo  lia  sido  vencido  y  una  amnisUa  iceneral  y  abso- 
luta ha  amparado  con  el  olvido  á  sus  autores;  y.  para  sellar 
más  eficaxmente  mis  siaceros  propósitos  ile  fraternidad  na- 
eionaü  y  afirmar  mi  polftim  ia^ersonal  de  generosa  toleran* 
cía  y  amplia  libertad,  he  invitado  i  los  bombees  respetables 
y  r^tresentativos  i  formar  parte  dei  GobieriKk,  buscando  el 
concurso  de  sos  talealos,  de  su  experienda  y  de  ^u  patrio- 
tismo. 
Mis  nobles  esfiwrzos  han  sido  inútiles. 
La    República  tieue   grandes  compromisos    de  h^nor    que 
cumplir  en  et  exterior,  y  en  el  interior  uua  obnt  niteligente 
j  laborioea  de  administractóu  y  de  política  que  no  se  puede 
retardar 

Dejo  4  otros  la  tarea,  confiando  en  que  «ef4n  mka  feliees 
que  yo.  y  presento  i  Tuestra  Honorabilidad  la  reooncta  del 
cargo  de  Presidente  de  la  N'ación.  haciendo  con  uiliifnitiflu 


—  179  — 

•«1  sacriliüio  de  mí  persona  al  íiiüptrarme  en  los  grandes  inle- 
reses  del  país. 

No  es  el  momento  de  üisculJr  los  actos  de  mi  tíohíern», 
pero  por  mi  parte  descanso  seg^o  en  la  justicia  de  los  hom- 
bres, cuando  se  hayan  apagado  las  pasiones  encendidas  y  se 
pueda  juz^íarme  con  ánimo  tranquilo  y  levantado. 

Dios  guarilv  ú   Vuestra   Honorabilidad. 

M.  Juárez  Celman. 

Sr.  Fitmidante.  —  La  Honorable  Asamblea  decidirá  sí  se  trata 
■«ata  renuncia  sobret>ibIas  ó  si  se  nombra  una  Comisión. 
Sr.  Bocha.—  Hago  moción  para  que  se  trate  sobre  labias. 

—Apoyado. 

Sr.  Presidente,—  Se  votará  si  se  trata  ó  no  sobre  tablas. 
— ásl  fvi  bHC«  y  resulu  aSrmatívn. 


Sr.  PreKiíífítite.  —  Kslii  en  distrusión. 

5r.  0/iHiírfo.  —  Pido  lu  palabra. 

Deseo  que  mi  i'otu  conste  pur  la  nepativa  reH[>ecto  á  esta 
renuncia,  ahorrándome  dar  las  razones  en  que  la  fundo  por 
«.'Oiísidcraciones  de  palríotísnio  y  de  prudencia  puUticas,  en 
las  circunstancias  solemne^í  porque  atravesamos. 

Sr.  Purera.  —  Quiero  que  conste  mi  voto  tambi^ui.  Me  ad- 
hiero cnrnpletamente  á  los  sentimientos  que  ar^ba  de  mani- 
feslar  d  señor  Diputado. 

Por  lo  tanto,  ]>ido  que  conste  mi  voto  en  contra  de  esta 
renuncia 

Sr.  fjagoi*.  —  Quo  sea  nominal  la  votación. 

-"Apoyurto. 

Sr.  PttitidenUí.  —  Se  votará  si  ha  de  ser  nominal  ó  no  la 
votación. 

Sr.  ManffiUa.  —  Pido  la  palabra. 

Deseo  saber  si  el  hecho  de  ser  una  votación  de  esta  tras- 
cendencia nominal,  exime  á  los  miembros  de  esta  Asamblea 
á  maniafettlar  verbaUneole  las  razones  del  voto  que  deben  dar 
en  consecuencia. 


Varios  ncftorfn  Senadorfii  jf  IHputado9.  —  No. 

Sr.  Mnrmiltn.    -  jíPucdci  entonces  Tiinrlar  mi  voló"? 

Sr.  Presidente.—  Ya  creo  í|iie  sf. 

Sr.  MttnsiUa.  -  Bien,  seflor  Prosidente.  Un  hombre  de  Kran 
experiencia  política,  que  asistii)  iltirnnle  sesenla  y  cinco  anos 
á  toda£  ta.'í  tr.'inKfoimaciúneft  th  lodos  Ioí;  Estados  europeos, 
dijo  en  aljírin  momenlo  Kolemne  de  su  vida:  ¡tout  arrive' 
(Todo  llega». 

Hemos  llegado,  piiet;,  á  uno  de  esos  moinentus  eti  que  se 
cumple  la  palabra  del  ijue  sólo  creía  en  el  éxilo  y  en  la 
fortuna.  Monsieur  de  Talleyrand.  aquel  que  al  morir  sólo 
merecía  de  la  Francia  eslas  palabras:  ■  Ayer  lia  dejado  de 
e.vifitir  el  traidor,  elegante  y  á  la  moda,  monsieur  de  Ta- 
lleyrand. » 

Es  la  primera  vez  que  el  pueblo  argenlino.  legítimamente 
reprLísenladn.  se  reúne  para  lomar  en  ronslderaciíin  la  re- 
nuncia del  [)rimer  magistrado  de  la  República. 

No  es  la  primera  vez  que  los  revolucionarios  derrocan 
periódicamenlc  hombres,  situaciones  ó  cosas;  son  fecbaB 
marcadas  en  nueslra  bistnría:  el  arto  5",  el  año  60,  el  uflo  70, 
el  año  80  y  el  año  00. 

Hay  un  mal  crónico,  liay  una  enTermedud  nacional  que  no 
necettito  apuntar,  pero  que  escapará  al  espíritu  trascendental 
de  los  (jue  me  escucban. 

Esa  enfermedad  reside  en  la  Jlelrópoli,  que  no  quiere  re- 
signarse k  no  ejercer  la  hegemonía  política  del  país. 

!lji  revolución  es  la  que  ilerroca  al  Presidente  de  la  Re- 
pública, y  nosotros,  si  aceptamos  esta  reiiuocia,  no  seremos 
más  que  los  i^Uimos  derrolailos  de  una  revolución  que  no 
ha  triunfado! 

Sr.  Eítpintiitft.    -  [Muy  bienl 

Sr.  Maintilln.  —  ¡Buenos  .'Vires  ha  sido  la  cuna  de  la  liber- 
tad! ¡Buenos  Aires  continúa  siendo  el  seno  donde  se  agitan 
las  grandes  pasiones  que  estallan  con  rugidos  que  hace  que 
los  hermanos  se  desconozcan  y  que  tiftan  con  su  sangre 
generosa  hasta  los  mismos  umbrales  de  esa  casa  donde  es- 
tuvieron los  Virreyes  ((ue,  al  grito  de  libertad,  fueron  desa- 
lojados por  el  pueblo  de  Mayol 

Buenos  Aires  intenlarü  dentro  de  diez  años  oirá  solución 
por  la  fuerza,  mientras  este  sentimiento  nacional  no  se  arrai- 
gue en  su  seno. 


-58t  - 


No  discuto  ni  la  conciencia  que  armó  el  bruzo  do  los  sol- 
dados que.  olviilftiido  SMS  deberes,  »e  reunieron  á  las  fuer- 
z.'t»  [>o|niliirrs,  ni  di^'utn  liinipiM^o  \a  rnncieix-ia  do  lus  (|ue 
se  ban  IJamado  cívioos.  porque  el  palrintinmo  inspiraba  á 
loa  que  rcsiBtbiti,  y  el  patríolísmu  no  He  discute,  porque  no 
se  discute  la  pación  que  está  en  el  alma. 

Sr,  t^piuntfn  ~  ¡Muy  bien! 

Sr.  M'utsitin  —  Pero  no  es  lícito  discutir  este  acto  de  una 

trascendencia  .snlierana.  y  me  es  lícito  decir,  con  la  debili- 
dad de  mí  nr<'n1o.  porque  es  (wca  la  autoridad  que  tengo, 
haciendo  anhelos  para  quo  mi  voz  recorra  con  xibracioneja 
Lnnantes  todos  los  ámbitos  de  la  Patria  y  vaya  á  decir  á 
todos  mis  rrtnriitdadano»:  ipie  no  es  ésta  la  manera  de  de- 
rrocar  Presidentes. 

Si  el  Presidente  faltó  á  sus  deberes,  la  Con»tilución  y  las 
leye«  nos  han  nerialadn  cuál  es  la  manera  de  darle  una 
lección  á  sus  Knri'sorcs:  ¡es  traerlo  a<|uf.  al  Iwinco  de  los 
acubados,  jungarlo.  f:ondenar)o  y  expídsarlo! 

Porque,  dif^se  lo  que  se  quiera,  seflor  Presidente^  en  esta 
obra  de  errctres,  todos  y  cada  uno  de  nosotros,  con  rarísi- 
mas exce])CÍnneK.  hemos  sido  colaboradoref*;  y  poniendo  cada 
uno  la  mann  sohre  su  conciencia,  tiene  (|ue  convenir  en  i\ue 
en  dosi^  intinitesimales,  hemos  ayudado  en  el  error  al  señor 
Presidente  de  la  República. 

Tiene  4|ue  serme  molesto  seguir  dando  rienda  contenida 
á  lo  que  bulle  en  este  momento  dentro  de  todo  mi  Ker:  y 
e»  tan  grande,  es  tan  profundo  el  respeto  que  tengo  por 
este  rerinlo,  y  es  lan  cordial  el  vínculo  que  me  une  á  todos 
mi«  honorables  eidcgas,  <jue  vny  A  terminar  diciendo  que 
votaré  en  contra  de  la  i-enuncía  del  señor  Presidente  de  la 
Repíiblica.  que  votaré  así,  con  un  senlimienln  que  quiero 
manifestar,  y  es  (|ue  ella  me  [jarece  un  acto  de  culpable 
cobardía.  (Aíiit/  bien). 

LfOs  Presidentes,  cuando  no  son  llamados  á  la  barra  de 
los  acusados,  mueren  pn  su  puesto,  como  nnu^ren  los  revo- 
lucionarios, cuino  mueren  los  sfddados  sin  hanilera. 

Varioft  miemhtíí't  rfe  la  Asamblea  —  [Muy  biení  ¡Muy  bienl 

Sr.  ífor^Mi   -  Pido  Iji  palabra. 

Muy  noble,  muy  leal  f^s  la  conduela  de  mi  viejo  y  distin- 
guido umigd  el  señor  Diputado  por  liucnos  .\ires,  que  aca- 
ba de  liablar. 


_  282  -- 


Kstos  noble»  u«ultmienlús  del  st^ñor  Diputado  .Mancilla 
merecen  todo  ni¡  aplauso  como  Immlire.  pero  reclamo  dtí  él 
como  político,  como  hombre  de  experieucia  que  ha  seguido 
y  aun  hecho  la  historia  de  otras  pueblos,  que  m'.  levante 
arriba  de  loa  sentimientos  pri\*ados,  porque  en  momento.^ 
sclemnes  como  los  que  atravesamos,  los  pueblos  y  lo«  hom- 
bres tienen  que  apretarse  el  corazón  con  mano  viril  y  pen- 
sar en  una  sola  cosa:  la  salvación  de  la  Patria.  (.Mh^  bien!) 

Mi  Vf)'/.  no  puede  ser  tarlinda  en  este  momenlo;  yo  ni>  he 
sido  amigo  político  del  sehor  Presidente  de  la  RepCiblii^a. 
pero  en  la  última  tiora.  en  el  último  momento,  cuando  ha 
acudido  á.  mf,  aunque  yo  sabía  que  la  opinión  se  lanzaba 
contra  61  como  un  torrente,  por  errores  propios  ó  extraños 
á  la  vez,  no  vacilé  en  aceptar  la  confianzu  que  mi'  acorda- 
ba una  Comisión  de  miembros  del  Congi«so  para  salvar  la 
situación  en  esos  momentos,  procurando  mantpner  la  tran- 
quilidad, pero  salva^ardando  también  los  principios  en  que 
se  basan  los  gobiernos  libres. 

Me  presté  de  buena  voluntad,  buscando  un  medio  posible 
de  evitar  la  renuncia  del  Presidente,  con  el  triunfo  de  los  Pode- 
res Públicos,  siempre  que  encontrara  el  conrursu  de  la  opi- 
nión del'  pueblo  argentino. 

Tenía  casi  la  convicción  de  la  inutilidad  de  mis  esfuer- 
zos; y.  sin  embargo,  desempeñé  el  encargo  leal  y  resuelta- 
mente, porque  i-.reia  ipie  así  servía  á  mi  país,  aun  cuando 
sahíii  (]ue  merecía  las  críticas  de  la  opinión  y  aun  de  mis 
propios  amigos;  |>ero  he  lle^:ado  á  una  época  de  la  vida  en 
que  voy  derecho  á  los  lines  que  creo  patrióticos  sin  tener 
en  cuenta  si,  al  perseguirlos,  el  pueblo  me  aplaude  ó  me 
censura. 

(Cuento  un  poco  con  el  tiempo  que.  pesando  en  la  l>a1an- 
za  la  sinceridad  de  los  esfuerzos,  discierne  con  justicia  á 
los  unos  el  castigo,    á  los  otros  el  aplauso. 

Pensaba  también  que  el  mismo  fracaso  de  mi  empeño 
serviría  para  demostrar  que  no  Imbia  otra  solución  que  un 
acto  patriótico  de  parte  del  seflor  Presidente  de  la  Repú- 
blica. 

tA  tenía  ejemplos  en  la  historia,  no  sólo  de  los  otros 
países,  sino  del  nuestro  propio,  que  debía  seguir  sintiendo 
los  latidos  de  la  opinión  pública,  uo  únicamente  de  Buenos 
Aires,  sino  de  la  República  entera,  porque  no  es  cierto  que 


—  583  — 


se  trate  de  un  movimiento  loralii^ta,  ni  ineiiot!  que  se  pre- 
tenda levantar  la  Ue^monia  fie  esta  melrópoti:  ea  toda  la 
Nación  la  que  se  a(^ta  y  hace  oir  su  voz  hasta  en  este  mis- 
mo recinto. 

Es  notoria  Ih  impopularidad  del  señor  Presidente  de  la 
República. 

6'r.  Espinosa  —  Ks  un  Prror. 

Sr.  ftorftrt  -Aniijros  muy  noliles  hay  pomo  el  señor  Dipu- 
tado por  Córdoba,  que  quieren  acompañar  al  scAur  Presi- 
dente en  sil  raídíi:  pero  yo  reclamo  de  lodos  la  verdad 
sincera:  que  interroguen  su  conciencia  legalmenle,  y  que 
digan  si  creen  que  el  señor  Presidente  de  la  República  sería 
un  liombrc  capaz  do  afrontar  una  situación  de  jruerra  á 
muerte  contra  la  opinión,  como  la  que  necesitaría  llevar 
adelante  en  estos  momentos. 

No:  el  señor  Presidente  de  la  Kepúhlica,  es  duro  decirlo 
para  mi  de  im  hombre  que  se  encuentra  en  su  situación, 
cni'ecc  de  temperainenlo  político;  no  tiene  ideas  lijas  ni  re- 
solución fírine  y  clara:  y  un  hombre  con  esas  deficiencias 
no  puede  afrontar  los  grandes  y  pavoroi^os  prohlcmas  que 
se  presentan  ert  la  acluatídad  y  cuya  ¡íohición  pone  en  pe- 
ligro no  sólo  la  Coní^lilución,  ninó  la  naciunalidad  y  tul  vez 
hasta  la  integridad  fie  lu  Patria.  {Á¡ilaHitoai. 

Señor  Presidente:  en  estos  días  la  sociedad  está  vivicudo 
sin  (iobierno  y  preservada  sóln  de  conflictos  sangrientos  y 
desquiciativos  fK>r  el  sentimiento  de  su  propia  conservación. 

Jja  excitación  sacude  todas  las  almas;  la  revolución  eslá 
en  todas  las  cosas;  no  ae  sabe  si  el  ejírcilo  mismo  se  cn- 
rueutra  de  nuevo  convulsionado,  y  nadie  podría  asegurar 
que  esta  noche  no  tuviésemos  movimientos  [verturbadores. 
sin  que  haya  la  fuerza  suficiente  para  contenerlo. 

l¿ii  todas  partes,  en  las  plazas  y  en  las  calles,  los  ciuda- 
danos se  reúnen  y  se  agitan  y  hablan  como  de  una  cosa 
necesaria,  de  una  nueva  revolución. 

Ks  lienifK)  de  salvar  el  pafs  antes  que  todo.  Los  hombres 
somos  granos  de  arena  que  lleva  el  viento.  Ixi  único  que 
dura,  lo  único  que  vive,  lo  único  que  por  lo  que  debemos 
sacrífícarnoR  y  que  está  por  arriba  de  todo,  es  la    Patria. 

Señores;  (el  orador  ne  jionp.  de  pié)  en  noml>re,  pues,  de  la 
Patria,  aceptamos  esta  renuncia  por  aclamación.  De  esta 
manera  los  amigos  del  señor  Presidente  de  la    República  le 


liarfm  un  honor  y  podrán  tlccír  a)  pafs  que  la  han  aceptado 
porque  era  una  suprema  necesidad  reclamada  por  el  bien 
púbh'co.  (Aiilauxo»  r»  In  barrnj, 

Sr.  PrrjtUkmi*:  Knf4.'t)  á  la  barra  que  »e  abslenfira  (Je  ha- 
cer nianifeslacif»ne.s,  porque  sinri  será  desalojada. 

Sr.  Ksphtom.—  HaUia  hecho  inociún  para  que  la  votación 
fuera  nominal.  Tiene  prelaeión. 

Sr.  Prfn*i(1enfe.  —  La  Cámara  resolverá  si  wí  vota  ó  no  no- 
minal inenln. 

-Sr  VM  A  V"tw. 


Sr  Fum-si. — Delw  sor  por  simple  votación. 

Sr.  Pre*írfeí(/e.  —  Por  eso  mismo  digo  que  se  va  á  volar. 

aires.  Mtmniiltt  y  liocJut.      Tiene  que  ser   nominal. 

Sr.  Presidiente.  —  Si  no  hay  quien  pida  la  palabra  y  uo  se 
hace  observación,  í>e  procederá  á  lomar  la  volaeión  nuininal. 

Sr.  Jiinrnfi:.—  Dehe  votarse  previamente  la  fórmula  que 
hahfa  propuesto  el  señor  Presidente:  si  ha  de  Aer  nominal  ó 
no  lu  votación. 

Sr.  í'rejífrfíHÍí.  —  Hay  un  precedente:  la  votación  recaída 
en  la  renuncia  de  Vicepresidente  de  la  Repñblica,  don  Mar- 
co® Paz,  fué  una  simple  votación:  pero  puede  ser  nominal, 
si  la  Asaníblen  así  lo  resuelve. 

Sr.  AfnttiiUlti.  —  La.s  causas  que  lenfa  aquel  ciuiladano  para 
renunciar  eran  otras. 

St\  Frejtidml*'.  — Hay  otro   precedente. 

Cuaiulo  se  I  rato  de  la  votación  sobre  la  renuncia  del  Pre- 
sidente Avellaneda,  la  Cámara  resolvió  que  debía  ser  nomi- 
nal, pero  previa  una  votación. 

Sr.  Gilbert.  —  Basta  que  haya  un  Diputado  ijue  pida  que  la 
ví)tación  sea  nominal,  para  que  se  Uii^a  asi. 

Hay  una  moción  sobre  el  particular. 

Sr.  Vreshlente.  —  Como  hay  distintos  pareceres,  la  mejor 
manera  de  resolver  la  cuestión  es  que  la  decide  una  votación 
de  la  Asamblea. 

Sr.  Mattsilta.—  Hay  un  reslnmento  que  está  por  sobre  to- 
das las  opiniones-. 

Nosotros  estamos,  en  este  raso,  re^ñdos  p<ir  el  rcirlaniento 
del  Senado,  y  e«te  re^^lamenlo  estahleee  (|ue  bastará  que  kc 
solicite  la  votación  nominal,  en  cualquier  asunto,  |»ara  que 
así  se  ha^'a. 


Sr.  Fmme^.  -  Previa  votación. 

Sr.  PregidemitL   -  Se  va  á  leer  el  regrlamentú. 

Sr.  Sacnfario.  —  Toda  re^^olucíón  de  la  Cámara,  se  toma 
previa  volar.idii. 

Sr.  Pérti.  —  Que  se  vote  la    proposición. 

Sr.  Preskiente.  —  Hay  una  luociúii  para  que  se  vote  uomi- 
naltnente,  y  que  debo  someter  &  la  Asamblra. 

Si  fuese  aceptada,  se  votari  nouúnalmenle:  si  no.  por  vo- 
tación  simplf. 

— Sr  vota  y  n-ciiIíA  sflrniiulv-ii  [M>r  }ié  f  nloi  con- 
tra 4. 

Sr.  PrwidenU.  Se  va,  ea  consecuencia,  á  proceder  &  la 
votación  nominal. 

—So  vota  V  (U  el  rcsnluiln  <t)j:nlenti>:  Par  bi 
Nñnimttva:  PAdilIn  'M.\  Alb^rrariu.  PífOMroa, 
Bnií-hiDíiu.  IH^niui,  Put,  (Bi-iijAinlni.  Gil,  Dunoel, 
Vicloricn,  fínrein,  MpnHoío».  Píissí-,  Kncba,  To- 
rre!., GaHIrnnO'.  Cistnfio.  [>nntA^.  CcbAlInB,  Ooo- 
lie!  M.n.  \.  C*OTro«.  Itiilx.  I--ivft,  ftfxlHjrwni  'i.  C), 
I.ArM'ii.  del  Custuno,  Ví-tk*,  Ijigw<  lO.),  Gulln, 
ViVxqiies,  L>>t>ex,  Ecliualqoc.  CaiitÓD,  Itrojoro, 
Ti'lln,  Iririodn,  (ÍJiIvi-x,  Viilftl,  Vh-  U  FiumiU»,  Cat- 
iro, UiMiiÍDir'H'x  ,J-  A. ',  IVl  Pino,  !>•*  Ir  Silva. 
Biii*ift«,  CiVcfrt"fi.  Hotíí-rt.  Ag-nirM^,  SíUt»,  Aria*, 
FUrlo,  Pnidn,  Jlmítirx,  H«m*ndra,  CrtwpD,  Ha- 
rJA,  ftolntiti^.  Italt'í'lra,  Mvver,  Molina  (R.),  Mv- 
j1«.  Ortr^rn.  Kniu*!^,  Znrrilla,  L^gue.  Gllhort  yOnn- 
nvt  íL.  M.). 

Por  In  ui'^lú-a:  ll«rA('r>cbi-A,  l'n«,  Padilla  (V.), 
Arins.  Ci'iitPiío,  Cri'*p(i,  Mulbran,  tioniUnt,  01- 
inrdn,  Maiii«)lln,  (íodoy,  Kspinnsa,  Buinnldo,  Jl- 
iiii'iH'ic,  Bclimu.  Hembra,  Castillo,  Alba  Cnrreraa, 
r.'in-tn.   Qiiivsni)»,    Kui'dn,    (Ifioines    >'  Olmo*. 


Sr.  Spcrptorio.  —  Resultan  61  votos  por  la  alirnmtiva  y  Í2 
por  la  negativa. 

Sr.  Prañdeníe.  —  Quedu,  pues,  aceptada  la  renuncia  del  ae- 
fSor  Presidenle  de  la  Kcpúhlicii. 

Sr.  iíocAa. —  Podríamos  pasar  á  cuarto  iutermedio  y  llamar 
al  Vicepresidente  de  la  República,  para  que  preste  juramento. 

Sr.  Pnutidentf!.  —  Me  parece  que  no  hay^necesidad  de  que 
el  Vicepresidente  preste  juramento,  porque  ya  lo  ha  presta- 
do al  aceptar  el  car^^o  que  ocupa. 


-  486  — 

El  sefior  Seci-elarío  va  A  redarlar  la  ley  de  aMiplación  ae 
la  renuncia  del  señor  Presidente  de  la  República. 
Sr.  Secretario   fkampo.  -  ~  lA'yenúo: 

El  f'oitgrefto  Argentino,  reurntlo  en   Anamblen  General, 

Art.  1."  Aceptar  la  renuncia  interpuesta  por  el  doctor  don 
Miguel  JiiArez  OInmn.  riel  carjío  de  l'resiflente  de  la  Repú- 
blica. 

Art.  2.'  Comuniqúese. 

.^r,  Mnnttillo.  ~  Deseo  »aber  ijuién  ha  re<lactado  esa  nota. 

Sr.  Stxreíario  Ocampo.  —  \o  es  una  nota:  es  la  fórmula  de 
la  ley. 

Sr.  ManfíiHa.  —  Ruego  al  senor  Secretario  (¡ue  tenga  un 
poco  de  benevolencia. 

Tenga  la  iHtndad  de  volver  á  leerla. 

El  fipflftr  Spcrpinrin  rppltp  I*  Ipcrnrn. 

Sr.  Mansilia.  —^o  basta  decir  en  un  articulo  2."  comuní- 
ipiese.  á  un  lionibre  que  ha  sido  Presidente  de  la  Repriblica 
durante  cuatro  años,  á  cuyos  actos  nos  hemos  asociado,  y  á 
quien  por  razones  de  patriotismo  le  aceptamos  su  renuncia. 

Cumple  á  la  cortesía,  por  lo  menos,  darle  las  pracias  por 
ios  servicios  que  ha  prestado. 

—  Kfl<iiict«(io  de  nacvu   e)  proj-wto    ne    ncnptn 
en  1a  signirT)C«^  rormü: 

El  Congreso  Argentino,  reunido  en  Aífomhtea  GéHeral^ 

hbsuri.vk: 

Art.  I.*  Aceptar  la  renuncia  interpuesta  por  el  doctor,  don 
Miguel  Juárez  Geinian,  del  cargo  de  Presidente  de  la  Repú- 
blica. 

Art.  ¿,"  Débele  las  gracias  por  los  importantes  servicios 
prestados  al  pafs  en  el  (híseinpefto  de  dicho  cargo  y  comu- 
niqúese. 

Sr.  P/-e(fMÍe»íe.  —  Habiendo  terminado  el  objüto  de  oata 
Asamblea,  queda  levantada  la   sesión 


—  987- 


Conferencia  dada  en  La  Plata  por  el  doctor  Jacob  Larrain  el  28 
de  Octubre  de  1890,  al  implantarse  por  primera  vez  en  esta 
dudad  el  régimen  municipal. 

* 

SeJioretr. 

Ya  que  un  selecto  y  numeroso  concurso  me  ha  tieclio  el 
favor  do  venir  á  escucharme,  quisiera  tener  algo  que  ofre- 
cerle que  fncni  (hgno  de  su  ilustración  y  de  la  defcrtíiile 
espí^elativa  que  ron  es  esperada  mi  pabbra  en  esta  reunión. 

Ijl  implantación  por  primera  vez  en  esta  hermosa  ciudad 
del  régimen  municipal,  en  virtud  de  un  inandnto  ineludible 
de  la  ('inislitiifiíHi  y  bajo  las  bases  de  la  ley  dr  la  niatería, 
recientemeule  sancionada,  rae  ¡Hirece  un  tema  de  palpitante 
actualidad  por  su  importancia  présenle  y  trascendencia  fu- 
tura en  el  desenvolvimiento  proín*esivo  de  nuestras  institu* 
ciónos. 

Toda  sociedad  en  un  or^ninísmu  vivo,  con  runctotiumientu 
propio,  que  responde  á  fines  necesarios  de  conservación  y 
mejora  en  el  juego  esjJontAneo  de  su  existencia  regular. 

El  primer  raol<le.  la  primera  forma  en  que  se  extravasa, 
diré  aKÍ.  toda  sociedad  culta  para  entrar  en  su  desarrollo 
orgánico  definitivo,  es  la  Comuna,  que  abarca  en  su  Cons- 
titución las  múltiples  relaciones  de  la  vida  local,  poniendo 
en  manos  de  los  vecindarios  el  manejo  de  sus  pmpíos  in- 
tereses. 

La  ciencia  poUtica  ^eflala  como  factor  inicial  im  el  des- 
envolvimiento de  las  instituciones  libres  en  el  mundo  la 
or^a  ni  nación  del  pueblo  en  Municipios,  con  capacidad  bas- 
tante para  regirse  á  sí  mismos,  encuadrados,  no  obstante, 
dentro  de  la  estructura  más  vasta  que  conslituyeel  Estado. 

Asf  como  no  pucilc  existir  una  ciencia  del  Ctobierno  sin 
una  masa  popular  consciente  &  la  cual  deba  aplicarse,  tam- 
poco es  pfisilile  concebir  Gobierno  libre  sin  municipio  autó- 
nomo, itivr>slido  de  atribuciones  con{rruentes  con  «u  propia 
naturaleza  y  funciones. 

Los  pueblos  no  han  conocido  la  libertad  social  y  política, 
ni  se  han  podido  formar  una  idea  clara  de  su  influencia 
regeneradora  y  fecunda,  sino  ruando  apareció  la  forma  ru- 
dimentaria de  la  organización  de  los  Municipios,  que  con- 
flonteraba  la^t  fuerza»!  populares  en  agrupaciones  consistentes. 


—  288  — 


an¡Min<ta8  Hel  cspírilu  vivificante  de  la  vida  local  en  ios  If- 
niitcs  circunscriptos  de  una  detnnninuda  área  geofíráfica. 

No  era  pasíMe  ni  concebir  siquiera  los  Municipios  bajo  ta 
auctóii  enervante  tie  los  despotismos  de  Oriente:  la  Greaía 
estaba  lejos  de  remontarse  k  la  concepción  de  esc  régimen 
por  la  viciosa  organización  de  sus  ciudades,  dondti  contras- 
taba la  influencia  absorbente  del  Estado  con  los  ingenuas 
aspiraciones  del  pueblo  á  la  libertad  teórica,  reflejadas  en 
sus  deniagófficas  asambleas;  Roma  tenía  Comunas  organiza- 
das en  la  vasta  extensión  de  sus  dominios,  más  como  una 
exigencia  indispensable  de  administración  c|ue  como  uua 
tendencia  autonómica  de  las  poblaciones,  y  no  tenían  cone- 
xión alguna  con  el  Gobierno  político. 

Es  menester  venir  á  los  tiempos  medioevales,  á  la  época 
de  las  Crusadati,  en  que  los  Reyes  buscaban  redimir  el  se- 
pulcro de  un  Dios,  y  los  pueblos  se  encaminaban  A  redi- 
mirse i  sí  mismos,  por  una  misteriosa  recomposición  de 
elementos  que  liabrfan  de  conducirlos  nifis  tarde  á  tan  ines- 
perada solución. 

Vivísimo  interés  ofrece  el  movimiento  comunal  que  se  hace 
sentir  en  Europa,  mientras  se  llevan  á  cabn  esas  extraordi- 
narias expediciones  engendradas  por  el  delirio  de  la  fe  cris- 
liana;  pero  yo  no  me  propongo  trazar  aquí  un  cuadro  histórico 
y  minucioso  did  desarrollo  de  las  instituciones  municipales, 
sino  hacer  notar  su  importancia  en  la  vida  social  por  su 
acción  manifiesta  y  eficiente  en  los  progresen  de  la  libertad, 
que  se  ligan  estrechamente  al  establncimient»  del  sistema 
repríísentalivo  republicano,  adoptado  romo  la  fi»rnia  más  per- 
li^ctade  Gobier  no  por  los  pueblos  más  prósperos  y  felices  del 
globo. 

Convietie  recordar,  por  lo  tanto,  que  la  temprana  apari- 
ción en  Es|>aña  del  sistema  representativo  con  las  Cortes  de 
Castilla  y  Aragón  proviene  del  movimiento  comiinul  operado 
en  sus  poblaciones,  como  es  menesler  también  tener  presente 
que  k  un  niovÍniÍHnlo  análogo  de  la  misma  tendencia  pojiutar 
deben  los  ingleses  laB  famosas  declaraciones  de  su  Magna 
Carta,  que  marcan  el  punto  de  partida  de  su  libertad  civil, 
ensanchada  y  mejorada  desde  entonces  hasta  nuestros  día:» 
como  una  lógica  consecuencia  de  aquel  impulso  inicial. 

La  Cámara  popular,  que  es  el  gran  Poder  que  gobierna 
á   Inglaterra,  kc  llaoia  de    los   Comunes    para  conservar  el 


—  989  - 

-selío  (glorioso  de  su  origen,  que    e»  la  soberanía  del  pueblo 
•en  su  más  pura  y  penuina  fuente. 

La  sombra  letal  del  despotismo  marchitó  en  España,  bajo 
Carlos  V  y  Felipe  II,  el  árbol  naciente  de  las  libertades  co- 
munale.**,  mientras  que  en  Ingliiterra,  desde  la  revolución  de 
1608.  se  ha  venidn  operando  un  movimiento  descentralizad  o  r 
lendenle  A  ensanchar  la  esfpra  de  acción  de  la  vida  local, 
tftnto  como  han  ido  limitándose  los  poderes  tradicionales  de 
la  Corona. 

El  germen  de  perenne  vida  que  anima  á  las  libertades 
inglesas  eslá  en  el  régimen  comunal  de  sus  pnblaciones, 
<tentm  de  los  condados  y  burgos  en  que  está  dividida  la 
Nación.  A  esa  modesta  institución  dehen  los  ¡R<;Ieses  el 
sentimiento  onérjíim  y  vivo  df  la  litifrlad  individual,  con  el 
espíritu  vigilante  qué  funda  y  protege  el  ejercicio  de  sus  de- 
TiHíhos  políticos  y  sociales. 

Log  Estados  LTnidos  han  llevado  muy  lejos  el  ]>erfeccÍo- 
namienln  del  sistema,  haciéndole  producir  en  lodaK  las  lo- 
-€alid?.<Ies  frutos  de  bendición.  El  sistema  federal  de  Gobierno, 
la  dewentnilizíición  pntifica  y  administrativa,  el  espíritu 
autonómico  de  los  Estados,  y  liis  iniciativas  poderosas  de 
independencia  personal  tienen  su  origen  y  reciben  la  savia 
fecunda  que  les  da  vida  del  régimen  comunal  encarnado  en 
las  poblaciones  americanas,  desde  su  fundación  hasta  que 
i!Ons¡gníeron  emanripar.'*e  de  la  Metrópoli,  invocando  los 
principios  y  leyes  con  que  esta  misma  las  hiihía  flotado. 

Así  como  la  Nación  eslá  <lividida  en  Estados,  los  Estados 
•están  divididos  á  su  vez  en  Comunas  ó  Municipios,  con  una 
organización  completa  (le  Gobierno  vecinal  para  el  manejo 
inmediato  de  los  intereses  de  cada  localidad  que  sus  pro- 
pios miembros  constituyen. 

•  En  la  oi^anización  del  Municipio  y  en  la  educación  es 
domle  se  encuentra  la  savia  de  la  rlemoeracia  amerir^iii. 
dice  Laboulaye;  en  ellas  v^  donde  sp  debe  estudiar  la  liber- 
tad para  comprender  cómo  ha  llegado  á  ser  para  los  ciud:»- 
^anos  de  los  Estados  Unidos  tan  necesaria  como  el  aireqii 
respiran.  El  ton'Hnhipii  es  una  República  indep<^ndiente  que 
se  administra  y  gobierna  por  funcionarios  de  su  elección. 
Todos  los  años,  por  el  mes  dp  Mayo.  la  comunidiid  encar;,'a 
i  cierto  número  de  elegidos,  xetettmen,  la  ejecución  d«  sus 
decÍHÍones;  con  Ifis  frnMmen  la  asamblea  nombra  una  muclit^ 


^»n«iA  AwMHtor»  —  7hM*    IV. 


•» 


—  MO  - 


dumbro  de  runuionurios  ii)nnii.'iiNiles;  los  a.K«etreMrx  reparte» 
los  inipueiítns,  los  collectturs  los  cobran,  el  com^Uible  es  el 
encargado  de  la  policía,  el  greffíer  ó  elerk  redada  los  pro- 
cesos verbales  y  lleva  el  registro  civil,  y  un  tesorero  es  el 
encargado  de  guardar  los  fondo»  del  pro-común.  » 

•  Añadid  á  todo  esto  uua  muchedumbre  de  Trunte^s  6  co- 
mÍKaríofi  visiladures  de  escuelas,  eriear^ados  de  los  pobres^ 
inspeetorcií  de  carreteras  y  caminos  vecinales,  fieles  de  pesas 
y  medidas,  etc.,  sin  hablar  del  jurado  y  la  milicia,  y  ten- 
dréis un  fíobienin  qtie  se  renueva  anuaJmenle,  como  en  la 
Kepública  Romana  de  otros  tiempos*. 

Donde  <|uíera  (|ue  se  forma  una  agru|>ac¡ón  de  dos  6  fres 
mil  personas  cuya  jurisdicción  se  extíen<la  á  una  su|>erfic¡e 
de  cinco  á  seis  millas  cuadradan.  allf  hay  una  Comuna^  or- 
^■tinízada  y  regida  por  un  Gobierno  vecinal,  dolada  de  las- 
atribuciones  necesarias  para  proveer  á  todos  los  intereses 
<le  la  población  en  el  desetivolvitniento  de  la  vida  local. 

Estas  agrupaciones  realizan  en  toda  su  verdad  el  Gobier- 
no propio,  porque  son  regidas  por  funcionarios  salidos  di- 
rcclamenle  de  su  seno,  y  cada  ciudadano  es  un  miembro- 
activo  de  ese  Gobierno  que  se  mezcla  á  ca<la  rato  en  todos 
los  actos  relacionado»;  con  la  marcha  de  la  comunidad,  i|uo 
le  tocan  muy  de  cerca  y  puede  afectar  su  bienestar  ó  el  de 
su  familia. 

La  «lecciún  de  los  vecinos  que  han  de  formar  los  conee- 
jos.  el  (razado  de  las  poblaciones,  la  apertura,  pavimenta- 
ción y  aseo  de  las  calles,  el  e.stahlecÍmienlo  de  parques  ú 
obra:*  de  embellecimiento  y  ornato,  la  fundación  de  institu- 
tos de  beneficencia,  la  designación  de  preceptores  ó  maestros, 
la  creación,  recaudación  é  inversión  de  los  impuestos,  son 
asuntos  que  apasionan  vivamente  á  los  vecindarios,  arras- 
Irándolos  í^  las  luchas  ardorosas  de  los  cx)niícios,  ¿  las  con- 
iruversias  de  la  prensa  y  de  los  clubs,  de  donde  sale  depu- 
ruch)  lii  opinión  que  en  defiiiilíva  gobierna  á  la  sociedad. 

ha  aptitud  para  el  (iobieruo,  para  el  desempeño  de  las^ 
funciones  públicas,  comienza  á  formarse  en  este  teatro  res- 
tringido de  la  vida  del  Municipio,  se  continúa  en  el  Gobierno 
del  Estado  y  se  perfecciona  y  culmina  en  los  grandes  actos 
de  la  vida  nacional;  de  manera  que  en  esta  escala  ascen- 
dente en  la  práctica  de  las  inslitueiones.  el  Municipio  viene 
'i  ser  tu  escuela  primaria  de  la  libertad. 


-  391  — 


amparo  do  esle  régimen  nace  eu  lo»  ciudadniíoa  la  idea 
de  la  propia  dignidad,  el  valor  <-Ívil,  la  iridepi^mleucia  polí- 
tica,  f\  pri[i(M|)ío  lie  aulunoinfa.  qiif  ha  ronducído  á  los 
fiankee^  A  la  implantación  genuina  del  sisleiiia  federal,  con 
los  inaravillusus  resulladuK  qur  liaren  de  la  Uiiii'm  Aninri- 
cana  el  pueblo  más  libre  de  la  tierra. 

Con  el  e»tableeiniientú  de  \o»  Cabildos  en  la  Améríra  es- 
{uñola,  pudo  desarrollarse,  aunque  tímidamente,  bajo  la  Co- 
lonia el  principio  de  la  libertad  comunal,  merced  al  relativo 
aislamieiilo  de  bis  ^ubiernos  coiistiluídns  en  la  va^la  exten- 
sión del  Continente,  que  ponía  roneosamenle  en  sus  manos  las 
facultadas  y  poderes  indispensables  para  el  desenvolvimiento 
auliünomo  y  progresivo  de  la  vida  local  en  lo  que  tocalut  á 
los  intereses  maleríaleí;  y  á  la  suerte  misma  de  la  asociación, 
eu  momento»  de<<Ísivos  y  Holemiics,  puesto  que  Ins  Cabildos 
eran  las  únicas  entidades  que  vivían  en  contacto  con  el  pue- 
blo, idenlibcándosf  murbas  vi-ees  con  sus  necesidades,  aspi- 
raciones y  tendencias. 

La  Comuna  [lOrlena.  (pie  llevó  á  cabo  la  evolución  pacífica 
del  ano  diez,  asume  al  realizarla  su  personería  de  Municípiu 
autónomo,  impone  su  volunlail  al  Cabildo,  declara  caduca  la 
nulorídad  del  Virrey,  orfraniza  una  nueva  Junta  patriótica  y 
liace  triunfar  por  procedimientos  estrictamente  lógicos  la  re- 
volución inú^  gloriosa  que  buya  podido  consumar  un  pueblo 
en  nombre  de  sus  sagrados  derechos  y  libertades. 

La  Constitución  Nacional  que  rige  &  los  Estados  argenti- 
nos garantida  á  éstos  el  goce  y  ejercicio  de  sus  instituciones 
locaJes,  siempre  qup  aseguren  á  sus  babilantCN,  entre  otras 
cosas,  los  beneficios  del  régimen  municipal,  teniendo  sin  duda 
en  cuenta  que  sóbi  este  régimen  puede  concurrir  elkazmente 
A  darles  la  capacidad  orgánica  que  hoy  mismo  les  fulla  para 
ser  verdaileros  Kstados  federativos. 

Esta  provincia  echó  también  en  la  Constitución  de  1874  las 
bases  del  régimen  munici|>al.  llevando  tal  vez  demasiado  le- 
jos la  descentralización  administrativa,  lo  que  no  arguye  en 
manera  alguna  en  contra  del  sistema  sino  de  la  o{>nrtnnidad 
y  conveniencia  de  su  adopción  en  la  época  en  que  fué  san- 
cionado dicho  (.^'idigo,  qni>  ni  i's.i  parlt*  nunra  llegó  h  cum- 
plirse. 

La  Conslíttirióii  reformada  dt'  IKSÍt  mantíiMic  en  general 
la  misma  amplitud  de  principios  y  entrega  el  gobierno  de  los 


_  2Í>2 


intereses  locales  de  cada  partido  ñ  una  Miiniripaliilad  com- 
puesta de  vecinos  que  son  elegidos  popularmcnle  y  duran 
dos  años  en  el  Hesempeno  úp  khs  Puriitiones,  debiendo  reno- 
varse por  mitad  cada  año. 

Lliima  la  atención,  en  pueblo  tan  cosmopolita  como  ol 
nuestro,  la  cotidición  rcHtríngida  impuesta  por  la  Constitu- 
ción á  los  extranjeros  para  el  ejercicio  de  los  derechos  mu- 
nicipales, puesto  que  se  le»  exige  para  ser  eloctores.  á  más 
de  un  año  di'  domicilio  en  el  centro  (-ninunal  respectivo,  que 
paguen  un  impuesto  territorial  que  no  baje  de  cien  pesos  na- 
cionales ó  patente  que  no  baje  de  doscientos,  como  se  lea 
exige  también  para  ser  elegibles,  además  de  esas  condiciones, 
cinco  años  de  residencia  en  el  país,  sin  mencionar  las  res- 
tricciones conttiuidus  on  los  artículos  31  y  32  de  la  ley  orgíi- 
nica  del  ri^gimen  municipal,  recientemente  sancionada. 

La  lenta  asimilación  del  elemento  extranjero  á  nuestra  so- 
ciabilidad s('>lo  puede  explic^ir  esa  desviación  de  Ins  princi- 
pios liberales  que  ban  inspirado  siempre  &  nuestra  legisla- 
ción política  y  civil;  y  tal  vez  se  ba  tenido  en  vista,  al  diclar 
esas  disposiciones,  que  está  en  minos  de  los  extranjeros 
bacer  desaparecer  en  cualijuier  momiínlo  osas  limítarionos, 
recurriendo  á  la  naturalización  que  los  incorpora  k  la  nacio- 
nalidad iirgentino,  idenlincándolos  con  el  destino  do  la  nueva 
Patria. 

El  ejemplo  4le  Inglaterra,  Bélgica.  Suiza  y  Estados  Unidos 
nos  muestra,  mientras  tanto,  los  maravillosos  efectos  del  ré- 
gimen municipal,  que  trasciende  á  sus  más  fundamentales 
instituciones,  en  las  iniciativas  uidlviduales.  y  eu  el  espíritu 
libre  de  los  ciudadanos,  en  Ift  cultura  superior  de  los  habí- 
tantes,  y  sobre  todo  en  esa  combinación  admirable  de  las 
Fuerzas  populares  con  la  acción  dirigente  del  Estado,  (¡ue  hace 
la  grandeza  y  felicidad  de  aquellas  naciones. 

Cbile  acaba  de  sancionar  una  ley  estableciendo  Comunas 
autónomas  en  los  centroí*  poblados  de  su  territorio,  no  obs- 
tante id  sistema  unitario  que  rige  á  esa  Repi'iblira,  donde  existe 
una  tradicional  centralización  política  y  administrativa  que 
bace  aparecer  algo  incongruentes  y  acaso  inadaptabtes  por 
ahora  los  Municipios  descentralizados.  Rsa  reforma  tm|iorta, 
sin  embargo,  un  esfuerzo  generoso  en  favor  de  los  derecho» 
individuales  y  de  las  libertados  publicas. 

El  Canadá,  la  Australia,  la  Colonia  del  Cabo,  son  pueblos 


993 


prósperos  que  viven  ilichuMOí»  sin  iiiüf^jiendencia  política,  mer- 
ecí] á.  los  íiiilujoB  8aludablcíi  del  r^^iiiien  municipal  con  que 
lo8  ha  doturki  üu  vi^an  Metrópoli. 

Hatíta  ]íi  Rusia,  ese  ^ít^atitc  fítifrcnathi  par  la  iiiann  Tarrea 
del  Czar,  y  la  Turquía,  dejiradada  por  pI  rici^pottsmn  comiplor 
de  los  Sultancíí,  ent-ufMitruii  en  las  libertades  comunales  que 
les  son  coiiccdidns  la  inuca  válvula  respiratoria  Ihijü  la  at- 
mósferu  restringida  de  la  tiranía  política  que  las  atioga. 

Un  pueblo  puede  ser  Feliz,  decía  el  doctor  Vélez  Sarsfield, 
aun  con  una  mala  6  defectuosa  ConstiLueión.  y  recordaba  & 
lri;jluterra  ;{(d)enjuda  liasla  ahora  por  un  Parlamenlo  umni- 
putenle,  como  también  á  la  provincia  de  Buenos  Aires,  regida 
durante  su  aislamícntn  de  la  Uniún  Argentina  por  el  vetusto 
Rf'idigo  pulitico  de  1854,  y  a^re^aba  que  e-sos  pueblos  Itabfaii 
sido  dichosos  lientro  de  esas  anútnalas  estructuras  de  gobier- 
no, porque  en  ellos  inipernlut  la  opinión  pública,  que  es  su- 
perior á  lodos  los  poderes  de  la  sociedad. 

Abora  yu  digo:  nosotras  no  somos  felices  teniendo  las  íns- 
tiluuiones  políticas  m&s  adelantadas,  porque  falta  ¿  ksias  la 
savia  fecundante  de  la  voluntad  popular,  que  las  hace  bené- 
ficas >  elieieutes  en  las  inaiiíreslacioneti  ordinarias  de  la  vida 
deinocráliea. 

La  rehabilitación  de  tas  instituciones,  el  despertamiento  de 
la»  iniciativas  individuales  necesarias  para  viviriearlas  po- 
drían muy  bien  venir  con  la  implantación  en  todos  los  cen- 
tros importantes  de  la  I^rovíneia  de  Municipios  autonómicos, 
iadependieoles  del  Poder  Político,  que  dieran  vida  á  las  lo- 
calidades y  promovieran  la  prosperidad  de  caita  una  de  ellas, 
interesando  al  mismo  tiempo  i'i  sus  habitantes,  nacionales  y 
extranjeros,  en  la  constitución  del  réfrimen  comunal  que  du 
&  los  vecinos  el  gobierno  inmediato  de  la  agrupación  que 
forman. 

El  gobierno  vet:ína[  serla  la  escuela  práctica  de  nuestras 
poblaciones,  cuyo  nivel  intelectual  se  elevaría  naturalmente 
con  su  rrecnenle  purlícipación  en  los  actos  ni¿s  importantes 
del  respectivo  Municipio,  además  de  la  experiencia  adquirida 
en  el  manejo  de  los  negocios  públicos  que  le  permitiría  ex- 
tender su   íidlucncia  il  otro   campo  más  dilatado  de  acción. 

Eif  menester  tener  presente  que  el  mal  <|ue  en  la  actualidad 
nos  aqueja  no  está  en  las  ideas  sino  en  los  hombres,  ni  en 
las  leyes  existentes,  que  son  muy  buenas,  sino  en  los  hábitos 


-  áOi  — 


socialeí^  relacionados  con  el  funcionamiento  de  nuestro  sis- 
tema político,  que  son  mu)'  nialoH;  rlc  modo  que  la  anhelada 
reacción  sólo  puede  operarse  por  un  cambio  radical  en  nues- 
tras costumbres  públicas,  que  (Jé  por  resultado  el  prevaleci- 
miento  de  la  verdadera  voluntad  del  pueblo  en  el  ^bíerno 
de  sí  mismo. 

Es  mi  creencia  que  la  regeneración  polílica  y  social  fi  quR 
el  país  aspira  puede  iniciarse  con  el  cstjiblccimiento  en  los 
centros  poblados  de  la  Provincia  de  Municipalidades  t|ue  fun- 
cionen bajo  los  adelantados  principios  consignados  en  hi 
nueva  ley.  .Su  implantación  leal  y  honrada  habrá  de  darnos 
indudableme^nte  educación  republicana,  apeg<i  al  cnmplimienlo 
de  los  deberes  cívicos,  celo  en  el  ejercicio  de  nuestros  dere- 
chos, y  apasionado  amor  por  la  libertad  institucional,  que  es 
prectsamento  lo  que  nos  falta  paru  comunicar  alíenlo  y  vida 
á    luiestro  decaído  ser  político. 

Kl  hombre  .se  adhiere  tenazmente  á  aquello  que  más  de 
cerca  le  rodea,  y  va  eiisancbaiido  el  círculo  de  sus  afeccio- 
nes á  medida  que  los  actos  de  su  vida  tienden  ú  abarear  no 
radio  más  extenso  en  la  esfera  social.  Ama  entrañablemente 
á  la  familia  porque  ha  surgido  de  su  seno,  y  quiere  ron  pa- 
sión íi  su  pueblo  natal,  sea  pobre  ó  rico,  pinlorrsco  ó  es  toril, 
porque  en  él  han  corrido  dichosos  los  días  de  su  infancia, 
que  emlwllece  rlespnés  con  los  recuerdos  risueños  y  cando- 
rosos de  su  imaginación  de  nifto. 

E.Ktiende  más  larde  sus  afecciones  á  la  ciuilad  ó  provincia 
donde  está  el  lugar  de  su  nacimiento,  hasta  que  llega  á  con- 
cebir en  su  mente  y  á  sentir  en  su  corazón  el  ideal  grandioso 
de  la  Patria,  <]ue  exalta  su  fantasía  y  lo  arrastra  con  gene- 
roso entusiasmo  al  sarriticío  y  á  la  gloria.  Hln  el  centro  ve- 
cinal nacen,  pues,  los  gérmenes  de  ese  noble  sentimiento, 
lauto  más  enérgico,  ilustrado  y  consciente,  cuanto  más  hon- 
das raíces  echa  el  régimen  que  le  da  forma  orgánica  y  ex- 
pansión vital. 

Nos  encontramos,  señores,  en  vísperas  de  una  elección  mu- 
nicipal qm*  liene  que  ser  disputada  por  los  ciudadanos  de 
los  distintos  partidos  que  actóan  en  la  provincia,  y  ella  va 
k  verificarse  pur  lo  tanto  en  las  condiciones  de  la  más  am- 
plia libertad. 

La  Provincia  va  á  ver  establecido  por  primera  vez  en  su 
bella  capital  y  en  los  demás   Partidos  el  régimen  municipal 


tDb  - 

Tundaiio  cii  la  elección  directa  de  í^us  vecindarios  y  con  fa- 
•cultades  administraíivas  complelas,  que  podrán  ejercitar  libre- 
mente en  Iwneticio  de  todos,  con  la  absoluta  independencia 
-tiel  Poder  Polflieo  que  su  propia  ley  orgánica  le  asegura. 

Apresurémonos  X  reconocer  para  terminar»  que  el  partido 
<ine  ha  dndn  á  lu  provincia  de  Buenos  Aires  su  actual  ley 
de  municipios  po))uIares  y  libres,  ha  adquirido  un  justo  y 
merecido  titulo  á  la  consideración  pública,  y  que  si  consigue 
llevarlo  á  la  práctica  con  verdad  y  eficacia,  habrá  conquistarlo 
también  su  mayor  timbre  de  gloría. 

He  diclm. 


Discurso  pronunciado  por  el  doctor  Osvaldo    Magnasco  en    la  Cá- 
mara de  Diputados  de  ta  Nación  el  19  de  Octubre  de  1891 


Señor  Presidente:  No  debo  ocultarlo:  hace  algunos  días 
-que  penetro  profundamente  conmovido  en  este  recinto.  Me 
sienti»  solicitado  por  las  grandes  emociones,  y  cada  día  que 
IninsiMirre,  ru)  sA  si  será  purqne  soy  muy  joven,  me  «ientn 
mucho  más  abatido;  y  mucho  mái»  aun.  despu^>s  de  liatx^r 
e«curhado  la  palabra  de  nuestras  oradores  tradicionales  en 
la  solemne  reunión  de  notables  verificada  ayer.  De  notables, 
tligo,  ya  que  eslá  tan  en  boga  cta  expresión  eu  los  gran- 
des apuros  argentinos,  esta  expresión  geriuína mente  na- 
cional 

Señor  Presidente:  ayer  he  asistido  al  Senado,  como  la 
mayor  parte  de  los  que  están  aquí  presentes,  dentro  del 
recinto,  en  la  Cámara  6  en  la  barra,  con  el  objeto  de  en- 
-contrar  el  alio  consejo  de  esto  qne  ha  sido  llamado  ayer 
mismo  el  cuerpo  de  ancianos  de  la  Kepública;  y  se  ha  la* 
lirado  en  m¡  espíritu  la  convicción  dolorosa,  tengo  que  dc- 
•ctrlo  con  pena,  de  que  ninguno,  absolulamenle  ninguno  ha  re- 
<*ogido  la  anhelada  palabra  de  la  verdad  <pie  brota  del 
corazón  sin  recelos  ni  compromisos,  y  sí  solamente  el  pen- 
samiento artifícioso,  el  pensamiento  artiíicioso  que  no  ha 
logrado  sustraerse  de  esta  atmósfera  política  malsana,  y  que 
va  buscando  todavía  en  medio  del  desastre  público  la  rea- 
lización del  interés  personal  ó  la  realizítción  del  inter&s  de 
partido.  íMuy  bien). 


—  296  — 


Sí,  señures  Diputadus:  yo  vengo  con  la  ñgura  luoilesla^ 
que  ni)  es,  sin  iIiiíIji.  I;i  <ÍeI  viejo  Sarmíenlr»,  á  decir  la  ver- 
dad dolnrO!>a  en  las  horas  de  angustia;  la  verdad  que  ilebo 
á  mi  país  en  esLos  momenLotí,  que  yo  conceptúo  {tóstuinof^ 
para  mi  vida  política;  la  verdad,  que  para  todos  los  c|uc  i^e 
sieotan  en  un  día  lan  solemne  como  el  de  hoy  en  este  re- 
cinto, constituye  el  deber  más  deber,  el  delier  uiás  iinpera- 
livo  de  todos  cuantos  hayamos  tenido  que  cumplir  en  nuestra 
vida  poHlii^a,  y  tal  vez  en  toda  nuestra  vida  social. 

¿Cuál  es  el  estado  político  y  constitucional  de  la  Repú- 
blicat 

Los  Poderes  Píihlici»s.  los  Poderes  de  la  Constitución,  del 
Código  Político  supremo,  están  como  muertos. 

Ahí  está  la  admínÍ8tractón  de  justicia  debatiéndose  en  las 
obscuridades  de  una  deshonra,  si  no  prolKida,  al  menos  sos- 
pechada. 

Kl  Poder  Ejecutivo,  debatiéndose  también  en  la  inercia  y 
eu  la  impotencia  más  abrumadora;  mientras  nosotros,  no, 
mientras  el  Congreso  está  recibiendo,  en  moneda  de  buena 
ley,  en  moneda  de  una  legitima  impopularidad,  el  pago  de 
8U0  timideces  de  diez  años. 

Porque  este  Congreso,  señor  Presidente,  liublo  del  Con- 
greso como  autoridad  que  se  perpetúa  en  el  tiempo  con  ra- 
niifícaciones  en  el  presente,  en  el  pasado  y  en  el  fuiuro» 
porque  el  Congreso  Argentino  se  ha  dejado  avasallar  du- 
rante diez  años,  durante  dos  Administraciones,  por  la  iu- 
lluencia  perniciosa  del  Ejecutivo,  areplundo  así  la  esclavitud 
política  y  labrando  de  este  modo  el  desprestigio  de  la  acluali- 
dad,  el  desprestigio  de  esta  corporación  <¡ue  habría,  en  estas 
horas  de  allicción  sin  ejemplo,  podido  agrupar  á  su  alrede- 
dor los  elenientus  dv.  opinión  y  hasta  de  fuerzas  necpsarias 
para  constituir  ahora  un  punto  de  resistencia;  de  esta  cor- 
poración, señor  Presidente,  que  ha  sido  eu  otrtí  tiempo  el 
baluarte  lirme  y  el  baluarte  inconmovible  de  las  extralimi- 
lacionesde  tos  Ejecutivos  insolentes  ó  habituados  á  la  auto- 
cracia. 

[Somos  así  porque  así  lo  hemos  queridol 

¿Quó  (!xtrario,  t'ntoiir.es,  ([ue  suframos  ahora  las  resp(ui- 
tíabilidades  de  nuestra  propia  conducta  en  el  pasado'í 

Yo  no  me  explico  entonces,  señores  Diputados,  cómo  es 
posible  que  el    otro    día,  en   este    recinto,   hayan    resonado 


aceutot»  de  protesta  eii  contra  de  este  iegitinio,  d«  e»te  hon- 
do clamor  pAbticu,  inuiiirustado  en  toda»  partes  y  rspe- 
rialinentt'  en  los  óivanus  del  periodisinn  argentino,  qne  son 
los  úrtíauoH  de  la  ii|tiiiión. 

Claro  que  no  me  reliero  á  la  diatriba  personal,  que  yo 
nuncíL  me  paro  ¡'i  recoger;  me  refiero  á  este  rlamor  como 
Irágieo,  qnr  nos  llo^a  de  toilat»  partios,  st^ñur  PreKidentc,  en 
contra  de  un  Kjeculivo,  de  un  Gobierno  que  se  ha  dej.ndu 
arrastrar  en  lu  corriente  cenagosa  de  una  política  tímida, 
vacilunlf,  f*üt>artle,  cunn<lo  no  rraneainenle  errónea,  fraiiea- 
ineiile  nociva,  abierUwenle  eonculcadora  de  lodo  prímipio 
de  buen  (inbierno. 

Dicen.  Keí^or.  que  en  las  circunstancias  se  hacen  los  hom- 
bres; dicen  que  entre  las  ráfagati  de  la  tormenta  se  prueba 
la  virilidad,  y  que  en  las  horas  aciagas  de  los  grandes  pe- 
l¡jín)8  y  fie  las  grandes  tristezas  se  tumpla  el  espíritu  de  los 
hombres  dí^  (íobieriio. 

Pero  yo  busro.  seOor  Pn^itidente.  eu  este  ambiente  asfixian- 
te de  tantos  meses,  eu  esta  atmósfera  en  la  que  yo  creo 
]tert'ihir  elcineiiLos,  lo  di^o  con  jiena.  de  irremediable  deca~ 
dencia  pública;  yo  busco,  sefior  PreMdente.  no  diré  aquellas 
energías  avasalladoras  de  Lincnhi,  cuando  afronlabu  con 
inimo  sereno  el  doble  conflicto  del  desmoronamiento  de  la 
Unión  y  las  rivalidades  y  rencillas  que  rojau  el  alma  de 
su  propio  y  querido  partido;  yo.  señor  Presídeme,  en  estas 
hnras  de  an^nistia  general,  no  exigiré  al  Presidente  Pelle- 
grini  aquellas  ex  a  t;e  ración  es  de  valor  cívico  implacables  de 
Jnlionsoii,  jíor  ejetiqilo.  cuando  levantalKi  su  silueta  de  león 
como  la  historia  le  llama,  en  medio  del  desastre,  del  con- 
flicto, y  de  la  catástrofe;  cuando  imponía  su  voluntad  con 
mano  ení^rgira  ii  ron  ese  carácter  inllexible  del  estadista 
templad»  en  los  luchas  de  una  democracia  c|ue,  si  lenta  ^- 
nerosidades,  tambii^n  tenía  temibles  rencores;  yo  busco  en 
medio  de  la  desgracia  que  empieza  á  diseñar  sus  contomos 
obscuros  alíra  mas  sencillo,  algo  que  tengo  derecho  á  exigir 
de  los  Presidentes  argentinos:  ¡el  sentimiento  del  amor  íi  este 
país  en  tmufragiof  {¡MutjhifH!)  ¡el  sentimiento  de  la  virilidad 
gubernativa,  las  energías  de  las  horas  iliflciles,  el  noble 
uubelu  de  la  verdad  y  del  bien  pnblíro,  la  obra  y  el  acto 
que  se  ajustan  es|>onLáueanieJite.  sinceramente,  á  este  supe- 
rior pro|msila! 


¡Y  si  lo  eucoiilrarfa  tal  vez,  señor  Pretíiüente,  en  el  iniUi 
mndpijln  ciudadano  de  nuestras  últimas  capas  sociales,  no 
lo  veo  brotar  ahora  allf  en  frente,  allí,  en  la  Ca«a  de  Go- 
bierno. fiMn¡/  bien')  donde  parece  i|iie  ha  (Mniiudceido  la 
inteligencia  para  labrar  cI  beneficio  colectivo;  alH.  en  la 
Casa  de  (iobierno,  donde  no  está  la  actividad,  donde  no 
cstíí  la  energía,  donde    nn   eslú   la    virilidad,  ni   pfTKonuI    ni 

política f/3fií^  bien!  ¡Muy  bienj  en  la  Casa  de  Gobierno. 

en  donde  parece  que  han  muerto  todas  las  virtudes  cívicas: 
en  la  Casa  de  Gobierno,  en  donde  la  cnncieneia  nacional  ha 
iiisi:ri])to,  no  sé  por  i|uc  siniestra  coincidencia,  el  anulema 
Barcástico:  Panem  tt  circetmes!  ¡Para  el  estomago  y  para  la 
di  versión  I 

S(,  señor  T'residcrUe;  porque  |>ani  que  narla  falle  en  este 
cuadro  sombrío  de  decadencia.  <le  depeneración  irremedia- 
ble, el  caballo,  el  hipódromo.  la  fiesta  hípica,  en  donde  re- 
suenan vítores  >-  aplausos  de  pueblo  frenético  de  entusiasmo, 
han  venido  á  t^uuMhür. .  .  .(ManifesUicioncí^  ih  nprohtuiñu  rn 
¡en  hanc^í*  1/  nplaunoH  en  la  barra.) 

Kl  caballo  y  el  hipódromo,  señor,  han  venÍ<lo  á  sustituir, 
¡qué  vergüenza!  los  que  me  conocen  saben  con  qué  sinceri- 
dad hablo,  al  circo  y  al  potro  victorioso  de  los  emperadores 
romanos,  cuando  alinientalKtn  sus  vei*go'.i7.osas  sensualidades 
en  Ins  óltimos  días  del  Bajo  Imperio!  {,^flly  bian.'j 

Señores  Diputados:  eí>lamos,  tal  vez.  mucho  más  cerca  de 
lo  que  nosotn^s  nos  imaginamos,  en  el  último  tramo,  mejor 
dicho,  en  el  principio  del  desenlace  de  nuestra  larga  crisis 
social  y  política. 

¡Hay  ruidos  anacrónicos  en  toda  la  vasta  extensión  en  que 
se  desarrolla  la  actividad  como  extraña  de  los  pueblos  de 
la  Itepúblic-ii:  hay  elementos  de  otra  época  en  lodo  el  te- 
rritorio de  la  NaL'ión;  ¡hay  rumores  siniestros  del  año  30, 
señor!  Yo  no  sé  cuál  será  la  naturale/.a  del  desetduco  que 
se  prepara;  yo  no  sé  si  será  la  revolución,  ó  sí  será  la  anar- 
quía. .  . .  ¡Yo  sé  ((ue  nos  hallamos  próximos  al  desenlace  y 
que  estarnos  al  borde  del  ahisnuí,  de  la  rcv<ducióii  ú  de  la 
disolución! 

Yo  veo  en  la  atmósfera  política  y  también  social  los  gér- 
menes evidentes  de  una  decadencia  pública,  sin  remedio  tal 
vez;  decadencia  notoria,  señor  Presidente,  en  el  relajamien- 
to del  Poder,  en  el  debilitamiento  de  todo  principio  de   au- 


—  209  — 


torídad,  en  la  Taita  absoluta  de  Ciobierno.  en  la  anarquía 
de  opiniones  reinantes,  en  la  impotencia  misma  de  los  hum- 
bros  dirijfenles  y  en  la  u(;IÍIiid  ¡imenazadora  del  rcmíngton 
popular  y  del  remington  de  línea  <lispuesto  á  provocar  el 
estallido  y  á  suHliluir  al  último  esfuerzo  ilc  la  previsídn  pa- 
triótica y  á  tos  anhelos  inteligentes  del  pensamiento  conser- 
vador. 

Bien;  yo  no  quiero  pi-olongur  este  discurso 

No.  seQoreR,  Me  siento  muy  fatijíado. 
¡Allá  VH  mi  úllimri  e8[>ernnza! 

No  quiero  creer,  seftores  Diputados:  vamos  á  conceder, 
no  quiero  creer  que  hayan  muerto  por  siempre  las  virtudes 
cívicas  en  el  corazón  de  nuestros  liombres  de  Gobierno:  no 
quiero  creer  que  lu  encrjría  orf¿ánicu  del  Presidente  PHIe- 
grini.  lim  bravr  en  la  guerra  como  pusilánime  en  la  paz. 
no  pueda,  de  aqu!  en  adelante,  nianireslanie  también,  lia- 
rerse  visible  en  la  esfera  de  la  vida  pilbliea. 

Antes  bien  quiero  creer  c(ue  se  despertarán,  en  esta  des- 
gracia nnciornil  que  nos  amiiiea.  el  scnlimieiitn  de  la  virili- 
dad, las  virtudes  cívicas  a(^>rmf^cidas.  las  fuerzas  debilitadas. 
para  que.  burirndf»les  converger  yínceramenle  al  mismo  pro- 
p<)sito,  pndiimos  salvar  ni  país  de  su  decadencia.  &  las  ins- 
tituciones de  su  ruina,  al  pueblo  de  sils  dolores,  y  á  los 
Poderes  Ffiblícos  de  uu  decrepitud.  {,Muy  hirnfj 

Yo  voy  á  volar  por  esa  miiniia  Ifajo  esas  conrlieinnes:  yn 
voy  k  adherirme  al  pensamiento  de  la  mayoría  bajo  ttsas  con- 
üicíones,  (pie  son  una  esperanza  como  pfístuma:  la  re^ne- 
raeión,  la  reforma  <-ompleta  de  la  política  s^uida  hasla 
ahora  por  el  Presidente  ile  la  Kepv'iblica. 

Señores  Diputados  de  la  oposición  parlanieutariu:  tenemos 
el  último  esfuerzo:  bagamos  el  úllímo  sacrificio:  votemos 
todoB.  para  que.  cuando  se  haga  el  juicio  de  estos  momen- 
tos solemnes,  no  pueda  decirle  que  rujsotros  representamos 
el  pensamiento  ol>slrurtor:  aunque  lo  digan  injustamente,  yo 
quiero  evitar  este  cargo. 

SI,  sefiores  Diputados:  ya  que  las  inteligencias  más  pre- 
claras del  país  y  sus  hombres  dirigentes  levanlan  la  fórmu- 
la extrema  de  robustecer  la  autoridad  ejetuitiva  con  la  auto- 
ridad soberana  del  Congreso;  ya  que  las  cabezas  eminentes 
del  país  aconsejan  esta  fórmula  como  la  última  fórmula  ile 
ttalvación  posible,  ¡afuera  toda    resistencia,  para   que   nunca 


—  300  — 

se  (liga  que  fuimos  lo8  úriieus  en  i-esi»(]r  la  obra  ác  enér- 
gica repuraci<)n  <]iie  luri  vivaiiientt-  aiiltelaniüsl 

¡Señores  [JipiitiMlos  de  id  ojiobioiúti:  el  último  esfuerzo,  el 
úlliiiio  »anrificio!  .  .  . 

Entre  tauto.  quedamos  á  la  eí^pcclativa. 

He  diclifí  i;Muif  hic.n'  ,'.Vui/  bieti!^ 


Discurso  del  doctor,  don  Luis  Saenz  Peña,  en  el  Teatro  Onrubia 
(hoy  Victoria),  el  6  de  Marzo  de  1892.  al  ser  proclamada  su 
candidatura  á  ta  Presidencia  de  la  República,  por  la  Conven- 
ción Electoral  Nacional. 

Setiore^  Convencionales: 

Me  siento  cotmiovído  profundamente  ante  este  hermoso 
espectáculo  que  por  la  primera  vez  se  presenta  en  la  Re- 
pública. 

Cada  período  en  que  el  lapeo  de  tiempo  ha  llamado  ú  la 
designación  de  caniJídatoK  á  la  Presidencia.  í^c  lian  agitado 
con  intensidad  las  pasiones,  terminando  algunas  veces  en 
luchas  fratricidas;  ahora  precien  oíamos  la  forma  lran(|ui1a  y 
reflexiva  d(!  explorar  la  opínitín  de  la  Kepi'iblica  por  medio 
de  Convenciones  Nacionales  y  asistimos  ú  et^la  gran  mejora 
de  nuestras  costumbres  poHtic-as,  presenciando  la  reunión  de 
ciudadanos  de  lodos  los  Estados  de  la  Nación  que  por  sen- 
timiento df  patriotismo  y  de  deber  cívico  dejan  sils  bogaras 
y  su  bteiiestar  para  venir  &  desempeñar  esta  función  pública 
<le  designar  un  candidato  que  sea  la  e.vpresión  de  la  opidión 
de  los  Kslados  que  representan. 

Un  voto  de  gratitud  al  civismo  de  los  bonorables  conven- 
cionales. 

Al  indicárseme  por  las  Comisiones  de  las  Juntas  Directivas 
de  los  partidos  del  Acuerdo,  su  resolución  de  propiciar  mi 
nombre  como  candidato  ante  la»  Convenciones  Nacionales, 
me  reserva  exponer  sucintamente  m¡  programa  de  gobierno, 
si  la  mayoría  de  los  honorables  convencionales  me  bonrasen 
con  la  alia  distinción  de  designarme  romo  candidato. 

Ha  llegado  este  moinetito,  el  más  solenme  de  mi  vida  pú- 
blica, y  ante  todo  debo  signiticar  mí  gratitud  intensa  á  (odas 


las  personalidades  políticas  que  han  tomado  participación  en 
este  uioviniieiito  de  opinión,  á  la»  Juntas  t)irectÍYa!t  de  Ins 
partido»  del  Acuerdo,  y  &  las  honorables  Convenci«nes  Na- 
cionale^í  que  me  han  sorpreiidíilo  en  mi  modesto  retiro,  desig- 
nándome como  una  solución  nacional  en  estas  cipcunslancins. 

Asimismo  debo  extender  mi  gratitud  especial  á  las  manifes- 
taciones espontáneas  de  opiniones  que  se  han  producido  en 
toda  la  República  y  notablemente  en  esta  Capital. 

Puedo  afirmar  con  reconocimiento,  que  en  las  adhesiones 
que  se  han  publicado,  veo  representada  dignamente  la  aris- 
tocracia de  la  ciencia  en  sus  diversas  carreras  científicas,  las 
personas  representativas  de  la  honradez  tradicional  de  esta 
sociedad,  los  gremios  productores  que  son  los  factores  en 
que  la  República  debe  cifrar  el  restablecimiento  de  la  riqueza 
nacional,  y  el  alto  comercio  nacional  y  extranjero  que  tiene 
vinculada  su  suerte  y  sus  capitales  al  porvenir  de  la  República. 

Todos  estos  factores  piensan  y  forman  veríladera  iipiníón 
pública,  y  movidos  de  un  propósito  común,  ante  el  hermoso 
espectáculo  de  la  prescindencia  absoluta  del  Poder  Naciniial, 
secundados  por  símpalías  de  carácter  popular,  me  han  deei- 
dido  ú  aceptar  el  puesto  de  honor  y  de  sacrificio  con  que  se 
me  favorece,  y  ojalá  pueda  eorrespoiiiier  diprtiainetite  á  las 
esperanzas  y  exigencias  de  la  opinión. 

Cuando  en  un  país,  conmovido  pnr  pjisione-i  anárquicas  y 
divisiones  de  partidos,  se  viene  á  solicitar  un  mii}(istrado 
civil  sacándolo  del  asiento  ([ue  ocupa  en  la  Suprema  Corte 
de  Justicia  Nacional,  [mra  levantarlo  a!  alto  rancio  de  Pre- 
sidente, es  lógico  creer  que  la  opinión  anhela  un  (iobiemo 
reparador  de  justicia  distributiva,  que  ha^ra  respetar  la  ley. 
la  Constitución  y  los  derechos  individúale^*,  que  se  preocupe 
de  hacer  efectiva  la  honradez  y  moralídatl  administrativa  en 
todas  sus  ramas,  siendo  lal  vez  esta  esperanza  la  causa  de- 
terminante de  las  simpatías  de  la  opinión;  tm  Gobierno  de 
todos  y  pant  lodos,  que  reslaun?  la  tranquilidad  y  bienestar 
á  que  tiene  indispensable  derecho  nuestra  país,  después  de 
un  período  de  agitaciones  y  turbulencias  tan  proloni^^adas 
oomo  el  que  ha  plisado. 

Con  e50s  antecedentes,  creo  que  la  primera  palabra  ijue 
debe  pronunciar  un  ciudadano  que  es  levantado  en  brazos 
de  la  opinión  á  la  Presidencia,  debe  encerrarse  en  el  com- 
promiso sincero  y  patriótico  que  prescribe  el  juramento  con- 


—  302  - 

STfmado  Pn    la    Conslilución:    -Observar    y    hacer   observar 
lielriienle  la  Conslitucióii  de  la  Nación  Argeiiliita>. 

En  esos  términos  eslá  conrentrailo  el  más  elevado  pro- 
grama que  puede  ofrecer  A  la  Nación  un  ciudadano.  Nuestra 
(^otislilucióii  encierra  las  ntús  preciosas  garantías  á  i|ue  se 
puedp  aspirar  en  la  oriíafilüacíóti  del  gobierno  representativo 
federal:  allí  están  consignadas  todas  las  libertades  priblíca^, 
y  la  distriljiíción  de  los  Poderes  ennrdinuflos  (pie  forman  el 
bermofío  organismo  del  sistema  constitucional  (pie  lienioü  ju- 
rado, y  aplicando  sus  preceptos  á  los  diversos  ramos  de  la 
Administración  Pública,  procedo  k  consignar  brevemente  loü 
grandes  anhelos  que  formarían  mi  programa  de  Gobierno. 

Al  abrir  nuestra  ('arta  KutidannMitaKeniMuitramoKsu  srginidn 
artículo  que  establece  que  «el  Gobierno  Federal  sostiene  el 
culto  católico,  apostólico  romano*. 

Kntonces,  después  de  la  fórmula  del  juramento  del  F^residen- 
le  en  que  se  invoca  á  Diots,  Nuestro  Señor,  y  los  Santos  Bvan- 
gelicts,  entiendo  (|ue  un  Presidente  constitucional  i'stá  en  el 
deber  sagrado  de  respetar  y  de  hacer  respetar  ]<>6  grandiosos 
preceptos  <pie  encarnan  esos  artículos  constitucionales. 

Las  leyes  que  rigen  el  orden  moral  no  se  violan  con  im- 
punidad: y  si  bien  me  hago  un  honor-  en  encontrarme  entre 
los  creyentes,  comprendo  al  mismo  tiempo  que  la  Constítu* 
eión  ha  establecido  la  lil>ertjid  de  conciencia  y  de  profesar 
libremente  el  culto  que  c^da  uno  tenga,  y  estos  conceptos 
deben  ser  inviolables  en  toda  la  Nación.  Respetando  el  de- 
recho individual,  se  hace  efectivo  el  sistema  de  la  Consti- 
tución. 

I«a  situación  azarosa  que  la  l'atali<lad  ha  preparado  á  la 
Presidencia  próxiíua,  impedirri  iniciar  grandes  obras  públicas; 
pitrque  el  Tesoro  Nacional  no  lo  ¡lennite,  y  la  preocupación 
suprema  del  Gobierno  debe  concretarse  á  bacer  esfuerzos 
de  todo  género  para  recuperar  el  crédito  nacional  ante  los 
mercados  extranjeros. 

No  habrá  sacrificio  que  uo  esté  dispuesto  &  iniciar  con 
pse  elevado  propósito;  llevaré  la  economía  en  los  gastos  pú- 
blicos hasta  donde  sea  posible,  y  proptmdré  la  crp^aciún  de 
un  impuesto  nacional  especial  que  se  considere  sagrado  por 
toda  la  Administración  para  aplicarlo  exclusivamente  al  ser- 
vicio lie  los  empréstitos  contraídos. 
Propemleré  con  decisión  &.  que  en  los  mercados  extranjeros 


—  sai  — 


se  forme  la  conciencia  íntima  de  que  la  HepúblJca  Argen- 
tina entra  resuellamentc  en  el  camino  de  los  Hacríflelos  po- 
sibles para  rctnipcrar  su  crédito;  y  una  vez  i]ue  ^e  forme  la 
convicción  de  est08  propósitos  honestos,  obtendremos  de 
nuestros  acreedores  modificacione.s  en  sus  exigencias  que 
ha^'an  posible  la  recuperación  del   crédito  perjudicado. 

Cafla  vez  que  lie  lefdo  las  apreciaciones  desdorosas  que 
hace  la  preuíia  europea  con  motivo  del  estado  de  nuestro 
crédilo,  me  he  sentido  afeclado  profundamente  como  ciuda- 
dano particular,  y  no  díuln  f-ncontrar  al  respecto  la  coopera- 
ción uniforme  del  Honorable  Congreso  de  la  Nación,  porque 
no  hay  ciuiladunn  que  no  se  sienta  dispuesto  á  los  sacrificios 
que  sean  necesarios  paní  restablecer  el  créililo  nacional. 

Como  un  medio  concurrente  (i  eslc  prnpósito,  pienso  que 
](is  jaranitas  á  los  grandes  i-apilales  k  emplearse  cu  obraíj 
piíblirns,  deben  reslrinpirse  en  lo  posible  para  aliviar  la  pe- 
sada carga  c|ue  soporta  ya  el  Tesoro  Nacional. 

Considero  <pje  las  emisiones  de  papel  se  han  e.xa}^rad(» 
en  la  Hepi'ihlica.  y  propendería  á  su  amortización  gradual 
para  encaminar  oportunamente  al  país  á  poner  término  á  la 
moneda  fiduciaria  como  moneda  legal  de  la  Nación,  medi- 
tnndo  con  los  consejeros  que  rae  acompañasen  en  el  Go- 
bierno, si  sen'i  conducente  en  esta  situación  establecer  en  la 
Repúblira  la  rín^ulación  metillica  en  plata,  que  al  lin  tiene 
uii  valor  inlrhiseco  relativo,  concluyendo  con  la  facilida^l  de 
autorizar  enu'sinnes. 

Serta  suinamerilc  parro  en  decretar  grustns  por  ticuerdosde 
Gobierno,  pues  sobre  este  punto  se  lia  hecho  casi  ilusoria 
In  atribución  del  Congrego  Nacional,  que  es  el  encarado  por 
la  Constitución  de  fijar  lo»  gastos  públicos  y  los  recursos 
para  atender  í\  ellos. 

\.tiü  instituciones  iNincarias  reclamarían  la  preferente  ateo- 
ción  de  la  Administración,  y  con  las  lecciones  de  la  expe- 
riencia reciente  se  pro|>endería  (i  que  esta  industria  honesta 
de  todas  las  naciones  civilizadas,  encuentre  ^trantfas  efica- 
ces en  las  leyes  nacionales. 

Como  medio  ade<'uado  para  restaurar  la  piluación  econó- 
mica de  la  Nación  delie  rornenlarso  el  desarrollo  de  bi  in- 
dustrias nacionales:  »ólo  en  la  economía  y  en  el  trabajo  debe 
buscarse  el  restablecimiento  de  la  riqueza  nacional.  Kl  isle- 
nu  de  i-crurrirá  empréstitos  exteriores  para  atender  á  uece- 


-  3at  — 


sirlaips  del  momento,  es  uiin  fie  las  causas  que  lian  concu- 
rrido á  ta  ^lavetJml  iÍb  la  situimióii  flrmrH-icr.'i  anttial.  1^» 
deudas  extranjeras  Holucionnn  moiiipnlineamente  una  difi- 
cultad, pero  con  el  lapso  de  poco  tiempo  ellas  se  aíriavan, 
porque  aumentan  las  rp^ponsabilidailes  ulteriores.  Debe  an- 
helarse que  la  riqueza  nacionalice  cimente  cu  la  producción 
levantando  nuestra  vista  al  comercio  exterior  i>ara  defender 
nuestros  productos  ante  los  mercados  extranjeros,  cuando 
Ins  veamos  hostilizados  por  las  elevadas  tarifas  en  el  paltt 
de  su  (leHtinn. 

En  la  faz  política  de  la  Administración,  la  primera  nece- 
sidad será  la  reforma  electoral,  porfpie  la  garantía  del  s«- 
fra^fio  popular  sohre  que  reposa  lodo  el  sistema  del  tiohienio 
representativo,  os  la  base  fundamental  pura  cimentar  el  orden 
político,  t^ranliendo  elieaümente  todas  las  opiniones;  y  con 
tal  objeto,  solicitaré  el  conctireo  de  los  distiníruidos  ciuda- 
danos que  se  han  preocupado  (le  esta  materia,  á  lin  de  que  con 
la  intervención  del  Ministro  del  ramo  y  cooperación  del  Ho- 
norable CoiKíreso  se  pueda  arribar  £t  plantear  en  nuestro 
país  un  sistema  elertoral  que  concluya  para  siempre  con  los 
fraudes  y  abusos  de  todo  peñero  que  nos  han  llevado  á  los 
tristes  extremos  que  todos  hemos  presenciado,  á  cuyo  fín 
habrA  necesidad  de  establecer  penas  severas  para  que  se 
Comprenda  que  ya  no  es  posible  continuar  con  atiuellos 
excesos  que  no  dudo  condenan  todos  los  partidos. 

Simpatizo  con  un  sistema  que  tienda  A  dar  representación 
<^  las  minorías,  portpte  no  desearía  {gobernar  con  unauiínídad 
legislativa;  drsoaría  presidir  ini  (íoliii>rno  de  amplia  dÍHe.u- 
sión  parlamentaria,  un  Gobierno  que  sólo  anhelase  proceder 
con  acierto,  solicitando  el  concurso  patriótico  de  todos  los 
ciudadanos. 

Kn  las  relacionen  del  Gobierno  \acional  con  los  Kstados 
de  la  República,  respetaría  con  la  Constitución  su  auto- 
nomía: ella  ordena  que  las  Pn}vincias  ó  Estados  elijan  sus 
Gobernadores,  sus  Legislaturas  y  demias  funcionarios  de  pro- 
vincia, nin  intervención  del  Gobierno  Federal,  y  hay  que  ha- 
cer observar  con  severidad  este  precepto  saludable  de  la 
Constitución,  que  es  propio  del  fjran  sistema  representativo 
federal  que  hemos  adoptado. 

Los  Kstados  ileben  resolver  sus  dificultades  internas  dentro 
de  sus  medios  propios,  y  no  desnaturalizar  el   gran  sistema 


-^SflB- 


•constitucional  que  Leiiemos,  solicitando  la  intromisión  del  Go- 
bierno Nacional  en  asuntos  que  sólo  son  de  orden  interno 
provincial.  En  materia  de  intervenciones,  roe  someteré  estriota- 
inente  á  la  letra  y  espíritu  respectiro  de  la  Constitución. 

Otra  de  las  materias  que  deben  preocupar  la  á  próxima 
Administración,  será  la  difusión  de  la  educación  primaria;  pues 
aunque  este  ramo  pertenece  á  los  Estados  como  base  para 
garantir  á  cada  Provincia  el  goce  y  el  ejercicio  de  sus  inslitu- 
-ciones,  creo  que  el  Poder  General  de  la  Nación  debe  concurrir 
con  los  recursos  que  le  sean  posibles,  á  fin  do  quecnda  ciuda- 
dano tenga  al  menos  nociones  elementales  de  todolo  que  cons- 
tituye la  educación  primaria;  porque  habiendo  organizado  un 
Go  bicrno  emanado  de  la  elección  popular,  no  hay  sacrificio  que 
no  deba  hacerse  para  obtener  p\  pran  resntlarin  de  que  caila 
ciudadano  sea  un  factor  consciente  en  todos  los  movimientos 
4e  la  opinión  pública  del  país,  disminuyendo  asi  el  (guarismo 
de  analfaliPtos  que  arroja  ol  Censo  Kscolar.  II  fin  de  evitar 
que  en  los  movimientos  colectivo»  masas  de  ciudadanos  igno- 
rantes sean  arrastradas  alguna  vez  sin  conciencia  de  sus  actos 
á  tomar  participación  en  hechos  de  que  no  se  dan  cuenta  y 
á  «ervir  de  ¡nstrumenlo.s  atentatorios  contra  la  tranquilidad 
piiblica,  impul.sadas  por  pasiones  ajenas  ó  exlraviadas. 

Me  es  satisfactorio  considerar  los  progresos  que  4  esle 
respecto  ha  hecho  nuestro  país;  pero  dado  el  modo  de  ser 
de  los  habitantes  de  la  República,  diseminados  en  inmensas 
extensiones  territoriales,  hay  que  llevar  en  la  forma  posible 
la  innueucia  beiii>iica  de  la  educación  primaria  á  todos  los 
exiremos  del  territorio  nacional,  aumentando  los  recursos 
necesarios  para  esle   objeto. 

La  inmigración  extranjera  debe  también  preocupar  á  la  Ad- 
ministración; liay  ([ue  hacer  esfuerzos  para  restablecer  la  co- 
rriente inmigratoria,  que  desgraciadamerile  se  ha  suspendido 
por  circunstancias  ([ue  son  notorias. 

Poseedores  somos  de  territorios  nacionales  que  reclaman 
el  trabajo  del  hombre;  debemos  estimular  la  inmigración, 
ofreciendo  á  los  inmigrantes  todos  los  medios  defaeilítar  su 
arraigo  en  la  República,  poniendo  á  su  alcance  la  adquisición 
cómoda  de  la  propiedad  para  radicarlos  como  propietarios  al 
suelo  nacional,  interesándolos  as!  en  el  movimiento  de  eu  ri- 
queza; y  uno  de  los  medios  concurrentes  á  eslo  fin.  considero 
-que  sería  facilitarles  la  adquisición  de  la  ciudadanía. 

OuToiiu  jlRoannu—  1l»w«  IV.  0 


—  30(>  — 


La  experiencia  nos  ha  demoijtrado  <jue  la  inmigración  ar^ 
tiñciul  cuí^learla  por  el  Estado  ha  dado  ra-^ultudos  conlrarius 
A  los  anhelos  que  se  tuvieron  en  vista  al  autorizarla,  y  hay 
medios  indirectos  que.  sin  gravar  el  Tesoro  Público,  ret>lable- 
ceriin  sin  duda  el  moviniientn  inmijfratono,  líesde  tjue  se 
forme  la  conciencia  do  que  la  República  brinda  á  lodo  extran- 
jero laborioso  un  horizonte  dn  prosperid.id  y  bienestar  que 
no  puede  encontrar  en  su  Patria  nalix'a. 

Concurrenics  á  estos  anhelos  deije  preocupante  de  que  la 
tierra  pública  no  se  acuerde  en  enormes  extensiones  que  sirven 
de  estímulo  á  la  codicia  v  á  la  especulación,  dejando  siempre 
despoblados  los  territorios  concedidos. 

El  sistema  de  códÍ}íos  que  rige  hoy  en  la  República  es  de 
los  más  adelantados  y  conviene  dejar  que  los  tribunales  eu- 
ear^adoK  de  su  aplicación  fornien  dentro  de  sus  preceptos 
la  jurisprudencia  corresiwmliente,  suspendiendo  por  ahora 
reformas  al  respecto. 

Sólo  sobre  un  punto  es  necesario  dictar  una  ley  especial 
que  modifique  el  procedimiento  actualmente  vigente,  para  que 
el  (fran  privilegio  ()un  protpfíe  Ala  libertad  individual  sea  efi- 
caz dentro  de  la  jurisdicción  federal.  El  privilegio  de  Itabmif 
t¡or]Hw  delie  hacerse  efectivo  del  modo  mñs  sumario  posible, 
y  la  ley  que  lo  reglamente  debe  responder  á  esc   propósito. 

Gl  Poder  Judicial  en  nuestro  sistema  conslifucional.es  el 
baluarte  sobre  que  descansa  la  efectividad  de  las  ^rantlas 
constitucionales:  y  cuando  la  resolución  de  un  Juex  ampare  la 
líberlad  [lersonal  ile  un  habilanle  de  la  República,  todas  las 
autoridades  deben  apresurarse  á  cumplir  y  á  respetar  ese  fallo. 
JuK^o  asimismo  que,  una  vez  que  el  Tesoro  le  permita^ 
deben  crearse  al  menos  dos  Corles  de  circuito  con  jurisdic- 
ción terriloriíil  adecuada,  para  evitar  ipie  la  Corte  Supn'ma 
de  la  Naíüon  sea  recai-gada  con  asuntos  de  insigiiiticaiite 
importancia  (jue,  no  sólo  jierjudicaa  4  los  interesados  por 
la  demora  consif.^lieute.  sino  que  desnaturalizan  las  funcio- 
nes elevadas  íi  que  <leliiera  circunscribirse  aquel  Supremo 
Tribunal. 

I^s  instituciones  militares  reclamarían  la  preferente  aten- 
ción de  la  Administración;  con  un  personal  capaz  de  todas 
las  virlufles  marcialcK  de  qut^  ha  dado  brillantes  pruebas  el 
Ejército  Nacional  en  sus  ^íloriosos  anales,  le  falta  afín  la 
base  de  una  legislación  adecuada  y  una  prolija  reglamentación- 


-307  — 


pitra  levantar  sobre  ella  la  podcru^  fuerza  armada  con  que 
(Iftbi*  rniiUir  Iíl  Hi'.púhlicu.  Coni-.itarla  cotí  este  objeto  Iridafi 
las  cupaeiduiie»  tiiílitares  que  Telizuieiite  existen  en  las  fílas 
del  ü^ército  y  de  ta  Armada,  y  estimularía  la  ilustración  y  et 
patriolismo  de  los  le^iíiladoreti. 

Nuestras  extensas  fronteras  terrestres  y  mnritima.<  exigirán 
siempre  la  existencia  de  un  Gjéretlo  y  Armada  aiJecuudoií 
ít  sus  necesidades.  Hirviendo  de  núcleo  á  la  gran  milicia  de 
la  Nación  en  que  debe  reposar  la  defensa  de  la  seberanla 
nacional. 

A  la  conveniente  oi^nizaeión  y  disciplina  de  esa  gran 
fuerza  nacional  debe  contraerse  et  (lobíernn  cuii  la  coopera- 
ción de  lodos  los  Gobiernos  de  los  Rslados.  con  arreglo  á  los 
preceptos  de  la  ConsUlnción. 

La  milicia  nacional  debe  ser  tnia  fuerza  concurrente  y  po- 
derosa del  ejéa'ito  de  linea,  formando  un  cuerpo  homogéneo 
que  sea  el  guardián  inconmovible  del  orden,  de  las  autorida- 
des constituidas  y  de  las  libertades  públicas,  amado  del  pue- 
blo como  suyo,  y  (|ue  despierte  en  él  los  elevados  entusias- 
mos del  patriotisinu. 

Aumentar  y  perfeccionar  los  institutos  científicos  y  ténicoB, 
proveer  á  la  economía  y  normal  administración  de  lodos  los 
ramos  militares,  mejorar  y  regularizar  Uia  condiciones  de 
reclulamienlo  y  sustituir  á  las  ordenanzas  de  Carlos  111  con 
uii  sistema  de  codificación  completo  de  leyes  y  ordenanzas  &. 
U  altura  de  los  progresos  de  la  época,  aon  grandes  y  legítimas 
aspiraciones  con  cuyo  objeto  se  harían  los  esfuerzos  posibles. 

En  las  relaciones  externas  de  la  Uepública  seguiría  la  po- 
lítica que  nos  mai-can  nuestras  honrosas  tradiciones  interna- 
cionales: procuraría  estrechar  nuestras  cordiales  ndacioncs 
con  todos  lus  listados  amigos,  y  haria  esfuerzos  por  vincu- 
lar inAs  la  fraternidad  americana  con  todos  los  Estados  de 
América. 

Afortunadamente,  nada  perlurbu  ni  amenaza  la  paz  y  tran- 
quilidad de  lu  Nación;  y  si  bienes  cierto  ipie  tenemos  fiendien- 
t(«  cuestiones  internacionales  sobre  límites,  no  lo  es  menos 
que  ellas  se  encaminan  á  soluciones  pacíficas  que  nos  dará 
la  ciencia  de  los  geógrafos  y  los  términos  y  espíritu  de  los 
traladus  celebrados;  y  en  Ciltimo  caso,  iremos  A  ese  recurso 
que  hoy  se  hace  camino  como  una  aspiración  del  derecho 
internacional  moderno  y  que  para  honor  de  la  República  Ar- 


genlína  lo  lia  proclamado  siempre  como  medio  de  solucionar 
esas  dificuUades  internacionales.  Me  refiero  al  arbilraje.  La 
vida  internacional  ríe  la  Nación  debe  llenarnos  de  saLisfaccíón 
fntíma  como  argentinos,  porque  desde  la  primera  época  de 
nuestra  emancipación  lienio»  levantado  grandiosos  principios. 

La  abolición  He  la  esclavitud  la  registramos  como  una  san- 
ción de  la  Asamblea  Nacional,  apenas  inieíailo  el  movímíeulo 
de  la  emancipación  americana  (1813).  El  arbitraje,  como  medio 
de  resolver  cuestiones  internacionales,  lo  tenemos  pactado  en 
varios  (Hitados,  y  en  época  más  próxima  de  una  jfuerra  in- 
ternacional proclamamos  como  principio  que  «la  Victoriano 
da  derechos»;  es  decir,  condenamos  el  derecho  de  conquista. 

Inspirada  así  nuestra  vida  exterior  con  el  respeto  de  los 
derechos  de  los  demás,  y  teniendo  como  doctrina  el  arbitraje 
como  solución  en  cuestiones  esternas,  debemos  esperar  que 
no  perturbarán  la  tranquilidad  pública  de  la  Nación  ninguna 
clase  de  cuosl  iones  ititcrnacionale.'t. 

Las  inquietudes  que  alguna  vez  se  han  hecho  circular  sobre 
temores  de  reclamos  de  acreedores  extranjeros,  á  eausa  de 
supresión  de  servicios  de  papeles  de  crédito  de  la  Repóblica. 
Ia.«í  considero  del  todo  desautorizadas;  si  bien  debemos  la- 
mentar los  hechos  fatales  que  han  producido  ese  resultado, 
eso  sólo  interesa  el  derecho  privado  de  particulares,  que  no 
pueden  jamás  dar  origen  á  gestiones  que  afecten  la  sobera- 
nía nacional;  y  aÍ  esos  mismos  acreedores  se  convencen  que 
la  Kepnblic^i  entra  en  una  setida  de  economía  severa  y  que 
hace  todos  los  esfuerzos  posibles  para  recuperar  el  crédito 
lesionado,  ellos  lian  de  hacer  justicia  á  esos  nobles  propósi- 
tos y  harán  posibles  arreglos  decorosos  y  equitativos. 

Desconnundo  de  mf  mismo  sobre  mis  condiciones  inte- 
lectuales y  morales  para  corresponder  dignamente  al  honor 
coa  (|ue  se  me  (|uiere  favorecer  en  situación  tan  grave  y  so- 
lemne de  la  República,  propendería  á  formar  oportunamente 
UD  Consejo  de  Estado  que.  si  no  está  autorizado  expresamente 
por  la  Constitución  Nacional,  creo  que  no  contraría  el  espí- 
ritu que  domina  en  ella  y  que  es  una  institución  concurrente 
&  un  buen  gobierno. 

L'n  Consejo  de  Estado  integrado  con  pei-sonalidades  distin- 
guidas que  han  desempeñado  en  la  República  empleos  de 
alta  importancia,  puede  prestar  su  concurso  patriótico  á  un 
Gobierno  que  se  levante  en  brazos  de  aspiraciones  naciona- 


—  aca- 


les que  tienden  á  iniciar  utia  ópoca  de  concordia,  de  repara- 
ción y  de  justicia. 

Kttloin  serían  ':  (grandes  rasgos  mis  anhelos  si  lle^roRe  íí  la 
Presidencia  de  la  República,  creyendo  oportuno  liacer  cx)nstar 
i|ue  en  aquel  alto  puesto  atendería  con  solicitud  todas  las 
exigencia.<  públicas  <iue  pue<la  remediar  por  las  atribuciones 
constitucionales,  y  iuiradecer^  á  la  ilnstraila  prensa  narinnal 
que  me  preste  su  valioso  concurso  para  ilustrar  la  «piniórt  del 
Gobierno.  aiHjyando  las  medidas  que  crea  que  lo  merezcan 
y  censurando  cuand»  lo  creii  de  su  deber,  porque  subiría  al 
Poder  con  un  espíritu  de  tolerancia  para  todas  las  opinio- 
nes, el  mAs  amplio  posible. 

Siento  flotar  en  la  atmósfera  <le  la  opinión  un  elevado  an- 
helo de  sentiinientos  frateniales  y  |)alri<^licos:  parece  que  el 
lar(;o  período  de  desastres  que  ha  pesado  sobre  la  Repúbli- 
ca inclina  hoy  ú  Iodos  los  habitantes  á  buscar  una  situación 
de  tranquilidad  y  bienestar. 

No  en  posible  (]ue  la  Nación  Argentina  esté  condenada  á, 
ser  víctima  de  inquietudes  constantes;  no  es  posible  que  un 
abismo  divida  los  partidos  políticos,  odiándose  unos  á  otros« 
V  |)arece  que  los  hechos  (|ue  se  produeeri  presetitati  la  opor- 
tunidad de  unir  en  un  solo  y  patriótico  propósito  todas  las 
nspiracinnes  en  que  se  ha  dividido  la  opinión  de  la  Repú- 
blica. ¡QuA  honor  scrfa  para  este  modesto  ciuiladano.  que  no 
lia  anibicíanado  ser  Presidente,  poder  presidir  una  Adiiiinis- 
trnrión  que  pusiese  término  á  la»  paMÍoncs  exnltada.s  He  la 
política  interna! 

Con  los  anleeedenles  e.xpuestoSf  acepto  con  sincera  grati- 
tud la  candidatura  que  se  me  hac«  el  honor  de  ofrecer  por 
las  Convenciones  Kleclorales  del  Partido  Nacional  y  de  la 
Unión  Cívica  Nacional,  secundada  por  extensas  adhesiones 
eapoiilünejis  de  opinión  h  que  tne  lie  referido:  y  si  Herrase  el 
caso  de  qye  el  procedimiento  constitucional  ratifique  esta 
(lesi^riiacióit.  imploro  desde  ahora,  como  ci-eyent<'  sincero,  el 
auxilio  de  la  Divina  Providencia  para  «lesempcí^ar  como  co- 
rresponde los  altos  de)>ere8  que  imponen  el  car^'o  de  Presi- 
dente constitucional  ilc  la  República  Aivcnlina. 

Solicito  asimismo  la  cooperación  de  lodos  los  patriotas 
de  la  República.  Mi  (iobierno  un  sería  el  de  un  partídc  polf- 
ticu  ríntpnniuadu;  sería  el  ^^obierno  de  la  Conslilut-íón.  sin 
oriíoM  y  üin  exclusiones,  y  jamás  se  lian  invocado  en  la  Re- 


-  310  - 

públira  los  elevados  tícnümíenlu»  de  desprprulimieiilo  y  pa- 
triotismo sin  hallar  eco  simpático  en  leda  lu  Nación.  Se  ha 
venido  &  solicitar  ú  un  ciudadano  modesto  y  retirado  de  las 
pasiones  polflicas  para  levantarlo  k  la  magistratura  suprema 
de  la  Naei6n,  y  en  el  oca.so  de  mi  vida,  sería  tal  vez  el  úl- 
timo sacrilicin  que  pueda  hacer  en  nbse<[uio  de  esta  ([uerida 
Patria»  y  ojalá  pueda  corresponder  á  las  esperanzas  de  las 
honnraliles  Convenciones  que  me  han  honrado  con  su  voto. 


Discurso  del  doctor  Miguel  6.  Morel,  pronunciado  la  noche  del  24  de 
Agosto  de  1892  en  un  banquete  dado  por  la  -Unión  Cívica *, 
en  ttonor  del  Presidente  electo,  doctor  Luis  Saenz  Peña. 

Señores:  Este  Imnquete,  una  de  tas  Forman  consagradas 
para  las  más  nobles  celebraciones,  untes  (jue  un  homenaje 
tribulado  á  un  ciudadano  distinguido,  electo  y  proclamado 
Presidente  de  la  Uepliblica,  e.s  una  Tiesta  ile  la  amistad  que, 
sin  emhar^'o,  tiene  las  garandes  prayecciones  de  un  rcsiirgi- 
mienlo.  de  una  nueva  tlorcscencia  de  la  vida  libre  en  nues- 
tra Patria. 

Este  banquete  es  ú  la  vez  fie.sla  de  libi?rtad,  y  cuadra 
bien  en  pueblos  republicanas  (lue  el  llamado  á  rejiir  sus 
■Icslinos  la  presida,  para  que  pueda  ai)ercibii'8e  de  las  ne- 
cesidades, de  las  aspiraciones  y  tendencias  de  la  colectivi- 
dad, Hcnlir  de  cerca  sus  palpitaciones  y  apreciar  el  concurso 
que  se  le  presta. 

Es  tiesta  de  libertad,  porque  celebramos  el  triunfo  de  la 
opinión  pública  maiiifesiada  con  la  míis  pura  verdad  en  las 
umai»  y  su  resultado,  la  elevación  al  Poder  de  un  hombre 
representativo  de  mía  inmensa  mayuria  de  hombres  libres  y 
conscientes  y  de  una  suma  considerable  de  (jcnerosos  es- 
fuerzos y  de  nobles  ideales;  de  un  hombre  que  signifíca  la 
ínau^ración  de  una  nueva  í^poca,  de  un  nuevo  régimen  y 
de  una  nueva  v(a  en  medio  de  las  actuales  vicisitudes  del 
pueblo  ar],renlini). 

Un  día,  obscur<'cÍ^ronse  los  horizontes  de  la  Patria,  y  las 
desgracias  pfiblieoK  parcelan  inminentes.  Un  resplandor  be- 
nigno disipó  las  brumas;  patriótica  Inspiración  iluminó  á  los 


—  311  — 


-df>3  grantles  ^tartidos  t\tt\  Acuerdo,  y  un  hombre  honorablt!, 
un  ciudadano  consular,  un  vonlariero  {>atricia  fué  isaludado  y 
actuniadu  ruino  el  conjuro  de  los  peligros,  como  la  solución 
de  los  cotiflictoít,  cotuo  la  üalvaciún  de  los  pueblo». 

Este  ciudadano  repre.soritaba  e\  término  de  los  males  que 
iiflígfan  á  la  Patria:  si^niticnha  (pie  ella  volvería  &  vivir  bajo 
sus  inslituciories  tutelares:  que  no  habría  ya  favoritos,  sino 
■ciudadanos,  imítales  lodos  ante  la  ley,  anle  la  jufitícía,  anlit 
sus  autoridades:  que  concluirían  los  ]fobternoB  de  bandería 
para  dar  lugar  á  los  gobiernos  del  pueblo,  por  el  pueblo  y 
para  el  pueblo:  que  al  favor  nfícíal  sustituiría  la  ju»tiuia;  & 
la  malversación,  la  ecoiinmfa  honnida;  á  la  fuerza  el  dere- 
cho: i'i  \íi  voluntad  personal,  la  ley  inflexible. 

Si^nifícaba.  en  Uti.  (pie  volv{amos  á  levantar  entre  nos- 
otros el  hogar  de  la  libertad  y  el  asilo  del  derecho,  y  que 
en  la  patria  de  .Siin  M.irtín  y  de  Helgrano  todos  Ioí^  hom- 
bres son  iguales;  que  todos  somos  hermanos:  que  todos  so- 
mos y  det>enio&  ser  libres,  y  que  para  todos  se  levanta  en 
lus  alturas  el  sol  argentino,  como  para  lodos  produce  esta 
tierra  Itendecida  bajo  la  acción  del  trabajo  regenerador  y 
!i>s  iiuspirios  ds  instituciones  y  ile  gohiernos  de  liherlad. 

Kstc  ciudadane  surfdó  con  este  altísimo  sigiiiticado;  la 
nación  pnptdar  lii  consa'^ró.  y  asistimos  ahora  k  la  verda- 
*lera  restirrecí-ión  de  la  democracia  argentina. 

Ese  ciudadano  es  el  Pi'esideiite  proclamado  de  la  Xacióu 
Argentina,  doctor  Luts  Sacnz  Pena,  en  cuyo  honor  nos 
reunimos  en  esta  ocasión. 

Aquí  veis,  señor  Hresidetile.  á  un  res()elable  nCiniero  de 
ciudadanos  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  que  representan 
tm.1  ^ran  fuerza  de  opinión  y  una  masa  considerable  de  sus 
múltiples  y  valiosos  intereses.  i\uc  sienten  las  miís  intensas 
aspiraciones  de  unten,  de  libertad  y  de  progreso,  y  (pte  fundan 
las  más  legitimas  esperanzas  en  que  ellas  serán  realizadas 
bajo  los  auíípicíos  de  vucsti-o  (íobierno  próximo. 

Rsta  es.  en  cierío  modo,  llestu  de  ciudadanos  de  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires  que  os  ofreceu  una  vez  más  en  esta 
oportunidad  sus  votos  desinteresados,  su  concui*sn  patrióti- 
co, su  adhesión  consciente  y  sincera,  sus  alientos,  sus  anhe- 
los, su  pensamietito  y  sti  acción  para  concurrir  á  la  reali- 
zación de  vuestro  bello  programa,  concorde  con  las  promesas 
de  nuestro  evangelio  político. 


—  312  — 


Discurso  del  doctor  Antonio  Bermejo,  el  12  de  Octubre  de  1892^ 
en  Chivilcoy,  siendo  padrino  de  la  fiesta  celebrada  al  inaugu- 
rarse el  monumento  á  Colón. 


Sefioras:  seflar  Presidente  de  la  Junta:  señores:  Con  la 
Ínau(íurai:i(')n  de  este  monumento  dedicjido  al  descubridor 
de]  Nuevo  Mundo,  Chivilcoy  honra  anlc  i  oda  la  confrater- 
nidad universal  que  vincula  &  lodos  los  lioinbreü  en  el  mis- 
mo sentimiento  de  admiración  por  la  virtud  y  por  el  K^nio. 

Bien  está  aquí  señorea,  en  et^la  ciudad  laboriosa  y  cosnio- 
pülita  por  excelencia,  la  noble  figura  del  hijo  predilecto  d& 
lu  Italia,  del  servidor  decidido  de  la  España,  presidiendo  la 
aranosa  actividad  de  este  pueblo  que  ubre  cada  d la  e¡  surco- 
en  la  fecunda  tierra,  como  el  eílebre  marino  en  el  océano- 
estéril,  buscando  también  el  nuevo  mundo  de  su  redención 
pur  el  trabajo,  por  la  libertad  y  por  la  denmcrauia. 

Bien  estÍL  aquí  el  enviado  de  la  Kspaña  que  nos  lepó  el 
sentimiento  caballeresco  y  generoso  do  su  raza;  bien  el 
antepasado  de  los  hijos  de  Italia,  que  vienen  com|>artÍendo 
con  nosotros,  los  argentinos,  todos  los  afanes  de  la  industria 
y  todas  las  vicisitudes  y  &  veces  tremendas  amarguras  de 
nuestra  or^'anización  social  y  económica. 

Helo  ahf,  senoi'es,  en  el  momento  supremo  de  su  vida, 
aquel  en  que.  tremolando  el  estandarte  de  León  y  de  Casti- 
lla, asíenUi  su  planta  en  la  tierra  prometida  á  sus  afanes 
por  el  supremo  ordenador  de  los  mundos. 

¿Cuál  fué  su  parle,  y  cuál  la  de  su  época  en  la  realiza- 
ción de  la  ma(;na  empresa? 

Si  el  Siglo  XV  fue  el  siglo  de  los  descubrimientos,  y  si  el 
anhelo  de  ensanchar  la  accíóti  del  hombre  en  los  dominios 
del  espacio  Irahajaba  las  voluntades  y  las  ideas.  Cotón 
llevó  también  el  corilin^ente  de  su  propia  personalidad,  de  su 
voluntad  y  de  su  pensamieiilo.  que  se  impuso  en  definitiva 
contra  los  errores  y  las  preoeti  pación  es  de  su  tiempo. 

Kii  lii  vida  azarosa  del  marino,  en  los  fantaseos  á  <]ue  la 
vista  del  mar  le  uireciera  como  rupresenlación  de  la  majestad 
del  infinilo,  Colón  tal  vez  vislumbró  entre  las  brumas  del  ho- 
rizonte lejano  el  mundo  desconocido  que  habla  soñado  la 
imaginación  de  los  nnliguns. 

Los  datos  que  Platón   atribula  6   los  sacerdotes  eKipcioR 


-  313  - 


Kuhri!  la  Allúiilida  situarla  eufrente  de  la»  columnas  de  Hér- 
cules y  (les(|p  In  cual  pndia  pasarse  <i  olra:^  ísUik  y  vnlver 
al  Continente:  las  tradiciones  6obre  la  Antilla  que,  en  con- 
cepto de  Aristútele^,  Ins  cartagineses  tiabfaii  encontrado  íl 
muchas  jomadas  de  navegación  del  continente  africano;  la 
predicción  de  Séneca  sobre  el  día  en  que  el  Océano  permi> 
tiría  ver  una  vasta  región,  y  Tlielliys  nuevas  comarcas,  de- 
jando do  ner  Thule  la  íillima  tierra;  .Vec  »/í  Urra  úHima 
Thule:  todo  e-se  conjunto  <le  tradiciones  juiéticas  <le  la  anli- 
gtledud  con  que  se  a<lorna  la  cuna  de  las  civilizaciones  na- 
cientes, uo  influenció  sin  duda  la  mente  pensadora  y  eíen- 
llflcamente  prepiirada  de  Criütóbjil  Colón. 

Él  no  buscaba  un  continente  nuevo:  vivió  y  murió  en  la 
crenciü  de  que  liabla  llegado  &  las  costas  orientales  dct  Asia. 

Sin  embargo,  ^u  plan  fué  cientfficanienle  concebido  y  sa- 
biamente ejefulado. 

« Cuando  Colón,  dice  Huniboldt,  se  dirigió  hacia  el  Oeste 
partiendo  del  meridiano  de  las  Azores,  y  provisto  del  astro- 
labio  nnevatucnlu  perfeccionado,  recorrió  un  mar  que  nadie 
había  explorado  hasta  entonces,  no  iba  como  avcntui-eru  i. 
buscar  por  el  Oeste  la  costa  oriental  del  Asía,  sino  que 
obraba  en  viiiud  de  un  plan  firme  r  determinado  ». 

Partiendo  del  principio  de  la  esfericidad  de  la  tierra,  Co- 
lón concibió  la  posibilidad  de  llegar  ñ  la  India  navegando 
bacía  el  Occidente,  es  decir,  en  un  rumbo  opuesto  al  que 
los  portupeses  seguían  por  el  Orieide. 

l-.as  nociones  erróneas  de  aquel  tiempo  respecto  á  las  di- 
mensionc>;  del  planeta  ímpnlsfih.-inlo  en  eí:a  vía  como  más  corta 
para  reanudar  el  inteiTanibiu  cttn  los  mercados  del  Asía. 

Empie7.a  entonces  la  terrible  lucha  del  penio  ron  la  falta 
de  meilios  de  acción,  y  el  audaz  marhio  transporta  de  reino 
en  reino  su  atrevido  pensamiento,  ofreciendo  nuevos  mundos 
en  cambio  de  un  solo  barro. 

Desdefiailu  por  el  Senado  de  Genova,  su  Patria,  detenido 
y  c^si  traicionado  por  la  Corle  de  Portugal,  desoído  duran- 
te aQos  en  la  misma  Corle  de  Kspafía,  Colón  y  su  proyecto 
son  al  íin  somotídos  al  i'xainen  del  Consejo  de  Salamanca, 
cnrnpneslo  de  los  hombres  más  veitsados  en  las  ciencias 
humanas  y  dí%iiias  de  su, tiempo. 

He  ahí.  frente  á  frente,  los  dos  enemigos  irreconciliables. 
Iradicionalef;,  cuyas  luchas  y  triunfos    respectivos   van  mar- 


—  :ti4  >- 


batido  las  etapas  de  la  liumanídad  en  lu  civilizaciúii  6  en  el 
relror*so.  Colón  y  su  genio  eslán  de  un  ludo;  el  Consejo  y 
sus  creencias  eslán  del  otro;  el  libre  examen  contra  el  nulo- 
ritarÍKino;  la  innovación  contra  la  rutina:  el  ^nio  contra  la 
mediucrídad;  la  tolerancia  contra  el  fanatismo:  la  flloünfía 
contra  el  clericalismo. 

El  espíritu  estrecln».  monacal,  de  la  Kdad  Media,  en  aijuel 
momento  solemne  de  la  historia  recoge  todas  sus  armas  en 
el  .irt>enal  de]  pasado,  y  preludiando  la  ruda  liostilidad  que 
debía  desplegar  contra  Galilco  y  contra  Colñn.  cnntra  dos 
mundos  siderales  opone  la  letra  muerla  al  espíritu  vivaz,  la 
tradición  al  genio  innovador. 

1^  fe  tiallába^ie  entonces  ligada  en  íntimo  consorcio  íi  la 
ciencia  olicial  de  la  época,  de  modo  que  no  había  más  que 
un  paso  de  la  novedad  á  la  here^'a.  y  de  la  heregin  U  la 
hoguera. 

Saludemos  al  gran  marino,  vencedor  en  la  primera  y  ardua 
Jornada.  La  expedición  quedó  resuelta. 

Señores:  la  ligara  genial  dd  navegante  genovés  ^íe  agiganta 
ante  los  obstáculos  que  debía  de  vencer  en  su  camino. 

Kija  en  la  mente  la  idea  de  llegar  á  la  India  síguieiulo  la 
tnarcha  del  astro  que  iba  A  acuitar  sus  rayos  ca<la  día  entre 
las  olas  ilel  Octano,  como  si  fuera  la  brújula  di?  su  derro- 
tero: llena  la  conciencia  con  la  fe  de  su  niisíc'm  exlraordina 
ría  y  en  la  acción  providencial  del  Ser  Supremo,  emprende 
Colón  su  gramliosa  epopeya  laiiz^indose  á  aquel  mar  inmen- 
so y  tenebroso  de  los  geógrafos  Árabes,  poblado  de  peligros, 
horrores  y  misterios. 

Fenómenos  inesi>erados  í  inexplicables  para  la  ciencia  de 
su  tiempo  debían  poner  á  prueba  el  caráter  de  Colón  y  su 
fe  eti  el  éxito  de  su  atrevida  empresa:  la  persislencia  de  los 
vientos  aliíjios  que  inducían  á  creer  en  la  imposibilidad  del 
regreso:  la  vegetación  ilutante  en  el  mar  de  los  Sargasos:hi 
declinación  por  primera  vez  observada  de  la  aguja  magnética, 
que  pare<:la  renunciar  á  ser  su  guía  silencioso:  lodo  debía 
ceder  á  la  fue^isa  impulsiva  de  su  genio;  todo,  ser  vencido  por 
su  voluntad  soberana  y  la  incoslrastable  intuición  de  su  des- 
lino liasla  puner  la  planta  en  la  tierra  de  sus  sueíms. 

Crceríasc  asistir  &  una  de  aquellas  escenas  bíblicas  del 
Oínesis,  en  (|ue  la  tierra  estaba  informe  y  las  tinieblas  cu- 
brían el  abismo. 


-315  — 

Según  la  expresión  del  poeta,  la  carabela  de  Coiflii,  como 
el  espíritu  de  Dioa,  movíase  solire  las  aguas. 

Hiihta»?  cninpt?tn(]n  la  Creiu-ión. 

.  V  rió  Dios  (jnf  lo  hecho  Putalm  lmcíno« . 

El  gran  navegante  superaba  así  las  liazaflas  que  la  imagina- 
ción (le  los  gi-iegos  babia  atribuido  á  sus  héroes  y  seniidioses. 

Realizó  lo  ijue  no  alcanzaron  los  ojos  y  las  alas  de  la 
fama  puestos  al  servieio  de  Aliüdes,  inspirando  el  estro  del 
celebrado  cantor  de  las  Cruzadas: 

T<4npo  rcrrA  che  ñiin  d'Kirnle  e  segni 
FaroU  TÍlf  al  nnreganlt  indufllri: 

Un  uí>m  diíllii  Li^irln  nrrA  «rdimciiln 
AU'iDCOgiiiU  COMO  csporsí  iii  príinn. 

Nada  falló  (i  la  jclnria  del  hf-roe.  nis¡  quiera  el  mnrlirío. 
V  por  una  de  aijuellas  iinmnalías  del  deslino,  el  nuevi»  con- 
tinente no  lleva  el  nombre  de  su  descubridor:  pero  ese  nom- 
bre vive  y  vivirá  pereiuiemente  en  el  corazón  de  todos  loa 
hombres  que  lo  habiten. 

Colón  fné  grande  ante  todo  por  la  energía  de  su  carácter  y 
el  poder  de  su  voluntad.  La  Te  en  su  ideal  y  la  perseverancia  en 
la  acción  le  colnt-an  en  el  rango  de  Iti^  héroes  de  la  humanidad. 

Su  vida,  noblemente  llevada,  encierra  una  gran  lección  que 
puede  formularse  con  las  fmiabras  que  en  su  hora  de  amar- 
gura y  desaliento*  el  alma  de  Colón,  profundamente  religiosa, 
ola  como  un  rotisuelo  venido  de  In  alto. 

•  Valof  y  nada  lemas;  las  tribulaciones  del  hombre  están 
escritas  en  el  mármol  y  no  sin  causa». 

Sañores:  al  pié  de  este  monumento,  modesta  ofrenda  de  un 
pueblo  de  la  Nación  Argentina  al  gran  navegante  que  lodaa 
las  naciones  honran  en  este  día.  los  hombres  de  todas  las  razas, 
hablando  distjnltis  lenguas,  atraídos  desde  los  cuatro  puntos 
del  horizonte.  s<'  reconocerán  hermanos  y  como  hijos  de  una 
misma  patria,  de  aquella  que  no  admite  prerrogativas  de  .san- 
gre ni  de  nacimiento,  que  iguala  á  extranjeros  y  nacionales 
ante  la  ley,  que  promueve  el  bienestar  general  y  se  empefia 
en  asegurarlos  beiietirins  de  la  Itherlad  para  todos  los  hom- 
bres del  mundo  que  quieran  balitar  su  suelo. 


—  316 


Discurso  pronunciado  en  el  salón  de  recepciones  de  la  Casa  de  Gobier- 
no por  el  Arzobispo,  doctor  Federico  Aneiros,  el  14  de  Octubre 
de  1892.  ante  el  Presidente  de  la  República  y  sus  Ministros. 

Excelenlfsimo  señor:  Venimos  á  pr«se»lar  nuestros  respe- 
tos al  seflor  Presidente,  y  pidu  disculpa  por  lo  que  diré,  en 
consideración  al  carácter  de  católico  ({ue  lo  dislingue. 

Si  alguno  nos  dijera  que  para  cumplir  con  lu  Constitu- 
ción á  este  respecto,  basLa  presentar  la  fo  de  bautismo,  lo 
sentiría  porque  la  letni   mata. 

Mas  cuando  Vuestra  Excelencia  ha  manifeslado  que  no  le 
place  ser  cristiano  de  papel,  |;orque  repugna  esto  k  su  con- 
ciencia y  á  su  dif^idad.  y  hasta  la  Constitución  llamn  al 
Presidente  de  la  República  patrono  de  la  Iglesia,  «o  sé  quién 
no  deba  respetarle. 

Y  si  nosotros  llegamos  hasta  decir  que,  así  como  no  es  pa- 
triota sino  aquel  á  quien  la  Patria  reconoce  por  tal  y  que  (¡ene 
siempre  pronto  el  nfdo  á  sus  insinuaciones  y  clamores,  tam- 
bién puede  decirse  que  es  católico  el  que  la  Iglesia  tiene  por 
tal,  y  que  siempre  la  oye  con  amor. 

Creo  que  á  nadie  ofendemos. 

Señor  Presidente:  con  júbilo  os  vemos  en  este  alio  pues- 
to, y  con  toda  fe  os  ofrecemos  todo  nuestro  ministerio. 

Rogaremos  al  Cielo  para  que  podáis  vencer  todos  los  in- 
ftonveníenles  y  sea  vuestra  Presidencia  llena  de  honor  y  de 
gloria. 


Proclama  del  General,  don  Emilio  Mitre,  al  E|ércíto.  el  14  de  Octubre 
de  1882,  al  ser  nombrado  Jefe  del  Estado  Mayor 


El  Jefe  del  Estado  Mayor  General,  al  recibirse  de  su  pues- 
to, envju  al  Ejército  su  más  cordial  suÍu<lo  y  le  significa 
que  espera  confiadamente  encontrar  en  él  las  virtudes  que 
siempre  lo  han  dÍsliii|;uidnromn  reflejo  del  valor  y  patriotismo 
del  pueblo  argentino:  que  en  ^n>í  Illas  predominará  conslan- 
temenle  el  sentimiento  del  deber  sostenido  por  la  justa  y  se- 


—  317  — 

vera  disciplina  que  han  vigorizado  en  todo  tiempo  á  las 
IngioRRH  coaquistadoras  de  glorias  en  la  lucha  por  la  inde- 
pendencia de  un  continente  y  por  la  libertad  y  honor  de  la 
l'atria. 

El  Ejército  no  dehe  olvidar  que  es  la  fuerza  sobre  la  cual 
reposan  el  orden  y  las  leyes:  que  sus  armas  han  de  estar 
siempre  prontas  á  defender  las  bases  fundamcntalfis  de  la 
Nación,  representadas  por  el  Gobierno  que,  con  arreglo  á  la 
Constituci6n.se  ha  dado  el  pueblo  argentino,  y  que  es  tam- 
bién el  fundamento  poderoso  sobre  el  cual  se  apoyarán  en 
cualquiera  emergencia  la  defensa  y  el  honor  del  país. 

Sostenidos  y  vinculados  por  estos  elevados  seiüimientoa, 
que  son  imposición  es  del  pundonor,  del  patriotismo  y  del 
deber,  fonsejíuirenios  adelantar  nuestra  institución  militar 
manteniendo  la  correcta  subordinación  y  disciplina,  que  noe 
permitirá  estar  prontos  en  todo  momento  paní  cumplir  la 
alta  misión  de)  soldado. 

Unidos  por  estos  s<ino>:  propósitos,  tendremos  el  orguUo 
de  contribuir  á  asegurar  la  ]»az  pública  y  de  ver,  como  con* 
secuencia,  desarrollarse  la  riqueza  y  el  bienestar  de  la  Re- 
pública, regida  por  el  gobierno  legal  que  at-aba  de  recibirse 
del  mando,  y  al  cual  debemos  obedieticia  y  respeto. 

Constancia  en  el  desempeño  de  las  obligaciones,  subordi- 
nación, honor  y  moral,  c^  lo  que  espero  de  todos  y  cada 
uno  de  los  miembros  del  Ejército,  para  encontrarnos  siem- 
pre dignos  de  represenlar  las  glorias  adquiridas  por  las  ar- 
mas de  la  Patria  y  para  que  en  la  bandera  que  hemos  jura- 
do defender,  brille  indeleble  el  lema:  siempre  vencedora: 
jamás  vencida. 

Emilio  Mitkb. 


Discurso  de)  señor  Eduardo  Saenz  en  la  Cámara  de  Diputados  de  la 
provincia  de  Buenos  Aires,  en  28  de  Julio  de  1893.  apreciando 
«I  decreto  del  Gobierno  Nacional  sobre  intervención  en  el  Banco 
de  la  Provincia. 


Declaro  que  jamás  en  mi  vida  he  sentido  gravitar  sobre 
mf  con  un  peso  más  abrumador  la  responsabilidad  que  ten- 
go como  representante  de  la  provincia  de  Buenos  Aires. 


318 


Me  encontraba,  señor  Presidente,  ausente  de  la  Provincia, 
ron  licencia  de  la  Cámara,    cuando   llegaron    á   mi    conf>ci- 
míento  los  decretos  del  Gabíneie  que   se  Uaoia  Nacional,   y 
que   yo  Ilainaria  municipal,  interviniendo  en  la  provincia  de 
Buenos  Aires,  primeramente  arretiatándole  su  propiedad,  sus 
annas,  y  acto  continuo  iutervíniendo  Ioü  establecimientos  pú- 
blicos, en    ln.s  Bancos  que,  por  sus  antecedentes   g;Ioriosos, 
han  podido  considerarse   couko   verdaderamente    nacionales. 
Declaro,  señor  ['residente,  que,   al    leer  esos  decretos,   «« 
me  oprimió    el  corazón,    i[üe  las   liígríinas   humedecían   mis 
ojos  como  si  hubiera  visto    arrojar  un  ultraje  sobre  eJ  roe- 
tro  de  mi  (|uerida  míulre.  Ese  uílraje  ha  sido  lanzado  sobre 
la  primera  provincia    argentina,  y  para  que    la   afrenta    s«a 
máK  Imchoniosa,    ha  sido  lanzada  por  uno  de  sus    propios 
htjos>  por  uno  de  sus  primeros  oradores,    por  una    de   sus 
primeras  gkirías;  no    tengo  ínronvenienle  en  declararlo,  por 
que  laiiibién  Ciiorón,  una  de  las  ^'raiides  glorias  del  uuuido 
antiguo,  fué  victima  de  las   más   ^'randes   cobardías  en    las 
horas  supremas  en  que  se  jugaban    los  destinos   de  la   Re- 
pública   Komana. 

VftriOíf  iseitore^  Diinitadon  —  }A\xy  bien. 
Sentía,  señor  Presidente,  que  el  grito  de  mi  conciencia  y 
el  grito  de  mí  corazóti  ne  me  permitían  permanecer  tranqui- 
lo, alejado  «le  las  luchas  de  mis  amigos  en  la  hora  del  sa- 
crificio, y  sentía  que  mi  conciencia  me  llamaba  á  ocupar 
con  honor  mi  puesto  de  Diputado  y  á  ponerme  bajo  los 
pliegues  gloriosos  fie  esta  bandera  que  hizo  flamear  en  la 
provincia  de  Buenos  Aires  con  un  vigor  desconocido  el  ilus- 
tre (Kilricio  Adolfo  Alsina;  y  he  venido,  señor  Presidente,  á 
luchar,  he  venÍ<lo  á  jwnernie  al  frente  de  la  brecha  y  á  caer 
como  bueno,  creyendo,  sin  embargo,  que  son  demasiado 
j^randes  estas  satisfacciones  para  hombros  tan  débiles  como 
los  míos,  creyendo  que  son  momentos  en  que  los  hombres 
debfn  disputar  como  un  galardón  el  honor  de  venir  á  lu- 
char por  las  instituciones  de  la  provincia  de  Buenos  Aires, 
vejadas  como  no  lo  fueron,  señor  Presidente,  Jamás  ni  por 
las  armas  del  extranjero.  (Muifhien). 

Necesito,  s<!ñor  Presidente,  Loda  la  tranquilidad  de  ral  es- 
pfritu.  porque  voy  á  hablar  con  cierta  extensión,  y  pi<to  per- 
miso á  los  señores  Diputados  sí  me  detengo  en  largas  con- 
sideraciones. 


:íIíi  — 


Yo  voy  k  hablar  para  el  Diario  dr  SenioHe»  de  esta  Cáiuara. 
S^  c|ue  el  eco  de  raí  palnbra  tal  vez  do  reprei^cnlfí  naila  futura 
lie  esle  recinto;  sé  que  la  conspiración  del  silencio  no»  ro- 
dea; pero  flhf  está  el  lipn  dr  ímpreula  ijue  los  lia  de  con- 
servar, y  los  lienipO!«  pasarán  y  e^tas  nubes  se  han  de  de8- 
van(>L*er  en  lot<  horizoiiltiS  de  la  Patria,  y  vendrán  Ins  López 
del  porvenir,  los  Macouby  ar^ntinos,  Ion  hombres  (inc  no 
se  detienen  ante  la  superficie  de  los  aconte<-imientos,  ante 
Id  apariencia  de  la  vana;;loria,  unte  las  pumpas  de  orope.l 
fon  qne  se  n'vislen  l«is  jrrandos  niixtifícadores  ile  la  opinión, 
y  podrán  con  estas  p;ilalinis,  (pit*  son  la  expresión  de  la  ver- 
dad, rcconstridr  los  cpisoílios  dolorosos  de  esla  época  Iris- 
tjsíma  ponpn'  estanu»;  iilnivesando.  fÜny  hietij 

Necesito,  Kefiur  Presiiienle.  romo  he  dicho,  «t  nn  |k»cü 
prolijo  en  mi  expogición. 

Voy  con  toda  la  brevedad  que  me  sea  posible  á  retraer 
\na  acnntpcíniienlo^  políticos  qne  han  venido,  etapa  por  eta- 
pa, ü  traer  esta  situación  c|ue  el  país  tiene  íi  su  frente. 

Después  de  ima  ¿poca  aciaga  para  la  República  Argentina, 
de  una  ^puca  de  delirio  y  de  vértigo,  ile  la  qu*?  nadie  puede 
considerarse  libre  ile  responi^ahilídad.  el  p;iís,  por  un  movi- 
miento de  reacción  (¡ne  es  unji  ley  RKÍca  y  una  ley  moral, 
sintió  In  necesidad  de  dar  Ire^'^ua  ft  estos  prandes  extravíos 
para  (|ne  el  pafs  cntnira  en  unii  vía  dp  re|>aración  y  <le  orden. 

De  este  t.'1'au'te  anhelo  impersonal  de  la  opinión  que  á  los 
Diismoa  partitios  con  sus  jefes  les  obligaba  ü  reploítar  sus 
banderas  ante  los  peligros  ponpu-  atravesaba  td  país,  surgió 
la  política  del  Acuerdo.  VMu  política  se  encarnó  en  el  doctor 
Saenz  Peña,  á  quien  yo  pci'sonalmonle  comliatí. 

El  doctor  Saenz  Pena  declaró  á  los  partidos  del  Acuerdo 
que  no  gobernaría  con  ninguno  de  ellos:  ipie  gobernaría  con 
todo»  los  hombre?"  honrados  y  desinteresados  del  [wb^:  en 
una  palabra,  el  doctor  Saenz  Pelln  i'epresentaba,  (siento  que 
la  palabra  es  dura,  pero  necesito  emplearla):  la  hipocresía  de 
los  parlídos  que  lo  f|ne  buscan  es  el  Pnder  pura  hucer  prác- 
ticos sus  ideales,  y  condensaba  esta  .suposición  abstmcU 
del  país  en  una  solución  ideal  que  tenía  necesariamente  que 
fracasar  y  tlnr  sus  frutos  amargos,  una  vez  que  fuera  apli- 
cada á  los  hechos. 

Los  parlídos  del  Acucrtlo  aceptjiron  el  programa  del  doctor 
Saenz  Peña. 


-  3»  — 


S«efiz  PeOa  ai«uniiÓ  el  Poder;  ünneduiUawirte 
Á6  iaMlriéo.  k»  hombres  dejaron  de  ser  dioses,  porqve  Iss 
horss  de  Us  Iríbalsdones  hsblan  psssdo,  r  volvieroD  4  ser 
bombren.  Se  decUró  alrededor  del  Presidente  de  la  Repá- 
Míes  la  gaerrí  ciril  de  los  clmulos  pollticotf  dispulándose 
b  «upremacfo. 

Kl  ProtirJeiite  de  la  República  hizo  esfuenost  ioauditjos  por 
manU'ner  en  toda  bu  iiitefrrídad  el  programa  que  habla  pro- 
metido y  jurado  ante  ol  Con^retu)  de  U  Naclóii. 

Ensayó  dintiiitun  t^abintHe»;  fíobenió  con  el  partido  niilni»- 
Is.  con  el  |>artido  nacional,  gobernó  con  el  llamado  partido 
nodemiAüL 

Tndatt  esas  combinaciones  fracasaron  y  fracasaron,  pura  y 
«seIusÍTam*riile  porijuc  un  partido  due&o  de  la  oposición  y 
oira  partido  ducfíc»  del  Cnnf^reso  le  exigieron  la  pre|ionde- 
rancia  absoluta  en  el  riobierno  de  la  República. 

V  si  eittji  no  ett  la  verdad,  «eñor  Prcj^idente.  pregunto  yo, 
«|ue  he  sido  el  primer  adversario  de  ese  Oobienio,  ¿cuál  es 
el  delito,  cuál  en  la  falla  que  se  le  puede  imputar  &  esa 
Admíni*ttrarión  qun  en  menos  de  aoh  niese.s  que  manejaba 
Ion  intereffetf  públicos  habla  arreglado  la  deuda  extorna  de 
la  República,  habla  hecho  economías  para  hacer  frente  á  la 
deuda  flotante,  liabfa  arreglado  nuestra  vieja  disideni^ia  con 
Chile,  que  llenaba  el  linrizonte  de  amenazas,  r  había  regu- 
larizado la  A<linitii>4tración? 

Eitta  era  la  Kttuucíóii;  basla  allí  el  PresidenLe  chitaba  &  la 
alluní  de  su  programo,  de  sus  promesas  y  de  las  exij^encias 
genérale»*. 

Pero  Ikyó  la  hora  de  las  grandes  Iribulaciniies;  los  par- 
tido» no  cejaban  en  sus  propósitos;  el  Congreso  no  se  apar- 
taha  de  Hu  linea  de  condurla:  el  Presidente  era  hoslilizado; 
Hus  gabinetes  S4'  sucedían  y  cambiaban;  la  prédica  de  la 
preima  era  implacable,  y  el  Presidente  de  la  República,  en 
una  hora  de  angustia,  comprendiendo  que  el  verdadero  go- 
bierno que  debía  hacer  no  estaba  en  los  partidos  que  lo 
hablan  llevado  al  Poiler,  y  al  ver  que  la  bandera  de  la  re- 
volución que  habia  aiüo  arrancada  del  Parque  llameaba  to- 
davía e»  los  corazones  de  los  hombres,  en  vez  de  entregarse 
al  partido  que  tenía  esa  bandera,  de  la  cual  él  mismo  había 
renegado  por  que  había  estado  á  punto  de  «er  su  candida- 
to, butícó  este  término  medio,  este  tripotaje  entre  los  principios 


—  341  — 


y  las  conveniencias  y  los  deseos  seniles  de  conservar  el  po- 
der, y  eligió  el  mÍDistcrio  del  doctor  del  Valle. 

¿Cómo  lo  eligió? 

El  jurista,  el  hombre  de  principios,  el  hombre  público  que 
había  estado  en  la  Suprema  Corle  de  Justicia. interpretando 
nuestra  Constitución,  dislriliuyiMidi»  las  farultadcs  de  los  Po- 
deres Públicos,  marcando  el  límite  de  sus  atribuciones  en 
la  órbita,  dentro  de  la  cual  cada  uno  de  ellos  se  inuevp  y 
funciona  y  hariC'ndolas  respetar,  este  hombre,  señor  Presi- 
^mite,  que  más  que  nunca  estaba  obligado  á  conservar  en 
loda  su  pureza  la  ley  fundamental  de  la  Nación,  convirtió 
al  país  en  una  Monarquía  constitucional. 

Podrá  parecer  lal  vez  una  novedad  esta  afirmación. 

Pero,  yo  pregunto:  ¿qué  es  hoy  la  Hepúbüca  Argentina  sino 
una  Monarquía  constitucional? 

l>a  República  parlamentaria,  forma  su  gabinete  del  seno 
de  los  Parlamenlos.  En  la  República  represonlatíva  federal,  el 
Poder  Ejecutivo  lo  constituye  ei  Presidente  de  la  República 
y  los  Gobernadores  de  Provincia  dentro  de  sus  respectivas 
esferas,  y  no  pueden  en  ningúu  chso  viesprenderse  de  la  fa- 
cullail  más  [lorsonal  que  tienen,  que  es  la  de  constituir  sus 
gabinetes:  y  sin  embargo,  el  Presidente  de  la  República,  para 
salvar  el  Poder  y  pam  consejarse  una  posición  donde,  á 
consecuencia  del  varío  de  los  partidos  y  de  la  opinión,  ya  no 
podía  sostenerse,  apeló  ñ  este  último  expediente:  de  llamar 
un  pequeño  Gladstone,  un  Crispi  ó  un  Caprivi  de  cartón,  el 
doclor  del  Valle,  para  constituir  un  gabinete. 

Pero,  ¿quién  era  el  dctclor  del  Vallp?  El  doctor  del  Valle 
era  simptetuente  una  promesa  para  los  partidos;  el  doctor 
del  Valle,  en  si  mismo,  no  repre.sentaha  p.irtídn  ninguno;  él 
no  gobernaba  con  el  partido  niilrista,  no  gobernaba  cou  el 
partido  nacional,  no  tenía  una  mayoría  en  el  Congreso,  ni 
gobernaba  con  el  partido  radical.  Dándose  cuenta  entonces  de 
su  siluación,  el  doctor  del  Valle  intentó  gestiones  ante  los  par- 
tidos; celebró  conferencias  con  rl  (ieneral  Mitre  y  con  el  doclor 
AIem;  fué  desairado  en  las  filas  de  este  último  partido,  que 
nn  claudica  ni  arrolla  su  bandera  para  puestos  públicos. 

Forma  un  Gabinete;  y  tlnalrneute,  después  que  lo  forma, 
comprendiendo  que  tiene  antes  que  nada  que  crear  un  mo- 
duH  vivendi  para  sostenerse,  pone  la  quilla  sobre  la  situa- 
ción de  la  provincia  de  Buenos  Aires. 


—  ÍW'J  — 


¿CóiiKi  fnriim  pslt>  jíiibinele? 

l'erinftame.  señor  Presidente,  que  teii(ío  la  necesidad  de 
analizar  giersonas,  porque  cuando  se  dícc  en  un  país  conio- 
el  iiueslro  «el  gabinete  de  del  Valle,*  quiere  decir  que  el  seftor 
del  Valle,  el  doctor  Arislóbulo  del  Valle,  representa  la  fuer- 
2L1  de  la  opinión  y  hs  una  enlidiul  <iii8traclii  que  tenernos 
el  derecho  <le  juzgar. 

Rl  doctor  del  Valle,  como  prenda  de  desiutei-^s.  como- 
prenda  de  abnogactón  para  el  pal-;,  i-onsliltiye  su  Gabtrlet^ 
como  una  razón  social:  toma  para  sí  el  Ministerio  déla  Gue- 
rra; le  entrega  á  un  amigo  pers<nial,  miembro  del  partido- 
republicano,  el  Mitiisterio  del  Interior;  él  es  la  Tuerza,  el 
otro  la  política.  Toma  su  socio  de  estudio  para  el  Minisle- 
rio  de  Hacienda. 

Forma  la  razón  social.  1^1  partido  mitrisla  es  el  padido 
capitalista;  el  parlidn  milrisla  le  da  el  capital,  y  el  doctor 
del  Valle  les  entrega  los  ministerios  decorativos.  (Aplaufio'*). 

Ahora  viene  cl  modun  ojtefandi. 

El  doctor  del  Valle  ba  ofrecido  su  presa  h  los  parlidus. 
Él  sabe  que  no  tiene  partitio;  él  sabe  que  no  se  lo  puede 
fornmr  lampuco,  p<u-<]ue  la  prensa  lo  acecha. 

El  doctor  del  Valle  celebra  una  conferencia  con  el  Gober- 
nador de  la  Provincia,  y  />i  Nación  le  apunta  y  le  dice: 
•  doctor  del  Valle,  estas  c<mrcrencia.s  se  resuelven  por  un 
cambio  de  telegramas  ó  por  una  conversación  telefónica». 

El  doctor  del  Valle  retrocede,  se  repliega  sobre  sí  mismo. 
y  entrega  la  segunda  víctima:  el  Banco  de  la  Provincia  de 
Hílenos  Aires. 

E«le  es  el  iHodun  o¡ieranúÍ. 

No  hay,  pues,  en  el  fondi  de  la  situación  más  que  una 
coriflagmciún  dL'  intereses  de  partido,  y  una  camarilla  munici- 
pal, una  c-amarilla  urbana,  sin  representación,  sin  partido, 
hollando  la  anlnnrHuia  de  la  Priivincía  y  echando  por  tie- 
rra estos  principios  fundamentales,  autonomías  que  tantos 
días  de  dolor  y  tantos  días  de  gloria  han  dailo  á  la  Re- 
públio. 

Yo  no  voy  á  entrar  á  analizar  el  deci-eto  de  desarme:  él 
es  inconstitucional  á  todas  luces. 

Estos  principios  han  sido  establecidos  en  Tribuna  de  fe- 
cha íiy  del  corriente:  eslos  principios  han  sido  estableeirins 
en  cl  flecrelo  ilel  J*oder  Ejecutivo;  estos  principios  estrm  re- 


—  3á3  — 


conocidos  hasla  por  la  misma  prensa  de  opn»íción  que  sos- 
lii'ni;  ese  Ciahiiiele;  no  piieile  haber  dos  hombreíí  en  la  Re- 
piiblíra  que  pieiiseri  «le  disliaU  manera;  sin  embanto.  voy 
&  liacer  las  reflexiones  que.  estando  ausente  de  la  I'rovin- 
fín,  me  liacfa  y  anol^  al  luárgen  de  La  Nación. 

El  Poder  Ejecutivo  de  la  Nación,  en  virtud  de  un  pro- 
yecto de  ley  quo  nunca  obtuvo  samnón,  prc-sentado  el  79 
I>or  el  Presidente  Avellane<ta,  siendo  Ministro  Sarmiento  y 
reiterado  al  año  si(;uiente,  el  Pnder  Ejecutivo,  esto  e3,  el 
Presidente  de  la  República  y  sus  Miaístros.  decretaron  el  de- 
jarme de  los  cuerpos  militares  mantetiiilos  en  |Me  <le  guerra  en 
la  provincia  de  Buenos  Aires. 

Se  \i'  codfia  al  doctor  del  Valle  el  eumplirníetilu  de  esta 
disposieión.  (Ya  no  es  el  Presidente  de  la  UepúblícA,  ya  es 
el  doctor  del  Valle,  es  Crispí,  es  el  ministro  de  la  Monar- 
quía conslitucíotial;  el  Presidente  reina  pero  no  gobierna). 
\  el  doctor  del  Valle,  refílanientando  esta  simple  declara* 
ción  del  Poder  Ejecutivo,  interviene  en  la  provincia  de  Bue- 
nos Aires  mandando  un  jefe  militar  con  diez  soirlados  para 
arrancarle  su  propiedad.  fA¡íhiU)ics). 

¿Donde  eiítá  el  Congreso  que  ba  resuello  la  interpreLación 
de  esta  ley? 

¿Oón<le  está  la  Asamblea  Representativa  que  ha  estable- 
cido tpiR  las  Provincias  arj^nlinas  no  pueden  tener  armas 
para  defouder&e  contra  la  demagogia? 

El  doctor  del  Valle  lo  ha  declarado  por  uua  simple  co- 
municacii'ui  á  un  Coronel  de  la  Nación. 

¿V  qué  es  eso,  scftor  Presidente,  sino  asumir  la  suma  de 
^os  Poderes?  ¿Qué  es  eso  sino  la  dictadura  en  plena  apa- 
riencia de  la  libertad? 

iQué!  ¿Se  puede  mandar  intervenir  una  Provincia  con  un 
Coronel  de  la  Nación,  arrancarle  swa  armas,  intervinieudo 
en  sus  policías,  penetrando  en  los  hogares  y  profanando  los 
cementerios'?  f3fMiy  bien.  ApI<*»M>$). 

¿Esto  puede  llamarle  un  país  libre,    señor  Presidente^ 

¿A  esto  se  reduce  la  autonomía  de  los  Estados? 

Entretanto,  nosotros,  mirando  impasiblemente;  y  los  huni- 
bres  deportando  de  sus  puestos  pn  horas  que  debíamos  es- 
lar  consagrados  á  defender  las  inslituciont's  ile  la  Provincia; 
en  horas  que  liubierun  si<lo  gloriosas  para  Adolfo  Alsina,  si 
viviera.    {Muy  bien). 


—  34*  — 


Pero,  señor  Presidente;  prescindamos  de  las  doctrinas 
cotistituriüiiutt>s,  porque  en  estos  día»  lao  teorías  no  se  discu- 
ten; estos  son  días  de  pasión,  y  en  medio  del  ardor  de  las 
pasiones  es  imposible  que  los  espíritus  conserven  la  rcllextón 
y  la  tranquilidad  necesaria  para  ocuparse  de  los  intereses 
permanentes  del  país. 

El  mismo  doctor  del  Valle  ha  declarado  en  su  discurso 
ante  el  Congi'eso  de  la  Nación,  que  ha  dejado  en  la  ciudad 
de  La  Piala  8(1  remingtons;  y  uno  que  podrá  tener  cada  vi- 
gilante, que  es  lo  suficiente  para  guardar  el  orden. 

Seftor  Presidente:  1.800  vigilantes  con  l,SO0  remingtons, 
son  los  que  el  fíobíerno  Nacional  deja  á  la  Provincia.  Si  el 
mismo  doctor  del  Valle  reconoce  la  facultad  y  el  derecho 
que  tiene  la  Provincia  de  armar  A  su  ix>líc[a  en  defensa  de 
las  amenazas  que  pueden  e.\Ístir  contra  los  Poderes  Públi- 
cos, es  cuestión,  enlütices,  de  cantidad,  no  de  principios,  SÍ 
la  Provincia  puede  lener  80,  ¿quién  es  el  que  lo  va  &  re- 
solver? ¿El  doctor  del  Valle  ó  el  Congreso  tie  la  Nación? 

Según  se  ve,  el  doctor  del  Valle,  que  es  quien  ha  establecido 
1.800  remin^ons  para  la  provincia  de  nuerios  .\ire8.  la  de 
Jujuy  tendrá  íii),  la  de  C6rt\ohii  ',iOO,  la  de  Santa  Fe  8(1;  pero 
todas  eslas  Provincias  tendrán  <|ue  pedir  previamente  |>ermÍ8o 
al  doctor  del  Valle  á  fin  de  poder  armar  estas  policías  para 
defender  el  orden  dentro  de  sus  estados  autónomos. 

Estas  son  las  conclusiones  á  que  lógicamente  se  llega, 
según  los  considerandos  del  mismo  decreto  y  las  palabras 
del  doclor  dd  Valle  ante  el  Congreso  de  la  Nación. 

El  doclor  del  Valle  se  presenta  y  dice:  somos  puros  y 
podemos  exhibirnos  ante  el  país,  porque  no  hay  sombras 
que  empañen  iiue^tnis  frentes. 

He  dicho,  señor  Presidente,  ifue  hablo  para  el  Diario  de 
Sesionen,  raá.s  que  á  los  Diputados  que  tienen  la  deferencia 
de  escucharme;  porque  cumplo  con  un  deber  sagrado  en 
estos  momentos  y  porque  unn  voz  imperiosa  de  nil  concien- 
cia, me  obliga  á  hacerlo. 

El  doclor  del  Valle  va  al  («obieroo  del  señor  Casares,  en 
esta  Provincia  de  su  nacimiento,  es  Ministro  de  Gobierno, 
es  el  niño  mimado  del  señor  Gobernador. 

Lo  primero  que  hace  es  tratar  de  formarse  un  círculo. 

El  es  elocuente,  simpático,  de  palabra  fácil  y  persuasiva; 
la  tarea  no  podía  ser  más  liviana    para  él. 


-  í^  - 


Se  fomia  un  circulo,  lue^u  trata  de  formarse  un  partido 
rlelvallií^La,  y  ealte  los  hombres  que  usístlan  á  lus  antPKalas 
del  (iotternador  i'n  ac)uellr)s  Uem|>os;  todavía  se  conservan 
frescos  los  recuerdos  de  aquella  escena  en  la  que  el  señor 
Ministro  de  Gobierno  le  decía  al  Gobernador  de  la  Provincia: 
•  ¿Ve  usted  este  reloj  <|ue  tengo  en  la  mano?  Puestan  seguro 
romo  e.sle  reloj,  terifío  la  Gol)ernacÍ6n  ilf  la  Provincia»,  Eslo 
lo  decía  guardando  su  reloj  en  el  bol?iillo. 

Pero  como  no  era  bastante  Kegiirídad  para  las  ambicioaeB 
del  joven  Ministro  la  candidatura  de  Gobeniatlor.  trata  de 
asegurar,  valiéndose  de  quo  entre  los  n)iemhru!<  de  la  Le- 
gitilalura  tenía  una  inlluencia  decisiva,  su  puesto  de  Senador 
al  Confíreso. 

El  señíir  G<d»eriiador  se  apercilx»  de  las  aspiraciones  pre- 
maturas de  sil  .Ministro:  en  pocos  días  cambia  las  autorida- 
des locales  de  la  Provincia,  reemplaza  los  Comisarios,  nom- 
bra los  Jueces  de  Paz,  y  el  iloctor  Aristúbulo  del  Valle, 
Ministro  de  Gobierno  de  la  Provincia,  se  hace  designar 
Senador  a?  Con^Tt^so  y  se  va  ni  más  ni  menos  como  se  van 
los  Guiñazt'is  de  nuestros  tiempos.  f3iu¡/  bienj. 

Prepara  su  candidatura  á  Gobernador  desde  su  banca  de 
Senador,  se  revela  contra  la  f<rai)  bandera  del  partido  auto- 
nomista, la  desgarra,  y  en  una  conferencia  con  el  doctor 
AJsina  en  que  era  ctmsultado  por  amigos  íntimos  del  doctor 
del  Valle,  que  perseguían  los  trabajos  de  su  candidatura, 
manifei^tando  la  persona  que  tem'a  la  palabra,  que  üt  la  d¡- 
visidn  del  i^rtido  autonomista  se  producía,  sería  un  error; 
el  doctor  .\lslna,  con  aquella  nobleza  y  grandeza  de  alma 
que  tenía,  conle-stó  diciendo:  sería  un  crimen,  señor,  dividir 
el  partido  autonomista.  {Muii  bien). 

¿Qué  diría  el  docíor  Alsína:  qué  <tiría,  señor  Presidente, 
en  presetici.i  de  los  actos  ecnisuniaiins  rotítra  sn  Provincial 

Yo  creo  que  preferiría  verla  entregada  á  la  depredación 
ríe  los  salvajes  cer<;ándonos  todavía  las  fronteras  que  él  di- 
lató con  la  fuerza  de  su  brazo,  untes  que  ver  la  provincia 
de  Buenos  Aires  humlídu  ante  el  peso  de  semejante  igno- 
minia (Mut/  bini). 

Fracasa  el  sefíor  Ministro  en  sus  aspiracíoues  al  Gobierno, 
y  ocupa  tranquilamente  r.na  banca  en  el  Senado  de  la  Na- 
ción; renuncia  k  las  fíl'is  del  Partido  Republicano,  que  le 
liabia  servido  ile  esca'ón  o  de  pedestal,  por  nizones  de  dig- 


nidad  política  y  personal»  y  lo   abandona,   pero   con    nueve 
anos  de  Senador  &  la  espalda. 

Viene  posteriormente  la  lucha  del  partido  autonomisla  del 
cual  era  Jefe  el  «loctor  Roclia,  fundador  de  enta  Ciudad. 

Sr.  ¡>e  María.  —  Que  eiitrejió  la  Capital  en  Belgrano.  (Ri«as), 

Sr.Sáettz  —  SQ  lie  oído.  El  doctor  del  Valle  en  los  momen- 
tos en  que  el  partido  se  dividía,  cediendo  (i  las  distintas  afec- 
ciones ú  que  obedecía  la  opinión  de  -sus  miembros,  se  va  al 
Brasil  en  viaje  de  placer. 

En  seguida,  señor  Presidente,  debo  confesarlo,  lleífa  la 
época,  los  grandes  días  de  Cicerón.  El  doctor  del  Valle,  desde 
su  banca  de  Senador  en  el  Coufrreso,  prepara  el  espíritu  pú- 
blico para  b  revolución  de  Julio,  y  á  él  sólo  le  corresponde 
el  honor  de  esa  jornadii;  fuf  la  única  voz  viril  y  elm^iente 
que  se  levantó  para  preparar  escoran  movimiento  en  el  país. 

Pero  lodo  está  muy  bueno. 

Cuando  la  elocuencia  lo  acompañaba  por  una  >*enda  de 
llores,  cuando  el  aplausu  luilai^aba  sus  ohtos,  cuando  lo  se- 
guía basta  su  bogar  la  mucliodumbre  entusiasmada,  vino  la 
hora  de  an^^uslia  para  esa  grati  aitrupaciún.  Los  partidos, 
despui's  de  la  lucha,  se  dividieron,  obedeciendo  á  las  leyes  d' 
Ku  afinidad  política:  de  ua  lado,  el  General  .Mitre  y  sus  ami- 
gos; del  otro,  el  doctor  AIem  con  los  suyus. 

Cicerón,  entre  César  y  Popnpeyo.  se  fué  á  su  casa.  (¡Muy  bkn! 
Apíansos), 

Pero,  scOor  Presidente,  este  retrato  en  el  cual  quiero  que 
conste  que  sólo  me  he  ocupado  del  hombre  público  y  no 
del  hombre  privado,  serla  incompleto  si  yo  no  refiriera  &  Io.h 
sef^ore^  Diputados  una  anécdota  que  pinta  al  político  por 
dentro,  anécdota  que  es  necesario  que  se  conozca  en  estos 
momentos,  y  que  si  de  aquí  no  trasciende,  se  quedará  en  el 
archivo,  en  el  Diario  de  SoMtumitt  <ie  esta  Cámara,  al  lado  de 
todos  los  antecedentes  (pie  acabo  de  recordar. 

Yo  tenía,  seflor  Presidente,  por  el  doctor  del  Valle  ese  res- 
peto, esa  veneración,  ese  soniptimíerdo  casi  servil  del  pen- 
samientf»  k  los  hombres  en  quienes  creemos  encarnados  los 
grandes  ideales  de  la  Patria;  su  palabra  tenía  para  mí  una 
seducción  mágica. 

Un  día  que  entraba  en  el  Circulo  de  Armas,  hablaba  el 
doctor  del  Valle  en  una  rueda  de  caballeros,  cuyos  nombres 
recuerdo  y  jiodría  citar  sí  fuera  necesario.  El  doctor  Aríaló- 


—  327  — 


bulo  del  Valle  ¡iníilizaha  las  aptiluiies  iolelectuales  y  morales 
«le  dÍKlintfts  Iiorahrcs  de  nuestro  país;  en  ese  mcimento  ae 
ocupaba  <lel  doittor  Pelle^nni.  y  para  probar,  según  sus  pro- 
pias espresiones,  ^uc  el  iloelor  Pellegrini,  siendo  un  hombre 
de  mucho  talento,  era  ínse^ro  en  cuestiones  políticas,  refe- 
ría que,  habiendo  sido  él,  el  doctor  del  Valle.  Cicerón,  (ri- 
iHMf,  comisionado  por  los  partidos  en  lucha  de  la  provincia 
de  Córdoba  para  gestionar  una  reconciliación  en  tos  momen- 
tos en  que  el  señor  VicoKobernador  en  ejercicio  del  Poder 
Ejecutivo,  entonces  el  señor  Garzón,  se  encontraba  en  la 
ciudad  de  BuenoB  Aires,  fué  &  proponerle  al  doctor  Pelle- 
^ni  el  nombramiento  del  señor  Peñaloza  para  Ministro  de 
nobinrnr»,  con  ruyn  nombramiento  los  partidos  en  lucha  te 
daban  por  conformes.  Blsle  sefior  Peñaloza  era  una  especie 
de  arco  iris  en  Córdoba.  (Risntt). 

Celebró  conferencias  con  el  doctor  Pellejirrini,  I'residenle 
de  la  República. 

Kl  doctor  Pellc);rini  le  dijo  f|ue  no  tenía  ínconveníeule  en 
interponer  su  influencia  moral  ante  el  señor  Garzón  para 
que  se  solucionara  este  asunto  de  unu  manera  pucífíca.  Kl 
doctor  del  Valle  se  fué  al  telégrafo  y  le  hizo  un  lek'tíriinia  al 
seQor  Garzón,  dictándole  que  sería  inmediutameate  nombrado 
Minislro  de  Gobierno  el  doctor  Peñaloza,  que  parece  que  era 
un  hombre  muy  ligero  de  cascos  fri.'f/isy,  empieza  á  mostrar 
su  telegrama  ú  sns  ¡imi^os  y  comienza  ú  destituir  de  ante- 
mano á  distintos  empleados  de  la  .4dministración,  y  &  desig- 
nar las  personas  con  las  cuales  debía  reemplazarlos. 

Finalmente,  produjo  una  alarma  tan  grande  en  los  espí- 
ritus, que  los  hombres  de  aquella  situación  se  vieron  obli- 
gados á  gestionar  la  anulacióu  del  prometido  riombramíenlo 
haslA  dejarlo  sin  efecto.  Y  con  esa  físonomía  tan  simpática 
y  ese  eco  |)ersuasÍvo  de  que  está  dotado,  el  doctor  dei  Valle 
terminaba  exclamando:  ¡Ahí  tienen  ustedes  lo  que  es  el  gringo 
Pellogrini! 

Y  yo.  á  mi  vez  exclaum: 

*i.\lií  tienen  ustedes  al  hombre  de  principios;  ahí  tienen 
ustedes  al  gran  orador  que  había  incendiado  los  corazones, 
armado  las  brazos  y  lanzado  la  revolurión  á  la  calle,  ges- 
tionando el  nombramiento  de  Mmistro  de  uu  Estado  auto- 
nómico aule  el  seAor  Presidente  de  la  República!* 

Y  bien,  señor  presidente;  ¿cuál  es   el   deber  de   los    hom- 


-  398  — 

bres  que  eHÜimos  al  frente  de  la  situación  política  de  la  Pro- 
vincia en  eslos  momenlos? 

Se  dice  que  la  agresión  es  contra  el  primer  mandiilari» 
de  esta  Provincia. 

Mentira,  seflor  Presidenle.  mixliHcación  y  calumnia. 

Si  fl  (lolternador  de  hi  Pi"o*.  iticia  renunciara,  si  el  juíeiív 
polflico  se  produjera,  ¿se  borraría  conoJ  sacrificio  de  su  per- 
sona cl  ultraje  heelio  &.  las  inslilucínnes  v.vn  los  dos  decre- 
tos de  la  interveneióní 

Allí  quedan  y  quedarán  para  siempre  en  los  anales  de 
nuestra  vida  pública  como  una  afrenta. 

Guando  á  un  liomhre  se  lo  levanta  la  mano  y  se  la  azota 
el  rostro  ron  una  bofetada,  ¿es  posible  retirar  la  ofensat  No, 
sefior.  El  vejamen  está  producido. 

Es  necesario  que  en  la  provincia  de  Buenos  Aires  Lodos 
los  lionibres  (jue  lian  militado  bajo  las  filas  de  esta  j^ran 
bandera,  se  agrupen  para  defender  su  autonomía  descono- 
cida, vejada,  á  ñn  de  sostenerla,  y  no  hacer  como  aquella 
célebre  rusa  que,  viajando  por  las  rejones  polares,  fu^  aco- 
metida por  una  manada  de  lobos;  y  olvidando  en  medio  de 
los  peligros  de  la  muerte  sus  deberes  de  madre,  les  arrojó 
uno  de  sus  hijos:  los  lobos  lo  devoraron,  pero  volvieron  ¿ 
la  carga;  arrojó  el  segundo  y  lo  devoraron  también:  arrojó 
el  tercero  y  tuvo  la  misma  suerte.  Cuando  llegó  ni  punto 
de  su  deslino,  lialiía  perdido  la  razón.  Aijuí  bu  llegado  el 
caw)  de  decir  que  el  doctor  del  Valle,  como  la  trágica  via- 
jera, para  aplacar  las  iras  de  la  opinión  que  pide  víclimaH, 
ha  arrojado  primero  la  autonomía  de  Buenos  Aires,  lu  pri- 
mogénita, la  Provincia  de  su  nacimiento,  para  arrojar  en- 
seguida la  de  Santa  Ve  y  después  la  de  Tucuni¿ii;  y  si- 
guiendo en  este  riesccnso  moral  y  político,  llegar  hasta  e 
último  desastre,  que  sería  la  pérdida  de  todos  tos  título;; 
que  antes  había  conquistado  ante  la  estimación  de  sus  com- 
patriotas. 

Voy  &  concluir,  señor  Presidente,  declarando  que  jMir  lo 
que  á  mí  respecta,  no  tengo  más  aspiraciones  en  estos  mo- 
mentos que  seguir  las  liuellas  luminosas  del  gran  patricio 
Adolfo  Aisina,  y  si  he  de  caer,  quiero  caer  envuelto  en  los 
pliegues  gloriosos  de  la  bandera  que  él  sostuvo  hasta  «■! 
último  aliento  de  su  vida. 


ff^ 


-  :«9 


roclams  del  Comité  provisional  de  la  Unión  Civica  N&cional  al  es- 
tallar la  revolución  en  la  provincia  de  Buenos  Aires,  el  30  de 
Julio  de  1893. 


Al  pceblo  de  la  provincia  de  Bubsos  Aiftcs: 

Conciudadanos:  la  levolm-íón  se  imponía;  era  un  deber  y 
una  necesidad;  un  deber  do  palriotismo  y  una  necesidad 
moral  y  política. 

La  t'randc  y  noble  provincia  de  Buenos  Aires  no  ]jo<Iía 
seguir  Itundida  en  la  ignominia  á  que  la  condonaran  los  que 
lian  saliiilo  aduefiarse  del  Poder,  en  inonijrua  de  la  libertad 
y  dignidad  del  pueblo,  eon  des^conocimienlo  de  la  honradez 
más  elemental,  ú  punto  deque  hoy  la  presentiin  como  el  más 
vergonzoso  espectáculo  que  ofrezca  la  Kepúblíca. 

Hace  ya  (¡empo  íjue  el  régimen  inslitucioniil  ha  desapa- 
recido totalmente;  las  leyes  que  presiden  y  encuadran  la 
acción  K>ibernaliva,  que  tutelan  y  amparan  el  dei-ecbo  pri- 
mordial de  los  riudadonos  en  el  sistema  riípnhlicano  repre- 
sentativo, se  han  cunveriido  en  instrumentos  de  opresión 
para  hollar  con  ollas  precisamente  lo  que  ellas  han  querido 
garantir. 

AI  sufragio  libre  ae  ha  sustituido  el  voló  falso  soiílenido 
por  \!La  policía»  <le  campaña.  La  opinión  pública,  la  volun- 
tad popular,  aura  y  ambiente  de  la  vida  republicana,  ban 
sido  reemplazadas  por  la  influencia  artificial  de  [laniaguados 
ó  de  cómplices  á  quienes  se  entregaba  los  Partidos  de  la 
Provincia  como  feuilos,  para  ahogar  en  germen  toda  raani- 
feiilaeión  de  independencia.  A  las  autoridades  creadas  para 
velar  \wr  la  vida  y  los  intereses  de  los  hahitantos,  se  han 
sucedido  los  agentes  electorales,  con  todos  los  elementos  que 
el  Poder  oficial  pone  en  sus  manos  para  despojar  &  los  ciu- 
dadanos de  sus  derechos  políticos,  cuando  no  para  despo- 
jarlos do  sus  derechos  civiles.  Las  expansiones  generosas  y 
entusiastas  <te  un  pueblo  que  nunca  excusó  ni  sus  esfuer- 
KOS,  ni  Hus  sacrificios,  ni  su  ardor  por  las  luchas  cívicas,  se 
han  extinguido  al  peso  de  lauta  corrupción  y  de  Unto  abu- 
so, para  dar  In^r  á  un  desaliento  y  una  indiferencia  capaz 
de  consentir  la  exaltación  de  uno  de  esos  Gobiernos  ipie  co- 
mienzan con  una  unanimidad  y  acaban  con  un  escándalo. 


-  aao  - 


K!  personal isnio  insolente,  imperando  sin  nie<litla,  liatiia 
trastornado  ó  borrado  toda  ¡dea  de  Gobierno  Constitucional. 
El  grti|)o  prodoniinanle  disponía  de  la  Provincia  como  de  iin.'i 
factoría;  á  cada  paso  vetan  al  Gobernador  ofrecer  puestos  que 
sólo  pueflen  ser  ol  resultado  de  la  elección  de!  pueblo  ó  de 
sus  lepresenlantiís,  no  con  los  escrúpulos  <le  (|uíen  proe^íde 
sin  derecho,  sino  con  la  imprudencia  del  que,  á  fuerza  de  abu- 
sar, ha  perdido  la  noción  de  lo  que  es  el  respeto  al  pueblo 
que  se  gobierna  dentro  de  nueslra  organización.  Todo  se  lia 
subvertido,  lodo  se  ha  conculcado;  no  s?  ha  ^'obernado  para 
la  Provincia;  se  ha  aprovechado  para  los  amigos. 

Paralela  á  esta  situación  política  sin  tionibre.  fe  ha  des- 
envuelto la  acción  administrativa,  marcando  con  una  serio 
de  torpes  escándalos  la  época  más  corrompida  de  que  s? 
tenga  recuerdo.  DeiVaudac iones,  falsificaciones,  sustituciones 
de  valores,  cohechos,  cuanto  delito  puede  cometerse  contra 
la  propiedad  pública  y  privada,  todos  se  han  cometido  con 
la  liahilídarl  del  qua  tiene  todos  los  recursos  on  sus  manos, 
primero,  c()n  el  alurdiniienlo,  con  la  ofuscación  Á  que  la 
impunidad  empuja,  después.  Los  establecimiento  de  crédito, 
como  el  Banco  Hipotecario  y  el  Banco  do  la  Provincia^  ante» 
elementos  de  riqueza  r  de  progreso,  donde  1 »  confiatua  pú- 
blica ha  llevado  los  ahorro-?  de  la  honradez  y  del  trabajo, 
han  sido  ei  teatro  de  las  expoliaciones  más  desver^nzadus 
é  impudentes,  flotando  rntre  las  sombras  de  esos  crímenes 
los  nondires  ile  los  primeros  personajes  de  una  situación  que 
cae  en  grado  tal,  que  el  Gobierno  Xacional  tiene  que  enviar 
una  intervención  para  defender  los  intereses  que  aún  quedan 
en  piC  allí  donde  la  l^ey  se  lo  permite. 

Kl  pueblo  de  la  Provincia  no  pueiJe.  no  debe  sop{)rlar  un 
minuto  más  el  peso  de  tanta  ignominia.  Hay  que  poncrfin 
á  su  paciencia  y  alearse  aí^itando  eti  alto  el  pendón  de  las 
reivindicaciones  con  sus  energías  de  otros  tiempos;  á  ello  lo 
obligan  su  virílidad.  su  honor,  su  ambición  de  libertad,  su 
tradición  de  kI"""""-  Si  la  revolución  es  el  recurso  extremo 
á  que  deben  apelar  los  pueblos,  estamos  en  el  caso  de  la 
revolución.  Con  el  régimen  que  cae  no  hay  lemperamerilo 
conciliatorio;  hay  que  arrancar  de  raíz  el  sistema  que  viene 
dominando  y  creciendo  desde  lejos.  Si  queremos  gobierno 
re;<ular,  si  quei'emos  el  imperio  de  las  ÍnslÍtucione.s,  hay  que 
echar  abajo  todo  el  sjsiema. 


"331  -- 

La  revolución  de  Julio  no  lia  terminado  au  obra;  su  accióti 
focunda  interrumpida  ó  debilitada  eik  tres  años  de  innertiduin- 
bre»  y  de  dudas,  comienza  &  ejercitarse  destle  la»  altas  es- 
feras del  Gobierno  de  la  Nación.  Justo  es  que  llegue  para 
esta  noble  Provincia  »u  hora  de  reflención.  Bajo  la  bandera 
de  la  Unión  Cívica,  á  que  pertenecemos,  lucbamos  en  iSííO 
por  la  redención  de  la  Itepúbliea;  con  los  iuínuios  principios, 
con  lo.H  mismos  propósitos,  con  el  mismo  desinterés  venimos 
á  poner  al  servicio  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  nuestro 
brn/Q  y  nuestra  vida. 

Queremos  que  la  Provincia  recupere  el  esplendor  de  sus 
instiluciunes.  que  el  pueblo  elija  sus  mandatarios  con  amplia 
y  ohsoluta  libertad,  que  la  ley  sea  respetada  y  cumptíila  de 
la]  manera,  que  á  su  amparo  puedan  desarrollarse  todas  las 
fuerzas  activas  d  ¡nteli^nles  del  trabajo. 

Por  nuestra  parle,  llamados  á  facilitar  la  evolución  que 
importa  el  imevo  orden  de  cosas,  empeñamos  nuestro  honor 
en  la  seguridad  de  que  los  nuevos  mandatarios  lun  de  ser 
los  ciudadanos  que  reúnan  lu  mayoría  de  los  sufragios  en 
comicios  libres  y  pacíficos  y  ijue  nuestra  dirección  será  tan 
buena  como  lo  pennita  el  tiempo  necesario  paia  la  organi- 
zación del  nuevo  Gobierno  Conslltucíonal. 


Proclama  del  Cemafidante  Franklin  Rawson 


Al  fUKBLj  DK  Barracas  m.  Sun: 


Honrado  ]M»r  la  Junta  Revolucionaria  de  la  Unión  Clrlca 
Nacional  con  el  ntatido  militar  en  et;ta  sección  de  la  Provincia 
cábeme  la  satisfacción  de  anunciar  á  la  población  de  Barracas 
al  Sud  quedespués  de  un  breve  combate,  me  lie  hecho  cargo  de 
la  autoridad  local. 

Kn  este  el  momento  en  que  todos  los  hijos  de  este  pue- 
blo que  pi-ntestan  crnitra  el  régimen  de  opi'esión  y  escándalo 
tmpemnle  en  La  Plata  vengan  á  engrosar  las  filas  revolu- 
cionarias. 

Apelo  al  sentimiento  patriótico  de  este  vecindario  para 
que  corra  á  incorporarse,  bajo  la  bandera  triunfante,  al  mo- 


-  332  — 

vimienlo  que  de  un  extremo  á  otro  de  la  Provincia  se  hace 
sentir,    pnnnoliendo  i^atidcs    días    para    todos  sus  hijos. 

¡I>a  tiranía  do  \ja  Plata  iiu  puede  avei^onzar  un  dia  más 
á  Buenos  Aire»! 

¡Vengan  los  ciudadanos  que  iilimontan  en  sus  pei'hos  idea- 
les de  libertad  y  protestan  contra  los  Gfil)iernos  corrompidos, 
á  formar  en  la  entusiasta  columna. 

Es  la  hora  del  cumplimiento  de  los  supremos  deheren  del 
patriotismo,  y  nadie  puede  permanecer  sordo  á  su  llamado. 

Las  luerzjiK  de  mis  órdenes  nu  desitansarán  hasta  ver  lo- 
gradas las  aspiraciones  del  pueblo,  y  en  esta  (gloriosa  tarea 
espero  ver  á  mi  lado  á  tndos  los  ciudadanos  de  Barracas  al 
Sud,  ¿  quienes  me  iliríjo. 


Jvtc  de  lu  riMruu 


Bnmtcjii:  al  Snd,  Julio  30  Ae  ISdS. 


Mensaje  telegráfico,  del  Gobernador  de  la  provincia  de  Buenos  Aires, 
Julio  A.  Costa,  al  Congreso  Nacional,  el  30  de  Julio  de  1S93 


Urgente,  recomendado — 8,  a.  m.— Al  H.  Congreso  de  la  Ná- 
cif^n:  Pongo  en  conocimiento  de  V.  H.  que  ha  r.stalladn  en 
esta  Provincia  un  movimiento  sedicioso,  que  mí  Cinhiernose 
ocupa  en  reprimir  con  sus  propios  elementos  dentro  de  su 
misión  constitucionid  y  de  la  autonomía   provincial. 

Con  este  motivo  lie  dirigido  ni  señor  .Ministro  del  (nterior 
el  siguiente  telegrama: 

•A  S.  E.  el  softor  Ministro  del  Interior.  ^  Comunico  k  V. 
E.  que  en  la  madrugada  de  hoy  ha  estallado  en  la  Provin- 
cia de  mi  mando  un  movimiento  sedicioso,  que  es  notorio 
venCa  preparándose  en  los  últimos  días,  y  que  se  produce 
con  elementos  reclutaihis  en  su  mayor  fmrle  en  la  Capital 
Federal. 

Este  Gobierno  se  basta  ron  sus  policías  y  con  el  concurso 
espontáneo  de  sus  vecindarios  jiara  sofocar  la  sedición,  y 
así  lo  hago  en  cnmplíinienlo  de  tni  misión  constitucional. 

Hago  también  saber  &  V.  E,  que  se  acaba  de  roinnnicar  que 
el  Coronel  Franklin  Rawson  se  ha  presentado  en  Barracas  al 


-  333  - 

Sud  intimando  rendicióti  ¡ú  Comisario  de  Policía  que  luchaba 
contra  los  sediciosos.  Importando  cjac  acto  del  Corone!  Kaw- 
sori   una  interveDción   de  hecho  del  Gobierno  de  lu    Nur.iún. 
Dios  ífuarde  á  V.  E. 

JULIO  A.  COSTA. 

Jo8é  FosROUüK— Pastor  Lacasa. 

Como  verá  V.  H..  el  Poder  Ejecutivo  de  la  Nación  inter- 
viene dȒ  liechn  en  los  suceso-s  tiue  se  producen,  rindiendo 
las  fuerzas  nacionales  á  un  Comisario  de  Policía  que  soste- 
nía el  orden  constitucional  de  la  Provincia  y  á  quien  no  po- 
dían rendir  los  sediciosos. 

Dios  }ruarde  íi  V*.  K. 

JULIO  A.  COSTA. 

José  Fonrouoe— Pastor   Lacasa. 


Discurso  del  doctor  Aristobulo  del  Valle  en  el  Senado  Nacional, 
siendo  Ministro  de  Guerra  y  Marina,  en  la  sesión  del  30  de 
Julio  de  IB93.  al  discutirse  un  proyecto  del  Poder  Ejecutivo 
autorizando  la  intervención  en  las  provincias  de  Buenos  Ai- 
res, Santa  Fe  y  San  Luis. 

Mp  |»ar<»ee,  oeñor  Presidente,  qui'  pocas  vei*.es  se  liabrú 
enronlrado  el  [Kifs  y  esta  Cámara  en  presencia  de  una  tnás 
grave  cuestión  que  la  qu*?  vamos  á  di^batir  en  eslr  uio- 
raento. 

Principiaré  por  pedir  á  lo?  sefioreíf  Senadores  que  hagan 
justicia  á  la  sinceridad  de  los  móviles  que  me  auintaUt  y 
que  no  tengan  en  cuenta  sino  el  patriotismo  que  los  inspi- 
ra, SI  en  el  curso  del  debate  llet^ara  á  escapárseme  una  pa- 
labra ó  un  concepto  que  pudiera  herir  susceptibilidades 
políticas  ó  pei-sonales:   ríe  cualquier  naturaleza   que   fueran. 

No  es  mi  ánimo  inferir  agrai'io  &  nadie,  ni  á,  hombres  tii 
á  partidos  del  [wsado  ni  del  presente:  pero  es  mi  dereclio  y 
es  mí  deber,  en  presencia  de  los  más  grandes  intereses  de  la 
Patria,  de  presentarles  á  los  señores  Sonadores  observaciones 
fundamentales  y  mostrarles  la  situación  del  país  con  carac* 
teres  tales  que.  contra  mi  voluntad,  á  m¡  pesar,  tal  vez  no 


HSi  — 


jiodré  apartar  la  amargura  que  de  esa  situaoión  y  de  los  lie- 
dlos pueda  brotar  al  hacer  mi  exposición. 

Srfiores  Senadores:  el  imfs  se  eiicurulra  en  uti  iDomento 
muy  critico.  Hace  tres  años  que  vivimos  aífilados  por  una 
lempestad  polftica  que  corunueve  el  edilioio  nacional  y  todas 
niipstra.'í  instituciones. 

Habíamos  llevado  una  ^ida  de  errores  y  desaciertos. 
AparlAndonos  de  las  reglas  del  buen  Gobierno  y  de  la 
buena  Adminislración.  Imhíomos  alcanzjido  la  í^poca  en  que. 
perdidas  lodas  las  nociones  del  gobierno  libre  y  reprcsenta- 
livo,  todas  las  nociones  del  sistema  republicano.  tíídoR  los 
principios  ilel  í^nbierno  federal,  nos  encontrábanlos,  sefior 
Presidente,  sefiorcs  Senadores,  con  una  anna/ón  de  gobier- 
no ciuf  mostraba  lay  exterioridades  de  un  gobierno  nyular, 
y  por  dentro  era  un  ort^anisnio  perverso  que  suprimía  la 
entidad  única  que  tiene  el  derei-lio  do  gobernar  la  Nacirtn. 
pI  sistema  republicaim.  (ApInuNOH.  Muy  hieuj. 

No  bay,  señor  Presidente,  propósito  de  agravio  y  de  re- 
proche en  mis  palabras;  pero  obe<)ezco  á  las  exigencias  de  la 
verdad,  que  la  «itunción  me  impone  antírip/indome  Jí  Ja  venlad 
de  la  historia,  que  no  hay  poder  humano  que  cousiga  des- 
naturalizar. 

El  pueblo  argentino  no  era  un  pueblo  republicano  repre- 
sentativo federal  eu  18ÍM};  no  arrojo  la  culpa  sobi*e  j)ersona 
tii  ¡lartido  alguno  determinado:  era  la  acumulación  de  errores 
de  medio  siglo;  era  quizá  la  delicieticia  de  los  medios  de  go- 
bierno; era  quizá  la  educación  de  las  masas,  la  piisión  de 
unos  y  otros  qnc  creó  esa  situación,  y  en  ISIH)  el  mal  llegó 
A  su  colmo;  las  instilucioncs  pervertidas;  la  nmral  extraviada; 
los  abusos  en  todos  los  rumos,  trajeron  por  conclusión  un 
estallido  revolucionario  que  ha  sido  jui^ado  en  esta  Cámara: 
que  ha  sido  ju/gado.  ^eñorFrcsideiUe,  y  que  ha  sido  aplaudido. 
Se  produce  esa  revolución,  y  el  cambio  de  opinión  que  á 
ella  le  sigue  facilita  la  reorganización  del  pa(s.  apartándo- 
nos del  pasado,  olvidando  los  errores  en  que  habíamos  in- 
currido y  entrando  en  nueva  vía.  para  trabajar  todos  unidos 
para  el  bien  de  la  Patria. 

Por  dosgiiu'ia,  scflor  Presidente,  se  creyó  que  era  posible 
salvar  el  ordisn,  salvar  las  instituciones  y  quizá  salvar  la  li- 
bertad sin  corregir  las  uau-sas  de  los  males  (|ue  nos  habfan 
traído  á  tal  extremo. 


—  335  - 


Diirunte  tres  artos,  la  Mepi'ihlir-a  Argentina  ha  vivido  agita- 
iln  por  esta  pe»arlilla  iln  la  revniíirtón,  en  todas  las  horas, 
y  en  todos  los  Pxtr«mo8  de  la  República. 

Una  vez  ha  sido  la  revolución  IocaI;  otras  ha  HÍdo  la  re- 
volución nacional:  pero  en  verdad  y  en  conciencia,  señor 
Prfsiilonlc.  debemos  derirlo,  eran  las  causas  locales  las  que 
en^'eiidrahan  la  revolución  nacional. 

Cuando  se  esperó  y  se  creyó  que  el  Gobierno  Federal  il>a 
á  Kcr,  no  sólo  t^ranlia  de  (fobienio,  sino  garantía  ile  pu(v 
blos,  no  sólo  (.'anintla  de  quietud,  sino  también  garantía  de 
libertad,  ol  movimiento  político  se  concentró  deiilni  de  las 
localidades,  dentro  de  las  í*rnvincia«!:  la  Atitoridad  \acional 
predominalia  sobre  la  República,  y  los  ptieblüs  esperaban 
áU  acción  tutelar  y  salvadora.  Pero  llegó  un  momento  en 
que,  no  creo  que  p<ir  falla  de  [lalriotismOT  sino  por  error 
de  concepto,  el  seftor  Presidente  de  la  República,  íloelor 
Pelle^rini.  declaró:  «Todas  las  situaciones  de  la  República 
tienen  el  apoyo  del  fiobierno  Nacional:  no  habrá  brazo  has 
tatite  fuerte  para  conmoverlas»;  y  la  cuestión  lomó  enton- 
ces el  carácter  que  había  perdido,  volviendo  á  convertirse 
en  cuestión  nacional. 

IjOS  intereses  de  los  pueblos  que  se  encontraban  en  con- 
diciones desgraciadas  no  se  protegían;  y  viendo,  como  nece- 
sidad de  su  j)ropia  salvación,  el  alterarse  las  condiciones  del 
Gobierno  Xacional,  de  inievo  se  pensó  en  la  revolución  na- 
cional, y  volvimos  de  nuevo  á  encontrarnos  frente  k  este 
pavííroso  deber  de  ponerlo  todo  en  juego  y  de  no  saber  si  en 
este  [>ran  naufra>fio  se  salvaría  una  institui'ióti.  se  salvaría  un 
poder  que  pudiera  reconstruir  el  país  sobre  las  ruinas  que 
iban  dejando  tantos  errores. 

¿Para  qué  detenerme  en  una  relación  que  pudiera  consi- 
derarse como  cniínipración  fie  cargos,  porque  sale  ile  mis 
labios? 

Detjpur^  se  ha  constituido  una  Presidencia  que  llega  á 
este  momento  con  un  ministerio  nuevo  á  solicitar  del  Con- 
greso proyectos  de  ley  para  decidir  aquella  misma  cuestión. 

¿Hay  motivo   para  la  revolución? 

Estas  cosas  no  se  prejíiintan  cuando  los  hechos  hablan 
con  elocuencia.  (Prolongados  ap'iuson  ch  la  barra). 

¿Hay  motivo  para  la  revoluciónf  Varaos  á  pregitnlarlo  &. 
la  provincia  de  Buenos  Aires. 


—  330  — 


La  |»oviiieÍa  de  Buenos  Aires,  seAor  Prosidenle.,  Rslá  mt- 
bernada  en  condiciones  Un  irregulares  como  ninguna  olra 
provincia  argentina,  y  lu  prueba,  señor,  es  que  en  uii  mo- 
mento dado,  esUilla  una  revolución  (]ue  connuieve  el  orden 
en  todo  su  leriitorío,  no  quedándole  al  Gobernador  mí» 
fuerza  ni  más  poder  que  la  del  asiento  donde  reside. 

Yo  sé,  señor  Presidente,  que  se  ha  diclio:  la  revoIuci(^n 
estallará  porque  el  (Tobierrtn  Nacional  lia  dnsarmado  la  pro- 
vincia de  Buenos  Aires.  Seftor  Presidente:  si  se  hubiera  he- 
cho justicia  ú  los  móviles  del  Gobierno  Nacional  y  se  hu- 
biera seg'uído  con  serenidad  la  acción  que  él  inició,  se 
comprenderla  que  la  desgracia  ({ue  pesa  hoy  sobre  la  pro- 
vincia dL>  Buenos  Aires  es  pfir  haberst>  burlado  el  decreto 
dül  Gobíenin    de  la    Nación. 

Desarmada  la  provincia  de  Buenos  Aires,  se  dice,  y  ios 
diarios  ohcinles  y  sus  órjíanos  ollciosos  en  todas  partes  re- 
piten que  eti  la  ciudad  de  Ua  Plata  hay  en  este  momento 
dos  mil  hnmhi'es  con  un  fusil  en  la  mano. 

Desarmada  la  provincia  de  Buenos  Aires  se  dice,  y  en 
todos  los  partidos  de  campaila  se  encuentran,  en  lugar  de 
las  ilie?.  6  doce  eurabinus  que  se  habían  dejado  para  el  ser- 
vicio policial,  setenta,  óchenla,  cien  reminglons  para  armar 
á  h)s  partidarios  y  convertir  á  los  ciudadanos  en  soldados. 
íApUtuxo^cit  (a  bntra). 

Desarmada  se  dice,  señor  Presidente,  la  provincia  de  Bue- 
íios  Aii*es.  y  si  el  l'nder  Eiocutivo  no  hubiera  tenido  la  se- 
renidad de  juicio  que  lia  mostrado,  hubiera  podido  ir  casa 
por  casa  con  los  requisitos  que  la  ley  establece,  6  lomar  lo» 
depósitos  de  armas  que  el  Oobierno  de  In  Provincia  había 
obtenido  por  todos  los  medios  üínilos,  incluso  el  contraban- 
do. (ApUiutiOs  fiioUiiKjathia). 

Y  bien,  Kt^fior  Presidente;  )a  revolución  en  la  provincia  de 
Buenot  Aires.  ¿  (lut?  prupba? 

J^meba  que  hay  una  situación  enferma;  no  quiero  decir  má.s. 

V  en  esta  situación,  cuandc»  se  propone  la  intervención, 
se  va  á  decir  al  pueblo  de  la  provincia  de  Buenos  Aires: 
■  El  Poder  ríe  la  Nación  no  existe  sino  para  (jue  esta  situa- 
ción morbosa  conliuíie,  y  yo,  miembro  del  (Tobicrtio  de  la 
Nación,  voy  á  poner  la  autoridad  y  la  fuerza  de  la  Nación 
toda  para  que  mi  pueblo  no  sal^a  de  su  situación  desgra- 
ciada». ( ApUtitmx  en  tabarra). 


337  - 


¿Es  (Misible,  señor  Presidetite,  que  esto  suceda?  (Manifea- 
iñéiótf  «**  tn  barra). 

No  me  preocupa,  sefior  Presidente,  una  que  otra  palabra  mAs 
ó  menos  insolente  de  la  barra  ó  de  rualquiera  otraparte. 

Sr.  MiniHtro  del  Interior  (Ed  voz  baja). —  No  ha  habido 
■ninguna. 

Varias  foce*t  ett  la  barra  —  No  hay,  no  hay. 

Sr.  Stinistm  de  Guerra  y  Marina  —  Bien;  pero  no  me  pre- 
oeupa:  estoy  en  et  desempeño  de  una  misión  alta,  tengo  (an 
tranquila  mi  conciencia  y  es  tan  pura  mí  intención,  que  me 
coloco  eorapletaineote  arriba  de  todas  la»  pequeneces. 

La  situación  oficial  de  la  provincia  de  Buenos  Aires  no 
puede  ser  amparada  en  este  ca£0. 

Algunos  de  los  señores  Senadores  y  mtichos  de  los  seño- 
re»  Diputados  no  pensarán  como  yo  pienso;  creerán  quízAs 
que  tiabrfi  esagcrarión  en  mi  juicio,  en  mi  concepto.  Pero 
¿  ellos  mismos  les  diré  que  el  Poder  Ejecutivo  lodo  lo  que 
solicita  es  faeullad  para  trasladarse  fi  las  Provincias,  anali- 
xar  su  situación  y  juzgaríais. 

Kl  Poder  Kjecutivo  no  tiene  partido  entre  los  partidos  que 
combaten  en  la  di*  Huenos  Aires,  y  quiere  amplitud  de  fa- 
•cultades  i>ara  juzgar  la  situación  pro^nncial  con  el  criterio  de 
tos  converiietieias  nacionales. 

¿Qu¿  tiabriaraos  hecho  .si  de  otra  manera  procediéramon? 
^Cuál  habría  sido  lu  ventaja  nacional  que  babríamos  alcan- 
zado* 

¿Que  trutuy  se  habrían  recogido  de  los  esfuerzos  del  pue- 
blo, del  frohierno,  ile  los  safTilieios  coii.'^umados  y  de  Iits4|ue 
en  este  momento  se  hicieran  sí  limilAramos  nuestra  acción 
á  restablecer  ó  mantener  la  autorítlad  del  CTobierno  de  la 
provincia  de  Buenos  Aires,  derrocado  ó  amenazado? 

Al  día  siguiente,  señor,  si  tal  hiera  la  .tinción  definitiva 
del  Congreso,  después  que  el  Poder  Ejecutivo  hubiera  ago- 
tado todos  los  recursos  que  la  Constitución  le  acuerda  para 
sostener  sus  ideas,  al  día  siguiente,  sefior,  el  Poder  Fjecu- 
tivo  de  la  Kepúblíca  iría  á  la  provincia  de  Buenos  Aires  y 
arrancaría  al  Gobierna  de  Buenos  Aires  hasta  el  iiltíma  fu- 
sil que  tuviera  en  sus  manos    (Prolongados  aplrjitms). 

Se  me  observa  que  estoy  ocupándome  de  la  cuestióu  de 
Buenos  Aires  y  no  de  la  de  San  Luís;  pero  estos  proyectos 
están   tan   (ntimameutc  ligados  entre  sí,  y  no  voy  á  hablar 

0««f«aiA  ABonrm*  ~  Tamo  IT.  U 


ioéom,  lo  que  ea4t  oao  me  wpr» 

^'or  qu^  el  Poda-  Qeertlmi  |ww.qipii  «IT  Pwqi  de- 
bcrfo  nunpls'  !■  CoaatiluciAii,  porque  teiMlrfi  la  le;  dmíw 
cu]  fk  I8B0  que  oo  pena Üe  qoc  tea^ui  ir— n  de  pno^A  Is* 
P'fdera  de  las  Províodaa.  ni  foprzuw  ni  parqnesc  r  si  ras 
Tez  fbí  tolerante,  crrvjrendo  que  poco  á  poco  »e  niíiibraaifa 
b  M*uac»óa.  y  que  «i  «e  prufaida  ana  eríÑs  serfa  rcsaelta  por 
«I  pnlriotinao  de  todoa  loa  bowbres  Üavadoa  á  encasarfa,^ 
nuftana.  euaado  proee^eae  bajo  *a  lespoiwafcaSdad  airte  ef 
prcaeole  j  aote  la  fatídoría.  d  Poder  Cjeeulira  la  Aires  en  lac 
aaarairía  «effún  nu  ídcaa  y  colocarii  al  Gobñemo  de  Buenos. 
eondíeíone»«  extríctaü  en  que  debe  mantenerse. 

Y  w  no  Ke  hif*iera  aaf,  si  el  Poder   Ejrcntiro   límítm   su 
aeci6n  íti  torren  tora  al  mantenimiento  ó  la  reposicíóa  del  Go> 
biermí  ile  Bumos  Aires,  pregunto  á  los    seAores   Senadi  - 
bajando  ud  poco  el  tono  yi  que  et    patríotisfflo  parece  k^... 
da  pasíAn  £  la  palabra:  digo,  t»  esta  situación  llegara,  ;,cónio 
quedaría  la  provincia  de  Buenos  AíresT 

¿Creen  Ir»  soñoreií  Senadores  ó  pueden  creer  en  rerdad, 
en  coficieiiria.  <¡up  la  proviriría  de  Buenot»  Aires  quedará  pa- 
cificada? 

iCre#*fi  que  el  prol>leina  polflico  que  entraña  aquella  situa- 
ción editaría  definitivamente  rpsuello,  6  no  rreen  mus  bien 
que  In  que  lialiríariio»  hecho  habría  sido  poíítergarlo  ñ.  roiia 
íNíha  para  lener  que  renovar  esta  cueHÜún.  para  tener  que 
presencjíir  un  nuevo  estreraeciniientii  del  país,  parn  ser  tesli- 
gnit  y  naila  masque  IpstígOíJ  n-iiponsabU'^s  de  la  mw\n  sanirre 
quew  dcrniinarra? 

Knloncej».  seftor  Hresidpiiie,  yo  creo  qup  basta  apelará  lo& 
buctioH  st'iitiri)i*'riIos  y  al  [latriotismo  de  los  señores  Sena- 
dur^H  puní  que  cada  uno  se  haga  cargo  de  que  «"sto  no  es 
una  cueKluín  úe  partido,  y  de  que  es  necesario  que  el  Pn- 
dnr  Kjeriiliv»  vaya  ít  esa  Provincia  á  refilahleccr  las  Institu- 
t'iom*»  y  |ji  ¡Hiz. 

Bm  la  n*'fefíi(laí|  de  resolver  eslcproUlema  poUlico  que  aTecta 
á  la  existencia  misniii  ile  la  Naciftn  la  que  induce  al  Poder 
fljccnlivo  ñ  pfídir  amplia  rncnllad.  ;Para  quí-?  Para  regula- 
riüíir  la  ^iluatión  do  la  provincia  d»-  Buenos  Aire*»  sinque  se 
derrame  una  sola  gota  de  sangre,  garuntizamlo  la  lil>erlad  y^ 
el  derecho  de  lodos. 


—  339  - 


Señor:  no  lengo  los  inisruo'í  antefeiletiteíi  respecto  de  la 
Ijrnvincia  ilo  Sati  Luís,  cuyos  partidos  ¡lolíLicos  no  conozco. 

AlejnHo  de  la  polílira  (Jurantt*  muclio  tiempo,  no  he  po- 
tlido  seguir  el  nioviinienlo  de  \oi¿  partidos  más  allá  de  una 
cierta  zona  y  en  las  fases  más  visibles;  pero  los  hechos  se 
presentan  con  caracteres  de  tal  naturaleza,  ()ue  preocupan 
senauíante  la  atención  del  Poder  Ejecutivo  jr  le  obliga  á  en- 
cararlos bajo  el  mismo  aspecto. 

En  la  provincia  de  San  Luís  no  ha  sido  desarmado  nadie; 
la  provincia  de  San  Lufs  conserva  sus  elementos  de  fuerza, 
tales  como  existían;  de  un  <lía  para  otro  su  (iobernatlorha 
sido  den-ocado  por  una  revolución.  No  se  alzan  armas  en 
ttu  favor  en  punto  alguno  de  la  Provincia. 

íQué  había  allí*  ;Había  no  mal  Gobierno.  6  hay  simple- 
mente uiiu  revolución  afortunada  y  un  pueblo  que  vacila 
entre  plegarse  &  la  revolución  porque  la  cree  triunfante,  ó 
sostener  á  sus  autorÍ<lades  vencidas? 

Bl  Poder  Ejecutivo  no  prejuzga:  viene  ante  la  Cámara  y  de- 
declara:  la  situación  de  San  Lufs  es  una  situación  que  reclama 
el  estudio  maduro  y  seguro  de  los  hombres  de  Gobierno. 

¿Por  qu6  la  resolvería  el  Congreso  sin  suficientes  antece- 
dentes y  dejaríamos  úe  lado  la  er>encial.  las  instituciones,  por 
las  exterioridades  de  la  forma,  [wra  que  ésta  prevaleciera 
sobre  el  fondo  y  las  irregularidades  intrínsecas  de  la  situa- 
ción de  la   Provincia? 

¿No  se  encontrará  en  lu  acción  intervenlora  del  Gobierno 
Nacional,  sabia,  prudenle,  ejercitada  por  medio  de  hombres 
probados,  la  ntam>ra  y  los  recursos  de  ilar  solución  al  pro- 
blema político  en  la  provincia  de  San  Luís? 

Señor,  ¿(|ué  sucede  en  la  provincia  de  Santa  Fe? 

Santa  Fe  se  encuentra  en  condiciones  análogas  á  la  prn- 
vincia  de  Buenos  Aires. 

Santa  Fe,  sí-ñor  Presidente,  hace  diez  ó  dore  años  <|ue  vive 
gobernada  por  uit  boIo  partido. 

Este  es  el  hecho  político  característico  de  aquella  situación. 

La  experiencia  universal  demuestra  que  no  hay  la  posibi- 
lidad humana  «le  (¡ue  un  partido  imlftico  se  conserve  por 
siempre  en  el  Gobierno  y  que  continúe  gobernando  bien,  y 
es  por  eso  que  caen  y  se  suceden  los  partidos  que  pobier- 
nan,  y  á  esta  ley  social  no  liay  partido  alguno  sobre  la  tie- 
rra que  haya  resistido. 


—  ÜM)  - 

La«  dínastfaK  riapolertiiivas,  ron  todo  aw  prestigio.  cayiTron, 
y  la  monarquía  <le  Julio,  á  pesai  de  la  cxrek'nci:)  constitn- 
ciotial  d(>  .su  iTgiiucii  y  de  los  lioiiibn>s  distinguidos  que  la 
secundaron,  cayó  también.  Cayó  el  socialismo  como  cayó 
la  restauración,  á  pesar  de  Ion  entuKÍa.smos  de  la  raza  y  de 
los  esfuerzos  de  los  le^itimtslas,  eomo  han  Cflfdo  lodos  los 
Gobiernos  de  [>arlido  de  lodos  los  pueblos  de  la  tierra  cuando 
han  violado  la  ley  eterna  de  la  mtiieión  eu  el  mando,  á  fa- 
vor de  la  cual  los  partidos  de  Oobierno  se  depuran  en  la 
oposición  y  los  i)arlídot>  de  oposíi:íóu  se  ensayan  en  él  é  in- 
lentAit  realizar  sus  ideales,  luchando  con  los  ineonvenienteM 
de  lu  vida  gubernamental, 

Ks  sinipletneule  á  favor  dn  esta  ley  ijue  se  puede  conside- 
rar como  la  rotación  j)*>riódica  y  regular,  casi  tan  re{;Cular 
como  el  movimiento  sideral,  que  se  mantiene  la  paz  y  se 
realizad  progreso  dentro  de!  mecanismo  del  Gobierno  inplés. 

¿Por  (|U(>,  señor  Presidente,  el  Gc)t>ieruo  inglés  se  trasmite 
de  partido  A  partido  sin  sacudiinienlns,  sin  trastornos,  sin 
eonvulsioues?  Por^jue  aquel  pueblo  ha  llegado  á  adquirir 
esta  experiencia  suprema  déla  vida  política:  que  después  de 
haber  estado  seis  ó  siete  años  en  el  Gobierno  un  partido, 
está  gastado,  y  que  su  conveniencia  es  dejar  el  Gobierno 
para  que  la  oposición  le  sustituya   y  se  jíaste  á  su  lurno. 

He  sido  testigo  de  lo  que  pasó  en  Inglaterra  en  IHSó.  en  !a 
é{>oca  de  las  elecciones  generales.  Gobernaba  lú  MÍnÍslBri<i 
Salishury,  ministerio  conservador.  Se  acercaba  la  elt'cción 
peneral  del  Parlanienlo.  Faltaban  dos  meses  pura  la  elección; 
esta  elección  iba  á  reaby-arse  bajo  el  Gobierno  del  partido 
conservador,  y  dio  motivo  á  esta  particularidad. 

Se  Kal)c  (pie  una  mayoría  parlamentaria  basta  en  Inglate- 
rra parii  ilelerminar  lu  caida  del  Ministerio. 

Se  produjo  una  cuestión  de  jioco  valer,  y  el  Miuislerio  fu^ 
vencido  por  que  no  llamó  A.  sus  adlierentes  á  votar.  Todo 
el  nmnilo  se  sorprendió.  ^Por  que  el  partido  conservador  w* 
ha  dejado  vencer  en  esta  cuestiónf 

¿Por  qué,  tratándose  de  un  asunto  insignificante,  se  declara 
fuera  de  las  condiciones  para  gobernar,  y  renuncia  al  Go- 
biernoY 

Kra  porque  los  hombres  que  dirigían  al  partido  conser- 
Tador  creyeron  q^le,  después  de  aquella  hora,  no  podían  go- 
Iwrnar  con    éxito    y  que   convenía  entregar    el  poder  á  sus 


iSi 


^A^ab 


u\ 


udvtrrsarÍDs,  y  realizaron  iiii  nvXn  uurprenitenle  para  nosotros: 
les  enlre^aron  el  Gobiorno  tíos  meses  antes  de  lu  elecoión. 
Tuvtí  vsU  lu^ar,  y  romo  la  tipiníóa  estaba  ja  en  favor  <lel 
j>artÍi]o  liherul,  Gla<lstoiic  Tun  ul  Ministerio  y  constituyó  une 
maytiria  poderosa;  pero  Olaiistone  ai^aríclaha  Rn  su  inciile  la 
idea  lie  la  liberaeiúu  de  Irlanda,  ¡dea  (jiie  debía  producir 
tcrao  conmoción  en  su  partido,  ['recenta  el  proyecto,  y  por 
su  causí)  pierde  la  mayoría  antes  de  seis  meses  de  haber 
formado  «-I  (íubieriHi.  He  ulii  el  resultado  de  la  maniobra 
política  del  partrtlo  conservador.  Había  sido  vencido  eu  la 
lucha;  dejó  subir  t'i  su  adversario,  y  éste  cayó  á  su  vez  sín 
<|ue  narlie  le  empujara,  lo  ijue  llevó  de  nuevo  ai  Gobierno 
al  iwríiilo  conservado  I .  Tal  es  )a  lógica  de  In  vida  de  lodos 
los  partidos  en  el  mundo  civilizado:  pasar  periódicamente 
del  Gobierno  &  la  oposición  y  de  la  oposición  al  Gobierno. 

Rs  por  esta  ley  que  los  partidos  se  renuevan  en  las  Un\' 
ciones  del  Poder. 

Entonces,  pues,  iíUifiOT  Presidente,  sí  ninguna  otra  razón 
existiera,  esta  bastaría  para  explicar  la  descomposición  po- 
lítica (pxe  se  opera  en  la  piovinoía  de  Santa  Fe.  Esa  des- 
composición, los  señores  Senadores  de  aquella  Provincia 
saben  ya  las  proporciones  que  tiene.  La  ciudad  del  KoKario 
está,  scííóti  nuestros  informes,  dominada  por  la  revolución; 
los  pueblos  circunvecinoh  al  Rosario  se  encuentran  en  las 
mismas  condiciones  y  la  ciudad  de  Santa  Fe  se  prepara  para 
recibir  el  asalto  de  las  fuerzas  que  van  á  atacarla.  Tales 
son  los  (lulos  que  he  recog^ido  hace  potro,  antes  de  venir  á 
la  Cámara.  No  s¿  si  la  situación  se  habrá  modificado.  Si  el 
Bcaor  Senador  por  Santa  Fe  tiene  al^rúo  otro,  podría  po- 
nerlo en  conocimiento  de  la  Cámara. 

Sr.  Gáltf^ — Con  mucho  gusto. 

8.40.— Es  un  tele^nrama  del  Gobernador  de  Santa  Fe: 

-  Urgente. 

Del  Rosario  sd  que  se  resisten  desde  la  una  de  la  mañana. 
Muchos  muertos  y  heridos.  Kevolucionaritts  Imn  dado  soltura 
á  criminales  que  saquean  la.s  casas  de  ramília».  fitisae  y  ru- 
more» He  (lena pr<^tciótt  en  ta  barra). 

No  se  ríen  los  saqueados  y  los  muedos.  .  . .  (Siffue  leyendo.) 

«Aquí  se  reúnen  extranjeros  en  Esperanza.  Estoy  bien. 
Extranjeros  y  criiuinalcs  son  los  elementos  de  que  se  vale 
esta  gente.»  {Silbidoít  en  la  barra.) 


-   3*í    - 


Sr.  Minintro  de  Guerra  y  Marina,  —  No  hay  (|utí  lomar  esa^ 
palabras  segílu  su  texto,  y  creo  que  hubiera  sido  mejor  nn 
haber  leído  el  telegrama  y  sólo  hubiese  dado  el  concepto. 

Sr.  Gálvcs.  —  Veo  rtfalmentc  que  el  srnor  Minis(i-o,  que  con 
tanta  lucidez  ha  hecho  la  exposición  de  lo  que  cree  que  existe 
en  la  provincia  de  Santa  Fe,  tenia  raxAu  eu  hai>er  manifes- 
tado antes  que  estaba  un  poco  alejado  de  las  evolucienes  po- 
Hticas  que  habían  hecho  los  partidos  existentes  en  aijuella 
Provincia. 

Si  el  señor  Ministro,  que  no  ha  tenido  tiempo,  naturalmen- 
te, para  ocuparle  de  esas  cosus,  hubiese  tomado  informes 
desde  cierta  ^poca  á  esta  parte,  hubiera  vislo  que  el  partido 
que  hoy  s«  llnnia  de  la  situación  en  Santa  Fe, —  y  este  e« 
un  hecho  «pie  lo  puede  comprobar  todo  el  mundo,  porque 
es  público  y  notorio,— «e  compone  de  todas  las  diversas 
fracciones  que  han  estado  mas  vcce^  en  el  Cübieruo  y  otras 
en  la  oposición. 

Hay  este  hecho  muy  significativo:  el  señor  Ministro  de  Go- 
bierno actual  de  la  provincia  de  Santa  Fe,  don  Luciano  Leivn, 
fué  revolucionario  en  1S7H.  rompañero  del  doctor  Candiotli, 
quien  hoy  capitanea  A  los  revohicioitiirios  del  Rosario. 

El  doctor  Gabriel  Carrasco  ha  sido  también  opositor  antes 
de  ahora,  y  hoy  ocupa  el  Ministerio  á  que  fu^  llamado. 

Y  si  fuera  á  enumerar  todns  las  persona?  conspicuas  de 
la  provincia  tle  Santa  Fe  que  forman  el  partido  de  la  tiitua- 
ciAn,  pruliaría  este  hecho  con  s6ln  dar  suh  nombres.  Ese 
partido  está  compuesto  de  hombres  que  han  formado  en  la 
oposición,  y  en  la  situación  desde  diez  anos  k  esta  parle..... 

Sr.  Minintro  tle  Guerra  y  Af/trinn.  —  No  tengo  inconvcnient*» 
en  acceder  á  las  interrupciones;  pero  yo  tendré  (|ue  continuar 
mi  discurso,  sin  perjuicio  de  <iue  el  señor  Senador  continfie 
á  su  turno  el  Kuyo. 

Sr.  fíáltvz.  —  Qiiprltt  darle  estos  datos,  porque  tal  vea  pu- 
dieran serle  útiles. 

Sr.  Ministro  dti  Guerra  y  Marina.  —Y  voy  ú  decirle  Ctm 
una  verdad  y  franqueza  que  abonan  mi  sinceridad 

Sr.  GtUvez.  —  Se  la  reconozco. 

Sr.  Minifttro  fie  Guerra  y  Marina.-- que  ó  pesar  de  todo 

no  alcanza  á  suprimir  la  dirección  política  del  seAor  Gálvoz. 
que  gobierna  como  dueHo  la  provincia  de  Santa  Fe.  (/I;ifa«- 
JK>.^  en  Ui   horra). 


—  343  — 


Sr.  Oálves.  —  Sienlo  el  eri-or  en  que  está  el  señor  Ministro 

y  no  puedo  dejar  do  lovantar  esto  ()ue  yo  roiicepiria  (|Up  es 

un  verdadero  cargo.  La  provincia  de  Santa  Fe  es  algo  ni&H 

-viril  de  lo  que  el  ^eñor  Ministro  se  cree,  para  que  pueda 

-estar  disponiendo  uti  linmbre  de  su  detítino  y  de  tni  suerte. 

Sr.  Minialro  fie  Guefra  y  Mm-infi.  Sé  que  la  provincia  de 
Sania  Fe  es  una  pravincia  vírtl:  y  si  tu  hubiera  ignorailn. 
los  lieehos  me  lo  deinostraiian:  ;eRÍá  combatiendo  por  su 
libertad! 

Sr.  Gálre^.  —  Los  extranjeros. 

Sr.  Minitftro  ite  ÜMerra  i/  Marino.--  ¡Los  extranjeros  son 
los;  ()ue  enuibatenen  el  Ftosarto! 

Sefior  í*residenle:  y  si  tal  cosa  fuera  verdad,  ¿adonde  ha- 
lifamos  llet;ado7  ¿Cníil  es  la  situación  de  un  pueblo  argen- 
tino en  el  cuál  las  cui'i^tiones  políticas  no  sólo  apasionan  á 
los  ciudadanos  y  lus  arrastran  á  los  Ollíinos  extremos  de  la 
'violencia  y  de  los  sucrificios.  sino  que  p(Hie  la.s  armas  en  las 
jnanos  del  extranjero  mismof  {Áplaní^os). 

¡Cituladanos  de  la  líoca!  ¡Habitantes  de  la  Bocal  podría 
■decir  el  sefior  Senador.  Y  esos  habitantes  de  la  Boca,  ¿por  i\\\Í' 
no  aparecen  en  lu  ciudad  de  Buenos  Aires  á  derrocar  al 
Oobierno  Nacional?  No  a|>areceti,  porque  esos  ciudadanos  co- 
mo los  llama  el  sefior  Senador,  esos  habitantes  de  la  Boca, 
como  lo  son  te^almente,  no  están  lastimados  en  ninguna  de 
las  prerrogativas,  en  ninguno  de  sus  derechos.  ^.Vmí/  ftiVn.' 
jmny  biaitü. 

Cuando,  los  ciudadanos  alzan  las  armas  puede  decii-se:  hay 
un  derecho  político  lastimado  y  quién  sabe  hasta  donde  la 
pasión  política  se  mezcla  en  la  cuestión. 

Cuando  las  armas  están  en  poder  de  los  extranjeros,  te- 
nemos que  decir:  hay  más  que  un  derecho  político;  hay  un 
derecho  civil  lastimado.  {Apiauítoít). 

Cuidado  seAor  Senador;  cuidado  con  llevar  esta  discusión 
A  Bsle  terreno.  Deseo  conservar  en  esta  Cñmara  toda  la  se- 
renidad que  necesito  para  debatir.  Aparto  de  mis  labios  el 
concepto  y  las  palabras  agravantes;  pero  culüquémunos  todos 
en  idéntica  situación. 

iCómo  se  pueiie  decir,  seíior  Presidente,  y  decir  con  ver- 
dad, que  en  la  revulución  de  Santa  Fe  no  hay  sino  criminales 
y  extranjeros^  ¿Cómo  puede  decir  eso  el  sefior  Gobernador  de 
Santa  Fe  sino  bajo  la  presión  de  su  situación  extrema?  ¿Có- 


—  su- 


mo puede  decir  eso  e)  sefíor  Senador  por  Santa  Fe  que  co- 
noce cuál  es  el  estado  de  aquella  Provincia? 

Pero,  ¿para  quí  recriminacionest 

Todo  lo  que  el  Poder  Kjeculivo  pide  respecto  de  Santa 
Fe  es  lo  que  pide  respecto  á  Buenos  Aires,  es  lo  que  pide 
respecto  de  San  Luís. 

Hay  en  Santa  Fe  una  enfermedad  polílic^i;  vamos  á  exa- 
minarla y  k  curarla.  Vamos  á.  curarla,  no  en  bien  del  Partido 
Hadical,  autor  ríe  la  revolución,  no  en  bien  del  partido  gu- 
bernisla,  que  potírá  alegíir  masó  menos  derechos  de  mantener 
el  Poder  por  toda  la  vtda;  vamos  á  examinarla  y  á  curarla 
en  favor  >  en  bien  del  país.  (Aplautios). 

V  cuando  hayamos  abonlado  y  decidido  la  difícil  situaciúrr 
de  tres  6  cuatro  i)rovÍncias  argentinas  que  claman  porque 
se  regidarice  su  estado,  habremos  resuelto  la  cuestión  po- 
lítica de  actualidad,  no  para  bien  de  uno^sinó  para  bien  de 
lodos;  y  los  parlidos  desalojados  del  Gobierno,  se  depuraríín 
en  )a  oposición  y  volverán  mañana  al  Gobierno,  porque,  créa- 
me el  seflor  Senador,  tengo  bastante  experiencia  política 
para  saber  que  los  mismos  apóstoles  del  día  llegarán  á  ser 
los  pecadores  maHuna,  si  se  perpetúa  en  el  Poder  por  diez 
ó  veinte  anos,  como  se  ha  pei|>etuado  el  sefior  Senador, 
(ApUtuifo»). 

Estas  ideas,  principios  y  consideraciones  no  pueden  stT 
tratados  en  la  forma  en  que  han  sido  considerados  por  mi 
honorable  adversario  en  este  momento,  el  seflor  Senador  por 
la  Capital. 

Él  tiene  un  saber  demasiado  alto,  tiene  un  patriotismo 
demasiado  acendrado  para  que  pueda  decir  que  una  cues- 
tión que  está  costando  sangre  á  la  HepAblíca,  que  costará 
tesoros,  sacrificios  de  todo  género  en  el  interior  y  exterior,. 
en  el  exterior  donde  estamos  deshonrados,  es  cuestión  i]ij& 
se  resuelve  mandando  reponer  tres  Gobernadores  y  dejando 
■tres  pueblos  en  su  desgraciada  situación  actual.  (Aplunxos), 

Sí;  que  contimien  ascenrUetido  su  Culvario  hasta  que,  de- 
sesperados los  pueblos,  digan:  no  hay  más  camino  que  pren- 
der fuego  en  los  cuatro  extremos  del  hoiizonte  y  que  uo- 
quede  piedra  sobre  la  cual  pueda  fundarse  un  Gobierno  que- 
represente  orden  y  civilización.  (Aptausoa). 

Temo  abusar,  sefior^  I*  res  i  dente,  de  la  consideración  de  la 
Cámara.  He  expuesto  el  pensamiento  del  Poder  Ejecutivo  jr 


-  a45  — 


puciio  (l<^Jr  til  s«noi-  Senailor  que.  luiruiitlo  ilpnlro  de  mi 
firopio  corazón,  veo  qut:  iici  Lrm^mi  t>ii  v\  ni  un  K<>titimie[ilü 
meuiuiíio,  ni  una  prisión  eslrecliu^  y  mucho  más  por  rsle  vigor 
úe  paUtbra  |iara  defender  lo  que  la  conciencia  me  grita  que 
ps  la  salvación  del  ¡mis. 

He  aceptado  con  los  sefloresí  Miiiislros  venir  ó  ocupar  un 
puesto  ilf  lucha  en  uiiu  situación  azarnsji  y  difícil  para  la 
Hepública,  pon|ue  he  rreíilo  (|ue,  enceguecidos,  tnarchamoií 
á  un  abismo;  poi([ue  la  crisis  de  un  Presidente  hiibria  sido 
la  crÍKis  del  Vicepresidente  del  Senado,  y  por(|ue  sobre  estas 
crUíis  suceiíivas  no  habría  habido  sinó  sangre,  fuego,  humo 
y  la  ruina  (|uién  sjiliesí  ñtí  cincuenta  anos  para  nueslro  pafs, 
y  esto  cnfrenle  de  todos  los  problemas  que  la  República 
Argentina  tiene  ileniro  y  fuera  del  país,  enfrente  de  sus  cues- 
tiones internacionales,  enfrente  ¡x  la  buncarota  de  la  cual  aca- 
bamos de  salir,  enfrento,  cu  una  palabra,  de  los  más  gnindes 
protdemas  y  cuestiones  que  nación  alguna  en  fornmcíón  pueda 
considerar  y  resolver  en  un  momento  dado. 

Les  pido  ú  los  señores  Senadores  que  crean  en  la  sinceri- 
dad do  mi  pulatira;  que  creait  en  la  sinceridad  de  los  propó- 
8il08  del  E\  E..  y  que  iio  empequeñezcan  tan  magno  asunto 
creyendo  que  se  puede  reducir  á  Ift  reposición  ile  tres  Gober- 
nadores. 

Hs  una  enfermedad  política  que  nos  corroe  hace  tres  años  y 
r(ue  necesitamos  e.\lirpar.  < l'rotomjnths  aplaufm  iit  Ittburia). 


-  ;í44>  — 


Discurso  del  doctor  Aristóbulo  del  Valle,  pronunciado  en  el  balcón 
de  la  Casa  de  Gobierno  el  1°  de  Agosto  de  1893  1 1 1 

Señorat: 

El  Congreso  de  k  N'ación  acaba  de  resolver  que  ru>  habrá 
inleri'eiiL'iones  eii  las  proviiii'ias  convulsionadas. 

El  Congreso  Nacioníil  no  representa  un  liniiibrp;  pLTu  el 
Congreso  Nacional  roprejienla  esa  entidad  necesaria  par»  ••! 
Gobierno  libre  que  üe  llama  Poder  Legislativo  dt;!  país. 

Kl  Poder  Ejecutivo,  que  tiene  en  sus  manos  los  fucrzaii  üe 
la  Narii'in.  es  el  prínicríi  ipir  delxí  rcflaniJir  respi-tn  para  ckc 
Poder  que  en  el  orden  de  las  inslilmitmes  representa  el 
Poder  Legislativo  de  la  República. 

Los  hombres  nada  importan;  hoy  vienen  unos,  mafiana 
vienen  oiroí^:  lo  que  no  se  cambian  kou  las  inslílueiune^  per^ 
nianentes.  Mafíana  nceesitareinos  para  el  Congreso  de  la  He- 
pfiblica,  constituido  según  las  exigencias  de  la  opinión  públi- 
ca, loilo  el